¿Qué cosas son esas redes de las que tanto se habla de un tiempo a esta parte? Digamos, en primera instancia, que constituyen un inédito modelo de relaciones que no sólo se ha encargado de romper con las estructuras jerárquicas y autoritarias sino que amenaza o promete también diluir al máximo los riesgos de burocratizaciones impremeditadas, de participaciones recortadas y de indeseables concentraciones informativas.

De tal modo, puede concluirse rápidamente y sin devanarse demasiado los sesos que un partido político pensado y construido para ejercer el gobierno, ahora o en cualquier momento, difícilmente pueda constituirse alguna vez en tanto red; por lo menos mientras no renuncie expresamente a esa inmanencia fundamental que lo vincula, interna y externamente, al ejercicio real o intuido del poder. Tampoco puede ser una red una institución de enseñanza concebida sobre la base de distribuciones asimétricas y estratificadas del saber que se reputan como permanentes. Mucho menos aún podría serlo una unidad productiva donde el derecho de decisión se funda en la propiedad accionaria o se delega a una élite gerencial especializada ni tampoco un cuerpo armado cuya existencia reposa sobre los criterios de mando y obediencia, disciplina y verticalidad.

Porque si algo instituyen las redes a punto de partida es la posibilidad efectiva y no mediatizada de realizar del modo que sea un cierto principio de igualdad comunicativa y de hacerlo en todas las direcciones que las fuentes emisoras de mensajes y de símbolos resuelvan explorar; sin que los mismos sean reputados a priori como verdades, como órdenes o tan siquiera como presiones morales frente a las cuales abdicar. Las redes se despliegan en el espacio y en el tiempo -tantos espacios y tantos tiempos como se desee-, son una trama de puntos y de líneas que se mueven en todos los sentidos concebibles, carecen de centros y apenas si admiten la formación de ciertos nodos episódicamente densos y constituídos alrededor de afinidades e intensidades perfectamente reversibles y modificables. Seguramente no hemos encontrado la piedra filosofal y no se trata, por cierto, de glorificar las redes ni de volverlas excluyentes ni de atribuirles propiedades mágicas que obviamente no poseen sino tan sólo de aprovecharlas como recursos privilegiados de participación y de evaporación o imposibilidad de toda autoridad central.

Pero hemos hablado antes de redes provisorias, superpuestas y de prioridades intercambiables. ¿Qué quiere decir exactamente esto? Las redes son proteiformes y pueden ser en algunas de sus densificaciones una asamblea, en otras una campaña, más acá una concentración urbana y en ciertas partes también una federación; simultánea y/o sucesivamente y luego de la aceptación indudable de que las transgresiones y las rupturas, al igual que la vida misma, renuncian al aliento de lo inmutable y de lo eterno. Las redes admiten y hacen posible que individuos y grupos puedan estar en más de un “lugar” a la vez, echar sólidas raíces en el terreno, engrosando el espesor de vínculos localizados, y al mismo tiempo conectarse, a través de sus identidades comunes o sus temáticas preferidas, con sus iguales del ancho mundo. Las redes son modulares y pueden adaptarse con mayor rapidez y flexibilidad que cualquier otra estructura a casi toda exigencia circunstancial. Dadas estas características, las redes tienden a carecer de controles internos, de vetos, de censuras, de selecciones normalizadoras y de interrupciones circulatorias al tiempo que sus mallas experimentan un rechazo alérgico por las coordinaciones que rápidamente se vuelven vitalicias, por los productores monopólicos de ideologías y consignas, por los administradores de bendiciones y anatemas, por los caudillos o por los centros de gravedad que prestamente se sirven de la concentración informativa de que hayan conseguido proveerse. Como ya lo hemos insinuado, las redes rompen también con las formas tradicionales de manejo del espacio y del tiempo y, así, ponen en cuestión y en estado de impugnación inmediata las estrategias de dominación que sólo saben operar luego de haber instituído una disposición convencional de los mismos. La conspiración de clarividentes auto-proclamados como tales ya lo sabe: las primeras manifestaciones de rechazo al nuevo “orden mundial”, las primeras repulsas y los primeros frenos no fueron mandatos emanados de ningún Comité Central sino una circulación de sentidos, de informaciones y de ideas -a la vez silenciosos y estridentes- a través de las anastomosis capilares de este nuevo tejido subversivo; un tejido sin personería jurídica, sin gerenciamiento técnico especializado y sin derechos de autor; un tejido que es vocacionalmente ilegal y clandestino y que, toda vez que consiga constituirse a sí mismo según estas pautas, habrá conseguido ganar su primera batalla de contra-poder.

Un nuevo modelo organizativo, entonces, asentado en redes provisorias, superpuestas y de prioridades intercambiables; en una proyección que se reclama a sí misma, simultáneamente, tanto en los planos locales como en los internacionales y en su imbricación con los movimientos sociales y sus luchas. Un modelo, además, que tanto por su forma como por sus menesteres se reclama como garantía -quizás la única garantía- de unidad del movimiento y no necesita de ni se enriquece con vanguardias internas ni centros iluminados ni columnas vertebrales. Si ésta es una de las condiciones que nos impone nuestra presente historicidad -como creemos que efectivamente lo es- habrá que decir, entonces, enfáticamente, que los modelos de organización y acción propios del anarquismo clásico y del anarquismo de transición ya no se ajustan enteramente a las demandas de nuestro tiempo y ya no pueden aspirar razonablemente a expresar esa exuberante fauna de movimientos sociales y de luchas ni cuentan con el grado de “globalización” requerida ni pueden funcionar estrictamente en tanto redes. Esto es así en la misma medida que uno y otro fueron elaboraciones y respuestas apropiadas a escenarios históricamente concretos y a problemáticas que ya no se presentan bajo la misma forma sino que han sido objeto de alguna que otra modificación sustancial. Por lo pronto, parece evidente que, a diferencia de lo que ocurrió en otros períodos, ninguna federación sindical y ninguna federación específica en los sentidos tradicionales de estos términos puede siquiera, al día de hoy, aproximarse con fuerza y virtualidades de incidencia a ese tropel de identidades y ebulliciones en movimiento; así como tampoco puede resumir y conjuntar en ningún país ni tan sólo a la mayoría de la militancia que expresamente se siente formando parte de una corriente cualquiera de pensamientos y prácticas anarquistas. La conclusión provisoria que es posible extraer ahora mismo cae por su propio peso y es que la fusión completa del movimiento anarquista con las luchas sociales de un lugar dado y en nuestro contexto específico de historicidad sólo es procesable a través de formas inéditas de organización y acción que se correspondan firmemente con tales cosas; formas que tal vez representen un cierto giro copernicano en nuestra trayectoria y que todavía no nos hemos sabido dar. Flagrante perogrullada quizás, pero también constatación removedora y quizás irritante, que choca contra costumbres bien asentadas a las que seguramente no es fácil desterrar con meros chispazos de inspiración y buena voluntad.

Que el anarco-sindicalismo ya no se corresponde con estas nuevas exigencias es una conclusión de por sí evidente, en tanto el mismo se concibe organizativamente como una respuesta centrada fundamental, si no exclusivamente, en torno a los problemas de explotación y dominación del trabajo. Las federaciones específicas, mientras tanto, presentan un grado de aproximación mayor con el modelo pero, aun así, no dan enteramente la nota. Por lo pronto, las mismas prevén modalidades de circulación que no son estrictamente reticulares sino que, según las expresiones clásicas, se dirigen de abajo hacia arriba o de la periferia al centro y no según un trazado multidimensional y “caótico”. A su vez, muchas de las identidades y temáticas que actúan como configuradoras de numerosos movimientos sociales no son incluidas como un momento teóricamente relevante y relativamente “autónomo” de elaboración sino que normalmente han sido reconocidas como “frentes” o como comisiones de trabajo. Ni qué hablar, además, de las dificultades que esas limitaciones presentan cuando se pretende trasladarlas sin soluciones locales de base al plano internacional; lo cual habitualmente no las resuelve sino que las amplifica.

Quizás todo esto no sea percibido más que como una intuición, una sospecha o una vaga sensación de malestar y de inconformismo con los logros reales de las organizaciones anarquistas clásicas; quizás, también, se intente contradecir o contrarrestar estas conclusiones con el inventario de siembras y cosechas parciales que sin duda habrá que acreditarles. Sin embargo, para nosotros, hace rato que ha llegado el momento de ir más allá todavía; hace rato que está planteada la apropiación plena de nuestro tiempo y la necesidad de explicar las crisis que hemos vivido en el pasado y de conjurar enérgicamente las que con toda probabilidad se nos presentarán en el futuro; hace rato que ha llegado el momento de un anarquismo post-clásico, que ahora mismo habrá que reconocer y fundar.

Daniel Barret

Extracto de Los Sediciosos Despertares de la Anarquía