Preguntas aparentemente paradójicas

¿Es Israel el enemigo absoluto? ¿Un cáncer que hay que erradicar a costa de matar a gran parte de quienes viven ahí? ¿Y expulsar a los que queden? Nadie admitiría explícitamente que aboga por el genocidio de habitantes israelíes.

Sin embargo.

Los movimientos «radicales» salen a las calles desde hace meses blandiendo banderas palestinas y coreando el lema «Desde el río hasta el mar, Palestina será libre». Esta consigna tiene un significado inequívoco.

Sin embargo.

Estos movimientos también están animados por grupos y personas que, en otros contextos, luchan cada día por la universalidad de la libertad, la igualdad y la justicia social.

Una consigna similar a «Desde el río hasta el mar» es utilizada por los nacionalistas israelíes de derecha que quisieran anexarse permanentemente Cisjordania y Gaza.

Quien diga esto, palestino o israelí, espera el genocidio de todos los israelíes o de todos los palestinos.

Quien lo pronuncia tiene un enfoque exquisitamente esencialista, porque considera a todos los individuos, a todos los grupos sociales, a todas las mujeres, a todos los hombres y a todos los niños enemigos que deben ser destruidos, investidos de una culpa colectiva, la de existir y ser diferentes. Un planteamiento similar al de Arnaud Amaury durante la cruzada contra los cátaros, que respondió a un soldado que le preguntaba cómo distinguir a los herejes: «Mátalos a todos. Dios reconocerá a los suyos.»

Alguien podría fácilmente objetar que hoy es Israel quien intenta matar y ahuyentar a todos los habitantes de la Franja de Gaza. Y, de forma más lenta pero segura, también está llevando a cabo una limpieza étnica en Cisjordania.

Sin duda. Es un horror que no ha disminuido desde que, en una escala numéricamente menor, las tropas palestinas masacraron, violaron y torturaron a más de mil doscientos israelíes. El ataque del ejército israelí, que comenzó inmediatamente después de la masacre del 7 de octubre, ha provocado decenas de miles de muertos y transformó gran parte del territorio de Gaza en un montón de escombros.

Los fascistas sectarios que gobiernan en Israel y los fascistas sectarios que gobiernan en Gaza tienen el mismo objetivo. Matar a tantos habitantes como puedan y ahuyentar a los demás.

Unos tienen los medios para hacerlo. Otros no.

Ambos gozan de un fuerte apoyo, con una diferencia sustancial. Estados Unidos, aunque impaciente con las políticas del gobierno israelí, mantiene su apoyo político y militar. Los países árabes y musulmanes de la zona, aunque formalmente pro-palestinos, no mueven un dedo a favor de la población de Gaza.

Pregunta. ¿Es legítimo suponer que todos los israelíes aprueban las políticas de «su» gobierno?

Pregunta. ¿Es legítimo suponer que todos los palestinos aprueban las políticas de «sus» gobiernos?

¿Son estas preguntas retóricas? Lamentablemente no. Carteles, consignas, documentos del movimiento que en nuestro país apoya la «resistencia palestina», identificado con quienes perpetraron las masacres del 7 de octubre en Israel, describen al país como carente de oposición a la ocupación militar y al genocidio de los habitantes de Gaza.

Sin embargo.

Hay testimonios, llamados a la solidaridad que demuestran una oposición concreta a las políticas del gobierno israelí. No menos importante es el caso de insumisos que rechazan a los militares y las masacres y corren el riesgo de ir a prisión.

Incluso en Gaza y Cisjordania hay voces críticas hacia Hamás y sus aliados: son voces débiles, pero están ahí. No hay rastro de ello en documentos de los partidarios de la «resistencia palestina».

En los mismos documentos no hay rastro de crítica a Hamás, a pesar de ser una organización teocrática, cuya policía secreta, además de investigar y procesar a periodistas y opositores políticos, también cumple tareas de disciplina moral.

Sin embargo.

En diciembre de 2023, dos meses después del inicio de los bombardeos israelíes, se produjeron protestas en el sur de la Franja de Gaza contra Hamás, acusándolo de acaparar alimentos y medicinas para revenderlos a precios elevados.

Los movimientos en Israel que impugnaron la reforma judicial deseada por el gobierno de Netanyahu recibieron buena cobertura mediática por parte de los medios occidentales.

Las protestas contra Hamás y sus dirigentes que, en el mismo período, sacudieron la Franja de Gaza tuvieron mucha menos importancia.

En el verano de 2023, miles de jóvenes salieron a las calles, especialmente en el sur de la Franja, para protestar por la falta de electricidad y contra la corrupción, cuestionando incluso a Haniyeh, líder político de Hamás.

Es muy conveniente para el gobierno israelí y quienes lo apoyan afirmar que la población de Gaza se identifica completamente con su gobierno. Parece legítimo preguntarnos por qué la mayoría de los movimientos que luchan para detener las atrocidades israelíes no ponen suficiente énfasis al hecho de que el consenso en torno a Hamás y su liderazgo está lejos de ser unánime.

Miremos el contexto: en una zona muy pequeña, semidesértica, con recursos hídricos muy limitados, aplastada por años de cierres y embargos, con una densidad de población muy alta y una tasa de desempleo alarmante, la supervivencia de la población depende sobre todo de la ayuda exterior. Además de Naciones Unidas, fue fundamental Qatar, una petromonarquía que apoya a los Hermanos Musulmanes en el Mediterráneo Oriental, en el Magreb, en el Mashrek y en Europa. Huelga decir que el apoyo de Qatar no llega directamente a la población, sino que está dirigido a Hamás. Hamás distribuye la caridad islamista a quienes cumplen con los preceptos y directivas del partido.

De esta manera, especialmente en Gaza, la población palestina, la más laica del Mediterráneo oriental, ha ido avanzando progresivamente hacia posiciones fundamentalistas islámicas.

Israel, con un maquiavelismo digno de mención, inicialmente favoreció el crecimiento de Hamás, apostando que la transición al extremismo islámico reduciría las simpatías por el nacionalismo palestino. Un error de perspectiva bastante grave.

En el mismo período, también en Israel, la alianza entre el Likud y los partidos religiosos desplazó el eje político de la política institucional hacia una perspectiva fundamentalista judía. Hamás pretende aniquilar a todos los israelíes, la derecha religiosa israelí pretende aniquilar a todos los palestinos.

¿Hemos llegado a un punto sin retorno? Esperemos que no. Pero, sobre todo, intentemos investigar las grietas para tender hilos de solidaridad activa a quienes, en todas partes de esa zona, se mueven en una perspectiva internacionalista y libertaria. No se debe conceder ninguna indulgencia a los fascistas teocráticos israelíes y, con la misma fuerza, se le debe negar a los fascistas teocráticos de Hamás.

Asamblea Antimilitarista Torino

Fragmento del folleto “Tramandare il fuoco. Per un approccio libertario alla questione palestinese. Una critica a essenzialismo e nazionalismo.”

Yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi

Yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi, el 17 de mayo de 1972, afuera de su casa, en la calle Cherubini 6 de Milán, a las nueve y cuarto de la mañana.

La afirmación es grave, no por las implicaciones judiciales, que por fortuna, me importan poco, sino por muchas otras razones, y son estas razones las que me gustaría discutir con mis atentos lectores.

En el fondo, si reflexionamos un poco, ¿de qué podemos tener certeza? Por la mañana nos levantamos de la cama, desayunamos de prisa, salimos a la escuela, al trabajo, a algún parque cercano para encontrarnos con los amigos, en fin, todo el mundo se dedica a sus asuntos cotidianos. Al oscurecer, regresamos a cobijarnos, casi siempre de la misma manera que la noche anterior, ¿qué podemos decir con certeza, entre el conjunto de hechos que hemos visto pasar ante nuestros ojos durante todo el día? Apenas logramos hacer un balance de algún suceso, por simple que sea, como el café que tomamos en el restorán por la mañana, todos los contornos son difusos, tienden a oscurecerse en los detalles, y cada aspecto se desvanece en un deseo insatisfecho de precisión.

Al final, tenemos un recuerdo de lo que pasó, de lo que hicimos, mas nuestras afirmaciones, en relación con los hechos singulares, son muy inadecuadas para poder obtener una conclusión, por eso, no podemos tener certeza de nada.

Pero, ¿cómo puede ser posible?

La respuesta es sencilla. Únicamente tenemos la certeza, dentro de límites sólidos y cerrados, de aquello que realmente nos interesa, cuando es cercano a nuestros sentimientos, deseos, sueños y proyectos personales, y se convierte en un puñetazo en el estómago. Solo recordamos los golpes al estómago.

La vida en sí misma no da muchos golpes en el estómago, y tal vez eso sea lo mejor.

Pienso en cómo sería una vida continuamente al límite por tensiones emocionales, casi al borde de la muerte, abrumado por la adrenalina. ¡Un poco de calma, por favor!

Pero como no somos bestias sometidas, sino personas deseosas de vivir esta existencia, la miramos selectivamente. Filtramos los hechos que suceden a nuestro alrededor, no solo los que vemos directamente con nuestros ojos, sino también aquellos que las grandes prótesis modernas de los medios nos permiten retomar; hechos que están a miles de kilómetros de distancia, lejanos en el espacio y, sin embargo, tan cercanos que uno pensaría que están ocurriendo en el patio de la propia casa.

Nos hemos acostumbrado a estos acontecimientos, pero algunos se presentan de tal manera que nos golpean profundamente.

¿Qué significa ser golpeado, especialmente, profundamente? Significa que nos quedamos sin palabras, con una sensación de dolor, ansiedad, indignación, asco, o, lo que es lo mismo desde el punto de vista de los mecanismos biológicos que se desencadenan en nuestro cuerpo, de alegría, entusiasmo, exaltación, etc.

Estos acontecimientos entran en nosotros y dejan su huella en nuestra certeza.

Sé bien que no hay certeza alguna, si se le considera en términos de una certeza objetiva validada por todos, y que pretenda verificarse con la balanza de un farmacéutico. Pero cuando la sangre hierve en las venas por las quince personas masacradas en el vestíbulo del Banco Agrícola de Piazza Fontana en Milán, aunque pasen cien años, tendríamos la certeza de que este hecho indignante solo lo pudieron haber cometido miserables agentes del Estado.

Este es el tipo de certeza del que quiero hablar.

Cada vez que pienso en Pinelli siendo arrojado desde la ventana del despacho del comisario Calabresi en el patio de la fiscalía en la calle Fatebenefratelli de Milán, la sangre me hierve en las venas.

Es así, que yo tengo una certeza. Si mil bufetes de abogados intentaran explicarme las razones por las que al pobre comisario le sorprendió ver el cuerpo destrozado de Pinelli tras salir volando por el cielo nocturno de Milán, no podrían convencerme. Ni siquiera necesito leer los testimonios de los compañeros que se encontraban al lado del despacho y que escucharon como crecía la hostilidad del interrogatorio y las imprecaciones que precedieron y siguieron al asesinato de Pinelli. Estos testimonios no añaden nada a mi certeza.

No cambian nada las exoneraciones de los tribunales, ni las declaraciones de sus jóvenes hijos que crecieron con la sombra de la culpabilidad paterna, ni los recuerdos de una viuda por la que nunca sentí compasión.

Un hombre decidido y seguro de sí mismo, como caricatura cinematográfica, aunque dueño de la situación. Era el mejor en la región de Milán en el momento que estallaron las bombas, y fue él quien se dedicó a dar impulso a los acontecimientos, tal vez lo rebasaron, pero fue incapaz de desviar su corazón y corregir un poco, sobre todo para sí mismo. Pero, ¿de qué tipo de corrección puede ser capaz un policía, y además un policía que quiere hacer carrera a cualquier precio?

Ya nadie habla de este sujeto de manera concreta; no puede ser un mito, parece más bien una fantasía. Los últimos años han atenuado al personaje, la muerte parece haber aplanado sus características hasta convertirlo en el ícono del mártir de Estado.

El pobre Calabresi, de treinta y cuatro años, flor de caballero, con una esposa embarazada y dos hijos menores. Un pequeño apartamento en un tercer piso de la calle Cherubini 6, una vivienda modesta. Tras su muerte, la esposa tuvo que esperar casi un año para recibir la pensión de 156 000 liras al mes.
Qué triste.

Pero el pobre Calabresi veía la vida de otra manera. Quería ser un ganador, no jugaba limpio y había conseguido crearse una reputación de hombre duro e imbatible.

En todos los sitios era el primero, aplastaba a la competencia, sus colegas lo odiaban, sus superiores le temían. Hombre de karate y del culto a la fuerza, era tan hipócrita con todo el mundo que pretendía ser un sentimental, un católico practicante, un hombre temeroso de dios. Básicamente, había aprendido esta enseñanza en Estados Unidos, donde había trabajado con la CIA. Una experiencia que pocos superpolicías italianos habían tenido en ese momento.

En los días febriles, después de la masacre, todo el mundo en Milán temía a los demás. Por primera vez, la marca del terror empezó a penetrar seriamente en el ambiente provinciano y sencillo de nuestro país. Inclusive, esa ciudad industrial por excelencia jamás experimentó una época como la que estaba a punto de vivirse. La gente casi podía sentir en la piel el nuevo discurso trágico que comenzaba.

¿Por qué Pinelli? Desconocemos el porqué, nunca lo sabremos. Pudo haber sido cualquier otro compañero. La prueba de que cualquiera sería arrojado por esa misma ventana del despacho de Calabresi se demostró unos meses antes con Braschi[1], también él pudo ser tirado por esa cornisa. Se salvó de casualidad. El contexto de los atentados de la Feria Comercial no fue igual que el de Piazza Fontana.

Su objetivo era consolidar al máximo la tesis de la causa anarquista; él se especializaba en anarquistas milaneses, y en las conexiones con compañeros de Milán. ¿Quién mejor que él podría unir los hilos del discurso iniciado por Ventura[2], con la publicación de textos anarquistas en una editorial abiertamente fascista financiada por el Ministerio?

De hecho, la selección de anarquistas se puso en marcha desde hacía meses, habiéndose encontrado como prueba definitiva las bombas de la Feria Comercial. Muchos compañeros estaban presos en ese momento. Y alrededor de esto, por decirlo suavemente, el pobre Calabresi, con su traje recién planchado, su actitud dura y educada, su cultura (por así decirlo, siempre se las arreglaba para tomar prestado algo de aquí y allá), y su rapidez para tomar decisiones.

Rapidez en la toma de decisiones. Un hombre que había trabajado para la CIA solo podía tener la velocidad de los hombres de la CIA, despiadados y fríos ejecutando su trabajo. Solo con el tiempo se han ido desmontado esos lugares comunes, mostrando cómo los servicios secretos, desde la CIA hasta el MI5, pasando por el infame Mossad, no son más que bandas de asesinos pagados y protegidos con la inmunidad del Estado. Por lo regular, un montón de incompetentes depravados, dotados de medios que de alguna manera los hacen ver más grandes y fuertes de lo que realmente son.

El comisario Luigi Calabresi fue uno de estos asesinos pagados y protegidos. A su alrededor se creó el mito del invencible, cuya fuerza esencial derriba todo obstáculo que se le presentan.

La primera grieta en este mito apareció en el juicio contra Lotta Continua[3], donde Calabresi se vio en dificultades. Se le acusó, precisamente, de lo antes señalado; de haber matado, o al menos participado en el asesinato de Pinelli. Su respuesta balbuceante aún es recordada por muchos compañeros.

El 17 de mayo fue un mal día para el jefe policíaco. Todo parecía ir como de costumbre, la rutina matutina habitual: el desayuno, el saludo a la esposa embarazada, los dos niños, uno de dos años y el otro de once meses, ¡qué escena familiar!

Incluso el verdugo tiene familia. Parece imposible, pero es así. Y la familia del verdugo ve el trabajo del verdugo como el de un funcionario de Estado con cierto nivel, ya que el trabajo del verdugo requiere especializaciones que no todos pueden alcanzar. Detrás de la máscara que oculta al verdugo, también hay espacio para la prolífica esposa y la numerosa descendencia.
Aquel fatídico día, sobre las nueve de la mañana, más o menos, el jefe de policía Luigi Calabresi sale a la calle. Allí le espera su destino, exactamente a las nueve y cuarto, en forma de dos balas, la primera y luego la segunda.

Informe: Lesiones craneales, meninge-cerebrales, causadas por dos proyectiles de arma de fuego (región occipital derecha).
La ambulancia de la Cruz Blanca de Vialba grita su emergencia por las calles de la ciudad. A las nueve treinta y siete minutos, el comisario Calabresi muere en el hospital de San Carlo.

A la autopsia del cadáver de Pinelli asistieron los profesores Ludovi, Mangigli y Falsi. ¿Quiénes eran estas personas? No se sabe. ¿Algún tipo de forenses? No lo creo, al menos uno de ellos era de los servicios secretos, como vimos en una nota marginal publicada varios años después.

¿Por qué esta presencia? Porque, una vez más, no estaban seguros de que todo se hiciera según las normas (¿demasiada gente en el despacho de Calabresi?), y querían terminar cuanto antes, masacrando con prisa y furia lo que quedaba de nuestro compañero.

Una cosa es cierta: si el trabajo de Calabresi fue un desastre macabro (resultó que Pinelli tenía tres zapatos en los pies), el trabajo de los anatomistas se hizo perfectamente. Después de eso, no fue posible ningún contraexamen.

Calabresi, después de salir por el portón de su casa se dirigió a mitad de la calle donde estaba el Fiat 500 de su esposa. A los lados había dos autos, un Primula y un Opel. Un primer disparo impacta el hombro derecho y cae, el segundo le vuela parte del cráneo. El espacio entre el Fiat 500 y el Opel se va llenando de sangre.

La gente presente no corre inmediatamente del lugar de los hechos, casi nadie se dio cuenta de que se han realizado disparos. En la atmósfera primaveral sonaron como explosiones producidas por un coche deteriorado. Entonces alguien ve el cuerpo tendido en el suelo, la sangre todavía extendiendo su mancha púrpura. Se llama a la policía, a los carabineros, a la ambulancia, en fin, pasa todo lo que suele suceder en estos casos, como una vieja escenografía repetida. La diferencia es que también intervienen altos mandos de la policía milanesa. Guida tiene los ojos llenos de lágrimas. El viejo carcelero de las prisiones fascistas, experimentado en tantos crímenes y torturas, se conmueve al ver el cuerpo del fiel colaborador en el suelo, bañado en sangre.

El funeral del “comisario de la ventana” fue fastuoso, con muchas coronas de flores. El cadáver fue llevado a la iglesia. El obispo auxiliar de Milán celebró el rito fúnebre: «un brillante ejemplo de devoción al deber». Es increíble ver cómo esta gente no tiene ni un mínimo sentido del pudor. El cardenal Colombo, refiriéndose a una declaración de la señora Gemma Calabresi, dijo: «El perdón de la viuda es la flor más hermosa que florece sobre la sangre del comisario asesinado». Cosas que no se pueden creer.

Perdón. Qué palabra tan mágica. Tendríamos que esperar años para volver a escucharla, por otras personas, en otros contextos, pero siempre en relación con la muerte de Calabresi.

Pero vayamos en orden.

De aquella mañana de mayo, alguien, después de tantos años, parece recordar algo. Qué mecanismo tan espléndido y maravilloso es la memoria. La memoria del arrepentido, además, merece un estudio aparte. En la localidad de Massa, hay un tipo que vende crepas, que tiene un puesto de crepas, tal vez también vende cocacola y naranjada, no lo sé, pero parece un vendedor honesto que se gana la vida. Al contrario, bajo ese aspecto pacífico se esconde un peligroso criminal.
Además, este peligroso delincuente habla, cuenta historias, relata lo que hizo la mañana del 17 de mayo de 1972 en la calle Cherubini cuando, en un coche, estaba esperando, esperando, esperando.

¿Pero a quién esperaba?

Nuestro amigo dio un nombre, luego otros dos, señalándolos como responsables del asesinato de Calabresi.

Él solo era asistente, chofer del autor material del atentado.

Pero vamos, mi querido amigo arrepentido, ¿es posible que los carabineros solo tengan un registro y que siempre hagan recitar la misma historia a todos los que aceptan ponerse el traje del infame?

Lo mismo hizo aquella jovencita en el proceso de Roma contra los anarquistas (aún activo en la Corte de Assise), entre constantes “no recuerdo”, repite solo lo aprendido de memoria del informe preparado por carabineros.[4]

En su relato, el arrepentido solo recita un guión detestable.

Por último, hay una cosa que los magistrados no saben, que el arrepentido en cuestión no sabe, que nadie sabe, y es que yo sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi, el 17 de mayo de 1972, en la calle Cherubini 6, en Milán, a las nueve y cuarto de la mañana. Y eso resuelve el caso, definitivamente.

Pero no nos anticipemos.

Lo que le esperaba al comisario en la calle Cherubini era una vindicación.

El cuerpo de Pinelli salió de la morgue el 20 de diciembre de 1969 en un absoluto silencio.

Eran las tres y cuarto. Empezaba a llover.

Nos dirigimos hacia la calle Prenestre.

La esposa, Licia, había emitido un comunicado: «Deseo firmemente que el funeral de Pino Pinelli, abierto a todos los amigos que deseen participar, se celebre de forma estrictamente privada, sin la participación de grupos organizados, delegaciones o símbolos».

No sé por qué hizo esa declaración, ciertamente no por las mismas razones que personalmente, en mi corazón, también había alcanzado: los símbolos, las pancartas de agrupamientos, quizás incluso las banderas al viento, habrían estado fuera de lugar.

Solo debía estar una bandera negra, pero al final hubo banderas más que suficientes.

Una corona de flores llevaba las palabras: «Los anarquistas no te olvidarán».

Me pregunté si no íbamos a olvidar a Pinelli, al menos lo que le habían hecho. La duda se mantuvo hasta el Cementerio Mayor.

Fosa 434, lote 76.

Ya no había dudas. Yo, igual que los mil compañeros presentes no tuvimos más dudas.

Había que matar a Calabresi.

Addio Lugano Bella[5].

La vindicación es una cuestión de dignidad. La enormidad del acto no debe ser proporcional a la muerte de Pinelli, ni siquiera a la masacre de quince personas y noventa heridas. Se trataría de un cálculo puramente jurídico, quizá no muy diferente al previsto en el código penal. Y, en ese sentido, no me interesaría.

La vindicación es un exceso en sí misma, no por el ataque que realiza. Por tanto, si miramos la relación en sentido contrario, el asesinato de Calabresi no fue una venganza proporcional, proporcional a las muertes en Piazza Fontana o a la muerte de Pinelli. Incluso visto en este sentido, volvemos a caer en el cálculo legal anterior.

La vindicación es, por tanto, un exceso.

No ojo por ojo, diente por diente, que ya en la formulación bíblica constituía una racionalización de los anteriores comportamientos vengativos e imprevisibles, y por tanto un auténtico código penal, mientras que a la mayoría le ha parecido, de forma equivocada, una simple venganza.
El exceso contenido en la vindicación barre toda equivalencia, toda proporción. No es vindicación si no va más allá, si no borra bárbaramente al enemigo, si no lo elimina, o al menos si le inflige un daño de tal magnitud que haga imposible olvidarla.

Si la vindicación hubiera sido proporcional, entonces habría sido impuesta por todo el sistema social, por lo que también estaría encerrada en un código, tal vez no escrito, pero aún así un código.
El entorno me obligaría a vengarme, siguiendo las normas, porque de lo contrario estaría mal visto y mal considerado, si no me vengara o si lo hiciera en exceso, creando repercusiones perjudiciales para el propio entorno.

En cambio, si es mi dignidad lastimada la que me impulsa a la vindicación, solo soy responsable ante ella, y es con ella, es decir, con la parte lastimada de mí mismo, con mi conciencia, con la que tengo que ajustar cuentas. Y conmigo no hay medias tintas, soy una totalidad indisoluble conmigo mismo, soy el mundo, la totalidad del mundo, y quien viola mi dignidad anula el mundo, me destruye como conciencia del mundo a través de mí mismo, y merece ser borrado de la faz de la tierra.

Ciertamente, pocas personas comprenden el profundo significado de su dignidad. Ahí radica el misterio de ciertos comportamientos que nos parecen inexplicables. Nietzsche se siente lastimada en su dignidad humana al ver a un cochero azotar a su caballo, e incapaz de resistirse al mundo que ha caído en una brutalidad insensible, decide borrar ese mundo, borrar su propio mundo, borrarse a sí mismo en la locura. Por la misma razón, otros compañeros, ante su dignidad lastimada, borran el mundo de otra manera, se borran a sí mismos en el suicidio.

Esta forma de ver la vida se desarrolla y acaba convirtiéndose en esencial a medida que nos damos cuenta de lo absurdo de las reglas formales que sancionan a la llamada sociedad, por no hablar de las leyes que determinan las condiciones de existencia del Estado. Leyes y comportamientos que, si vamos más allá, aparecen no sólo como instrumentos del enemigo para asfixiar e imposibilitar esa poca libertad que es posible arrancar, incluso en una sociedad administrada y controlada, sino en sí mismos como verdaderas deformaciones, comportamientos aberrantes aunque parezcan motivados por la mejor de las buenas voluntades.

La crítica de la vida cotidiana produce una conciencia que, con el tiempo, se vuelve cada vez más aguda y sensible, cada vez más activa en el descubrimiento de otros terrenos de desolación y aislamiento.

Todos los lugares comunes del posibilismo democrático, las ilusiones de la política, las posibilidades del movimiento histórico, las concesiones institucionales, el carácter saneado de ciertos reconocimientos, todo se desmorona. Queda la tierra arrasada, entonces debe tomarse una decisión. Si la conciencia es capaz de penetrar la realidad, se descubre el tejido que constituye la trama de las relaciones sociales, esa tela fina y casi intangible que a menudo se cubre con atrayentes colores de la oferta con la que se viste la miseria de la dominación, si consigue hacerse patente esa noche intemporal, entonces uno se siente lastimado, profundamente lastimado.

Es la ofensa de milenios de esclavitud y encarcelamiento, milenios de sufrimiento y genocidio, milenios de sumisión a unos pocos grupos dominantes. Nada de lo que ha constituido nuestro pasado merece ser salvado, nada nos ha sido dado, y nada hemos conseguido arrebatar al enemigo, salvo en la perspectiva de una concesión competitiva para entrar en el banquete, aunque sea por unas migajas, por algún estatus marginal, por una insignia, por la reverencia de imbéciles que se creen inteligentes.

Puedes pensar durante años y años en estos temas, leer y pensar, hasta que te sientas cansado y triste, no hay ninguna página, ninguna palabra, ningún gesto de ningún hombre o mujer cerca de ti que te diga algo claro. Puedes permanecer en la oscuridad durante años, como los galeotes antiguos, hasta el extremo, hasta que caigas muerto sobre el remo sin que los demás se den cuenta.

Por el contrario, puede ocurrir que un hecho ilumine por un momento el fondo de la calle, que un hecho atroz te haga ver con nitidez cómo es en realidad el enemigo, de qué material está hecho, de qué crisol infernal ha salido su alma. Si pasa algo así y te encuentras ahí con otras personas como tú, sabiendo que están pasando por la misma experiencia traumática, y los ves, tipos gordos con manos callosas, niños pequeños tratando de tomar una actitud, mujeres maduras corriendo de un lado a otro pensando en los años de la guerra, y los ves, todos con lágrimas en los ojos, impotentes pero con los músculos tensos, si ocurre un evento de este tipo y tú estás en el centro, ya no es un acontecimiento más, un hecho como cualquier otro (millones de personas mueren asesinadas de forma cruel son llevadas al cementerio más o menos de forma precipitada), sino que este hecho tiene un peso diferente, lleva consigo una tensión que no te deja escapar, despiertas sudando por la noche, sentado en la cama, te preguntas qué haces ahí, en tu cama, si por casualidad no eres tú el muerto que se revuelve en su tumba, mientras que el que está vivo, muy vivo, es Pinelli, con su barba franca de ferroviario.
Me doy cuenta de que todo esto puede parecer una lista de sensaciones nacidas de un cerebro exaltado, de mí que, debo confesarlo, aquella tarde en el Cementerio Mayor, tumba 434, lote 76, me puse a llorar sin freno. Efectivamente, se trata de recuerdos que provienen del estado emocional del momento, y a menudo estos estados emocionales exaltados, incapaces de expresarse inmediatamente en algo activo (golpear a un policía, por ejemplo), dan lugar a una frustración que nos hace estallar en lágrimas. Eso es, estoy de acuerdo.

Pero al razonar así se pierde algo de su importancia, reduciendo todo a una suma de personas únicas que viven estados de ánimo únicos, dejamos de lado lo esencial, esa fuerza excepcionalmente importante que surge de muchas personas teniendo las mismas sensaciones emocionales, atraídas por sentimientos casi idénticos (pero nunca totalmente idénticos, por supuesto, lo sé), se sienten mutuamente atraídas hacia la construcción de un todo homogéneo que no necesita de pactos, ni de contratos escritos ni de deudas para constituirse. De repente, esta fuerza colectiva emerge, está ahí, es tangible, puedo tocarla, puedo escuchar su voz, puedo dejarme arrastrar por sus sugerencias, dirigir mi mirada hacia donde me dice que mire, ver con sus ojos hechos de mil pupilas lo que mis pobres ojos miopes no pueden ver, recordar lo que mi pobre mente no puede recordar.

De repente, como si saliera de la cabeza de Zeus, totalmente armada, surge la idea de la justicia. Pero es una idea muy extraña, porque no se basa en ningún pacto, en ningún sistema preferencial. No es una idea que pretenda poner las cosas en su sitio, cambiar el cadáver de Pinelli por el de Calabresi, que no son productos intercambiables. No es una idea que busque garantizar la acción revolucionaria, considerada en general, una legitimidad de continuación: qué confianza pueden tener los explotados en los revolucionarios, si uno es arrojado por la ventana como un montón de cosas viejas, y no hay una reacción. No, tampoco es eso. No es una idea que busque ser conocida, que surja de la propia gente, ya que es cierto que no habrá demandas ni conversaciones de organizaciones específicas de ningún tipo, y hay que decir que un gran número de estructuras han surgido en este tiempo. No es una idea que se eleve por encima de las demás para llamar al orden, que fuera alterado por comportamientos que no respetan las normas, por las fechorías de un cierto comisario Calabresi. Después de todo, no es normal que un acusado sea arrojado por la ventana de una fiscalía durante el interrogatorio.

Si este mundo se basa en la justicia proporcional, en los cálculos numéricos de dar y recibir, de un castigo por la falta cometida y un agravio por el castigo sufrido, es un mundo que no tiene nada que ver con esa idea de justicia que surgió colectivamente en aquel momento, aquella tarde, en el Cementerio Mayor de Milán. Así, esa noche, sin que nadie lo quisiera ni lo supiera, surgió una idea de justicia que no había existido hasta entonces, una idea que supera y hace risible el deseo individual, la fantasía individual de disparar a bocajarro al buen comisario Calabresi, un deseo y una fantasía que ciertamente cultivaron casi todos los presentes, pero que, como todos los deseos y fantasías, poco después, con la vuelta a la vida cotidiana, desaparecen en la nada.

Por el contrario, esta idea de justicia (que podría llamarse “proletaria” si, como se ha señalado acertadamente, el polvo de los milenios no hubiera caído sobre este término, haciéndolo inservible), que, al no saber cómo llamarla, seguiremos llamando, simplemente, justicia; esta idea de justicia ha seguido abriéndose paso entre todos nosotros, nos ha mantenido unidos, compañeros que nunca han estado cerca de mí, que estuvieron presentes aquella noche, a los que solo he visto algunas veces después, en otros lugares, ocupados en otros asuntos, ellos y yo, compañeros para quienes, que quede claro, tengo muy poca estima, cuando no franca antipatía y desprecio, pues por el simple hecho de que ellos también estaban allí esa noche, cada vez que la lejana pero muy viva voz de la justicia me llama, agitando mi corazón, me siento de nuevo cerca de estos compañeros.

Por eso sé quién mató al jefe de policía Luigi Calabresi el 17 de mayo de 1972, afuera de su casa en la calle Cherubini 6, en Milán, a las nueve y cuarto de la mañana.

Esos mil compañeros, o más, presentes en la tumba 434, lote 76, del Cementerio Mayor de Milán, todos apretamos el gatillo.

No hay perdón, no hay piedad.

Addio Lugano Bella.

Catania, 12 de julio de 1998
Alfredo M. Bonanno

 

Introducción a la primera edición del libro Io so chi ha ucciso il commissario Luigi Calabresi

 

Notas agregadas:

[1] Paolo Braschi, anarquista de Livorno, detenido en 1969, acusado junto a otras cinco personas de los atentados en la Feria Comercial y en la estación de trenes de Milán, que causaron varios heridos. Calabresi dirigió las acusaciones contra los anarquistas. Braschi estuvo encarcelado por dos años, luego fueron exonerados.

[2] Giovanni Ventura, neofascista que abrió una librería y una editorial de publicaciones reaccionarias, aunque también textos marxistas y anarquistas. Fue coacusado con Franco Freda de colocar bombas en trenes de pasajeros y en la Piazza Fontana que provocaron numerosas víctimas. Se les absolvió.

[3] Lotta Continua, organización marxista-leninista cuyos dirigentes fueron denunciados, en 1988, por un antiguo miembro de supuestamente haber ordenado la ejecución de Calabresi. Tres acusados fueron condenados a veintidós años de prisión en 1997, mientras que el delator fue perdonado.

[4] En 1995 se inició el Proceso Marini contra decenas de anarquistas. Las acusaciones de pertenencia a una organización insurreccional se fundamentan en la colaboración de una mujer arrepentida cuyos testimonios le fueron dictados por la policía. En 2004, once compañeros son condenados a penas de prisión, entre ellos Bonnano.

[5] Adiós, bella Lugano. Canto tradicional anarquista compuesto por Pietro Gori, a finales del siglo XIX, durante su encarcelamiento, tras ser expulsado de la población suiza de Lugano. Es una poesía sobre la anarquía, el amor, el exilio y la venganza. Se le han ido añadiendo versos que exaltan la vindicación anarquista.

Giuseppe Ciancabilla: Una visión del anarquismo italo-estadounidense a comienzos del siglo XX

A pesar de abarcar un breve lapso de tiempo, de 1898 a 1904, la experiencia política de Giuseppe Ciancabilla nos propone recorrer uno de tantos senderos ideológicos generalmente agrupados bajo el amplio paraguas del “individualismo anarquista”. De hecho, fue Pier Carlo Masini quien calificó a Giuseppe Ciancabilla como la persona que dotó al anarquismo individualista italiano de un perfil teórico riguroso. Asimismo, como el pensamiento de Ciancabilla llegó a su completa maduración y definición en el marco de la migración anarquista italiana a Estados Unidos, mi trabajo de investigación recorre su historia personal. He tratado de reconstruir las dificultades y los límites dentro de los cuales se activaba la comunidad anarquista italo-estadounidense de principios del siglo XX, y entender por qué fue tierra fértil para la propagación de las ideas antiorganizativas de este anarquista romano.

Los fundamentos ideológicos del anarco-comunismo antiorganizativo fueron concebidos por Giuseppe durante su estancia en Francia, en 1898, a través del contacto con el grupo cercano a Les Temps Nouveaux. La élite anarquista francesa de la época estaba muy influenciada por las teorías de Kropotkin y, sobre todo entre las bases del movimiento, existía una fascinación por la “edad heroica”, de los attentats, puesta de relieve también por algunos exponentes de la vanguardia artística y literaria de la época. Ciancabilla, recientemente converso al anarquismo tras una carrera en las filas de las juventudes socialistas de la capital italiana, y con experiencia como voluntario en la guerra Greco-Turca, se distancia (todo en suelo francés) de la tesis federalista de Malatesta (la cual rechaza a raíz de los Motines por el Pan en Italia), acentuando el lado demoledor del accionar anarquista y proponiendo una noción espontaneísta de la revolución, determinada por la acción ilimitada de pequeños núcleos, en los que la “propaganda por el hecho” conservaba una importancia fundamental.

La concepción anarquista de Ciancabilla pudo ser plenamente formulada debido a la polémica con Malatesta y el grupo Diritto dell’Esistenza de Paterson, Nueva Jersey, que, precisamente por diferencias ideológicas y aprovechando la llegada del líder anarquista (Malatesta) le despojó de la dirección de La Questione Sociale, en septiembre de 1899. Sin embargo, incluso durante la primera incursión en el mundo editorial en la que había desempeñado un papel central, con L’Agitatore de Neuchatel, Ciancabilla había tenido ocasión de posicionarse sobre los atentados individuales de los que nunca se distanció. Frente al ataque de Luccheni, aquel cuestionó el sentido de una acción que golpeaba a quien hacía tiempo tenía poco que ver con los palacios de los poderosos. Ciancabilla, en contraste, firmó un artículo en el que elogiaba al asesino y sostenía que correspondía a los anarquistas reivindicar cualquier acto de ruptura con el orden establecido, independientemente de su utilidad.

En Estados Unidos, este joven romano se ajustó al ambiente de los diversos grupos anarquistas italianos que habían empezado a surgir durante la última década del siglo XIX. La migración italiana a Estados Unidos comenzaba a experimentar un crecimiento crucial, pero el verdadero auge se produjo entre la segunda mitad de la primera década del siglo XX y la Primera Guerra Mundial. Los trabajadores que llegaban carecían, en su mayoría, de experiencia en la organización de clase y, en el caso de los pocos que habían emprendido una actividad política en su país de origen, esta se había limitado a fricciones con la ley, dado que el clima reaccionario de la Italia de finales del siglo XIX había perjudicado, en general, con cualquier labor real y cotidiana de propaganda dentro de las organizaciones obreras que empezaban a expandirse en aquella época.

Al otro lado del Atlántico, la propaganda anarquista encontró sus mayores obstáculos en la ignorancia de los emigrados y en el papel desempeñado por “peces gordos” que se ofrecían como intermediarios entre la comunidad étnica y la realidad americana, cuya posición dominante era en sí misma una garantía de que persistiría la desventaja cultural de los emigrados. En este contexto, los grupos anarquistas representaban una “colonia dentro de la colonia” y gran parte de su actividad se dedicaba a proteger la herencia ideológica y la tradición anarquistas, que eran las piedras de toque en torno a las cuales podían aglutinarse los distintos grupos, lo que hacía de cualquier súper-estructura organizativa (que las inciertas circunstancias de los propios trabajadores dificultaban) redundante. Así, era natural que, tácticamente, se prefiriera la acción revolucionaria libre de cualquier vínculo programático y basada en formas de entendimiento interindividual orientadas a fines propagandísticos específicos. El abanico de valores promovidos por los anarquistas (anticlericalismo, antipatriotismo, amor libre) ofrecía un “mundo al revés” que a menudo infundía cierto temor al resto de la comunidad de emigrados italianos. Así que era más fácil abrirse a los contactos con otros grupos de inmigrantes, especialmente “los latinos”, pero dentro de los parámetros del mundo anarquista, con sus tradiciones e ideologías compartidas, que atraer a otros trabajadores italianos no politizados a los que se llegaba principalmente a través de las innumerables empresas recreativas que todos los grupos anarquistas promovían sin descanso.

Al mismo tiempo, la sociedad americana, imbuida de sentimientos xenófobos hacia estos “nuevos inmigrantes”, era hostil con los italianos, y mucho más a aquellos grupos politizados que, se creía, traían consigo incendiarias teorías de violencia clasista contrarias a las tradiciones democráticas de la República. La tradición anarquista nativa, cuyo máximo exponente en aquel momento era Benjamin Tucker, estaba ligada a una perspectiva individualista pacifista con la que la migración anarquista tenía mucha dificultad en aprobar. Además, los sindicatos estadounidenses, encabezados por la American Federation of Labor, apostaban por un sindicalismo economisista que descartaba cualquier perspectiva de cambio radical en las relaciones de producción y se limitaba al sindicalismo “puro y simple”; ocupado en organizar al segmento respetable de la clase obrera estadounidense, es decir, trabajadores blancos con tradición organizativa, excluyendo a nuevos inmigrantes no calificados que eran protagonistas involuntarios de la reestructuración empresarial y que parecían socavar el poder del trabajador blanco, en términos de velocidad en el proceso de producción. Al respecto, la organización sindical estadounidense con su política corporativa y sus elevadas cuotas de afiliación mantuvieron alejados a los trabajadores italianos y reprodujo en sus filas las diferencias étnicas que también se daban en el contexto de la jerarquía fabril.

En vista de ello, los anarquistas italoamericanos desafiaron la línea moderada de los sindicatos, estructuras centralizadas y burocráticas, e intentaron sacar provecho de la rebeldía de los inmigrantes, que las violentas relaciones de producción hacían inevitable, y se esforzaron por encender el conflicto de clases.

En este contexto, la propaganda de Giuseppe Ciancabilla (apelando a los valores de la “pureza anarquista” rechazaba cualquier compromiso, ya fuera con grupos ajenos al anarquismo o enmarcados en el sindicalismo) orientó el actuar de la militancia anarquista italiana en Estados Unidos a principios del siglo XX. Además de sus dotes como agitador y sus múltiples contactos en Europa, su periódico funcionó como una caja de resonancia que aprovechaba los estímulos de la renovación teórica del anarquismo internacional, aunque en el horizonte de una visión espontaneísta de la revolución. En este sentido, su trabajo fue importante como vehículo para comunicar tácticas y teorías frescas que fueron heredadas en las luchas obreras estadounidense. Hay que señalar, por ejemplo, el entusiasmo suscitado por los éxitos iniciales de los anarquistas franceses implicados en el movimiento obrero, hizo que Ciancabilla lanzara una campaña en Estados Unidos a favor de la huelga general revolucionaria.

En efecto, Ciancabilla se obstinó en rechazar todo trabajo metódico en el seno de las organizaciones obreras y afirmaba que los esfuerzos debían orientarse a “crear la mentalidad” para la huelga general, que no era más que transferir al terreno de las relaciones de producción la concepción insurreccionalista y voluntarista de gran parte del anarquismo. Así, una serie de panfletos y contribuciones de los principales exponentes del anarquismo francés fueron presentados en su editorial, y estaban a disposición de la militancia en salas de reunión, además de asociaciones creadas por diversos grupos, permitiendo que las ideas circularan, representando un importante bagaje ideológico para los inmigrantes italianos en Estados Unidos.

Las palabras violentas con la que estaba cargado el periódico de Ciancabilla alimentaron un sentimiento reivindicativo, sentimiento que muchos migrantes forzados a partir por la pobreza o escapando de problemas con la ley, debían sentir hacia la tierra que les había rechazado. No es casualidad que fuera Gaetano Bresci quien emprendiera su misión desde la comunidad italo-estadounidense, ni que su nombre figure entre los suscriptores de L’Aurora, uno de los periódicos de Ciancabilla.

Evocar Italia, parecía ofrecer buenas perspectivas de desarrollo revolucionario en los Estados Unidos de principios del siglo XX. Debido a la constante comunicación, la inclinación antiorganizativa del anarquismo italo-estadounidense ejerció una influencia significativa sobre el movimiento en su país natal. Ciancabilla participó personalmente en las furibundas discusiones que en aquella época dividían a los anarquistas italianos organizacionistas en torno a Il Pensiero, el periódico de Gori y Fabbri, de los antiorganizacionistas en torno a Il Grido della Folla de Milán. En este último periódico empezaban a aparecer los primeros artículos en los que se apreciaba una inconfundible influencia stirneriana y nietzscheana. Hay que decir, sin embargo, que el anarquismo antiorganizacionista de Ciancabilla se mantenía esencialmente alejado del exasperado egoísmo antisocial, cuyos primeros síntomas habían empezado a surgir en algunos de los exponentes del anarquismo italiano de principios del siglo XX. Sin embargo, se podían encontrar puntos en común con las corrientes stirnerianas, en una oposición compartida contra el anarquismo “aletargado” de Gori y Fabbri, además de la disposición a reivindicar cualquier acto de revuelta contra el orden burgués. Esto siempre había formado parte de la herencia ideológica de Ciancabilla.

Mario Mapelli

Fragmento del libro Fired by the ideal: Italian-American anarchist responses to Czolgosz’s killing of McKinley.

La Banda Bonnot, en memoria

Al rededor del año 1910, la población de Francia quedó atemorizada ante el surgimiento de un tipo de “bandolerismo” inspirado por teorías proyectadas y defendidas en el ámbito anarquista. Sucedió que la juventud anarquista se aglutinaba en torno a un tal Jules Bonnot, él mismo un ácrata perseguido por la policía y calificado de peligroso.

Bonnot le había declarado la guerra a la sociedad, era su guerra personal. La conflictividad ocasionada lo colocó en la mira. Se vio obligado a huir para evitar ser detenido por delinquir contra las condiciones que provocan injusticia social. Encontró afinidad y refugio con compañeros y amistades, pasando de uno a otro, comprometiendo involuntariamente a muchas personas que no tenían nada que ver con sus actividades ilegalistas. Como resultado, la policía detuvo a muchos de ellos y, ciertamente, acusó a un gran número de participar en una supuesta conspiración criminal. En concreto, incriminaron a un tal Dieudonné, al que se condenó a muerte.

Podría decirse que, en aquel momento, el ambiente anarquista se encontraba en efervescencia. La primera guerra mundial estaba por iniciarse, y las posiciones anarquistas evolucionaban, buscando una especie de madurez, adoptando nuevas nociones y prácticas, especialmente después de la traducción del libro de Stirner “El Único y lo que le es propio”.

Aunque los anarquistas arrestados fueron tratados como una banda organizada, en realidad no existía ninguna banda, ni ninguna organización constituida, solo individuos con opiniones similares. No tenían jefes, ni impulsores, su única conexión era su visión anárquica.

Bonnot y Garnier, con algunos de sus amigos, se conjuntaron tras coincidir en las formas de accionar, convirtiéndose en una amenaza para la policía, pero acusar a la filosofía anarquista de ser responsable de los crímenes cometidos por ellos es absurdo y torpe. Todos los partidos políticos que han existido practicaron, alguna vez, la violencia y organizado el “extremismo”; la mayoría de las sectas cristianas lo hicieron, también realistas, republicanos, socialistas, comunistas, etc., siguieron la misma tradición.

La particularidad de la “tesis” del “ilegalismo”, que seguían Bonnot y sus amigos, no fue nada nuevo. Antes de 1900 aparecieron numerosos “ilegalistas” que pretendían arrebatar a la burguesía parte de sus vanas propiedades. Por supuesto que estos “ilegalistas” expresaron ideales puros y coincidieron en atacar a los “enemigos del pueblo”. Pueden mencionarse algunos muy característicos como Pini, Duval, Ravachol y, especialmente, Jacob, capturado luego de realizar una serie de operaciones típicamente idealistas. (Pese a que Jacob mató de un tiro a un policía, él no fue condenado a muerte, sino recluido en la Guayana Francesa de por vida. Salió de prisión después de 25 años)

Me gustaría escribir un poco sobre Stirner, el verdadero divulgador del individualismo tal como lo concibo, pero no puedo hacerlo aquí ni ahora.

Stirner dio a la banda de Bonnot argumentos sólidos. Nada le estaba prohibido al individuo, ni a su “yo”. Cito: «La masa está de un lado y yo del otro… mostraré de lo que soy capaz. No soy un “yo” al lado de otro “yo ”, soy uno solo, el “único”… puedo hacer lo que me plazca, es este “yo” el que vive, se desarrolla y se da forma».

Así, las ideas ilegalistas se arraigaron entre la juventud al encontrarse en nuevos espacios de debate. De modo que discutieron y decidieron su proyecto. ¿Por qué deberíamos sorprendernos? Eso es humano y lo demostraron siendo humanos todo el tiempo.

El accionar de la banda comenzó el 11 de noviembre de 1911, cuando dos sujetos bajan de un automóvil para asaltar a un administrador bancario en céntrica calle de París, le disparan por resistirse y le arrebatan bolsas de dinero. El hombre resultó gravemente herido y sus agresores escaparon. Mediante denuncias y fotografías se logra identificar a Garnier, compañero de Bonnot. Así, la policía se entera que los ladrones eran anarquistas. Existe el antecedente de la banda de Jacob, 12 años atrás. Por tanto, se dedican a localizar y arrestar a toda persona relacionada con Bonnot.

En este punto aparece el caso de Dieudonné, un hombre inocente que no tenía nada que ver con el caso, pero que fue enviado a prisión de por vida tras anularle la pena capital. En su caso, lo único que tuvo que hacer la policía fue incriminarlo e inducir a las víctimas a reconocerlo. Muy sencillo, pero no tan eficaz, ya que no se atrevieron a ejecutar la sentencia. Dieudonne finalmente fue excarcelado de la Guayana Francesa, 12 años después.

Todos los implicados con la banda Bonnot eran abiertamente anarquistas, fueron cientos de personas a las que no se procesó, pero fueron fichadas. Cuando se celebró el juicio el 3 de febrero de 1913, presentaron a veintitrés personas ante los tribunales de París. Era verdad que algunos de ellos ayudaron a Bonnot y Garnier en la realización de algunos robos, sin embargo, justificaron la “acción directa”. Además, como afirmó uno de ellos, querían “vivir la vida”, darle “sentido” a la existencia. También necesitaban el dinero. En fin, demasiadas razones. ¡Que dios bendiga sus almas!

De todos modos, veintitrés presuntos cómplices (tres mujeres entre ellos) lucharon contra los jueces durante dos semanas, del 3 al 27 de febrero. Cuatro de ellos fueron absueltos, un escritor y las tres mujeres. Luego, aquel escritor fue vuelto a juzgar por otro cargo y pasó ocho años preso. Después escapó de la Guayana Francesa y aún vive, sano, satisfecho y felizmente libre. En cuanto al resto, cuatro fueron condenados a muerte, a tres los guillotinaron y a uno le conmutaron la condena de ejecución por prisión perpetua. De los demás, cuatro recibieron cadena perpetua y el resto condenas de diversa duración. Entre los que no fueron arrestados, algunos desaparecieron y nunca más se supo de ellos.

Bonnot, Garnier y dos más, Valet y Dubois, cayeron en combate, muriendo con las armas en la mano. Después de un año de ser perseguidos, Bonnot y Dubois fueron sitiados en una casa y acribillados ahí mismo. Garnier y Valet tampoco se rindieron, como Bonnot, resistieron valientemente el asedio, hiriendo a varios policías y soldados que los rodearon antes de morir. No me queda espacio para detallar todo lo que hicieron estos hombres. Tampoco puedo determinar si estuvieron bien o mal, y no quiero hacerlo. La banda de Bonnot quizá fue un fracaso, eso no me importa. Estas personas vivieron sus vidas, y se mantuvieron firmes desafiando a la muerte. Murieron valientemente, enfrentándose a la policía y al ejército, o dirigiéndose con una sonrisa hacia la guillotina.

(De una charla realizada en el Foyer Individualise d’Etudes Sociales, París)

Ernest Bertran

Traducción de artículo publicado en Minus One #13 Marzo/Abril 1966

Anarquía subversiva, pasado y presente. Una breve mirada ilegalista, individualista y nihilista

“El objetivo de la revolución es crear nuevos arreglos; la insurrección nos impulsa a no admitir tales arreglos, sino arreglarnos por nosotros mismos, y a no poner ninguna esperanza en «instituciones» deslumbrantes”. – Max Stirner

“No me sigas… No te guío… No camines delante de mí… No te seguiré… Haz tu propio camino… Conviértete en ti mismo.” – Prisioneros de la Conspiración Células de Fuego

“Sé que habrá un final para esta lucha entre el enorme arsenal del Estado y yo. Sé que seré vencido, que seré el más débil, pero espero poder hacerle pagar cara la victoria.” – Octave Garnier

Un día como hoy, hace más de 100 años, el 21 de abril de 1913, el anarquista ilegalista e individualista Raymond Callemin fue ejecutado en la guillotina por orden del Estado francés. En el aniversario de su ejecución escribo esto en memoria de todos los que han caído o han sido encarcelados en la guerra social.

La corriente ilegalista es una rama del anarquismo individualista. En lugar de ser explotado, forzado a trabajar para algún tirano acaudalado, el ilegalista elige robarles. Es una ética anti-trabajo para que la autonomía personal se efectúe, inmediatamente, en la vida real a través de la expropiación individual, también conocida como restitución individual.

La restitución individual adquirió notoriedad en Francia en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, dando origen a lo que se conocería como ilegalismo. Los defensores de la expropiación individual fueron anarquistas como Clement Duval y Marius Jacob. Marius Jacob robaba para financiarse a sí mismo, así como al movimiento anarquista y a otras causas. Este es el principal factor que distingue al ilegalismo de la restitución individual: los ilegalistas robaban únicamente para sí mismos. Aunque algunos ilegalistas financiaron periódicos anarco-individualistas con el producto de sus expropiaciones y dieron dinero a compañeros que lo necesitaban.

Los ilegalistas, muchos de los cuales, inspirados por Max Stirner y Friedrich Nietzsche tenían una opinión; ¿Por qué esperar a que el rebaño pasivo de la clase explotada y pobre se levantara y expropiara a los ricos? Los pobres parecían bastante satisfechos con las condiciones en las que vivían. ¿Por qué los ilegalistas tendrían que esperar a que los trabajadores explotados adquirieran conciencia revolucionaria? ¿Por qué seguir viviendo explotados y trabajando hasta la muerte mientras esperan una futura revolución social que quizá nunca llegue? Los anarquistas ilegalistas no tenían fe en la lucha obrera, así que decidieron contraatacar y robar a los ricos, fue una inclinación puramente egoísta.

Stirner los habría llamado “egoístas conscientes”, expropiando sus vidas para sí mismos, sin pedir permiso para existir. Se negaron a ser esclavos de los amos y del Estado. ilegalistas eligieron robar mediante una deliberada revuelta contra la sociedad.

Los ilegalistas ácratas robaron, dispararon, apuñalaron, falsificaron dinero y provocaron uno que otro incendio por toda Europa, pero sobre todo en Francia, Bélgica e Italia. Hubo tiroteos con la policía. Largas condenas de cárcel y ejecuciones.

Uno de esos grupos anarco-ilegalistas sería inmortalizado como “La banda Bonnot”.

Raymond Callemin nació en Bélgica, fue socialista mas se hizo anárquico tras desilusionarse del reformista Partido Socialista Belga. Influido por el anarquismo, Raymond abandona el partido junto con Victor Serge y Jean De Boe, igualmente desilusionados con el socialismo electoral. Juntos publican un periódico anarquista individualista, “Le Revolte”, totalmente hostil a sindicatos y partidos, además tenía afinidad con la “insurrección permanente en contra de la burguesía”.

Octave Garnier, huido de Francia, se establece en Bélgica para evitar ser reclutado por el ejército. Ya había cometido varias expropiaciones contra adinerados, por lo que había pasado un tiempo en prisión. Se inició en el sindicalismo, pero no tardó en sentir repugnancia por los dirigentes sindicales, que eran como patrones que utilizan y manipulan a los trabajadores a su conveniencia. Se unió entonces a las filas anarquistas. Al no poder ejercer su profesión, para sobrevivir se vio obligado a realizar trabajos serviles y ser un esclavo asalariado en empleos despreciables, así que se convierte en un ilegalista de convicción.

Estos cuatro anarquistas tenían poco más de 20 años, se conocieron a través de los círculos ácratas de Bélgica y compartían un odio mutuo hacia los ricos y su sistema de explotación. Raymond y Octave cometieron muchos robos juntos, además se dedicaron a falsificar monedas.

Victor Serge escribía artículos para Le Revolte, lo que le valió la atención del Estado belga. Como estaba refugiado en Bélgica desde su infancia, al Estado le resultó muy fácil deshacerse de él. Fue expulsado del país por subversivo peligroso. Se marcha a Francia donde crea una comuna libertaria con otros anarquistas. Poco después, Octave Garnier, sobre el que pesaba una orden de aprehensión, sigue a Victor hasta Francia junto a Raymond.

En Francia se encuentran con Jules Bonnot, que estaba huyendo. Jules tenía poco más de 30 años, era un ex soldado y un comprometido anarquista ilegal. La policía lo buscaba por un asesinato, que en realidad se debió al disparo accidental a un compañero. Jules, que tenía mucha experiencia en expropiaciones exitosas, propuso a Octave y Raymond realizar juntos un gran proyecto. Los dos aceptaron encantados la oferta de Jules, hartos de no obtener lo suficiente en sus atracos, y arriesgando mucho por la contraofensiva.

Los tres, junto con otro anarquista, Eugène Dieudonné, idearon un plan para robar a un empleado bancario que iba a entregar dinero. Empezaron robando un coche de gama alta en un barrio burgués a las afueras de París. Jules aprendió a conducir en el ejército, así que sería el conductor en la huida. Raymond, Octave y Eugene asaltarían al empleado del banco. Así, el 21 de diciembre de 1911, a plena luz del día, robaron al empleado. Retuvieron al guardia que escoltaba al empleado cuando salían del banco. Octave exigió le entregara el maletín. Raymond lo tomó e intentó dirigirse al auto para escapar. Pero el empleado no lo soltó. Octave le disparó dos veces en el pecho (el empleado quedó malherido pero no murió). Se dieron a la fuga a toda velocidad por las calles de París en uno de los mejores modelos de autos de la época. Era la primera vez que se utilizaba un automóvil para un atraco a mano armada en Francia, por lo que los medios de comunicación les apodaron “autobandidos”.

Con ese robo obtuvieron $5000 francos, aunque no les agradó. Esperaban obtener mucho más. Días después del robo al empleado bancario, entraron en una armería apoderándose de un arsenal, incluidos fusiles de gran potencia. Al poco tiempo, el 2 de enero de 1912, irrumpieron en la casa de un rico burgués, matándolo a él y a su empleada. Se llevaron $30,000 francos de ese robo. Pronto huyeron a Bélgica llevando a cabo más robos y disparando a 3 policías por el camino. Luego volvieron a París para robar otro banco, aunque esta vez atracarían el establecimiento. Durante el robo dispararon a 3 burócratas bancarios. Después se ofreció una recompensa de $700,000 francos por las cabezas de los anarquistas. El banco robado, Société Générale, ofreció otros $100,000 francos por su captura.

Existe un profundo nihilismo, egoísmo y antirreformismo dentro de la praxis ilegalista, que es continuada hoy en día por agrupaciones como la Conspiración de Células de Fuego, la Federación Anarquista Informal/Frente Revolucionario Internacional, e individuos como los anarco-nihilistas chilenos Sebastián Oversluij (que fue asesinado a tiros mientras expropiaba un banco) y Mauricio Morales que murió cuando la bomba que transportaba en su mochila detonó prematuramente.

La actual anarquía insurreccional también tiene un linaje directo con esta historia ácrata. Muchos de los principales componentes de las ideas y la praxis que comprenden el ilegalismo y la restitución individual (que incluye la propaganda por el hecho, que es la acción directa individual contra la clase burguesa, su propiedad y sus lacayos, es decir, policías, idiotas y jueces, con la esperanza de que la acción inspire a otros a seguir su ejemplo; la anti-organización en las formas de insurrección individual, grupos de afinidad y organización informal; además del rechazo extremo a la izquierda y a su estrategia reformista) también se encuentran en las diferentes corrientes del anarquismo insurreccional moderno.

Lo que los medios de comunicación y la policía calificaron como “Banda Bonnot” era un grupo de afinidad. Jules Bonnot no era líder del grupo, no había ninguno. A los individuos que componían los diferentes grupos de afinidad que llevaron a cabo los llamados crímenes se les atribuyó la pertenencia a la “Banda Bonnot”, eran simplemente individuos con objetivos comunes que se unieron para llevar a cabo esas acciones. El Estado francés utilizó este nombre para señalar a cualquier anarquista que se le antojara participante en alguno de los llamados crímenes.

El 30 de marzo de 1912, André Soudy (un anarquista que actuó en algunas de las expropiaciones del grupo) fue capturado por la policía. Unos días más tarde, otro anarquista implicado en algunos robos, Édouard Carouy, fue detenido. El 7 de abril, Raymond Callemin. A finales de abril, 28 anarquistas habían sido detenidos en relación con la “Banda Bonnot”.

El 28 de abril, la policía descubre en París el escondite de Jules Bonnot. 500 policías armados rodean la casa. Jules se niega a entregarse y se inicia el tiroteo. Tras horas de intercambio de disparos, la policía detona una bomba en la fachada de la casa. Cuando irrumpen en la casa descubren a Jules enrollado en un colchón, él seguía disparándoles. Le dieron un tiro en la cabeza y murió más tarde en el hospital por las heridas.

El 14 de mayo, la policía descubre el lugar donde se encontraban Octave Garnier y René Valet (otro miembro del grupo). 300 policías y 800 soldados rodean el edificio. Al igual que Bonnot, ambos se niegan a rendirse. El asedio dura horas, la policía detona una bomba y vuela parte de la edificación matando a Octave. René, malherido, sigue disparando y muere poco después.

Un año mas tarde, el 3 de febrero de 1913, Raymond Callemin y muchos otros anarquistas, entre ellos Victor Serge, son juzgados por el estado francés por su presunta participación en la “Banda de Bonnot”. Aunque Raymond cometió muchos robos y mató a tiros a un burócrata bancario, muchos de los que fueron juzgados no participaron en ninguno de los supuestos crímenes atribuidos a la “Banda Bonnot”. El Estado francés, sediento de venganza, después de matarlos a tiros y hacerlos volar con explosivos, manda encerrar, ejecutar, y exiliar a numerosos anarquistas. El 21 de abril de 1913, Raymond Callemin, Étienne Monier y André Soudy fueron ejecutados en la guillotina. A muchos de los coacusados se les condenó a cadena perpetua y trabajos forzados en colonias penales francesas.

Esta práctica vengativa de los Estados sigue llevándose a cabo hoy en día, con los juicios de Scripta Manent en Italia, directamente relacionados con el tiro en la rodilla del director de una empresa de energía nuclear por parte de los anarquistas lindividualistas Alfredo Caspito y Nicola Gia, y otras acciones ofensivas en Italia. Los juicios represivos en Rusia contra anarquistas, antifascistas y el caso de la organización “RED” fabricada por el FSB (Servicio Federal de Seguridad). En represalia, el anarco-comunista Mikhail Zhlobitsky detonó el pasado octubre una bomba en la sede regional del Servicio Federal de Seguridad ruso en Arkhangelsk, muriendo en la acción. Así, el FSB llevó a cabo otra ronda represiva contra los anarquistas después del atentado, encarcelando, interrogando y presentando cargos falsos contra muchos de ellos como venganza por el ataque. El 22 de marzo de 2019 una célula de la Federación Anarquista Informal autodenominada FAI/FRI Facción Vengativa – Mikhail Zholbitsky llevó a cabo un ataque con granadas contra la embajada rusa en Atenas, Grecia, como venganza por la represión llevada a cabo por el Estado ruso contra anarquistas.

Cualquier corriente del anarquismo que haga propia el individuo, no hace diferencia, en tanto sea subversiva y esté en conflicto con cualquier autoridad que intente vulnerar la autonomía individual. La guerra en curso contra la sociedad industrial capitalista ha ocasionado daños durante más de 200 años, cobrado muchas vidas de anarquistas y aún más encarcelamientos. El mismo espíritu insurreccional de no mediación y de no compromiso con la autoridad sigue fluyendo en la actual anarquía subversiva. En solidaridad con todos los anarquistas encarcelados y en guerra con la sociedad industrial capitalista.

Renzo Connors

2019

Texto original Subversive Anarchy Past and Present