Es muy fácil hablar del individuo. A uno le interesa sólo su propia individualidad, otro dice que necesita partir de un plano individual, cierto, pero para llegar a una dimensión colectiva, el otro dice además que el discurso revolucionario es un discurso de comunidad, que el individuo es una abstracción impotente, luego está quien se hace ejecutivo, y por tanto individualista, y por último está quien, no sabiendo qué hacer con su vida, duda, pase lo que pase, él duda. Cuántas discusiones encendidas y sordas sobre el tema. Allí está Stirner y allá Bakunin, aquí el anarquismo social, mientras a su espalda anidan el nihilismo y la rebeldía vacía. Luego Nietzsche y el superhombre, Libero Tancredi y el fascismo. Embellecimiento del vacío, lo llamaría Platón. He fundado mi debate en nada, versión hermenéutica del grito stirneriano. El terreno está demasiado abarrotado para encontrar espacio para el pensamiento, para desarrollar una reflexión que de las etiquetas superficiales pase a lo concreto de la vida, donde de verdad se juega la partida. Ignorar los detalles y abrirse paso con gesto impaciente, ése es el método utilizado. Se descubrirá que hay muy poco que inventar, si no es el uso que hay que hacer de las intuiciones teóricas y prácticas del pasado. Elegir cómo aplicarlas a la vida, cómo combinarlas en nuevas mezclas explosivas. La inteligencia de la experimentación consiste en poner juntos en juego elementos que siempre han estado separados, sacarlos de la cárcel del fragmento para percibir plenamente su potencialidad. Más allá de los debates gastados y de las sistematizaciones académicas, al menos desde hace un siglo y medio la teoría y la práctica de la subversión nos sugieren la importancia decisiva de comprender la existencia individual en su concreción, o sea, en su totalidad. Son las revueltas concretas de los explotados las que han hecho arder las bases sobre las que estaban fundadas las construcciones ideológicas del poder. A mitad del siglo XIX el deseo de poner el mundo patas arriba pone en cuestión la división entre el yo y la realidad circundante. Stirner dice que no existe el único sin propiedad, esto es, que no existe el individuo sin su propio mundo, sin sus propias relaciones; la propiedad es tener sitio para el individuo, y por tanto para su capacidad de comprender y actuar, para sus pasiones y su fuerza. Afirmar la individualidad significa, por eso mismo, cambiar el mundo. Todo esto, añade, no se puede expresar en conceptos, es necesario realizarlo en la vida, porque es la vida de cada uno el único contenido verdadero de una teoría. Contemporáneamente, un recorrido subterráneo que de Hölderlin lleva a Lautreamont hace explotar la exigencia de transformar el arte del ejercicio de la contemplación en algo capaz de cambiar nuestro medio y a nosotros mismos. El medio, con Fourier, deja de ser un espacio neutro y se convierte en el lugar del deseo, realidad inseparable de los estados de ánimo y de las relaciones entre los hombres. Intervenir sobre un medio significa cambiarse profundamente a uno mismo. La separación cristiana y cartesiana entre la interioridad y la exterioridad es eliminada por la pasión por una nueva manera de estar juntos. Con la autoridad se derrumba la mentira de la propiedad privada que hace del individuo una realidad mutilada y raquítica a quien han arrebatado un mundo. Bakunin habla de la revolución de 1848 como “una fiesta sin principio ni fin”, llevando al campo de la acción insurreccional la crítica stirneriana del sacrificio; a los insurrectos de Dresde, el revolucionario ruso les aconseja poner los cuadros de los museos en las barricadas para desalentar el avance de las tropas, entendiendo magníficamente el sentido del rechazo del arte en tanto que esfera separada. Los ataques contra la propiedad, la destrucción de estatuas, la revuelta abierta contra el gobierno y la tentativa de cambiar la estructura de una ciudad como en la comuna de París, representan la acción histórica de esta teoría práctica. Y estamos tan sólo en 1871. De esa fecha nos separa más de un siglo de experiencias teóricas y prácticas en las que la liberación de los individuos se hizo apreciable en su concreción. La crítica de la mercancía y la acción de los anarquistas expropiadores, la idea malatestiana de la necesidad de insurrección y los soviets rusos, dadá y el movimiento consejista en Alemania e Italia, el primer surrealismo y la revolución española, la negación de la burocracia y la Comuna de Budapest, la crítica del urbanismo y la revuelta de Los Angeles, algunas contribuciones de la Internacional Situacionista y el Mayo francés, el rechazo del trabajo y las experiencias más extremas del 77 en Italia. Episodios incompletos en los que a menudo falta la consciencia teórica de su práctica que aspiran todavía a su realización. Pero, como siempre sucede, cuando las ideas no se hacen realidad, se pudren y van a parar al canasto del adversario. Así, toda la filosofía del siglo XX de Husserl, pasando por Heidegger, hasta hoy nos dice que el hombre es su propio mundo, que el sujeto de Descartes no existe, que comprender, interpretar y actuar son la misma cosa; en suma, todo lo que las barricadas nos habían enseñado ya hace tiempo. Pero, y aquí está el precio pagado, junto con el sujeto cartesiano los especialistas del pensamiento separado nos han arrebatado hasta el quién de todo discurso revolucionario, nos han vendido la existencia capitalista como la existencia tout court, han criticado la razón técnica para abandonarnos a un discurso poético purgado de toda peligrosidad. Del mismo modo, los poetas de los últimos setenta años se limitan a describir el exceso de vida con su poesía, la novela vive de sus propios fines y administra la explosión del yo, que Joyce ya había representado. Después de todo, “podemos hacerles pasar por el aro durante cien años más”. Se acumulan estudios sobre el pasado, se presta la máxima atención a los detalles historiográficos, se imitan las nuevas modas culturales, y cada vez se escapa más el sentido subversivo de un conocimiento inseparable del uso que se hace de él. Porque ésta es la clave: saber qué hacer con él. De otro modo, se continuará contraponiendo el individuo a los otros, a hablar de liberación sólo individual (sin darse cuenta de que ese sólo es grande como el universo), a separar los distintos aspectos de la dominación (la explotación del tiempo, el control del espacio, el condicionamiento psicológico, la miseria pasional) y por tanto, de la revuelta (el derrocamiento de la autoridad, la destrucción de la mercancía, la transformación consciente del medio, la afirmación de los deseos). Y entonces se puede ser individualista, anarquista social, comunista, ácrata, libertario o escéptico. A disposición de cada uno de nosotros hay un mundo entero. De definiciones y aburrimiento.

Massimo Passamani