Son tiempos raros. Si algunos viejos anarquistas, obviamente seniles (si no lo estuvieran, nunca lo harían), se atrevieran a usar la palabra “libertario” de la misma manera como fue usada hace un siglo, y que aún se usa en algunas partes del mundo, la juventud anarquista actual los miraría horrorizada, debido a que hace cuarenta y dos años algunos idiotas patéticos que estaban a favor de las drogas, el sexo y el capitalismo decidieron dar ese nombre a un partido. Nombraron de esa manera al más aburrido de los partidos, a un partido político. Entiendo que la juventud no quiera usar esa palabra, si no fuera por una sola cosa. Que muchos de ellos no tienen problema en denominarse comunistas. Como si no existieran partidos comunistas desde mediados del siglo XIX. Como si Stalin, Mao, Pol Pot y toda esa banda de dictadores sangrientos, habidos por causa del comunismo, nunca hubieran existido[1] ¡Sé que palabra debo evitar, por principio!

Soy consciente de que el comunismo anarquista, o comunismo libertario, tiene una historia tan antigua como el primer partido comunista. Pero estos viejos anarco-comunistas[2] tenían cuidado en consolidarse como anarquistas. Su etiqueta de comunistas nunca se comprendió fuera del seductor adorno de la elegancia anti-autoritaria. Incluso, la mayoría reconocía a la autonomía individual como uno de los objetivos principales del anarquismo, aunque a menudo olvidaban que la autonomía individual es también la principal práctica.

Algunos anarquistas que hoy en día se refieren con afecto al comunismo parecen rechazar la posibilidad de la autonomía individual… o incluso al individuo. No importa si se trata de nihilistas ingenuos atormentados por las tonterías metafísicas de Tiqqun, o de ultra-teóricos ultra-excitados por la ultra-izquierda. La mayoría de los jóvenes comunistas “insurreccionales” creen que tú y yo realmente no accionamos, sino que somos marionetas del invisible e incorpóreo actor de la sociedad. Las relaciones sociales, los movimientos, un montón de fuerzas colectivas, aparentemente surgen de nada más que de ellos mismos, ya que si tratas de devolverles a su fuente original, debes regresar al accionar individual que sucede en su mundo y se relaciona entre ellos. Para acabar con esto, debemos reconocer que no es “la comuna”, ni “la comunidad humana”, ni tampoco esa absurda mistificación del “ser” y la “especie”, sino tú mismo aquí y ahora – un individuo único capaz de desear, decidir y accionar – el centro y objetivo de tu teoría y tu práctica. Una gran parte de la teorización del comunista parece estar enfocada en evitar esto.

Me burlo de los balbuceos comunistas mientras yo mismo vacilo. Supongo que es momento de llegar al punto (en mi indirecta manera vagabunda) ¿Por qué no soy comunista? ¿No podría yo mismo crear un comunismo que sea mío? Este absurdo dadaísta, levemente excéntrico, sería un experimento atractivo, pero tengo mejores juegos que practicar. Verás, el comunismo tiene una historia, y no es para nada hermosa. Si intento cambiar la interpretación del comunismo, lo haré a mi manera, no lo haré para “recuperarlo” –no quiero esa maldita cosa- sino usarlo como arma verbal. Es tiempo que la etiqueta de “comunista” se vuelva tan ofensiva como la palabra “capitalista” entre los anarquistas que reconocen que ninguna ley significa, ninguna ley sobre mí; que ninguna autoridad significa, ninguna autoridad sobre mí, que ningún gobierno significa, ningún gobierno sobre mí. Y la práctica inmediata de estas negaciones es la autonomía individual, voluntaria, y consciente de mi propia creación en mis propios términos.

Si he de crearme a mí mismo y mi vida en cada momento en mis términos, lo establecido, lo permanente, lo absoluto, es mi enemigo, así que no puedo favorecer ningún tipo de colectividad, comunidad o sociedad permanente. Cualquier permanencia que me impregne, me petrifica de modo que ya no soy capaz de crearme en mis propios términos. Solo puedo intentar adaptarme a la  permanencia que impregna. Así que, al insistir en crearme en mis propios términos, yo socavo toda la colectividad, toda la comunidad, toda la organización y toda la sociedad, incluso aquellas asociaciones temporales que elijo hacer para mis propósitos, ya que una vez que dejan de servir a mis propósitos, me retiro y permito que los eventos se desenvuelvan aceptando lo que pueda ocurrir. Esta es la razón de por qué mi elegancia egoísta prefiere dúos casuales sin planes, tríos transitorios y uniones efímeras en vez que asociaciones permanentes, fraternidades solidificadas y colectividades calcificadas.

El comunismo requiere una comunidad permanente. Si este no es su objetivo, entonces la palabra carece de sentido, sería nada más que el balbuceante murmullo de los fanfarrones luchando por su cuota de credibilidad revolucionaria[3]. Muchos de los comunistas actuales han perdido la fe en el Evangelio de Marx y su promesa de un comunismo predestinado (por supuesto, ningún anarco-comunista ha puesto su fe en esta promesa piadosa, ¿cierto?). Pero incluso aquellos que no se cansan de trillar la misma idea sentimental que concibió la “comunización” – la idea del comunismo como un movimiento continuo dirigido hacia la comunidad- no se escapan de esta meta, porque aun así supone que la comunización es un movimiento dirigido hacia esa comunidad humana universal (y por lo tanto, permanente). Y lo que es permanente y universal es anti-individual, anti-yo, mi enemigo.

El comunismo requiere esta permanencia que impregna todo, porque necesita un establecimiento, un Estado. En el Evangelio de Marx, podemos leer: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”[4] Para Marx, ese piadoso profeta de la providencia ateísta, el modo comunista de intercambio era un resultado inevitable de la historia; para los anarco-comunistas que se tomaron esta santa escritura a pecho, se convirtió en una moral ideal a llevar a cabo. Mi corazón egoísta y arrogante no es útil ni para el despotismo de determinismos históricos, ni para gravámenes de los edictos éticos, de modo que no vacilo en preguntar qué conlleva esta regla: ¿Quién determina las habilidades y capacidades de cada uno? Solo reduciendo al individuo a lo que es más abstracto en él –su humilde e inofensiva humanidad–  puede existir una determinación “universal” de necesidades y habilidades, entonces esas necesidades y habilidades son también meras abstracciones. Sin estas determinaciones universales, yo podría afirmar que necesito un Rolls Royce o una mansión de 60 habitaciones y nadie podría contradecirme, porque no habría un estándar universal para la comparación. Por lo tanto, para establecer el estatus de las capacidades y necesidades un Estado es necesario, es decir, ciertos individuos tendrían que estar en una posición de decidir cuáles son las habilidades de cada uno y cuáles son sus necesidades.  Para ti y para mí como individuos, probablemente tenderíamos a dirigir nuestro día a día hacia una forma egoísta de intercambio que suele ser practicada entre amigos: “De cada cual, según su voluntad, a cada cual según sus deseos”. Una práctica que puede parecer exteriormente como el ideal comunista, pero éste tiene una diferencia: el ideal comunista implica que los capaces deben algo a los necesitados y por lo tanto involucra un deber; en la práctica egoísta, no existe el deber, porque no se espera que alguien haga algo o entregue algo si no es por su voluntad de hacer o entregar. Su amor por (en otras palabras, su interés en) el otro es la razón por la que entregaría. La mutualidad egoísta es el lubricante de este flujo.

En conclusión, tengo buenas y malas noticias para mis amigos comunistas. Las buenas noticias: el comunismo ya está aquí. El capitalismo es simplemente comunismo de mercado: “De cada cual [trabajador], según sus capacidades, a cada cual [capitalista] según sus necesidades.” Así, el capitalismo impone el servicio al bien común (en otras palabras, la élite dominante que representa a “todos”) a todos aquellos que están dispuestos a permanecer esclavos de un poder superior. La comunidad del capitalismo nos rodea como un sistema que impone relaciones, y como todas las comunidades permanentes, se alimenta de la sangre de vida de los individuos, siempre y cuando estos individuos sucumban. Y esto me lleva a las malas noticias para ustedes comunistas: Yo soy su enemigo… por la misma razón que soy enemigo del capitalismo. No te engañes si aparento ser impotente para ti. En mi mundo, yo soy la más importante y poderosa entidad, además de enemigo implacable del capitalismo y el comunismo.

Apio Ludd

 

Revista My Own: Self-Ownership and Self-Creation Against all Authority. Número 10. Octubre 2013

 


[1] Marx fue una figura muy desagradable, pero afortunadamente donde adquirió poder fue en la primera Internacional.

[2] Todavía existen en ciertas partes exóticas del mundo, como Europa y la zona Este de Estados Unidos.

[3] Por su puesto, muchísima teoría comunista suena justamente de esta manera.

[4] Crítica del Programa de Gotha, Parte I.