Sobre los movimientos sociales y su tarea recuperadora

“El acto más pequeño en las circunstancias más limitadas lleva la semilla de la misma ilimitación e imprevisibilidad y un acto, un gesto, una palabra bastan para cambiar cualquier constelación”.

Es con esta certeza que sacamos este artículo. Creemos necesario poner sobre el tapete los mecanismos que el sistema tiene para la recuperación de las luchas que lo cuestionan y de cómo los llamados “movimientos sociales antagonistas” participan de ellos o se ven inmersos inconscientemente en multitud de ocasiones. Se han repetido hasta la saciedad, pero no nos vamos a cansar de nombrarlos y señalar a quienes con sus modos de hacer participan del juego del capital.

Una y otra vez los movimientos sociales utilizan los resortes del sistema para conseguir sus fines afianzando las posiciones del capitalismo y recuperando las luchas al terreno que más le interesa al poder.

Un ejemplo de este hacer es el uso de los mass-media como modo de difusión de la información y como herramienta para la movilización masiva. Éste se revela en esencia contraproducente. Se aceptan, una vez sí y otra también, concesiones para no escandalizar a la opinión pública, concesiones permanentes si lo que se pretende es el beneplácito de la prensa dominante (desaparecen formas de lucha válidas y reivindicaciones radicales, en el sentido de atacar la raíz del problema). Lo que desborda sus límites lo descalifican (terroristas, violentos o radicales en su lenguaje pervertido), perfilando el prototipo de disidencia que les va bien. Con esta “herramienta” se opta por la difusión masiva y espectacular, pero también dogmática, parcial y transitoria (¿alguien cree aún que los media seguirán un conflicto si no hay espectáculo?). Se siguen viendo actitudes de gente que buscan sacar el conflicto en la tele en lugar de plantear las cosas para solucionar el conflicto o la lucha concreta en función de los intereses de clase. Afortunadamente algunos ya se han desengañado.

Ya estamos acostumbrados también a ver el tedioso intento de movilizar a partidos políticos, sindicatos o asociaciones que gozan de un renombre, sea por conocidos que se tiene ahí o de una manera más reglada, con el objetivo de que desde lo institucional se interceda por ejemplo a favor de compañeros que han sido detenidos. Esto en ocasiones tiene éxito, cuanto al objetivo inmediato, y en otras no. Pero, para quien sí tiene un beneficio claro es para el mantenimiento del sistema establecido. Se asumen como interlocutores válidos a esos que luego se critica. Se legitima su poder y se tira por la borda todo el esfuerzo que se hizo por articular una autonomía. Esto, cuando no se entran en negociaciones con esos parásitos para redefinir los objetivos y las condiciones del apoyo. No es raro que intenten descontextualizar la lucha, desvincular a los detenidos de otros momentos represivos y otros métodos rastreros de estos oportunistas.

“Contra el enemigo la reivindicación es eterna”. Por más que se pida la libertad de compañeros en nombre de la injusticia seguirán habiendo más golpes represivos en otro tiempo y en otros espacios. Como afirmaban otros compañeros hace poco*, esto lo único que trae es la separación de los represaliados en inocentes y culpables, esto es la criminalización indirecta de otros compañeros que, sin tener en cuenta la legalidad burguesa (constituida por el propio poder y que muchas veces desde el ámbito “antagonista” se asimila), utilizan todas las herramientas a mano. Y de paso, estas actitudes, afianzan la moral y la legalidad burguesas.

No es que no queramos que los compañeros salgan, pero no a cualquier precio, y el precio, si no los arrancamos nosotros de las garras del Estado (y somos muy conscientes de las dificultades en este momento) y planteamos claramente los términos de la guerra de clases, es la recuperación inevitable de la lucha. En este sentido, el poder no va a poner objeciones a la existencia de dichos movimientos “antagonistas”; sólo cuando estos se dirijan de forma clara hacia la recuperación de nuestras vidas el poder moverá ficha. Con algunos compañeros ya lo está haciendo (compañeros italianos, los 5+1 de Barcelona, etc).

La repetición ciega de los mismos esquemas siempre sin tiempo para la reflexión (¿Qué queremos? ¿Qué medios debemos usar para conseguirlo?) y la verdadera discusión con el objetivo de avanzar y revisar constantemente los objetivos (si no, como pasa muchas veces, parece que no se sepa ni adónde se dirige uno) son obstáculos a superar para los que nos creemos nuestro propio mensaje revolucionario. Los que no confían en la destrucción de este sistema explotador y se dedican a maquillarlo mediante el gestionismo que se atengan a esa responsabilidad que desempeñan. Gestionar el guetto es gestionar la miseria. Son nuestros enemigos y como a tales los trataremos cuando sea necesario. Su aparente ingenuidad no los justifica. Sabemos bien que esto generará divisiones y enfrentamientos (lo siento por los amantes del buenrollismo); porque aquí es donde se define en que lado se está de la barricada. O en uno o en el otro. O por la destrucción de la alienación capitalista o por su defensa.

A pesar de todo esto nos alegramos de vernos proyectados en otros compañeros (con los que deseamos encontrarnos para poder discutir y practicar el camino de la revuelta) que en su intención de destruir este sistema explotador han roto ya con sus defensores. Defensores evidentes y no tan evidentes, más peligrosos si cabe por su escamoteo de la función que cumplen y la facilidad de su recuperación en caso de un proceso revolucionario ulterior. A todos estos, les escupimos a la cara.

Refractarios

Los Cinco de Vancouver: Lucha armada en Canadá

Relacionar el anarquismo con acciones de violencia intencional puede que sea visto como algo natural para la mayoría de gente, si pensamos en el anarquismo en su conjunto. Aunque para la mayor parte de la juventud anarquista debe ser difícil imaginar que a principios de los años 80, la lucha armada en Canadá no solo parecía posible, sino que un pequeño grupo procedente de la comunidad anarquista de Vancouver se implicó en ella. Además tenían apoyo, pequeño, pero significativo para sus acciones.

Como Direct Action y Wimmen’s Fire Brigade, quienes no se reivindicaban explícitamente anarquistas. Por esa razón tampoco lo hicieron sus simpatizantes. Aunque tampoco nosotros negamos que fuéramos anarquistas. Nuestro anarquismo se desarrollaba más en la práctica política que en la teoría y en la historia. En este debate, la palabra “nosotros” se refiere al pequeño entorno de donde salieron Los Cinco de Vancouver. Sólo aquellos cinco decidieron seguir sus ideas a través de una conclusión lógica; pasar a la clandestinidad. También otros fueron influenciados por procesos similares en distintos lugares, y compartieron el deseo de agitar políticamente en Canadá.

El contexto político para Direct Action era internacional. Entre mediados de los años 70s y principios de la década de los 80s la Fracción del Ejercito Rojo (Rotte Arme Fraktion [RAF]) en Alemania y las Brigadas Rojas en Italia eran las agrupaciones guerrilleras más grandes dentro de toda la variedad de grupos en Europa. La insurrección en Europa parecía posible a pesar del enorme nivel represivo dirigido contra esta militancia que asesinaba políticos y secuestraba ejecutivos. Los periódicos anarquistas canadienses como Open Road, Bulldozer y Resistance se hacían eco en Norteamérica de estas luchas.

La lucha armada también copaba a menudo la agenda en los Estados Unidos. La idea generalizada era que la lucha política había terminado a principios de los años 70s, con el fin de la guerra de Vietnam. Pero incluso si los grupos contra la guerra, y otros movimientos se habían retirado, vestigios de los más militantes habían pasado a la clandestinidad para proseguir la lucha contra el sistema. En la Costa Este, el Black Liberation Army (Ejercito de Liberación Negra) , formado en el momento en que las Black Panthers (Panteras Negras) pasan a la clandestinidad tras haber aprendido la lección de la intensa y letal represión que se dirigió en su contra, estuvo activo hasta el año 1981. El United Freedom Front (Frente Unido de Liberación) y el Armed Resistance Movement (Movimiento de Resistencia Armada) estuvieron activos hasta comienzos del año 1980, atentado contra edificios de gobierno para protestar contra la participación militar estadounidense en América Central, y atacando objetivos corporativos para protestar contra la participación en Sudáfrica.

En la Costa Oeste, grupos como el Symbionese Liberation Army (Ejercito Simbiótico de Liberación) y el New World Liberation Front (Frente de Liberación del Nuevo Mundo) asaltaban bancos, colocaban bombas y secuestraron a Patty Hearst, una adinerada heredera. Estos grupos eran políticamente ambiguos y, desde luego, no eran antiautoritarios. Muchos radicales creían que estaban considerablemente infiltrados por la policía. A pesar de todo, compartían la opinión de que las acciones armadas podían ser efectivas por el impacto que generaban.

También había muchos grupos autónomos pequeños, algunos de los cuales eran explícitamente anarquistas o antiautoritarios, que estuvieron activos hasta el final de la década. Bill Dune y Larry Giddins, por ejemplo, son dos anarquistas que continúan encarcelados en los Estados Unidos, hoy en día, por acciones que tuvieron lugar en aquella época. Bill y Larry fueron arrestados en octubre de 1979 tras un tiroteo en las calles de Seattle cuando intentaban sacar de la cárcel a un amigo.

El más conocido de estos grupos de la Costa Oeste era la George Jackson Brigade (Brigada George Jackson), que estaba formada por anarquistas y marxistas. Cometieron una serie de acciones en la zona de Seattle, a finales de los 70, a menudo en apoyo al movimiento de los presos, el cual era bastante fuerte por aquellos años. La GJB era antiautoritaria, pro-mujeres, pro-gays y lesbianas y defendía lo colectivo, a diferencia de los partidos políticos. Incluso aunque todos estos grupos fueron finalmente aplastados, llegaron a ofrecer una alternativa política al organizar manifestaciones y publicar periódicos.

Open Road en Vancouver, Bulldozer en Toronto, y Resistance, que empezó en Toronto y luego se mudo a Vancouver, cubrieron la resistencia armada en los Estados Unidos y la posterior represión. Esta cobertura jugo un papel muy importante cuando sus simpatizantes en Estados Unidos estaban separándose, y la izquierda mayoritaria intentó distanciarse de ellos tanto como pudo. Nosotros publicamos comunicados explicando las acciones. Les proporcionamos coberturas de apoyo en sus juicios y les ofrecíamos publicar escritos de los combatientes que habían sido capturados. La revolución, o como mínimo una lucha prolongada, parecía algo totalmente posible. Los Cinco eran, en su mayor parte, producto de la ola de la lucha armada en Norteamérica, y parte de la mecanismo político-antibelicista del creciente movimiento anti-OTAN. Nuestra perspectiva era bastante internacionalista, incluso aunque entendíamos que era necesario trabajar dentro de nuestras situaciones locales y nacionales.

En la primavera de 1982. una bomba destruyó, casi completamente subestación hidráulica de Cheekeye-Dunsmuir. Esta construcción contó con una fuerte oposición de los residentes locales en el terreno medioambiental. Se pensaba que conduciría a la industrialización de la Isla de Vancouver y a la construcción de plantas de energía nuclear para exportar las ganancias a los Estados Unidos. Cientos de kilos de dinamita pusieron fin a ese plan en medio de su proceso.

Hubo bastante apoyo local para la acción. No estaba claro si Direct Action, que había reivindicado la acción, era un grupo anarquista o no, pero no habría supuesto ninguna diferencia en el sentido de la misma.

La acción había incrementado las apuestas políticas en Canadá. Pero como el atentado había tenido lugar en un parque natural, fue fácil de ignorar. La siguiente acción no lo sería.

A última hora de la tarde del 14 de octubre de 1982, un camión hizo explosión en el exterior de la planta de la Industria Litton en Rexdale, noroeste de Toronto, con el resultado de millones de dólares en daños. Siete trabajadores resultaron heridos, uno de por vida. Después de cuantos pocos días, Direct Action emitió un comunicado, reclamando su responsabilidad. Como pieza política, el comunicado es tan relevante hoy en día como lo fue en 1982, la única diferencia sería que la Guerra Fría ha terminado. Lo más importante del mismo es la autocrítica que se hacen por haber visto a los policías y los guardias de seguridad como superhéroes. No lo eran. Los errores que cometió Direct Action se agravaron por la inadecuada respuesta tanto de los guardias como de los policías.

El atentado era bastante simple: conducir una camioneta robada cargada con dinamita a través de los portales frontales de Litton y estacionarla en frente del edificio, abandonarla y en 35 minutos la camioneta haría explosión. Para asegurar que la amenaza de bomba fuera tomada en serio, condujeron la camioneta correctamente en frente de la cabina acristalada de los guardias de seguridad. Pero los guardias no se dieron cuenta de la presencia de la camioneta, aunque desde el asiento del conductor de la misma se podía ver de forma clara a los guardias. Entonces, la llamada de advertencia no fue comprendida. Pero por lo menos atrajo la atención de los guardias hacia la camioneta. Desgraciadamente, Direct Action eran un poco más inteligentes. Habían colocado una caja pintada de naranja fluorescente en el exterior de la camioneta, fácilmente visible desde la cabina de los guardias. Encima de la caja colocaron una hoja de papel con información e instrucciones. Esperaban que los guardias se dirigiesen hacía la caja una vez recibida la llamada. Para enfatizar la seriedad de la situación colocaron un cartucho de dinamita desarmado encima de la caja. Otro error. Los guardias de seguridad se mantuvieron alejados de la caja, dado que no sabían que la dinamita estaba desarmada. A pesar de la evidente amenaza, los guardias de seguridad no comenzaron a evacuar la planta hasta veinte minutos después de haber recibido la llamada de advertencia. Luego la bomba estalló antes de lo previsto, probablemente activada por las señales de radio de los coches de policía que estaban llegando a la zona.

El atentado tuvo lugar en una época en la que la guerra fría entre los Estados Unidos y la URSS era bastante intensa. Ronald Reegan, representando al sector de la clase dirigente estadounidense, empeñado en hacer de los Estados Unidos el llamado imperio malvado, había sido elegido presidente. Ambos bandos intentaban hacer realidad los primeros pasos de la capacidad nuclear a través de la fabricación de nuevas armas como los misiles de crucero, los misiles pershing, submarinos con capacidad nuclear y la bomba de neutrones. La posibilidad de una guerra nuclear era bastante real por aquel entonces.

En respuesta, se desarrollo un movimiento pacifista en Europa, Norteamérica y otros lugares. El consentimiento de Canadá a los Estados Unidos para probar los misiles de crucero sobre el norte de Alberta y en los Territorios del Noroeste fue visto como una ofensa hacia los activistas por la paz. Litton se había convertido en el foco de las amplias protestas de los grupos pacifistas desde que se dedicó a producir el sistema de orientación para los misiles. Se habían llevado a cabo una serie de protestas pacíficas en Litton que tuvieron como resultado el arresto de decenas de manifestantes por desobediencia civil. Pero como en el caso de Cheekeye-Dunsmuir, las protestas no conseguían nada.

La reacción inicial de muchos radicales y activistas al leer los titulares de los periódicos fue de júbilo. Pero esto cambio tras una reflexión sobria cuando se consideraron detenidamente las implicaciones. El atentado no era solo un desafió al Estado militarizado, sino también a la coexistencia pacífica que muchos activistas tenían con el sistema. Está claro de que incluso con los heridos, no hubo muchas reacciones por parte del ciudadano medio. Para la mayoría de la gente el atentado era solo otro acontecimiento espectacular más en un mundo que se estaba volviendo loco.

Naturalmente, para anarquistas y pacifistas fue un acontecimiento importante. El periódico anarco-comunista Strike! de Toronto condenó inicialmente la acción, debido a que desacreditaba al movimiento. Repetía la crítica habitual de que ese tipo de acciones no conseguían nada por si mismas. Los Direct Action nunca afirmaron que así fuese. Por citar el comunicado: “Así como no tenemos ningún tipo de ilusión de que acciones directas, como esta, puedan por si mismas dar lugar al fin del papel de Canadá como recurso económico y militar del Imperialismo Occidental, sí creemos que las acciones directas militantes pueden tener una función constructiva como trampolín al tipo de conciencia y organización que debe ser desarrollada si pretendemos vencer a los amos nucleares.

Una crítica más sofisticada fue publicada anónimamente por anarquistas que provenían del entorno de Kick It Over. Se quejaban de que “no se puede decir que el atentado en Litton haya incrementado la conciencia misma, ni de la comunidad, ni de los trabajadores en la planta”. Esta bien, aunque se puede utilizar el mismo argumento a cerca de publicar periódicos y de la mayoría de las actividades que solemos hacer. Estos anarquistas no condenaron a Direct Action por ser violentos, más bien situaron la violencia en el contexto de la violencia estatal. Aunque erróneamente etiquetaron el atentado como “terror vanguardista”, estuvieron en lo cierto al decir que “las organizaciones clandestinas tienden a aislarse del pueblo” y ver convertirse su propia existencia en un objetivo en si mismo. De nuevo, este problema no lo tienen únicamente los grupos clandestinos.

A principios de Noviembre, menos de un mes después del atentado, el Toronto Globe and Mail publicó un importante artículo, en primera plana, relacionando el atentado de Litton con la comunidad anarquista de Vancouver. Citaba a anarquistas, no identificados, que delineaban actitudes similares entre Direct Action y la escena anarquista de Vancouver. En uno posterior, y más compresivo artículo, otros anarquistas proporcionaron alguna información de fondo como, por ejemplo, cual podría ser el propósito del atentado, sin reivindicar de forma explicita que se trataba de una acción anarquista. Este artículo fue condenado por muchos anarquistas en Toronto, pero ayudó a hacer llegar las ideas al conjunto de la sociedad.

A mediados de Diciembre, los locales de los principales grupos pacifistas de Toronto fueron objeto de redadas, así como también las viviendas de sus miembros más importantes. Activistas de Toronto y Peterborough fueron perseguidos, hostigados y amenazados por la policía. Nunca ha estado claro, en gran medida, si la policía pensaba que estos pacifistas eran realmente sospechosos o si las redadas simplemente se usaban para interrumpir el desarrollo de su trabajo contra Litton. Algunos pacifistas trataron de poner tanta distancia, como les fue posible, entre ellos y las personas que cometieron los atentados. Pero hubo suficiente apoyo de otros pacifistas para demostrar que no era necesario llevar a cabo una ruptura total entre militantes, por lo que su posición giro simplemente al uso de la violencia. La manifestación más grande que jamás tuvo lugar contra Litton se produjo el 11 de noviembre de 1982, menos de un mes después del atentado. Como dijimos en su momento, las acciones armadas pueden hacer más visibles otras formas de protesta, en vez de menos creíbles.

Litton perdió un contrato importante poco después del atentado. Como declaró su presidente, Ronald Keating, “Ellos (los manifestantes) son un fastidio, tuvieron bastante publicidad, y los estadounidenes leyeron cada maldito pedazo de ella. La presión de ésta gente ha hecho que los estadounidenses lo pesaran dos veces” Añadió tristemente también que “nadie más ha sufrido atentados”.

En Vancouver, se había producido una pequeña respuesta a Cheekeye-Dunsmuir. Pues a principios de Noviembre, la situación se había vuelto más intensa por el ataque con bombas incendiarias a tres tiendas de Red Hot Video, dañando seriamente dos de las mismas. La Wimmen’s Fire Brigade había decidido hacer literal el nombre de esta cadena especializada en pornografía violenta. El ataque se produjo justo cuando la industria del video se estaba propagando. Red Hot Video, una cadena estadounindense, construyó un catálogo de cintas pirateadas de películas de porno duro. Según OpenRoad: “Muchas de las películas presentaban no sólo escenas de sexo explicito, sino también a mujeres siendo amordazas, golpeadas, violadas, torturadas, forzadas a provocarse enemas por agresores armados, junto a otras formas de degradación”.

Colectivos de mujeres habían luchado contra Red Hot Video durante seis meses, pero no obtuvieron ninguna respuesta del Estado. Durante unas pocas semanas, decenas de colectivos de mujeres de toda índole publicaron comunicados de simpatía y comprensión por la acción, se convocaron manifestaciones en una decena de centros en toda la región, y seis tiendas de pornografía fueron cerradas, trasladadas o retiraron mucho de su material por miedo a ser el próximo objetivo. Durante dos meses se produjeron denuncias por combinar sexo explicito con violencia.

La razón de que la acción de la Wimmen’s Fire Brigade tuviera tanto éxito no fue simplemente por la táctica empleada, sino por el hecho de que estuvo bien integrada, siendo complementaria, dentro de la campaña pública. Tal como lo expresaba B. C. Blackout, en un boletín bisemanal autónomo; “La acción de WFB solo pudo tener tal impacto debido a los meses de duro trabajo que llevaron a cabo numerosos grupos e individualidades mediante la autoformación, investigando, haciendo contactos, presionando a las autoridades, documentado sus casos – en definitiva, construyendo la infraestructura para un movimiento auténtico, efectivo y de base. Así se explica el porque los grupos de mujeres fueron capaces de moverse tan rápido y coherentemente, al tratar con lo que interesaba a los medios de comunicación y al público. Por los hechos y los comentarios generados tras los atentados”.

El 20 de enero de 1983 cerca de Squamish (British Columbia, Canada) los Cinco regresaban a Vancouver, después de realizar prácticas de tiro en las montañas. Los policías, disfrazados como trabajadores del Departamento de Circulación, pararon su camioneta; en un violento ataque los sacaron de la misma y arrestaron a punta de pistola. Se les inculpaba de 12 a 15 delitos, incluyendo el de Red Hot Video, Cheekeye-Dunsmuir, conspiración para robar un camión de Brink, así como de conspiración para cometer más atentados. Inmediatamente después de los arrestos, la policía convocó a una rueda de prensa en la cual exponían el amplio armamento que, según ellos, se había confiscado a los Cinco. Este fue el comienzo de lo que se conocería como el “Juicio de los medios de comunicación”, por la manera en que la policía y los denunciantes usaron a los medios para tratar de contaminar a la opinión pública, no solo contra los Cinco, sino también contra el movimiento anarquista en general. Los titulares de los periódicos vociferaban a cerca de “la policía atrapando terroristas” y “las conexiones nacionales de las células anarquistas”. La policía llevo a cabo redadas en cuatro domicilios de Vancouver, la mañana siguiente de celebrada la primera reunión del grupo de apoyo. No se efectuó ningún arresto, pero se confiscaron máquinas de escribir y se produjeron agresiones verbales.

La historia oficial de la policía sostenía que los avances en el caso se produjeron cuando un reportero del Globe and Mail mostró periódicos anarquistas a la policía de Toronto, la cual, al observar el comunicado de Cheekeye-Dunsmuir en Resistence, envió la dirección del apartado postal a Vancouver. Los policías, teóricamente, pusieron la dirección bajo vigilancia y finalmente fueron capaces de localizar a los Cinco a través de una serie de contactos. La historia resultó tan convincente que el periodista recibió una substanciosa recompensa, antes de hablar de ello con colegas más conscientes.

Esta historia fue una tapadera para ocultar que la policía ya tenía constancia de la existencia de los Cinco. Estuvieron bajo vigilancia policial por una razón o por otra desde mucho tiempo antes de la primera acción. Brent Taylor y Ann Hansen, particularmente, eran bastante conocidos en Vancouver. Un policía no necesitaba ser demasiado inteligente para considerarlos como posibles sospechosos. Muchos activistas, que ni siquiera los conocían, sospechaban que probablemente tenían algo que ver con Direct Action. Eran los únicos que iban regularmente encapuchados a las manifestaciones, parecían más preparados para una protesta en Alemania que en Vancouver.

Es bastante probable que la policía los hubiera detectado llevando a cabo las acciones contra Red Hot Video. Esto ganó bastante relevancia en el juicio. La policía de Vancouver obtuvo la orden judicial para intervenir sus teléfonos y poner micrófonos en sus casas, con el fin de investigar el caso de Red Hot Video. Las órdenes judiciales, se supone, sólo pueden ser expedidas como último recurso, cuando el resto de medios para la investigación no han funcionado, pero en este caso fueron expedidas poco después del ataque. Además, eran innecesarias si la policía ya sabía quien habían participado en los ataques. El servicio de seguridad de la Policía Montada de Canadá (RCMP) los había observado cometer otros crímenes, y los tenía bajo seguimiento en la época del ataque a Red Hot Video, pero no existía ninguna nota de vigilancia cubriendo el periodo del ataque actual.

Se asumió que realmente la policía necesitaba intervenir los teléfonos para conectar a los Cinco con Litton, para lo cual sería mucho más difícil pedir una orden judicial legal. Las pruebas obtenidas, a través de estas escuchas, proporcionaron la mayor parte del caso contra los Cinco, lo cual explica el por qué la primera parte del juicio se enfrentó contra su propia legalidad.

El 13 de junio de 1983 se produjo una redada de la brigada local de Litton en la sede de Bulldozer. La orden judicial – que incluía cargos por sabotajes en Litton, calumnias insurrectas y practicar un aborto – permitía, específicamente a la policía, confiscar cualquier cosa relacionada con la publicación Bulldozer. Se llevaron planos, cartas, artículos, revistas y la lista de subscriptores. Finalmente conseguimos recuperar todo ese material después de un año de lucha legal.

El cargo de calumnias insurrectas aparentemente hacía referencia a un folleto titulado “Paz, paranoia y política” que dibujaba las políticas alrededor del atentado de Litton, el movimiento pacifista y la detención de los Cinco. Calumnia Insurrecta, teóricamente, implica hacer un llamamiento a un levantamiento armado contra el Estado; La última vez que el cargo había sido utilizado fue durante el año 1950 contra algunos sindicalistas en Québec. Nuestros abogados se anticiparon con avidez defendiéndonos de ese cargo, y al final no se volvió a hablar del tema.

El cargo de practicar un aborto surgió cuando una partera, Colleen Crosby, llevó a cabo una extracción menstrual a una persona del colectivo Bulldozer. El hecho llamó la atención de los policías a través de las intervenciones telefónicas. La policía detuvo a Crosby una semana más tarde y la llevaron en coche, durante varias horas, amenazando de acusarla de practicar un aborto, salvo que les hablara sobre cualquier conexión entre Bulldozer y el atentado de Litton. Crosby de cualquier manera rechazaría cooperar, aunque tampoco tenía ninguna información que dar. Se tardaron dos años y miles de dólares en honorarios jurídicos en conseguir retirar los cargos.

El punto débil de nuestras políticas – la de los Cinco y sus simpatizantes – se hizo evidente durante el juicio, y el trabajo de apoyo que hicimos alrededor del mismo. Los Cinco asumieron que acabarían cayendo bajo una ráfaga de balas, aunque en vez de la relativa gloria de una muerte espectacular, se tuvieron que enfrentar con una realidad más prosaica al tener que sentarse a esperar el juicio en prisión. La carencia de una preparación, tanto política como personal, para las consecuencias casi inevitables de sus acciones se agravó con la falta de preparación de sus simpatizantes. Es fácil reimprimir comunicados de los compañeros en la clandestinidad, pero es mucho más difícil manejarse con redadas y abogados, acosos, mirar a amigos y compañeros distanciarse justo cuando el apoyo y el trabajo se hacen más necesarios que nunca. Uno debe de ser capaz de soportar la gran presión política, durante lo que podrían ser un par de años, mientras desarrollas políticas que puede que no sean apoyadas por ninguno de tus amigos ni socios políticos, y mucho menos por la sociedad en su conjunto. Aun así, un apoyo competente y con principios es crucial si las acciones en la clandestinidad van a tener cualquier tipo de impacto duradero. La comunidad en Vancouver fue capaz de mantener una presencia dentro y fuera del tribunal durante el juicio, a pesar de las diferencias que se daban en torno a la estrategia a utilizar para apoyarlos. En Toronto, fuimos capaces de mantener las ideas en circulación, pero tuvo poco impacto social.

Durante la confusión inicial, el derecho a un juicio justo se convirtió en la demanda principal. Desde que pareció posible que las escuchas que proporcionaron el grueso de las pruebas pudiesen ser rechazadas, el recorrido estrictamente legal fue difícil de soportar sin una claridad política previa que se planteara como se debían conducir los juicios. De cualquier manera, el derecho a un juicio justo no debe ser ignorado si la batalla va a ser librada en el terreno legal, pero es el campo de batalla del Estado, y su primera arma será la criminalización. La fiscalía del Estado separó la acusación en cuatro juicios; el primero de ellos trataría sobre los cargos políticos menos importantes, delitos a mano armada y conspiración para robar un coche de Brink. Mientras que para algunas personas con cierta comprensión política podía ser obvio el por qué las guerrillas necesitan armas y dinero, las imágenes de televisión de un escritorio lleno de armas, e informes de planes para asaltar un furgón de Brink, fueron mostrados concienzudamente para desmontar la reivindicación de que los Cinco eran principalmente activistas políticos. La lucha por un juicio justo atrajo el apoyo de activistas, periodistas progresistas, abogados y activistas por los derechos humanos. Pero se podían crear verdaderos problemas si el juicio se mostrara legalmente como “justo”. O cuando, como sucedió finalmente, los Cinco se declaran culpables. Algunas personas que nos dieron su apoyo se sintieron manipuladas al haber dado su apoyo a gente culpable, incluso a pesar de que intentamos ser claros al exponer que existe una diferencia en declararse no culpable y ser inocente.

La estrategia del “Juicio de los medios de comunicación” se vino abajo cuando el tribunal dictamino que las pruebas obtenidas mediante las escuchas eran admisibles. El primer juicio por las armas y la conspiración para robar un coche de Brink comenzó en Enero de 1984. Las pruebas de los primeros cuatro meses, principalmente, se basaron en la época de vigilancia previa a los arrestos. En marzo, Julie Belmas y Gerry Hannah presentaron sus alegatos de culpabilidad, Red Hot Video inclusive, y para Julie, el atentado de Litton. En abril, Doug Stewart fue absuelto de los cargos de Brink pero fue declarado culpable por delito a mano armada. En Junio, se declaró culpable de Cheekeye-Dunsmuir. El jurado declaró culpables a Ann y Brent por todos los cargos del primer juicio. En Junio, mediante un movimiento sorpresa, Ann se declaró culpable de Cheekeye-Dunsmuir y Litton.

Trajeron a Brent a Toronto para un juicio sobre Litton y finalmente se declaró culpable. Reconociendo nuestra propia debilidad, le dijimos que poco se podía conseguir políticamente en Toronto si el juicio seguía adelante. En nuestro relativo aislamiento era difícil imaginarnos asumiendo, lo que hubiera tenido que ser un esfuerzo importante, al presentar las políticas que había detrás del atentando a través de unos medios de comunicación hostiles. Sin embargo no hacerlo significaba que nunca existiría un enfoque a largo plazo, ni tampoco un sentido de dirección, para quienes puede que estuvieran dispuestos a presentarse con un apoyo más activo. No era nuestro mayor momento de gloria.

Para resumir ésta parte, permitan citar la declaración de la sentencia de Ann; “Al principio, cuando fui detenida, me intimidaron y cercaron el tribunal y las prisiones. El miedo me dio bases para creer que, si participaba en el juego legal, podría conseguir mi absolución o una reducción de condena. Este miedo oscureció mi visión y me hizo pensar que el sistema judicial podría darme una oportunidad. Pero estos seis meses en los tribunales agudizaron mi percepción y fortalecieron mis convicciones políticas, al ver que el juego legal está amañado y a los presos políticos les han dado cartas marcadas”.

Doug Stewart fue sentenciado a seis años, y cumplió un máximo de cuatro. Gerry Hannah a diez años, pero quedó libre a los cinco. Julie, con sólo veintiún años en el momento de la sentencia, a veinte años. Apeló y se la redujeron a cinco años cuando se puso en contra de Ann y Brent, saboteando eficazmente sus apelaciones. Mucha gente enfureció con la traición de Julie, pero su testimonio no fue la razón por la que Ann y Brent fueron condenados. Si Julie realmente hubiera querido hacer un trato, podría haber mentido e implicar a otras personas. Pero no hizo eso.

Brent fue condenado a veintidós años y Ann a cadena perpetua. Las sentencias, especialmente las de Ann y Brent, se consideraron excesivamente duras. Pero el Estado quería sofocar cualquier incipiente actividad guerrillera. El sistema penitenciario, sin embargo, es el que realmente determina cuánto tiempo tiene que pasar la gente condenada. Ann y Brent salieron a la calle antes de ocho años. En comparación a lo sucedido con otras guerrillas americanas, fue algo casi indulgente.

Doug Stewart escribió en Open Road, tras su condena, que el tamaño de las bombas fue problemático. Sugería que los ataques de nivel medio como incendios y sabotajes mecánicos eran más fáciles de realizar que los atentados, observando que las acciones a gran escala demandan pasar a la clandestinidad. Los Direct Action entendieron que debían romper contacto con gente política; que para actuar en una ciudad, debían vivir en otra. Pero esto requería enormes sacrificios personales y emocionales. Cortar completamente todo vinculo con amigos y amantes fue el error que dejó un rastro para la policía local. Las acciones pequeñas son técnicamente simples y permiten, como decía Stewart, que: “Un grupo pueda juntarse fácil y rápidamente alrededor de una cuestión en concreto”. Las actividades de nivel medio también “tienen un impacto de menor intensidad en la vida personal de uno. Si no estás en la clandestinidad, estás menos aislado emocionalmente, y el nivel de tensión colectivo es mucho más bajo. Ser detenido por una acción de nivel medio sería algo mucho menos devastador en todos los sentidos. Una condena de dos o tres años no es ningún chiste, pero es sustancialmente más fácil enfrentarse a eso, que a una de diez o veinte años”.

Para resumir, dejen cito un artículo aparecido en el Prison News Service, diez años después de lo de Litton:

Se hace patente que acciones políticas como las de estos atentados, propaganda por el hecho, como son conocidas, no son comprendidas en una sociedad no política. Incluso aunque unas pocas personas comprendieran las motivaciones que se esconden tras el ataque, el lado positivo es que tampoco tiene por qué haber necesariamente una importante reacción en contra. Es un error pensar que algo como el atentado de Litton podría convertirse en un llamado que despertara a la gente y la motivara a hacer algo contra la situación crítica con la que se enfrentan. Pero, explicado apropiadamente, puede marcar la diferencia para aquellas personas concientes de la situación y que están frustradas con otros métodos de lucha.”

Las acciones guerrilleras no son un fin en si mismas; Eso es, una acción en singular, o incluso una serie coordinada de acciones, tienen poca probabilidad de conseguir algo más que un objetivo inmediato. Tales acciones son problemáticas si se asume que pueden llegar a substituir al trabajo político no clandestino. Pero si se pudiera situar dentro del trabajo político en su conjunto, una táctica más entre tantas, entonces podrían aportar al movimiento más espacio con el que maniobrar, haciéndolos a ambos más visibles y creíbles. Al mismo tiempo, se daría a los activistas un impulso psicológico, una sensación de victoria, a pesar de lo efímero, de modo que pudieran emprender su propio trabajo político con entusiasmo renovado…

Para la mayoría de activistas americanos, la lucha armada se reduce a una cuestión moral: ‘¿Deberían o no deberían usarse medios violentos para avanzar en la lucha?’ Aunque esto es relevante a un nivel personal, sólo crea confusión alrededor de lo que realmente es una cuestión política. La mayoría de los radicales, en este momento de la historia, no se van a involucrar directamente en ataques armados. Pero tal como se desarrollan los movimientos de resistencia en Norteamérica es inevitable que algunos lleguen a asumir acciones armadas. La cuestión se enfocaría sobre si estas acciones armadas serían aceptadas como parte del espectro de actividades necesarias. Mucho dependería de si la gente estuviera sufriendo agresiones o amenazas. Lejos de ser “terrorista”, la historia de la lucha armada en Norteamérica muestra que la guerrilla fue lo bastante cuidadosa al seleccionar sus objetivos. Existe una diferencia importante entre atentar contra objetivos militares o corporaciones, o incluso asesinar a policías en respuesta a su uso de la violencia, a colocar bombas en calles multitudinarias. La izquierda en Norteamérica nunca ha llevado a cabo actos aleatorios de terror contra la población en su conjunto. Denunciar a cualquiera que hubiese elegido actuar fuera de los restrictivos y definidos límites de la “protesta pacífica” a fin de aparentar una moralidad superior, o para teóricamente evitar a la población alienada, es otorgarle al Estado el derecho de determinar cuales son los limites permitidos de la protesta”.

La represión es más efectiva cuando es capaz de evitar que las ideas radicales sean transmitidas a una nueva generación de activistas. Si las ideas pueden ser transmitidas, entonces la nueva ola de activistas desarrollará sus políticas desde la base que ya había sido creada. Afortunadamente, un entorno relativamente pequeño pero muy activo de jóvenes activistas adoptó muchas de las políticas alrededor de Direct Action y las desarrollaron a través de proyectos como Reality Now, Anarchist Black Cross y Ecomedia. Su trabajo en movimientos como el pacifista, el punk o el de apoyo a los indígenas ayudó a asegurar que aquellas políticas no murieran cuando los Cinco entraron en prisión.

Jim Campbell

Este texto, transcrito de una charla de Jim Campbell en Toronto, fue editado como folleto en lengua inglesa desde el año 2000.

Los destructores de máquinas. In memoriam

El código sangriento

Desde muy antiguo la horca ha sido un castigo ignominioso. Si se medita sobre su familiaridad estructural con la picota comprendemos porque está ubicada en el escalón más alto reservado a la denigración de una persona. A ella sólo accedían los bajos estratos sociales delincuentes o refractarios: a quien no plegaba las rodillas se le doblaba la cerviz por la fuerza. Algunos ajusticiados famosos de la época moderna fueron mártires: a Parsons, Spies y a sus compañeros de patíbulo los recordamos tenuemente cada 1° de mayo. Pero pocos recuerdan el nombre de James Towle, quien en 1816 fue el último “destructor de máquinas” a quien se le quebró la nuca. Cayó por el pozo de la horca gritando un himno luddita hasta que sus cuerdas vocales se cerraron en un sólo nudo. Un cortejo fúnebre de tres mil personas entonó el final del himno en su lugar, a capella. Tres años antes, en catorce cadalsos alineados se habían balanceado otros tantos acusados de practicar el “luddismo”, apodo de un nuevo crimen recientemente legalizado. Por aquel tiempo existían decenas de delitos tipificados cuyos autores entraban al reino de los cielos pasando por el ojo de una soga. Por asesinato, por adulterio, por robo, por blasfemia, por disidencia política, muchos eran los actos por los cuales podía perderse el hilo de la vida. En 1830 un niño de sólo nueve años se le ahorcó por haber robado unas tizas de colores, y así hasta 1870 cuando un decreto humanitario acomodó a todos ellos en solo cuatro categorías. A las duras leyes que a todos contemplaban se la conoció como “The Bloody Code”. Pero el luddismo se constituyó en un insólito delito capital: desde 1812, maltratar una máquina en Inglaterra costaría el pellejo.
En verdad pocos recuerdan a los ludditas, a los “ludds”, título con el que se reconocían entre ellos. De vez en cuando, estampas de aquella sublevación popular que se hiciera famosa a causa de la destrucción de máquinas han sido retomada por tecnócratas neoliberales o por historiadores progresistas y exhibidas como muestra ejemplar del absurdo político: “reivindicaciones reaccionarias”, “etapa artesanal de la conciencia laboralista”, “revuelta obrera textil empañada por tintes campesinos”. En fin, nada que se acerque a la verdad. Unos y otros se han repartido en partes alícuotas la condena del movimiento luddita, rechazo que en el primer caso es interesado y en el segundo fruto de la ignorancia y el prejuicio. La imagen que a diestra y siniestra se cuenta de los ludditas es la de una tumultuosa horda simiesca de seudocampesinos iracundos que golpean y aplastan las flores de hierro donde libaban las abejas del progreso. En suma: el cartel rutero que señala el linde de la última rebelión medieval. Allá, una paleontología; aquí un bestiario.

Ned Ludd, fantasma

Todo comenzó un 12 de abril de 1811. Durante la noche, trescientos cincuenta hombres, mujeres y niños arremetieron contra una fábrica de hilados de Nottinghamshire destruyendo los grandes telares a golpes de maza y prendiendo fuego a las instalaciones. Lo que allí ocurrió pronto seria folclore popular. La fábrica pertenecía a William Cartwright, fabricante de hilados de mala calidad pero pertrechado de nueva maquinaria. La fábrica, en si misma, era por aquellos años un hongo nuevo en el paisaje: lo habitual era el trabajo cumplido en pequeños talleres. Otros setenta telares fueron destrozados esa misma noche en otros pueblos de las cercanías. El incendio y el haz de mazas se desplazó luego hacia los condados vecinos de Derby, Lancashire y York, corazón de la Inglaterra de principios del siglo XIX y centro de gravedad de la Revolución Industrial. El reguero que había partido del pueblo de Arnold se expandió sin control por el centro de Inglaterra durante dos años perseguido por un ejército de diez mil soldados al mando del General Thomas Maitland. ¿Diez mil soldados? Wellington mandaba sobre bastantes menos cuando inició sus movimientos contra Napoleón desde Portugal. ¿Más que contra Francia? Tiene sentido: Francia estaba en el aire de las inmediaciones y de las intimidaciones; pero no era la Francia Napoleónica el fantasma que recorría la corte inglesa, sino la Asamblearia. Sólo un cuarto de siglo había corrido desde el Año I de la Revolución. Diez mil. El número es índice de lo muy difícil que fue acabar con los ludditas. Quizás porque los miembros del movimiento se confundían con la comunidad. En un doble sentido: contaban con el apoyo de la población, eran la población. Maitland y sus soldados buscaron desesperadamente a Ned Ludd, su líder. Pero no lo encontraron. Jamás podrían haberlo encontrado, porque Ned Ludd nunca existió: fue un nombre propio pergeñado por los pobladores para despistar a Maitland. Otros líderes que firmaron cartas burlonas, amenazantes o peticiones se apellidaban “Mr. Fistol”, “Lady Ludd”, “Peter Plush” (Felpa), “General Justice”. “No King”, “King Ludd” y “Joe Firebrand” (el incendiario). Algún remitente aclaraba que el sello de correos había sido estampado en los cercanos “Bosques de Sherwood”. Una mitología incipiente se superponía a otra más antigua. Los hombres de Maitland se vieron obligados a recurrir a espías, agentes provocadores e infiltrados, que hasta entonces constituían un recurso poco esencial de la logística utilizada en casos de guerra exterior. He aquí una reorganización temprana de la fuerza policial, a la cual ahora llamamos “inteligencia”.
Si a los acontecimientos que lograron tener en vilo al país y al Parlamento se los devoró el incinerador de la historia, es justamente porque el objetivo de los ludditas no era político sino social y moral: no querían el poder sino poder desviar la dinámica de la industrialización acelerada. Una ambición imposible. Apenas quedaron testimonios: algunas canciones, actas de juicios, informes de autoridades militares o de espías, noticias periodísticas, 100.000 libras de pérdidas, una sesión del Parlamento dedicada a ellos, poco más. Y los hechos: dos años de lucha social violenta, mil cien máquinas destruidas, un ejército dedicado a “pacificar” las regiones sublevadas, cinco o seis fábricas quemadas, quince ludditas muertos, trece confinados en Australia, otros catorce ahogados ante las murallas del Castillo de York, y algunos coletazos finales. ¿Por qué sabemos tan poco sobre las intenciones ludditas y sobre su organización? La propia fantasmagoría de Ned Ludd lo explica: aquella fue una sublevación sin líderes, sin organización centralizada, sin libros capitales y con un objetivo quimérico: discutir de igual a igual con los nuevos industriales. Pero ninguna sublevación “espontánea”, ninguna huelga “salvaje”, ningún “estallido” de violencia popular salta de un repollo. Lleva años de incubación, generaciones transmitiéndose una herencia de maltrato, poblaciones enteras macerando saberes de resistencia: a veces, siglos enteros se vierten en un sólo día. La espoleta, generalmente, la saca el adversario. Hacia 1810, el alza de precios, la pérdida de mercados a causa de la guerra y un complot de los nuevos industriales y de los distribuidores de productos textiles de Londres para que éstos no compren mercadería a los talleres de las pequeñas aldeas textiles encendió la mecha. Por otra parte, las reuniones políticas y la libertad de letra impresa habían sido prohibidas con la excusa de la guerra contra Napoleón y la ley prohibía emigrar a los tejedores, aunque se estuvieran muriendo de hambre: Inglaterra no debía entregar su experfise al mundo.

Los ludditas inventaron una logística de urgencia. Ella abarcaba un sistema de delegados y correos humanos que recorrían los cuatro condados, juramentos secretos de lealtad, técnicas de camuflaje, centinelas, organizadores, de robo armas en el campamento enemigo, pintadas en paredes. Y además descollaron en el viejo arte de componer canciones de guerra, a los cuales llamaban himnos. En uno de los pocos que han sido recopilados puede aún escucharse: “Ella tiene brazo / Y aunque sólo tiene uno /Hay magia en ese brazo único / Que crucifica a millones /Destruyamos al Rey Vapor, el Salvaje Moloch“, y en otra: “Noche tras noche, cuando todo está quieto / Y la luna ya ha cruzado la colina /Marchamos a hacer nuestra voluntad / ¡Con hacha, pica y fusil!“. Las mazas que utilizaban los ludditas provenían de la fábrica Enoch. Por eso cantaban “La Gran Enoch
irá al frente /Deténgala quien se atreva, deténgala quien pueda / Adelante los hombres gallardos ¡Con hacha, pica y fusil!“. La imagen de la maza trascenderá la breve epopeya luddita. En la iconología anarquista de principios de siglo, hércules sindicalizados suelen estar a punto de aplastar con una gran maza, no ya máquinas, sino el sistema fabril entero. Todos estos blues de la técnica no deben hacer perder de vista que las autoridades no sólo querían aplastar la sublevación popular, también buscaban impedir la organización de sectas obreras, en una época en la cual solamente los industriales estaban unidos. Carbonarios, conjurados, la Mano Negra de Cádiz, sindicalistas revolucionarios: en el siglo pasado la horca fue la horma para muchas intentonas sediciosas.

“Fair Play”

Ya nadie recuerda lo que significaron en otro tiempo las palabras “precio justo” o “renta decorosa”. Entonces, como ahora, una estrategia de recambio y aceleración tecnológicas y de realineamiento forzado de las poblaciones retorcía los paisajes. Roma se construyó en siete siglos, Manchester y Liverpool en sólo veinte años. Más adelante, en Asia y África se implantarían enclaves en sólo dos semanas. Nadie estaba preparado para un cambio de escala semejante. La mano invisible del mercado es tactilidad distinta del trato pactado en mercados visibles y a la mano. El ingreso inconsulto de nueva maquinaria, la evicción semiobligada de las aldeas y su concentración en nuevas ciudades fabriles, la extensión del principio del lucro indiscriminado y el violento descentramiento de las costumbres fueron caldo de cultivo de la rebelión. Pero el lugar común existió: los ludditas no renegaban de toda tecnología, sino de aquella que representaba un daño moral al común; y su violencia estuvo dirigida no contra las máquinas en sí mismas (obvio: no rompían sus propias y bastante complejas maquinarias) sino contra los símbolos de la nueva economía política triunfante (concentración en fábricas urbanas, maquinaria imposible de adquirir y administrar por las comunidades). Y de todos modos, ni siquiera inventaron la técnica que los hizo famosos: destruir máquinas y atacar la casa del patrón eran tácticas habituales para forzar un aumento de salarios desde hacia cien anos al menos. Muy pronto se sabrá que los nuevos engranajes podían ser aferrados por trabajadores cuyas manos eran inexpertas y sus bolsillos estaban vacíos. La violencia fue contra las máquinas, pero la sangre corrió primero por cuenta de los fabricantes. En verdad, lo que alarmó de la actividad luddita fue su nueva modalidad simbólica de la violencia. De modo que una consecuencia inevitable de la rebelión fue un mayor ensamblaje entre grandes industriales y administración estatal: es un pacto que ya no se quebrantará.

Los ludditas aún nos hacen preguntas: ¿Hay límites? ¿Es posible oponerse a la introducción de maquinaria o de procesos laborales cuando estos son dañinos para la comunidad? ¿Importan las consecuencias sociales de la violencia técnica? ¿Existe un espacio de audición para las opiniones comunitarias? ¿Se pueden discutir las nuevas tecnologías de la “globalización” sobre supuestos morales y no solamente sobre consideraciones estadísticas y planificadoras? ¿La novedad y la velocidad operacional son valores? A nadie escapará la actualidad de los temas. Están entre nosotros. El luddismo percibió agudamente el inicio de la era de la técnica, por eso plantearon el “tema de la maquinaria”, que es menos una cuestión técnica que política y moral. Entonces, los fabricantes los squires terratenientes acusaban a los ludditas del crimen de Jacobinismo, hoy los tecnócratas acusan a los críticos del sistema fabril de nostálgicos. Pero los Ludds sabían que no se estaban enfrentando solamente a codiciosos fabricantes de tejidos sino a la violencia técnica de fábrica. Futuro anterior: pensaron la modernidad tecnológica por adelantado.

Epílogos

El 27 de febrero de 1812 fue un día memorable para la historia del capitalismo, pero también para la crónica de las batallas perdidas. Los pobres violentos son tema parlamentario: habitualmente el temario los contempla únicamente cuando se refrendan y limitan conquistas ya conseguidas de hecho, o cuando se liman algunas aristas excesivas de duros paquetes presupuestarios, pero aún más rutinariamente cuando se debaten medidas ejemplares. Ese día Lord Byron ingresa al Parlamento por primera y última vez. Desde Guy Fawkes, quien se empeñó en volarlo por los aires, nadie se había atrevido a ingresar en la Cámara de los Lores con la intención de contradecirles. Durante la sesión, presidida por el Primer Ministro Perceval, se discute la pertinencia del agregado de un inciso fallante de la pena capital, a la cual se conocerá como “Framebreaking bill”: la pena de muerte por romper una máquina. Es Lords vs. Ludds: cien contra uno. Por aquel entonces Byron trabajaba intensamente en su poema Childe Harold, pero se hizo de un tiempo para visitar las zonas sediciosas a fin de tener una idea propia de la situación. Ya el proyecto de ley había sido aprobado en la Cámara de los Comunes. El futuro primer ministro William Lamb (Guillermo Oveja) votó a favor no sin aconsejar al resto de sus pares hacer lo mismo pues “el miedo a la muerte tiene una influencia poderosa sobre la mente humana”. Lord Byron intenta una defensa admirable pero inútil. En un pasaje de su discurso, al tiempo que trata a los soldados como un ejército de ocupación expone el rechazo que había generado entre la población:

“¡Marchas y contramarchas! ¡De Nottingham a Bulwell, de Bulwell a Banford, de Banford a Mansfield! Y cuando al fin los destacamentos llegaban a destino, con todo el orgullo, la pompa y la circunstancia propia de una guerra gloriosa, lo hacían a tiempo sólo para ser espectadores de lo que había sido hecho, para dar fe de la fuga de los responsables, para recoger fragmentos de máquinas rotas y para volver a sus campamentos ante la mofa hecha por las viejas y el abucheo de los niños”.

Y agrega una súplica: “¿Es que no hay suficiente sangre en vuestro código legal de modo que sea preciso derramar aún más para que ascienda al cielo y testifique contra ustedes? ¿Y cómo se hará cumplir esta ley? ¿Se colocará una horca en cada pueblo y de cada hombre se hará un espantapájaros?”. Pero nadie lo apoya. Byron se decide a publicar en un periódico un peligroso poema en cuyos últimos versos se leía:

“Algunos vecinos pensaron, sin duda, que era chocante,
Cuando el hambre clama y la pobreza gime,
Que la vida sea valuada menos aún que una mercancía
Y la rotura de un armazón (frame) conduzca a quebrar los huesos.

Si así demostrara ser, espero, por esa señal
(Y quien rehusarla participar de esta esperanza)
Que los esqueletos (frames) de los tontos sean los primeros en ser rotos.

Quienes, cuando se les pregunta por un remedio, recomiendan una soga».

Quizás Lord Byron sintió simpatía por los ludditas o quizás -dandy al fin y al cabo- detestaba la codicia de los comerciantes, pero seguramente no llegó a darse cuenta de que la nueva ley representaba, en verdad, el parto simbólico del capitalismo. El resto de su vida vivirá en el Continente. Un poco antes de abandonar Inglaterra publica un versó ocasional en cuyo colofón se lee “Down with all the kings but King Ludd”.

En enero de 1813 se cuelga a George Mellor uno de los pocos capitanes ludditas que fueron agarrados, y unos pocos meses después es el turno de otros catorce que habían atacado la propiedad de Joseph Ratcliffe, un poderoso industrial. No había antecedentes en Inglaterra de que tantos hubieran sido hospedados por la horca en un día. También este número es un índice. El gobierno había ofrecido recompensas suculentas en pueblos de origen a cambio de información incriminatoria, pero todos los aldeanos que se presentaron por la retribución dieron información falsa y usaron el dinero para pagar la de los acusados. No obstante, la posibilidad de un juicio justo estaba fuera de cuestión, a pesar de las endebles pruebas en su contra. Los catorce ajusticiados frente a los muros de York se encaminaron hacia su hora suprema entonando un himno religioso (Behold the Savior of Mankind). La mayoría eran metodistas. En cuanto la rebelión se extendió por los cuatro costados de la región textil también se complicó el mosaico de implicados: demócratas seguidores de Tom Paine (llamados “pianistas”), religiosos radicales, algunos de los cuales heredaban el espíritu de las sectas exaltadas del siglo anterior -levellers, ranters, southscottiaw, etc.-, incipientes organizadores de Trade Unions (entre los ludditas apresados no sólo había tejedores sino todo tipo de oficios), emigrantes irlandeses jacobinos. Siempre ocurre: el internacionalismo es viejo y en épocas antiguas se lo conoció bajo el alias de espartaquismo.

Todos los días las ciudades dan de baja a miles y miles de nombres, todos los días se descoyuntan en la memoria las sílabas de incontables apellidos del pasado humano. Sus historias son sacrificadas en oscuros cenotes. Nedd Ludd, Lord Byron, Cartwright, Perceval, Mellor, Maitland, Ogden, Hoyle, ningún nombre debe perderse. El General Maitland fue bien recompensado por sus servicios: se le concedió el título nobiliario de Baronet y nombrado Gobernador de Malta, después Comandante en Jefe del Mar Mediterráneo y después Alto Comisionado para las Islas Jónicas. Antes de irse del todo, aún tuvo tiempo de aplastar una revolución en Cefalonia. Perceval, el Primer Ministro, fue asesinado por un alienado incluso antes de que colgaran al último luddita. William Cartwright continuó con su lucrativa industria y prosperó, y el modelo fabril hizo metástasis. Uno de sus hijos se suicidó nada menos que en medio del Palacio de Cristal durante la Exposición Mundial de productos industriales de 1851, pero el tronar de la sala de máquinas en movimiento amortiguó el ruido del disparo. Cuando algunos años después de los acontecimientos murió un espía local -un judas- que se había quedado en las inmediaciones, su tumba fue profanada y el cuerpo exhumado vendido a estudiantes de medicina. Algunos ludditas fueron vistos veinte años más tarde, cuando se fundaron en Londres las primeras organizaciones de la clase obrera. Otros que habían sido confinados en tierras raras dejaron alguna huella en Australia y la Polinesia. Itinerarios semejantes pueden ser rastreados después de la Comuna de París y de la Revolución Española. Pero la mayoría de los pobladores de aquellos cuatro condados parecen haber hecho un pacto de anonimato, refrendación de aquellas omertá anterior llamada “Ned Ludd”; en los valles nadie volvió a hablar de su participación en la rebelión. La lección había sido dura y la ley de la tecnología lo era más aún. Quizás de vez en cuando, en alguna taberna, alguna palabra, alguna canción; hilachas que nadie registró. Fueron un aborto de la historia. Nadie aprecia ese tipo de despojos.

Voces

¿Por qué demorarse en la historia de Ned Ludd y de los destructores de máquinas? Sus actos furiosos sobreviven tenuemente en brevísimas notas al pie de página del gran libro autobiográfico de la humanidad y la consistencia de su historia es anónima, muy frágil y casi absurda, lo que a veces promueve la curiosidad pero las más de las veces el desinterés por lo que no amerita dinastía. No es éste un siglo para detenerse: el burgués del pasado podía darse el lujo de recrearse lentamente con un folletín, pero las audiencias de este apenas disponen de un par de horas para hojear la programación televisiva. Vivimos en la época de la taquicardia, como sarcásticamente la definió Martínez Estrada. Remontar el curso de la historia a contracorriente a fin de reposar en el ojo de huracanes es tarea que sólo un Orfeo puede arrostrar. El se abrió paso al mundo de los muertos con melodías que destrabaron cerrojos perfectos. Nosotros solamente podemos guiarnos por los fogonazos espectrales que estallan en viejos libros: soplos agónicos entre harapos lingüísticos. Cualquier otro rastro ya se ha disuelto en los elementos. Pero si los elementos fueran capaces de articular un lenguaje, entonces podrían devolvernos la memoria guardada de todo aquello que ha circulado por su “cuerpo” (por ejemplo, todos los remos que hendieron al agua en todos los tiempos o todas las herraduras que pisaron la tierra, y así).
A su turno, el aire devolvería la totalidad de las voces que han sido lanzadas por las bocas de todos los humanos que han existido desde el comienzo de los tiempos. En verdad, millones son las palabras dichas en cada minuto. Pero ninguna se habría perdido, ni siquiera las de los mudos. Todas ellas habrían quedado registradas en la transparencia atmosférica, cuya relación con la audibilidad humana aún está por investigarse: sería algo así como cuando los dedos de los niños garabatean raudos graffittis o nerviosos corazones en vidrios empañados por el propio aliento. Si se pudiera traducir ese archivo oral a nuestro lenguaje, entonces todas las cosas dichas volverían en un sólo instante componiendo la voz de una runa mayor o la memoria total de la historia. En el viento se han sembrado voces que son conducidas de época en época; y cualquier oído puede cosechar lo que en otros tiempos fue tempestad. El viento es tan buen conductor de las memorias porque lo “dicho fue tan necesario como involuntario, o bien porque a veces nos sentimos más cerca de los muertos que de los vivos. De tantas cosas dichas, yo no puedo ni quiero dejar de escuchar lo que Ben, un viejo luddita, les dijo a unos historiadores locales del Condado de Derby cincuenta años después de los sucesos: “Me amarga tanto que los vecinos de hoy en día mal interpreten las cosas que hicimos nosotros, los ludditas”. ¿Pero cómo podía alguien, entonces, en plena euforia por el progreso, prestar oídos a las verdades ludditas? No había, y no hay aún, audición posible para las profecías de derrotados. La queja de Ben constituyó la última palabra del movimiento luddita, a su vez apagado del quejido de quienes fueron ahorcados en 1813. Y quizás yo haya escrito todo esto con el único fin de escuchar mejor a Ben. Me aferro y tiro de su hilillo de voz como lo haría cualquier semejante que recorriera este laberinto.

Christian Ferrer

Los policías en nuestras cabezas

Algunos pensamientos sobre la anarquía y la moralidad

Durante viajes en los meses recientes, he platicado con algunos anarquistas que conciben a la anarquía como un principio moral. Algunos llegan incluso a referirse a ella como si fuera una deidad a la cual se han entregado, reforzando en mí la sensación de que las personas que deseen experimentar la anarquía tal vez necesiten divorciarse del anarquismo.

Las mas frecuentes de las concepciones morales, respecto a la anarquía, que he escuchado son aquellas basadas en un principio que rechaza el uso de la fuerza para imponer la voluntad propia a los demás. Esta concepción tiene implicaciones que no puedo aceptar. Implica que la dominación es principalmente una cuestión de decisiones morales propias, en vez de involucrar roles y relaciones sociales, que todas las personas estamos en la misma posición de ejercer la dominación, y por tanto necesitamos imponernos autodisciplina para prevenir ejercerla. Si la dominación es un tema de roles y de relaciones sociales, éste principio moral es absolutamente absurdo, siendo tan solo una forma de separar lo políticamente correcto (lo elegido) de lo políticamente incorrecto (lo condenado). Esta definición de la anarquía pone a los rebeldes anárquicos en posición de mayor debilidad dentro de la lucha, de por sí cuesta arriba, contra de la autoridad. Todas la forma de violencia en contra de personas o propiedades, huelgas generales, el robo e inclusive actividades mas ligeras como la desobediencia civil, conlleva utilizar la fuerza para imponer la voluntad propia. Rechazar el uso de la fuerza para imponer la voluntad propia es convertirse totalmente en un ser pasivo, en un esclavo. Esta concepción de la anarquía establece una regla para controlar nuestras vidas, lo cual es un oximorón.

El intento por hacer de la anarquía un principio moral distorsiona su significación real. La anarquía describe una situación particular, una en la cual la autoridad no existe o su poder de control es negado. Este tipo de situación no garantiza nada, ni siquiera la existencia continua de tal situación, pero sí abre la posibilidad, en cada uno de nosotrxs, de comenzar a vivir para nosotrxs mismxs; en términos de nuestros propios deseos y pasiones, en lugar de los términos por roles o por demandas del orden social. La anarquía no es el objetivo de la revolución; es la situación que hace posible el único tipo de revolución que me interesa, el levantamiento de individuos creando vidas para si mismos, destruyendo lo que bloquee su camino. Es una situación libre de cualquier implicación moral, presentándonos a cada uno de nosotrxs el reto amoral de vivir nuestras vidas sin opresiones.

En tanto la situación anárquica es amoral, la idea de una moral anarquista es altamente sospechosa. La moralidad es un sistema de principios que definen lo que constituye el comportamiento correcto o incorrecto. Implica la total enejenación de lxs individuxs a quienes pretende definir, una comunalidad de todas las personas que hace obligatorio aplicar ciertos principios. No pienso ocuparme del concepto de “comunalidad de todas las personas” en este articulo: el punto preciso es que cualquier moralidad está siempre por afuera y por encima del individuo viviente. Ya sea la base de esa moralidad; dios, el patriotismo, la humanidad en común, las necesidades de producción, la ley natural, “La Tierra”, la anarquía, o inclusive “el individuo” como principio, siempre es una idea abstracta que se impone sobre NOSOTRXS. La moralidad es una forma de autoridad que será erosionada durante la situación anárquica, igual que cualquier otra autoridad, tanto como esa situación perdure.

La moralidad y el juicio van de la mano. La critica -inclusive aquella que es dura y cruel- es esencial para afilar nuestro análisis y la practica rebelde, pero el juicio necesita ser necesariamente erradicado. El juicio categoriza a la gente como culpable o no culpable -y la culpa es una de las más fuertes armas de represión. Cuando nos juzgamos y condenamos a nosotros mismos, o a otras, estamos reprimiendo la rebelión -ese es el propósito de la culpa. (Esto no significa que “no deberíamos” odiar, o desear matar a alguien -seria absurdo crear una moralidad “amoral”, pero nuestro odio necesita ser reconocido como una pasión personal y no ser definido en términos morales.) La critica radical sale de las experiencias reales, actividades, pasiones y deseos de individualidades con perspectivas por liberar la rebeldía. El juicio sale de los principios e ideales que están por encima de nosotros; quiere esclavizarnos a esos ideales. Cuando las situaciones anárquicas han aparecido, el juicio a menudo desaparece temporalmente, liberando a la gente de la culpa -como en ciertas revueltas, en donde las personas de todo tipo, saquean juntas con espíritu alegre, a pesar de que toda su vida se les inculcó el respeto a  la propiedad. La moralidad requiere la culpa; la libertad necesita eliminarla.

Un dadaísta dijo una vez: “El ser gobernado por la moral…nos ha impedido ser algo más que sujetos pasivos frente a la policía; ésta es la fuente de nuestra esclavitud.” Ciertamente, la moralidad es el origen de la pasividad.

He escuchado de algunas situaciones que comienzan a escalar y a desarrollarse de forma considerable, yo he experimentado algunas, pero en cada una de esas situaciones, al disiparse la energía la mayoría de las participantes regresan a la vida que tenían antes de las revueltas. Estos eventos muestran que, a pesar de la extensión en la que se impone el control social en nuestra vida despiertos (y gran parte de  cuando dormimos), nosotros podemos salir de esas situaciones. Pero los policías en nuestras cabezas -la moralidad, la culpa y el miedo- tienen que ser enfrentados. Todo sistema moral, sin importar lo que afirme al respecto, nos impone limites para las posibilidades disponibles, limites sobre nuestros deseos; y estos limites no están basados en nuestras capacidades reales, sino en ideas abstractas que nos impiden explorar la extensión total de nuestras capacidades. Por eso en el pasado, cuando se han dado situaciones anárquicas, los policías en la cabeza de las personas -el miedo cimentado, la moralidad y la culpa- han asustado a la gente, manteniéndolos lo suficientemente domesticados para volver a la seguridad de sus jaulas, así la situación anárquica desaparece.

Esto es significativo, debido a que las situaciones anárquicas no aparecen de la nada -estas surgen por gente frustrada con sus vidas. Es posible para cada uno de nosotros, en cualquier momento, crear ese tipo de situación. A menudo eso seria tácticamente ingenuo, pero la posibilidad ahí está. De todas formas, parece que esperamos pacientemente que las situaciones anárquicas caigan del cielo -y cuando estas explotan, no podemos hacer que continúen. Inclusive aquellos de nosotros, que conscientemente rechazamos la moralidad, nos encontramos dudando, deteniéndonos para examinar cada acción, con miedo de la policía hasta cuando no hay al rededor. La moralidad, la culpa y el miedo actúan como policías en nuestras cabezas, destruyendo nuestra espontaneidad, nuestro salvajismo, nuestra habilidad para vivir plenamente.

Los policías en nuestras cabezas continuarán suprimiendo la rebeldía hasta que aprendamos a tomar riesgos. No quiero decir que tengamos que ser estúpidos -la cárcel no es una situación anárquica o liberadora, pero sin riesgo no hay aventura, no hay vida. La actividad motivada por nosotros mismos -actividad que sale de nuestras pasiones y deseos, no de intentos para conformarnos a ciertos principios e ideales, o para encajar en algún grupo (incluyendo “anarquistas”)- es lo que puede crear una situación de anarquía, lo que puede abrir un mundo de posibilidades limitadas sólo por nuestras capacidades. Aprender a expresar nuestras pasiones libremente -una habilidad que se adquiere sólo al ejecutarla -es esencial. Cuando sentimos aversión, ira, alegría, deseo, tristeza, amor, odio, necesitamos expresarlas. No es fácil. Muy a menudo, adquiero un rol social aceptable en situaciones donde quiero expresar algo diferente. Voy a la tienda sintiendo aversión por todo el proceso de relaciones económicas, y de todas formas cortésmente agradezco al empleado por ponerme dentro de ese mismo proceso. Si lo hiciera concientemente, como una forma de encubrir un robo a la tienda; seria divertido, usando mi ingenio para obtener lo que quiero; pero es una respuesta social sedimentada -un policía en mi cabeza.

Estoy mejorando; pero tengo un largo camino por delante. Cada vez más, trato de actuar mis caprichos, mis impulsos espontáneos sin que me importe lo que otros piensen de mi. Esta es una actividad auto motivadora -la actividad que sale de nuestras pasiones y deseos, de nuestras imaginaciones, de nuestra creatividad única. Seguramente, al seguir nuestra subjetividad, viviendo nuestras vidas por nosotrxs mismos, nos puede llevar a cometer errores, pero nunca serán comparables al error de aceptar la existencia zombi que la obediencia a la autoridad, la moralidad, las reglas o los poderes superiores crean. La vida sin riesgos, sin la posibilidad de errores, no es vida para nada. Sólo a través de tomar riesgos, de desafiar toda la autoridad y vivir por nosotros mismos llegaremos a experimentar la existencia plena.
No quiero que mi vida esté constreñida; quiero abrir todas las posibilidades para que pueda crear mi vida para mi mismo, en cada momento. Esto significa romper todos los roles sociales y destruir la moralidad. Cuando un anarquista, o cualquier otro radical, comienza a predicarme sus principios morales; ecología profunda, el comunismo, el militantismo o hasta el requerimiento ideológico del “placer”-escucho un policía o un sacerdote, y no tengo deseos de tratar con policías o sacerdotes, excepto para desafiarlos.

Estoy luchando por crear una situación en la cual pueda vivir libremente, siendo todo lo que deseo ser, en un mundo de individuos libres con los cuales pueda relacionarme en términos de nuestros deseos sin limitantes. Ya tengo suficientes policías en mi cabeza -tantos como los que están en las calles- como para querer también enfrentar los policías de la moralidad “anarquista” o radical. La anarquía y la moralidad están opuestos entre si, y cualquier resistencia efectiva a la autoridad necesitará oponerse a la moralidad y erradicar a los policías en nuestras cabezas.

Feral Faun

UNA EXPLORACIÓN DE NUEVOS MODELOS ORGANIZATIVOS

¿Qué cosas son esas redes de las que tanto se habla de un tiempo a esta parte? Digamos, en primera instancia, que constituyen un inédito modelo de relaciones que no sólo se ha encargado de romper con las estructuras jerárquicas y autoritarias sino que amenaza o promete también diluir al máximo los riesgos de burocratizaciones impremeditadas, de participaciones recortadas y de indeseables concentraciones informativas.

De tal modo, puede concluirse rápidamente y sin devanarse demasiado los sesos que un partido político pensado y construido para ejercer el gobierno, ahora o en cualquier momento, difícilmente pueda constituirse alguna vez en tanto red; por lo menos mientras no renuncie expresamente a esa inmanencia fundamental que lo vincula, interna y externamente, al ejercicio real o intuido del poder. Tampoco puede ser una red una institución de enseñanza concebida sobre la base de distribuciones asimétricas y estratificadas del saber que se reputan como permanentes. Mucho menos aún podría serlo una unidad productiva donde el derecho de decisión se funda en la propiedad accionaria o se delega a una élite gerencial especializada ni tampoco un cuerpo armado cuya existencia reposa sobre los criterios de mando y obediencia, disciplina y verticalidad.

Porque si algo instituyen las redes a punto de partida es la posibilidad efectiva y no mediatizada de realizar del modo que sea un cierto principio de igualdad comunicativa y de hacerlo en todas las direcciones que las fuentes emisoras de mensajes y de símbolos resuelvan explorar; sin que los mismos sean reputados a priori como verdades, como órdenes o tan siquiera como presiones morales frente a las cuales abdicar. Las redes se despliegan en el espacio y en el tiempo -tantos espacios y tantos tiempos como se desee-, son una trama de puntos y de líneas que se mueven en todos los sentidos concebibles, carecen de centros y apenas si admiten la formación de ciertos nodos episódicamente densos y constituídos alrededor de afinidades e intensidades perfectamente reversibles y modificables. Seguramente no hemos encontrado la piedra filosofal y no se trata, por cierto, de glorificar las redes ni de volverlas excluyentes ni de atribuirles propiedades mágicas que obviamente no poseen sino tan sólo de aprovecharlas como recursos privilegiados de participación y de evaporación o imposibilidad de toda autoridad central.

Pero hemos hablado antes de redes provisorias, superpuestas y de prioridades intercambiables. ¿Qué quiere decir exactamente esto? Las redes son proteiformes y pueden ser en algunas de sus densificaciones una asamblea, en otras una campaña, más acá una concentración urbana y en ciertas partes también una federación; simultánea y/o sucesivamente y luego de la aceptación indudable de que las transgresiones y las rupturas, al igual que la vida misma, renuncian al aliento de lo inmutable y de lo eterno. Las redes admiten y hacen posible que individuos y grupos puedan estar en más de un “lugar” a la vez, echar sólidas raíces en el terreno, engrosando el espesor de vínculos localizados, y al mismo tiempo conectarse, a través de sus identidades comunes o sus temáticas preferidas, con sus iguales del ancho mundo. Las redes son modulares y pueden adaptarse con mayor rapidez y flexibilidad que cualquier otra estructura a casi toda exigencia circunstancial. Dadas estas características, las redes tienden a carecer de controles internos, de vetos, de censuras, de selecciones normalizadoras y de interrupciones circulatorias al tiempo que sus mallas experimentan un rechazo alérgico por las coordinaciones que rápidamente se vuelven vitalicias, por los productores monopólicos de ideologías y consignas, por los administradores de bendiciones y anatemas, por los caudillos o por los centros de gravedad que prestamente se sirven de la concentración informativa de que hayan conseguido proveerse. Como ya lo hemos insinuado, las redes rompen también con las formas tradicionales de manejo del espacio y del tiempo y, así, ponen en cuestión y en estado de impugnación inmediata las estrategias de dominación que sólo saben operar luego de haber instituído una disposición convencional de los mismos. La conspiración de clarividentes auto-proclamados como tales ya lo sabe: las primeras manifestaciones de rechazo al nuevo “orden mundial”, las primeras repulsas y los primeros frenos no fueron mandatos emanados de ningún Comité Central sino una circulación de sentidos, de informaciones y de ideas -a la vez silenciosos y estridentes- a través de las anastomosis capilares de este nuevo tejido subversivo; un tejido sin personería jurídica, sin gerenciamiento técnico especializado y sin derechos de autor; un tejido que es vocacionalmente ilegal y clandestino y que, toda vez que consiga constituirse a sí mismo según estas pautas, habrá conseguido ganar su primera batalla de contra-poder.

Un nuevo modelo organizativo, entonces, asentado en redes provisorias, superpuestas y de prioridades intercambiables; en una proyección que se reclama a sí misma, simultáneamente, tanto en los planos locales como en los internacionales y en su imbricación con los movimientos sociales y sus luchas. Un modelo, además, que tanto por su forma como por sus menesteres se reclama como garantía -quizás la única garantía- de unidad del movimiento y no necesita de ni se enriquece con vanguardias internas ni centros iluminados ni columnas vertebrales. Si ésta es una de las condiciones que nos impone nuestra presente historicidad -como creemos que efectivamente lo es- habrá que decir, entonces, enfáticamente, que los modelos de organización y acción propios del anarquismo clásico y del anarquismo de transición ya no se ajustan enteramente a las demandas de nuestro tiempo y ya no pueden aspirar razonablemente a expresar esa exuberante fauna de movimientos sociales y de luchas ni cuentan con el grado de “globalización” requerida ni pueden funcionar estrictamente en tanto redes. Esto es así en la misma medida que uno y otro fueron elaboraciones y respuestas apropiadas a escenarios históricamente concretos y a problemáticas que ya no se presentan bajo la misma forma sino que han sido objeto de alguna que otra modificación sustancial. Por lo pronto, parece evidente que, a diferencia de lo que ocurrió en otros períodos, ninguna federación sindical y ninguna federación específica en los sentidos tradicionales de estos términos puede siquiera, al día de hoy, aproximarse con fuerza y virtualidades de incidencia a ese tropel de identidades y ebulliciones en movimiento; así como tampoco puede resumir y conjuntar en ningún país ni tan sólo a la mayoría de la militancia que expresamente se siente formando parte de una corriente cualquiera de pensamientos y prácticas anarquistas. La conclusión provisoria que es posible extraer ahora mismo cae por su propio peso y es que la fusión completa del movimiento anarquista con las luchas sociales de un lugar dado y en nuestro contexto específico de historicidad sólo es procesable a través de formas inéditas de organización y acción que se correspondan firmemente con tales cosas; formas que tal vez representen un cierto giro copernicano en nuestra trayectoria y que todavía no nos hemos sabido dar. Flagrante perogrullada quizás, pero también constatación removedora y quizás irritante, que choca contra costumbres bien asentadas a las que seguramente no es fácil desterrar con meros chispazos de inspiración y buena voluntad.

Que el anarco-sindicalismo ya no se corresponde con estas nuevas exigencias es una conclusión de por sí evidente, en tanto el mismo se concibe organizativamente como una respuesta centrada fundamental, si no exclusivamente, en torno a los problemas de explotación y dominación del trabajo. Las federaciones específicas, mientras tanto, presentan un grado de aproximación mayor con el modelo pero, aun así, no dan enteramente la nota. Por lo pronto, las mismas prevén modalidades de circulación que no son estrictamente reticulares sino que, según las expresiones clásicas, se dirigen de abajo hacia arriba o de la periferia al centro y no según un trazado multidimensional y “caótico”. A su vez, muchas de las identidades y temáticas que actúan como configuradoras de numerosos movimientos sociales no son incluidas como un momento teóricamente relevante y relativamente “autónomo” de elaboración sino que normalmente han sido reconocidas como “frentes” o como comisiones de trabajo. Ni qué hablar, además, de las dificultades que esas limitaciones presentan cuando se pretende trasladarlas sin soluciones locales de base al plano internacional; lo cual habitualmente no las resuelve sino que las amplifica.

Quizás todo esto no sea percibido más que como una intuición, una sospecha o una vaga sensación de malestar y de inconformismo con los logros reales de las organizaciones anarquistas clásicas; quizás, también, se intente contradecir o contrarrestar estas conclusiones con el inventario de siembras y cosechas parciales que sin duda habrá que acreditarles. Sin embargo, para nosotros, hace rato que ha llegado el momento de ir más allá todavía; hace rato que está planteada la apropiación plena de nuestro tiempo y la necesidad de explicar las crisis que hemos vivido en el pasado y de conjurar enérgicamente las que con toda probabilidad se nos presentarán en el futuro; hace rato que ha llegado el momento de un anarquismo post-clásico, que ahora mismo habrá que reconocer y fundar.

Daniel Barret

Extracto de Los Sediciosos Despertares de la Anarquía