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Preguntas aparentemente paradójicas

¿Es Israel el enemigo absoluto? ¿Un cáncer que hay que erradicar a costa de matar a gran parte de quienes viven ahí? ¿Y expulsar a los que queden? Nadie admitiría explícitamente que aboga por el genocidio de habitantes israelíes.

Sin embargo.

Los movimientos «radicales» salen a las calles desde hace meses blandiendo banderas palestinas y coreando el lema «Desde el río hasta el mar, Palestina será libre». Esta consigna tiene un significado inequívoco.

Sin embargo.

Estos movimientos también están animados por grupos y personas que, en otros contextos, luchan cada día por la universalidad de la libertad, la igualdad y la justicia social.

Una consigna similar a «Desde el río hasta el mar» es utilizada por los nacionalistas israelíes de derecha que quisieran anexarse permanentemente Cisjordania y Gaza.

Quien diga esto, palestino o israelí, espera el genocidio de todos los israelíes o de todos los palestinos.

Quien lo pronuncia tiene un enfoque exquisitamente esencialista, porque considera a todos los individuos, a todos los grupos sociales, a todas las mujeres, a todos los hombres y a todos los niños enemigos que deben ser destruidos, investidos de una culpa colectiva, la de existir y ser diferentes. Un planteamiento similar al de Arnaud Amaury durante la cruzada contra los cátaros, que respondió a un soldado que le preguntaba cómo distinguir a los herejes: «Mátalos a todos. Dios reconocerá a los suyos.»

Alguien podría fácilmente objetar que hoy es Israel quien intenta matar y ahuyentar a todos los habitantes de la Franja de Gaza. Y, de forma más lenta pero segura, también está llevando a cabo una limpieza étnica en Cisjordania.

Sin duda. Es un horror que no ha disminuido desde que, en una escala numéricamente menor, las tropas palestinas masacraron, violaron y torturaron a más de mil doscientos israelíes. El ataque del ejército israelí, que comenzó inmediatamente después de la masacre del 7 de octubre, ha provocado decenas de miles de muertos y transformó gran parte del territorio de Gaza en un montón de escombros.

Los fascistas sectarios que gobiernan en Israel y los fascistas sectarios que gobiernan en Gaza tienen el mismo objetivo. Matar a tantos habitantes como puedan y ahuyentar a los demás.

Unos tienen los medios para hacerlo. Otros no.

Ambos gozan de un fuerte apoyo, con una diferencia sustancial. Estados Unidos, aunque impaciente con las políticas del gobierno israelí, mantiene su apoyo político y militar. Los países árabes y musulmanes de la zona, aunque formalmente pro-palestinos, no mueven un dedo a favor de la población de Gaza.

Pregunta. ¿Es legítimo suponer que todos los israelíes aprueban las políticas de «su» gobierno?

Pregunta. ¿Es legítimo suponer que todos los palestinos aprueban las políticas de «sus» gobiernos?

¿Son estas preguntas retóricas? Lamentablemente no. Carteles, consignas, documentos del movimiento que en nuestro país apoya la «resistencia palestina», identificado con quienes perpetraron las masacres del 7 de octubre en Israel, describen al país como carente de oposición a la ocupación militar y al genocidio de los habitantes de Gaza.

Sin embargo.

Hay testimonios, llamados a la solidaridad que demuestran una oposición concreta a las políticas del gobierno israelí. No menos importante es el caso de insumisos que rechazan a los militares y las masacres y corren el riesgo de ir a prisión.

Incluso en Gaza y Cisjordania hay voces críticas hacia Hamás y sus aliados: son voces débiles, pero están ahí. No hay rastro de ello en documentos de los partidarios de la «resistencia palestina».

En los mismos documentos no hay rastro de crítica a Hamás, a pesar de ser una organización teocrática, cuya policía secreta, además de investigar y procesar a periodistas y opositores políticos, también cumple tareas de disciplina moral.

Sin embargo.

En diciembre de 2023, dos meses después del inicio de los bombardeos israelíes, se produjeron protestas en el sur de la Franja de Gaza contra Hamás, acusándolo de acaparar alimentos y medicinas para revenderlos a precios elevados.

Los movimientos en Israel que impugnaron la reforma judicial deseada por el gobierno de Netanyahu recibieron buena cobertura mediática por parte de los medios occidentales.

Las protestas contra Hamás y sus dirigentes que, en el mismo período, sacudieron la Franja de Gaza tuvieron mucha menos importancia.

En el verano de 2023, miles de jóvenes salieron a las calles, especialmente en el sur de la Franja, para protestar por la falta de electricidad y contra la corrupción, cuestionando incluso a Haniyeh, líder político de Hamás.

Es muy conveniente para el gobierno israelí y quienes lo apoyan afirmar que la población de Gaza se identifica completamente con su gobierno. Parece legítimo preguntarnos por qué la mayoría de los movimientos que luchan para detener las atrocidades israelíes no ponen suficiente énfasis al hecho de que el consenso en torno a Hamás y su liderazgo está lejos de ser unánime.

Miremos el contexto: en una zona muy pequeña, semidesértica, con recursos hídricos muy limitados, aplastada por años de cierres y embargos, con una densidad de población muy alta y una tasa de desempleo alarmante, la supervivencia de la población depende sobre todo de la ayuda exterior. Además de Naciones Unidas, fue fundamental Qatar, una petromonarquía que apoya a los Hermanos Musulmanes en el Mediterráneo Oriental, en el Magreb, en el Mashrek y en Europa. Huelga decir que el apoyo de Qatar no llega directamente a la población, sino que está dirigido a Hamás. Hamás distribuye la caridad islamista a quienes cumplen con los preceptos y directivas del partido.

De esta manera, especialmente en Gaza, la población palestina, la más laica del Mediterráneo oriental, ha ido avanzando progresivamente hacia posiciones fundamentalistas islámicas.

Israel, con un maquiavelismo digno de mención, inicialmente favoreció el crecimiento de Hamás, apostando que la transición al extremismo islámico reduciría las simpatías por el nacionalismo palestino. Un error de perspectiva bastante grave.

En el mismo período, también en Israel, la alianza entre el Likud y los partidos religiosos desplazó el eje político de la política institucional hacia una perspectiva fundamentalista judía. Hamás pretende aniquilar a todos los israelíes, la derecha religiosa israelí pretende aniquilar a todos los palestinos.

¿Hemos llegado a un punto sin retorno? Esperemos que no. Pero, sobre todo, intentemos investigar las grietas para tender hilos de solidaridad activa a quienes, en todas partes de esa zona, se mueven en una perspectiva internacionalista y libertaria. No se debe conceder ninguna indulgencia a los fascistas teocráticos israelíes y, con la misma fuerza, se le debe negar a los fascistas teocráticos de Hamás.

Asamblea Antimilitarista Torino

Fragmento del folleto “Tramandare il fuoco. Per un approccio libertario alla questione palestinese. Una critica a essenzialismo e nazionalismo.”

Yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi

Yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi, el 17 de mayo de 1972, afuera de su casa, en la calle Cherubini 6 de Milán, a las nueve y cuarto de la mañana.

La afirmación es grave, no por las implicaciones judiciales, que por fortuna, me importan poco, sino por muchas otras razones, y son estas razones las que me gustaría discutir con mis atentos lectores.

En el fondo, si reflexionamos un poco, ¿de qué podemos tener certeza? Por la mañana nos levantamos de la cama, desayunamos de prisa, salimos a la escuela, al trabajo, a algún parque cercano para encontrarnos con los amigos, en fin, todo el mundo se dedica a sus asuntos cotidianos. Al oscurecer, regresamos a cobijarnos, casi siempre de la misma manera que la noche anterior, ¿qué podemos decir con certeza, entre el conjunto de hechos que hemos visto pasar ante nuestros ojos durante todo el día? Apenas logramos hacer un balance de algún suceso, por simple que sea, como el café que tomamos en el restorán por la mañana, todos los contornos son difusos, tienden a oscurecerse en los detalles, y cada aspecto se desvanece en un deseo insatisfecho de precisión.

Al final, tenemos un recuerdo de lo que pasó, de lo que hicimos, mas nuestras afirmaciones, en relación con los hechos singulares, son muy inadecuadas para poder obtener una conclusión, por eso, no podemos tener certeza de nada.

Pero, ¿cómo puede ser posible?

La respuesta es sencilla. Únicamente tenemos la certeza, dentro de límites sólidos y cerrados, de aquello que realmente nos interesa, cuando es cercano a nuestros sentimientos, deseos, sueños y proyectos personales, y se convierte en un puñetazo en el estómago. Solo recordamos los golpes al estómago.

La vida en sí misma no da muchos golpes en el estómago, y tal vez eso sea lo mejor.

Pienso en cómo sería una vida continuamente al límite por tensiones emocionales, casi al borde de la muerte, abrumado por la adrenalina. ¡Un poco de calma, por favor!

Pero como no somos bestias sometidas, sino personas deseosas de vivir esta existencia, la miramos selectivamente. Filtramos los hechos que suceden a nuestro alrededor, no solo los que vemos directamente con nuestros ojos, sino también aquellos que las grandes prótesis modernas de los medios nos permiten retomar; hechos que están a miles de kilómetros de distancia, lejanos en el espacio y, sin embargo, tan cercanos que uno pensaría que están ocurriendo en el patio de la propia casa.

Nos hemos acostumbrado a estos acontecimientos, pero algunos se presentan de tal manera que nos golpean profundamente.

¿Qué significa ser golpeado, especialmente, profundamente? Significa que nos quedamos sin palabras, con una sensación de dolor, ansiedad, indignación, asco, o, lo que es lo mismo desde el punto de vista de los mecanismos biológicos que se desencadenan en nuestro cuerpo, de alegría, entusiasmo, exaltación, etc.

Estos acontecimientos entran en nosotros y dejan su huella en nuestra certeza.

Sé bien que no hay certeza alguna, si se le considera en términos de una certeza objetiva validada por todos, y que pretenda verificarse con la balanza de un farmacéutico. Pero cuando la sangre hierve en las venas por las quince personas masacradas en el vestíbulo del Banco Agrícola de Piazza Fontana en Milán, aunque pasen cien años, tendríamos la certeza de que este hecho indignante solo lo pudieron haber cometido miserables agentes del Estado.

Este es el tipo de certeza del que quiero hablar.

Cada vez que pienso en Pinelli siendo arrojado desde la ventana del despacho del comisario Calabresi en el patio de la fiscalía en la calle Fatebenefratelli de Milán, la sangre me hierve en las venas.

Es así, que yo tengo una certeza. Si mil bufetes de abogados intentaran explicarme las razones por las que al pobre comisario le sorprendió ver el cuerpo destrozado de Pinelli tras salir volando por el cielo nocturno de Milán, no podrían convencerme. Ni siquiera necesito leer los testimonios de los compañeros que se encontraban al lado del despacho y que escucharon como crecía la hostilidad del interrogatorio y las imprecaciones que precedieron y siguieron al asesinato de Pinelli. Estos testimonios no añaden nada a mi certeza.

No cambian nada las exoneraciones de los tribunales, ni las declaraciones de sus jóvenes hijos que crecieron con la sombra de la culpabilidad paterna, ni los recuerdos de una viuda por la que nunca sentí compasión.

Un hombre decidido y seguro de sí mismo, como caricatura cinematográfica, aunque dueño de la situación. Era el mejor en la región de Milán en el momento que estallaron las bombas, y fue él quien se dedicó a dar impulso a los acontecimientos, tal vez lo rebasaron, pero fue incapaz de desviar su corazón y corregir un poco, sobre todo para sí mismo. Pero, ¿de qué tipo de corrección puede ser capaz un policía, y además un policía que quiere hacer carrera a cualquier precio?

Ya nadie habla de este sujeto de manera concreta; no puede ser un mito, parece más bien una fantasía. Los últimos años han atenuado al personaje, la muerte parece haber aplanado sus características hasta convertirlo en el ícono del mártir de Estado.

El pobre Calabresi, de treinta y cuatro años, flor de caballero, con una esposa embarazada y dos hijos menores. Un pequeño apartamento en un tercer piso de la calle Cherubini 6, una vivienda modesta. Tras su muerte, la esposa tuvo que esperar casi un año para recibir la pensión de 156 000 liras al mes.
Qué triste.

Pero el pobre Calabresi veía la vida de otra manera. Quería ser un ganador, no jugaba limpio y había conseguido crearse una reputación de hombre duro e imbatible.

En todos los sitios era el primero, aplastaba a la competencia, sus colegas lo odiaban, sus superiores le temían. Hombre de karate y del culto a la fuerza, era tan hipócrita con todo el mundo que pretendía ser un sentimental, un católico practicante, un hombre temeroso de dios. Básicamente, había aprendido esta enseñanza en Estados Unidos, donde había trabajado con la CIA. Una experiencia que pocos superpolicías italianos habían tenido en ese momento.

En los días febriles, después de la masacre, todo el mundo en Milán temía a los demás. Por primera vez, la marca del terror empezó a penetrar seriamente en el ambiente provinciano y sencillo de nuestro país. Inclusive, esa ciudad industrial por excelencia jamás experimentó una época como la que estaba a punto de vivirse. La gente casi podía sentir en la piel el nuevo discurso trágico que comenzaba.

¿Por qué Pinelli? Desconocemos el porqué, nunca lo sabremos. Pudo haber sido cualquier otro compañero. La prueba de que cualquiera sería arrojado por esa misma ventana del despacho de Calabresi se demostró unos meses antes con Braschi[1], también él pudo ser tirado por esa cornisa. Se salvó de casualidad. El contexto de los atentados de la Feria Comercial no fue igual que el de Piazza Fontana.

Su objetivo era consolidar al máximo la tesis de la causa anarquista; él se especializaba en anarquistas milaneses, y en las conexiones con compañeros de Milán. ¿Quién mejor que él podría unir los hilos del discurso iniciado por Ventura[2], con la publicación de textos anarquistas en una editorial abiertamente fascista financiada por el Ministerio?

De hecho, la selección de anarquistas se puso en marcha desde hacía meses, habiéndose encontrado como prueba definitiva las bombas de la Feria Comercial. Muchos compañeros estaban presos en ese momento. Y alrededor de esto, por decirlo suavemente, el pobre Calabresi, con su traje recién planchado, su actitud dura y educada, su cultura (por así decirlo, siempre se las arreglaba para tomar prestado algo de aquí y allá), y su rapidez para tomar decisiones.

Rapidez en la toma de decisiones. Un hombre que había trabajado para la CIA solo podía tener la velocidad de los hombres de la CIA, despiadados y fríos ejecutando su trabajo. Solo con el tiempo se han ido desmontado esos lugares comunes, mostrando cómo los servicios secretos, desde la CIA hasta el MI5, pasando por el infame Mossad, no son más que bandas de asesinos pagados y protegidos con la inmunidad del Estado. Por lo regular, un montón de incompetentes depravados, dotados de medios que de alguna manera los hacen ver más grandes y fuertes de lo que realmente son.

El comisario Luigi Calabresi fue uno de estos asesinos pagados y protegidos. A su alrededor se creó el mito del invencible, cuya fuerza esencial derriba todo obstáculo que se le presentan.

La primera grieta en este mito apareció en el juicio contra Lotta Continua[3], donde Calabresi se vio en dificultades. Se le acusó, precisamente, de lo antes señalado; de haber matado, o al menos participado en el asesinato de Pinelli. Su respuesta balbuceante aún es recordada por muchos compañeros.

El 17 de mayo fue un mal día para el jefe policíaco. Todo parecía ir como de costumbre, la rutina matutina habitual: el desayuno, el saludo a la esposa embarazada, los dos niños, uno de dos años y el otro de once meses, ¡qué escena familiar!

Incluso el verdugo tiene familia. Parece imposible, pero es así. Y la familia del verdugo ve el trabajo del verdugo como el de un funcionario de Estado con cierto nivel, ya que el trabajo del verdugo requiere especializaciones que no todos pueden alcanzar. Detrás de la máscara que oculta al verdugo, también hay espacio para la prolífica esposa y la numerosa descendencia.
Aquel fatídico día, sobre las nueve de la mañana, más o menos, el jefe de policía Luigi Calabresi sale a la calle. Allí le espera su destino, exactamente a las nueve y cuarto, en forma de dos balas, la primera y luego la segunda.

Informe: Lesiones craneales, meninge-cerebrales, causadas por dos proyectiles de arma de fuego (región occipital derecha).
La ambulancia de la Cruz Blanca de Vialba grita su emergencia por las calles de la ciudad. A las nueve treinta y siete minutos, el comisario Calabresi muere en el hospital de San Carlo.

A la autopsia del cadáver de Pinelli asistieron los profesores Ludovi, Mangigli y Falsi. ¿Quiénes eran estas personas? No se sabe. ¿Algún tipo de forenses? No lo creo, al menos uno de ellos era de los servicios secretos, como vimos en una nota marginal publicada varios años después.

¿Por qué esta presencia? Porque, una vez más, no estaban seguros de que todo se hiciera según las normas (¿demasiada gente en el despacho de Calabresi?), y querían terminar cuanto antes, masacrando con prisa y furia lo que quedaba de nuestro compañero.

Una cosa es cierta: si el trabajo de Calabresi fue un desastre macabro (resultó que Pinelli tenía tres zapatos en los pies), el trabajo de los anatomistas se hizo perfectamente. Después de eso, no fue posible ningún contraexamen.

Calabresi, después de salir por el portón de su casa se dirigió a mitad de la calle donde estaba el Fiat 500 de su esposa. A los lados había dos autos, un Primula y un Opel. Un primer disparo impacta el hombro derecho y cae, el segundo le vuela parte del cráneo. El espacio entre el Fiat 500 y el Opel se va llenando de sangre.

La gente presente no corre inmediatamente del lugar de los hechos, casi nadie se dio cuenta de que se han realizado disparos. En la atmósfera primaveral sonaron como explosiones producidas por un coche deteriorado. Entonces alguien ve el cuerpo tendido en el suelo, la sangre todavía extendiendo su mancha púrpura. Se llama a la policía, a los carabineros, a la ambulancia, en fin, pasa todo lo que suele suceder en estos casos, como una vieja escenografía repetida. La diferencia es que también intervienen altos mandos de la policía milanesa. Guida tiene los ojos llenos de lágrimas. El viejo carcelero de las prisiones fascistas, experimentado en tantos crímenes y torturas, se conmueve al ver el cuerpo del fiel colaborador en el suelo, bañado en sangre.

El funeral del “comisario de la ventana” fue fastuoso, con muchas coronas de flores. El cadáver fue llevado a la iglesia. El obispo auxiliar de Milán celebró el rito fúnebre: «un brillante ejemplo de devoción al deber». Es increíble ver cómo esta gente no tiene ni un mínimo sentido del pudor. El cardenal Colombo, refiriéndose a una declaración de la señora Gemma Calabresi, dijo: «El perdón de la viuda es la flor más hermosa que florece sobre la sangre del comisario asesinado». Cosas que no se pueden creer.

Perdón. Qué palabra tan mágica. Tendríamos que esperar años para volver a escucharla, por otras personas, en otros contextos, pero siempre en relación con la muerte de Calabresi.

Pero vayamos en orden.

De aquella mañana de mayo, alguien, después de tantos años, parece recordar algo. Qué mecanismo tan espléndido y maravilloso es la memoria. La memoria del arrepentido, además, merece un estudio aparte. En la localidad de Massa, hay un tipo que vende crepas, que tiene un puesto de crepas, tal vez también vende cocacola y naranjada, no lo sé, pero parece un vendedor honesto que se gana la vida. Al contrario, bajo ese aspecto pacífico se esconde un peligroso criminal.
Además, este peligroso delincuente habla, cuenta historias, relata lo que hizo la mañana del 17 de mayo de 1972 en la calle Cherubini cuando, en un coche, estaba esperando, esperando, esperando.

¿Pero a quién esperaba?

Nuestro amigo dio un nombre, luego otros dos, señalándolos como responsables del asesinato de Calabresi.

Él solo era asistente, chofer del autor material del atentado.

Pero vamos, mi querido amigo arrepentido, ¿es posible que los carabineros solo tengan un registro y que siempre hagan recitar la misma historia a todos los que aceptan ponerse el traje del infame?

Lo mismo hizo aquella jovencita en el proceso de Roma contra los anarquistas (aún activo en la Corte de Assise), entre constantes “no recuerdo”, repite solo lo aprendido de memoria del informe preparado por carabineros.[4]

En su relato, el arrepentido solo recita un guión detestable.

Por último, hay una cosa que los magistrados no saben, que el arrepentido en cuestión no sabe, que nadie sabe, y es que yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi, el 17 de mayo de 1972, en la calle Cherubini 6, en Milán, a las nueve y cuarto de la mañana. Y eso resuelve el caso, definitivamente.

Pero no nos anticipemos.

Lo que le esperaba al comisario en la calle Cherubini era una vindicación.

El cuerpo de Pinelli salió de la morgue el 20 de diciembre de 1969 en un absoluto silencio.

Eran las tres y cuarto. Empezaba a llover.

Nos dirigimos hacia la calle Prenestre.

La esposa, Licia, había emitido un comunicado: «Deseo firmemente que el funeral de Pino Pinelli, abierto a todos los amigos que deseen participar, se celebre de forma estrictamente privada, sin la participación de grupos organizados, delegaciones o símbolos».

No sé por qué hizo esa declaración, ciertamente no por las mismas razones que personalmente, en mi corazón, también había alcanzado: los símbolos, las pancartas de agrupamientos, quizás incluso las banderas al viento, habrían estado fuera de lugar.

Solo debía estar una bandera negra, pero al final hubo banderas más que suficientes.

Una corona de flores llevaba las palabras: «Los anarquistas no te olvidarán».

Me pregunté si no íbamos a olvidar a Pinelli, al menos lo que le habían hecho. La duda se mantuvo hasta el Cementerio Mayor.

Fosa 434, lote 76.

Ya no había dudas. Yo, igual que los mil compañeros presentes no tuvimos más dudas.

Había que matar a Calabresi.

Addio Lugano Bella[5].

La vindicación es una cuestión de dignidad. La enormidad del acto no debe ser proporcional a la muerte de Pinelli, ni siquiera a la masacre de quince personas y noventa heridas. Se trataría de un cálculo puramente jurídico, quizá no muy diferente al previsto en el código penal. Y, en ese sentido, no me interesaría.

La vindicación es un exceso en sí misma, no por el ataque que realiza. Por tanto, si miramos la relación en sentido contrario, el asesinato de Calabresi no fue una venganza proporcional, proporcional a las muertes en Piazza Fontana o a la muerte de Pinelli. Incluso visto en este sentido, volvemos a caer en el cálculo legal anterior.

La vindicación es, por tanto, un exceso.

No ojo por ojo, diente por diente, que ya en la formulación bíblica constituía una racionalización de los anteriores comportamientos vengativos e imprevisibles, y por tanto un auténtico código penal, mientras que a la mayoría le ha parecido, de forma equivocada, una simple venganza.
El exceso contenido en la vindicación barre toda equivalencia, toda proporción. No es vindicación si no va más allá, si no borra bárbaramente al enemigo, si no lo elimina, o al menos si le inflige un daño de tal magnitud que haga imposible olvidarla.

Si la vindicación hubiera sido proporcional, entonces habría sido impuesta por todo el sistema social, por lo que también estaría encerrada en un código, tal vez no escrito, pero aún así un código.
El entorno me obligaría a vengarme, siguiendo las normas, porque de lo contrario estaría mal visto y mal considerado, si no me vengara o si lo hiciera en exceso, creando repercusiones perjudiciales para el propio entorno.

En cambio, si es mi dignidad lastimada la que me impulsa a la vindicación, solo soy responsable ante ella, y es con ella, es decir, con la parte lastimada de mí mismo, con mi conciencia, con la que tengo que ajustar cuentas. Y conmigo no hay medias tintas, soy una totalidad indisoluble conmigo mismo, soy el mundo, la totalidad del mundo, y quien viola mi dignidad anula el mundo, me destruye como conciencia del mundo a través de mí mismo, y merece ser borrado de la faz de la tierra.

Ciertamente, pocas personas comprenden el profundo significado de su dignidad. Ahí radica el misterio de ciertos comportamientos que nos parecen inexplicables. Nietzsche se siente lastimada en su dignidad humana al ver a un cochero azotar a su caballo, e incapaz de resistirse al mundo que ha caído en una brutalidad insensible, decide borrar ese mundo, borrar su propio mundo, borrarse a sí mismo en la locura. Por la misma razón, otros compañeros, ante su dignidad lastimada, borran el mundo de otra manera, se borran a sí mismos en el suicidio.

Esta forma de ver la vida se desarrolla y acaba convirtiéndose en esencial a medida que nos damos cuenta de lo absurdo de las reglas formales que sancionan a la llamada sociedad, por no hablar de las leyes que determinan las condiciones de existencia del Estado. Leyes y comportamientos que, si vamos más allá, aparecen no sólo como instrumentos del enemigo para asfixiar e imposibilitar esa poca libertad que es posible arrancar, incluso en una sociedad administrada y controlada, sino en sí mismos como verdaderas deformaciones, comportamientos aberrantes aunque parezcan motivados por la mejor de las buenas voluntades.

La crítica de la vida cotidiana produce una conciencia que, con el tiempo, se vuelve cada vez más aguda y sensible, cada vez más activa en el descubrimiento de otros terrenos de desolación y aislamiento.

Todos los lugares comunes del posibilismo democrático, las ilusiones de la política, las posibilidades del movimiento histórico, las concesiones institucionales, el carácter saneado de ciertos reconocimientos, todo se desmorona. Queda la tierra arrasada, entonces debe tomarse una decisión. Si la conciencia es capaz de penetrar la realidad, se descubre el tejido que constituye la trama de las relaciones sociales, esa tela fina y casi intangible que a menudo se cubre con atrayentes colores de la oferta con la que se viste la miseria de la dominación, si consigue hacerse patente esa noche intemporal, entonces uno se siente lastimado, profundamente lastimado.

Es la ofensa de milenios de esclavitud y encarcelamiento, milenios de sufrimiento y genocidio, milenios de sumisión a unos pocos grupos dominantes. Nada de lo que ha constituido nuestro pasado merece ser salvado, nada nos ha sido dado, y nada hemos conseguido arrebatar al enemigo, salvo en la perspectiva de una concesión competitiva para entrar en el banquete, aunque sea por unas migajas, por algún estatus marginal, por una insignia, por la reverencia de imbéciles que se creen inteligentes.

Puedes pensar durante años y años en estos temas, leer y pensar, hasta que te sientas cansado y triste, no hay ninguna página, ninguna palabra, ningún gesto de ningún hombre o mujer cerca de ti que te diga algo claro. Puedes permanecer en la oscuridad durante años, como los galeotes antiguos, hasta el extremo, hasta que caigas muerto sobre el remo sin que los demás se den cuenta.

Por el contrario, puede ocurrir que un hecho ilumine por un momento el fondo de la calle, que un hecho atroz te haga ver con nitidez cómo es en realidad el enemigo, de qué material está hecho, de qué crisol infernal ha salido su alma. Si pasa algo así y te encuentras ahí con otras personas como tú, sabiendo que están pasando por la misma experiencia traumática, y los ves, tipos gordos con manos callosas, niños pequeños tratando de tomar una actitud, mujeres maduras corriendo de un lado a otro pensando en los años de la guerra, y los ves, todos con lágrimas en los ojos, impotentes pero con los músculos tensos, si ocurre un evento de este tipo y tú estás en el centro, ya no es un acontecimiento más, un hecho como cualquier otro (millones de personas mueren asesinadas de forma cruel son llevadas al cementerio más o menos de forma precipitada), sino que este hecho tiene un peso diferente, lleva consigo una tensión que no te deja escapar, despiertas sudando por la noche, sentado en la cama, te preguntas qué haces ahí, en tu cama, si por casualidad no eres tú el muerto que se revuelve en su tumba, mientras que el que está vivo, muy vivo, es Pinelli, con su barba franca de ferroviario.
Me doy cuenta de que todo esto puede parecer una lista de sensaciones nacidas de un cerebro exaltado, de mí que, debo confesarlo, aquella tarde en el Cementerio Mayor, tumba 434, lote 76, me puse a llorar sin freno. Efectivamente, se trata de recuerdos que provienen del estado emocional del momento, y a menudo estos estados emocionales exaltados, incapaces de expresarse inmediatamente en algo activo (golpear a un policía, por ejemplo), dan lugar a una frustración que nos hace estallar en lágrimas. Eso es, estoy de acuerdo.

Pero al razonar así se pierde algo de su importancia, reduciendo todo a una suma de personas únicas que viven estados de ánimo únicos, dejamos de lado lo esencial, esa fuerza excepcionalmente importante que surge de muchas personas teniendo las mismas sensaciones emocionales, atraídas por sentimientos casi idénticos (pero nunca totalmente idénticos, por supuesto, lo sé), se sienten mutuamente atraídas hacia la construcción de un todo homogéneo que no necesita de pactos, ni de contratos escritos ni de deudas para constituirse. De repente, esta fuerza colectiva emerge, está ahí, es tangible, puedo tocarla, puedo escuchar su voz, puedo dejarme arrastrar por sus sugerencias, dirigir mi mirada hacia donde me dice que mire, ver con sus ojos hechos de mil pupilas lo que mis pobres ojos miopes no pueden ver, recordar lo que mi pobre mente no puede recordar.

De repente, como si saliera de la cabeza de Zeus, totalmente armada, surge la idea de la justicia. Pero es una idea muy extraña, porque no se basa en ningún pacto, en ningún sistema preferencial. No es una idea que pretenda poner las cosas en su sitio, cambiar el cadáver de Pinelli por el de Calabresi, que no son productos intercambiables. No es una idea que busque garantizar la acción revolucionaria, considerada en general, una legitimidad de continuación: qué confianza pueden tener los explotados en los revolucionarios, si uno es arrojado por la ventana como un montón de cosas viejas, y no hay una reacción. No, tampoco es eso. No es una idea que busque ser conocida, que surja de la propia gente, ya que es cierto que no habrá demandas ni conversaciones de organizaciones específicas de ningún tipo, y hay que decir que un gran número de estructuras han surgido en este tiempo. No es una idea que se eleve por encima de las demás para llamar al orden, que fuera alterado por comportamientos que no respetan las normas, por las fechorías de un cierto comisario Calabresi. Después de todo, no es normal que un acusado sea arrojado por la ventana de una fiscalía durante el interrogatorio.

Si este mundo se basa en la justicia proporcional, en los cálculos numéricos de dar y recibir, de un castigo por la falta cometida y un agravio por el castigo sufrido, es un mundo que no tiene nada que ver con esa idea de justicia que surgió colectivamente en aquel momento, aquella tarde, en el Cementerio Mayor de Milán. Así, esa noche, sin que nadie lo quisiera ni lo supiera, surgió una idea de justicia que no había existido hasta entonces, una idea que supera y hace risible el deseo individual, la fantasía individual de disparar a bocajarro al buen comisario Calabresi, un deseo y una fantasía que ciertamente cultivaron casi todos los presentes, pero que, como todos los deseos y fantasías, poco después, con la vuelta a la vida cotidiana, desaparecen en la nada.

Por el contrario, esta idea de justicia (que podría llamarse “proletaria” si, como se ha señalado acertadamente, el polvo de los milenios no hubiera caído sobre este término, haciéndolo inservible), que, al no saber cómo llamarla, seguiremos llamando, simplemente, justicia; esta idea de justicia ha seguido abriéndose paso entre todos nosotros, nos ha mantenido unidos, compañeros que nunca han estado cerca de mí, que estuvieron presentes aquella noche, a los que solo he visto algunas veces después, en otros lugares, ocupados en otros asuntos, ellos y yo, compañeros para quienes, que quede claro, tengo muy poca estima, cuando no franca antipatía y desprecio, pues por el simple hecho de que ellos también estaban allí esa noche, cada vez que la lejana pero muy viva voz de la justicia me llama, agitando mi corazón, me siento de nuevo cerca de estos compañeros.

Por eso sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi el 17 de mayo de 1972, afuera de su casa en la calle Cherubini 6, en Milán, a las nueve y cuarto de la mañana.

Esos mil compañeros, o más, presentes en la tumba 434, lote 76, del Cementerio Mayor de Milán, todos apretamos el gatillo.

No hay perdón, no hay piedad.

Addio Lugano Bella.

Catania, 12 de julio de 1998
Alfredo M. Bonanno

 

Introducción a la primera edición del libro Io so chi ha ucciso il commissario Luigi Calabresi

 

Notas agregadas:

[1] Paolo Braschi, anarquista de Livorno, detenido en 1969, acusado junto a otras cinco personas de los atentados en la Feria Comercial y en la estación de trenes de Milán, que causaron varios heridos. Calabresi dirigió las acusaciones contra los anarquistas. Braschi estuvo encarcelado por dos años, luego fueron exonerados.

[2] Giovanni Ventura, neofascista que abrió una librería y una editorial de publicaciones reaccionarias, aunque también textos marxistas y anarquistas. Fue coacusado con Franco Freda de colocar bombas en trenes de pasajeros y en la Piazza Fontana que provocaron numerosas víctimas. Se les absolvió.

[3] Lotta Continua, organización marxista-leninista cuyos dirigentes fueron denunciados, en 1988, por un antiguo miembro de supuestamente haber ordenado la ejecución de Calabresi. Tres acusados fueron condenados a veintidós años de prisión en 1997, mientras que el delator fue perdonado.

[4] En 1995 se inició el Proceso Marini contra decenas de anarquistas. Las acusaciones de pertenencia a una organización insurreccional se fundamentan en la colaboración de una mujer arrepentida cuyos testimonios le fueron dictados por la policía. En 2004, once compañeros son condenados a penas de prisión, entre ellos Bonnano.

[5] Adiós, bella Lugano. Canto tradicional anarquista compuesto por Pietro Gori, a finales del siglo XIX, durante su encarcelamiento, tras ser expulsado de la población suiza de Lugano. Es una poesía sobre la anarquía, el amor, el exilio y la venganza. Se le han ido añadiendo versos que exaltan la vindicación anarquista.

Anarquía post-izquierda. Dejando atrás a la izquierda

Introducción

La crítica anárquica hacia el izquierdismo comenzó desde que la “izquierda” adquirió su razón política. El temprano movimiento anarquista surgió de las mismas luchas que el resto de los movimientos socialistas (los cuales conformaron la izquierda política), aunque terminó distanciándose de estos. En un principio, el anarquismo, y los demás socialismos, fueron consecuencia del catalizador social ocasionado por la Era de las Revoluciones (las Revoluciones Inglesa, Estadounidense y Francesa). Este fue el periodo histórico en el que el capitalismo temprano se desarrolló a partir del cerco a las tierras comunes para así destruir la autosuficiencia comunal, imponiendo la industrialización productiva con un sistema fabril basado en técnicas científicas y con la expansión forzada de la economía de mercado a lo largo del mundo. Pero la Idea anarquista siempre ha tenido implicaciones profundas, más radicales y más integrales que la simple crítica socialista de la explotación del trabajo bajo el capitalismo. De modo que la Idea anarquista nace tanto del catalizador social de la Era de las Revoluciones, como de la imaginación crítica de individuos que intentan abolir toda forma de enajenación y dominación sociales.

La Idea anarquista tiene una imborrable base individualista, la cual consolida su crítica social, exponiendo siempre, y en todas partes, que solo individualidades libres pueden crear una sociedad libre y no alienada. A su vez, esta base individualista ha incluido la idea de que la explotación y la opresión de cualquier individuo disminuye la libertad y la integridad de todas las personas. Son muy diferentes las ideologías colectivistas de la izquierda política, en las que el individuo es permanentemente devaluado, denigrado y denegado, tanto en la teoría como en la práctica — aunque siempre con la fachada ideológica destinada a engañar ingenuos. Esto previene a auténticos anarquistas para tomar distancia de autoritarios de izquierda, de derecha o de centro, quienes tranquilamente explotan masivamente, oprimen y, repetidamente encarcelan y asesinan en masa, para capturar, proteger y expandir sus posiciones de Poder económico y político.

Porque les anarquistas comprenden que solo personas libremente organizadas pueden crear comunidades libres, elles rechazan sacrificar al individuo, o a la comunidad, para alcanzar un Poder que inevitablemente impediría el surgimiento de la sociedad libre. Pero, dados los orígenes casi comunes del movimiento anarquista y de la izquierda socialista, así como sus batallas históricas para seducir o capturar, de varias maneras, el apoyo del movimiento obrero internacional, no es sorpresa que en el curso de los siglos XIX y XX, los socialistas a menudo adopten aspectos de la teoría y la práctica anarquistas como propias, mientras que algunos anarquistas han tomado aspectos de la teoría y práctica izquierdistas en algunas síntesis anarco-izquierdistas. Esto, a pesar que, en el mundo, las luchas de la izquierda por libertad individual y social, han sido en la práctica un fracaso o un fraude. Donde sea que la izquierda socialista haya organizado y tomado exitosamente el Poder, en el mejor de los casos, reformó (y rehabilitó) al capitalismo, o en el peor, instauró nuevas tiranías, con políticas asesinas – algunas de proporciones genocidas.

Por eso, con la espectacular desintegración internacional de la izquierda política, siguiendo al colapso de la URSS, es tiempo para que todes les anarquistas evalúen cada compromiso, que haya habido o que aun exista, con los decadentes restos de la izquierda. Cualquier utilidad que pudo tener en el pasado, para los anarquistas, el haberse comprometido con el izquierdismo se está evaporando con la progresiva desaparición de la izquierda, incluso como una oposición simbólica a las fundamentales instituciones del capitalismo: el trabajo asalariado, la producción de mercancías, y el dominio del valor.

Izquierdistas en ambientes anarquistas

La veloz caída de la izquierda política del escenario histórico, ha dejado a la escena anarquista internacional como la única opción revolucionaria anti-capitalista. Es claro que el ambiente anarquista ha crecido de la noche a la mañana, en la ultima década, la mayor parte de su crecimiento viene de jóvenes atraídos por sus significativas, vitales e iconoclastas actividades y publicaciones, pero una importante minoría de este crecimiento viene de antiguos izquierdistas quienes han – a veces lentamente o, a veces, sospechosamente rápido – comprendido que los anarquistas todo el tiempo tuvieron razón en sus críticas a la autoridad política y a todo Estado. Desafortunadamente, su ser izquierdista no se esfuma – ni cambia de posición – rápidamente. La mayoría de los ex-izquierdistas que se acercan a ambientes ácratas traen consigo, consciente o inconscientemente, muchas de las actitudes, prejuicios, prácticas y creencias izquierdistas de sus antiguos círculos políticos. Por supuesto, no todas esas actitudes, prácticas y creencias son necesariamente autoritarias o anti-anarquistas, aunque en realidad, muchas sí lo son.

Parte del problema es que muchos ex-izquierdistas tienden a malinterpretar el anarquismo como una especie de izquierdismo anti-estatal, ignorando y restando importancia a su imborrable fundamento individualista, considerándolo irrelevante para las luchas sociales. Muchos simplemente no advierten la enorme división entre un movimiento político auto-organizado que busca abolir toda forma de alienación social y un mero movimiento político que busca reorganizar la producción de una forma más igualitaria. Algunos entienden bastante bien la división, pero buscan de cualquier manera transformar, por varias razones, el ambiente anarquista en un simple movimiento político. Algunos ex-izquierdistas lo hacen por considerar que abolir la alienación es imposible o improbable. Otros por mantener un franco rechazo a incluir cualquier componente individualista (cultural, o sexual) de la teoría y la practica sociales. Algunos simplemente se dan cuenta de que nunca conseguirán una posición de Poder en un movimiento genuinamente anarquista y optan por construir organizaciones políticas estrechas con más espacio para la manipulación. Los hay que ajenos al pensamiento y a la acción autónomos, se sienten sencillamente irritados y fastidiados con muchos aspectos de la tradición anarquista, desean impulsar elementos del izquierdismo que les ayuden a sentirse menos perturbados y más seguros dentro del ambiente anárquico – de tal manera que puedan desempeñar sus roles de cuadros o militantes, aunque sin explícitas ideologías autoritarias como guías.

Con el fin de comprender las controversias actuales en el ambiente ácrata, las anarquistas necesitan permanecer constantemente atentas -y cuidadosamente críticas- ante todo esto. Los ataques ad hominem al interior de la escena anárquica no son nada nuevo, y la mayoría, son una pérdida de tiempo, porque se reemplaza la crítica racional por posicionamientos personales. Frecuentemente, el pensamiento crítico es simplemente ignorado por quienes son incapaces de sostener sus propios posicionamientos, y su único recurso es hacer acusaciones sin sustento e irrelevantes, o intentar difamar. Aunque la crítica ad hominem a las identidades puede ser relevante, especialmente cuando estas son tan fuertes que incluyen hábitos, prejuicios y dependencias a menudo inconscientes. Tales hábitos, prejuicios y dependencias – izquierdistas o no – deben estar en la mira de la crítica anarquista.

Recuperación y la izquierda del Capital

Históricamente, la gran mayoría de la teoría y práctica izquierdistas funcionan como leal oposición al capitalismo. Los izquierdistas han sido (a veces con estruendo) críticos de aspectos específicos del capitalismo, pero siempre listos para reconciliarse con el sistema capitalista internacional, ahí donde sean capaces de extraer un pedazo de Poder a cambio de reformas parciales – a veces, solo con la vaga promesa de reformas parciales. Por esta razón, con frecuencia el izquierdismo es calificado, justificadamente, (tanto por ultraizquierdistas como por anarquistas) de ser la izquierda del capital.

El problema no es que esos izquierdistas se nombren anti-capitalistas sin serlo, a pesar de que algunos utilizan tales mentiras para obtener posiciones de poder en movimientos opositores. El problema más grande es que el izquierdismo sostiene teorías deficientes y contradictorias sobre el capitalismo y el cambio social. Como resultado, su práctica siempre tiende hacia la recuperación (o a la cooptación y reintegración) de la rebelión social. Siempre con la mira puesta en la organización, las izquierdas utilizan una variedad de tácticas en sus intentos por reificar y mediar las luchas sociales (representar y sustituir, imponer ideologías gregarias y el moralismo gregario, y últimamente, ejerciendo la represión violenta). Regularmente, los izquierdistas utilizan serenamente todas estas tácticas brutales y explícitamente autoritarias, de hecho. Pero estas tácticas (excepto la última) pueden también ser – y con frecuencia han sido – usadas de maneras más sutiles y explícitamente menos autoritarias, los ejemplos más importantes para nuestro propósito son las acciones históricas y actuales de muchos (aunque no todos) anarquistas de izquierda.

Generalmente, la reificación es descrita como “cosificación”. Es decir, la conversión de un proceso vital complejo en un conglomerado de objetos y hechos mecanizados, fríos y muertos. La mediación política (una forma práctica de reificación) es el intento de intervenir en los conflictos como arbitro o representante. A fin de cuentas, estas son las características fundamentales y definitivas de toda la teoría y practica izquierdistas. El izquierdismo siempre involucra la reificacion y la mediación de la revuelta social, mientras las anarquistas coherentes rechazan esta reificacion de la revuelta. El pronunciamiento de la anarquía post-izquierda pretende ayudar a que el rechazo a la reificacion de la revuelta sea más solido, extendido y consciente de lo que ya es.

La anarquía como una teoría y critica a la organización

Uno de los principios fundamentales del anarquismo es que la organización social debe servir a los individuos y los grupos libres, no al revés. La anarquía no puede existir cuando individualidades o grupos sociales son dominados – sin importar si la dominación es facilitada y forzada por fuerzas externas o por su propia organización.

Para les anarquistas, la estrategia central de los aspirantes a revolucionarios, ha sido la auto-organización no mediada (anti-autoritaria, a menudo informal o minimalista) de las radicales (en base a la afinidad y/o actividades teórico/practicas especificas) con el propósito de alentar y participar en la auto-organización de la rebelión y la insurrección contra el Estado y el Capital en todas sus formas. Incluso entre la gran parte de los anarquistas de izquierda siempre ha habido al menos algún nivel de entendimiento de que las organizaciones mediadoras son altamente inestables e ineludiblemente abiertas a la recuperación, requiriendo vigilancia constante y luchas que impidan su completa recuperación.

Sin embargo, para todo izquierdista (incluyendo anarquistas de izquierda) la estrategia central está siempre expresamente enfocada, por un lado, en la creación de organizaciones mediadoras entre el Estado y el Capital, y las masas de personas descontentas y relativamente sin Poder, por el otro lado. A menudo estas organizaciones están enfocadas en mediar entre capitalistas y trabajadores, o entre el Estado y la clase obrera. Aunque algunas otras mediaciones implican una oposición especial hacia ciertas instituciones en particular, o involucrar la participación de grupos específicos (minorías sociales, subgrupos de clase trabajadora, etc.) por lo regular.

Estas organizaciones mediadoras incluyen a partidos políticos, sindicatos, organizaciones políticas de masas, frentes, etc. Sus metas siempre son cristalizar y enfriar aspectos generales de la revuelta social para fijar conformaciones ideológicas y activistas congruentes. La construcción de organizaciones formales mediadoras necesariamente involucra al menos algún nivel de:

Reduccionismo. Solo algunos aspectos particulares de la lucha social son incluidos dentro de estas organizaciones. Otros aspectos son ignorados, invalidados o suprimidos, conduciendo a una mayor fragmentación de la lucha. Lo cual, asimismo, facilita la manipulación por las élites y su eventual transformación en grupos gestores, puramente reformistas, vaciados de toda critica radical.

Especialización o profesionalización. Quienes mayor involucramiento tengan en la operación cotidiana de la organización serán seleccionados, o auto-seleccionados, para asumir responsabilidades cada vez más especializadas dentro de la organización, a menudo conduciendo a una división oficial entre líderes y liderados, con grados de poder e influencia, introducidos en forma de puestos intermedios en la evolución de la jerarquía organizacional.

Remplazo. Progresivamente la organización formal se convierte en el centro de la estrategia y la táctica, en lugar de la gente-en-rebelión. En la teoría y en la práctica las personas tienden a ser progresivamente sustituidas por la organización, el liderazgo – especialmente si se ha formalizado – tiende a sustituirse a sí mismo por la organización como un todo, y eventualmente un líder máximo a menudo emerge, quien termina personalizando y controlando a la organización.

Ideología. La organización se convierte en el sujeto primario de la teoría con roles individuales asignados que deben cumplirse, en vez de que la gente construya sus propias teorías. Todas, menos las organizaciones anarquistas más auto-conscientes, tienden a adaptar algún tipo de ideología colectivista, en la cual el grupo social es percibido como un ente con mayor realidad política que el individuo libre. En donde la soberanía popular recae, allí se encuentra la autoridad política; si la soberanía popular no se disuelve sobre cada una de las personas, siempre se requerirá del sometimiento de los individuos al grupo, de alguna forma.

En contraste, todas las teorías de auto-organización anarquista (en varias formas y con distintos niveles) proponen:

Autonomía individual y grupal con libre iniciativa. El individuo autónomo es la base fundamental de toda teoría genuinamente anarquista sobre la organización, sin la individualidad autónoma cualquier otro nivel de autonomía es imposible. La libertad de iniciativa es igualmente fundamental tanto para el individuo como para el grupo. Sin poderes superiores llega la habilidad y la necesidad de que todas las decisiones sean tomadas en el punto de impacto inmediato. (Como nota al margen, los post-estructuralistas y post-modernistas que niegan la existencia de la individualidad autónoma anárquica, a menudo equivocan la validez de la critica del sujeto metafísico, para dar a entender que es pura ficción el proceso vivido subjetivamente — una especie de auto-engaño que haría imposible e innecesaria la teoría social.)

Libre asociación. La asociación nunca es libre si es forzada. Esto significa que las personas son libres de asociarse con cualquiera, en la combinación que deseen y así mismo, de disociarse o rechazar la organización.

Rechazo a la autoridad política, por lo tanto, a la ideología. La palabra “anarquía” significa literalmente sin poder o sin autoridad. Ambos, sin poder ni autoridad, significan la no existencia de autoridad política sobre las personas mismas, quienes pueden y deberían tomar todas sus decisiones independientemente, como lo consideren oportuno. La mayor parte de las construcciones ideológicas sirven para legitimar la autoridad de una u otra élite, o institución, que toman decisiones por las personas, o para deslegitimar la toma de decisiones por la gente misma.

Organización pequeña, simple, informal, temporal y transparente. Gran parte de los anarquistas encuentran que los pequeños grupos cara a cara permiten una participación más completa con la mínima cantidad de especialización innecesaria. Las estructuradas sencillas y con organización menos compleja ofrecen pocas oportunidades para el desarrollo de jerarquías y burocracias. La organización informal es las más cambiante y la más capaz de adaptarse continuamente ante nuevas condiciones. Una organización abierta y transparente es la más accesible y controlable por sus integrantes. A mayor tamaño en la organización, más susceptible será a desarrollar rigidez, especialización y, eventualmente, jerarquías. Las organizaciones tienen un tiempo de vida útil y es extraño que alguna organización anarquista sea tan importante para existir por generaciones.

Organizaciones descentralizadas y federadas con toma directa de decisiones y respeto a las minorías. Cuando grandes organizaciones formales y complejas son necesarias, solo pueden continuar siendo autogestionadas, por sus integrantes, si son descentralizadas y federadas. Cuando los grupos cara-a-cara – con la posibilidad de total participación en la discusión cordial y toma de decisiones- se vuelven inviables debido al tamaño, el mejor recurso es descentralizar la organización en una estructura federal con muchos grupos pequeños. O cuando los grupos pequeños necesitan organizarse con grupos de compañeros para conducir mejor problemas a gran escala, es preferible la libre federación – con autodeterminacion absoluta a cualquier nivel empezando desde la base. Mientras los grupos conserven un tamaño manejable, las asambleas con todos los involucrados deberán ser capaces de tomar decisiones directamente, según los métodos que acuerden. Sin embargo, las minorías nunca deben ser forzadas por las mayorías, sobre la base de alguna concepción ficticia de dirección grupal. La anarquía no es democracia directa, aunque las anarquistas puedan usar métodos democráticos para la toma de decisiones, cuando y donde deseen. El único respeto verdadero por las opiniones de las minorías implica aceptar que estas tienen la misma fuerza que las mayorías, requiriendo de negociaciones y el mayor nivel de acuerdo mutuo para una efectiva y estable toma decisiones grupal.

Al final, la mayor diferencia es que los anarquistas respaldan la auto-organización, mientras que los izquierdistas pretenden organizarte a ti. Para los izquierdistas el énfasis siempre lo ponen en el reclutamiento para sus organizaciones, para que así tú te desempeñes como militante, o cuadro, sirviendo a sus propósitos. Ellos no quieren verte decidir, por determinación propia, cuál será tu teoría y tu accionar, pues eso no les permitirías manipularte. Les anarquistas desean que establezcas tu propio accionar y tu propia teoría, que auto-organices tus acciones con quienes piensen como tú. Los izquierdistas quieren crear la unidad ideológica, estratégica y táctica a través de la “auto-disciplina” (auto-represión) cuando sea posible, o con disciplina organizacional (amenaza de castigos) cuando sea necesario. En ambos casos, se espera que entregues tu autonomía para que sigas un camino heterónomo, que decidieron por ti.

La anarquía como teoría y crítica de la ideología

La crítica anarquista de la ideología data de la obra maestra de Max Stirner, aunque el mismo no usó este termino para describir su crítica. La ideología es el medio por el cual la alienación, la dominación y la explotación son racionalizados y justificados por medio de la deformación del pensamiento y la comunicación humanas. En esencia todas las ideologías involucran la substitución de abstracciones o imágenes extrañas (o incompletas) para la subjetividad humana. Las ideologías son sistemas de falsa conciencia en los que las personas no se ven a si mismas como sujetos en su relación con el mundo. En cambio, se conciben como subordinadas a una u otra entidad, o entidades, abstractas que se confunden como los verdaderos sujetos o actores de su mundo.

Donde sea que algún sistema de ideas y deberes se encuentre estructurado con una abstracción como centro – asignando, en beneficio propio, roles y deberes a la gente – es siempre una ideología. Todas las formas de ideología están estructuradas alrededor de diferentes abstracciones que sirven a los intereses de estructuras sociales jerárquicas y alienantes, por eso son la jerarquía y la alienación dominantes en la esfera del pensamiento y la comunicación. Aun si la ideología, retóricamente se opone a la jerarquía y a la alienación, permaneciendo formalmente coherente en su pretendida oposición, tenderá a deteriorase su fachada ideológica.

No importa si la abstracción es Dios, el Estado, el Partido, la Organización, la Tecnología, la Familia, la Humanidad, la Paz, la Ecología, la Naturaleza, el Trabajo, el Amor o incluso la Libertad; si esto es concebido y presentado como si fuera un sujeto activo con una esencia propia que demanda de nosotros, entonces es el centro de una ideología. El Capitalismo, el Individualismo, el Comunismo, el Socialismo y el Pacifismo son aspectos ideológicos importantes como son concebidos. La religión y la moralidad son siempre, por definición, ideológicos. Incluso la resistencia, la revolución y la anarquía, a menudo toman dimensiones ideológicas, cuando no tenemos cuidado en mantener una critica consciente sobre cómo estamos pensando y cuales son los propósitos de nuestros pensamientos. La ideología es casi omnipresente, desde anuncios publicitarios y comerciales, a tratados académicos y estudios científicos, casi todos los aspectos del pensamiento y la comunicación contemporánea son ideológicos, y para los humanos su significado real se encuentra perdido bajo capas de mistificación y confusión.

El izquierdismo, como la reificación y la medición de la rebelión social, siempre es ideológico, porque demanda que la gente se conciba así misma, antes que nada, en términos de su representación y sus relaciones al interior de las organizaciones, y de los sectores oprimidos, que son considerados más reales que los individuos que se asocian para crearlas. Para los izquierdistas la historia nunca es hecha por individualidades, sino por organizaciones, grupos sociales y —sobre todo, para los marxistas – por las clases sociales. Cada gran organización izquierdista, normalmente, ajusta su legitimación ideológica con elementos importantes, confiando que todos sus miembros los aprenderán y defenderán, si no hacen proselitismo. Una crítica seria o un cuestionamiento ideológico, es arriesgarse a ser expulsado de la organización.

Las anarquistas post-izquierda rechazan todas las ideologías en favor de la construcción individual y grupal de la auto-teoría. La auto-teoría individual es la teoría en la cual el individuo íntegro en-contexto (en todas sus relaciones, con toda su historia, deseos y proyectos, etc) es siempre el centro subjetivo de la percepción, del entendimiento y la acción. La auto-teoría comunal se basa en el grupo como sujeto, pero siempre con una profunda conciencia de los individuos (y sus propias auto-teorías) como creadores del agrupamiento u organización. La organizaciones anarquistas no-ideológicas (o grupos informales) están siempre explícitamente basadas en la autonomía de los individuos que las constituyen, lo que las diferencia de las organizaciones izquierdistas clásicas que requieren la subordinación de la autonomía personal como requisito para su membresía.

Ni dios, ni amo, ni orden moral: La anarquía como crítica de la moral y el moralismo

La crítica anarquista hacia la moral también proviene de “El Único y su propiedad”, obra maestra de Max Stirner. La moralidad es un sistema de valores reificados – valores abstractos que son sacados de cualquier contexto, puestos en una piedra y transformados en creencias incuestionables, para ser aplicados independientemente de las metas, deseos y pensamientos, a pesar de la situación en la que se encuentre la persona. El moralismo no es solo la práctica de reducir valores vivos a una moral reificada, sino de considerarse uno mismo mejor que los otros, por haberse sometido a una moralidad (rectitud personal) y de hacer proselitismo para la adopción de la moralidad como herramienta de cambio social.

A menudo, cuando una persona abre los ojos debido a un escándalo o una desilusión, empieza a excavar en las ideologías y recibe ideas, que toda su vida ha asumido como normales, en aparente coherencia y con el poder de la nueva respuesta que encontró (ya sea en la religión, el izquierdismo o incluso en el anarquismo), puede llevarle a creer que ahora ha encontrado la Verdad (con V mayúscula). Una vez que esto comienza, regularmente la gente tiende hacia el camino del moralismo, con sus consiguientes problemas de elitismo e ideología. Tras sucumbir a esta ilusión de haber encontrado la única verdad que solucionaría todo “si” solo el resto de la gente también entendiera. La tentación es ver esta única Verdad como la solución al Problema en cuestión, alrededor del cual todo debe ser teorizado, lo cual lleva a construir un sistema de valores absolutos en defensa de su Solución mágica al Problema, a la que esta Verdad apunta. En este punto, el moralismo sustituye al pensamiento crítico.

Las diversas formas de izquierda promueven distintos tipos de moralidad y moralismo, aunque generalmente dentro del izquierdismo el Problema está en que la gente es explotada por capitalistas (dominada por estos o alienada de la sociedad o del proceso productivo, etc.). La Verdad dice que “El Pueblo” debe tener el control de la Economía (y/o de la Sociedad) en sus manos. El Obstáculo más grande para esto es la Propiedad y el Control de los Medios de Producción por la Clase Capitalista, seguido por el monopolio del uso legal de la violencia a través del Estado. Para revertirlo, la gente debe aproximarse con fervor evangélico, para convencerles de rechazar todos los aspectos, ideas y valores del capitalismo y adoptar la cultura, las ideas y valores de una noción idealizada de la Clase Trabajadora, con el propósito de tomar posesión de los Medios de Producción, deteniendo el poder de la Clase Capitalista y constituyendo el poder de la Clase Trabajadora (o sus instituciones representativas, si es que no de su Comité Central o su Líder Supremo) sobre toda la sociedad… Esto conduce a menudo hacia algunas formas de Obrerismo (a menudo incluyendo la adopción de la imagen dominante de la cultura de la clase trabajadora, en otras palabras, el estilo de vida de la clase trabajadora) una creencia (comúnmente Científica) en la Salvación Organizacional, otra creencia en la Ciencia (con la inevitable victoria del proletariado) de la Lucha de Clases, etc. Y por lo tanto, tácticas consistentes en la construcción del fetichismo de Una Verdadera Organización de la Clase Trabajadora para responder al Poder Político y Económico. Un completo sistema de valores es construido alrededor de una específica y simplificada concepción del mundo, con categorías morales del bien y el mal que son reemplazadas por la evaluación crítica en términos de la subjetividad individual y comunal.

El descenso hacia el moralismo nunca es un proceso automático. Es una tendencia que se manifiesta naturalmente donde sea que la gente inicie el camino de la critica social reificada. La moralidad siempre involucra la desviación en el desarrollo de una coherente teoría crítica propia y social. Lo cual crea un corto circuito en el desarrollo de la estrategia y tácticas apropiadas para esta teoría critica y fomenta un énfasis en la salvación personal y colectiva a través del cumplimiento de los ideales de esta moralidad, idealizando una cultura, o estilo de vida, por su virtud y eminencia, mientras se demoniza todo lo demás, como parte de las tentaciones o perversiones del mal.

Un énfasis inevitable se convierte en intento continuo e insignificante por reforzar los límites de la virtud y el mal, por medio de vigilar las vidas de cualquiera que diga ser miembro sectorial del grupo propio, mientras denuncia de manera mojigata a los otros grupos. En el ambiente obrerista, por ejemplo, esto significa atacar a cualquier que no cante con himnos las virtudes de la organización de la clase obrera (y especialmente a las virtudes de la Única Verdadera forma de Organización), o a las virtudes de la imagen dominante de la Clase Trabajadora o su estilo de vida (ya sea beber cerveza en vez de vino, rechazar subculturas de moda o conducir un auto marca Ford o Chevy en vez de BMW o Volvo). El objetivo, por supuesto, es mantener los limites de la inclusión y la exclusión entre el grupo propio y grupo ajeno (siendo el grupo ajeno representado en los países industrializados por las Clases Media y Alta, o los Burgueses y Pequeño Burgueses, o los grandes y pequeños Jefes y Capitalistas).

Cumplir con la moralidad significa sacrificar determinados deseos y tentaciones (sin importar la situación en la que pueda encontrarse) en favor de la recompensa de la virtud. Nunca comas carne. Nunca conduzcas un todoterreno. Nunca trabajes ocho horas. Nunca seas un rompehuelgas. Nunca votes. Nunca hables con la policía. Nunca recibas dinero del gobierno. Nunca pagues multas. Nunca…etc, etc. No es una manera muy atractiva de llevar la vida para alguien interesado en pensar críticamente el mundo y en evaluar que hacer por uno mismo.

Rechazar la Moralidad involucra la construcción de una teoría critica de uno mismo y de la sociedad (siempre auto-critica, provisoria y nunca integral) en la cual el objetivo claro de acabar con la alienación social nunca es confundido con objetivos parciales reificados. Esto involucra enfatizar lo que la gente debe obtener con la critica radical y la solidaridad, en vez de aquello que la gente debe sacrificar o renunciar con el propósito de vivir vidas virtuosas de una moralidad políticamente correcta.

La anarquía post-izquierda: Ni izquierda, ni derecha, sino autonomía

La anarquía post-izquierda no es algo nuevo, ni diferente. Tampoco es un programa político o una ideología. No significa en modo alguno, un tipo de facción o secta al interior del más generalista ambiente anarquista. De ninguna manera es una abertura hacia la derecha política; la derecha y la izquierda siempre han tenido mucho más en común entre sí que con el anarquismo. Y no intenta, desde luego, ser una nueva mercancía en el, ya bastante lleno, mercado de ideas seudo-radicales. Es simplemente un intento de restablecer las más fundamentales e importantes posiciones anarquistas dentro del contexto de desintegración internacional de la izquierda política.

Si queremos evitar ser derribados por los escombros del izquierdismo a medida que este se desmorona, necesitamos disociarnos completa, consciente y explícitamente de sus múltiples fallos – y especialmente de sus posiciones inválidas que le han conducido a tales yerros. Esto no quiere decir que sea imposible que a los anarquistas también se les consideren izquierdistas – ha habido una larga, y muchas veces honorable, historia de anarquistas y síntesis de izquierda. No significa que nuestra situación actual impida a cualquiera- incluso a un anarco-izquierdista – confrontar el hecho de que los defectos prácticos del izquierdismo requieren una completa crítica y un explicito quiebre con cada aspecto de la izquierda.

Los anarco-izquierdistas no pueden seguir evadiendo el someter su propio izquierdismo a una crítica intensiva. Desde ahora, es simplemente insuficiente (no es que haya sido suficiente alguna vez) proyectar todas las fallas del izquierdismo en sus variantes más claramente nocivas, ni en algunos episodios nefastos de la practica izquierdista, como son el leninismo, el trotskismo o el stalinismo. Las críticas al estatismo de izquierda, o a organizaciones y partidos izquierdistas solo han sido la punta de una critica que ahora explícitamente debe abarcar el iceberg completo de la izquierda, incluyendo esos aspectos, que desde hace tanto, se han incorporado en las tradiciones de la practica anarquista. Cualquier rechazo a ampliar y profundizar la critica hacia el izquierdismo constituye un rechazo al esfuerzo por el auto-examen, necesario para una genuina auto-comprensión. Y obstinarse en evadir la auto-comprensión nunca podrá ser justificada por alguien que busca el cambio social radical.

Tenemos ahora una oportunidad histórica sin precedentes, ante la abundancia de recursos para la crítica, puede rehacerse un movimiento anarquista internacional que sea capaz de desarrollarse por sí mismo, sin que se incline ante ningún otro movimiento. Lo único que nos queda es tomar esta oportunidad para reformular críticamente nuestras teorías anarquistas y reinventar nuestras prácticas anárquicas a la luz de nuestros deseos y objetivos esenciales.

¡Rechacemos la reificación de la revuelta!

¡El izquierdismo ha muerto!

¡Viva la anarquía!

Jason McQuinn

Giuseppe Ciancabilla: Una visión del anarquismo italo-estadounidense a comienzos del siglo XX

A pesar de abarcar un breve lapso de tiempo, de 1898 a 1904, la experiencia política de Giuseppe Ciancabilla nos propone recorrer uno de tantos senderos ideológicos generalmente agrupados bajo el amplio paraguas del “individualismo anarquista”. De hecho, fue Pier Carlo Masini quien calificó a Giuseppe Ciancabilla como la persona que dotó al anarquismo individualista italiano de un perfil teórico riguroso. Asimismo, como el pensamiento de Ciancabilla llegó a su completa maduración y definición en el marco de la migración anarquista italiana a Estados Unidos, mi trabajo de investigación recorre su historia personal. He tratado de reconstruir las dificultades y los límites dentro de los cuales se activaba la comunidad anarquista italo-estadounidense de principios del siglo XX, y entender por qué fue tierra fértil para la propagación de las ideas antiorganizativas de este anarquista romano.

Los fundamentos ideológicos del anarco-comunismo antiorganizativo fueron concebidos por Giuseppe durante su estancia en Francia, en 1898, a través del contacto con el grupo cercano a Les Temps Nouveaux. La élite anarquista francesa de la época estaba muy influenciada por las teorías de Kropotkin y, sobre todo entre las bases del movimiento, existía una fascinación por la “edad heroica”, de los attentats, puesta de relieve también por algunos exponentes de la vanguardia artística y literaria de la época. Ciancabilla, recientemente converso al anarquismo tras una carrera en las filas de las juventudes socialistas de la capital italiana, y con experiencia como voluntario en la guerra Greco-Turca, se distancia (todo en suelo francés) de la tesis federalista de Malatesta (la cual rechaza a raíz de los Motines por el Pan en Italia), acentuando el lado demoledor del accionar anarquista y proponiendo una noción espontaneísta de la revolución, determinada por la acción ilimitada de pequeños núcleos, en los que la “propaganda por el hecho” conservaba una importancia fundamental.

La concepción anarquista de Ciancabilla pudo ser plenamente formulada debido a la polémica con Malatesta y el grupo Diritto dell’Esistenza de Paterson, Nueva Jersey, que, precisamente por diferencias ideológicas y aprovechando la llegada del líder anarquista (Malatesta) le despojó de la dirección de La Questione Sociale, en septiembre de 1899. Sin embargo, incluso durante la primera incursión en el mundo editorial en la que había desempeñado un papel central, con L’Agitatore de Neuchatel, Ciancabilla había tenido ocasión de posicionarse sobre los atentados individuales de los que nunca se distanció. Frente al ataque de Luccheni, aquel cuestionó el sentido de una acción que golpeaba a quien hacía tiempo tenía poco que ver con los palacios de los poderosos. Ciancabilla, en contraste, firmó un artículo en el que elogiaba al asesino y sostenía que correspondía a los anarquistas reivindicar cualquier acto de ruptura con el orden establecido, independientemente de su utilidad.

En Estados Unidos, este joven romano se ajustó al ambiente de los diversos grupos anarquistas italianos que habían empezado a surgir durante la última década del siglo XIX. La migración italiana a Estados Unidos comenzaba a experimentar un crecimiento crucial, pero el verdadero auge se produjo entre la segunda mitad de la primera década del siglo XX y la Primera Guerra Mundial. Los trabajadores que llegaban carecían, en su mayoría, de experiencia en la organización de clase y, en el caso de los pocos que habían emprendido una actividad política en su país de origen, esta se había limitado a fricciones con la ley, dado que el clima reaccionario de la Italia de finales del siglo XIX había perjudicado, en general, con cualquier labor real y cotidiana de propaganda dentro de las organizaciones obreras que empezaban a expandirse en aquella época.

Al otro lado del Atlántico, la propaganda anarquista encontró sus mayores obstáculos en la ignorancia de los emigrados y en el papel desempeñado por “peces gordos” que se ofrecían como intermediarios entre la comunidad étnica y la realidad americana, cuya posición dominante era en sí misma una garantía de que persistiría la desventaja cultural de los emigrados. En este contexto, los grupos anarquistas representaban una “colonia dentro de la colonia” y gran parte de su actividad se dedicaba a proteger la herencia ideológica y la tradición anarquistas, que eran las piedras de toque en torno a las cuales podían aglutinarse los distintos grupos, lo que hacía de cualquier súper-estructura organizativa (que las inciertas circunstancias de los propios trabajadores dificultaban) redundante. Así, era natural que, tácticamente, se prefiriera la acción revolucionaria libre de cualquier vínculo programático y basada en formas de entendimiento interindividual orientadas a fines propagandísticos específicos. El abanico de valores promovidos por los anarquistas (anticlericalismo, antipatriotismo, amor libre) ofrecía un “mundo al revés” que a menudo infundía cierto temor al resto de la comunidad de emigrados italianos. Así que era más fácil abrirse a los contactos con otros grupos de inmigrantes, especialmente “los latinos”, pero dentro de los parámetros del mundo anarquista, con sus tradiciones e ideologías compartidas, que atraer a otros trabajadores italianos no politizados a los que se llegaba principalmente a través de las innumerables empresas recreativas que todos los grupos anarquistas promovían sin descanso.

Al mismo tiempo, la sociedad americana, imbuida de sentimientos xenófobos hacia estos “nuevos inmigrantes”, era hostil con los italianos, y mucho más a aquellos grupos politizados que, se creía, traían consigo incendiarias teorías de violencia clasista contrarias a las tradiciones democráticas de la República. La tradición anarquista nativa, cuyo máximo exponente en aquel momento era Benjamin Tucker, estaba ligada a una perspectiva individualista pacifista con la que la migración anarquista tenía mucha dificultad en aprobar. Además, los sindicatos estadounidenses, encabezados por la American Federation of Labor, apostaban por un sindicalismo economisista que descartaba cualquier perspectiva de cambio radical en las relaciones de producción y se limitaba al sindicalismo “puro y simple”; ocupado en organizar al segmento respetable de la clase obrera estadounidense, es decir, trabajadores blancos con tradición organizativa, excluyendo a nuevos inmigrantes no calificados que eran protagonistas involuntarios de la reestructuración empresarial y que parecían socavar el poder del trabajador blanco, en términos de velocidad en el proceso de producción. Al respecto, la organización sindical estadounidense con su política corporativa y sus elevadas cuotas de afiliación mantuvieron alejados a los trabajadores italianos y reprodujo en sus filas las diferencias étnicas que también se daban en el contexto de la jerarquía fabril.

En vista de ello, los anarquistas italoamericanos desafiaron la línea moderada de los sindicatos, estructuras centralizadas y burocráticas, e intentaron sacar provecho de la rebeldía de los inmigrantes, que las violentas relaciones de producción hacían inevitable, y se esforzaron por encender el conflicto de clases.

En este contexto, la propaganda de Giuseppe Ciancabilla (apelando a los valores de la “pureza anarquista” rechazaba cualquier compromiso, ya fuera con grupos ajenos al anarquismo o enmarcados en el sindicalismo) orientó el actuar de la militancia anarquista italiana en Estados Unidos a principios del siglo XX. Además de sus dotes como agitador y sus múltiples contactos en Europa, su periódico funcionó como una caja de resonancia que aprovechaba los estímulos de la renovación teórica del anarquismo internacional, aunque en el horizonte de una visión espontaneísta de la revolución. En este sentido, su trabajo fue importante como vehículo para comunicar tácticas y teorías frescas que fueron heredadas en las luchas obreras estadounidense. Hay que señalar, por ejemplo, el entusiasmo suscitado por los éxitos iniciales de los anarquistas franceses implicados en el movimiento obrero, hizo que Ciancabilla lanzara una campaña en Estados Unidos a favor de la huelga general revolucionaria.

En efecto, Ciancabilla se obstinó en rechazar todo trabajo metódico en el seno de las organizaciones obreras y afirmaba que los esfuerzos debían orientarse a “crear la mentalidad” para la huelga general, que no era más que transferir al terreno de las relaciones de producción la concepción insurreccionalista y voluntarista de gran parte del anarquismo. Así, una serie de panfletos y contribuciones de los principales exponentes del anarquismo francés fueron presentados en su editorial, y estaban a disposición de la militancia en salas de reunión, además de asociaciones creadas por diversos grupos, permitiendo que las ideas circularan, representando un importante bagaje ideológico para los inmigrantes italianos en Estados Unidos.

Las palabras violentas con la que estaba cargado el periódico de Ciancabilla alimentaron un sentimiento reivindicativo, sentimiento que muchos migrantes forzados a partir por la pobreza o escapando de problemas con la ley, debían sentir hacia la tierra que les había rechazado. No es casualidad que fuera Gaetano Bresci quien emprendiera su misión desde la comunidad italo-estadounidense, ni que su nombre figure entre los suscriptores de L’Aurora, uno de los periódicos de Ciancabilla.

Evocar Italia, parecía ofrecer buenas perspectivas de desarrollo revolucionario en los Estados Unidos de principios del siglo XX. Debido a la constante comunicación, la inclinación antiorganizativa del anarquismo italo-estadounidense ejerció una influencia significativa sobre el movimiento en su país natal. Ciancabilla participó personalmente en las furibundas discusiones que en aquella época dividían a los anarquistas italianos organizacionistas en torno a Il Pensiero, el periódico de Gori y Fabbri, de los antiorganizacionistas en torno a Il Grido della Folla de Milán. En este último periódico empezaban a aparecer los primeros artículos en los que se apreciaba una inconfundible influencia stirneriana y nietzscheana. Hay que decir, sin embargo, que el anarquismo antiorganizacionista de Ciancabilla se mantenía esencialmente alejado del exasperado egoísmo antisocial, cuyos primeros síntomas habían empezado a surgir en algunos de los exponentes del anarquismo italiano de principios del siglo XX. Sin embargo, se podían encontrar puntos en común con las corrientes stirnerianas, en una oposición compartida contra el anarquismo “aletargado” de Gori y Fabbri, además de la disposición a reivindicar cualquier acto de revuelta contra el orden burgués. Esto siempre había formado parte de la herencia ideológica de Ciancabilla.

Mario Mapelli

Fragmento del libro Fired by the ideal: Italian-American anarchist responses to Czolgosz’s killing of McKinley.

La anarquía no es un pasatiempo

¿Por qué hoy en día un gran número de anarquistas únicamente se dedica a pedir derechos y mendigar dignidad?

Esta es una pregunta que me asalta con demasiada frecuencia últimamente y una y otra vez, de manera constante y por muchas vueltas que le dé al problema, la respuesta que asoma de mis labios es siempre la misma: miedo. Luego, al recapacitar sobre la respuesta vislumbro otra posible solución más concreta, más específica, no tan etérea como la palabra «miedo» y es que: no hay anarquistas. Esa sí es la respuesta correcta. Hay un número muy limitado de verdaderos ácratas luchando por vivir en libertad o al menos intentando llevar a cabo tan ansiado propósito. Un individuo que se considere a sí mismo anarquista no puede ni debe tener miedo a vivir según sus ideales y su ética ya que hacerlo sería manchar el nombre de todos aquellos que murieron por defender La Idea. Excusarse en el miedo para no vivir al margen de la sociedad, de su justicia y sus leyes es vergonzoso y un acto de cobardía por muchas excusas que se me pongan delante.

Sería pretencioso por mi parte decir que tengo la poción mágica para contrarrestar este mal ya que dicha solución únicamente se encuentra en poder de cada individuo. Tampoco la búsqueda de un remedio a dicho problema es el propósito de este texto. Lo que sí pretendo es abrir los ojos de los compañeros para poder desenmascarar a todos esos falsos anarquistas, señalar a esos gurúes que pululan por Internet gracias a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, a los blogs y demás plataformas virtuales y que se alzan como únicas voces autorizadas dentro del movimiento. Nuestra lucha contra este anarquismo de consumo tiene que ser feroz y brutal.

Tomemos el ejemplo que nos ofrece Internet. La web se ha convertido en el centro, casi único se podría decir, de la discusión política, no solo en este país sino en prácticamente todo el mundo. El parlamentarismo es un nido de corrupción que funciona a base de favores y prebendas, los movimientos sociales solo buscan mejoras —de trabajo, de vivienda, etc.— dicho de otro modo, las migajas que el sistema regala con cristiana caridad.

Gracias a las redes sociales el flujo de información es constante y, lo que es más importante y a la vez más dañino, a una velocidad de vértigo. Lo que se creía como un arma para debilitar al sistema es en realidad un arma para mantener a las personas perdidas en un laberinto de colores llamativos. La masa de borregos ha vuelto a picar y ya disfruta de dos prisiones, su vida real y su vida virtual. ¿Hasta qué punto nos puede afectar la fusión de ambas vidas? No hay que ser muy docto en psicología para darse cuenta del peligro que acarrea perder el contacto con la realidad al quedar subordinado al falso enriquecimiento que aporta la vida virtual.

Hoy en día por la red circula una abrumadora hueste de «teóricos anarquistas». Las redes sociales parecen cumplir la función antaño asignada a los dioses. Esa «mágica» capacidad de convertir en «profeta» a cualquiera que dispusiera de un altillo, voz potente y una nutrida colección de consignas morales, hoy la suplen estas plataformas encumbrando a quien disponga de un dispositivo electrónico que le permita mandar un eslogan ambivalente en ciento cuarenta caracteres. No importa lo que se diga. Da igual si el que suscribe esas arengas no vive según lo que predica. Quién se va a enterar de que soy un impostor si mis «fans» viven a kilómetros de distancia. Las redes sociales son un reflejo prístino de la sociedad en la que vivimos. Aparentar es lo realmente importante. A estos «teóricos de la anarquía 2.0» no les interesa despertar las mentes ni que se abran nuevas posibilidades de lucha. Lo único importante para ellos es simular y presumir. La vanidad y el egocentrismo crecen con fuerza al ver cómo aumenta su manada de aduladores y pelotas, de llorones y victimistas, en definitiva, de borregos sin amor propio y con una misión única en la vida: ser la carnaza perfecta para estos nuevos gurúes de la autoayuda. Sí, un poder de esa magnitud es difícil de rechazar, ¿verdad?

Ese es el panorama actual en la red, pero, y ¿cuál es el paisaje en la calle?

No tengo razón alguna para ser más optimista en esta cuestión. Las calles están vacías. Una trampa —típica de trilero, por cierto— en la que se cae mucho en las redes sociales es hacernos creer que somos muchos y que estamos preparados para una «revolución social». La hostia que te da la decepción si no estás preparado es salvaje, esto es un hecho palpable. La lucha obrera y sus sindicatos están muertos. El anarcosindicalismo tiene en la CNT una organización férrea y jerarquizada que reproduce viejos hábitos contra los que dice luchar. Los movimientos sociales están totalmente institucionalizados y el daño que ha hecho el 15M a la movilización espontánea en las calles ha sido devastador. ¿Qué nos queda? Las asambleas de vecinos en los barrios, hay pocas pero las que están se mantienen vivas aunque su lucha poco o nada tiene que ver con la anarquía, no buscan una confrontación contra el Estado, se trata más bien de una batalla por la supervivencia. Bravo por ellos. Luego tenemos los centros sociales que según lo que yo observo se limitan a realizar una actividad cultural y de ocio. Parece que la liberación de espacios, al menos en los últimos años, se está volcando en los suburbios que presenten un movimiento vecinal medianamente fuerte para así tratar de lograr el apoyo de las gentes del barrio, colaboración que me parecería magnífica si detrás de esa marea popular no se ocultara el oscuro objetivo de lograr la legalidad por parte del Estado para mantener esos centros sociales en funcionamiento. Ciertamente no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que tras esos colectivos se esconden ciertos elementos desestabilizadores, todos sabemos que hay policías y fascistas infiltrados, pero me refiero a esos personajes más cercanos a la mal llamada democracia participativa que a la anarquía y cuya única misión es desarticular y torpedear la lucha para poder ponerse a cubierto bajo el paraguas de las instituciones. No critico estas luchas pero estoy convencido de que tanta organización y repetición de roles y formas de creación paralelas al sistema, cuando no imbuidas por él, se alejan mucho de mi visión de la anarquía.

Para finalizar, me gustaría decir qué es lo que yo echo en falta:

Echo en falta individuos. Tenemos una carencia significativa de individuos que piensen por sí solos y que vivan por y para sus ideales. Los anarquistas son aventureros por naturaleza, necesitan experimentar en primera persona, viajar para conocer gentes nuevas y culturas diferentes. Se desplazan buscando siempre una nueva lucha a la que aportar su granito de arena. Se mueven sin descanso con la finalidad de encontrar afines con los que colaborar, trabajar, crear, en una palabra «vivir». Sin movilidad, el anarquista se marchita.

Echo en falta mucha más praxis. Los anarquistas tienen que llevar a la práctica y aplicar toda la teoría de la que se nutren. Hay que okupar una y otra vez sin descanso y en cualquier rincón de este puto planeta. Hay que expropiar al Estado, al rico, al burgués, al patrón y a todos sus cómplices. Hay que sabotear a las fuerzas represoras del Estado y la propiedad privada que defienden como perros. En definitiva, atacar sin piedad todas las infraestructuras que mantienen en funcionamiento este asqueroso y podrido sistema.

Echo en falta, en definitiva, coraje. Hay que desprenderse del miedo, tanto el individual como el adquirido a través del grupo, el pánico colectivo es el más peligroso. La obsesión por crear una «sociedad anarquista» coacciona al individuo y le paraliza con un terror atroz que le impide vivir la anarquía y mientras no se quite el disfraz, rompa con todo y se lance a vivir según su ética y su coherencia no será más que un proyecto que en lugar de crecer se diluye atrapado en el sistema. Los anarquistas no le temen a nada ni a nadie. Nada de lo que he dicho anteriormente es una utopía. Si yo puedo hacerlo, también puedes tú.

Hobo, julio 2016

Tomado del blog Prometeo Encadenado Site