Yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi

Yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi, el 17 de mayo de 1972, afuera de su casa, en la calle Cherubini 6 de Milán, a las nueve y cuarto de la mañana.

La afirmación es grave, no por las implicaciones judiciales, que por fortuna, me importan poco, sino por muchas otras razones, y son estas razones las que me gustaría discutir con mis atentos lectores.

En el fondo, si reflexionamos un poco, ¿de qué podemos tener certeza? Por la mañana nos levantamos de la cama, desayunamos de prisa, salimos a la escuela, al trabajo, a algún parque cercano para encontrarnos con los amigos, en fin, todo el mundo se dedica a sus asuntos cotidianos. Al oscurecer, regresamos a cobijarnos, casi siempre de la misma manera que la noche anterior, ¿qué podemos decir con certeza, entre el conjunto de hechos que hemos visto pasar ante nuestros ojos durante todo el día? Apenas logramos hacer un balance de algún suceso, por simple que sea, como el café que tomamos en el restorán por la mañana, todos los contornos son difusos, tienden a oscurecerse en los detalles, y cada aspecto se desvanece en un deseo insatisfecho de precisión.

Al final, tenemos un recuerdo de lo que pasó, de lo que hicimos, mas nuestras afirmaciones, en relación con los hechos singulares, son muy inadecuadas para poder obtener una conclusión, por eso, no podemos tener certeza de nada.

Pero, ¿cómo puede ser posible?

La respuesta es sencilla. Únicamente tenemos la certeza, dentro de límites sólidos y cerrados, de aquello que realmente nos interesa, cuando es cercano a nuestros sentimientos, deseos, sueños y proyectos personales, y se convierte en un puñetazo en el estómago. Solo recordamos los golpes al estómago.

La vida en sí misma no da muchos golpes en el estómago, y tal vez eso sea lo mejor.

Pienso en cómo sería una vida continuamente al límite por tensiones emocionales, casi al borde de la muerte, abrumado por la adrenalina. ¡Un poco de calma, por favor!

Pero como no somos bestias sometidas, sino personas deseosas de vivir esta existencia, la miramos selectivamente. Filtramos los hechos que suceden a nuestro alrededor, no solo los que vemos directamente con nuestros ojos, sino también aquellos que las grandes prótesis modernas de los medios nos permiten retomar; hechos que están a miles de kilómetros de distancia, lejanos en el espacio y, sin embargo, tan cercanos que uno pensaría que están ocurriendo en el patio de la propia casa.

Nos hemos acostumbrado a estos acontecimientos, pero algunos se presentan de tal manera que nos golpean profundamente.

¿Qué significa ser golpeado, especialmente, profundamente? Significa que nos quedamos sin palabras, con una sensación de dolor, ansiedad, indignación, asco, o, lo que es lo mismo desde el punto de vista de los mecanismos biológicos que se desencadenan en nuestro cuerpo, de alegría, entusiasmo, exaltación, etc.

Estos acontecimientos entran en nosotros y dejan su huella en nuestra certeza.

Sé bien que no hay certeza alguna, si se le considera en términos de una certeza objetiva validada por todos, y que pretenda verificarse con la balanza de un farmacéutico. Pero cuando la sangre hierve en las venas por las quince personas masacradas en el vestíbulo del Banco Agrícola de Piazza Fontana en Milán, aunque pasen cien años, tendríamos la certeza de que este hecho indignante solo lo pudieron haber cometido miserables agentes del Estado.

Este es el tipo de certeza del que quiero hablar.

Cada vez que pienso en Pinelli siendo arrojado desde la ventana del despacho del comisario Calabresi en el patio de la fiscalía en la calle Fatebenefratelli de Milán, la sangre me hierve en las venas.

Es así, que yo tengo una certeza. Si mil bufetes de abogados intentaran explicarme las razones por las que al pobre comisario le sorprendió ver el cuerpo destrozado de Pinelli tras salir volando por el cielo nocturno de Milán, no podrían convencerme. Ni siquiera necesito leer los testimonios de los compañeros que se encontraban al lado del despacho y que escucharon como crecía la hostilidad del interrogatorio y las imprecaciones que precedieron y siguieron al asesinato de Pinelli. Estos testimonios no añaden nada a mi certeza.

No cambian nada las exoneraciones de los tribunales, ni las declaraciones de sus jóvenes hijos que crecieron con la sombra de la culpabilidad paterna, ni los recuerdos de una viuda por la que nunca sentí compasión.

Un hombre decidido y seguro de sí mismo, como caricatura cinematográfica, aunque dueño de la situación. Era el mejor en la región de Milán en el momento que estallaron las bombas, y fue él quien se dedicó a dar impulso a los acontecimientos, tal vez lo rebasaron, pero fue incapaz de desviar su corazón y corregir un poco, sobre todo para sí mismo. Pero, ¿de qué tipo de corrección puede ser capaz un policía, y además un policía que quiere hacer carrera a cualquier precio?

Ya nadie habla de este sujeto de manera concreta; no puede ser un mito, parece más bien una fantasía. Los últimos años han atenuado al personaje, la muerte parece haber aplanado sus características hasta convertirlo en el ícono del mártir de Estado.

El pobre Calabresi, de treinta y cuatro años, flor de caballero, con una esposa embarazada y dos hijos menores. Un pequeño apartamento en un tercer piso de la calle Cherubini 6, una vivienda modesta. Tras su muerte, la esposa tuvo que esperar casi un año para recibir la pensión de 156 000 liras al mes.
Qué triste.

Pero el pobre Calabresi veía la vida de otra manera. Quería ser un ganador, no jugaba limpio y había conseguido crearse una reputación de hombre duro e imbatible.

En todos los sitios era el primero, aplastaba a la competencia, sus colegas lo odiaban, sus superiores le temían. Hombre de karate y del culto a la fuerza, era tan hipócrita con todo el mundo que pretendía ser un sentimental, un católico practicante, un hombre temeroso de dios. Básicamente, había aprendido esta enseñanza en Estados Unidos, donde había trabajado con la CIA. Una experiencia que pocos superpolicías italianos habían tenido en ese momento.

En los días febriles, después de la masacre, todo el mundo en Milán temía a los demás. Por primera vez, la marca del terror empezó a penetrar seriamente en el ambiente provinciano y sencillo de nuestro país. Inclusive, esa ciudad industrial por excelencia jamás experimentó una época como la que estaba a punto de vivirse. La gente casi podía sentir en la piel el nuevo discurso trágico que comenzaba.

¿Por qué Pinelli? Desconocemos el porqué, nunca lo sabremos. Pudo haber sido cualquier otro compañero. La prueba de que cualquiera sería arrojado por esa misma ventana del despacho de Calabresi se demostró unos meses antes con Braschi[1], también él pudo ser tirado por esa cornisa. Se salvó de casualidad. El contexto de los atentados de la Feria Comercial no fue igual que el de Piazza Fontana.

Su objetivo era consolidar al máximo la tesis de la causa anarquista; él se especializaba en anarquistas milaneses, y en las conexiones con compañeros de Milán. ¿Quién mejor que él podría unir los hilos del discurso iniciado por Ventura[2], con la publicación de textos anarquistas en una editorial abiertamente fascista financiada por el Ministerio?

De hecho, la selección de anarquistas se puso en marcha desde hacía meses, habiéndose encontrado como prueba definitiva las bombas de la Feria Comercial. Muchos compañeros estaban presos en ese momento. Y alrededor de esto, por decirlo suavemente, el pobre Calabresi, con su traje recién planchado, su actitud dura y educada, su cultura (por así decirlo, siempre se las arreglaba para tomar prestado algo de aquí y allá), y su rapidez para tomar decisiones.

Rapidez en la toma de decisiones. Un hombre que había trabajado para la CIA solo podía tener la velocidad de los hombres de la CIA, despiadados y fríos ejecutando su trabajo. Solo con el tiempo se han ido desmontado esos lugares comunes, mostrando cómo los servicios secretos, desde la CIA hasta el MI5, pasando por el infame Mossad, no son más que bandas de asesinos pagados y protegidos con la inmunidad del Estado. Por lo regular, un montón de incompetentes depravados, dotados de medios que de alguna manera los hacen ver más grandes y fuertes de lo que realmente son.

El comisario Luigi Calabresi fue uno de estos asesinos pagados y protegidos. A su alrededor se creó el mito del invencible, cuya fuerza esencial derriba todo obstáculo que se le presentan.

La primera grieta en este mito apareció en el juicio contra Lotta Continua[3], donde Calabresi se vio en dificultades. Se le acusó, precisamente, de lo antes señalado; de haber matado, o al menos participado en el asesinato de Pinelli. Su respuesta balbuceante aún es recordada por muchos compañeros.

El 17 de mayo fue un mal día para el jefe policíaco. Todo parecía ir como de costumbre, la rutina matutina habitual: el desayuno, el saludo a la esposa embarazada, los dos niños, uno de dos años y el otro de once meses, ¡qué escena familiar!

Incluso el verdugo tiene familia. Parece imposible, pero es así. Y la familia del verdugo ve el trabajo del verdugo como el de un funcionario de Estado con cierto nivel, ya que el trabajo del verdugo requiere especializaciones que no todos pueden alcanzar. Detrás de la máscara que oculta al verdugo, también hay espacio para la prolífica esposa y la numerosa descendencia.
Aquel fatídico día, sobre las nueve de la mañana, más o menos, el jefe de policía Luigi Calabresi sale a la calle. Allí le espera su destino, exactamente a las nueve y cuarto, en forma de dos balas, la primera y luego la segunda.

Informe: Lesiones craneales, meninge-cerebrales, causadas por dos proyectiles de arma de fuego (región occipital derecha).
La ambulancia de la Cruz Blanca de Vialba grita su emergencia por las calles de la ciudad. A las nueve treinta y siete minutos, el comisario Calabresi muere en el hospital de San Carlo.

A la autopsia del cadáver de Pinelli asistieron los profesores Ludovi, Mangigli y Falsi. ¿Quiénes eran estas personas? No se sabe. ¿Algún tipo de forenses? No lo creo, al menos uno de ellos era de los servicios secretos, como vimos en una nota marginal publicada varios años después.

¿Por qué esta presencia? Porque, una vez más, no estaban seguros de que todo se hiciera según las normas (¿demasiada gente en el despacho de Calabresi?), y querían terminar cuanto antes, masacrando con prisa y furia lo que quedaba de nuestro compañero.

Una cosa es cierta: si el trabajo de Calabresi fue un desastre macabro (resultó que Pinelli tenía tres zapatos en los pies), el trabajo de los anatomistas se hizo perfectamente. Después de eso, no fue posible ningún contraexamen.

Calabresi, después de salir por el portón de su casa se dirigió a mitad de la calle donde estaba el Fiat 500 de su esposa. A los lados había dos autos, un Primula y un Opel. Un primer disparo impacta el hombro derecho y cae, el segundo le vuela parte del cráneo. El espacio entre el Fiat 500 y el Opel se va llenando de sangre.

La gente presente no corre inmediatamente del lugar de los hechos, casi nadie se dio cuenta de que se han realizado disparos. En la atmósfera primaveral sonaron como explosiones producidas por un coche deteriorado. Entonces alguien ve el cuerpo tendido en el suelo, la sangre todavía extendiendo su mancha púrpura. Se llama a la policía, a los carabineros, a la ambulancia, en fin, pasa todo lo que suele suceder en estos casos, como una vieja escenografía repetida. La diferencia es que también intervienen altos mandos de la policía milanesa. Guida tiene los ojos llenos de lágrimas. El viejo carcelero de las prisiones fascistas, experimentado en tantos crímenes y torturas, se conmueve al ver el cuerpo del fiel colaborador en el suelo, bañado en sangre.

El funeral del “comisario de la ventana” fue fastuoso, con muchas coronas de flores. El cadáver fue llevado a la iglesia. El obispo auxiliar de Milán celebró el rito fúnebre: «un brillante ejemplo de devoción al deber». Es increíble ver cómo esta gente no tiene ni un mínimo sentido del pudor. El cardenal Colombo, refiriéndose a una declaración de la señora Gemma Calabresi, dijo: «El perdón de la viuda es la flor más hermosa que florece sobre la sangre del comisario asesinado». Cosas que no se pueden creer.

Perdón. Qué palabra tan mágica. Tendríamos que esperar años para volver a escucharla, por otras personas, en otros contextos, pero siempre en relación con la muerte de Calabresi.

Pero vayamos en orden.

De aquella mañana de mayo, alguien, después de tantos años, parece recordar algo. Qué mecanismo tan espléndido y maravilloso es la memoria. La memoria del arrepentido, además, merece un estudio aparte. En la localidad de Massa, hay un tipo que vende crepas, que tiene un puesto de crepas, tal vez también vende cocacola y naranjada, no lo sé, pero parece un vendedor honesto que se gana la vida. Al contrario, bajo ese aspecto pacífico se esconde un peligroso criminal.
Además, este peligroso delincuente habla, cuenta historias, relata lo que hizo la mañana del 17 de mayo de 1972 en la calle Cherubini cuando, en un coche, estaba esperando, esperando, esperando.

¿Pero a quién esperaba?

Nuestro amigo dio un nombre, luego otros dos, señalándolos como responsables del asesinato de Calabresi.

Él solo era asistente, chofer del autor material del atentado.

Pero vamos, mi querido amigo arrepentido, ¿es posible que los carabineros solo tengan un registro y que siempre hagan recitar la misma historia a todos los que aceptan ponerse el traje del infame?

Lo mismo hizo aquella jovencita en el proceso de Roma contra los anarquistas (aún activo en la Corte de Assise), entre constantes “no recuerdo”, repite solo lo aprendido de memoria del informe preparado por carabineros.[4]

En su relato, el arrepentido solo recita un guión detestable.

Por último, hay una cosa que los magistrados no saben, que el arrepentido en cuestión no sabe, que nadie sabe, y es que yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi, el 17 de mayo de 1972, en la calle Cherubini 6, en Milán, a las nueve y cuarto de la mañana. Y eso resuelve el caso, definitivamente.

Pero no nos anticipemos.

Lo que le esperaba al comisario en la calle Cherubini era una vindicación.

El cuerpo de Pinelli salió de la morgue el 20 de diciembre de 1969 en un absoluto silencio.

Eran las tres y cuarto. Empezaba a llover.

Nos dirigimos hacia la calle Prenestre.

La esposa, Licia, había emitido un comunicado: «Deseo firmemente que el funeral de Pino Pinelli, abierto a todos los amigos que deseen participar, se celebre de forma estrictamente privada, sin la participación de grupos organizados, delegaciones o símbolos».

No sé por qué hizo esa declaración, ciertamente no por las mismas razones que personalmente, en mi corazón, también había alcanzado: los símbolos, las pancartas de agrupamientos, quizás incluso las banderas al viento, habrían estado fuera de lugar.

Solo debía estar una bandera negra, pero al final hubo banderas más que suficientes.

Una corona de flores llevaba las palabras: «Los anarquistas no te olvidarán».

Me pregunté si no íbamos a olvidar a Pinelli, al menos lo que le habían hecho. La duda se mantuvo hasta el Cementerio Mayor.

Fosa 434, lote 76.

Ya no había dudas. Yo, igual que los mil compañeros presentes no tuvimos más dudas.

Había que matar a Calabresi.

Addio Lugano Bella[5].

La vindicación es una cuestión de dignidad. La enormidad del acto no debe ser proporcional a la muerte de Pinelli, ni siquiera a la masacre de quince personas y noventa heridas. Se trataría de un cálculo puramente jurídico, quizá no muy diferente al previsto en el código penal. Y, en ese sentido, no me interesaría.

La vindicación es un exceso en sí misma, no por el ataque que realiza. Por tanto, si miramos la relación en sentido contrario, el asesinato de Calabresi no fue una venganza proporcional, proporcional a las muertes en Piazza Fontana o a la muerte de Pinelli. Incluso visto en este sentido, volvemos a caer en el cálculo legal anterior.

La vindicación es, por tanto, un exceso.

No ojo por ojo, diente por diente, que ya en la formulación bíblica constituía una racionalización de los anteriores comportamientos vengativos e imprevisibles, y por tanto un auténtico código penal, mientras que a la mayoría le ha parecido, de forma equivocada, una simple venganza.
El exceso contenido en la vindicación barre toda equivalencia, toda proporción. No es vindicación si no va más allá, si no borra bárbaramente al enemigo, si no lo elimina, o al menos si le inflige un daño de tal magnitud que haga imposible olvidarla.

Si la vindicación hubiera sido proporcional, entonces habría sido impuesta por todo el sistema social, por lo que también estaría encerrada en un código, tal vez no escrito, pero aún así un código.
El entorno me obligaría a vengarme, siguiendo las normas, porque de lo contrario estaría mal visto y mal considerado, si no me vengara o si lo hiciera en exceso, creando repercusiones perjudiciales para el propio entorno.

En cambio, si es mi dignidad lastimada la que me impulsa a la vindicación, solo soy responsable ante ella, y es con ella, es decir, con la parte lastimada de mí mismo, con mi conciencia, con la que tengo que ajustar cuentas. Y conmigo no hay medias tintas, soy una totalidad indisoluble conmigo mismo, soy el mundo, la totalidad del mundo, y quien viola mi dignidad anula el mundo, me destruye como conciencia del mundo a través de mí mismo, y merece ser borrado de la faz de la tierra.

Ciertamente, pocas personas comprenden el profundo significado de su dignidad. Ahí radica el misterio de ciertos comportamientos que nos parecen inexplicables. Nietzsche se siente lastimada en su dignidad humana al ver a un cochero azotar a su caballo, e incapaz de resistirse al mundo que ha caído en una brutalidad insensible, decide borrar ese mundo, borrar su propio mundo, borrarse a sí mismo en la locura. Por la misma razón, otros compañeros, ante su dignidad lastimada, borran el mundo de otra manera, se borran a sí mismos en el suicidio.

Esta forma de ver la vida se desarrolla y acaba convirtiéndose en esencial a medida que nos damos cuenta de lo absurdo de las reglas formales que sancionan a la llamada sociedad, por no hablar de las leyes que determinan las condiciones de existencia del Estado. Leyes y comportamientos que, si vamos más allá, aparecen no sólo como instrumentos del enemigo para asfixiar e imposibilitar esa poca libertad que es posible arrancar, incluso en una sociedad administrada y controlada, sino en sí mismos como verdaderas deformaciones, comportamientos aberrantes aunque parezcan motivados por la mejor de las buenas voluntades.

La crítica de la vida cotidiana produce una conciencia que, con el tiempo, se vuelve cada vez más aguda y sensible, cada vez más activa en el descubrimiento de otros terrenos de desolación y aislamiento.

Todos los lugares comunes del posibilismo democrático, las ilusiones de la política, las posibilidades del movimiento histórico, las concesiones institucionales, el carácter saneado de ciertos reconocimientos, todo se desmorona. Queda la tierra arrasada, entonces debe tomarse una decisión. Si la conciencia es capaz de penetrar la realidad, se descubre el tejido que constituye la trama de las relaciones sociales, esa tela fina y casi intangible que a menudo se cubre con atrayentes colores de la oferta con la que se viste la miseria de la dominación, si consigue hacerse patente esa noche intemporal, entonces uno se siente lastimado, profundamente lastimado.

Es la ofensa de milenios de esclavitud y encarcelamiento, milenios de sufrimiento y genocidio, milenios de sumisión a unos pocos grupos dominantes. Nada de lo que ha constituido nuestro pasado merece ser salvado, nada nos ha sido dado, y nada hemos conseguido arrebatar al enemigo, salvo en la perspectiva de una concesión competitiva para entrar en el banquete, aunque sea por unas migajas, por algún estatus marginal, por una insignia, por la reverencia de imbéciles que se creen inteligentes.

Puedes pensar durante años y años en estos temas, leer y pensar, hasta que te sientas cansado y triste, no hay ninguna página, ninguna palabra, ningún gesto de ningún hombre o mujer cerca de ti que te diga algo claro. Puedes permanecer en la oscuridad durante años, como los galeotes antiguos, hasta el extremo, hasta que caigas muerto sobre el remo sin que los demás se den cuenta.

Por el contrario, puede ocurrir que un hecho ilumine por un momento el fondo de la calle, que un hecho atroz te haga ver con nitidez cómo es en realidad el enemigo, de qué material está hecho, de qué crisol infernal ha salido su alma. Si pasa algo así y te encuentras ahí con otras personas como tú, sabiendo que están pasando por la misma experiencia traumática, y los ves, tipos gordos con manos callosas, niños pequeños tratando de tomar una actitud, mujeres maduras corriendo de un lado a otro pensando en los años de la guerra, y los ves, todos con lágrimas en los ojos, impotentes pero con los músculos tensos, si ocurre un evento de este tipo y tú estás en el centro, ya no es un acontecimiento más, un hecho como cualquier otro (millones de personas mueren asesinadas de forma cruel son llevadas al cementerio más o menos de forma precipitada), sino que este hecho tiene un peso diferente, lleva consigo una tensión que no te deja escapar, despiertas sudando por la noche, sentado en la cama, te preguntas qué haces ahí, en tu cama, si por casualidad no eres tú el muerto que se revuelve en su tumba, mientras que el que está vivo, muy vivo, es Pinelli, con su barba franca de ferroviario.
Me doy cuenta de que todo esto puede parecer una lista de sensaciones nacidas de un cerebro exaltado, de mí que, debo confesarlo, aquella tarde en el Cementerio Mayor, tumba 434, lote 76, me puse a llorar sin freno. Efectivamente, se trata de recuerdos que provienen del estado emocional del momento, y a menudo estos estados emocionales exaltados, incapaces de expresarse inmediatamente en algo activo (golpear a un policía, por ejemplo), dan lugar a una frustración que nos hace estallar en lágrimas. Eso es, estoy de acuerdo.

Pero al razonar así se pierde algo de su importancia, reduciendo todo a una suma de personas únicas que viven estados de ánimo únicos, dejamos de lado lo esencial, esa fuerza excepcionalmente importante que surge de muchas personas teniendo las mismas sensaciones emocionales, atraídas por sentimientos casi idénticos (pero nunca totalmente idénticos, por supuesto, lo sé), se sienten mutuamente atraídas hacia la construcción de un todo homogéneo que no necesita de pactos, ni de contratos escritos ni de deudas para constituirse. De repente, esta fuerza colectiva emerge, está ahí, es tangible, puedo tocarla, puedo escuchar su voz, puedo dejarme arrastrar por sus sugerencias, dirigir mi mirada hacia donde me dice que mire, ver con sus ojos hechos de mil pupilas lo que mis pobres ojos miopes no pueden ver, recordar lo que mi pobre mente no puede recordar.

De repente, como si saliera de la cabeza de Zeus, totalmente armada, surge la idea de la justicia. Pero es una idea muy extraña, porque no se basa en ningún pacto, en ningún sistema preferencial. No es una idea que pretenda poner las cosas en su sitio, cambiar el cadáver de Pinelli por el de Calabresi, que no son productos intercambiables. No es una idea que busque garantizar la acción revolucionaria, considerada en general, una legitimidad de continuación: qué confianza pueden tener los explotados en los revolucionarios, si uno es arrojado por la ventana como un montón de cosas viejas, y no hay una reacción. No, tampoco es eso. No es una idea que busque ser conocida, que surja de la propia gente, ya que es cierto que no habrá demandas ni conversaciones de organizaciones específicas de ningún tipo, y hay que decir que un gran número de estructuras han surgido en este tiempo. No es una idea que se eleve por encima de las demás para llamar al orden, que fuera alterado por comportamientos que no respetan las normas, por las fechorías de un cierto comisario Calabresi. Después de todo, no es normal que un acusado sea arrojado por la ventana de una fiscalía durante el interrogatorio.

Si este mundo se basa en la justicia proporcional, en los cálculos numéricos de dar y recibir, de un castigo por la falta cometida y un agravio por el castigo sufrido, es un mundo que no tiene nada que ver con esa idea de justicia que surgió colectivamente en aquel momento, aquella tarde, en el Cementerio Mayor de Milán. Así, esa noche, sin que nadie lo quisiera ni lo supiera, surgió una idea de justicia que no había existido hasta entonces, una idea que supera y hace risible el deseo individual, la fantasía individual de disparar a bocajarro al buen comisario Calabresi, un deseo y una fantasía que ciertamente cultivaron casi todos los presentes, pero que, como todos los deseos y fantasías, poco después, con la vuelta a la vida cotidiana, desaparecen en la nada.

Por el contrario, esta idea de justicia (que podría llamarse “proletaria” si, como se ha señalado acertadamente, el polvo de los milenios no hubiera caído sobre este término, haciéndolo inservible), que, al no saber cómo llamarla, seguiremos llamando, simplemente, justicia; esta idea de justicia ha seguido abriéndose paso entre todos nosotros, nos ha mantenido unidos, compañeros que nunca han estado cerca de mí, que estuvieron presentes aquella noche, a los que solo he visto algunas veces después, en otros lugares, ocupados en otros asuntos, ellos y yo, compañeros para quienes, que quede claro, tengo muy poca estima, cuando no franca antipatía y desprecio, pues por el simple hecho de que ellos también estaban allí esa noche, cada vez que la lejana pero muy viva voz de la justicia me llama, agitando mi corazón, me siento de nuevo cerca de estos compañeros.

Por eso sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi el 17 de mayo de 1972, afuera de su casa en la calle Cherubini 6, en Milán, a las nueve y cuarto de la mañana.

Esos mil compañeros, o más, presentes en la tumba 434, lote 76, del Cementerio Mayor de Milán, todos apretamos el gatillo.

No hay perdón, no hay piedad.

Addio Lugano Bella.

Catania, 12 de julio de 1998
Alfredo M. Bonanno

 

Introducción a la primera edición del libro Io so chi ha ucciso il commissario Luigi Calabresi

 

Notas agregadas:

[1] Paolo Braschi, anarquista de Livorno, detenido en 1969, acusado junto a otras cinco personas de los atentados en la Feria Comercial y en la estación de trenes de Milán, que causaron varios heridos. Calabresi dirigió las acusaciones contra los anarquistas. Braschi estuvo encarcelado por dos años, luego fueron exonerados.

[2] Giovanni Ventura, neofascista que abrió una librería y una editorial de publicaciones reaccionarias, aunque también textos marxistas y anarquistas. Fue coacusado con Franco Freda de colocar bombas en trenes de pasajeros y en la Piazza Fontana que provocaron numerosas víctimas. Se les absolvió.

[3] Lotta Continua, organización marxista-leninista cuyos dirigentes fueron denunciados, en 1988, por un antiguo miembro de supuestamente haber ordenado la ejecución de Calabresi. Tres acusados fueron condenados a veintidós años de prisión en 1997, mientras que el delator fue perdonado.

[4] En 1995 se inició el Proceso Marini contra decenas de anarquistas. Las acusaciones de pertenencia a una organización insurreccional se fundamentan en la colaboración de una mujer arrepentida cuyos testimonios le fueron dictados por la policía. En 2004, once compañeros son condenados a penas de prisión, entre ellos Bonnano.

[5] Adiós, bella Lugano. Canto tradicional anarquista compuesto por Pietro Gori, a finales del siglo XIX, durante su encarcelamiento, tras ser expulsado de la población suiza de Lugano. Es una poesía sobre la anarquía, el amor, el exilio y la venganza. Se le han ido añadiendo versos que exaltan la vindicación anarquista.

Giuseppe Ciancabilla: Una visión del anarquismo italo-estadounidense a comienzos del siglo XX

A pesar de abarcar un breve lapso de tiempo, de 1898 a 1904, la experiencia política de Giuseppe Ciancabilla nos propone recorrer uno de tantos senderos ideológicos generalmente agrupados bajo el amplio paraguas del “individualismo anarquista”. De hecho, fue Pier Carlo Masini quien calificó a Giuseppe Ciancabilla como la persona que dotó al anarquismo individualista italiano de un perfil teórico riguroso. Asimismo, como el pensamiento de Ciancabilla llegó a su completa maduración y definición en el marco de la migración anarquista italiana a Estados Unidos, mi trabajo de investigación recorre su historia personal. He tratado de reconstruir las dificultades y los límites dentro de los cuales se activaba la comunidad anarquista italo-estadounidense de principios del siglo XX, y entender por qué fue tierra fértil para la propagación de las ideas antiorganizativas de este anarquista romano.

Los fundamentos ideológicos del anarco-comunismo antiorganizativo fueron concebidos por Giuseppe durante su estancia en Francia, en 1898, a través del contacto con el grupo cercano a Les Temps Nouveaux. La élite anarquista francesa de la época estaba muy influenciada por las teorías de Kropotkin y, sobre todo entre las bases del movimiento, existía una fascinación por la “edad heroica”, de los attentats, puesta de relieve también por algunos exponentes de la vanguardia artística y literaria de la época. Ciancabilla, recientemente converso al anarquismo tras una carrera en las filas de las juventudes socialistas de la capital italiana, y con experiencia como voluntario en la guerra Greco-Turca, se distancia (todo en suelo francés) de la tesis federalista de Malatesta (la cual rechaza a raíz de los Motines por el Pan en Italia), acentuando el lado demoledor del accionar anarquista y proponiendo una noción espontaneísta de la revolución, determinada por la acción ilimitada de pequeños núcleos, en los que la “propaganda por el hecho” conservaba una importancia fundamental.

La concepción anarquista de Ciancabilla pudo ser plenamente formulada debido a la polémica con Malatesta y el grupo Diritto dell’Esistenza de Paterson, Nueva Jersey, que, precisamente por diferencias ideológicas y aprovechando la llegada del líder anarquista (Malatesta) le despojó de la dirección de La Questione Sociale, en septiembre de 1899. Sin embargo, incluso durante la primera incursión en el mundo editorial en la que había desempeñado un papel central, con L’Agitatore de Neuchatel, Ciancabilla había tenido ocasión de posicionarse sobre los atentados individuales de los que nunca se distanció. Frente al ataque de Luccheni, aquel cuestionó el sentido de una acción que golpeaba a quien hacía tiempo tenía poco que ver con los palacios de los poderosos. Ciancabilla, en contraste, firmó un artículo en el que elogiaba al asesino y sostenía que correspondía a los anarquistas reivindicar cualquier acto de ruptura con el orden establecido, independientemente de su utilidad.

En Estados Unidos, este joven romano se ajustó al ambiente de los diversos grupos anarquistas italianos que habían empezado a surgir durante la última década del siglo XIX. La migración italiana a Estados Unidos comenzaba a experimentar un crecimiento crucial, pero el verdadero auge se produjo entre la segunda mitad de la primera década del siglo XX y la Primera Guerra Mundial. Los trabajadores que llegaban carecían, en su mayoría, de experiencia en la organización de clase y, en el caso de los pocos que habían emprendido una actividad política en su país de origen, esta se había limitado a fricciones con la ley, dado que el clima reaccionario de la Italia de finales del siglo XIX había perjudicado, en general, con cualquier labor real y cotidiana de propaganda dentro de las organizaciones obreras que empezaban a expandirse en aquella época.

Al otro lado del Atlántico, la propaganda anarquista encontró sus mayores obstáculos en la ignorancia de los emigrados y en el papel desempeñado por “peces gordos” que se ofrecían como intermediarios entre la comunidad étnica y la realidad americana, cuya posición dominante era en sí misma una garantía de que persistiría la desventaja cultural de los emigrados. En este contexto, los grupos anarquistas representaban una “colonia dentro de la colonia” y gran parte de su actividad se dedicaba a proteger la herencia ideológica y la tradición anarquistas, que eran las piedras de toque en torno a las cuales podían aglutinarse los distintos grupos, lo que hacía de cualquier súper-estructura organizativa (que las inciertas circunstancias de los propios trabajadores dificultaban) redundante. Así, era natural que, tácticamente, se prefiriera la acción revolucionaria libre de cualquier vínculo programático y basada en formas de entendimiento interindividual orientadas a fines propagandísticos específicos. El abanico de valores promovidos por los anarquistas (anticlericalismo, antipatriotismo, amor libre) ofrecía un “mundo al revés” que a menudo infundía cierto temor al resto de la comunidad de emigrados italianos. Así que era más fácil abrirse a los contactos con otros grupos de inmigrantes, especialmente “los latinos”, pero dentro de los parámetros del mundo anarquista, con sus tradiciones e ideologías compartidas, que atraer a otros trabajadores italianos no politizados a los que se llegaba principalmente a través de las innumerables empresas recreativas que todos los grupos anarquistas promovían sin descanso.

Al mismo tiempo, la sociedad americana, imbuida de sentimientos xenófobos hacia estos “nuevos inmigrantes”, era hostil con los italianos, y mucho más a aquellos grupos politizados que, se creía, traían consigo incendiarias teorías de violencia clasista contrarias a las tradiciones democráticas de la República. La tradición anarquista nativa, cuyo máximo exponente en aquel momento era Benjamin Tucker, estaba ligada a una perspectiva individualista pacifista con la que la migración anarquista tenía mucha dificultad en aprobar. Además, los sindicatos estadounidenses, encabezados por la American Federation of Labor, apostaban por un sindicalismo economisista que descartaba cualquier perspectiva de cambio radical en las relaciones de producción y se limitaba al sindicalismo “puro y simple”; ocupado en organizar al segmento respetable de la clase obrera estadounidense, es decir, trabajadores blancos con tradición organizativa, excluyendo a nuevos inmigrantes no calificados que eran protagonistas involuntarios de la reestructuración empresarial y que parecían socavar el poder del trabajador blanco, en términos de velocidad en el proceso de producción. Al respecto, la organización sindical estadounidense con su política corporativa y sus elevadas cuotas de afiliación mantuvieron alejados a los trabajadores italianos y reprodujo en sus filas las diferencias étnicas que también se daban en el contexto de la jerarquía fabril.

En vista de ello, los anarquistas italoamericanos desafiaron la línea moderada de los sindicatos, estructuras centralizadas y burocráticas, e intentaron sacar provecho de la rebeldía de los inmigrantes, que las violentas relaciones de producción hacían inevitable, y se esforzaron por encender el conflicto de clases.

En este contexto, la propaganda de Giuseppe Ciancabilla (apelando a los valores de la “pureza anarquista” rechazaba cualquier compromiso, ya fuera con grupos ajenos al anarquismo o enmarcados en el sindicalismo) orientó el actuar de la militancia anarquista italiana en Estados Unidos a principios del siglo XX. Además de sus dotes como agitador y sus múltiples contactos en Europa, su periódico funcionó como una caja de resonancia que aprovechaba los estímulos de la renovación teórica del anarquismo internacional, aunque en el horizonte de una visión espontaneísta de la revolución. En este sentido, su trabajo fue importante como vehículo para comunicar tácticas y teorías frescas que fueron heredadas en las luchas obreras estadounidense. Hay que señalar, por ejemplo, el entusiasmo suscitado por los éxitos iniciales de los anarquistas franceses implicados en el movimiento obrero, hizo que Ciancabilla lanzara una campaña en Estados Unidos a favor de la huelga general revolucionaria.

En efecto, Ciancabilla se obstinó en rechazar todo trabajo metódico en el seno de las organizaciones obreras y afirmaba que los esfuerzos debían orientarse a “crear la mentalidad” para la huelga general, que no era más que transferir al terreno de las relaciones de producción la concepción insurreccionalista y voluntarista de gran parte del anarquismo. Así, una serie de panfletos y contribuciones de los principales exponentes del anarquismo francés fueron presentados en su editorial, y estaban a disposición de la militancia en salas de reunión, además de asociaciones creadas por diversos grupos, permitiendo que las ideas circularan, representando un importante bagaje ideológico para los inmigrantes italianos en Estados Unidos.

Las palabras violentas con la que estaba cargado el periódico de Ciancabilla alimentaron un sentimiento reivindicativo, sentimiento que muchos migrantes forzados a partir por la pobreza o escapando de problemas con la ley, debían sentir hacia la tierra que les había rechazado. No es casualidad que fuera Gaetano Bresci quien emprendiera su misión desde la comunidad italo-estadounidense, ni que su nombre figure entre los suscriptores de L’Aurora, uno de los periódicos de Ciancabilla.

Evocar Italia, parecía ofrecer buenas perspectivas de desarrollo revolucionario en los Estados Unidos de principios del siglo XX. Debido a la constante comunicación, la inclinación antiorganizativa del anarquismo italo-estadounidense ejerció una influencia significativa sobre el movimiento en su país natal. Ciancabilla participó personalmente en las furibundas discusiones que en aquella época dividían a los anarquistas italianos organizacionistas en torno a Il Pensiero, el periódico de Gori y Fabbri, de los antiorganizacionistas en torno a Il Grido della Folla de Milán. En este último periódico empezaban a aparecer los primeros artículos en los que se apreciaba una inconfundible influencia stirneriana y nietzscheana. Hay que decir, sin embargo, que el anarquismo antiorganizacionista de Ciancabilla se mantenía esencialmente alejado del exasperado egoísmo antisocial, cuyos primeros síntomas habían empezado a surgir en algunos de los exponentes del anarquismo italiano de principios del siglo XX. Sin embargo, se podían encontrar puntos en común con las corrientes stirnerianas, en una oposición compartida contra el anarquismo “aletargado” de Gori y Fabbri, además de la disposición a reivindicar cualquier acto de revuelta contra el orden burgués. Esto siempre había formado parte de la herencia ideológica de Ciancabilla.

Mario Mapelli

Fragmento del libro Fired by the ideal: Italian-American anarchist responses to Czolgosz’s killing of McKinley.

La anarquía no es un pasatiempo

¿Por qué hoy en día un gran número de anarquistas únicamente se dedica a pedir derechos y mendigar dignidad?

Esta es una pregunta que me asalta con demasiada frecuencia últimamente y una y otra vez, de manera constante y por muchas vueltas que le dé al problema, la respuesta que asoma de mis labios es siempre la misma: miedo. Luego, al recapacitar sobre la respuesta vislumbro otra posible solución más concreta, más específica, no tan etérea como la palabra «miedo» y es que: no hay anarquistas. Esa sí es la respuesta correcta. Hay un número muy limitado de verdaderos ácratas luchando por vivir en libertad o al menos intentando llevar a cabo tan ansiado propósito. Un individuo que se considere a sí mismo anarquista no puede ni debe tener miedo a vivir según sus ideales y su ética ya que hacerlo sería manchar el nombre de todos aquellos que murieron por defender La Idea. Excusarse en el miedo para no vivir al margen de la sociedad, de su justicia y sus leyes es vergonzoso y un acto de cobardía por muchas excusas que se me pongan delante.

Sería pretencioso por mi parte decir que tengo la poción mágica para contrarrestar este mal ya que dicha solución únicamente se encuentra en poder de cada individuo. Tampoco la búsqueda de un remedio a dicho problema es el propósito de este texto. Lo que sí pretendo es abrir los ojos de los compañeros para poder desenmascarar a todos esos falsos anarquistas, señalar a esos gurúes que pululan por Internet gracias a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, a los blogs y demás plataformas virtuales y que se alzan como únicas voces autorizadas dentro del movimiento. Nuestra lucha contra este anarquismo de consumo tiene que ser feroz y brutal.

Tomemos el ejemplo que nos ofrece Internet. La web se ha convertido en el centro, casi único se podría decir, de la discusión política, no solo en este país sino en prácticamente todo el mundo. El parlamentarismo es un nido de corrupción que funciona a base de favores y prebendas, los movimientos sociales solo buscan mejoras —de trabajo, de vivienda, etc.— dicho de otro modo, las migajas que el sistema regala con cristiana caridad.

Gracias a las redes sociales el flujo de información es constante y, lo que es más importante y a la vez más dañino, a una velocidad de vértigo. Lo que se creía como un arma para debilitar al sistema es en realidad un arma para mantener a las personas perdidas en un laberinto de colores llamativos. La masa de borregos ha vuelto a picar y ya disfruta de dos prisiones, su vida real y su vida virtual. ¿Hasta qué punto nos puede afectar la fusión de ambas vidas? No hay que ser muy docto en psicología para darse cuenta del peligro que acarrea perder el contacto con la realidad al quedar subordinado al falso enriquecimiento que aporta la vida virtual.

Hoy en día por la red circula una abrumadora hueste de «teóricos anarquistas». Las redes sociales parecen cumplir la función antaño asignada a los dioses. Esa «mágica» capacidad de convertir en «profeta» a cualquiera que dispusiera de un altillo, voz potente y una nutrida colección de consignas morales, hoy la suplen estas plataformas encumbrando a quien disponga de un dispositivo electrónico que le permita mandar un eslogan ambivalente en ciento cuarenta caracteres. No importa lo que se diga. Da igual si el que suscribe esas arengas no vive según lo que predica. Quién se va a enterar de que soy un impostor si mis «fans» viven a kilómetros de distancia. Las redes sociales son un reflejo prístino de la sociedad en la que vivimos. Aparentar es lo realmente importante. A estos «teóricos de la anarquía 2.0» no les interesa despertar las mentes ni que se abran nuevas posibilidades de lucha. Lo único importante para ellos es simular y presumir. La vanidad y el egocentrismo crecen con fuerza al ver cómo aumenta su manada de aduladores y pelotas, de llorones y victimistas, en definitiva, de borregos sin amor propio y con una misión única en la vida: ser la carnaza perfecta para estos nuevos gurúes de la autoayuda. Sí, un poder de esa magnitud es difícil de rechazar, ¿verdad?

Ese es el panorama actual en la red, pero, y ¿cuál es el paisaje en la calle?

No tengo razón alguna para ser más optimista en esta cuestión. Las calles están vacías. Una trampa —típica de trilero, por cierto— en la que se cae mucho en las redes sociales es hacernos creer que somos muchos y que estamos preparados para una «revolución social». La hostia que te da la decepción si no estás preparado es salvaje, esto es un hecho palpable. La lucha obrera y sus sindicatos están muertos. El anarcosindicalismo tiene en la CNT una organización férrea y jerarquizada que reproduce viejos hábitos contra los que dice luchar. Los movimientos sociales están totalmente institucionalizados y el daño que ha hecho el 15M a la movilización espontánea en las calles ha sido devastador. ¿Qué nos queda? Las asambleas de vecinos en los barrios, hay pocas pero las que están se mantienen vivas aunque su lucha poco o nada tiene que ver con la anarquía, no buscan una confrontación contra el Estado, se trata más bien de una batalla por la supervivencia. Bravo por ellos. Luego tenemos los centros sociales que según lo que yo observo se limitan a realizar una actividad cultural y de ocio. Parece que la liberación de espacios, al menos en los últimos años, se está volcando en los suburbios que presenten un movimiento vecinal medianamente fuerte para así tratar de lograr el apoyo de las gentes del barrio, colaboración que me parecería magnífica si detrás de esa marea popular no se ocultara el oscuro objetivo de lograr la legalidad por parte del Estado para mantener esos centros sociales en funcionamiento. Ciertamente no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que tras esos colectivos se esconden ciertos elementos desestabilizadores, todos sabemos que hay policías y fascistas infiltrados, pero me refiero a esos personajes más cercanos a la mal llamada democracia participativa que a la anarquía y cuya única misión es desarticular y torpedear la lucha para poder ponerse a cubierto bajo el paraguas de las instituciones. No critico estas luchas pero estoy convencido de que tanta organización y repetición de roles y formas de creación paralelas al sistema, cuando no imbuidas por él, se alejan mucho de mi visión de la anarquía.

Para finalizar, me gustaría decir qué es lo que yo echo en falta:

Echo en falta individuos. Tenemos una carencia significativa de individuos que piensen por sí solos y que vivan por y para sus ideales. Los anarquistas son aventureros por naturaleza, necesitan experimentar en primera persona, viajar para conocer gentes nuevas y culturas diferentes. Se desplazan buscando siempre una nueva lucha a la que aportar su granito de arena. Se mueven sin descanso con la finalidad de encontrar afines con los que colaborar, trabajar, crear, en una palabra «vivir». Sin movilidad, el anarquista se marchita.

Echo en falta mucha más praxis. Los anarquistas tienen que llevar a la práctica y aplicar toda la teoría de la que se nutren. Hay que okupar una y otra vez sin descanso y en cualquier rincón de este puto planeta. Hay que expropiar al Estado, al rico, al burgués, al patrón y a todos sus cómplices. Hay que sabotear a las fuerzas represoras del Estado y la propiedad privada que defienden como perros. En definitiva, atacar sin piedad todas las infraestructuras que mantienen en funcionamiento este asqueroso y podrido sistema.

Echo en falta, en definitiva, coraje. Hay que desprenderse del miedo, tanto el individual como el adquirido a través del grupo, el pánico colectivo es el más peligroso. La obsesión por crear una «sociedad anarquista» coacciona al individuo y le paraliza con un terror atroz que le impide vivir la anarquía y mientras no se quite el disfraz, rompa con todo y se lance a vivir según su ética y su coherencia no será más que un proyecto que en lugar de crecer se diluye atrapado en el sistema. Los anarquistas no le temen a nada ni a nadie. Nada de lo que he dicho anteriormente es una utopía. Si yo puedo hacerlo, también puedes tú.

Hobo, julio 2016

Tomado del blog Prometeo Encadenado Site

La Banda Bonnot, en memoria

Al rededor del año 1910, la población de Francia quedó atemorizada ante el surgimiento de un tipo de “bandolerismo” inspirado por teorías proyectadas y defendidas en el ámbito anarquista. Sucedió que la juventud anarquista se aglutinaba en torno a un tal Jules Bonnot, él mismo un ácrata perseguido por la policía y calificado de peligroso.

Bonnot le había declarado la guerra a la sociedad, era su guerra personal. La conflictividad ocasionada lo colocó en la mira. Se vio obligado a huir para evitar ser detenido por delinquir contra las condiciones que provocan injusticia social. Encontró afinidad y refugio con compañeros y amistades, pasando de uno a otro, comprometiendo involuntariamente a muchas personas que no tenían nada que ver con sus actividades ilegalistas. Como resultado, la policía detuvo a muchos de ellos y, ciertamente, acusó a un gran número de participar en una supuesta conspiración criminal. En concreto, incriminaron a un tal Dieudonné, al que se condenó a muerte.

Podría decirse que, en aquel momento, el ambiente anarquista se encontraba en efervescencia. La primera guerra mundial estaba por iniciarse, y las posiciones anarquistas evolucionaban, buscando una especie de madurez, adoptando nuevas nociones y prácticas, especialmente después de la traducción del libro de Stirner “El Único y lo que le es propio”.

Aunque los anarquistas arrestados fueron tratados como una banda organizada, en realidad no existía ninguna banda, ni ninguna organización constituida, solo individuos con opiniones similares. No tenían jefes, ni impulsores, su única conexión era su visión anárquica.

Bonnot y Garnier, con algunos de sus amigos, se conjuntaron tras coincidir en las formas de accionar, convirtiéndose en una amenaza para la policía, pero acusar a la filosofía anarquista de ser responsable de los crímenes cometidos por ellos es absurdo y torpe. Todos los partidos políticos que han existido practicaron, alguna vez, la violencia y organizado el “extremismo”; la mayoría de las sectas cristianas lo hicieron, también realistas, republicanos, socialistas, comunistas, etc., siguieron la misma tradición.

La particularidad de la “tesis” del “ilegalismo”, que seguían Bonnot y sus amigos, no fue nada nuevo. Antes de 1900 aparecieron numerosos “ilegalistas” que pretendían arrebatar a la burguesía parte de sus vanas propiedades. Por supuesto que estos “ilegalistas” expresaron ideales puros y coincidieron en atacar a los “enemigos del pueblo”. Pueden mencionarse algunos muy característicos como Pini, Duval, Ravachol y, especialmente, Jacob, capturado luego de realizar una serie de operaciones típicamente idealistas. (Pese a que Jacob mató de un tiro a un policía, él no fue condenado a muerte, sino recluido en la Guayana Francesa de por vida. Salió de prisión después de 25 años)

Me gustaría escribir un poco sobre Stirner, el verdadero divulgador del individualismo tal como lo concibo, pero no puedo hacerlo aquí ni ahora.

Stirner dio a la banda de Bonnot argumentos sólidos. Nada le estaba prohibido al individuo, ni a su “yo”. Cito: «La masa está de un lado y yo del otro… mostraré de lo que soy capaz. No soy un “yo” al lado de otro “yo ”, soy uno solo, el “único”… puedo hacer lo que me plazca, es este “yo” el que vive, se desarrolla y se da forma».

Así, las ideas ilegalistas se arraigaron entre la juventud al encontrarse en nuevos espacios de debate. De modo que discutieron y decidieron su proyecto. ¿Por qué deberíamos sorprendernos? Eso es humano y lo demostraron siendo humanos todo el tiempo.

El accionar de la banda comenzó el 11 de noviembre de 1911, cuando dos sujetos bajan de un automóvil para asaltar a un administrador bancario en céntrica calle de París, le disparan por resistirse y le arrebatan bolsas de dinero. El hombre resultó gravemente herido y sus agresores escaparon. Mediante denuncias y fotografías se logra identificar a Garnier, compañero de Bonnot. Así, la policía se entera que los ladrones eran anarquistas. Existe el antecedente de la banda de Jacob, 12 años atrás. Por tanto, se dedican a localizar y arrestar a toda persona relacionada con Bonnot.

En este punto aparece el caso de Dieudonné, un hombre inocente que no tenía nada que ver con el caso, pero que fue enviado a prisión de por vida tras anularle la pena capital. En su caso, lo único que tuvo que hacer la policía fue incriminarlo e inducir a las víctimas a reconocerlo. Muy sencillo, pero no tan eficaz, ya que no se atrevieron a ejecutar la sentencia. Dieudonne finalmente fue excarcelado de la Guayana Francesa, 12 años después.

Todos los implicados con la banda Bonnot eran abiertamente anarquistas, fueron cientos de personas a las que no se procesó, pero fueron fichadas. Cuando se celebró el juicio el 3 de febrero de 1913, presentaron a veintitrés personas ante los tribunales de París. Era verdad que algunos de ellos ayudaron a Bonnot y Garnier en la realización de algunos robos, sin embargo, justificaron la “acción directa”. Además, como afirmó uno de ellos, querían “vivir la vida”, darle “sentido” a la existencia. También necesitaban el dinero. En fin, demasiadas razones. ¡Que dios bendiga sus almas!

De todos modos, veintitrés presuntos cómplices (tres mujeres entre ellos) lucharon contra los jueces durante dos semanas, del 3 al 27 de febrero. Cuatro de ellos fueron absueltos, un escritor y las tres mujeres. Luego, aquel escritor fue vuelto a juzgar por otro cargo y pasó ocho años preso. Después escapó de la Guayana Francesa y aún vive, sano, satisfecho y felizmente libre. En cuanto al resto, cuatro fueron condenados a muerte, a tres los guillotinaron y a uno le conmutaron la condena de ejecución por prisión perpetua. De los demás, cuatro recibieron cadena perpetua y el resto condenas de diversa duración. Entre los que no fueron arrestados, algunos desaparecieron y nunca más se supo de ellos.

Bonnot, Garnier y dos más, Valet y Dubois, cayeron en combate, muriendo con las armas en la mano. Después de un año de ser perseguidos, Bonnot y Dubois fueron sitiados en una casa y acribillados ahí mismo. Garnier y Valet tampoco se rindieron, como Bonnot, resistieron valientemente el asedio, hiriendo a varios policías y soldados que los rodearon antes de morir. No me queda espacio para detallar todo lo que hicieron estos hombres. Tampoco puedo determinar si estuvieron bien o mal, y no quiero hacerlo. La banda de Bonnot quizá fue un fracaso, eso no me importa. Estas personas vivieron sus vidas, y se mantuvieron firmes desafiando a la muerte. Murieron valientemente, enfrentándose a la policía y al ejército, o dirigiéndose con una sonrisa hacia la guillotina.

(De una charla realizada en el Foyer Individualise d’Etudes Sociales, París)

Ernest Bertran

Traducción de artículo publicado en Minus One #13 Marzo/Abril 1966

ACERCA DE LOS CUIDADOS Y EL DULCE OLOR DE LA DINAMITA

Comunicado año 1. Número 1.

Mujeres, esclavas del esclavo: animad a vuestros compañeros a sacudir el yugo que nos oprime a todos por igual. Rechazad las mentiras y embustes de los verdugos ensotanados: arrojadles al hocico sus “reliquias” y sus monos ridículos y engrosad las filas de las libertarias que, unidas a los rebeldes, hacen propaganda, con la pluma, la palabra, y, también con el fusil o la dinamita, destruyendo las madrigueras donde habitan los lobos del poder, del dinero y de la religión. ¡Adelante mujeres libertarias!

Francisca J. Mendoza ¡Tierra!. Núm. 481. 28 de diciembre de 1912

Aproximadamente a las 22 horas del 9 de septiembre de 2023 colocamos un artefacto explosivo hecho con dinamita y gas butano en un camión de carga en la calle 31 de Escárcega, Campeche, con la intención de sabotear la guerra contra la selva que el gobierno de méxico está llevando a cabo con la construcción del llamado “tren maya”.

I. ¡NO ES SOLO UN TREN, NO ES MAYA!

Se trata de un proyecto de destrucción por reordenamiento territorial que pretende instaurar un modelo de “polos del desarrollo” cuyos efectos serán la expansión de las relaciones plenamente capitalistas en la península de Yucatán, lo que provocará la proletarización, desplazamiento forzado, contaminación generalizada, despojo y destrucción de nuestras formas de vida. NO LO ACEPTAMOS.

Este proyecto se impuso a través del funcionamiento de la maquinaria militarista estatal en contubernio con las mafias agrarias que funcionan desde tiempos coloniales en la península de Yucatán; y en las“consultas” amañadas que se hicieron, nunca se nos preguntó a las mujeres de la región nuestra opinión. POR ESO TUVIMOS QUE RECURRIR A LA PROPAGANDA POR EL HECHO, PARA DEJAR CLARO NUESTRO REPUDIO AL PROYECTO.

¡No queremos ver destruida la selva! ¡No queremos dejar nuestras formas comunitarias de vida! ¡No queremos que nuestras hijas se conviertan en sus cocineras, en sus sirvientas o en sus objetos de violación! Y eso es lo que nos ofrece la violencia de su “desarrollo” con el tren.

¡Nuestrxs hijxs serán libres! ¡Libres como la selva! Nosotras no queremos violencia, pero han sido el gobierno y los burgueses explotadores los que con violencia está destruyendo nuestras formas de vida, nuestros cuerpos, nuestros territorios! ¡Y vamos a defendernos!

¡En este escenario de anfiteatros y devastación que nos quieren imponer, las ética del cuidado en nuestras manos tendrá que adquirir el dulce olor de la dinamita!

II. DISFRÁZ DE MUJER. PIEL PATRIARCAL

Hoy, los comentaristas del poder se jactan —como si fuera un “avance”—, de que en las próximas elecciones en el territorio ocupado por el estado mexicano serán mujeres las candidatas presidenciales. Como si con solo cambiar el cuerpo se cambiara la política. Pero queremos decirles a estas señoras que su feminismo burgués, blanco, racista, de élites, es una basura que no vamos a digerir. Porque tenemos claro que el Estado es la forma jurídica que organiza la violencia del patriarcado, del capital y del colonialismo para someternos. ¡Por eso al estado hay que atacarlo,porque es la fuente de la violencia patriarcal! ¡NADA QUE VENGA DEL ESTADO SERÁ OTRA COSA MÁS QUE VIOLENCIA PATRIARCAL Y RACISMO POR MÁS QUE SE PONGAN UNA MÁSCARA CON CUERPO DE MUJER!

¡No somos mujeres de la selva, somos la selva defendiéndose!

!VIVA LA INSURRECIÓN ANÁRQUICA!

Desde algún lugar de la selva en la península de Yucatán,

Coordinadora de mujeres anarquistas por la defensa de nuestro cuerpo-territorio

¡Presos anarquistas libertad! !Mónica Caballero, Francisco Solar y Alfredo Cóspito, Libertad!

p.d. Saludamos a las compas del comando feminista informal de acción antiautoritaria que han accionado en otros lugares del territorio ocupado por México, porque ellas nos inspiraron para tomar esta vía. Ahora iniciamos el camino en coordinación.

[Recibido vía email]