A mediados del año 1800, el anarquismo adquiere su fisionomía precisa que lo distinguirá de todas las otras corrientes del socialismo y del recién nacido marxismo.

El proceso de adquisición de su especifidad se articula aproximadamente en una década, se da dentro del ámbito de la “competición” entre los diversos posicionamientos del socialismo, pero también en el ámbito de la lucha de clases, tras adoptar organizaciones proletarias internacionales, anteriormente esporádicas y locales (en 1864, si no me equivoco, se constituye la Asociación Internacional de Trabajadores —en francés AIT— mejor conocida como Primera Internacional).

Un paréntesis teorético que abrirá perspectivas de acción a gran escala para comienzos del año 1900, pero hasta entonces limitará su influencia tan solo a algunos revolucionarios (Bakunin, uno de ellos), entre los años 1840 y 1850, debido al posicionamiento de Max Stirner, filósofo alemán de la izquierda hegeliana y profundo conocedor del socialismo elaborado por Feuerbach, Marx, etcétera.

El libro de Stirner, El Único y su propiedad (solo escribió ese libro, siendo sus otros trabajos artículos para publicaciones o revistas), es una crítica radical y precisa a los fundamentos desde los que se posiciona el materialismo socialista.

Lo que Stirner evidencia es la pérdida total de la unicidad, es decir del individuo concreto, de la auténtica subjetividad humana específica e irrepetible, en los meandros de lo absolutamente ajeno a cada persona.

Cuando los socialistas hablan de humanidad, de pueblo, de clase, y de los intereses de los unos y de los otros, cambian los términos de la problemática real para conseguir la liberación: hacen desaparecer al individuo al constituir causas ajenas y enemigas de los mismos.

La unión de individuos, con similares condiciones, que luchan por reafirmar su libertad propia, termina por ser una causa ajena a ellos mismos, si es que no se reconocen las peculiaridades de cada uno, que son, al menos en parte, diferentes a las de los demás, por tanto sustancialmente únicas.

Según Stirner, existe siempre la posibilidad de encontrarse con alguien al cual unirse, sin que eso implique abrazar una sola bandera. Descubre en la obra de Feuerbach (que pretendía alcanzar la “verdadera humanización” del hombre superando la alienación en Dios, y edificando otra humanidad) un nuevo proceso alienante —que aleja de sí mismos a los individuos y representa la base de las tendencias socialistas y comunistas— Stirner entrevé en ello la aspiración a homogeneizar a las personas.

El posicionamiento stirneriano probablemente influyo en el desarrollo del pensamiento de Bakunin, que lo ha insertado, despojado de sus elementos hegelianos exteriores, en una síntesis anárquica global atenta en no perder de vista la centralidad del individuo.

Pero será solo a finales del siglo XIX, y a los comienzos del XX, que la obra de Stirner, tendrá de nuevo amplia circulación, retomando la importancia que le corresponde en el movimiento anárquico, privada de los daños que mientras tanto habían hecho sus detractores.

La particular atención que el anarquismo pone en el individuo, en específico el posicionamiento acerca del Poder, marcará el camino que llevará al movimiento a distinguirse claramente de las otras corrientes del socialismo y del marxismo.

El enfrentamiento más evidente y determinante se dará en el seno de la Primera Internacional.

La Asociación Internacional de Trabajadores se constituye en Londres, en el ámbito de los movimientos obreros europeos, de aquí que el momento organizador y el plan de las luchas que se organizan a nivel internacional no pueden sino reflejar, en su genericidad, todas las variantes del mismo socialismo.

Cada grupo, cada traducción de los Estatutos de la AIT, entendía a su manera tal genericidad, aunque en realidad los Estatutos mismos subrayaban el reconocimiento a la diversidad.

De todos modos, el enfrentamiento se da porque:

  • Mientras que para los anarquistas la organización no podía sino reflejar las exigencias y las tensiones de diversos grupos adherentes —por lo cual sus órganos, decimos institucionales, no podían tener funciones directivas ni tampoco sustituir a la asamblea general de delegados, ni adherentes— los marxistas, ligados sobre todo a componentes de la socialdemocracia alemana, sostenían lo contrario;
  • Por otra parte, la AIT tenía pleno sentido solo para los anarquistas en tanto concernía a las luchas económicas del proletariado, para su contraparte debía al contrario ocuparse de las batallas más propiamente político-electorales.

Las divergencias, una vez afloradas, no eran conciliables, así que mientras Marx con un golpe de mano trasladó desde Londres a Nueva York el Consejo General de la AIT con el fin de desviar la influencia de los bakuninistas, los anarquistas reunidos en una primera Conferencia en Rimini en 1871, y luego en otros sitios, mantuvieron los estatutos originales establecidos por la Asociación e intentaron mantener viva la Internacional Antiautoritaria, distinguiéndola de aquella que, en breve tiempo, moriría en los Estados Unidos y que identificarían como Autoritaria.

Constantino Cavalleri

Fragmento de El anarquismo en la sociedad postindustrial