El atraco en Córdoba

Crónica de la fallida expropiación bancaria efectuada por un grupo de acción anarquista en la ciudad de Córdoba, Andalucía, en el año de 1996.

 

Son las cinco de la mañana de un día lluvioso, ya lleva diez días sin parar de llover en esta ciudad de Córdoba, en Andalucía. Los días de lluvia son los más indicados para atracar. La gente por lo general, no presta demasiada atención al atracador que espera nervioso, en la esquina del banco, la llegada del encargado que abrirá la puerta de acceso. La lluvia y el frío encogen la mirada de los transeúntes preocupados en no mojarse y no pisar los charcos de agua en el suelo.

Todo está preparado, lentamente me despierto, oigo rumores en las otras habitaciones. Los demás compañeros al igual que yo, empiezan a preparase. Con dificultad me pongo el chaleco antibalas de placas de titanio que pesa 4 kilos. En la funda pongo la pistola semi automática de 9 milímetros Parabellum Sig Sauber P 210. Esparcidos entre los bolsillos del chaleco de cazador que llevo encima del antibalas, pongo ocho cargadores de ocho balas cada uno, el noveno ya está puesto en la recámara. En total 73 cartuchos contando el de la recámara. En otro bolsillo del abrigo llevo un revólver S.W. del calibre 32 largo con 30 cartuchos de reserva. En el pequeño bolso una metralleta Madsen de 9 milímetros Parabellum, con 2 cargadores de 30 balas cada uno. Con todo llevo encima tres armas con 163 cartuchos, un verdadero arsenal ambulante. Enciendo el escáner… todo normal en la ciudad, a parte de algún que otro accidente de tráfico debido a la lluvia. Me doy cita con uno de los compañeros a la salida de un bar desde donde se puede divisar la calle donde está ubicada la oficina central del Banco Santander.

El empleado que abrirá la puerta de entrada no tardará en llegar…lo tengo controlado desde hace varias semanas. Los minutos pasan, el estómago encoje…me gusta esta sensación, la puedo controlar, es la adrenalina que sube, los sentidos se agudizan, los músculos de la cara se estiran, el color de la piel se vuelve pálido. Allí los dos a la espera damos miedo al vernos, siempre que alguien se fije en nosotros…pero llueve y la gente sigue pasando a nuestro lado sin hacernos el menor caso. Las 7:10, el empleado se está retrasando, veo que ya ha llegado el coche que robé la noche anterior, un Fiat 1. Dentro están los dos compañeros del grupo encargados de aparcarlo en el lugar indicado, pero no hay sitio allí, la calle está repleta de coches. No queda otra solución que aparcarlo más a la vista, justo a pocos metros de donde estamos esperando nosotros. Mal asunto, no me gusta verlo aparcado ahí, pero no hay otra elección.

Las 7:12 de la mañana, ahí viene el empleado, me pasa muy cerca, lo reconozco. Él no se da cuenta de que lo estoy observando fijamente. Trato de entender si con su forma de andar esconde bajo el abrigo algún arma de fuego. Pero me tranquilicé enseguida. Este hombre no tiene pinta de llevar un arma. Estas certezas son el fruto de muchos años de experiencia en la observación, nunca me equivoqué, espero que esta vez tampoco. Lo sigo a pocos metros de distancia, no se da cuenta de mi presencia. Detrás de mí el segundo compañero sigue mis pasos, dispuesto a intervenir ante la eventualidad de que lo necesitase, aunque estando en la calle, cualquier problema que surja con el empleado sería fatal para el éxito del asalto. Pero todo va bien, el encargado cruza la calle, espero a que abra la puerta acristalada del banco. Unos segundos más y me abalanzo sobre él empujándolo dentro, es el momento más peligroso, nadie tiene que percatarse. La calle está desierta y mi compi me cubre las espaldas controlando por si alguien se entera de algo. El empleado sorprendido, no entiende lo que está pasando, le digo “es un atraco, desconecta rápido las alarmas” sé que tengo menos de un minuto para que se activen si el encargado no desconecta rápido utilizando el código numérico de acceso puesto justo en la parte interior de la antesala. El tío sigue sin entender, está asustado y no quiere moverse “oye” le digo “despierta, desconecta la alarma o te pego un tiro” pero nada, sigue paralizado, le golpeo levemente con la culata de la pistola y me contesta al fin “la alarma ya está desconectada”no lo entiendo, tiene que ser un sistema que desconecta la alarma al abrir la puerta con sus llaves y eventualmente utiliza el código numérico, no se…no me preocupo demasiado, si salta la alarma darán aviso a la Policía Nacional y lo captaré con mi escáner. Llegan los demás compañeros, ya somos cuatro, cada cual en su sitio a la espera de la llegada de los/as empleados/as. Éstos, desconocedores de lo que les espera, llegan solos o en grupos de dos y tres. No hay problema con ellos/as, se dan cuenta del peligro una vez dentro del banco. Están atrapados/as. No tienen escapatoria. Lo único que pueden hacer es obedecer mis órdenes, sentarse en su lugar de trabajo sin tocar ninguna alarma (les advierto con las habituales amenazas). Todo sigue bien, llega el tercero, le ordeno que abra en segundo lugar la caja fuerte, que tardará en abrirse entre 5 y 10 minutos. No importa, tenemos tiempo, el banco ahora es nuestro, es como si fuera nuestra propia casa, nos movemos con tranquilidad. Siguen llegando más empleados/as. Ya tenemos más de veinte rehenes, y faltan uno/as cuantos/as más. Ordeno que enciendan las luces, para que desde fuera parezca un día normal de faena. La caja fuerte se abre, hay más de ochenta millones de pesetas allí depositados. Una vez vaciada, los compañeros dirigen la atención a las cajas de seguridad particulares. Hay que romperlas utilizando un mazo, un cortafríos, una palanca (pie de cabra). Los compas consiguen romper unas cuantas cajas particulares, sacando unos veinte millones más en piezas de oro.

8:25 de la mañana, llega el furgón blindado, un imprevisto. El guarda jurado entra en el banco por la puerta principal… va armado, no se da cuenta de nada, le apunto con la metralleta y le ordeno tirarse al suelo mientras que el cuarto compañero le desarma de su revolver calibre 38 Special. La operación, aunque rápidamente efectuada, no ha pasado desapercibida para el segundo guarda jurado que está esperando fuera del banco. Éste, corre a alertar a los Policías Locales que están poniendo multas a los coches mal aparcados en la plaza cercana al banco, entre los coches mal aparcados y multados está también el nuestro que es llevado por la grúa al depósito. No me entero del levantamiento de nuestro Fiat 1, mi frecuencia radio está sintonizada con la Policía Nacional. Los policías locales rodean rápidamente el banco, son muchos, los veo correr para arriba y para debajo de la calle, lanzando órdenes a los transeúntes para que se aparten.

¡Maldición! Tenemos que salir con algún rehén para evitar que nos tiroteen justo a la salida del banco. Ordeno a un compañero que tome como rehén al guarda jurado. Una vez encañonado a la cabeza, salimos todos del banco. Tres de nosotros con el guarda como rehén, vamos en la justa dirección en la que estaba aparcado el coche robado (supimos luego que la grúa se lo había llevado). El cuarto compañero va en dirección contraria. Yo, con el sub-fusil en la mano, el obturador abierto listo para disparar, avanzo seguido por mis compañeros. Veo delante de mi, llegar a una mujer policía con el revólver en la mano, le apunto con mi arma, chillándole que se vaya de ahí si no quiere que la mate. No me lo hace repetir dos veces, me da la espalda y se aleja asustada por la misma dirección por la que llegó.

Al llegar al final de la callejuela, nos damos cuenta de que el Fiat 1 no está, estamos atrapados. Por un lado de la calle está un policía que se esconde detrás de unos barriles de cerveza que un camionero está descargando de un camión. Desde la callejuela por la que acabamos de bajar se ven más policías avanzando hacia nosotros y, por fin, en la plaza veo el blindado con el guarda apostado detrás arma en mano. El policía escondido dispara en nuestra dirección pero falla el tiro, le apunto, sólo entreveo sus piernas en la línea de mira, tengo ganas de apretar el gatillo, el muy cabrón disparó aún sabiendo que teníamos un rehén. Segunda oportunidad que concedo hoy a la Policía Local. No disparo, bajo mi arma y apunto amenazante al primer coche que llega. Es un concejal del partido Socialista de Córdoba, que lleva a su hijo a la escuela. Se asusta, me pide que no le haga daño, le digo ¡sólo quiero tu coche, vete!

Ahora tenemos el coche que faltaba para la fuga, tenemos el rehén, pero aún falta uno de los nuestros, chillo- ¿dónde está? ¿Dónde se ha metido? Pasan los segundos, demasiados, a la espera de que aparezca, un compañero me dice que se ha ido por otra dirección, que no está. Un instante de indecisión bajo la atenta mirada de un montón de policías apostados a la espera quizá de una orden. Nada, confío en que el compi se ha dado a la fuga. Nosotros no podemos esperar más, subimos al coche y emprendemos la fuga, perseguidos por la Policía Local a pie. Rápidamente les perdemos de vista. Al llegar a una plaza cercana veo un coche de Policía parado, al pasar nosotros, a un ceda el paso, nos embiste chocando contra la parte izquierda de nuestro coche, nada grave, el impacto es mínimo, no hay demasiado daños, el coche puede seguir la marcha. Por el escáner está sintonizada ahora la frecuencia de los Locales. Todo el mundo chilla, nos señalan continuamente, sigue la persecución… no veo a la Policía, pero desde las ondas radio escucho que están detrás de nosotros, mal asunto, no podemos desengancharnos… de repente aparece un coche policial conducido por dos figuras que no consigo distinguir. Se pegan detrás nuestro, son unas mujeres de la Policía Local. Éstas señalan a la central cada movimiento o cambio de dirección que tomamos. Con estas dos detrás pegadas a nuestro coche, nos va ser imposible fugarnos. Ordeno al compañero que conduce que pare el coche. Bajo y zigzagueo hacia el coche perseguidor en plan comando, arma en mano. Al ver nuestro coche parado, las dos policías frenan en seco. Llego a pocos metros de su coche. Veo de repente que una policía saca su revólver y me apunta amenazante desde su ventanilla bajada… le chillo varias veces que tire el arma, pero sigue apuntándome siguiendo mis movimientos. Comprendo que va a disparar y abro fuego yo primero con una ráfaga corta seguida por otra más larga. En menos de un segundo y medio, la Madsen escupe 17 balas, ninguna de ellas falla el objetivo, todas han alcanzado el cuerpo de las dos policías que mueren al instante. Veo con impresionante rapidez que el color de su cara se vuelve amarillo pálido, el color de la muerte. Esta vez, no le di una tercera oportunidad al cuerpo de la Policía Local de Córdoba.

Rápidamente subo al coche, arrancamos de un tirón, perseguidos por más coches policiales que al ver un coche de los suyos parado en medio de la calzada paran para ver lo que ha pasado. Oigo el escáner “¡están muertas, les han disparado!” algunos de ellos siguen la persecución. Llegados a la altura de la Avenida de los Omeyas, justo al doblar la esquina, los coches particulares de los ciudadanos que circulaban en aquel momento, paran bruscamente. Veo las luces de frenos encenderse, veo un control policial justo a nuestra izquierda, parado al lado de la carretera. Hay otro delante, a unos 100 metros, bloqueando la calle. Son varias furgonetas de la Policía Nacional. De repente llegan un montón de balas que impactan en el parabrisas y en la carrocería del coche, llegan de frente y de lado. Son más de catorce policías que disparan todos a la vez, a descarga de tiros nos sorprende a todos. Trato de abrir fuego a mi izquierda pero el compañero que conduce está en la línea de tiro. No puedo disparar, lo alcanzaría de lleno. Imposibilitada la defensa en al parte izquierda, apunto con la metralleta a la línea de policías que tengo delante. Abro fuego a través del cristal del parabrisas, la ráfaga sale rabiosa, vacío el cargador (nuestro coche está parado, hemos chocado con un coche que tenemos delante). Los componentes de la patrulla de Policía Nacional que tenía en frente, nueve en total, me confiesan días después, cuando estaba atado a una camilla del hospital, que diez centímetros más abajo y la ráfaga les abría volado la cabeza a todos. Las balas no paran de impactar en el coche, serán más de doscientos los impactos que recibimos, (según el abogado de oficio que nos visitó, y que vio el coche en el cual viajábamos, no había un espacio de más de 10 centímetros donde no hubiera un agujero de bala) estamos entre tres fuegos: de lado, por delante y por detrás.

Calló herido de gravedad el compañero que viaja en el asiento de atrás junto al guarda jurado, también alcanzado de gravedad. El conductor recibe ocho impactos en una pierna, yo recibo cuatro impactos, dos en la mano izquierda, uno en la barriga y otro a la altura del corazón, estos dos últimos habrían sido mortales sino llevase puesto el chaleco antibalas. Consigo a pesar de las heridas, abrir la puerta del coche y tirarme al suelo, mientras las balas no paran de silbar peligrosamente a mí alrededor. Ruedo por el suelo…un policía avanza hacia mí disparando…no tengo tiempo de cambiar el cargador vacío de la metralleta, así que saco la pistola, abro fuego a la vez hacia él. Se tira al suelo echándose de lado, sigo disparando con calma y precisión a las furgonetas policiales detrás de las cuales se esconden unos cuantos maderos. Nadie se asoma, uno de ellos, para evitar ser alcanzado, se tira al suelo desde el asiento del conductor, destrozándose la rodilla (según lo que declaró en el juicio, la caída le provocó una baja de 505 días y una cojera permanente). Ahora trato de ayudar a salir del coche al compañero herido que estaba detrás. En la mano derecha sujeto la pistola, la izquierda es inservible… sale mucha sangre… chillo “¡vámonos de aquí rápido!” él me mira “vete tú, estoy paralizado, no puedo moverme” dos balas le han alcanzado detrás del cuello, tiene la sexta y séptima vértebra cervical rota. El chaleco que llevaba puesto no ha resistido, las balas han conseguido atravesarlo, pero sin él, estaría muerto. A los pies del compañero está el guarda jurado agachado en posición fetal, también a él le han herido de gravedad (sufrirá una tetraplegia permanente), su cara y la de mi compañero son del mismo color que pocos instantes antes había visto en la cara de las dos policías muertas.

Veo el saco del dinero, ni siquiera pienso en llevármelo. Un par de balazos pasan muy cerca de mi cabeza… me agacho parapetándome lo más posible “hijos de puta” reemplazo el cargador vacío de mi 9 milímetros, pongo otro y abro fuego en rápida sucesión. Ahora los polis desaparecen de mi vista, escondiéndose detrás de sus coches, solo veo el relámpago de sus disparos, sus armas están puestas por encima del capó del motor, y ellos parapetados detrás. Asustados, disparan sin mirar (uno de ellos dirá en una entrevista de la tele, que no entendía como podía estar yo de pie después de haberme vaciado su cargador de 16 balas). Veo salir al compañero conductor con dificultad. Decido avanzar hacia los policías abriéndome paso, estaba rodeado, disparo a cada cabrón que asoma el morro, ellos se esconden, es lo que busco. Llamo al compi que anda cojeando, le digo de seguir mis pasaos hacia la derecha donde entreveo una vía libre, él me mira triste, lo veo caer de bruces… también para él se acabó.

Un silencio de muerte envuelve la calle. No se oyen más disparos ni ruidos (dicen que a los policías se les había acabado la munición). Consigo abrirme paso hacia la derecha, corro agachado mirando si alguien me sigue, no hay nadie… cruzo un inmueble, salgo por el lado opuesto, veo un taxi monovolumen parado, hay una chica sentada en la parte trasera, está en silla de ruedas. Ordeno al propietario que la baje del coche. Subo al vehículo y espero para arrancar hasta que bajen a la chica con su silla de ruedas. Pongo la primera, por el camino que acababa de hacer vienen dos policías nacionales que siguen mis pasos. Me ven sentado en el taxi, me miran… los miro fríamente. En la mano guardo mi semi-automática, listo para abrir fuego si éstos intentan detenerme. No hacen nada, yo tampoco. Me alejo del lugar a toda velocidad, me pierdo en la ciudad, trato de llegar lo antes posible al piso alquilado, pierdo abundante sangre, estoy empapado. Un taxi me persigue, con la prisa se quedó la puerta trasera abierta y esto llama la atención, la emisora de los taxistas ha dado la alarma. Trato de perderme por las calles de Córdoba, pero el conductor del taxi insiste en la persecución. Me cabreo. Pego una repentina frenada, el taxi me adelanta y para delante de mí. Bajo del mono volumen con la pistola en la mano, le apunto en la cabeza con el gatillo levantado “para de seguirme porque ya maté a dos policías y cargarme a un taxista cabrón como tú no cambiaría nada mi situación… ¿vale? Dame la llave de tu coche y vete a tomar por culo” se queda con la boca abierta, vuelvo al coche y me pierdo definitivamente.

Una vez abandonado el taxi sustraído, me dirijo al piso alquilado, allí intento curarme como puedo las dos heridas de la mano. Ahora con un poco de calma puedo analizar con detalle la gravedad de las heridas, son feas, una bala después de atravesarme la mano rompiendo todos los huesos que encontró a su paso, ahora asoma justo bajo la piel. Yo mismo con un simple corte de cuchilla de afeitar la podría extraer. La otra bala entró y salió mucho mejor…el problema es el hueso de la muñeca roto, tendré que inmovilizarlo con una tablilla y vendarlo. El dolor es intenso, sigo perdiendo mucha sangre, aplico un torniquete justo por encima de las heridas. Consigo con muchas dificultad cambiarme de ropa cuando oigo por el escáner que han localizado el piso franco. Vienen a por mí. Salgo rápidamente del domicilio tratando de esconderme en los bares cercanos. Para que no se note la mano herida chorreando aún sangre, la envuelvo en una bolsa de la basura y la meto en el bolso donde llevaba la metralleta, pero a pesar de esta solución, no consigo pasar desapercibido. Los clientes y los camareros se dan cuenta, y me delatan. Lo sabía porque a cada rato señalaban en mi dirección telefoneando a la policía. Tuve que cambiar de estrategia. Decido esconderme en un inmueble cerca del piso refugio ya caído. Subo por unas escaleras hacia el último piso y me escondo en la terraza. Ahí tumbado esperé una hora. Al escuchar por el escáner que los policías subían a mirar por todas las terrazas colindantes decido bajar…y menudo espectáculo me encuentro, alrededor del inmueble donde estaba escondido había más de doscientos policías… -¿cómo voy a salir de aquí ahora?… maderos que llegan desde arriba y maderos abajo que esperan… estoy atrapado- de repente veo llegar a tres chicas que salen de un inmueble contiguo. No me lo pienso dos veces, aprovechando que llueve y llevan un paraguas abierto en las manos, me meto por debajo cogiendo a una de las chicas por el brazo como si fuera una conocida“ vamos, que está lloviendo, no tengo ganas de mojarme. ¿No os acordáis de mí? Nos conocimos en la universidad” se miran entre ellas preguntándose quien de las tres me conocía, mientras seguimos avanzando hacia el cordón policial puesto delante de la salida del inmueble. Alguien por la ventana, un amigo suyo, les chilla desde lejos que tengan cuidado que andan por allí un montón de policías… nadie le hace caso, es más, se ponen a reír. El alegre grupo avanza, tengo el corazón que parece que me va a estallar. De repente nos vemos rodeados por un montón de maderos. No sé por donde empezar a correr, no lo hago, consigo guardar mi sangre fría hasta que uno de los maderos nos ordena quitarnos del medio porque es peligroso. No hago que me lo repitan dos veces, se lo agradezco al policía y me marcho hacia el lugar donde tenía aparcado otro coche, con el cual abandono la ciudad dirigiéndome hacia Bujalance, un pueblo de la provincia de Córdoba. A la salida de Córdoba topo con un control de la Guardia Civil, no me paran, luego me encuentro con otro cerca de Bujalance. No queriendo aprovecharme otra vez de mi suerte, tomo un camino de campo y me quedo encallado a causa de la lluvia. Tengo que abandonar el vehículo, no consigo sacarlo del barro. Hago auto-stop, un coche para y le pido que me lleve al pueblo cercano porque mi coche está averiado. En el bar del pueblo Siete Puertas tomo algo caliente a la espera del autobús para Sevilla, pero otra vez me delatan y un grupo de guardias civiles me rodea. Herido y sin fuerzas no reacciono y me detienen. Todo se había acabado, mi buena estrella, esta vez, me había abandonado para siempre. No fue mala suerte la nuestra, sino el haber hecho mal las cosas. Yo me considero el único responsable de este desastre.

Se abalanzaron sobre mí lo guardias civiles y dos policías locales del pueblo. Empezaron a pegarme bajo las miradas curiosas de los clientes, me esposaron y me llevaron al cuartel. Me dieron de hostias un buen rato, no puedo decir que me torturaron, no utilizaron los métodos típicos de interrogatorio, las bolsas, colgarte por los brazo, descargas eléctricas, etc. Pero utilizaron la heridas en la mano izquierda para provocarme dolor, al ponerme las esposas me rompieron el segundo hueso del antebrazo, sabían que el más ligero apretón, me producía un intenso dolor y no ahorraron esfuerzos. No se cuanto tiempo pasó…a cada pregunta que me hacían, seguía un silencio como repuesta por mi parte. Al final se cansaron ellos. Les di el nombre de mi carné falso y cuando vi llegar al oficial al mando del cuartel con un fax en la mano, le di mi verdadero nombre. Cuando te pegan, el dolor se nota los primeros minutos, luego ya no sientes nada. En mi caso cuando dirigían su atención a las heridas, el dolor me llegaba directamente al cerebro, a pesar de esta ventaja, visto que no cantaba, decidieron llevarme al hospital de Córdoba.

Al salir del cuartel, la noticia de mi detención se había difundido y todo el pueblo vino a verme. Al salir, escoltado por un grupo de guardias civiles, el populacho me llamó “¡asesino, asesino!” Un viejo intentó golpearme con su paraguas pero falló y le dio a la cabeza de un picoleto que se interpuso entre él y yo para protegerme “¡me cago en la leche!” le dije al viejo. En el hospital los picoletos me ofrecieron cigarrillos y me preguntaron si quería comer algo. Uno de ellos me dijo “¡increíble, estás herido, lleno de golpes y estás tan tranquilo, eres un tío frío y con cojones!, ¡palabra! Has tenido suerte de que te pilláramos nosotros, porque si te pillan los compañeros de las policías muertas, te matan a golpes” yo le contesté “de eso no tengo la menor duda”.

Me quedé en el hospital con un brazo escayolado y el otro atado con una esposa a la cama. A pesar de la imposibilidad de movimiento, a cada cambio de guardia de la Policía Nacional, me revisaban las esposas por si las conseguía abrir…el nivel de paranoia de los policías que me custodiaban era increíble. Igual suerte les tocó a los demás compañeros heridos que estaban en otras habitaciones del departamento de seguridad del hospital de Córdoba. Según los médicos del centro, tuve suerte. Las dos balas me atravesaron la mano izquierda rompiendo unos cuantos huesos y un tendón del dedo meñique, todas las demás articulaciones, estaban intactas, los huesos del antebrazo estaban rotos, pero se habían puesto bien al cabo de unos pocos meses. Peor suerte tuvo el compañero alcanzado en el cuello, tenía la sexta y séptima vértebras cervicales rotas y se temía que pudiera quedarse parapléjico. El tercer compañero, a pesar de las muchas balas que recibió en la pierna, no tuvo huesos rotos. Él también, al igual que todos, debe la vida al chaleco antibalas, un policía le disparó por la espalda cuando estaba tendido en el suelo. Este disparo lo efectuaron contra el compañero que se temía que quedase parapléjico.

Claudio Lavazza

Tomado del libro Autobiografía de un irreductible.

 

 

Vidas en fuga

Vidas tan y no tan diferentes, una encrucijada de sus destinos hizo que Marcos Vallejos y Ramón Silveyra compartieran, desde los últimos días de marzo de 1923, una celda de la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras.

Marcos Vallejos

Jornalero según los partes policiales,bandido rural de oficio real, podía contar sus fechorías sin deshonor, pero sus experiencias de fuga eran impresentables. Marcos Vallejos y sus hermanos habían llevado una vida errante, a cielo abierto, pero ya eran así antes de delinquir. No en vano Gastón Gori advierte en “Vagos y mal entretenidos” que para ser sospechado bastaba con merodear. También Pedro Orgambide llamó a estos criollos “nómades de las llanuras” y nos remite a los relatos de Carlos Bustamante “Concolorcorvo” sobre los “gauderios” de hace doscientos años – “…mala camisa y peor vestido… hacen cama con el sudadero del caballo, sirviéndoles de almohada la silla”. Tal semblanza podría aplicarse al “gaucho” Vallejos, un apodo que traía de las pampas y que atravesó las murallas de la penitenciaría. Si bien era analfabeto, la prensa le había otorgado un título: “profesional del asalto en despoblados”, aunque una preocupación quizás superior era que no respetaba alambrados, es decir la propiedad privada. Su llave de torniquetear alambres era una herramienta tan vital como el caballo y el Winchester.

Capturado al fin, había estado detenido junto a su hermano Pablo en la cárcel de Villa Mercedes, en San Luis -ambos eran nacidos allí- por una serie de robos y asaltos en el sur puntano y norte pampeano entre 1917 y 1919. La condena de Marcos fue ratificada en 1921 con prisión por tiempo indeterminado pues debía la muerte de un sargento en una refriega en pleno monte. La cuestión es que se les ocurrió hacer un túnel desde un taller de la cárcel, con tan mala fortuna que cuando la excavación estaba terminada casi al nivel de la calle, pasó un jinete cuyo caballo enterró dos de sus patas en la tierra suelta de lo que en pocos minutos sería el boquete de salida. Abortada la fuga y sin desanimarse, los hermanos Vallejos, obsesionados con un afuera de llanuras tan interminables que la vista no choca con nada, no soportaban la presencia de una muralla de 8 metros y decidieron abordarla, arrojarse desde su cima y de ese modo vencerla. Lo hicieron, pero una levísima inclinación de la vertical de Marcos en pleno descenso hizo que su tobillo quedara hecho trizas contra la vereda. Allí quedó.

Las autoridades del penal no encontraron mejor salida que su traslado a la Penitenciaría Nacional un año después, en los aledaños de la asunción de la presidencia por parte de Marcel T. de Alvear. Si Marcos Vallejos nunca había pisado Buenos Aires, donde todo era inmenso, tampoco pudo imaginar un monstruo con 750 celdas, garitas de vigilancia, torres, talleres, todo un panóptico rodeado por otro cerco de cemento y, como si fuera poco, rejas entre ese murallón y las calles. Claro, los que hoy caminan sobre el Parque Las Heras no imaginan que debajo del césped subsisten secciones subterráneas de la penitenciaría, ni que en 1931 fueron fusilados allí Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, ni que en 1956 hubo nuevos fusilamientos, entre ellos el del general Juan José Valle. O esta historia.

Ramón Silveyra

Gallego de Orense, carrero y anarquista de 27 años, la misma edad de Marcos Vallejos, también sabía de calabozos porque dos años antes había puesto una bomba en una panadería de la calle Estados Unidos al 1.800, en conflicto con sus obreros, sin poder evitar que una vecina quedara estampada contra la pared, herida de pólvora y abombada del estruendo. Para mayor infortunio, para empezar los veinte años de condena, lo esperaba Sierra Chica con su manía de entretener a los presos picando piedras a mazazos en las canteras graníticas de Olavaria. De aquí escapó caminando a paso calmo, cuando comenzaba marzo de 1923, por la puerta principal y saludando a los guardias a medida que dejaba atrás ocho puertas enrejadas. ¿Cómo hizo? Un supuesto familiar introdujo debajo de sus ropas domingueras un segundo traje que Silveyra pudo calzarse encima de su uniforme presidiario. La tarjeta de entrada y salida fue la duplicada en una de las tantas imprentas anarquistas.

Los tentáculos de Orden Social llegaron hasta Carmelo, Uruguay, donde fue capturado con el mismo traje con que se había fugado y como trascendió que ácratas uruguayos y argentinos habían planeado el rescate lo fue a buscar nada menos que un buque de la Marina de Guerra para cumplir la extradición. Cuando fue avistado en el acceso al puerto de Buenos Aires, de los restantes barcos y remolcadores partieron fuertes sirenazos saludando a un Ramón Silveyra de oídos exultantes.

¿Cómo coincidieron en una misma celda? Además del azar, no es extraña la mutua atracción de bandidos rurales con los anarquistas, siempre dispuestos a valorizar la libertad individual y el rechazo a la disciplina de cualquier sistema. Y la vida al margen de toda institución era total en Vallejos: nunca fue a una escuela ni a una iglesia, como tampoco a cuartel alguno por ser desertor del servicio militar. Ramón Silveyra resumía todas esas vivencias en consignas y racionalizaciones que el “gaucho”, pese a admirarlo, nunca pudo comprender del todo.

Vallejos y Silveyra + dos + cuatro

¿Qué hacer? O mejor dicho ¿cómo hacer? La situación era difícil pues  Marcos Vallejos arrastraba un antecedente de fugas precipitadas por abajo y por arriba de una muralla y Ramón Silveyra era, lejos, el preso-estrella que había abochornado al sistema penitenciario argentino. A la par que estaba doblemente vigilado, pensaba y repensaba que algo tenía que hacer antes de que se le aplicara la Ley de Residencia. Además, encontrar el punto débil de todo sistema de autoridad era una cuestión de principios.

Concebir una fuga era imposible sin tener un panorama del espacio donde estaban parados, teniendo en cuenta que no veían más que cielorrasos y herrajes. Por los presos que salían a la intemperie a cultivar las huertas y por una visita que recibió Ramón Silveyra, tuvieron noticias de que el pabellón que habitaban -el N° 3- partía desde un centro común e iba en dirección contraria a la avenida Las Heras, es decir que apuntaba a la calle Juncal. Bien, en abril de 1923, cuando aún todo era incertidumbre, confiaron la idea de fuga a otros dos presos a quienes también aguardaba toda una vida entre rejas: Domingo Rodríguez, con veinticinco años de condena y Laureano Fernández Macaya, con perpetua.

Durante todo un mes recorrieron con la vista cada metro del pabellón a medida que lo transitaban obligados por alguna tarea. Ya casi desalentados y cuando los dos presos sumados al proyecto llevaban desde su trabajo -la panadería- los elementos de limpiezas a su lugar de depósito, encontraron el punto débil. Las medidas del cuarto eran reducidas, 5 x 3,5 metros, pero estaba ubicado casi en un extremo del pabellón, el que daba no al centro de la penitenciaría sino a la calle Juncal. Entonces, ya no hubo dudas,el escape podía, tenía que ser un túnel.

Otros cálculos con ayuda externa los llevaron a inferir que la escobería –así llamaban al sitio- distaba unos 25 metros de la muralla. También que  entre ésta y la verja había un espacio de pasto donde podría aparecer el boquete de escape, a pasos de la calle Juncal y a escasos 20 metros de Bulnes. Con esos parámetros sólo faltaba organizar el trabajo.

En principio, se tenían que conseguir las herramientas básicas y al pensar en ellas tomaron conciencia de que los cuatro no alcanzaban, había que duplicar el número de excavadores y ejecutantes de tareas conexas. Las condiciones eran que también debían guardar los elementos de limpieza en la escobería, estar recluidos en celdas cercanas y arrastrar largas condenas. Esta búsqueda de recursos humanos y materiales, sin provocar sospechas, determinaron que la tarea concreta diera comienzo el 13 de mayo de 1923.

Rumbo a la muralla

Levantar la capa de cemento de la escobería para hacer una abertura de unos 65 o 70  centímetros no fue tarea sencilla y para ello se emplearon tres días a puro martillo y cortafrío forrado en trapos mojados. Por seguridad, pegaron los trozos de cemento sobre papeles de diario y éstos sobre una hojalata, de tal manera que todo hacía de tapa. El operativo dependía de que se pudieran armar turnos de excavación entre las 6 y las 16 horas, momento en que los guardias cerraban con llave las celdas. Aunque suene cinematográfico, las fuentes consultadas indican que los complotados, en horarios claves, colocaban muñecos tapados en las tarimas de los que estaban trabajando en el túnel. También se habían prometido algo que desbarató más de un plan: no cometer errores por ansiedad.

Mientras una larga manguera llevaba agua para facilitar el trabajo, la tierra removida era extraída mediante un balde con una correa. Como era inimaginable arrojarla en las huertas, se optó por almacenarla en las bolsas vacías de harina que habían conseguido y transportado con sumo sigilo, debajo de sus uniformes a raya, los que trabajaban en la panadería.

Estaba claro que el túnel debía prever los cimientos de la muralla. Entonces, era vital tener en cuenta los metros que tendría ésta bajo tierra -calcularon que no podía ser más de dos- de modo que en base a esa mera suposición fue diseñada la orientación. Para facilitar el cálculo fue desechado el plano inclinado. Era más práctico excavar unos dos metros en forma perpendicular y luego veinticinco metros de tramo horizontal. A medida que progresaba el túnel, la atmósfera se tornó enrarecida, irrespirable y también complicaba la respiración la forma de iluminar que habían ideado, improvisando pequeñas botellas alimentadas con aceite.  Para superar ese problema, se apropiaron de un aparato para matar hormigas, a cuyo pico adosaron un caño de bronce de dos metros de largo y luego añadieron segmentos de goma a medida que podían robarlos. Entonces, cuando se necesitaba inyectar aire, uno de los presos accionaba el émbolo de la máquina.

El trabajo continuó, pesada pero pausadamente, hasta que tocaron la muralla, momento en que la estiba de bolsas de tierra amenazó con cubrir casi toda la escobería. Para no llamar la atención se acudió a fundas de almohadas sustraídas de la lavandería, sitio que estaba reservado para lograr la ropa de escape. Facilitaba esta organización el hecho de que Silveyra, atento a estos detalles, no participaba de las tareas para no alertar a los guardias, dado el plus de la vigilancia a que era sometido.

A medida que la galería entraba en su tercer mes fueron necesarias otras previsiones, por ejemplo cuántos metros habría desde la muralla a la verja, pues entre ambos debía aparecer la abertura de escape. Cuando llegaron a los cimientos le tocó el turno al plano inclinado ascendente del túnel, unos tres metros según las consultas, y precisamente por indicación de Marcos Vallejos, la excavación se detuvo a 50 centímetros de donde calculaban se produciría la salida.

Había llegado el momento de estimar el día de la fuga y quedó fijada en el 23 de agosto, a tres meses y diez días del inicio de la faena. Sin embargo, el día anterior sucedió algo que hizo peligrar todo el esfuerzo. Los excavadores perforaron un caño de agua y, como resultado, disminuyó  el caudal de agua que salía de las canillas de la penitenciaría. Las autoridades convocaron a varios mecánicos para recorrer el sistema y dos de ellos amagaron con entrar a la escobería, con la imaginable angustia de los presos que a duras penas lograron disuadirlos con el argumento de que ya habían revisado voluntariamente ese sector. Finalmente el desperfecto fue reparado por los mismos excavadores con mucho esfuerzo, arpillera, brea y lodo, sin alterarse entonces la fecha de fuga.

La hora fue convenida entre las 18.50 y las 19 horas, en que los presos abandonaban las celdas para trasladarse a las aulas y aumentaba el movimiento en el pabellón. El operativo fue clandestino para los guardias y también para la mayoría de los presos, de tal modo que media hora antes de la hora señalada, los ocho implicados le comunicaron la novedad a otros  de mayor confianza y aún así no les indicaron el sitio exacto de escape. Resultó a todos “natural” que Marcos Vallejos encabece el cortejo portando un barrote de hierro con el que tenía que abrir los 50 centímetros que faltaba perforar. Entraban de cabeza, con poco espacio entre unos y otros y se arrastraban en fila, boca abajo, para cubrir la distancia entre las dos bocas, veintiocho metros, lo que podía insumir hasta quince minutos.

Del otro lado de la muralla

Así, catorce presos lograron deslizarse y salir por el boquete hasta que el siguiente no respetó la consigna de entrar de cabeza y lo hizo con los pies para adelante. Provocó un atascamiento y una demora fatal, de modo que cuando pudo reingresar y salir, ya el fusil de un guardia, advertido de los movimientos de saltar la reja, lo estaba apuntando desde una torreta de vigilancia. La parafernalia de alarma no se hizo esperar y los primeros que irrumpieron en el cuarto de las escobas encontraron unos pocos presos apiñados esperando su turno, más de cincuenta bolsas de tierra y todo el instrumental utilizado. Los fugados aparecieron frente a Juncal N° 3.170 y de ellos, los cuatro iniciadores del plan no tardaron en subir a un vehículo dispuesto por los anarquistas y que los esperaba estacionado sobre Bulnes. Marcos Vallejos no podía contener el alivio de haber vencido el estigma de la fuga anterior en San Luis y Ramón Silveyra pudo leer en el diario “La Protesta” que lo ubicaban en un pedestal similar al del justiciero Kurt Wilckens, asesinado en la cárcel dos meses atrás. La edición del 26 de agosto de 1923 afirmaba:

Silveyra se transforma, gracias a su segunda evasión, en un símbolo. Es la encarnación del espíritu de libertad, de la voluntad indomable del rebelde que no se resigna a una vida vegetativa y miserable.

En realidad, toda la prensa se hizo eco de la fuga con gran despliegue, de modo que el boquete de salida se convirtió pronto en una atracción pública. “La Nación” y “La Prensa” volcaron detalladas descripciones del túnel y de los antecedentes de Vallejos y Silveyra. “Caras y Caretas”, fiel a su estilo visual, presentó un dibujo con políticos conocidos gateando en varios túneles y “La Protesta” le dio un tono de hazaña:

¡El túnel! Esa obra que es de topos y que es de gigantes…esa vía subterránea con una boca en la libertad y otra en la mazmorra.

Unos pocos evadidos fueron recapturados, pero la espina clavada era la forma en que los cuatro, en especial Ramón Silveyra, escapaban a los allanamientos y razzias que se realizaban en su búsqueda. Sólo los prolegómenos de la pelea de Luis Angel Firpo y Jack Dempsey, anunciada para el 14 de setiembre, competía en centimetraje.

Luego que los cuatro cambiaran de escondite varias veces en Buenos Aires y Rosario, Marcos Vallejos se las ingenió para llegar al oeste pampeano, última guarida de los gauchos alzados. Allí conoció a Juan Bautista Vairoleto, con quien realizó varios asaltos entre 1928 y 1930 para luego cruzar la cordillera. Ramón Silveyra inició un épico escape hacia el norte andino desde Tucumán. Los diarios anunciaban su captura en cuestión de horas por parte de partidas que estaban sobre sus talones. Finalmente, tras pasar por Rosario de la Frontera, llegó al límite con Chile y desde allí dejó este mensaje:

Al abandonar estas tierras quiero estrechar en un gran abrazo a todos los que hiciéronme gustar el pan de los dioses: la solidaridad… Voy rumbo a lejanas tierras ¡Ande irá el buey que no are y dónde un libertario que no sea peligroso para los gobiernos!

¡Salud hermanos! 

Jorge Etchenique

Revista “Sudestada” N° 106 – marzo de 2012.

El ataque nihilista

El texto presente fue escrito en los convulsivos días de mi juicio por robo agravado. No quise saber nada al respecto, ni pedí ayuda a nadie para obtener el triunfo.
En mi experiencia, mi modo de actuar fue un intento por negar el Derecho y vivir en la incertidumbre, lo cual hace que estas palabras tengan tanta fuerza.
Dedico este texto a mi afín Maurizio y a todos aquellos que, en el proceso llevado por la monja Manuela Comodi*, se adhirieron al antigiuridismo [antijudicialismo].

 

El ataque Nihilista

Me muevo en las sombras. Siento la percepción de lo eventual como el no camino. Recuerdos vagos. El inseguro paso señala el camino en vertical, delante de mi mismo.

Siento mis pasos en una frenética convulsión del no saber.

Recalco mi espacio esencial y pongo un cerco concéntrico entre el estar temporal y yo.

Me convierto en yo mismo en soledad.

Inseparable en un asunto continuo, en el devenir que aniquila el sumiso redimir de la permanencia del suceso.

¿El suceso está en mi o delante de mi?

La inmediatez se mueve alrededor de mi individualidad.

Mi sombra arma su desasidero misantrópico y expone, en el proyectarse, una luz de continuos reflejos: la luz de la pasividad ama mi sombra. Yo me armo contra ella.

Salgo de un intersticio. Siento voces: lo percibo, quieren mi deseo en el afirmarme. Lejos de todo, estoy al lado de un ángulo escondido en las arterias malolientes de las necrópolis de la sociedad humana.

Me he decidido. Tengo lejos los recuerdos. La pasividad expande su luz y quiere masticar mi esencia.

Estoy impulsado contra ella. He decidido no ceder al “acierto” de reconocer las normas de la sociedad humana.

Cada día es un momento diferente, el espacio que encierra mi avidez de afirmación tiende en un esfuerzo a destruir el pasado de un instante.
El instante negado destruye la normalidad…

En cada ángulo escondido soy mi sombra y esencia volitiva.

Me pongo al centro rompiendo la esperanza de recuerdos insignificantes.

El Templo de la profecía-catalizador de eventos y experiencias -me llama y el Demiurgo (el semi dios de Platón) espera una señal de desesperación.

No cedo. No lo he hecho desde el inicio.

El poder Egoísta ataca y fragmenta a jirones la moral, ni siquiera desea el cadáver aún caliente -para quemarlo y hacerlo cenizas.

En este día salgo al aire libre -celoso de mi sombra- y dedico estas pocas palabras a mis hermanos de sangre y afines indagados por la monja Manuela Comodi.

¡El ataque Nihilista no renuncia y se reivindica en un continuo incidir de las propias pulsiones vitales!

 

Federico Buono

2012

*Juez Operación Thor.

Infierno Personal

“No quiero y no concedo solidaridad, porque soy un convencido de que es una nueva cadena y porque creo, con Ibsen, que el que está más solo es el más fuerte”

Renzo Novatore. Yo soy también un Nihilista

 

INFIERNO PERSONAL

Por la superación de la solidaridad invito a la acción Egoísta y Nihilista a todxs lxs afines golpeadxs por la ley del Estado emanada de la sociedad bajo el voto de Sor Manuela Comodi [*].

¡Ninguna plegaria!

¡Ninguna señal de hundimiento!

¡El rebelde que triunfa en su Yo, conoce y sabe que cuanto abismo hay en su existencia, por desgracia “existen demasiados abismos para lxs solitarixs” decía Zaratustra!

¡Ninguna plegaria!

¡Ninguna profesión de fe y ningún credo pera el solitario!

¡Ninguna solidaridad fanático-religiosa para el solitario!

¡Ninguna plegaria y ningún rosario!

¡Éste es el sendero, la no-vía!

¡Así levitan lxs singulares vagabundxs del Yo!

¡No estar de rodillas!

¡Si Muere tu alma morirá incluso antes que tu cuerpo!

¡Plegaria no!

Yo soy un dique en la corriente: me aferro de lo que puedo”.

¡Así tu Yo habla!

Pero yo no soy tus muletas

¡No confiar en el hombre recomienda Cristo! ¡Yo añadiría, ni siquiera en Dios!

El programa anarquista, basándose en la solidaridad y en el amor, va más allá de la propia justicia… El amor de ‘todo aquello que puede y quiere que otrxs hagan a ti (que es el máximo bien)’ es lo que lxs cristianxs llaman caridad y lo que nosotrxs llamamos solidaridad: a fin de cuentas, es amor

¡Ninguna Caridad!

¡Confía en ti mismx!

¡Mendigar no!

A lxs afines de Culmine y de Parole Armate.

 

Edizioni Cerbero. Maurizio De Mone y Federico Buono.

2012

 

[*] Juez en la Operación Thor

Declaración Alfredo Cospito (Juicio Scripta Manent)

El 16 de Noviembre 2017 comenzó el juicio Scripta Manent en la sala búnker de la cárcel “le Valette”, Turín. El anarquista Alfredo Cospito leyó una larga declaración sin estar presente en la sala, sometido a videoconferencia en la sección Alta Seguridad 2 de la prisión de Ferrara.


Declaración de Alfredo Cospito:

Benevento, 14 de agosto de 1878 – Turín 16 de noviembre de 2017

Juicio a los malhechores

“La unión es sólo uno de tus instrumentos, es la espada con la que aumentas el filo de tu fuerza natural; la unión existe gracias a ti. Sin embargo la sociedad reclama mucho de ti y existe también sin ti; en definitiva, la sociedad es sagrada, la unión es tuya; la sociedad te utiliza, la unión la utilizas tú”

Stirner

“Señores, el tiempo de vida es breve… si vivimos, vivamos para pisotear a los reyes”

Shakespeare, Enrique IV

“Me lamento de cada crimen que en mi vida no cometí, me lamento de cada deseo que en mi vida no satisfice”

Senna Hoy

Quiero ser lo más claro posible, que mis palabras suenen como una admisión de culpabilidad. En la medida en que sea posible pertenecer a un instrumento, a una técnica, con altivez y orgullo reivindico mi pertenencia a la FAI-FRI [1]. Con altivez y orgullo me reconozco en su historia entera. Formo parte de ella con todos sus efectos y mi contribución lleva la firma del “Núcleo Olga”.

Si esta farsa se hubiese limitado a Nicola y a mí hoy habría guardado silencio. Pero han involucrado una parte significativa de todos aquellos que en estos años nos han dado su solidaridad, entre ellos mis afectos más queridos. Llegados a este punto no puedo abstenerme de decir la mía, callando me haría cómplice del infame intento por su parte de golpear a ciegas a una parte importante del movimiento anarquista. Compañeras y compañeros llevados a rastras tras los barrotes y procesados no por lo que han hecho sino por lo que son: anarquistas. Procesados y detenidos no por haber reivindicado, como hice yo, con el acrónimo FAI-FRI, sino por haber participado en asambleas, escrito en publicaciones y blogs o simplemente por haber dado solidaridad a compañeros durante un juicio.

No haré de adalid de estos compañeros/as. En una época en que las ideas no cuentan, ser procesados y detenidos por una idea deja patente la fuerza transgresora que cierta visión de la anarquía continúa teniendo,  también dice mucho de la estructura vacía que es la democracia y las denominadas libertades democráticas. Tienen sus motivos, no lo niego, en el fondo no existen anarquistas buenos, en cada anarquista anida el deseo de arrojarlos de su asiento.

Por mi parte. no hay ninguna intención de hacer pasar la FAI-FRI por una asociación recreativa o el club de jóvenes marmotas. Quien ha hecho uso de este instrumento o, como dirían ustedes, carentes de anarquía, “quien es de la FAI-FRI” lo reivindica con la cabeza alta como mis hermanos y hermanas detenidos en el pasado, como yo mismo en Génova hace unos años y hoy en esta sala. Es nuestra historia la que lo enseña, historia que estamos pagando, jamás mártires, jamás rendidos, con años de cárcel y aislamiento en medio mundo. Quien no forma parte de ésta nuestra historia, arrastrado encadenado ante ustedes, calla por solidaridad, por afecto, por amor, por amistad, sentimientos estos impensables, incomprensibles para ustedes, servidores del Estado. Su “justicia” es imposición del más fuerte sobre el más débil. Les garantizo que en este juicio, entre los imputados, rastreros y oportunistas no hallarán.

El precio de la dignidad es incalculable, sus dones son desesperados y costosos, más allá de todo límite e imaginación, y vale la pena siempre pagar ese precio, yo estoy dispuesto a pagarlo en todo momento. Para ustedes no debería tener ninguna importancia si fui realmente yo quien puso esas bombas. Porque me siento de todas formas cómplice de esos hechos, así como de todas las acciones reivindicadas como FAI-FRI. Aún más porque las acciones de las que me acusán son todas en solidaridad con migrantes y anarquistas presos y las comparto plenamente. Cómo no sentirme cómplice cuando esas explosiones fueron para mí como destellos de luz en la oscuridad.

Por muy estúpido que les pueda parecer, para mí existe un antes y un después de la FAI. Un antes en el que estaba fanática y estúpidamente convencido de que sólo las acciones no reivindicadas tendrían una utilidad, una reproducibilidad, convencido de que la acción destructiva debía hablar necesariamente por sí misma y que todo acrónimo era el estiércol del demonio. Un tiempo después en el que, con el balazo a Adinolfi, puse en cuestión estos dogmas insurreccionalistas alcanzando a concretar estas mis nuevas convicciones en una acción. Poca cosa, diría alguien, y sería cierto si tras ese simple acrónimo no hubiese un método que podría realmente para nosotros, anarquistas de praxis, marcar la diferencia fuera y más allá de represión, represiones y salas de tribunal.

A pesar de lo limitada que haya sido mi contribución, a pesar de que haya llegado tarde, me siento cómplice en todo y para todo de los hermanos y de las hermanas que iniciaron este camino. Quiénes quiera que sean, dónde quiera que estén, espero que no me guarden rencor si hago mías sus acciones, me representan. Poco importa si no les he mirado nunca a los ojos, he leído sus palabras de fuego, las he compartido, apruebo sus acciones y eso me basta, en mí ninguna voluntad de apropiación, más bien una fuerte altiva voluntad de compartir responsabilidad. Jueces, me habría gustado escupirles a la cara (como hice en Génova) mi responsabilidad directa en los hechos que me imputan, pero no puedo apropiarme de méritos y honores que no son los míos, sería forzar demasiado. Deberán y deberé contentarme con la que ustedes, en su lenguaje impregnado de autoritarismo, definirían “responsabilidad política”. No desesperen, con lo buenísimos que son inventando pruebas graníticas a pesar de que sean estrambóticas y resucitando maravillosos ADN inconsistentes por su olvido en causas archivadas en el pasado, no tendrán ninguna dificultad en llevarse a casa un bonito botín de años de cárcel. Y además, si de verdad quieren saberlo, una condena me la merezco del todo, aunque sólo sea por mi adhesión a la FAI-FRI, adhesión a un método, no a una organización, por no hablar encima de mi firme concreta voluntad de destruirlos y de destruir todo lo que representan.

Han atacado a lo loco a mis afectos más queridos, parentescos, amistades, de forma despiadada. Los escrúpulos morales no son su fuerte, han extorsionado, amenazado, usado el alejamiento de niños de sus madres y padres como instrumento de coerción y chantaje. Compañeras y compañeros que nada tienen que ver con la FAI-FRI llevados a rastras ante ustedes con acusaciones y pruebas banales. Uno de los motivos, no el principal, por el que reivindiqué la FAI-FRI fue el de no exponer al movimiento anarquista a una fácil criminalización.

Hoy me encuentro nuevamente en un tribunal contrarrestando su represalia, su mezquino intento de poner en el banco de acusados a “Croce Nera”, periódico histórico del movimiento anarquista que, con sus altos y bajos, desde los años sesenta desarrolla su papel de apoyo a los prisioneros de guerra anarquistas. En sus delirios fascistoides intentan hacer pasar “Croce Nera” por órgano de prensa de la FAI-FRI.

No habían llegado a tanto ni siquiera en 1969 en plena campaña antianarquista. En esa época sus colegas, una vez conseguida la libra de carne humana con el asesinato del fundador de la Cruz Negra italiana, Pinelli, se limitaron a la incriminación individualizada de compañeros por hechos específicos, sabemos todos cómo acabo después la cosa. Hoy que la sangre escasea no se limitan a las acusaciones específicas de cuatro compañeros, sino que van más allá, hasta llegar a criminalizar una franja entera del movimiento. Todos aquellos que forman parte de la redacción de “Croce Nera”, que han escrito en ella o que incluso sólo han asistido a sus presentaciones públicas, en su óptica inquisitorial forman parte todos de la FAI-FRI. Mi orgullosa participación en la redacción de “Croce Nera” y de otros periódicos anarquistas no hace de estas publicaciones órganos de prensa de la FAI-FRI. Mi participación es individual, cada anarquista es una mónada, una isla aparte, su contribución es siempre individual. Me valgo del instrumento FAI-FRI sólo para hacer la guerra. El uso de este instrumento, la adhesión al método que conlleva, no involucra toda mi vida de anarquista, no involucra en nada a los demás redactores de los periódicos con los que colaboro. Una característica de mi anarquía es lo multiforme de las prácticas puestas en escena, todas bien distintas. Yo respondo sólo por mí, cada cual responde por sí mismo. No me interesa conocer a quien reivindica con el acrónimo FAI-FRI, con ellos me comunico sólo a través de las acciones y de las palabras que las siguen. Considero contraproducente conocerles personalmente y ni siquiera voy a buscarles, mucho menos para hacer un periódico juntos.

Mi vida de anarquista, también aquí en prisión, es mucho más compleja y diversa que un acrónimo y que un método, lucharé hasta el extremo a fin de que el cordón umbilical que me liga al movimiento anarquista no sea cercenado por el aislamiento y por sus cárceles. Métanselo bien en la cabeza,l a FAI-FRI, sin desmerecer la contrainformación, no edita periódicos. ni blogs. No necesita espectadores, fanáticos ni especialistas de la contrainformación, no basta con mirarla con simpatía para formar parte de ella, es necesario ensuciarse las manos con las acciones, arriesgar la vida, ponerla en juego, creérselo verdaderamente. Incluso cabezas maltrechas por el autoritarismo, como las suyas, deberían haberlo comprendido, de la FAI-FRI sólo forman parte los anónimos hermanos y hermanas que atacan usando ese acrónimo y los presos/as anarquistas que reivindican su pertenencia, lo demás son generalizaciones e instrumentaciones concebidas para la represión.
Aprovecho ahora la ocasión que con este juicio me dan para quitarme la mordaza asfixiante de la censura y decir la mía sobre temas que me atenazan con la esperanza de que mis palabras puedan llegar, más allá de estos muros, a mis hermanos y hermanas.

Mi “comunidad de pertenencia” es el movimiento anarquista con todas sus componentes y contradicciones. Ese mundo rico y variado en el que he vivido los últimos treinta años de mi vida, vida que no cambiaría por ninguna otra. He escrito en periódicos anarquistas, continúo escribiendo en ellos, he participado en manifestaciones, enfrentamientos, ocupaciones, he realizado acciones, he practicado la violencia revolucionaria. Mi “comunidad de referencia” son todos aquellos hermanos y hermanas que usan el método FAI-FRI para comunicarse, en mi caso, sin conocerse, sin organizarse, sin coordinarse, sin ceder libertad alguna. Jamás he confundido los dos planos, la FAI-FRI es simplemente un instrumento, uno de tantos a disposición de los/as anarquistas. Un instrumento únicamente para hacerla guerra. El movimiento anarquista es mi mundo, mi “comunidad de pertenencia”, el mar en que nado. Mi “comunidad de referencia” son los individuos, núcleos de afines, las organizaciones informales (coordinaciones de varios grupos) que se comunican, sin contaminarse, a través del acrónimo FAI-FRI hablándose por medio de las reivindicaciones que siguen a las acciones. Un método éste que dota incluso a mí anticivilización, antiorganización, individualista, nihilista, unir fuerzas con otros individuos anarquistas, organizaciones informales (coordinaciones de varios grupos), núcleos de afines, sin ceder su libertad, sin renunciar a mis personales convicciones y tendencias: me defino anticivilización porque creo que el tiempo de que disponemos es limitadísimo antes de que la tecnología, tomando consciencia de sí misma, domine a la raza humana.

Me defino antiorganización porque me siento parte de la tradición antiorganización ilegalista del movimiento anarquista; creo en las relaciones fluidas, libres, entre anarquistas, creo en el libre acuerdo, en la palabra dada. Me defino individualista porque por mi naturaleza no podría delegar jamás poder y decisiones a otros, jamás podría formar parte de una organización por informal o específica que sea.

Me defino nihilista porque he renunciado al sueño de una futura revolución por la revuelta ahora, ya. La revuelta es mi revolución y la vivo cada vez que me enfrento con violencia a lo existente. Creo que nuestra tarea principal hoy es la de destruir. Gracias a las “campañas de lucha” de la FAI-FRI me regalo la posibilidad de potenciar, volviéndola más incisiva, mi acción. “Campañas de lucha” que deben necesariamente rebosar de acciones que llaman a más acciones, no por convocatorias o asambleas públicas, cortando así de raíz mecanismos políticos de autoridad de los que las asambleas del movimiento están llenas. La única palabra que cuenta es la de quien golpea concretamente. El método asambleario, a mi parecer, es un arma sin filo para hacer la guerra, inevitable y fructífera en otros ámbitos. Adhiriéndome con mis fuerzas a las “campañas de lucha” de la FAI-FRI, en mi caso como individualista sin formar parte de ninguna organización informal (coordinación de varios grupos), usufructo de una fuerza colectiva que es algo más y diferente que la simple suma matemática de las respectivas fuerzas desatadas por los respectivos grupos afines, individuos y organizaciones informales. Esta “sinergia” actúa de modo tal que “el todo”, la FAI-FRI, sea algo más que la suma de los sujetos que la componen. Todo ello salvaguardando su autonomía individual gracias a la falta total de ligámenes directos, conocimiento, de los grupos y organizaciones informales e individualidades anarquistas que firman con ese acrónimo.

Nos dotamos de un acrónimo en común para dar la posibilidad a los individuos, grupos, organizaciones informales de adherirse y reconocerse en un método que salvaguarda de forma total sus propios proyectos particulares, quien reivindica como FAI-FRI se adhiere a ese método. Nada ideológico y político, sólo un instrumento (reivindicación a través de un acrónimo) producto de un método (comunicación entre individuos, grupos, organizaciones informales mediante las acciones) que tiene el objetivo de reforzar el momento de la acción sin homologar, allanar. El acrónimo es importante, garantiza una continuidad, estabilidad, constancia, crecimiento cuantitativo, una historia reconocible pero en realidad la auténtica fuerza, lo que lo cambia todo, consiste en el método simple, lineal, horizontal, absolutamente anarquista de la comunicación directa a través de las
reivindicaciones sin intermediarios, sin asambleas, sin conocerse, sin exponerse excesivamente a la represión, comunica sólo quien actúa, quien se la juega con la acción. Es el método la auténtica innovación. El acrónimo se vuelve contraproducente si rebasa el cometido para el que ha nacido, es decir reconocerse como hermanos y hermanas que adoptan un método. Ahí todo. La práctica es nuestro reactivo, es en la práctica como se prueba la eficacia de un instrumento. Es necesario tener en cuenta que la experiencia FAI-FRI, en continua evolución, nos pone ante transformaciones repentinas, caóticas; no es necesario quedarse descolocados ante ellas. El inmovilismo y el estatismo representan la muerte, nuestra fuerza es la exploración de nuevos caminos. El futuro de esta experiencia no está, ciertamente, en una mayor estructuración, sino en el intento, lleno de perspectivas, de colaboración entre anarquistas individuales, grupos de afines, organizaciones informales, sin que nunca se contaminen entre sí. Las instancias de coordinación deben permanecer dentro de la respectiva organización informal, entre los respectivos grupos o núcleos que la componen, sin desbordarse al exterior, sin involucrar las otras organizaciones informales FAI-FRI y, sobre todo, a los grupos y anarquistas individuales FAI-FRI que de lo contrario verían minada desde la base su autonomía, su libertad, el propio sentido de su actuar fuera de organizaciones y coordinaciones. Sólo así, si se crean dinámicas autoritarias dentro de un grupo, de una organización, quedarán circunscritas a allí donde han nacido, evitando el contagio. No existe un todo único, no existe una organización llamada FAI-FRI, existen individuos, grupos afines, organizaciones informales, todas bien distintas que se comunican a través del acrónimo FAI-FRI, sin nunca entrar en contacto entre sí. Se ha escrito y dicho mucho sobre las dinámicas internas de los grupos de afinidad, sobre la organización informal y la acción individual. La comunicación entre estas prácticas, por el contrario, nunca se ha explorado, nunca se ha tomado en consideración. La FAI-FRI es el intento de poner en práctica esta comunicación. Acciones individuales, grupos de afinidad, organizaciones, forman de hecho todos en conjunto parte de esos instrumentos de los que históricamente se han dotado los anarquistas. Cada uno de estos instrumentos tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El grupo de afinidad une la velocidad operativa, debida al gran conocimiento entre los afines, con una cierta potencia debida a la unión de varios individuos. Sus grandes cualidades: libertad del individuo garantizada y notable resistencia a la represión. Cualidades debidas al exiguo número de afines y al gran afecto y amistad que necesariamente les liga. La organización, en nuestro caso informal (coordinación de varios grupos), garantiza una fuerte disponibilidad de medios y fuerza, pero una vulnerabilidad elevada debida a la necesaria coordinación (conocimiento) entre grupos o núcleos, golpeado uno se arriesga el “efecto dominó”, caen todos. Desde mi punto de vista la libertad individual se enfrentará por fuerza mayor con los mecanismos decisorios colectivos (“reglas” de funcionamiento de la organización).

Este aspecto representa una drástica reducción de libertad y autonomía indigerible para un anarquista individualista. La acción individual garantiza una velocidad operativa elevada, una impredecibilidad muy alta, una fuertísima resistencia a la represión, y sobre todo, una total libertad. El individuo no debe rendir cuentas a nada ni a nadie, salvo a su propia conciencia. Un gran defecto: la baja potencialidad operativa, se dispone con seguridad de menos medios y de posibilidades de llevar adelante operaciones complejas (cosa que por el contrario una organización informal, si hay voluntad y firmeza, puede hacer con cierta facilidad). Experimentar la repetición entre maneras de moverse tan radicalmente diferentes, ésta es la innovación, la novedad capaz de descolocar y de volvernos peligrosos. Ninguna ambigua mescolanza, grupos, individuos, organizaciones informales, no deben jamás entrar en contacto directo. A cada cual lo suyo, los híbridos nos debilitarían. Unidos más que por un acrónimo, por un método. La FAI-FRI proporciona la manera de unir fuerzas sin que se desnaturalicen mutuamente. Ningún moralismo o dogmatismo, cada cual se relaciona libremente como quiere, probablemente será la mezcla de todo esto lo que marcará la diferencia.
Ninguna coordinación fuera de la respectiva organización informal (porque la coordinación incluye el conocimiento físico entre todos los grupos y organizaciones volviéndolos permeables a la represión), ninguna superestructura homologante, hegemónica, que aplaste individuos o grupos afines. Quien experimenta en su propia actuación la organización informal no debe imponer fuera de ella su manera de moverse, así como los respectivos individuos de acción, y los grupos de afinidad “solitarios”, no deben clamar traición a la idea si hermanos y hermanas actúan en formaciones compactas y organizadas. Naturalmente éste es sólo mi punto de vista y vale para lo que vale.

Para bien acabar les diré que en su código penal me meo con despreocupación y alegría. Poco importa qué decidirán en lo que a mi respecta, mi destino permanecerá bien firme entre mis manos. Tengo buenas espaldas, o al menos creo tenerlas, y su cárcel y su aislamiento no me dan miedo, estoy listo para afrontar sus represalias. Jamás domado, jamás rindiéndome.

Larga vida a la FAI-FRI
Larga vida a la CCF [2]
¡Muerte al Estado!
¡Muerte a la civilización!
¡Viva la Anarquía!

Alfredo Cospito


[1] Federación Anarquista Informal – Frente Revolucionario Internacional

[2] Conspiración de Células de Fuego