¡Despierta!

No es poco frecuente, en ciertos círculos anarquistas, escuchar llamados para actuar en base a los instintos. Por supuesto que muy pocas personas realmente piensan en lo que hacen, ¿no podría argumentarse que la mayoría de las personas están actuando ya instintivamente? Tal vez –asumiendo que usamos los instintos en todo lo que hacemos– nuestro mayor instinto sea hacer lo más fácil, aquello que implica el menor desafío, por tanto, en la sociedad actual sería adaptarse.

Sin embargo, lo que los defensores del instinto en realidad están pidiendo es que las personas descubran sus deseos y actúen en base a ellos. Pero esto también es demasiado pasivo. Cada sociedad crea en los individuos los deseos –y el modo de desear– apropiados para esa sociedad. Si uno solo descubre los deseos individuales, bien podrían ser únicamente aquellos creados internamente por la formación social, y no sus propios deseos.

Por lo tanto, algún anarquista expresa que conforme a su libertad cumple el deseo de beberse una coca-cola, como si tal deseo no fuera acorde con el consumo mercantilista.

Nosotros, los que deseamos la destrucción de esta sociedad y la creación de nuevas formas de relacionarnos, debemos tomar acciones conscientes y premeditadas, y no seguir pasivamente nada. Tenemos que llegar a ser los creadores de nuestros deseos, crearlos deliberadamente fuera de los moldes del consumo de mercancías. En este sentido, también los límites del automatismo como insurgencia de la vida se hacen evidentes. Sólo hay que observar a los autómatas en las autopistas, en las oficinas y fábricas, o en los centros comerciales, con sus expresiones de acristalamiento, para ver que el automatismo no es suficiente mientras exista esta sociedad. Se crea con demasiada facilidad la banalidad de la costumbre, la repetición de patrones. Lo anterior no implica rechazar el potencial del azar (ni el uso del automatismo como cualquier otra herramienta), sino reconocer la necesidad de apoderarse de ese azar con la conciencia plena que es capaz de captar la inteligencia espontánea del momento y el método, para así actuar en el instante. Hemos sido sonámbulos durante demasiado tiempo… vamos a despertar a la alegría de la aventura, la aventura de la vida insurgente.

Willful Disobedience

Esas cosas que hacemos

Reificación

Del latín “re”, o cosa, reificación significa, esencialmente, cosificación; un poco en el sentido en que Theodor Adorno, entre otros, afirmaba que la sociedad y la conciencia han sido casi completamente cosificadas. A través de este proceso, las prácticas y las relaciones humanas llegan a ser vistas como objetos externos. Lo que está vivo termina siendo tratado como una cosa inerte o abstracción. Se trata de un cambio de los acontecimientos que se experimenta como natural, normal, inmutable.

En Tristes Trópicos Claude Lévi-Strauss ofrece una imagen de este proceso de reificación en términos de atrofia de la civilización occidental: “como un animal viejo cuya espesa piel ha formado una costra imperecedera alrededor de su cuerpo, la cual, al evitar que la piel pueda respirar, termina por acelerar su proceso de envejecimiento” Esta pérdida de sentido, inmediatez y energía espiritual en la civilización occidental constituye igualmente un tema importante en los trabajos de Max Weber, el cual, se interesa también en la reificación de la vida moderna. Que esta falta de vida y de encanto parezcan de algún modo inevitables e inmutables, y sean, en gran parte, admitidas, precisamente, como una concesión, es un importante resultado de la reificación, algo inseparable de ella.

¿Cómo llegaron las actividades y relaciones humanas a separarse de sus sujetos y a adoptar una “vida” como de cosa, por ellas mismas? Y, dada la evidente mengua de la creencia en las instituciones y categorías sociales, ¿qué mantiene unidas las “cosas” en la sociedad cosificada?

En un mundo comprendido de forma creciente por las más rígidas formas de extrañamiento, términos como reificación o alienación ya no se encuentran en la literatura que supuestamente se ocupa de ese mundo. Aquellos que declaran no tener ideologías son a menudo los más constreñidos y determinados por esa ideología dominante que son incapaces de ver, y es posible que el mayor grado de alienación se alcance allí donde la conciencia no llega. El término reificación fue ampliamente usada en la definición que de él dio el marxista Georg Lukacks, a saber: una forma de alienación resultado del fetichismo de la mercancía de las modernas relaciones de mercado. Las condiciones sociales y la situación del individuo se han convertido en una función misteriosa e impenetrable en lo que comúnmente denominamos capitalismo de consumo. Somos aplastados y cegados por la fuerza reificante de la etapa del capital que comenzó en el siglo XX.

Pienso, no obstante, que puede ser útil retomar el término reificación para establecer un significado más profundo y dinámico. Lo simple y directamente humano está siendo en realidad evacuado de un modo tan cierto como que la naturaleza misma ha sido domesticada y convertida en un objeto. En el universo helado de las mercancías, el reinado de las cosas sobre la vida resulta obvio, y la frialdad que Adorno vio en el principio básico de la subjetividad burguesa está alcanza nuevos mínimos.

Pero si la reificación es el elemento central a través del cual la forma mercancía impregna toda la cultura, es también mucho más que eso. Kant conoció el término, y fue Hegel, poco después, quien hizo un mayor uso de él (y de la objetivación, su equivalente aproximado). Él descubrió una ausencia radical del ser en el corazón del sujeto; es aquí donde podemos indagar fructuosamente.

El mundo se nos presenta por sí mismo – y nosotros lo re-presentamos. Pero, ¿de dónde viene la necesidad de hacer esto? ¿Sabemos lo que realmente simbolizan los símbolos? ¿Será cierto que deben ser poseídos y no representados?. Los signos son, básicamente, señales, esto es, correlativos; los símbolos, sin embargo, son sustitutivos. Como explica Husserl, “el símbolo existe efectivamente en el momento en que se introduce algo más que vida” Es posible que la reificación sea el corolario inevitable, o un subproducto, de la simbolización misma.

Como mínimo, parece haber fundamentos reificados en todas las estructuras de dominación. Calendarios y relojes formalizan e incluso reifican el tiempo, el cual fue, probablemente, la primera reificación de todas. Una estructura social dividida supone un mundo reificado principalmente, porque es una estructura simbólica de roles e imágenes, no de personas. El Poder cristaliza en las redes de dominación y jerarquía tan pronto como la reificación entra a formar parte de la ecuación. En el productivista mundo actual, la extrema división del trabajo alcanza plenamente su significado original. Cada vez más pasivos y faltos de sentido, nos reificamos sin parar en nosotros mismos. Nuestro creciente empobrecimiento nos aproxima a aquella condición en la que apenas somos meras cosas.

La reificación permea la cultura posmoderna, en la cual sólo las apariencias cambian y parecen estar vivas. Lo espantoso de nuestra posmodernidad puede ser visto como un destino de la historia de la filosofía, un destino que va más allá de ella. La historia, como tal historia, comienza como una pérdida de integridad, como la inmersión en una trayectoria externa que desgarra el yo en partes. La negación de la elección humana y de su efectivo ejercicio es tan vieja como la división del trabajo; sólo su drástico desarrollo o plenitud es nuevo.

Hace unos 250 años el romántico alemán Novalis se lamentaba porque “el sentido de la vida se ha perdido” El cuestionamiento generalizado del sentido de la vida sólo puede aparecer en torno a este momento -justo cuando el industrialismo realiza su más temprana irrupción. Desde entonces, la erosión del sentido se ha acelerado rápidamente, recordándonos que la función sustitutiva de la simbolización es también una prótesis. El reemplazamiento de la vida por lo artificial, como la tecnología, implica una cosi-ficación. La reificación es también, al menos en parte, un imperativo técnico.

La tecnología es “la habilidad para organizar hasta tal punto el mundo, que no necesitamos experimentarlo”. Se supone que debemos negar lo que hay de vivo y natural en nuestro interior para asentir a la dominación de la naturaleza no-humana. La tecnología se ha convertido, sin lugar a dudas, en el gran vehículo de la reificación. Sin olvidar que está inmersa y encarna una esfera del capital, la reificación nos subordina a nuestras propias creaciones objetivadas. “Las cosas están en el poder y conducen la humanidad” señaló Emerson a mediados del siglo XIX. No se trata de un giro reciente de los acontecimientos; refleja, más bien, el código maestro de la cultura ab origino. La separación de la naturaleza, y su consiguiente pacificación y manipulación, hace que uno se pregunte, ¿está desvaneciéndose el individuo? ¿ha sido la cultura misma la que ha puesto esto en marcha? ¿cómo es posible que una expresión tan reificada como “Los niños son nuestro más preciado recurso” no le parezca a todo el mundo repugnante?

Somos cautivos de mucho más que lo meramente instrumental, alimento para el funcionamiento de otros objetos manipulables, pero también de lo continuamente simulado. Nos hayamos exiliados de la inmediatez, en un espacio descolorido y aplanado en el que el pensamiento lucha por desaprender su alienado condicionamiento. Merleau-Ponty falló en su búsqueda pero, al menos, ayudó a encontrar una ontología primordial de la visión anterior a la ruptura entre sujeto y objeto. Es la división del trabajo, y sus resultantes formas conceptuales de pensamiento, lo que permanece invariable, retrasando el descubrimiento de la reificación y del pensamiento reificado.

Después de todo, es nuestra forma entera de conocer lo que ha sido deformado y disminuido, y esto debe ser entendido como tal. La “inteligencia” es ahora una externalidad a medir, equiparable a la pericia para manipular símbolos. La filosofía se ha convertido en la racionalización más elaborada de la reificación. Y de un modo más general, el ser mismo es constituido como experiencia y representación, como sujeto y objeto. Esta conclusión debe ser criticada de un modo tan fundamental como sea posible. El elemento vivo, activo, del conocimiento, debe ser desvelado, por debajo de la reificación que lo enmascara. El conocimiento, a pesar de la ortodoxia contemporánea, no es computación. El filósofo Ryle vislumbró que la forma de pensamiento más básica puede ser aquella que no cuenta con representación simbólica. Nuestras nociones de la realidad son producto de un sistema simbólico construido, cuyos componentes se han solidificado a lo largo del tiempo en reificaciones y objetivaciones, del mismo modo en que la división del trabajo fundió la dominación de la naturaleza y la domesticación del individuo.

El pensamiento capaz de producir cultura y civilización es distante, no sensorial. Se abstrae del sujeto y deviene un objeto independiente. Eso quiere decir que las sensaciones son mucho más resistentes a la reificación que las imágenes mentales. El discurso platónico es un primer ejemplo de pensamiento que procede a expensas de los sentidos, mediante la separación radical entre percepciones y conceptos. Adorno llama la atención sobre una variante más saludable, cuando observa que en los escritos de Walter Benjamin “el pensamiento acosa al objeto, como si tocándolo, oliéndolo, probándolo, quisiera transformarse a sí mismo”. Y Le Roy está probablemente muy cerca de este indicio cuando dice que “renunciamos a la concepción sólo para querer la percepción”. Históricamente determinado, en el sentido más profundo del término, el aspecto reificado del pensamiento es una “desventura” cognitiva más.

Husserl, entre otros, concibió la representación simbólica como originalmente diseñada para ser un suplemento temporal de la auténtica expresión. La reificación entra en escena, de forma un tanto paralela, cuando la representación pasa del estatus de noción usada para propósitos específicos al de objeto. Sean o no adecuadas estas tesis, parece, al menos, evidente que existe una fisura ineluctable entre la abstracción del concepto y la riqueza de la red de fenómenos. En este sentido es importante la conclusión de Heidegger de que el auténtico pensamiento es “no-conceptual”, una especie de “escucha reverencial”.

Siempre de la mayor relevancia es la violencia que un ethos pertinazmente invasor perpetra contra la experiencia vivida. Gilbert Germain ha comprendido cómo el ethos promueve decididamente un “olvido de la relación entre el pensamiento reflexivo y la experiencia perceptual directa del mundo del que éste proviene y al cual debería volver”. Y Engels apuntó de pasada que “la razón humana se ha desarrollado de acuerdo con la alteración humana de la naturaleza”, una manera suave de referirse a la relación entre objetivación, razón instrumental y la progresiva reificación.

En cualquier caso, el pensamiento de la civilización ha trabajado para reducir la abundancia que todavía se las arregla para rodearnos. La cultura es una pantalla a través de la cual nuestras percepciones, ideas y sentimientos son filtrados y domesticados. De acuerdo con Jean-Luc Nancy, la cosa más importante que representa el pensamiento representacional, es su límite. Heidegger y Wittgenstein, posiblemente los pensadores más originales del siglo XX, terminaron, siguiendo estas líneas de pensamiento, negando la filosofía. El reificado mundo de la vida elimina progresivamente lo que lo cuestiona. La literatura sobre la sociedad produce cada vez menos cuestiones básicas sobre la sociedad, y el sufrimiento del individuo es ahora raramente tenido en cuenta para nivelar esta sociedad incuestionada. La desolación emocional es vista casi completamente como un efecto de anormalidades cerebrales o químicas “naturales”, sin que tenga nada que ver con el contexto destructivo en el que el individuo, generalmente, ha soportado su condición narcotizada.

En un nivel más abstracto, la reificación puede ser neutralizada confrontándola con la objetivación, la cual es definida de un modo que pone a ésta en tela de juicio. En este sentido, la objetivación pretende significar una conciencia de la existencia de sujetos y objetos, y el hecho de ser uno mismo tanto sujeto como objeto. Hegel, en esta línea, se refiere a ella como la esencia última del sujeto, sin la cual no puede haber desarrollo. Adorno veía en una cierta reificación un elemento necesario en el necesario de objetivación humana. Al volverse más pesimista a cerca de la realización de una sociedad desreificada, Adorno usa reificación y objetivación como sinónimos, consumando una retirada desmoralizada de la diferencia que, sin duda, cada término reclama.

Creo que puede ser instructivo aceptar los dos términos como sinónimos, no para terminar aceptando ambos, sino para considerar la idea de exploración de la alienación. Dicha alienación requiere una alienación del sujeto con respecto al objeto, la cual es fundamental, parecería, para el propósito de reconciliarlos. ¿Cómo fui a parar a este horrendo presente, definible como una condición en la cual el sujeto reificado y el objeto reificado se oponen mutuamente? ¿Cómo es que, como William Desmond estableció, “la intimidad del ser es disuelta en la antítesis moderna de sujeto y objeto”?.

Del mismo modo que el mundo es modelado por medio de la objetivación, así ocurre con el sujeto: percibe el mundo como un campo de objetos abiertos a la manipulación. La objetivación se presenta como la base para la dominación de la naturaleza, como su otro externo, alienado. Aún más claro es el uso del término por Marx y Lukacs, como el camino natural por el cual los humanos dominan el mundo.

El movimiento que va de los objetos a la objetivación, de la realidad a las construcciones de la realidad, es también el movimiento hacia la dominación y la mixtificación. La objetivación es el punto de despegue de la cultura, en el que la domesticación se hace posible. Alcanza su máximo potencial con la división del trabajo; el principio del intercambio mismo se mueve en el nivel de la objetivación. Los trabajos de Kafka, por otro lado, describen el resultado de la objetivación de la lógica cultural, con su asombrosa ilustración de un paisaje reificado que aplasta al sujeto.

La representación y la producción son los planes de la reificación, la cual consolida y extiende su imperio. Por último, la orientación distanciadora, domesticadora, de la reificación decreta la creciente separación entre unos sujetos reducidos, endurecidos, y un campo de la experiencia igualmente objetivado. Como dice la corriente situacionista, hoy el ojo sólo ve cosas y sus precios. La génesis de esta perspectiva es mucho más antigua de lo que su formulación denota; el proyecto de desobjetivación puede obtener fuerza de la condición humana que prevalecía antes del desarrollo de la reificación. Se requiere un “futuro primitivo” donde una vida enredada con el mundo, y una fluida, íntima, relación con la naturaleza, reemplazará el cosificado reino de la civilización simbólica.

El síntoma más temprano de la vida alienada es la muy gradual aparición del tiempo. Como primera y más primordial reificación, el tiempo es virtualmente sinónimo de alienación. Ahora estamos tan profundamente acostumbrados y regulados por este “ello”, el cual, por su puesto, no tiene una existencia concreta, que pensar en una época precivilizada, fuera del tiempo, es extremadamente difícil.

El tiempo es el síntoma de los síntomas por venir. La relación entre sujeto y objeto debe haber sido radicalmente diferente antes de que la distancia temporal llegara a la psique. Ha venido a colocarse sobre nosotros como una cosa externa – antecesor del trabajo y de la mercancía, separada y dominante como fue descrito por Marx. Esta fuerza de des-representación implica que la des-reificación significaría un retorno al presente eterno en el que vivíamos antes de entrar en la fuerza atractiva de la historia.

E. M. Cioran se pregunta: “¿Cómo puede contribuirse a rechazar lo absurdo del tiempo, su marcha hacia el futuro, y todos los sin sentidos sobre la evolución y el progreso? ¿Por qué ir hacia delante? ¿Por qué vivir en el tiempo?” La petición de Walter Benjamin de romper la reificada continuidad de la historia, estaba basada, de un modo un tanto parecido, en su anhelo por la integridad y unidad de la experiencia. En un determinado punto, el momento mismo se vuelve importante y no cuenta con otros momentos “en el tiempo”.

El reloj fue, por supuesto, el que consumó la reificación, disociando el tiempo de los acontecimientos humanos y los procesos naturales. Entonces, el tiempo era completamente exterior a la vida y estaba encarnado en el primer artilugio completamente mecánico. En el siglo XV Giovanni Tortelli escribió que el reloj “parece estar vivo, ya que se mueve por su propio impulso” El tiempo había pasado a medir sus contenidos, ya los contenidos no miden el tiempo. Solemos decir que “no tenemos tiempo”, pero es la reificación básica, el tiempo, el que nos tiene a nosotros.

La vida fragmentada no puede convertirse en la norma sin la victoria anterior del tiempo. La complejidad, particularidad y diversidad de todas las criaturas vivientes no puede perderse en el territorio estandarizado de lo cuantitativo sin esta objetivación clave. La pregunta por el origen de la reificación es una cuestión apremiante que rara vez ha sido perseguida de un modo suficientemente profundo. Un error frecuente ha sido confundir inteligencia con cultura; es decir, la ausencia de cultura es vista como equivalente a la ausencia de inteligencia. Esta conclusión se agrava aún más cuando la reificación es vista como inherente a la naturaleza del funcionamiento de la mente. Desde Thomas Wynn y otros, sabemos ahora que los humanos pre-históricos eran nuestros iguales en inteligencia. Si la cultura es imposible sin objetivación, de ello no se desprende que ésta sea inevitable, o deseable. Pese a lo receloso que era Adorno con la idea de los orígenes, admitió que, en sus orígenes, la conducta humana no contenía la objetivación. De un modo similar, Husserl fue capaz de referirse a la integridad primordial de todas las conciencias antes que a su disociación.

Captar este tipo de vida se ha probado, a lo sumo, como esquivo. Lévi-Strauss comenzó su trabajo antropológico con tal cuestión en mente: “Había estado buscando una sociedad reducida a su expresión más simple. Esta de los nambikawara era tan perfectamente simple que todo lo que podía encontrar eran existencias humanas”. En otras palabras, en realidad estaba buscando cultura simbólica y se veía mal equipado para reflexionar sobre el significado de su ausencia. Herbert Marcuse quería que la historia de la humanidad se amoldara a la naturaleza como una armonía sujeto-objeto, pero sabía que la “historia es la negación de la naturaleza”. La perspectiva posmoderna celebra positivamente la presencia reificante de la historia y la cultura negando la posibilidad de que un estadio pre-objetivacional haya existido nunca. Habiendo sido vencidos por la representación- y el resto de los presupuestos de la esterilidad del pasado, el presente y el futuro- difícilmente podría esperarse que los posmodernistas exploraran la génesis de la reificación.

Si no la reificación original, el lenguaje es la más importante en sus consecuencias, como piedra de toque de la cultura representacional. El lenguaje es la reificación de la comunicación, un movimiento paradigmático que determina cualquier otra separación de la mente. La variación que presenta el filósofo W.V. Quine con respecto a esto, es que la reificación aparece con la pronunciación.

“En el principio era el verbo”, el principio de todo esto, que nos está matando, limitando nuestra existencia a muchas cosas. Corolario de la simbolización, la reificación es una esclerosis que asfixia aquello que tiene vida, que es abierto, natural. En el lugar de la existencia se eleva el símbolo. Si nos resulta imposible coincidir con nuestro ser, arguye Sartre, en El ser y la nada, entonces lo simbólico es la medida de esta falta de coincidencia. La reificación sella el pacto, y el lenguaje es su uso universal.

Una mediación simbólica exhausta, que cada vez tiene menos que decir, prevalece en un mundo donde la mediación es ahora vista como el hecho central, incluso determinante, de la vida. En una existencia sin vitalidad o sentido, no queda nada más que el lenguaje. La relación del lenguaje con la realidad ha dominado la filosofía durante el siglo XX. Wittgestein, por ejemplo, estaba convencido de que la fundación del lenguaje y del significado lingüístico es la base primordial de la filosofía.

Este “giro lingüístico” se muestra aún más profundo si consideramos la totalidad de sentidos específicos del lenguaje, incluyendo su impacto original como un radical cambio de rumbo. El lenguaje ha sido fundamental para la obligación de objetivarnos a nosotros mismos, en un medio que crecientemente nos resulta ajeno. Así, para Heidegger resulta absurdo decir que la verdad sobre el lenguaje es que éste se resiste a ser objetivado. El acto reificante del lenguaje empobrece la existencia mediante la creación de un universo de significado suficiente en sí mismo. El caso extremo de “suficiente en sí mismo” es el concepto de “Dios”, y su definición última es, de modo revelador, “Yo soy el que soy” (Éxodo 4:14): Hemos llegado a considerar la naturaleza separada, auto-inclusiva de la objetivación, como la cualidad más alta, por lo que parece, en vez de cómo la degradación de lo “meramente” contingente, relacional, conectado.

Hace tiempo que ha sido reconocido que el pensamiento no es dependiente del lenguaje, por más que el lenguaje limite las posibilidades de pensamiento Gottlob Frege se preguntaba, si es posible pensar de un modo no reificado, ¿cómo se explica el que el pensamiento pueda siempre ser reificado?. La respuesta no se encontraría en el campo elegido por él, la lógica formal.

En realidad, el lenguaje ha de proceder como un objeto externo al sujeto, y moldea nuestro proceso cognitivo. La teoría psicoanalítica clásica ignora al lenguaje, pero Melanie Klein estudia la simbolización como un precipitante de la ansiedad. Traduciendo la intuición de Klein en términos culturales, la ansiedad por la erosión de un mundo no-objetivado, provoca el lenguaje. Experimentamos “la urgencia de empujar contra el lenguaje” cuando sentimos que hemos renunciado a nuestras voces, y son dejadas sólo con el lenguaje. Lo enorme de esta pérdida es sugerido en la definición de C.S. Pierce del “sí mismo” como consecuencia de la simbolización; “mi lenguaje”, al contrario, “es la suma total de mi ser mismo”, concluyó. Dada esta clase de reducción, no es difícil estar de acuerdo con Lacan en que la iniciación en el mundo simbólico genera una persistente añoranza que procede de la ausencia del mundo real. “La expresión hablada no es más que un sustituto”, escribió Joyce en Finnegaan’s Wake.

El lenguaje refuta toda apelación a lo inmediato desacreditando lo singular e inmovilizando lo móvil. Sus elementos son entidades independientes de la conciencia que los pronuncia, los cuales, en cambio, agobian dicha conciencia. De acuerdo con Quine, esta reificación juega un papel en la creación de un “sistema estructurado del mundo”, impidiendo las libres intenciones de la pura experiencia. Quine no reconoce los aspectos que limitan su proyecto. En su incompleto trabajo final, el fenomenólogo Merleau-Ponty comienza a explorar cómo el lenguaje disminuye una riqueza original, cómo, en realidad, trabaja contra la percepción.

En efecto, el lenguaje, como un medio separado, facilita un sistema estructurado, basado en sí mismo, que se enfrenta a la anárquica “libertad de fines” de la experiencia. Lo consigue, básicamente al servicio de la división del trabajo, evitando el aquí y ahora de la experiencia. “Ver es olvidar el nombre de la cosa que uno ve”, una afirmación anti-reificación de Paul Valéry, nos sugiere cómo las palabras se interponen en el camino de la aprehensión directa. Los murngin del norte de Australia ven el acto de dar nombre como una especie de muerte, como la pérdida de una integridad original. Un movimiento de pivote de la reificación tuvo lugar cuando sucumbimos a los nombres y nuestros nombres llegaron a ser inscritos en cartas. Quizá cuando más necesidad tenemos de expresarnos por nosotros mismos, entera y completamente, es cuando el lenguaje más claramente revela su reductiva e inarticulada naturaleza.

El lenguaje mismo corrompe, como declaró Rousseau en su famoso sueño de una comunidad despojada de él. El camino más allá de la aceptación de la reificación implica romper con el viejo hechizo de la representación.

Otro camino básico de la reificación es el ritual, el cual se origina como medio de inculcar el orden conceptual y social. El ritual es un esquema de acción objetivado, incluyendo una conducta simbólica que estandarizada y repetitiva. Esta es la primera fetichización de la cultura, y apunta de un modo decisivo hacia la domesticación. En relación a esto último, el ritual puede ser visto como el modelo original de calculabilidad de la producción. Siguiendo estos argumentos, Georges Condominas cambió la distinción comúnmente hecha entre ritual y agricultura. Su trabajo de campo en el Sureste asiático le permitió ver el ritual como un componente integrante de la tecnología de la agricultura tradicional

Mircea Eliade ha descrito los ritos religiosos como reales sólo hasta el punto en que imitan o repiten simbólicamente algún tipo de evento arquetípico, añadiendo que la participación sólo es sentida como genuina hasta el punto de esa identificación; esto es, sólo hasta el punto en que el/la participante deja de ser él mismo o ella misma. De este modo, el repetitivo acto ritual está estrechamente relacionado con la esencia despersonalizadora y devaluadora, de la división del trabajo y, al mismo tiempo, se acerca a una virtual definición del proceso mismo de reificación. Perderse uno mismo sometiéndose a un acontecimiento anterior, congelado: llegar a reificarse, algo que debe su supuesta autenticidad a alguna reificación anterior.

La religión, como el resto de la cultura, brota de la falsa idea de la necesidad de luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Los poderes de la naturaleza son reificados, junto con aquellos de sus equivalentes religiosos o mitológicos. Desde el animismo al deísmo, lo divino se desarrolla contra un mundo natural descrito como amenazador y caótico. J.G. Fraizier vio los fenómenos religiosos y mágicos como “la conversión consciente de lo que ha sido hasta ahora considerado como ser viviente, en substancias impersonales”. Deificar es reificar, y un descubrimiento realizado por el arqueólogo Juan Vadeum en noviembre de 1997, nos ayuda a situar el contexto de domesticación de este movimiento. En Chiapas, México, Vadeum encontró cuatro tallas de piedra mayas que representan los “abuelos” originales del poder y la sabiduría. Significativamente, estas figuras de importancia seminal para la religión y la cosmología mayas simbolizan la guerra, la agricultura, el comercio y los tributos. Como apuntó Feuerbaach, todo paso importante en la historia de la civilización humana empieza con la religión, y la religión sirve a la civilización tanto sustantiva como formalmente. En su aspecto formal, la naturaleza reificada de la religión es la contribución más potente de todas.

El arte es la otra temprana objetivación de la cultura, la cual es la que lo convierte en una actividad separada y le otorga realidad. El arte es también una cuasi-utópica promesa de felicidad, siempre incumplida. La traición reside en gran parte en la reificación. De acuerdo con Heiddeger, “ser una obra de arte significa fundar un mundo” pero este contra-mundo es impotente contra el resto del mundo objetivado del cual forma parte.

Georg Simmel describió el triunfo de la forma sobre la vida, el peligro que representa para la individualidad el sometimiento a la forma. El dualismo de la forma y el contenido es el anteproyecto de la reificación misma, y participa en las divisiones básicas de la sociedad de clases. En lo básico, hay una similitud abstracta y de algún modo estrecha en todas las manifestaciones estéticas. Ello es debido a una severa restricción de lo sensual, enemigo número uno de la reificación. Y, rememorando a Freud, es la represión del Eros lo que hace posible la cultura. ¿Puede ser casualidad que los tres sentidos excluidos del arte- tacto, olfato y gusto- sean los sentidos del amor sensual?.

Max Weber reconocía que la cultura “aparece como la emancipación del hombre del ciclo orgánicamente prescrito de la vida natural. Por esta razón,” continuaba, “todo paso delante de la cultura, parece condenado a conducir a una pérdida de sentido aún más devastadora”. A la representación de la cultura le sigue el placer por la representación, que reemplaza al placer por sí mismo. El deseo de crear cultura ignora la violencia en y de la cultura, una violencia que es inevitable dadas las bases del a cultura en la fragmentación y la separación.

Para Homero, la idea de la barbarie era inseparable de la ausencia de agricultura. Cultura y agricultura han estado siempre relacionadas por su base común de la domesticación; perder lo natural que hay dentro de nosotros es perder la naturaleza que está fuera. Uno deviene una cosa con el propósito de dominar las cosas.

Hoy día la cultura del capitalismo global abandona su pretensión de ser cultura, al mismo tiempo que la producción de cultura excede la producción de bienes. La reificación, el proceso de la cultura, domina cuando todo espera la naturalización, en un entorno constantemente transformado que es “natural” sólo en el nombre. Los objetos mismos –e incluso las relaciones “sociales” entre ellos- son vistas como reales sólo en tanto que son reconocidos como existentes en el espacio mediático o en el ciberespacio.

Una reificación que domestica lo representa todo; incluyéndonos a nosotros, sus objetos. Y esos objetos poseen cada vez menos originalidad o aura, como han planteado muchos comentaristas desde Baudelaire y Morris a Benjamin y Baudrillard”. “Ahora se esparcen desde América cosas vacías e indiferentes, cosas falsas, una vida postiza”, escribió Rilke. Mientras tanto todo el mundo natural se ha convertido en un mero objeto.

La práctica posmoderna separa las cosas de su historia y contexto, como en el recurso de insertar “comillas” o elementos arbitrariamente yuxtapuestos de otros períodos en la música, la pintura o las novelas. Eso da a los objetos una cierta autonomía desarraigada, mientras que los sujetos tienen poca o ninguna.

Parecemos ser objetos destruidos por la objetivación, con nuestra grandeza y autenticidad perdidas. Somos como el esquizofrénico que se ve a sí mismo activamente como a una cosa.

Hay una frialdad, incluso una falta de vida, cada vez más imposible de negar. Una palpable situación de “algo ausente” es inherente al indiscutible empobrecimiento de un mundo que se objetiviza a sí mismo. Nuestra única esperanza puede residir, precisamente, en el hecho de que la locura del conjunto es sólo aparente.

Todavía sostienen algunos que la reificación es una necesidad ontológica en un mundo complejo, lo cual es exactamente lo significativo. El acto de des-reificación debe ser la vuelta a una vida simple, no dividida. La vida congelada y disimulada en las cosas no puede volver a despertar sin una vasta de-construcción de este cada vez más estandarizado, masificado, extraviado mundo.

Hasta fecha muy reciente –hasta la civilización- la naturaleza fue un sujeto, no un objeto. En las sociedades de cazadores-recolectores no existía una división estricta o una jerarquía entre lo humano y lo no humano. Es preciso restaurar la naturaleza participativa de las conexiones desvanecidas, aquella condición en que el sentido estaba vivo, no objetivado en una cuadrícula de cultura simbólica. La visión tan positiva que tenemos ahora de la prehistoria supone una perspectiva de recuerdo anticipatorio: ahí está el horizonte de la reconciliación sujeto-objeto.

Esta anterior participación con la naturaleza es el reverso de la dominación y el distanciamiento que se encuentra en el corazón de la reificación. Nos recuerda que todo deseo es un deseo de relación, tanto reciproca como animada. Hacer de ello algo cercano, o presente, constituye un proyecto práctico gigantesco, que pondrá fin a esta época oscura.

John Zerzan

 

 

 

 

¿Acabar con la humanidad para acabar con el dominio? Sobre la corriente misantrópica en entornos anárquicos.

“Los humanos son una enfermedad. Son el cáncer de este planeta. Son una plaga. Y nosotros somos la única cura”

(Agente Smith-Matrix)

En su momento ya bosquejamos una crítica (1) a la tendencia ecoextremista y a varios de sus derivados, particularmente sobre aquellas características autoritarias y la defensa a un pensamiento sagrado cuasi-religioso que, como antiautoritarixs, tanto asco nos produce.

La elaboración de aquel artículo buscó centrarse principalmente en aquellos aspectos que nos parecían claves a profundizar para develar la reproducción de aquello que despreciamos profundamente, pero sin lugar a dudas no fue lo único que se ha escrito. En simultaneo, desde distintos territorios, se ha seguido reflexionando y criticando a la especificidad del ecoextremismo(2) en sus distintas versiones. Escritos que lejos de buscar mostrar un anarquismo bueno, positivo o ciudadanista, persiguen afilar el ejercicio de praxis anárquica ofensiva.

En este escrito buscaremos profundizar sobre otro aspecto que podemos identificar en esta misma tendencia, pero que para ser honestxs, también la excede con creces. No nos centraremos en algún grupo, revista, página web, publicación o sigla promocional en específico sino que a una forma de comprender y de referirse sobre este mundo. Estamos hablando de la tendencia misantrópica y sus derivados.

No es menos cierto que a la hora de abordar estas temáticas una sensación de absurdo nos invade en el propio ejercicio de plasmar en el papel y sistematizar aquella serie de ideas, visiones o sentires que se manifiestan contrarios a la humanidad y al ser humano(3). De cualquier forma, nos esforzaremos ya que consideramos relevante la arista misantrópica, debido a las innumerables tensiones generadas al interior de espacios anárquicos y la expansión de estos planteamientos como supuesta radicalidad.

Se hace necesario constatar la amplia – más no profunda- difusión de esta tendencia representada, principalmente, en consignas de lugares comunes tales como: Humano Plaga, Humano Basura o Anti-humano. Estas expresiones son posibles de observar en discursos, textos, músicas, consignas, rayados callejeros, murales, actitudes, comentarios, entre tantas otras cosas. Sumado a la difusión de la fraseología en cuestión, es posible observar cierta lógica de desprecio por cualquier sujeto ajeno a lxs misántropxs, como también una desproporción a la hora de ejercer violencia aduciendo únicamente la condición de “humano” del adversario como argumento para incrementar la escala de confrontación, expresiones que se pueden observar tanto en situaciones cotidianas como en ataques indiscriminados.

La misantropía ha encontrado cierta aceptación en algunos de los espacios antiautoritarios en Chile, México, Argentina y España, por mencionar algunos lugares. Desde este espacio buscamos aportar a discutir y profundizar el tema para superar aquellas posiciones y estéticas de pretendida radicalidad que se expanden en medio de la falta de reflexión y escasa proyectualidad, haciendo que se digieran discursos como si de comprar las últimas mercancías de moda se tratase. Nuestro interés no lo ocultamos: buscamos que estas palabras se traduzcan en un aporte a la destrucción de este mundo, el ataque a la autoridad y la cualificación de nuestras negaciones.

¿Misantropía?: ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? Para evitar confusiones y buscando aclarar el punto que nos interesa reflexionar, vale la pena señalar que no nos referimos en ningún caso a la crítica a la tecnología, la civilización, el rechazo al especismo o antropocentrismo. Cuando nos referimos a las tendencias misantrópicas, necesitamos hacer una pausa para explicar su definición desde lo simple a lo complejo.

La misantropía puede ser definida etimológicamente desde el griego “miso”: “yo odio”, y “anthropos”: “hombre, ser humano”. Esta explicación, si bien nos da una importante pista, requiere ser profundizada ya que las palabras y sus significados poseen una trayectoria, uso, reapropiaciones y apropiaciones por parte de quienes la usen. Las tendencias misantrópicas no se refieren al rechazo de individuos concretos, a sectores, posiciones, actitudes, dinámicas de individuos o estadios de la humanidad, sino al ser humano en su conjunto. La humanidad en su totalidad y con cada una de sus expresiones es comprendida como algo despreciable que amerita el completo rechazo y negación.

Lejos de ser un pobre guión de película extraterrestre de bajo presupuesto, las ensoñaciones en que se expresa la misantropía dicen relación con el exterminio y la destrucción de la humanidad. En la actualidad, podemos encontrar referencias a estas posturas dentro de entornos ácratas, donde buscando dar un falso “salto”, ya no se plantean el combate al Estado, la autoridad o el dominio en su conjunto, sino que a la humanidad. Esta supuesta radicalidad se encuentra plagada de lugares comunes que no solo no profundizan nada, sino que comparten y coinciden en análisis con sectores históricamente reaccionarios.

Puede que estas expresiones sean completamente irrelevantes, a pesar de su extensión y nulo desarrollo, pero aun así tampoco podemos negar las referencias continuas que se hacen en varios círculos de compañerxs que, sin mayor profundidad o, inclusive, comprensión a la hora de repetir poses y consignas, posibilitan posiciones reproductoras de la autoridad que varixs combatimos.

Reciclando lógicas del dominio y la autoridad

Las expresiones misantrópicas han terminado reciclando los métodos del autoritarismo más clásico. Desde hace siglos, Tomas Hobbes ha sido uno de los autores y piedra fundamental para legitimar algunas figuras de autoridad, tal como el Estado o la propia sociedad. Hobbes acuña el conocido razonamiento de que “El hombre es el lobo del hombre”, para hablar de una supuesta naturaleza humana intrínsecamente dañina y en conflicto entre todos los sujetos. Ante este escenario se haría imprescindible conformar una institución que permita arbitrar las hostilidades permanentes del ser humano y los individuos. Es así como el Estado se levanta como parte del gran contrato social.

Los discursos más conservadores y clásicos son repetidos rítmicamente por los misántropos, la “naturaleza humana” es dañina y nefasta en sí misma. Compartiendo el diagnóstico dan una vuelta en la solución, ya no es necesario un Estado para constituir la sociedad, sino que la única solución posible y deseable es la destrucción de la humanidad para acabar con “todo mal”.

Al esencializar y naturalizar conductas se busca totalizar mediante concepciones morales para legitimar cualquier posición. Esta falacia se ha usado continuamente para construir o enarbolar distintos “proyectos” de sociedad o, en este caso, de exterminio de especie. Que el ser humano sea malo o bueno, es simplemente un mito filosófico para buscar construir proyectos, estructuras o designios, transformándose en el placebo y coartada justificativa de cualquier quehacer.

Las expresiones totalizantes sobre la humanidad de lxs misántropxs se reiteran desde distintos argumentos encajando perfectamente con lo planteado por Thomas Malthus. El diagnóstico parece que vuelve a compartirse con aquellos iconos del autoritarismo. La tristemente célebre teoría malthusiana, se cimienta en una supuesta ecuación que ha calado fuertemente en el llamado “sentido común”, donde se indica que el crecimiento de la población humana solo traería un empobrecimiento de la misma, llevando a su pronta extinción en la miseria. Malthus, cual Nostradamus, llegó incluso a indicar como fecha para la extinción de la humanidad para 1880 por la devastación de los recursos.

La lógica nos puede sorprender por lo familiar que suena con las expresiones misantrópicas y afines, pero, ya en su momento, Malthus proponía evitar el fin de la humanidad combatiendo la sobrepoblación, instando a los distintos Estados a tomar medidas sobre el control de la natalidad.

El control de natalidad por parte del Estado, ha tenido sus expresiones más brutales con la esterilización forzada de mujeres en distintos momentos históricos en todo el planeta, el cruce entre patriarcado, malthusianismo y dominio parece ser perfecto. Solo por nombrar algunos periodos de aquella brutalidad podemos encontrar la campaña lanzada por Alberto Fujimori en Perú, donde miles de mujeres indígenas fueron esterilizadas a la fuerza a finales de los 90 o en las distintas regiones de África, donde ha sido una medida recurrente cada tanto sobre las mujeres, a veces forzada y otras tantas mediante enormes campañas mediáticas y gubernamentales. La lógica es la misma: esterilizar a los pobres para combatir la pobreza de la humanidad. Celebraran los antihumanos: menos personas, menos humanos que pueblen la tierra.

Pero las premisas malthusianas obvian un hecho relevante y evidente, mejor dicho, lo naturalizan desde su propia lógica: la saturación del medio ambiente, las miserias, el saqueo y depredación de los “recursos” no se debe ni relaciona exclusivamente a la extensión de la población humana (consecuencia del avance de la civilización), sino también, y sobre todo, a su distribución (4). Es solo así como se puede explicar la cantidad de mercancías, bienes y alimentos que son destruidos día a día, que se acumulan y botan para mantener una creciente demanda con una baja oferta, factor fundamental del mercado.

El parecido similar de la lógica argumentativa entre las posturas misantrópicas con las de Malthus nos parece evidente, aun cuando generen conclusiones dispares. Para mantener la humanidad y sus recursos es necesario disminuir y controlar a la población más pobre/para el bienestar de la tierra es necesaria la destrucción de la humanidad, ya que ésta –por esencia-la depreda. Pareciera ser que las prácticas misántropas le hacen un flaco favor a esta forma de comprender el mundo: el problema se reduce a la cantidad de humanos.

Pero no solo el control de la natalidad se puede situar como un mecanismo por parte del dominio para manejar la población humana, también las grandes guerras han sido estudiadas y comprendidas además de pugnas de intereses, territorios o dominio por parte de los Estados, también –en un segundo orden- como una forma de mantener el control de la población que, cual mercancía transable en el mercado, tiene que ser destruida tras su acumulación para volver a reactivar la economía y los procesos productivos.

Las mismas expresiones, funcionamiento y lógica las podemos encontrar en el darwinismo social o en los planes eugenésicos. La especie humana se ve desde una óptica de totalidad que tiene que ser manejada, moldeada, destruida o proyectada por parte de aquellxs que se sitúan ajenxs, por sobre ella, para definir cuál es el bien, ya no solo del individuo, su entorno, la sociedad, sino de la especie completa o el planeta.

Hasta aquí hemos podido ir viendo cómo las posturas misantrópicas se han nutrido según dos órdenes de idea. Por un lado, adjudicar a la raza humana y su “naturaleza” todos los males posibles y, por otro lado, el inherente daño que como especie trae su sola existencia en el medioambiente. Es desde ahí que se levanta un rechazo al concepto de humanidad, rechazo que generalmente es más retórico que real, pero que algunas veces tiene sus repercusiones en prácticas reales que van desde el ataque indiscriminado o el desprecio absoluto por cualquier sujeto o expresión ajena al círculo inmediato.

Rastreando los recorridos de estas posturas misantrópicas, supuestamente nuevas y extremas, nos hemos podido encontrar con bizarras agrupaciones que desde hace años vienen promulgando en su delirio los mismos lugares comunes. Es así como “la Iglesia de la Eutanasia” o el “MEHV” (5) han desarrollado innumerables campañas y “activismo” compartiendo varios planteamientos de las actuales tendencias misantrópicas. No muy distintas de la cantidad de sectas religiosas que, imbuidas por delirios mesiánicos, se sitúan como los salvadores de la tierra desatando suicidios masivos o ataques indiscriminados a “los humanos”. Estas expresiones serían solamente una anécdota si no tuvieran directa implicación en cómo nos planteamos hoy por hoy la lucha, el combate, el enfrentamiento y, sobre todo, hacia donde apuntamos para el ataque.

Las referencias antihumanas pueden dar para bastante, por no decir todo, tales como la celebración de huracanes, tempestades, tsunamis, hambrunas o tiroteos en colegios. No nos sorprendería el enaltecimiento del tristemente célebre Carl Panzram, asesino, violador y torturador en serie durante 1920 en EEUU, quien reconoció que sus decenas de víctimas fueron elegidas aleatoriamente y al azar: “sólo importaba que fueran seres humanos (….) Odio a toda la raza humana. Disfruto matando y violando gente”, diría en su autobiografía. Sin lugar a dudas, poco de revolucionario, destrucción de la autoridad o liberación nos da estas expresiones, pero bastante de misantropía y rechazo a los seres humanos.

Por la permanente necesidad de afilar nuestras negaciones

Creer en dogmas inamovibles, permanentes, perpetuos para la destrucción del dominio es, simplemente, construir nuevos muros y estructurados esquemas que, como camisa de fuerza, comienzan a apretar solo cuando nos movemos.

Ante esta premisa, se nos plantea la urgente realidad de hacer nuestra la crítica permanente, sin quedarnos tranquilxs con las viejas consignas y modelos de lucha, pero también rescatando su experiencia, es que no nos interesa caer en el “consumo” de cualquier idea que revista cierta estética radical. Creer que las posturas misantrópicas son radicales por sus aspiraciones es simplemente desconocer el significado de radicalidad, que dice de apuntar a la raíz del problema. Pues entonces, la sola pregunta comienza a resultar absurda ¿Es la “Naturaleza” humana la raíz de la dominación? ¿Para liberarnos de la autoridad y las relaciones de autoridad resulta deseable la extinción de la raza humana?

Rechazamos los presupuestos misantrópicos por distintos motivos, además de la fuerte rima que tiene con conductas autoritarias de distintos periodos, creemos que situar una postura de lucha en base a un componente biológico nos hace caer en un determinismo aberrante, muy superior a aquellos que ya habíamos desechado. Para ahondar más en específico: el obrero no es revolucionario per se, ni la mujer, ni el inmigrante, ni el negro, como tampoco es el hombre o el blanco el opresor en sí mismo, sino que son las condiciones sociales en las que se han desarrollado y la decisión de cada individuo, sector o grupos las que lo hacen ocupar un lugar en la sociedad y en la red del poder: o mantenerlo o negarlo. Los determinismos biológicos solo nos pueden producir nuestro máximo rechazo porque restringen en nuestro análisis la voluntad del individuo a un mecanicismo básico, torpe y simplista, que impide comprender el complejo funcionamiento de la autoridad y, al mismo tiempo, coartan cualquier posibilidad de luchar, de confrontar y atacar el mundo de lxs poderosxs.

Situar una crítica al ser humano como especie, es naturalizarlo con determinadas características, totalizando a todos los individuos y eliminando completamente la voluntad, la decisión, la iniciativa individual y la posibilidad de ruptura que estos puedan tener. Pero además nos encontramos con una paradoja fundamental, que deseamos abordar con seriedad para superar la clásica reacción que, en más de alguna ocasión, se ha escuchado: “Que se suiciden ellos si son tan antihumanos”. La paradoja en cuestión dice relación con responder la siguiente interrogante ¿Desde dónde se desarrollan las posturas misantrópicas?, ¿Quiénes las levantan? No nos referimos a supuestas teorías de la conspiración que observan los tentáculos de la policía en todos lados, sino que, teóricamente, estas posturas de rechazo al ser humano se enajenan de su condición humana situándose como juez o árbitro en el conflicto. Ridículamente evidente es el hecho de constatar que quienes desarrollan las posturas misantrópicas son seres humanos. Pues entonces, ¿Cómo se explica tal paradoja? ¿Cómo es posible que se desarrolle? Creemos que el comprender que existen animales humanos y animales no-humanos permite y posibilita situarnos de una forma distinta con el entorno y resto de seres vivientes, donde todxs somos animales, pero las posturas misantrópicas no hacen referencia a estas comprensiones, sino que sostienen que es el animal humano el que tiene que desaparecer. El único malabar teórico/filosófico que puede ser esgrimido entonces, es el argumento de autoridad, donde, para elaborar estas posiciones, sea una necesidad el enajenarse del intrínseco mal que ven en el ser humano, para así sentirse afuera y ajenos a esta realidad. Esta enajenación de una condición biológica es, entonces, una forma cuasi religiosa de plantear autoridad para desarrollar la crítica.

Algunas corrientes dentro de las posturas misantrópicas deciden agregar el calificativo “humano civilizado”, intentando, supuestamente, situar las características específicas que se rechazan, pero prontamente reiteran sus totalidades contra “lxs humanxs” y, de igual forma, repiten las mismas lógicas que cuestionamos anteriormente.

En estos momentos se hace urgente que nuestra crítica sea permanente, buscando siempre agudizar nuestra negación a lo existente, superando las aparentes radicalidades, las novedades que buscan ofertarse en el nuevo supermercado de las tendencias, para así comprender y profundizar el conocimiento del dominio y las formas de atacarlo.

Por una praxis destructiva

Las continuas referencias a la naturaleza salvaje, a animales, no nos son ajenas, las hemos usado y seguimos usando en más de alguna ocasión, tanto en referencias literarias u otras, pero muy distinto es distinguir un binomio de “humano: malo” / “animal: bien”, y desde ahí situar una práctica política de lucha.

Para nosotrxs, la búsqueda de automatizar las relaciones, las experiencias, la normalización y esquematización de estas mismas, el encausar y degradar la vida a una repetición, no lo genera alguna esencia del ser humano, así nos lo ha demostrado la práctica cuando hemos observado distintos pueblos indígenas, cuando observamos las distintas posibilidades que han surgido a lo largo de la historia en las formas de relacionarnos, la creación de inciertos mundos nuevos, la experiencia y afinidad gestadas en la misma revuelta y conflicto, en distintos momentos, lugares y personas que nos recuerda y muestra que la capacidad creativa descansa en nuestras manos y no en una repetitiva condición “natural”.

Mijail Bakunin señalaba hace varios años que “El Estado es la negación de la humanidad”(6), aquella estructura e institución donde la autoridad se cristaliza con el dominio político sobre la vida de los individuos, es la que busca atacar y asfixiar cualquier rasgo o expresión humana, pero evidentemente para nosotrxs, y con la correspondiente extensión del dominio, es que el Estado lo podemos comprender solo como una expresión más del dominio y no su única forma.

Podemos ver distintas aristas que se superponen en la conformación de relaciones de poder, es así que varixs compañerxs han situado a la civilización como otra arista clave para comprender la articulación del dominio. Durante los 1970, Ted Kazynsky ya señalaba a la sociedad tecnoindustrial como la constructora de las miserias hacia la humanidad y no a la humanidad en sí misma como el enemigo a atacar.

“La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana. Ha aumentado enormemente la expectativa de vida de aquellos de nosotros que vivimos en países «avanzados», pero ha desestabilizado la sociedad, ha hecho la vida imposible, ha sometido a los seres humanos a indignidades, ha conducido a extender el sufrimiento psicológico (en el tercer mundo también el sufrimiento físico) y ha infligido un daño severo en el mundo natural. ” (7)

¿Es la sobrepoblación de la humanidad y su consecuente devastación ambiental un problema intrínseco a la especie humana? Claramente la conformación de grandes ciudades, el desarrollo de la tecnología, la ciencia, la lógica del progreso son elementos constituyentes de la civilización y un modo de vida que la alimenta, permitiendo y alentando la devastación ambiental, al considerar la tierra y el planeta como un recurso más que acumular y acaparar. Las ciudades, como construcciones, como lugares geopolíticos, nacen, se desarrollan y se fortalecen en post de hacer más eficiente el domino y conseguir mayores ganancias en su administración, de ahí que nuestra crítica al urbanismo tiene que ser destructiva en su totalidad. Pero es necesario subrayar que el problema no es la sobrepoblación, sino que ésta es solo una consecuencia de un sistema de vida que la produce y reproduce. En este sentido, siempre resulta válida la decisión de compañeras antinatalistas y el legítimo control sobre sus cuerpos como aspectos fundamentales para la recuperación del control sobre nuestras vidas, posiciones diametralmente distintas a la esterilización forzada y al control de la natalidad por parte del Estado. Acá no se trata de un culto a la vida o un humanismo renacentista, sino de saber afilar la crítica para identificar, no solo lo que nos oprime y su lógica, sino también nuestra capacidad de combatirla y no reproducirla.

Es en este mismo sentido que resulta relevante y un tanto majadero, que no se trata entonces de situarse en la “hermandad universal”, la fraternidad con cualquier sujeto, sino volver a valorar las decisiones y posiciones de los individuos y no alguna adscripción biológica y la valoración moral de su supuesta “naturaleza”. Solo así podemos comprender a lxs ciudadanxs y su pensamiento como sujetos con una posición específica y concreta en defensa de este mundo y sistema de vida, nuestro rechazo a su lógica viene justamente a sus posiciones, no a su “especie”, lo que equivaldría a ponernos a nosotrxs mismxs en un lugar distinto.

Es entonces que las represas, los tendidos eléctricos, las tóxicas metrópolis invadiendo cualquier rincón de la tierra, el horizonte plagado de edificios, las carreteras irrumpiendo en cualquier distancia, los psiquiátricos, cárceles y zoológicos, la locura y enajenación de nuestras propias vidas, las torturas de animales en laboratorios, la devastación de la tierra, la normalidad de cementerios, la realidad asfixiante de mierda, la lógica del progreso y la ciencia que nos sitúa como especie central, no son ni inherentes ni “naturales” a la humanidad, sino que expresiones claras y concretas del dominio, la autoridad y el ejercicio de poder. El ataque, entonces, se hace no solo necesario sino que urgente para demoler este mundo.

¿Hablamos entonces de promesas y construcción de un futuro? Pues desde el nihilismo se desprende un considerable aporte en este sentido, donde ya no se trata de presentar proyectos de mundos futuros, de esperanzas y/o alternativas que ofrecer. La conflictividad ácrata nace de la negación y confrontación de este mundo, de su oposición y rechazo completo y absoluto, sin ofrecer necesariamente una propuesta alternativa pauteada, pero también constata un hecho innegable, donde de lo que sí estamos segurxs es que en nuestras manos siempre se encuentra la capacidad creativa/destructiva para forjar nuevas relaciones y mundos posibles, del resto, solo nos espera lo desconocido y a lo que venga!

Tomado de la revista Kalinov Most, N°3, Revista Anarquista Internacional. Octubre 2018

(1) Tendencias salvajes misantrópicas: otras expresiones de autoritarismo y de pensamiento sagrado. Kalinov Most # 1, octubre 2017, pp 35-40

(2) Against Eco-Extremism : Mirror image of Civilisation & Religion.

(3) Las referencias que realizamos respecto a la “humanidad” para nosotrxs tiene relación con el conjunto de seres humanos y no a alguna abstracción del concepto que lo sitúe como un ente totalizante y homogeneizador por encima de los individuos y sus particularidades. No buscamos levantar una ensoñación por sobre otra.

(4) Necesario es reconocer el real y evidente aumento de la población humana sobre la tierra, pero la depredación y saqueo ambiental estaría más relacionada con el sistema de vida y orden social que extiende artificialmente la vida, teme a las enfermedades y muertes, más que solamente con el número de habitantes sobre el planeta. Creer en una relación directa entre individuos y consumo de recursos es partir de la base que el sistema satisface las necesidades de todos los sujetos que pueblan la tierra sin ver la acaparación y acumulación, elementos fundamentales de nuestra realidad. Por otra parte imprescindible es situar a la industrialización, su consumo desenfrenado e infinito que ve necesario devastar la tierra para mantener el frenético y absurdo ritmo de vida actual.

(5) Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria

(6) Bakunin, Mijaíl. 1997. Dios y el Estado. España: El Viejo Topo, p. 68.

(7) Kaczynski, Theodore. La sociedad industrial y su futuro., tesis #1.

 

Todo lo demás es aburrido. Notas sueltas sobre la acción directa.

Pensé en escribir estas notas porque me parece que, últimamente, incluso entre nosotrxs, lxs anarquistas, se está hablando demasiado poco (y también, por desgracia, practicándose demasiado poco…) de acción directa, privilegiando intentos de encuentro con las «masas», más o menos indignadas. He decidido hacerlo en la Cruz Negra porque espero que pueda convertirse en un espacio de debate entre quienes consideran la acción como centro de su camino de lucha. Espero sinceramente que la Cruz Negra no se convierta en reunión de la mala suerte carcelaria, sino en un lugar para mostrar y profundizar, sin pelos en la lengua, desde diferentes puntos de vista, sobre cuestiones consideradas útiles para hacer más incisiva la lucha contra la autoridad. Ciertamente, la acción directa es para actuar y no para pontificar, pero estoy convencido de que aclarar lo que cada unx de nosotrxs realmente entiende cuando usa estas palabras, puede ayudarnos a afilar armas para asaltar el presente.

Para abordar la cuestión sin perderme en inútiles palabras estridentes, quiero primero aclarar lo que, para mí, no es acción directa.

Concentraciones, repartir panfletos, manifestaciones «determinadas y comunicativas», tartas (pintura, escupitajos, etc.) en la cara del infame de turno, huevos de colores y todo este tipo de cosas no se pueden considerar acción directa. Soy consciente de que una lista de ese estilo atraerá a mí las flechas de quienes sostienen que todos los medios tienen la misma dignidad en la lucha, que mi discurso podrá parecer esquemático, «militarista», impregnado de una óptica eficientísima y bla, bla, bla… Pero nadie, honestamente, podrá negar que, en estos momentos, haciendo estas cosas se está más bien viciando la lucha, renunciando a vivirla realmente.

Estoy convencido de que se está afrontando la lucha con ligereza, con la sonrisa en los labios: no se trata más que de un juego, pero nada hay más serio que un juego donde las apuestas están representadas por la calidad de nuestras vidas y de nuestra libertad. Nadie puede negar que la correspondencia entre el pensamiento y la acción debería ser característica fundamental de ser anarquista. Si pensamos que la destrucción de este mundo es necesaria, debemos actuar en consecuencia, no podemos recurrir a simpáticos e inofensivos trucos baratos para silenciar, engañando a nuestras conciencias hambrientas de libertad. Debemos tener el coraje de afirmar que la acción directa, o es destructiva o no es. Los muros que nos aprisionan no se caerán solos, sino solamente si son envestidos por la onda de choque de nuestra rabia. Es inútil que el inteligente de turno recuerde que la insurrección no es resultado de la suma aritmética de los ataques realizados por anarquistas, estoy hablando de otra cosa. Nuestra vida es demasiado corta para desgastarla en centenares de representaciones diseñadas para despertar a las masas adormecidas, para que se presenten puntuales a la cita el día mágico: sólo cuando atacamos concretamente a lo existente conseguimos arrancar pedazos de libertad, aunque sólo sea por unos cuantos momentos, nos liberamos de las cadenas impuestas por la cotidianidad y por la ley.

Nuestra lucha debe ser violenta, sin compromisos, sin posibilidad de mediaciones ni vacilaciones: la acción directa destructiva, el único medio que deberíamos utilizar para relacionarnos con cuanto nos oprime. Pero las cosas, como sucede siempre en la realidad, son un poco más complicadas, por desgracia, la sola acción no es la panacea de todos los males que aquejan a nuestro movimiento. Aunque esté absolutamente convencido de que ningún acto de revuelta es inútil o nocivo, pienso que es fundamental preguntarse sobre la proyectualidad que las generan y, sobre todo, sobre el significado que le dan quienes las realizan. El acto mismo puede asumir significados muy diferentes si se concibe desde una óptica de ataque o de defensa. Voy a tratar de explicarme con un ejemplo práctico, en el Valle de Susa, el año pasado, asistimos a un incremento positivo de las prácticas de sabotaje en la lucha contra el TAV [Tren de Alta Velocidad], perfecto, si en las intenciones de quienes han realizado tales acciones está el intento de afirmar claramente que no está en juego la simple construcción de una línea ferroviaria, sino la necesidad de atacar y destruir todo el sistema tecno-industrial que lo diseña. Otra cosa es si el sentido que se puede leer en algunos comunicados del movimiento NO TAV o, lo que es aún más desconcertante, en el Nº 5 de Lavanda, hoja redactada por algunxs compañerxs que participan en esa lucha. Tales acciones se podrían interpretar como el último recurso de un pueblo que ya ha utilizado todos los medios de presión posibles (y pacíficos…) sin obtener la atención de los que gobiernan. Estoy convencido de que tal interpretación banaliza cualquier aspecto positivo y revolucionario de tales actos, de hecho, sugiere que si el poder fuera más «razonable», si estuviera más abierto al diálogo, existiría la posibilidad de «convencerlo» para mitigar sus aspectos más nefastos.

La acción directa expresa todo su potencial de liberación sólo cuando se concibe desde una óptica de ataque. No golpeamos al enemigo porque nos resulta insoportable el disgusto por su última fechoría, sino por querer ser libres aquí y ahora. No necesitamos justificaciones para golpear, simplemente no podemos aceptar vivir una vida carente de significado como simples engranajes de este sistema mortal. Debemos ser nosotrxs quienes dictemos los momentos de la lucha, hay todo un mundo que demoler y las posibilidades de derrotar al monstruo tecnológico se hacen cada vez más pequeñas en proporción a su desarrollo.

Cuando hablamos de acción directa hablamos de nuestra vida, pues nuestro rechazo a lo existente no es una moda, sino algo mucho más profundo, en él ponemos en juego toda nuestra existencia. Por este motivo, encuentro verdaderamente irritante cuando nos referimos a cualquier tipo de acción, diciendo que «era lo mínimo que podíamos hacer». Estoy convencido de que no existe nada mínimo que se pueda hacer contra aquello que nos oprime, no podemos autoimponernos límites en la acción, ésta debe ser sin restricciones como nuestra sed de libertad. Si nos encontramos frente a un explotador asesino con uniforme etc., y se decide mancharle el vestido con pintura, eso no es lo mínimo que se podía hacer, sino simplemente lo que nosotrxs hemos decidido hacer. Esto, probablemente, está dictado por una serie de análisis que, en lugar de dar mayor fuerza a nuestra acción, no hace más que minimizarla: «la gente no nos entendería, no debemos dar un paso más que los demás, se necesita empezar por acciones pequeñas que son fácilmente reproducibles», etc.

Naturalmente, se trata de consideraciones que necesitarían un trato más profundo y espero que haya forma de volver a esto y discutir seriamente, lo que ahora quiero decir y a lo que debemos aspirar siempre es a hacer lo máximo que nos consientan nuestras habilidades. Cuando actuemos, deberíamos hacerlo esencialmente por nosotrxs mismxs y de la manera más resuelta, no somos distintxs a aquellxs que de manera innegablemente autoritaria llamamos «gente común», cualquier cosa que hagamos la puede replicar cualquier persona, siempre que alimente nuestro propio deseo de destruir la autoridad. No debemos buscar convencer a las masas de la bondad de nuestra tesis, sino buscar cómplices que quieran participar en la obra de demolición. No debemos tener miedo de nuestro odio, sino lanzarnos a la acción conscientes de que el enemigo no duda ni un segundo en su guerra contra la libertad.

Estas notas están dictadas más que desde la aspiración a desarrollar cualquier análisis teórico innovador, desde el simple deseo de tratar de compartir la idea de la necesaria centralidad, en la vida de todx anarquista revolucionarix, de la práctica de la acción directa destructiva. Todo cuanto acabo de decir sería sin duda obvio si no hubiera tantxs compañerxs que consumen sus fuerzas, dando vueltas como trompo, en un activismo carente de toda proyectualidad realmente revolucionaria, marcado por las heridas del asistencialismo y del oportunismo. Sin embargo, ya existen antídotos para todo esto: organización informal, nihilismo, individualismo, rechazo de líderes más o menos carismáticos, rechazo de extra poder asambleario, comunicación a través de la acción. Se necesita volver a mirar lo que está sucediendo en todo el mundo igual que históricamente siempre han hecho lxs anarquistas, enemigxs de toda las fronteras, y nos daremos cuenta de cómo compañerxs de todas las latitudes están experimentando con nuevos modos de acción, liberémonos de los grilletes de las llamadas luchas sociales para lanzarnos sin frenos al asalto del existente. Tenemos que redescubrir la alegría de actuar, dejar de limitarnos a una búsqueda ilusoria del consentimiento popular; sin tantos… teóricos, nuestro objetivo debe ser, simplemente, el de destruir lo que nos destruye. Liberémonos de la política, incluso, en su declinación antagonista, debe quedar claro que no luchamos por un futuro brillante, sino por un vivir, aquí y ahora. La anarquía debería ser en primer lugar un hecho individual que afecte toda nuestra vida: debemos conspirar, alimentar cada pequeño fuego que pueda incendiar la pradera, atentar con todos los medios contra el orden, civilizado y tecnológico, que el sistema trata de imponer. En esta lucha debemos utilizar todas las armas que tengamos a nuestra disposición, en primer lugar las que no faltan en el arsenal de cada anarquista: la voluntad y la acción directa destructiva.

Fray Nicola de Ferrara [Nicola Gai]

Croce Nera, Periódico anarquista, nº 0, abril de 2014 Pág. 2-3.

¿Ahora a dónde? Algunos pensamientos sobre la creación de la anarquía

 

“Cualquier sociedad construida tendrá límites. Fuera de los límites de cualquier sociedad los insumisos y heroicos vagabundos deambularán con sus pensamientos salvajes y vírgenes…proyectando nuevos y terribles estallidos de rebelión”

Renzo Novatore

 

Siento que es imposible que exista alguna sociedad en la que pueda encajar, pues sin importar la forma que adopte la sociedad, yo seré un rebelde. A veces, esto me llena de la alegría de los “insumisos y heroicos vagabundos” que refiere Renzo Novatore, pero a menudo también me hace sentir bastante solo y aislado.

Ahora vivo en una “sociedad”, en una situación en la que los roles son usados para reproducir las relaciones sociales. ¿Será que la forma en que nos relacionamos cuando estamos por fuera de la armadura social también reproduce las relaciones sociales? Yo avizoro un mundo en el cual podamos vivir nuestras vidas plenamente, como seres únicos y salvajes, moviéndonos libremente por dentro y por fuera de las relaciones con los demás, tanto como nuestros deseos nos motiven. Nunca construyendo estructuras para formalizar relaciones, lo cual es la “sociedad”. Únicamente en un mundo de ese tipo es en el que imagino podré sentirme en casa. Pero en realidad no sé cómo podría ser creado ese mundo.

Muchos de mis amigos no estarán de acuerdo en mi perspectiva sobre la sociedad, pero todas estamos de acuerdo en que queremos crear formas de relacionarnos que sean radicalmente diferentes a lo que nos ofrece la sociedad autoritaria y capitalista del presente. Todos nosotros, parece, tenemos la  incertidumbre sobre cómo podemos destruir ésta sociedad, además de aprender a relacionarnos libremente. Es claro que necesitamos examinar lo que consideramos nuestra práctica radical.

He escrito artículos y volantes. No tengo ilusiones sobre la naturaleza radical de estos proyectos. Estos perpetúan ciertos tipos de relaciones sociales alienadas, y estoy plenamente consciente de ello. Pero escribo con la esperanza de inspirar algo mas allá. Espero que la singularidad de mis escritos alcance a otro individuo único, permitiéndonos romper la pared de las palabras escritas y tal vez encontrar y crear proyectos juntos. Esto no ha pasa a menudo, de todas formas, la relación social de la palabra impresa se mantiene intacta.

En las circunstancias actuales, el fraude y el robo son formas de sobrevivencia, en cierto modo, radicales. Estas pueden envolver elementos de juego y aventura que no se encuentran en los trabajos ordinarios, pero son básicamente formas para desarrollarnos por nosotras mismas en la sociedad, y, en cierto sentido, sería un trabajo. De todas formas, a pequeña escala, el robo ayuda a sabotear la mercancía, debido a que se toma algo sin pagar por ello. Pero la necesidad de hacerlo en secreto limita los elementos para la critica radical. Lo más radical del fraude y el robo (así como en las okupas lo es el buscar cosas en la basura o recoger desechos de la agricultura) es que reducen drásticamente nuestra necesidad de trabajar y liberan nuestro tiempo para realizar cosas que valgan la pena. Pero por sí mismas, son sólo tácticas de sobrevivencia.

El vandalismo y el sabotaje atentan contra la propiedad y, por tanto, contra la sociedad. Pero, como la mayoría de la gente los emplea, son sólo ataques limitados. A lo más, tan solo reacciones de actos particularmente ofensivos de la autoridad. La extensión de la critica puede ser fácilmente silenciada por su adherencia a algún tema particular, recuperándolo para la sociedad. De todas formas el vandalismo y el sabotaje son ataques activos contra la sociedad, que en algunas ocasiones pueden dañar efectivamente algunos de los proyectos del Capital. Aunque la mayoría de las veces sólo expresen el lado destructivo de la rebelión anárquica.

Todas éstas actividades valen la pena como parte de nuestra rebelión en contra de la sociedad, pero todas son limitadas. Ninguna de ellas nos lleva más allá del contexto societario. Cada una de estas actividades son, al menos parcialmente, creadas por la sociedad como reacción en su contra. Estas no nos liberan de la sociedad, ni amplían lo que es único en nosotras. Tan solo nos colocan al filo de ella (que ciertamente es el lugar mas libre y disfrutable que puede haber dentro de la sociedad), y eso no es suficiente para aquellos de nosotros que queremos vivir nuestras vidas hasta el límite.

“No a las márgenes que colapsan.

No a los márgenes que caen.

Pero al centro está…creciendo”

En tanto creamos nuevas formas de relacionarnos (formas que acrecientan nuestra individualidad única, no los roles sociales) es necesario no solamente reaccionar contra la sociedad, al hacer de la marginalidad el objetivo central de nuestro actuar. Lo que nos es único debe ser central en nuestra actividad; los deseos propios, las pasiones, las relaciones, y experiencias. Esto implica una concepción radicalmente diferente de la revolución, que algunos comunistas y anarquistas ortodoxos centran en “las masas”. Ni la clase trabajadora, ni la actividad humana común puede crear la revolución de la que estoy hablando. La rebelión del individuo en contra de los obstáculos de la sociedad (en contra de los procesos de domesticación) son la base desde la cual el proyecto revolucionario tiene que crecer. Cuando los actos de rebelión de un número de individuos coinciden y pueden abrazarse entre ellos, entonces es posible que estos individuos conscientemente actúen juntos, de ésta forma son semillas de una revolución que puede liberarnos como individuos únicos y salvajes, de espíritu libre. Pero ¿qué significa esto a nivel práctico?

El ser nosotras mismas el centro de nuestro actuar significa relacionarnos con la sociedad, y el relacionarnos los unos con los otros en nuevas formas. Cuando comenzamos a vivir en términos de nuestros deseos y experiencias propias, de nuestras pasiones y relaciones, nos encontramos con nosotras mismas en permanente conflicto con la sociedad. En tanto la sociedad depende de la estructura y el orden, y lo que nos es único a nosotros es caótico e impredecible, entonces tenemos ventaja en esta lucha. Podemos estudiar a la sociedad, aprender algo sobre como funciona y como se protege a si misma -evitando el caer en roles sociales y patrones predecibles- nuestras acciones parecerán venir de ningún lado, aunque causen estragos en nuestros enemigos. Negándonos a cumplir con los roles sociales establecidos, rechazando el tener que pagar por las cosas o trabajar para sobrevivir, no aceptando reglas de etiqueta, ni protocolos, es un buen comienzo. Bromas espontáneas (o aparentemente espontáneas) y representaciones radicales -no atribuidas a payasos, compañías teatrales u otras entidades sociales- pueden exponer la naturaleza de la sociedad e inclusive crear una situación en la cual la vida libre y la mera existencia ofrecida no pueda ocultarse. Acciones de expropiación, vandalismo, y sabotaje salidas de nuestros propios deseos, en vez de ser una mera reacción de atrocidades sociales, serán mas impredecibles y mas frecuentes. Nuestra violencia contra la sociedad chocará como un trueno, impredecible, con la intensidad de nuestro deseo de vivir nuestras vidas plenamente.

Pero para poder pelear inteligentemente contra la sociedad se requieren conocimientos y habilidades. La sociedad, al ponernos dentro de roles sociales, limita nuestros conocimientos y habilidades, por eso necesitamos compartir ésta información. Libros y artículos pueden ser de ayuda, aunque estos están abiertos al escrutinio publico, incluyendo el de las autoridades. Lo que hace que nuestras actividades sean predecibles, y a nosotras nos deja más vulnerables. Por tanto, es necesario crear vías para compartir el conocimiento generado de nuestras relaciones actuales como individuos únicos.

Esta necesidad por compartir habilidades coincide con nuestro deseo de vivir la vida plenamente, y el disfrutarnos las unas a los otros como seres únicos y salvajes, haciendo de la exploración de nuevas vías de relacionarnos una necesidad inmediata -no algo que deba postergarse hasta “después de la revolución”. Cada uno de nosotros es único e impredecible. Habiendo sido educados, toda nuestra vida, para relacionarnos dentro de roles sociales, en vez de hacerlo como lo que somos en realidad; seres únicos. Debemos apoyarnos en nuestra imaginación para crear nuevas formas de relacionarnos, no basándonos en moldes preestablecidos ¿podría ser de alguna otra forma, cuando no queremos crear nuevos roles sociales? Las ideas que comparto son tentativas, un llamado a explorar dimensiones desconocidas, invitación para aventurarnos en tanto cumplan nuestros deseos y nos expandan como individuos únicos. En sí, no hay nada revolucionario en éstas exploraciones. Se convierten en revolucionarias solo en conjunción con la resistencia consiente y activa respecto a la sociedad -el reconocer que nuestra unicidad y libertad como individuos está en conflicto con esa sociedad, y que debemos destruirla para liberarnos plenamente.

En años recientes, he reflexionado mucho sobre cómo explorar nuevas vías para relacionarnos. Estas exploraciones necesitarían estar basadas en los deseos únicos de cada individuo y cubrirse con la confianza mutua. En un comienzo mis pensamientos estuvieron centrados, principalmente, en algún tipo de sitio rural/natural que correspondiera con una vida relacionada a proyectos de espontaneidad, sin implicaciones con la economía, y que involucraran resistencia a la domesticación y a la autoridad. Entre más pienso en esto, me parece que dicho proyecto comprometería mis auténticos deseos -y muy probablemente recrearía la sociedad, a pequeña escala, con individuos repitiendo roles sociales, en lugar de entablar relaciones sobre la base de la unicidad.

Cuando la gente se reune teniendo como base los deseos únicos de cada cual, además la confianza mutua, su unión será, por su naturaleza, muy transitoria. Los individuos vendrán y se irán tal como lo deseen, y participaran en la forma que ellos quieran. Esto hace que la situación establecida sea temporal. Recientemente, me he dedicado a vagabundear. Disfrutaría el compartir ésta vida junto con amigos y amantes que quisieran también vagar. Seriamos un festival ambulante de rebelión y sorpresas. Digo un festival, y no una tribu o una banda, debido a que lo único constante sería el compromiso de cada individuo por vivir plenamente, y luchando contra lo que lo impida; individuos por sí mismos llegando y retirándose a voluntad. Las actividades de sobrevivencia pueden incluir la recolección en la naturaleza, el robo, los fraudes, el compartir regalos con amigos y el aceptar regalos de gente que aprecie cualquier actuación callejera -expresiones publicas de nuestro comportamiento lúdico y creativo- que hagamos. Podemos compartir habilidades y conocimientos con amigos que visitemos, creando una red informal para diseminar el conocimiento y las habilidades entre aquellos en los que confiamos. Los actos de vandalismo, sabotaje y otros ataques contra la sociedad serán mas sencillos en tanto no permanezcamos en esos lugares, adquiriendo un aspecto de invisibilidad. En éste vagar, esperaría pasar mucho tiempo en lugares salvajes. Quisiera explorarlos y llegar a conocerlos bien. Los lugares salvajes son ideales para destruir ésta sociedad. Estos encuentros podrían proveernos de otros medios para compartir conocimientos y habilidades, así como el ser mucho más divertidos.

Tal como expuse arriba, por sí mismas, estas ideas no son revolucionarias. Vagabundos, gente rara, personas del arcoiris y otras más han vagado, pero sin la consciencia de la guerra de la sociedad contra el individuo de espíritu libre. Estamos en guerra, pero no estamos peleando por el Poder. No necesitamos construir ejércitos para derrotar a los poderes que existen; necesitamos hacernos salvajes, de espíritu libre, individuos únicos cuya violencia salga del deseo por vivir la vida sin límites, y así derrotar al Poder. Los festivales ambulantes de espíritus libres pueden incorporar esta actividad destructiva, posiblemente con más fácilidad que grupos mayor organizados y previamente definidos.

Ya he afirmado que éstas son sugerencias tentativas, ideas a ser tratadas y probadas. Estoy cansado de sentirme aislado por rechazar sacrificarme a los roles sociales. Quiero explorar nuevas formas de relacionarme que vayan más allá de esos roles, y que refuercen la unicidad de cada uno de nosotros. Pero mas que eso, quiero explorar activamente estas ideas en la practica y compartir estas exploraciones con personas amigas y amantes. En tanto podamos parar de estar en los márgenes de la sociedad y, cada uno, como seres únicos y salvajes, convertirnos en el centro de un proyecto insurreccional que pueda destruir a la civilización y crear un mundo en el cual podamos vivir libremente, relacionarnos para crear tal como nuestros deseos únicos nos muevan. Nos convertiremos, para citar a Renzo Novatore, otra vez, “en una sombra eclipsando cualquier tipo de sociedad que pueda existir bajo el sol”.

 

Feral Faun