Vidas en fuga

Vidas tan y no tan diferentes, una encrucijada de sus destinos hizo que Marcos Vallejos y Ramón Silveyra compartieran, desde los últimos días de marzo de 1923, una celda de la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras.

Marcos Vallejos

Jornalero según los partes policiales,bandido rural de oficio real, podía contar sus fechorías sin deshonor, pero sus experiencias de fuga eran impresentables. Marcos Vallejos y sus hermanos habían llevado una vida errante, a cielo abierto, pero ya eran así antes de delinquir. No en vano Gastón Gori advierte en “Vagos y mal entretenidos” que para ser sospechado bastaba con merodear. También Pedro Orgambide llamó a estos criollos “nómades de las llanuras” y nos remite a los relatos de Carlos Bustamante “Concolorcorvo” sobre los “gauderios” de hace doscientos años – “…mala camisa y peor vestido… hacen cama con el sudadero del caballo, sirviéndoles de almohada la silla”. Tal semblanza podría aplicarse al “gaucho” Vallejos, un apodo que traía de las pampas y que atravesó las murallas de la penitenciaría. Si bien era analfabeto, la prensa le había otorgado un título: “profesional del asalto en despoblados”, aunque una preocupación quizás superior era que no respetaba alambrados, es decir la propiedad privada. Su llave de torniquetear alambres era una herramienta tan vital como el caballo y el Winchester.

Capturado al fin, había estado detenido junto a su hermano Pablo en la cárcel de Villa Mercedes, en San Luis -ambos eran nacidos allí- por una serie de robos y asaltos en el sur puntano y norte pampeano entre 1917 y 1919. La condena de Marcos fue ratificada en 1921 con prisión por tiempo indeterminado pues debía la muerte de un sargento en una refriega en pleno monte. La cuestión es que se les ocurrió hacer un túnel desde un taller de la cárcel, con tan mala fortuna que cuando la excavación estaba terminada casi al nivel de la calle, pasó un jinete cuyo caballo enterró dos de sus patas en la tierra suelta de lo que en pocos minutos sería el boquete de salida. Abortada la fuga y sin desanimarse, los hermanos Vallejos, obsesionados con un afuera de llanuras tan interminables que la vista no choca con nada, no soportaban la presencia de una muralla de 8 metros y decidieron abordarla, arrojarse desde su cima y de ese modo vencerla. Lo hicieron, pero una levísima inclinación de la vertical de Marcos en pleno descenso hizo que su tobillo quedara hecho trizas contra la vereda. Allí quedó.

Las autoridades del penal no encontraron mejor salida que su traslado a la Penitenciaría Nacional un año después, en los aledaños de la asunción de la presidencia por parte de Marcel T. de Alvear. Si Marcos Vallejos nunca había pisado Buenos Aires, donde todo era inmenso, tampoco pudo imaginar un monstruo con 750 celdas, garitas de vigilancia, torres, talleres, todo un panóptico rodeado por otro cerco de cemento y, como si fuera poco, rejas entre ese murallón y las calles. Claro, los que hoy caminan sobre el Parque Las Heras no imaginan que debajo del césped subsisten secciones subterráneas de la penitenciaría, ni que en 1931 fueron fusilados allí Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, ni que en 1956 hubo nuevos fusilamientos, entre ellos el del general Juan José Valle. O esta historia.

Ramón Silveyra

Gallego de Orense, carrero y anarquista de 27 años, la misma edad de Marcos Vallejos, también sabía de calabozos porque dos años antes había puesto una bomba en una panadería de la calle Estados Unidos al 1.800, en conflicto con sus obreros, sin poder evitar que una vecina quedara estampada contra la pared, herida de pólvora y abombada del estruendo. Para mayor infortunio, para empezar los veinte años de condena, lo esperaba Sierra Chica con su manía de entretener a los presos picando piedras a mazazos en las canteras graníticas de Olavaria. De aquí escapó caminando a paso calmo, cuando comenzaba marzo de 1923, por la puerta principal y saludando a los guardias a medida que dejaba atrás ocho puertas enrejadas. ¿Cómo hizo? Un supuesto familiar introdujo debajo de sus ropas domingueras un segundo traje que Silveyra pudo calzarse encima de su uniforme presidiario. La tarjeta de entrada y salida fue la duplicada en una de las tantas imprentas anarquistas.

Los tentáculos de Orden Social llegaron hasta Carmelo, Uruguay, donde fue capturado con el mismo traje con que se había fugado y como trascendió que ácratas uruguayos y argentinos habían planeado el rescate lo fue a buscar nada menos que un buque de la Marina de Guerra para cumplir la extradición. Cuando fue avistado en el acceso al puerto de Buenos Aires, de los restantes barcos y remolcadores partieron fuertes sirenazos saludando a un Ramón Silveyra de oídos exultantes.

¿Cómo coincidieron en una misma celda? Además del azar, no es extraña la mutua atracción de bandidos rurales con los anarquistas, siempre dispuestos a valorizar la libertad individual y el rechazo a la disciplina de cualquier sistema. Y la vida al margen de toda institución era total en Vallejos: nunca fue a una escuela ni a una iglesia, como tampoco a cuartel alguno por ser desertor del servicio militar. Ramón Silveyra resumía todas esas vivencias en consignas y racionalizaciones que el “gaucho”, pese a admirarlo, nunca pudo comprender del todo.

Vallejos y Silveyra + dos + cuatro

¿Qué hacer? O mejor dicho ¿cómo hacer? La situación era difícil pues  Marcos Vallejos arrastraba un antecedente de fugas precipitadas por abajo y por arriba de una muralla y Ramón Silveyra era, lejos, el preso-estrella que había abochornado al sistema penitenciario argentino. A la par que estaba doblemente vigilado, pensaba y repensaba que algo tenía que hacer antes de que se le aplicara la Ley de Residencia. Además, encontrar el punto débil de todo sistema de autoridad era una cuestión de principios.

Concebir una fuga era imposible sin tener un panorama del espacio donde estaban parados, teniendo en cuenta que no veían más que cielorrasos y herrajes. Por los presos que salían a la intemperie a cultivar las huertas y por una visita que recibió Ramón Silveyra, tuvieron noticias de que el pabellón que habitaban -el N° 3- partía desde un centro común e iba en dirección contraria a la avenida Las Heras, es decir que apuntaba a la calle Juncal. Bien, en abril de 1923, cuando aún todo era incertidumbre, confiaron la idea de fuga a otros dos presos a quienes también aguardaba toda una vida entre rejas: Domingo Rodríguez, con veinticinco años de condena y Laureano Fernández Macaya, con perpetua.

Durante todo un mes recorrieron con la vista cada metro del pabellón a medida que lo transitaban obligados por alguna tarea. Ya casi desalentados y cuando los dos presos sumados al proyecto llevaban desde su trabajo -la panadería- los elementos de limpiezas a su lugar de depósito, encontraron el punto débil. Las medidas del cuarto eran reducidas, 5 x 3,5 metros, pero estaba ubicado casi en un extremo del pabellón, el que daba no al centro de la penitenciaría sino a la calle Juncal. Entonces, ya no hubo dudas,el escape podía, tenía que ser un túnel.

Otros cálculos con ayuda externa los llevaron a inferir que la escobería –así llamaban al sitio- distaba unos 25 metros de la muralla. También que  entre ésta y la verja había un espacio de pasto donde podría aparecer el boquete de escape, a pasos de la calle Juncal y a escasos 20 metros de Bulnes. Con esos parámetros sólo faltaba organizar el trabajo.

En principio, se tenían que conseguir las herramientas básicas y al pensar en ellas tomaron conciencia de que los cuatro no alcanzaban, había que duplicar el número de excavadores y ejecutantes de tareas conexas. Las condiciones eran que también debían guardar los elementos de limpieza en la escobería, estar recluidos en celdas cercanas y arrastrar largas condenas. Esta búsqueda de recursos humanos y materiales, sin provocar sospechas, determinaron que la tarea concreta diera comienzo el 13 de mayo de 1923.

Rumbo a la muralla

Levantar la capa de cemento de la escobería para hacer una abertura de unos 65 o 70  centímetros no fue tarea sencilla y para ello se emplearon tres días a puro martillo y cortafrío forrado en trapos mojados. Por seguridad, pegaron los trozos de cemento sobre papeles de diario y éstos sobre una hojalata, de tal manera que todo hacía de tapa. El operativo dependía de que se pudieran armar turnos de excavación entre las 6 y las 16 horas, momento en que los guardias cerraban con llave las celdas. Aunque suene cinematográfico, las fuentes consultadas indican que los complotados, en horarios claves, colocaban muñecos tapados en las tarimas de los que estaban trabajando en el túnel. También se habían prometido algo que desbarató más de un plan: no cometer errores por ansiedad.

Mientras una larga manguera llevaba agua para facilitar el trabajo, la tierra removida era extraída mediante un balde con una correa. Como era inimaginable arrojarla en las huertas, se optó por almacenarla en las bolsas vacías de harina que habían conseguido y transportado con sumo sigilo, debajo de sus uniformes a raya, los que trabajaban en la panadería.

Estaba claro que el túnel debía prever los cimientos de la muralla. Entonces, era vital tener en cuenta los metros que tendría ésta bajo tierra -calcularon que no podía ser más de dos- de modo que en base a esa mera suposición fue diseñada la orientación. Para facilitar el cálculo fue desechado el plano inclinado. Era más práctico excavar unos dos metros en forma perpendicular y luego veinticinco metros de tramo horizontal. A medida que progresaba el túnel, la atmósfera se tornó enrarecida, irrespirable y también complicaba la respiración la forma de iluminar que habían ideado, improvisando pequeñas botellas alimentadas con aceite.  Para superar ese problema, se apropiaron de un aparato para matar hormigas, a cuyo pico adosaron un caño de bronce de dos metros de largo y luego añadieron segmentos de goma a medida que podían robarlos. Entonces, cuando se necesitaba inyectar aire, uno de los presos accionaba el émbolo de la máquina.

El trabajo continuó, pesada pero pausadamente, hasta que tocaron la muralla, momento en que la estiba de bolsas de tierra amenazó con cubrir casi toda la escobería. Para no llamar la atención se acudió a fundas de almohadas sustraídas de la lavandería, sitio que estaba reservado para lograr la ropa de escape. Facilitaba esta organización el hecho de que Silveyra, atento a estos detalles, no participaba de las tareas para no alertar a los guardias, dado el plus de la vigilancia a que era sometido.

A medida que la galería entraba en su tercer mes fueron necesarias otras previsiones, por ejemplo cuántos metros habría desde la muralla a la verja, pues entre ambos debía aparecer la abertura de escape. Cuando llegaron a los cimientos le tocó el turno al plano inclinado ascendente del túnel, unos tres metros según las consultas, y precisamente por indicación de Marcos Vallejos, la excavación se detuvo a 50 centímetros de donde calculaban se produciría la salida.

Había llegado el momento de estimar el día de la fuga y quedó fijada en el 23 de agosto, a tres meses y diez días del inicio de la faena. Sin embargo, el día anterior sucedió algo que hizo peligrar todo el esfuerzo. Los excavadores perforaron un caño de agua y, como resultado, disminuyó  el caudal de agua que salía de las canillas de la penitenciaría. Las autoridades convocaron a varios mecánicos para recorrer el sistema y dos de ellos amagaron con entrar a la escobería, con la imaginable angustia de los presos que a duras penas lograron disuadirlos con el argumento de que ya habían revisado voluntariamente ese sector. Finalmente el desperfecto fue reparado por los mismos excavadores con mucho esfuerzo, arpillera, brea y lodo, sin alterarse entonces la fecha de fuga.

La hora fue convenida entre las 18.50 y las 19 horas, en que los presos abandonaban las celdas para trasladarse a las aulas y aumentaba el movimiento en el pabellón. El operativo fue clandestino para los guardias y también para la mayoría de los presos, de tal modo que media hora antes de la hora señalada, los ocho implicados le comunicaron la novedad a otros  de mayor confianza y aún así no les indicaron el sitio exacto de escape. Resultó a todos “natural” que Marcos Vallejos encabece el cortejo portando un barrote de hierro con el que tenía que abrir los 50 centímetros que faltaba perforar. Entraban de cabeza, con poco espacio entre unos y otros y se arrastraban en fila, boca abajo, para cubrir la distancia entre las dos bocas, veintiocho metros, lo que podía insumir hasta quince minutos.

Del otro lado de la muralla

Así, catorce presos lograron deslizarse y salir por el boquete hasta que el siguiente no respetó la consigna de entrar de cabeza y lo hizo con los pies para adelante. Provocó un atascamiento y una demora fatal, de modo que cuando pudo reingresar y salir, ya el fusil de un guardia, advertido de los movimientos de saltar la reja, lo estaba apuntando desde una torreta de vigilancia. La parafernalia de alarma no se hizo esperar y los primeros que irrumpieron en el cuarto de las escobas encontraron unos pocos presos apiñados esperando su turno, más de cincuenta bolsas de tierra y todo el instrumental utilizado. Los fugados aparecieron frente a Juncal N° 3.170 y de ellos, los cuatro iniciadores del plan no tardaron en subir a un vehículo dispuesto por los anarquistas y que los esperaba estacionado sobre Bulnes. Marcos Vallejos no podía contener el alivio de haber vencido el estigma de la fuga anterior en San Luis y Ramón Silveyra pudo leer en el diario “La Protesta” que lo ubicaban en un pedestal similar al del justiciero Kurt Wilckens, asesinado en la cárcel dos meses atrás. La edición del 26 de agosto de 1923 afirmaba:

Silveyra se transforma, gracias a su segunda evasión, en un símbolo. Es la encarnación del espíritu de libertad, de la voluntad indomable del rebelde que no se resigna a una vida vegetativa y miserable.

En realidad, toda la prensa se hizo eco de la fuga con gran despliegue, de modo que el boquete de salida se convirtió pronto en una atracción pública. “La Nación” y “La Prensa” volcaron detalladas descripciones del túnel y de los antecedentes de Vallejos y Silveyra. “Caras y Caretas”, fiel a su estilo visual, presentó un dibujo con políticos conocidos gateando en varios túneles y “La Protesta” le dio un tono de hazaña:

¡El túnel! Esa obra que es de topos y que es de gigantes…esa vía subterránea con una boca en la libertad y otra en la mazmorra.

Unos pocos evadidos fueron recapturados, pero la espina clavada era la forma en que los cuatro, en especial Ramón Silveyra, escapaban a los allanamientos y razzias que se realizaban en su búsqueda. Sólo los prolegómenos de la pelea de Luis Angel Firpo y Jack Dempsey, anunciada para el 14 de setiembre, competía en centimetraje.

Luego que los cuatro cambiaran de escondite varias veces en Buenos Aires y Rosario, Marcos Vallejos se las ingenió para llegar al oeste pampeano, última guarida de los gauchos alzados. Allí conoció a Juan Bautista Vairoleto, con quien realizó varios asaltos entre 1928 y 1930 para luego cruzar la cordillera. Ramón Silveyra inició un épico escape hacia el norte andino desde Tucumán. Los diarios anunciaban su captura en cuestión de horas por parte de partidas que estaban sobre sus talones. Finalmente, tras pasar por Rosario de la Frontera, llegó al límite con Chile y desde allí dejó este mensaje:

Al abandonar estas tierras quiero estrechar en un gran abrazo a todos los que hiciéronme gustar el pan de los dioses: la solidaridad… Voy rumbo a lejanas tierras ¡Ande irá el buey que no are y dónde un libertario que no sea peligroso para los gobiernos!

¡Salud hermanos! 

Jorge Etchenique

Revista “Sudestada” N° 106 – marzo de 2012.

Entrevista con Alfredo Bonnano

Entrevista realizada por el corresponsal de Columna Negra durante un encuentro en la ciudad de Monza, Italia, en Noviembre de 2011. Ahí se discutió sobre la actualidad represiva mundial y la cuestión mapuche, entre otros temas. De ese intercambio de ideas con Alfredo María Bonanno devino lo siguiente:

 

Columna Negra (CN): Considerando los escenarios de crisis a escala global, caracterizados por la deslegitimación masiva de los referentes políticos tradicionales, la desestabilizaciones económicas y sociales como las vividas en Grecia y España, etc. ¿cómo podemos comprender la emergencia de las practicas insurreccionalistas que usted planteó desde fines de la década del ’70 hasta mediados de los ’90s, considerando las diferencias del momento actual en el contexto donde estas ideas fueron desarrolladas?

Alfredo María Bonnano (AMB): Es cierto que hay considerables dificultades de parte del capital internacional para reestructurar la propia organización represiva y productiva. Esta situación, que ya se acarrea desde algunos años, viene de la llamada “crisis”, pero no se trata de una crisis en el sentido de contradicción radical que anuncia el pasaje a una situación que podría devenir intolerable por el futuro de la gestión capitalista. No hay nada en estas enfermedades periódicas del dominio que sea pueda conducir de manera determinante a una posible situación irrecuperable y entonces revolucionaria. Para que este acontecimiento pueda comenzar a tener algunos elementos de sentido revolucionario (mayores dificultades de recuperación y de control de parte del capital internacional) se necesita de nuestra participación activa, y es aquí donde es primordial la intervención insurreccional real y verdadera.
Las experiencias hechas a partir de los años setenta, hasta por lo menos al final de los años noventa, demuestran que las realizaciones de carácter insurreccional como ataques en contra de responsables y estructuras del capital, sabotajes a la producción, abstención política y productiva, expropiación, reapropiación del tiempo, etc. – pueden contribuir al terreno fértil en el cual se puede avanzar hacia la insurrección verdadera, o sea la materialización de una serie de ataques de amplia dimensión que puedan tener como resultado transformaciones visibles (políticamente recuperadas en formas de procesos modificativos de las estructuras de dominio) o bien transformaciones menos visibles pero más duraderas y eficaces, es decir realizaciones prácticas que contribuyan a formulaciones de lo que hemos llamado “proyecto insurreccional”.

CN: Siguiendo diversos análisis, las crisis actuales se presentan como expresión de una situación de catástrofe generalizada, la que se visibiliza, entre otras cosas, en un abierto alejamiento de los estados de sus máscaras democráticas, y en la abierta militarización de la represión. Sobre esto, ¿De qué manera la prácticas del anarquismo insurreccional pueden propiciar una resistencia y generar las condiciones de ruptura que permitan poner el escenario de una manifiesta guerra social en ciernes de parte de los explotados?

AMB: Ninguna catástrofe general, al menos en mi opinión. Se trata de las dificultades que el capital está experimentando a nivel represivo y productivo, incluso debido a algunos procesos especulativos financieros que se han establecido y que han demostrado ser completamente incapaces de garantizar una mayor seguridad y mayores ganancias. La estructura subyacente de la producción económica se encuentra relativamente al margen de los desastres provocados por la especulación, y el capital se ha puesto a cubierto procediendo a reducir el despilfarro, reducir los costos de producción, despedir a algunos sectores sociales productivos menos garantizados, y así sucesivamente. Para esto ha tenido que darse por fuerza una capacidad represiva policial mayor, medios de control más grandes y más eficientes, en una palabra, incluso a prepararse militarmente para una posible fase transitoria de la guerra civil.
En definitiva, lo que está intentando realizar el proyecto represivo y productivo en curso es simplemente una restructuración a todos los niveles, para garantizar ingresos base a los grandes inversionistas extranjeros y tranquilidad para la explotación, lo cual ha sido siempre su objetivo. Es nuestra tarea intervenir en el choque con la máxima decisión posible, para buscar combatir este proceso. Los medios que tenemos disponibles son los insurreccionales: el ataque, la autonomía organizativa de estructuras mínimas de base, la informalidad de esas estructuras, la destrucción del enemigo, y la autogestión generalizada.

CN: Otro de los factores relevantes que ha surgido durante los últimos tiempos es el empoderamiento ciudadanista que ha tendido a reforzar posiciones izquierdistas que son movidas tanto por la precarización de sus vidas, como una defensa ante las grandes coorporaciones, ayudando a frenar la proliferación de dinámicas antagonistas. En este sentido, por un lado ¿cuáles son las posibilidades que pueden abrirse desde las prácticas anarquistas para frenar este ímpetu ciudadano? Y por otro, ¿cómo cree usted que desde la trinchera antagonista podemos romper con el arrinconamiento al que hemos sido llevados por el ciudadanismo, y lograr ir allá de ubicarnos “a la izquierda de la izquierda”?

AMB: Cualquier forma camuflada de cambio, como puede ser el ciudadanismo, tarde o temprano muestra su cola política y se ve desenmascarado por los hechos. Se trata de colaboraciones indirectas que el poder recibe de parte de aquellos que temen lo peor y por eso se adaptan a obtener una simple extensión de la cadena. No se necesitan grandes análisis para indicar lo que se necesita hacer en contra de estos lamebotas del capital. En su lugar, hay que comprometerse por el ataque que podemos realizar con nuestras fuerzas, sin buscar posibles compromisos con fuerzas políticas que no nos pertenecen y que hoy en día constituyen la última línea ofensiva del capital, la que es quizás la más eficaz en la recuperación.
El proyecto insurreccional, identificable en la organización informal de base y en el asalto destructivo contra toda realización de la represión, necesita sin duda alguna de ideas, informaciones más detalladas y conocimientos que difieren en función de las diferentes situaciones geográficas que se presentan, pero no puede alejarse de sus directrices principales: ataque, autonomía, informalidad, y autogestión.

CN: Entendiendo que la crítica anárquica tiene como eje constituyente el problema del Estado, ¿cuáles cree que son los puntos de cuestionamiento y trabajo respecto a una crítica anti-estatal que se vuelven imperiosos desarrollar para favorecer el actual despliegue de prácticas anarquistas?

AMB: Los anarquistas son evidentemente antiestatales. La crítica anarquista es directa a la aniquilación del Estado, aunque la práctica no se limita a la espera que el Estado se encuentre en dificultad para salir a las calles y luchar concretamente en darle el último empujón. Casi siempre los anarquistas están presentes en luchas intermedias, o sea, determinadas por problemáticas locales que la gente tiene en lugares geográficamente determinados. Estas luchas buscan reducir la represión que pesa sobre una pequeña parte de la población de un lugar, pero tienen una gran importancia para todos los explotados en general si se plantean correctamente enfocadas desde el punto de vista del método y del proyecto insurreccional.

CN: Las propuestas de la acción informal surgieron como una búsqueda de formas de ataque más directo. No obstante, ya durante la década de los ’90, con el “Caso Marini” se han llevado a cabo por parte del Estado una identificación de las prácticas informales (ya sea por montaje o infiltración),  llegando al actual proceso contra la FAI-FRI y el “Caso Bombas” en Chile. Respecto a esto, y según su experiencia, ¿qué elementos de la propuesta y las prácticas de informalidad deben ser revisados?

AMB: El Estado ha trabajado casi por veinte años antes de enfocar de manera precisa (hasta cierto punto) las estructuras organizativas informales de base y el método insurreccional. De hecho, el poder no tiene medios suficientes para predecir todas las iniciativas informales debido a la enorme potencialidad creativa de éstas últimas. Cuando el ataque se realiza a partir de las características organizativas informales, o sea de manera extendida en el territorio, libre de cualquier contaminación política, directo a destruir pequeños objetivos -y no por este motivo menos significativos; en otras palabras, cuando se evita centralizarse hacia un único objetivo, o hacia pocos objetivos bien visibles y calificados, [la acción] no puede ser fácilmente detenida. Se tendría que poner mucha atención en la elección de estos objetivos, evitando dejarse seducir por aquellos extremadamente visibles (hace falta pensar a los recientes ataques que en Grecia los compañeros están realizando en contra del Parlamento del país), que por esto están más protegidos y al final son de escasa importancia. El estudio de los objetivos corresponde al conocimiento del territorio y también al análisis de la relación que trascurre entre capital local y capital internacional. Muchos de estos conocimientos son ahora fácilmente identificables (basta pensar en lo que se puede encontrar en Internet) pero algunas otras son más difíciles y requieren un estudio verdaderamente profundo.

CN: En el contexto de luchas de liberación nacional y la relación con los movimientos anarquistas, en particular con la del pueblo mapuche en Chile, hemos tomado en cuenta su análisis y propuestas escritas en el 76; “Anarquismo y Liberación Nacional”. En el caso mapuche, desde los años 90, principalmente dos pensamientos antagonistas se ven enfrentados. El primero incluye a nuevas generaciones mapuche con planteamientos políticos anticapitalistas, de reconstrucción política-económica y cultural, autónoma es decir, sin ningún caso de integración al Estado chileno. Su visión política traspasa las fronteras de su territorialidad reconociendo en otros pueblos del territorio de chile, y del mundo a hermanxs explotados, aprendiendo y solidarizándose con sus experiencias de lucha. La segunda, grupos mapuche que postulan una representatividad política dentro del Estado, inclinándose a formar partidos mapuche nacionalistas y tener reconocimiento constitucional, marginando las luchas reales de resistencia mapuche autónomas, a simples grupos minoritarios, por el hecho de no conformarse ni identificarse con la izquierda mapuche, y menos con la socialdemocracia mapuche.

Entendiendo este nuevo contexto, de mapuches partidistas integracionistas, como una situación que se ha dado en otros movimientos de Liberación Nacional del mundo, pero que en Chile es un fenómeno reciente post dictadura Pinochet–democracia. ¿Qué podría comentar o sugerir, desde su conocimiento en experiencias de liberación actuales? ¿Qué ideas podríamos plantear en nuestra propuesta de lucha anticapitalista, mapuche e internacionalista, en apoyo y defensa ante el nuevo pensamiento de algunas comunidades mapuches hermanas?

AMB: La lucha de liberación nacional siempre ha sido vista por parte de un anarquista como fase intermedia, como lucha intermedia. Esto, en mi opinión, sucede también hoy día con la lucha del pueblo mapuche. Ninguna posición política de compromiso tendría que ser aceptada, más que la de una radical y completa liberación respecto al Estado chileno. Se trata de una posición que solo teóricamente es muy simple, pero en lo practico presenta muchas dificultades en cuanto no es aceptada enseguida, sin objeción, por parte de muchas fuerzas que se ilusionan con poder colaborar ,dentro de ciertos límites, con las fuerzas del izquierdismo progresista chileno, para luego alejarse e ir más allá. Se trata una pura ilusión cuantitativa, o sea, que piensan a través de atraerse a cuanta más gente sea posible a su lado para realizar una presión eficaz contra el Estado chileno. Básicamente, ese camino no tiene salida, y el caso irlandés, y muchos ejemplos africanos, están allí para dar testimonio.

Hoy en día, el pueblo Mapuche se encuentra en condiciones bien definidas. Puede entender que la única opción que le queda es la de una clara lucha en contra del Estado chileno y en contra de todos los Estados. De la creación de una entidad mapuche no-estatal en un futuro próximo, libre de la hegemonía chilena, pueden surgir muchas posibilidades de liberación, pero quizás también algunas posibilidades de una nueva forma estatal mas pequeña, y por lo mismo, represiva. No hay que temer, el destino de las luchas de liberación nacionales a menudo es ese. Se tendrá que volver a empezar la lucha en el mismo punto que se dejó, sin miedo y sin contradicciones políticas.
De todas maneras, por el momento no es tanto una cuestión de lo que sucederá después de la “liberación”, sino de aquello que se tiene que hacer hoy, antes de la “liberación”. Y lo que se tiene que hacer hoy corresponde precisamente con la lucha insurreccional anarquista en contra del Estado chileno.

El ataque nihilista

El texto presente fue escrito en los convulsivos días de mi juicio por robo agravado. No quise saber nada al respecto, ni pedí ayuda a nadie para obtener el triunfo.
En mi experiencia, mi modo de actuar fue un intento por negar el Derecho y vivir en la incertidumbre, lo cual hace que estas palabras tengan tanta fuerza.
Dedico este texto a mi afín Maurizio y a todos aquellos que, en el proceso llevado por la monja Manuela Comodi*, se adhirieron al antigiuridismo [antijudicialismo].

 

El ataque Nihilista

Me muevo en las sombras. Siento la percepción de lo eventual como el no camino. Recuerdos vagos. El inseguro paso señala el camino en vertical, delante de mi mismo.

Siento mis pasos en una frenética convulsión del no saber.

Recalco mi espacio esencial y pongo un cerco concéntrico entre el estar temporal y yo.

Me convierto en yo mismo en soledad.

Inseparable en un asunto continuo, en el devenir que aniquila el sumiso redimir de la permanencia del suceso.

¿El suceso está en mi o delante de mi?

La inmediatez se mueve alrededor de mi individualidad.

Mi sombra arma su desasidero misantrópico y expone, en el proyectarse, una luz de continuos reflejos: la luz de la pasividad ama mi sombra. Yo me armo contra ella.

Salgo de un intersticio. Siento voces: lo percibo, quieren mi deseo en el afirmarme. Lejos de todo, estoy al lado de un ángulo escondido en las arterias malolientes de las necrópolis de la sociedad humana.

Me he decidido. Tengo lejos los recuerdos. La pasividad expande su luz y quiere masticar mi esencia.

Estoy impulsado contra ella. He decidido no ceder al “acierto” de reconocer las normas de la sociedad humana.

Cada día es un momento diferente, el espacio que encierra mi avidez de afirmación tiende en un esfuerzo a destruir el pasado de un instante.
El instante negado destruye la normalidad…

En cada ángulo escondido soy mi sombra y esencia volitiva.

Me pongo al centro rompiendo la esperanza de recuerdos insignificantes.

El Templo de la profecía-catalizador de eventos y experiencias -me llama y el Demiurgo (el semi dios de Platón) espera una señal de desesperación.

No cedo. No lo he hecho desde el inicio.

El poder Egoísta ataca y fragmenta a jirones la moral, ni siquiera desea el cadáver aún caliente -para quemarlo y hacerlo cenizas.

En este día salgo al aire libre -celoso de mi sombra- y dedico estas pocas palabras a mis hermanos de sangre y afines indagados por la monja Manuela Comodi.

¡El ataque Nihilista no renuncia y se reivindica en un continuo incidir de las propias pulsiones vitales!

 

Federico Buono

2012

*Juez Operación Thor.

El antifascismo como forma de adhesión al sistema

Introducción. Decir de entrada que tanto el fascismo como el antifascismo han jugado históricamente un papel contrarevolucionario y que ambas han constituido y constituyen una forma de adhesión al capitalismo puede resultar un tanto fuerte o cuando menos extraño. Tratar de argumentar tales afirmaciones o al menos promover un debate sobre un tema tan de moda como el antifascismo es la intención de este artículo.

Revisando, reentendiendo la historia.

Hay quien opina que la historia es la carroña de las sociedades y los historiadores sus forenses. Esa quizás sea la historia con mayúsculas, la de las facultades y bibliotecas, la historia que nosotr*s reivindicamos no es (o no debiera ser) pretenciosamente objetiva, es (o debiera ser) una herramienta crítica para entender el presente y transformarlo. Durante diferentes etapas de la historia las minorías acomodadas han utilizado en momentos de crisis a movimientos folklóricos para mantener sus privilegios, llegando a ceder a estos grupos de presión el poder político. Este es el caso del fascismo en el período de entreguerras. (1) Tras la I Guerra Mundial (14-18) el capitalismo ya no juega un papel progresivo, no desarrolla las fuerzas productivas más que provocando crisis y guerras. En este contexto surgirá el fascismo pero también el antifascismo y ambos con el mismo fin, aunque pueda parecer lo contrario, salvaguardar los intereses del capital imperialista y aplastar al proletariado internacional. La Guerra Civil española ilustra el papel contrarevolucionario del antifascismo a la perfección. El 19 de Julio en diversas ciudades de España l@s obrer@s cortan el paso a la rebelión militar y comienzan una dinámica de expropiación de claro matiz revolucionario. Poco durará el apogeo de este proceso, la misma constitución del Comité de Milicias Antifascistas (organismo interclasista que traslada el protagonismo de las masas a la dirección de las organizaciones) evidencia el ataque de la burguesía antifascista contra el proletariado. El cónclave de Burgos y el gobierno republicano de Madrid son los ejes de una misma pinza que se cierra contra la clase obrera. España no será el escenario de una guerra revolucionaria, ni tan siquiera de una guerra civil, sino el de una guerra imperialista. La burguesía (tanto nacional como internacional) alineada a ambos lados ventila sus cuentas a costa del proletariado. Desde la República se centra el mensaje en una política de guerra. La guerra como forma de reestructuración del modelo capitalista en crisis y aplastamiento de la clase obrera. La guerra en España servirá de laboratorio de pruebas, un anticipo al mismo fenómeno de reestructuración que se vivirá a nivel mundial (II Guerra Mundial). En España se impondrá un modelo capitalista dictatorial (con la complicidad de las democracias occidentales y la URSS), mientras que tras la 11 Guerra Mundial en el resto del mundo se impondrá un modelo capitalista democrático falsamente enfrentado a un supuesto bloque «socialista» antagónico. Tanto el modelo dictatorial como el democrático tienen una misma finalidad: reajustar y mantener el sistema de explotación. Evidentemente España no entrará en el conflicto mundial puesto que el reajuste (vía triunfo dictatorial) se ha producido con anticipación. También es lógico, siguiendo esta argumentación, que las democracias occidentales que decían luchar contra el fascismo no cuestionen el sistema político (fascista) español tras la II Guerra Mundial. En la guerra de España la ideología que se impondrá, como supuesta necesidad ineludible, será el antifascismo: el frentismo y la colaboración de clases incluyendo en esto a las cúpulas (no se les puede llamar de otra manera) de la CNT-FAI y los oportunistas del POUM desmarcándose con ello de una política realmente revolucionaria y plegándose al pragmatismo de una política de guerra. La unidad antifascista no es más que el colaboracionismo de clase. El proletariado en lugar de enfrentarse contra sus enemigos, (la burguesía fascista y antifascista), en una verdadera guerra de clases se verá obligado a hacer de carne de cañón de ambas burguesías con la complicidad de algun*s de sus «dirigentes más avanzados». Los sucesos de mayo en Barcelona se evidencian como el epílogo de un deseo frustrado de comunismo (2) por parte del proletariado. Es a partir de mayo que podemos decir que la burguesía (de la mano de sus aliados estalinistas) ha vencido a una revolución inconclusa (no se tocaron los bancos, no se abolió el dinero, y principalmente no se destruyó el Estado, lejos de eso algunos anarquistas llegaron a convertirse en ministr*s). El cadáver de Camilo Berneri será el estandarte de uno de los crímenes más evidentes del antifascismo. Los obreros españoles fueron machacados bajo la bandera del antifascismo y en definitiva lucharon (sin ser su deseo) por el triunfo del capitalismo. El proletariado internacional bajo la misma bandera antifascista sólo esbozó los trazos de una solidaridad mediatizada. Este sólo podía respaldar a l*s obrer*s españoles mediante acciones de clase dirigidas contra el aparato económico y político del capital. Por eso la ayuda efectiva a la España revolucionaria únicamente residía en el cambio radical a nivel mundial de las relaciones de clase. (3) La Guerra Civil española ejemplariza el nocivo papel del antifascismo. El fracaso de la revolución habría que buscarlo en múltiples causas y no solamente en el antifascismo pero ésta no es la misión del presente articulo.

Fascismo hoy.

Para determinar la función que cumple el fascismo hay que determinar cuál es la realidad en la que se desenvuelve, que evidentemente no es la misma que la de los años 30. La necesidad constante del desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo han llevado a éste a una crisis permanente. La crisis del modelo de desarrollo keynesiano desde principios de los años 70 conducen a una paulatina superación de este modelo (del Estado de Bienestar) y a la paulatina extensión de un nuevo (viejo) modelo de liberalismo. En la actualidad ambos modelos conviven y/o compiten en un marco internacionalizado de la economía de mercado. Este estado de inestabilidad es susceptible de generar graves disfuncionalidades. La sustitución de un modelo en decadencia por uno en auge crea una situación de desprotección y una fuerte resistencia en grandes capas de la sociedad. A esto se añade la supuesta inmigración masiva como causa de disfuncionalidad añadida fruto de la internacionalización de la economía y el incremento de la explotación en los países de la periferia, así como de la marginación de grandes áreas geográficas del mercado-mundo. En resumidas cuentas este es el marco donde situar el fascismo hoy. Su misión en él seria facilitar la transacción de un modelo a otro, desarrollando políticas tendentes no a tomar el poder (no por ahora ) sino a fortalecerlo y totalizarlo por medio de leyes represivas, antiinmigración, etc. que impidan o neutralicen las posibles disfuncionalidades (que se traducirían en revueltas cíclicas o movimientos de resistencia [4]) conservando y manteniendo formas de gobierno formalmente democráticos pero apuntalando el papel represivo del Estado capitalista. El fascismo pues trataría de derechizar la sociedad a la par que desestabilizar para justificar medidas de urgencia por parte del Estado. Por otro lado se vuelve a plantear la dicotomía democracia o fascismo (dos caras del mismo capitalismo) que lleva a reforzar la alternativa democrática frente a la posibilidad fascista saliendo victorioso de este falso enfrentamiento el capital.

Antifascismo hoy.

Entendiendo qué función juega el fascismo en el marco de relaciones sociales y económicas podemos entender la función que juega su anti. El antifascismo hoy adopta (queriendo o sin querer) diversas facetas y funciones:

El antifascismo como actitud estética.

El antifascismo es poco menos que una moda. La falta de análisis, debate y crítica es patente. No se globaliza el problema sino que se trata de atajar sus efectos más palpables (violencia callejera fascista) reproduciendo, en muchos casos, esto mismo (violencia callejera antifascista). Alrededor del antifascismo se crea y recrea una estética pandillera y de escasos contenidos regida por una violencia macarra y estéril. Proliferan grupos, colectivos, plataformas, etc., que tratan de responder a un fenómeno sin analizar sus causas o al menos sin atacar a éstas. Actos a contra o de puro carácter anecdótico como las manis del 20N son moneda habitual. Más allá hay que situar la patética imagen del mata-nazis como figura folklórica del movimiento que en demasiados casos copia actitudes y esquemas mentales de sus presuntas víctimas, en una clara tendencia militarista que puede llegar a prevalecer e involucrar a todo el movimiento.

El antifascismo como lucha de distracción.

El fijar nuestros esfuerzos en la lucha antifascista a nivel parcial nos aleja ineludiblemente de la centralidad de la lucha de clases: crear conciencia y autoorganización de clase. El antifascismo distraería voluntades a una problema concreto fruto de una situación global. Más cuando se cae en dinámicas de represión-acción (difíciles de evitar) que llevan al movimiento a centrar su trabajo en responder a agresiones de grupos fascistas o del aparato represivo del Estado cuando l@s antifascistas son represaliad@s.
El antifascismo como colaboración de clase El lema «tod@s contra el fascismo» puede ejemplarizar una tendencia a la colaboración de clases. La alianza, en plataformas y demás, con fuerzas contrarevolucionarias de la izquierda capitalista es patente en muchos casos. Un lema tan general es asumible desde muchos ángulos, desde la izquierda colaboracionista a la derecha liberal ( no olvidemos que Antena 3 se ha convertido en paladín antifascista) pasando por los grupúsculos oportunistas (los restos del leninismo que combaten el fascismo aquí y apoyan alianzas entre fascistas y «comunistas» en la antigua URSS). La historia vuelve a repetirse con un escenario totalmente distinto al desarrollarse políticas frentistas que implican un reforzamiento del modelo capitalista bajo formas democráticas parlamentaristas. Se vuelve a colaborar con nuestros enemigos de clase socavando nuestros propios intereses para defendernos todos juntos de nuestros enemigos aparentemente más directos y atroces: los fascistas.(5) El resultado es que en lugar de hacer cotidianamente revolución nos hacemos aliados de sus enemigos.

El antifascismo como forma de reforzar al Estado.

Desde grupos antifascistas se reclaman medidas estatales y legales que represalien al fascismo (6): leyes contra los grupos nazis, mayores medidas policiales, altas penas de prisión, etc. La aplicación de tales medidas difícilmente irían a nuestro favor más bien todo lo contrario. Con ello se refuerza el papel del Estado a nivel represor y se fortalece su poder. No deja de sorprender y alarmar que desde nuestras filas se dan armas a nuestro enemigo más señalado: el Estado. Así como se considere que sus leyes puedan ser nuestra salvaguarda contra quienes son ni más ni menos que sus cómplices: fascistas.

Palabras finales.

No se pretende hacer desde este artículo una crítica sanguinaria y sin atenuantes a todos los grupos antifascistas. No se puede pensar que este movimiento sea homogéneo e igualmente criticable pero sí que es necesario empezar a criticar, analizar y en definitiva a pensar la realidad. Globalizar las situaciones para intervenir en la realidad y transformarla es tarea de tod* revolucionari*. De lo contrario podemos caer (aunque sea sin desearlo) en el papel de ser cómplices o compañer*s de viaje del mismo sistema que nos oprime. Tampoco desea este artículo decir que no debemos enfrentarnos al fascismo, pero sí aclarar que esta lucha forma parte (y no la fundamental) del enfrentamiento cotidiano al capital-Estado y no una forma de justificar la existencia de éstos.

SALUD Y ANARQUÍA.

El último de Filipinas.

Alacant. Diciembre 1996.


(1) Son evidentes las similitudes del nazi-fascismo de los años 30 con la toma del poder por Luis Bonaparte «el 18 de Brumario». Así como la organización política del nazi-fascismo con la «Sociedad del 10 de Septiembre» que daba soporte a Bonaparte y la función política dada a ésta dentro del marco de los intereses de la burguesía.

(2) Entendiendo comunismo no desde las estrategias leninistas sino desde su forma integral. Lo que l@|s anarquistas llamamos comunismo libertario.

(3) Sólo unos pocos (Durruti y su grupo «Nosotros» entre otr@s) plantearon de forma teórica extender la revolución a nivel internacional y crear un «efecto dominó».

(4) Revueltas como las de Caracas, el POLL TAX o Los Ángeles. En ellas se evidencia un trasfondo más profundo, de malestar general, más allá de los hechos concretos que sirvieron de detonante.

(5) Este tema se produce en el caso alemán (y no es el único). Los grupos autónomos han llegado a buscar el apoyo en el Partido Socialdemócrata fomentando una especie de unidad antifascista e interclasista.

(6) Este tipo de medidas se reclamaban recientemente en la portada del boletín «No pasarán» del colectivo «Al enemigo ni agua» de Barna. O en el caso Guillén Agulló donde diversos grupos reclaman altas penas de prisión y cumplimiento íntegro de las condenas. Evidentemente había quien discrepaba, como la Asamblea Antifascista de Valencia.

Texto publicado en Ekintza Zuzena nº23

 

 

La noche de los muertos vivientes o, la necesidad de que los muertos entierren a sus muertos

«La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal […] En esas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro […] La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido». [1]

Carlos Marx

Cito extensamente la más lúcida reflexión del mayor de los hermanos Marx, con la intención de señalar, no sólo la validez de tal introspección en nuestros días sino para enfatizar el talante espiritista de los marxianos contemporáneos y de esos antiautoritarios que conducen «sus luchas» con la vista fija en el espejo retrovisor. Lo verdaderamente sorprendente es que se esperen resultados diferentes siguiendo al pie de la letra las mismas instrucciones de antaño, aliándose a una visión «progresista» (positiva) que construye narrativas triunfalistas e inspira películas grotescas (al estilo «Libertarias» [2] ) y culebrones asquerosos (como «Vientos de agua» [3] ).

Hoy, el marxismo y el anarco-comunismo son tradiciones de todas las generaciones muertas que oprimen el cerebro de los vivos y provocan hipoxia, impidiendo la concreción de «algo nunca visto». Lo que nos ratifica que toda tradición se convierte fácil e invariablemente en dogma y ortodoxia. Paradójicamente, se continúa invocando a los espíritus del pasado y se toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus ropajes, para disfrazarse de vejez venerable y repetir por enésima ocasión la arenga con lenguaje prestado, recreando las mismas acciones que condujeron a TODAS las revoluciones por la senda de la «contrarrevolución», imponiendo regímenes fascistas (rojos y/o pardos), erigidos en torno al trabajo y la productividad; o sea, intrínsecamente capitalistas.

Los «comunizadores» (neocomunistas o comunistas), los neosituacionistas, los posanarquistas, e incluso los insurreccionalistas «ortodoxos» [4] , permanecen atrapados en el siglo pasado. Se agarran del pasado para seguir aferrados al «futuro». No entienden que no hay futuro porque el futuro quedó atrás. Pero tampoco se trata de «Volver al futuro» –como la trilogía de Robert Zemeckis– sino de habitar el presente. De vivir intensamente la insurrección cotidiana, de ocupar esos efímeros espacios que permiten avivar el fuego. Pero sin dotar de existencia artificial esos resquicios. Hay que evitar que se conviertan en trincheras. Es decir, en nuevas trampas: falsos agujeros que alientan la visión militarista e impiden que «algo nunca visto» se potencialice. Continuar anclados al análisis en torno a la reestructuración capitalista de las tres últimas décadas del pasado siglo, obstruye la compresión del presente e invita a prolongar el fogueo con balas de salva, frenando el accionar concreto de la subversión contemporánea.

Urge darle el tiro de gracia al siglo XX para sepultar con él todas las ilusiones novecentistas. En ese mismo ataúd, apremia enterrar «nuestra» memoria; es decir, la historia del «movimiento obrero», la historia de las revoluciones y, todas las pulsaciones utópicas que acompañaron a esas narrativas sociales propias de la forma de pensar de otro siglo. Hay que cuestionar las formas de memoria e impulsar el olvido anárquico como parte integral del proyecto de liberación total. Tenemos que inhumar a los muertos y dejar de tropezar con sus leyendas, para permitir que el espectro fluya; esa entidad intangible y sin rostro que es la potencia anárquica: ese espíritu que recorre el mundo, que inquieta, trastorna, irrumpe, violenta.

Urge desalojar la tradición, convencidos que las seguridades de lo sabido no pueden ofrecernos respuestas universales y consoladoras. En su lugar, hemos de promover nuestra capacidad de improvisación, desarrollando la insurrección permanente en entornos constantemente cambiantes dentro del flujo caótico de la vida. Olvidar, aviva la espontaneidad y nos brinda la oportunidad de explorar formas de destrucción más creativas y modos de estar anárquicos en el mundo –que liberen la indisciplina subversiva e infecten de ilegalidad todos los espacios sociales–, actuando como un desencadenante de caos que impida las sistematizaciones formales y la (nueva) normalización. Para estar anarquistas, tendremos que dejar de ser.

En junio de 1958, la Internacional Situacionista ya daba cuenta de la necesidad del olvido y así lo plasmaba en las notas editoriales del primer número de su boletín central: «Los situacionistas se ponen al servicio de la necesidad del olvido. La única fuerza de la que pueden esperar algo es del proletariado, teóricamente sin pasado, obligado permanentemente a reinventarlo todo, del que Marx dijo que “es revolucionario o no es nada”.» [5] Y, para diciembre de ese mismo año, en el editorial de su segundo número, reafirmaban «Nosotros somos partidarios del olvido. Olvidamos nuestro pasado y olvidaremos nuestro presente. No nos reconocemos contemporáneos de quienes se contentan con poco.» Sin embargo, pese al efluvio catalizador que aún conservan estas imágenes, es innegable la poca vocación de olvido que caracterizó a los situacionistas. Varados en la verborrea marxiana, se dedicaron en cuerpo y alma a evocar el pasado, exaltando las trasnochadas propuestas de los consejos obreros como mecanismo único de liberación a través de la autogestión del capital.

Halberstam nos recalca –inmerso en las contribuciones que tensionan la negatividad radical de la baja teoría queer– que, «Podemos desear olvidar la familia y olvidar el linaje, y olvidar la tradición, con el fin de empezar desde un nuevo lugar, no el lugar donde lo viejo engendra lo nuevo, donde lo viejo prepara el terreno de lo nuevo, sino donde lo nuevo empieza de cero, sin las restricciones de la memoria ni de la tradición, y sin pasados que se puedan utilizar.» [6] Hoy, la lucha anárquica – emancipada de pasado y ajena a todos los intentos resucitadores que anhelan repetir hasta el cansancio las revoluciones pasadas–, debe empezar de cero, desprendida del linaje y del lastre de la tradición. La tradición en que aún vivimos, ha buscado por todos sus medios evitar la Anarquía.

Si aspiramos a la destrucción de todo lo existente, habrá que emprender este camino desde un nuevo lugar, no desde aquél idílico paisaje de las ruinas del viejo mundo donde engendraría el nuevo que portamos en nuestros corazones, sino vislumbrando algunas concepciones originales y materializando las acciones necesarias que nos concedan la ruina de la dominación en este instante pero sin albergar esperanzas utópicas. La Anarquía no es el sendero que conduce a la Utopía, como el cristianismo secular decimonónico pretendía hacer creer, promoviendo la fe en una abstracción heredera de las antiguas esperanzas cristianas. La Anarquía da la oportunidad de vivir y concretar la destrucción en presente, a quienes no se dirigen a ninguna parte ni alojan esperanzas en soluciones mediatizadas o en regímenes por-venir en nombre de la libertad y la igualdad. En ese sentido, no puede entenderse como una práctica alternativa o antagonista a la dominación, sino como un «disruptor», un «virus» o un «contaminante». Una suerte de cáncer infiltrante que se contenta cada día con destruir lo «próximo» y no un telos lejano. Lo «próximo», es lo único que tenemos y no lo intangible universal. Pero, destruyendo lo «próximo», de manera simultánea en diferentes regiones del cuerpo social, se provoca la metástasis.

Ésta es la Anarquía realizable: efímera y terrenal, eventual e imperfecta, irregular y compleja. Justo en esa trama, yace la posibilidad de desplegar un paradigma anárquico renovado, capaz de tonificar los músculos de nuevos desarrollos teórico-prácticos con vocación de presente; es decir, conscientes que el pasado es un conjunto de hábitos del que no tenemos nada que aprender y mucho menos que imitar. Le toca entonces a este paradigma demostrar sus preeminencias en términos de actualidad, extensión y profundidad en un nuevo orden tripolar impuesto por el capitalismo hipertecnológico.

Las movilizaciones del hartazgo, la rabia de la desesperanza y, las rebeliones de la miseria, solo reafirman la continuidad de la dominación, es decir, producen más capitalismo. Sólo el fuego podrá obsequiarnos la Anarquía, detentando el peso único de esta palabra. Es decir, sin aproximaciones, sustitutos ni sinónimos que no expresan lo mismo ni se acercan –remotamente– al ímpetu de nuestras pasiones.

Gustavo Rodríguez

Planeta Tierra, 1° de septiembre 2020

Tomado de El Aroma del fuego: La rabia de la desesperanza en un mundo tripolar (Repensar la lucha desde la perspectiva informal anárquica).


[1] Marx, C., El dieciocho brumario de Luis Bonaparte; recogido en Marx, C. y, Engels, F., Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, página 404.

[2] Largometraje español, realizado en 1996, dirigido por Vicente Aranda y basada en la novela La monja libertaria (Planeta,1981) de Antonio Rabinad.

[3] Serie de televisión argentino-española, dirigida por el peronista Juan José Campanella (2006).

[4] La acción insurreccional –por muy emancipadora que parezca desde una óptica subjetiva– se satisface a sí misma pero es incapaz de trascender lo obsoleto, reincidiendo irreflexivamente en gestos caducos.

[5] La lucha por el control de las nuevas técnicas de condicionamiento, Internationale Situationniste, No 1, recogido en Internacional Situacionista. Textos íntegros en castellano de la revista Internationale Situationniste (1958-1968). Vol. 1: La realización del arte (# 1-6), Literatura Gris, Madrid, 1999, p.12.

[6] Halberstam, Jack, El arte queer del fracaso, Editorial Egales, Barcelona/Madrid, 2018. P. 80.