Relacionar el anarquismo con acciones de violencia intencional puede que sea visto como algo natural para la mayoría de gente, si pensamos en el anarquismo en su conjunto. Aunque para la mayor parte de la juventud anarquista debe ser difícil imaginar que a principios de los años 80, la lucha armada en Canadá no solo parecía posible, sino que un pequeño grupo procedente de la comunidad anarquista de Vancouver se implicó en ella. Además tenían apoyo, pequeño, pero significativo para sus acciones.

Como Direct Action y Wimmen’s Fire Brigade, quienes no se reivindicaban explícitamente anarquistas. Por esa razón tampoco lo hicieron sus simpatizantes. Aunque tampoco nosotros negamos que fuéramos anarquistas. Nuestro anarquismo se desarrollaba más en la práctica política que en la teoría y en la historia. En este debate, la palabra “nosotros” se refiere al pequeño entorno de donde salieron Los Cinco de Vancouver. Sólo aquellos cinco decidieron seguir sus ideas a través de una conclusión lógica; pasar a la clandestinidad. También otros fueron influenciados por procesos similares en distintos lugares, y compartieron el deseo de agitar políticamente en Canadá.

El contexto político para Direct Action era internacional. Entre mediados de los años 70s y principios de la década de los 80s la Fracción del Ejercito Rojo (Rotte Arme Fraktion [RAF]) en Alemania y las Brigadas Rojas en Italia eran las agrupaciones guerrilleras más grandes dentro de toda la variedad de grupos en Europa. La insurrección en Europa parecía posible a pesar del enorme nivel represivo dirigido contra esta militancia que asesinaba políticos y secuestraba ejecutivos. Los periódicos anarquistas canadienses como Open Road, Bulldozer y Resistance se hacían eco en Norteamérica de estas luchas.

La lucha armada también copaba a menudo la agenda en los Estados Unidos. La idea generalizada era que la lucha política había terminado a principios de los años 70s, con el fin de la guerra de Vietnam. Pero incluso si los grupos contra la guerra, y otros movimientos se habían retirado, vestigios de los más militantes habían pasado a la clandestinidad para proseguir la lucha contra el sistema. En la Costa Este, el Black Liberation Army (Ejercito de Liberación Negra) , formado en el momento en que las Black Panthers (Panteras Negras) pasan a la clandestinidad tras haber aprendido la lección de la intensa y letal represión que se dirigió en su contra, estuvo activo hasta el año 1981. El United Freedom Front (Frente Unido de Liberación) y el Armed Resistance Movement (Movimiento de Resistencia Armada) estuvieron activos hasta comienzos del año 1980, atentado contra edificios de gobierno para protestar contra la participación militar estadounidense en América Central, y atacando objetivos corporativos para protestar contra la participación en Sudáfrica.

En la Costa Oeste, grupos como el Symbionese Liberation Army (Ejercito Simbiótico de Liberación) y el New World Liberation Front (Frente de Liberación del Nuevo Mundo) asaltaban bancos, colocaban bombas y secuestraron a Patty Hearst, una adinerada heredera. Estos grupos eran políticamente ambiguos y, desde luego, no eran antiautoritarios. Muchos radicales creían que estaban considerablemente infiltrados por la policía. A pesar de todo, compartían la opinión de que las acciones armadas podían ser efectivas por el impacto que generaban.

También había muchos grupos autónomos pequeños, algunos de los cuales eran explícitamente anarquistas o antiautoritarios, que estuvieron activos hasta el final de la década. Bill Dune y Larry Giddins, por ejemplo, son dos anarquistas que continúan encarcelados en los Estados Unidos, hoy en día, por acciones que tuvieron lugar en aquella época. Bill y Larry fueron arrestados en octubre de 1979 tras un tiroteo en las calles de Seattle cuando intentaban sacar de la cárcel a un amigo.

El más conocido de estos grupos de la Costa Oeste era la George Jackson Brigade (Brigada George Jackson), que estaba formada por anarquistas y marxistas. Cometieron una serie de acciones en la zona de Seattle, a finales de los 70, a menudo en apoyo al movimiento de los presos, el cual era bastante fuerte por aquellos años. La GJB era antiautoritaria, pro-mujeres, pro-gays y lesbianas y defendía lo colectivo, a diferencia de los partidos políticos. Incluso aunque todos estos grupos fueron finalmente aplastados, llegaron a ofrecer una alternativa política al organizar manifestaciones y publicar periódicos.

Open Road en Vancouver, Bulldozer en Toronto, y Resistance, que empezó en Toronto y luego se mudo a Vancouver, cubrieron la resistencia armada en los Estados Unidos y la posterior represión. Esta cobertura jugo un papel muy importante cuando sus simpatizantes en Estados Unidos estaban separándose, y la izquierda mayoritaria intentó distanciarse de ellos tanto como pudo. Nosotros publicamos comunicados explicando las acciones. Les proporcionamos coberturas de apoyo en sus juicios y les ofrecíamos publicar escritos de los combatientes que habían sido capturados. La revolución, o como mínimo una lucha prolongada, parecía algo totalmente posible. Los Cinco eran, en su mayor parte, producto de la ola de la lucha armada en Norteamérica, y parte de la mecanismo político-antibelicista del creciente movimiento anti-OTAN. Nuestra perspectiva era bastante internacionalista, incluso aunque entendíamos que era necesario trabajar dentro de nuestras situaciones locales y nacionales.

En la primavera de 1982. una bomba destruyó, casi completamente subestación hidráulica de Cheekeye-Dunsmuir. Esta construcción contó con una fuerte oposición de los residentes locales en el terreno medioambiental. Se pensaba que conduciría a la industrialización de la Isla de Vancouver y a la construcción de plantas de energía nuclear para exportar las ganancias a los Estados Unidos. Cientos de kilos de dinamita pusieron fin a ese plan en medio de su proceso.

Hubo bastante apoyo local para la acción. No estaba claro si Direct Action, que había reivindicado la acción, era un grupo anarquista o no, pero no habría supuesto ninguna diferencia en el sentido de la misma.

La acción había incrementado las apuestas políticas en Canadá. Pero como el atentado había tenido lugar en un parque natural, fue fácil de ignorar. La siguiente acción no lo sería.

A última hora de la tarde del 14 de octubre de 1982, un camión hizo explosión en el exterior de la planta de la Industria Litton en Rexdale, noroeste de Toronto, con el resultado de millones de dólares en daños. Siete trabajadores resultaron heridos, uno de por vida. Después de cuantos pocos días, Direct Action emitió un comunicado, reclamando su responsabilidad. Como pieza política, el comunicado es tan relevante hoy en día como lo fue en 1982, la única diferencia sería que la Guerra Fría ha terminado. Lo más importante del mismo es la autocrítica que se hacen por haber visto a los policías y los guardias de seguridad como superhéroes. No lo eran. Los errores que cometió Direct Action se agravaron por la inadecuada respuesta tanto de los guardias como de los policías.

El atentado era bastante simple: conducir una camioneta robada cargada con dinamita a través de los portales frontales de Litton y estacionarla en frente del edificio, abandonarla y en 35 minutos la camioneta haría explosión. Para asegurar que la amenaza de bomba fuera tomada en serio, condujeron la camioneta correctamente en frente de la cabina acristalada de los guardias de seguridad. Pero los guardias no se dieron cuenta de la presencia de la camioneta, aunque desde el asiento del conductor de la misma se podía ver de forma clara a los guardias. Entonces, la llamada de advertencia no fue comprendida. Pero por lo menos atrajo la atención de los guardias hacia la camioneta. Desgraciadamente, Direct Action eran un poco más inteligentes. Habían colocado una caja pintada de naranja fluorescente en el exterior de la camioneta, fácilmente visible desde la cabina de los guardias. Encima de la caja colocaron una hoja de papel con información e instrucciones. Esperaban que los guardias se dirigiesen hacía la caja una vez recibida la llamada. Para enfatizar la seriedad de la situación colocaron un cartucho de dinamita desarmado encima de la caja. Otro error. Los guardias de seguridad se mantuvieron alejados de la caja, dado que no sabían que la dinamita estaba desarmada. A pesar de la evidente amenaza, los guardias de seguridad no comenzaron a evacuar la planta hasta veinte minutos después de haber recibido la llamada de advertencia. Luego la bomba estalló antes de lo previsto, probablemente activada por las señales de radio de los coches de policía que estaban llegando a la zona.

El atentado tuvo lugar en una época en la que la guerra fría entre los Estados Unidos y la URSS era bastante intensa. Ronald Reegan, representando al sector de la clase dirigente estadounidense, empeñado en hacer de los Estados Unidos el llamado imperio malvado, había sido elegido presidente. Ambos bandos intentaban hacer realidad los primeros pasos de la capacidad nuclear a través de la fabricación de nuevas armas como los misiles de crucero, los misiles pershing, submarinos con capacidad nuclear y la bomba de neutrones. La posibilidad de una guerra nuclear era bastante real por aquel entonces.

En respuesta, se desarrollo un movimiento pacifista en Europa, Norteamérica y otros lugares. El consentimiento de Canadá a los Estados Unidos para probar los misiles de crucero sobre el norte de Alberta y en los Territorios del Noroeste fue visto como una ofensa hacia los activistas por la paz. Litton se había convertido en el foco de las amplias protestas de los grupos pacifistas desde que se dedicó a producir el sistema de orientación para los misiles. Se habían llevado a cabo una serie de protestas pacíficas en Litton que tuvieron como resultado el arresto de decenas de manifestantes por desobediencia civil. Pero como en el caso de Cheekeye-Dunsmuir, las protestas no conseguían nada.

La reacción inicial de muchos radicales y activistas al leer los titulares de los periódicos fue de júbilo. Pero esto cambio tras una reflexión sobria cuando se consideraron detenidamente las implicaciones. El atentado no era solo un desafió al Estado militarizado, sino también a la coexistencia pacífica que muchos activistas tenían con el sistema. Está claro de que incluso con los heridos, no hubo muchas reacciones por parte del ciudadano medio. Para la mayoría de la gente el atentado era solo otro acontecimiento espectacular más en un mundo que se estaba volviendo loco.

Naturalmente, para anarquistas y pacifistas fue un acontecimiento importante. El periódico anarco-comunista Strike! de Toronto condenó inicialmente la acción, debido a que desacreditaba al movimiento. Repetía la crítica habitual de que ese tipo de acciones no conseguían nada por si mismas. Los Direct Action nunca afirmaron que así fuese. Por citar el comunicado: “Así como no tenemos ningún tipo de ilusión de que acciones directas, como esta, puedan por si mismas dar lugar al fin del papel de Canadá como recurso económico y militar del Imperialismo Occidental, sí creemos que las acciones directas militantes pueden tener una función constructiva como trampolín al tipo de conciencia y organización que debe ser desarrollada si pretendemos vencer a los amos nucleares.

Una crítica más sofisticada fue publicada anónimamente por anarquistas que provenían del entorno de Kick It Over. Se quejaban de que “no se puede decir que el atentado en Litton haya incrementado la conciencia misma, ni de la comunidad, ni de los trabajadores en la planta”. Esta bien, aunque se puede utilizar el mismo argumento a cerca de publicar periódicos y de la mayoría de las actividades que solemos hacer. Estos anarquistas no condenaron a Direct Action por ser violentos, más bien situaron la violencia en el contexto de la violencia estatal. Aunque erróneamente etiquetaron el atentado como “terror vanguardista”, estuvieron en lo cierto al decir que “las organizaciones clandestinas tienden a aislarse del pueblo” y ver convertirse su propia existencia en un objetivo en si mismo. De nuevo, este problema no lo tienen únicamente los grupos clandestinos.

A principios de Noviembre, menos de un mes después del atentado, el Toronto Globe and Mail publicó un importante artículo, en primera plana, relacionando el atentado de Litton con la comunidad anarquista de Vancouver. Citaba a anarquistas, no identificados, que delineaban actitudes similares entre Direct Action y la escena anarquista de Vancouver. En uno posterior, y más compresivo artículo, otros anarquistas proporcionaron alguna información de fondo como, por ejemplo, cual podría ser el propósito del atentado, sin reivindicar de forma explicita que se trataba de una acción anarquista. Este artículo fue condenado por muchos anarquistas en Toronto, pero ayudó a hacer llegar las ideas al conjunto de la sociedad.

A mediados de Diciembre, los locales de los principales grupos pacifistas de Toronto fueron objeto de redadas, así como también las viviendas de sus miembros más importantes. Activistas de Toronto y Peterborough fueron perseguidos, hostigados y amenazados por la policía. Nunca ha estado claro, en gran medida, si la policía pensaba que estos pacifistas eran realmente sospechosos o si las redadas simplemente se usaban para interrumpir el desarrollo de su trabajo contra Litton. Algunos pacifistas trataron de poner tanta distancia, como les fue posible, entre ellos y las personas que cometieron los atentados. Pero hubo suficiente apoyo de otros pacifistas para demostrar que no era necesario llevar a cabo una ruptura total entre militantes, por lo que su posición giro simplemente al uso de la violencia. La manifestación más grande que jamás tuvo lugar contra Litton se produjo el 11 de noviembre de 1982, menos de un mes después del atentado. Como dijimos en su momento, las acciones armadas pueden hacer más visibles otras formas de protesta, en vez de menos creíbles.

Litton perdió un contrato importante poco después del atentado. Como declaró su presidente, Ronald Keating, “Ellos (los manifestantes) son un fastidio, tuvieron bastante publicidad, y los estadounidenes leyeron cada maldito pedazo de ella. La presión de ésta gente ha hecho que los estadounidenses lo pesaran dos veces” Añadió tristemente también que “nadie más ha sufrido atentados”.

En Vancouver, se había producido una pequeña respuesta a Cheekeye-Dunsmuir. Pues a principios de Noviembre, la situación se había vuelto más intensa por el ataque con bombas incendiarias a tres tiendas de Red Hot Video, dañando seriamente dos de las mismas. La Wimmen’s Fire Brigade había decidido hacer literal el nombre de esta cadena especializada en pornografía violenta. El ataque se produjo justo cuando la industria del video se estaba propagando. Red Hot Video, una cadena estadounindense, construyó un catálogo de cintas pirateadas de películas de porno duro. Según OpenRoad: “Muchas de las películas presentaban no sólo escenas de sexo explicito, sino también a mujeres siendo amordazas, golpeadas, violadas, torturadas, forzadas a provocarse enemas por agresores armados, junto a otras formas de degradación”.

Colectivos de mujeres habían luchado contra Red Hot Video durante seis meses, pero no obtuvieron ninguna respuesta del Estado. Durante unas pocas semanas, decenas de colectivos de mujeres de toda índole publicaron comunicados de simpatía y comprensión por la acción, se convocaron manifestaciones en una decena de centros en toda la región, y seis tiendas de pornografía fueron cerradas, trasladadas o retiraron mucho de su material por miedo a ser el próximo objetivo. Durante dos meses se produjeron denuncias por combinar sexo explicito con violencia.

La razón de que la acción de la Wimmen’s Fire Brigade tuviera tanto éxito no fue simplemente por la táctica empleada, sino por el hecho de que estuvo bien integrada, siendo complementaria, dentro de la campaña pública. Tal como lo expresaba B. C. Blackout, en un boletín bisemanal autónomo; “La acción de WFB solo pudo tener tal impacto debido a los meses de duro trabajo que llevaron a cabo numerosos grupos e individualidades mediante la autoformación, investigando, haciendo contactos, presionando a las autoridades, documentado sus casos – en definitiva, construyendo la infraestructura para un movimiento auténtico, efectivo y de base. Así se explica el porque los grupos de mujeres fueron capaces de moverse tan rápido y coherentemente, al tratar con lo que interesaba a los medios de comunicación y al público. Por los hechos y los comentarios generados tras los atentados”.

El 20 de enero de 1983 cerca de Squamish (British Columbia, Canada) los Cinco regresaban a Vancouver, después de realizar prácticas de tiro en las montañas. Los policías, disfrazados como trabajadores del Departamento de Circulación, pararon su camioneta; en un violento ataque los sacaron de la misma y arrestaron a punta de pistola. Se les inculpaba de 12 a 15 delitos, incluyendo el de Red Hot Video, Cheekeye-Dunsmuir, conspiración para robar un camión de Brink, así como de conspiración para cometer más atentados. Inmediatamente después de los arrestos, la policía convocó a una rueda de prensa en la cual exponían el amplio armamento que, según ellos, se había confiscado a los Cinco. Este fue el comienzo de lo que se conocería como el “Juicio de los medios de comunicación”, por la manera en que la policía y los denunciantes usaron a los medios para tratar de contaminar a la opinión pública, no solo contra los Cinco, sino también contra el movimiento anarquista en general. Los titulares de los periódicos vociferaban a cerca de “la policía atrapando terroristas” y “las conexiones nacionales de las células anarquistas”. La policía llevo a cabo redadas en cuatro domicilios de Vancouver, la mañana siguiente de celebrada la primera reunión del grupo de apoyo. No se efectuó ningún arresto, pero se confiscaron máquinas de escribir y se produjeron agresiones verbales.

La historia oficial de la policía sostenía que los avances en el caso se produjeron cuando un reportero del Globe and Mail mostró periódicos anarquistas a la policía de Toronto, la cual, al observar el comunicado de Cheekeye-Dunsmuir en Resistence, envió la dirección del apartado postal a Vancouver. Los policías, teóricamente, pusieron la dirección bajo vigilancia y finalmente fueron capaces de localizar a los Cinco a través de una serie de contactos. La historia resultó tan convincente que el periodista recibió una substanciosa recompensa, antes de hablar de ello con colegas más conscientes.

Esta historia fue una tapadera para ocultar que la policía ya tenía constancia de la existencia de los Cinco. Estuvieron bajo vigilancia policial por una razón o por otra desde mucho tiempo antes de la primera acción. Brent Taylor y Ann Hansen, particularmente, eran bastante conocidos en Vancouver. Un policía no necesitaba ser demasiado inteligente para considerarlos como posibles sospechosos. Muchos activistas, que ni siquiera los conocían, sospechaban que probablemente tenían algo que ver con Direct Action. Eran los únicos que iban regularmente encapuchados a las manifestaciones, parecían más preparados para una protesta en Alemania que en Vancouver.

Es bastante probable que la policía los hubiera detectado llevando a cabo las acciones contra Red Hot Video. Esto ganó bastante relevancia en el juicio. La policía de Vancouver obtuvo la orden judicial para intervenir sus teléfonos y poner micrófonos en sus casas, con el fin de investigar el caso de Red Hot Video. Las órdenes judiciales, se supone, sólo pueden ser expedidas como último recurso, cuando el resto de medios para la investigación no han funcionado, pero en este caso fueron expedidas poco después del ataque. Además, eran innecesarias si la policía ya sabía quien habían participado en los ataques. El servicio de seguridad de la Policía Montada de Canadá (RCMP) los había observado cometer otros crímenes, y los tenía bajo seguimiento en la época del ataque a Red Hot Video, pero no existía ninguna nota de vigilancia cubriendo el periodo del ataque actual.

Se asumió que realmente la policía necesitaba intervenir los teléfonos para conectar a los Cinco con Litton, para lo cual sería mucho más difícil pedir una orden judicial legal. Las pruebas obtenidas, a través de estas escuchas, proporcionaron la mayor parte del caso contra los Cinco, lo cual explica el por qué la primera parte del juicio se enfrentó contra su propia legalidad.

El 13 de junio de 1983 se produjo una redada de la brigada local de Litton en la sede de Bulldozer. La orden judicial – que incluía cargos por sabotajes en Litton, calumnias insurrectas y practicar un aborto – permitía, específicamente a la policía, confiscar cualquier cosa relacionada con la publicación Bulldozer. Se llevaron planos, cartas, artículos, revistas y la lista de subscriptores. Finalmente conseguimos recuperar todo ese material después de un año de lucha legal.

El cargo de calumnias insurrectas aparentemente hacía referencia a un folleto titulado “Paz, paranoia y política” que dibujaba las políticas alrededor del atentado de Litton, el movimiento pacifista y la detención de los Cinco. Calumnia Insurrecta, teóricamente, implica hacer un llamamiento a un levantamiento armado contra el Estado; La última vez que el cargo había sido utilizado fue durante el año 1950 contra algunos sindicalistas en Québec. Nuestros abogados se anticiparon con avidez defendiéndonos de ese cargo, y al final no se volvió a hablar del tema.

El cargo de practicar un aborto surgió cuando una partera, Colleen Crosby, llevó a cabo una extracción menstrual a una persona del colectivo Bulldozer. El hecho llamó la atención de los policías a través de las intervenciones telefónicas. La policía detuvo a Crosby una semana más tarde y la llevaron en coche, durante varias horas, amenazando de acusarla de practicar un aborto, salvo que les hablara sobre cualquier conexión entre Bulldozer y el atentado de Litton. Crosby de cualquier manera rechazaría cooperar, aunque tampoco tenía ninguna información que dar. Se tardaron dos años y miles de dólares en honorarios jurídicos en conseguir retirar los cargos.

El punto débil de nuestras políticas – la de los Cinco y sus simpatizantes – se hizo evidente durante el juicio, y el trabajo de apoyo que hicimos alrededor del mismo. Los Cinco asumieron que acabarían cayendo bajo una ráfaga de balas, aunque en vez de la relativa gloria de una muerte espectacular, se tuvieron que enfrentar con una realidad más prosaica al tener que sentarse a esperar el juicio en prisión. La carencia de una preparación, tanto política como personal, para las consecuencias casi inevitables de sus acciones se agravó con la falta de preparación de sus simpatizantes. Es fácil reimprimir comunicados de los compañeros en la clandestinidad, pero es mucho más difícil manejarse con redadas y abogados, acosos, mirar a amigos y compañeros distanciarse justo cuando el apoyo y el trabajo se hacen más necesarios que nunca. Uno debe de ser capaz de soportar la gran presión política, durante lo que podrían ser un par de años, mientras desarrollas políticas que puede que no sean apoyadas por ninguno de tus amigos ni socios políticos, y mucho menos por la sociedad en su conjunto. Aun así, un apoyo competente y con principios es crucial si las acciones en la clandestinidad van a tener cualquier tipo de impacto duradero. La comunidad en Vancouver fue capaz de mantener una presencia dentro y fuera del tribunal durante el juicio, a pesar de las diferencias que se daban en torno a la estrategia a utilizar para apoyarlos. En Toronto, fuimos capaces de mantener las ideas en circulación, pero tuvo poco impacto social.

Durante la confusión inicial, el derecho a un juicio justo se convirtió en la demanda principal. Desde que pareció posible que las escuchas que proporcionaron el grueso de las pruebas pudiesen ser rechazadas, el recorrido estrictamente legal fue difícil de soportar sin una claridad política previa que se planteara como se debían conducir los juicios. De cualquier manera, el derecho a un juicio justo no debe ser ignorado si la batalla va a ser librada en el terreno legal, pero es el campo de batalla del Estado, y su primera arma será la criminalización. La fiscalía del Estado separó la acusación en cuatro juicios; el primero de ellos trataría sobre los cargos políticos menos importantes, delitos a mano armada y conspiración para robar un coche de Brink. Mientras que para algunas personas con cierta comprensión política podía ser obvio el por qué las guerrillas necesitan armas y dinero, las imágenes de televisión de un escritorio lleno de armas, e informes de planes para asaltar un furgón de Brink, fueron mostrados concienzudamente para desmontar la reivindicación de que los Cinco eran principalmente activistas políticos. La lucha por un juicio justo atrajo el apoyo de activistas, periodistas progresistas, abogados y activistas por los derechos humanos. Pero se podían crear verdaderos problemas si el juicio se mostrara legalmente como “justo”. O cuando, como sucedió finalmente, los Cinco se declaran culpables. Algunas personas que nos dieron su apoyo se sintieron manipuladas al haber dado su apoyo a gente culpable, incluso a pesar de que intentamos ser claros al exponer que existe una diferencia en declararse no culpable y ser inocente.

La estrategia del “Juicio de los medios de comunicación” se vino abajo cuando el tribunal dictamino que las pruebas obtenidas mediante las escuchas eran admisibles. El primer juicio por las armas y la conspiración para robar un coche de Brink comenzó en Enero de 1984. Las pruebas de los primeros cuatro meses, principalmente, se basaron en la época de vigilancia previa a los arrestos. En marzo, Julie Belmas y Gerry Hannah presentaron sus alegatos de culpabilidad, Red Hot Video inclusive, y para Julie, el atentado de Litton. En abril, Doug Stewart fue absuelto de los cargos de Brink pero fue declarado culpable por delito a mano armada. En Junio, se declaró culpable de Cheekeye-Dunsmuir. El jurado declaró culpables a Ann y Brent por todos los cargos del primer juicio. En Junio, mediante un movimiento sorpresa, Ann se declaró culpable de Cheekeye-Dunsmuir y Litton.

Trajeron a Brent a Toronto para un juicio sobre Litton y finalmente se declaró culpable. Reconociendo nuestra propia debilidad, le dijimos que poco se podía conseguir políticamente en Toronto si el juicio seguía adelante. En nuestro relativo aislamiento era difícil imaginarnos asumiendo, lo que hubiera tenido que ser un esfuerzo importante, al presentar las políticas que había detrás del atentando a través de unos medios de comunicación hostiles. Sin embargo no hacerlo significaba que nunca existiría un enfoque a largo plazo, ni tampoco un sentido de dirección, para quienes puede que estuvieran dispuestos a presentarse con un apoyo más activo. No era nuestro mayor momento de gloria.

Para resumir ésta parte, permitan citar la declaración de la sentencia de Ann; “Al principio, cuando fui detenida, me intimidaron y cercaron el tribunal y las prisiones. El miedo me dio bases para creer que, si participaba en el juego legal, podría conseguir mi absolución o una reducción de condena. Este miedo oscureció mi visión y me hizo pensar que el sistema judicial podría darme una oportunidad. Pero estos seis meses en los tribunales agudizaron mi percepción y fortalecieron mis convicciones políticas, al ver que el juego legal está amañado y a los presos políticos les han dado cartas marcadas”.

Doug Stewart fue sentenciado a seis años, y cumplió un máximo de cuatro. Gerry Hannah a diez años, pero quedó libre a los cinco. Julie, con sólo veintiún años en el momento de la sentencia, a veinte años. Apeló y se la redujeron a cinco años cuando se puso en contra de Ann y Brent, saboteando eficazmente sus apelaciones. Mucha gente enfureció con la traición de Julie, pero su testimonio no fue la razón por la que Ann y Brent fueron condenados. Si Julie realmente hubiera querido hacer un trato, podría haber mentido e implicar a otras personas. Pero no hizo eso.

Brent fue condenado a veintidós años y Ann a cadena perpetua. Las sentencias, especialmente las de Ann y Brent, se consideraron excesivamente duras. Pero el Estado quería sofocar cualquier incipiente actividad guerrillera. El sistema penitenciario, sin embargo, es el que realmente determina cuánto tiempo tiene que pasar la gente condenada. Ann y Brent salieron a la calle antes de ocho años. En comparación a lo sucedido con otras guerrillas americanas, fue algo casi indulgente.

Doug Stewart escribió en Open Road, tras su condena, que el tamaño de las bombas fue problemático. Sugería que los ataques de nivel medio como incendios y sabotajes mecánicos eran más fáciles de realizar que los atentados, observando que las acciones a gran escala demandan pasar a la clandestinidad. Los Direct Action entendieron que debían romper contacto con gente política; que para actuar en una ciudad, debían vivir en otra. Pero esto requería enormes sacrificios personales y emocionales. Cortar completamente todo vinculo con amigos y amantes fue el error que dejó un rastro para la policía local. Las acciones pequeñas son técnicamente simples y permiten, como decía Stewart, que: “Un grupo pueda juntarse fácil y rápidamente alrededor de una cuestión en concreto”. Las actividades de nivel medio también “tienen un impacto de menor intensidad en la vida personal de uno. Si no estás en la clandestinidad, estás menos aislado emocionalmente, y el nivel de tensión colectivo es mucho más bajo. Ser detenido por una acción de nivel medio sería algo mucho menos devastador en todos los sentidos. Una condena de dos o tres años no es ningún chiste, pero es sustancialmente más fácil enfrentarse a eso, que a una de diez o veinte años”.

Para resumir, dejen cito un artículo aparecido en el Prison News Service, diez años después de lo de Litton:

Se hace patente que acciones políticas como las de estos atentados, propaganda por el hecho, como son conocidas, no son comprendidas en una sociedad no política. Incluso aunque unas pocas personas comprendieran las motivaciones que se esconden tras el ataque, el lado positivo es que tampoco tiene por qué haber necesariamente una importante reacción en contra. Es un error pensar que algo como el atentado de Litton podría convertirse en un llamado que despertara a la gente y la motivara a hacer algo contra la situación crítica con la que se enfrentan. Pero, explicado apropiadamente, puede marcar la diferencia para aquellas personas concientes de la situación y que están frustradas con otros métodos de lucha.”

Las acciones guerrilleras no son un fin en si mismas; Eso es, una acción en singular, o incluso una serie coordinada de acciones, tienen poca probabilidad de conseguir algo más que un objetivo inmediato. Tales acciones son problemáticas si se asume que pueden llegar a substituir al trabajo político no clandestino. Pero si se pudiera situar dentro del trabajo político en su conjunto, una táctica más entre tantas, entonces podrían aportar al movimiento más espacio con el que maniobrar, haciéndolos a ambos más visibles y creíbles. Al mismo tiempo, se daría a los activistas un impulso psicológico, una sensación de victoria, a pesar de lo efímero, de modo que pudieran emprender su propio trabajo político con entusiasmo renovado…

Para la mayoría de activistas americanos, la lucha armada se reduce a una cuestión moral: ‘¿Deberían o no deberían usarse medios violentos para avanzar en la lucha?’ Aunque esto es relevante a un nivel personal, sólo crea confusión alrededor de lo que realmente es una cuestión política. La mayoría de los radicales, en este momento de la historia, no se van a involucrar directamente en ataques armados. Pero tal como se desarrollan los movimientos de resistencia en Norteamérica es inevitable que algunos lleguen a asumir acciones armadas. La cuestión se enfocaría sobre si estas acciones armadas serían aceptadas como parte del espectro de actividades necesarias. Mucho dependería de si la gente estuviera sufriendo agresiones o amenazas. Lejos de ser “terrorista”, la historia de la lucha armada en Norteamérica muestra que la guerrilla fue lo bastante cuidadosa al seleccionar sus objetivos. Existe una diferencia importante entre atentar contra objetivos militares o corporaciones, o incluso asesinar a policías en respuesta a su uso de la violencia, a colocar bombas en calles multitudinarias. La izquierda en Norteamérica nunca ha llevado a cabo actos aleatorios de terror contra la población en su conjunto. Denunciar a cualquiera que hubiese elegido actuar fuera de los restrictivos y definidos límites de la “protesta pacífica” a fin de aparentar una moralidad superior, o para teóricamente evitar a la población alienada, es otorgarle al Estado el derecho de determinar cuales son los limites permitidos de la protesta”.

La represión es más efectiva cuando es capaz de evitar que las ideas radicales sean transmitidas a una nueva generación de activistas. Si las ideas pueden ser transmitidas, entonces la nueva ola de activistas desarrollará sus políticas desde la base que ya había sido creada. Afortunadamente, un entorno relativamente pequeño pero muy activo de jóvenes activistas adoptó muchas de las políticas alrededor de Direct Action y las desarrollaron a través de proyectos como Reality Now, Anarchist Black Cross y Ecomedia. Su trabajo en movimientos como el pacifista, el punk o el de apoyo a los indígenas ayudó a asegurar que aquellas políticas no murieran cuando los Cinco entraron en prisión.

Jim Campbell

Este texto, transcrito de una charla de Jim Campbell en Toronto, fue editado como folleto en lengua inglesa desde el año 2000.