El antifascismo como forma de adhesión al sistema

Introducción. Decir de entrada que tanto el fascismo como el antifascismo han jugado históricamente un papel contrarevolucionario y que ambas han constituido y constituyen una forma de adhesión al capitalismo puede resultar un tanto fuerte o cuando menos extraño. Tratar de argumentar tales afirmaciones o al menos promover un debate sobre un tema tan de moda como el antifascismo es la intención de este artículo.

Revisando, reentendiendo la historia.

Hay quien opina que la historia es la carroña de las sociedades y los historiadores sus forenses. Esa quizás sea la historia con mayúsculas, la de las facultades y bibliotecas, la historia que nosotr*s reivindicamos no es (o no debiera ser) pretenciosamente objetiva, es (o debiera ser) una herramienta crítica para entender el presente y transformarlo. Durante diferentes etapas de la historia las minorías acomodadas han utilizado en momentos de crisis a movimientos folklóricos para mantener sus privilegios, llegando a ceder a estos grupos de presión el poder político. Este es el caso del fascismo en el período de entreguerras. (1) Tras la I Guerra Mundial (14-18) el capitalismo ya no juega un papel progresivo, no desarrolla las fuerzas productivas más que provocando crisis y guerras. En este contexto surgirá el fascismo pero también el antifascismo y ambos con el mismo fin, aunque pueda parecer lo contrario, salvaguardar los intereses del capital imperialista y aplastar al proletariado internacional. La Guerra Civil española ilustra el papel contrarevolucionario del antifascismo a la perfección. El 19 de Julio en diversas ciudades de España l@s obrer@s cortan el paso a la rebelión militar y comienzan una dinámica de expropiación de claro matiz revolucionario. Poco durará el apogeo de este proceso, la misma constitución del Comité de Milicias Antifascistas (organismo interclasista que traslada el protagonismo de las masas a la dirección de las organizaciones) evidencia el ataque de la burguesía antifascista contra el proletariado. El cónclave de Burgos y el gobierno republicano de Madrid son los ejes de una misma pinza que se cierra contra la clase obrera. España no será el escenario de una guerra revolucionaria, ni tan siquiera de una guerra civil, sino el de una guerra imperialista. La burguesía (tanto nacional como internacional) alineada a ambos lados ventila sus cuentas a costa del proletariado. Desde la República se centra el mensaje en una política de guerra. La guerra como forma de reestructuración del modelo capitalista en crisis y aplastamiento de la clase obrera. La guerra en España servirá de laboratorio de pruebas, un anticipo al mismo fenómeno de reestructuración que se vivirá a nivel mundial (II Guerra Mundial). En España se impondrá un modelo capitalista dictatorial (con la complicidad de las democracias occidentales y la URSS), mientras que tras la 11 Guerra Mundial en el resto del mundo se impondrá un modelo capitalista democrático falsamente enfrentado a un supuesto bloque «socialista» antagónico. Tanto el modelo dictatorial como el democrático tienen una misma finalidad: reajustar y mantener el sistema de explotación. Evidentemente España no entrará en el conflicto mundial puesto que el reajuste (vía triunfo dictatorial) se ha producido con anticipación. También es lógico, siguiendo esta argumentación, que las democracias occidentales que decían luchar contra el fascismo no cuestionen el sistema político (fascista) español tras la II Guerra Mundial. En la guerra de España la ideología que se impondrá, como supuesta necesidad ineludible, será el antifascismo: el frentismo y la colaboración de clases incluyendo en esto a las cúpulas (no se les puede llamar de otra manera) de la CNT-FAI y los oportunistas del POUM desmarcándose con ello de una política realmente revolucionaria y plegándose al pragmatismo de una política de guerra. La unidad antifascista no es más que el colaboracionismo de clase. El proletariado en lugar de enfrentarse contra sus enemigos, (la burguesía fascista y antifascista), en una verdadera guerra de clases se verá obligado a hacer de carne de cañón de ambas burguesías con la complicidad de algun*s de sus «dirigentes más avanzados». Los sucesos de mayo en Barcelona se evidencian como el epílogo de un deseo frustrado de comunismo (2) por parte del proletariado. Es a partir de mayo que podemos decir que la burguesía (de la mano de sus aliados estalinistas) ha vencido a una revolución inconclusa (no se tocaron los bancos, no se abolió el dinero, y principalmente no se destruyó el Estado, lejos de eso algunos anarquistas llegaron a convertirse en ministr*s). El cadáver de Camilo Berneri será el estandarte de uno de los crímenes más evidentes del antifascismo. Los obreros españoles fueron machacados bajo la bandera del antifascismo y en definitiva lucharon (sin ser su deseo) por el triunfo del capitalismo. El proletariado internacional bajo la misma bandera antifascista sólo esbozó los trazos de una solidaridad mediatizada. Este sólo podía respaldar a l*s obrer*s españoles mediante acciones de clase dirigidas contra el aparato económico y político del capital. Por eso la ayuda efectiva a la España revolucionaria únicamente residía en el cambio radical a nivel mundial de las relaciones de clase. (3) La Guerra Civil española ejemplariza el nocivo papel del antifascismo. El fracaso de la revolución habría que buscarlo en múltiples causas y no solamente en el antifascismo pero ésta no es la misión del presente articulo.

Fascismo hoy.

Para determinar la función que cumple el fascismo hay que determinar cuál es la realidad en la que se desenvuelve, que evidentemente no es la misma que la de los años 30. La necesidad constante del desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo han llevado a éste a una crisis permanente. La crisis del modelo de desarrollo keynesiano desde principios de los años 70 conducen a una paulatina superación de este modelo (del Estado de Bienestar) y a la paulatina extensión de un nuevo (viejo) modelo de liberalismo. En la actualidad ambos modelos conviven y/o compiten en un marco internacionalizado de la economía de mercado. Este estado de inestabilidad es susceptible de generar graves disfuncionalidades. La sustitución de un modelo en decadencia por uno en auge crea una situación de desprotección y una fuerte resistencia en grandes capas de la sociedad. A esto se añade la supuesta inmigración masiva como causa de disfuncionalidad añadida fruto de la internacionalización de la economía y el incremento de la explotación en los países de la periferia, así como de la marginación de grandes áreas geográficas del mercado-mundo. En resumidas cuentas este es el marco donde situar el fascismo hoy. Su misión en él seria facilitar la transacción de un modelo a otro, desarrollando políticas tendentes no a tomar el poder (no por ahora ) sino a fortalecerlo y totalizarlo por medio de leyes represivas, antiinmigración, etc. que impidan o neutralicen las posibles disfuncionalidades (que se traducirían en revueltas cíclicas o movimientos de resistencia [4]) conservando y manteniendo formas de gobierno formalmente democráticos pero apuntalando el papel represivo del Estado capitalista. El fascismo pues trataría de derechizar la sociedad a la par que desestabilizar para justificar medidas de urgencia por parte del Estado. Por otro lado se vuelve a plantear la dicotomía democracia o fascismo (dos caras del mismo capitalismo) que lleva a reforzar la alternativa democrática frente a la posibilidad fascista saliendo victorioso de este falso enfrentamiento el capital.

Antifascismo hoy.

Entendiendo qué función juega el fascismo en el marco de relaciones sociales y económicas podemos entender la función que juega su anti. El antifascismo hoy adopta (queriendo o sin querer) diversas facetas y funciones:

El antifascismo como actitud estética.

El antifascismo es poco menos que una moda. La falta de análisis, debate y crítica es patente. No se globaliza el problema sino que se trata de atajar sus efectos más palpables (violencia callejera fascista) reproduciendo, en muchos casos, esto mismo (violencia callejera antifascista). Alrededor del antifascismo se crea y recrea una estética pandillera y de escasos contenidos regida por una violencia macarra y estéril. Proliferan grupos, colectivos, plataformas, etc., que tratan de responder a un fenómeno sin analizar sus causas o al menos sin atacar a éstas. Actos a contra o de puro carácter anecdótico como las manis del 20N son moneda habitual. Más allá hay que situar la patética imagen del mata-nazis como figura folklórica del movimiento que en demasiados casos copia actitudes y esquemas mentales de sus presuntas víctimas, en una clara tendencia militarista que puede llegar a prevalecer e involucrar a todo el movimiento.

El antifascismo como lucha de distracción.

El fijar nuestros esfuerzos en la lucha antifascista a nivel parcial nos aleja ineludiblemente de la centralidad de la lucha de clases: crear conciencia y autoorganización de clase. El antifascismo distraería voluntades a una problema concreto fruto de una situación global. Más cuando se cae en dinámicas de represión-acción (difíciles de evitar) que llevan al movimiento a centrar su trabajo en responder a agresiones de grupos fascistas o del aparato represivo del Estado cuando l@s antifascistas son represaliad@s.
El antifascismo como colaboración de clase El lema «tod@s contra el fascismo» puede ejemplarizar una tendencia a la colaboración de clases. La alianza, en plataformas y demás, con fuerzas contrarevolucionarias de la izquierda capitalista es patente en muchos casos. Un lema tan general es asumible desde muchos ángulos, desde la izquierda colaboracionista a la derecha liberal ( no olvidemos que Antena 3 se ha convertido en paladín antifascista) pasando por los grupúsculos oportunistas (los restos del leninismo que combaten el fascismo aquí y apoyan alianzas entre fascistas y «comunistas» en la antigua URSS). La historia vuelve a repetirse con un escenario totalmente distinto al desarrollarse políticas frentistas que implican un reforzamiento del modelo capitalista bajo formas democráticas parlamentaristas. Se vuelve a colaborar con nuestros enemigos de clase socavando nuestros propios intereses para defendernos todos juntos de nuestros enemigos aparentemente más directos y atroces: los fascistas.(5) El resultado es que en lugar de hacer cotidianamente revolución nos hacemos aliados de sus enemigos.

El antifascismo como forma de reforzar al Estado.

Desde grupos antifascistas se reclaman medidas estatales y legales que represalien al fascismo (6): leyes contra los grupos nazis, mayores medidas policiales, altas penas de prisión, etc. La aplicación de tales medidas difícilmente irían a nuestro favor más bien todo lo contrario. Con ello se refuerza el papel del Estado a nivel represor y se fortalece su poder. No deja de sorprender y alarmar que desde nuestras filas se dan armas a nuestro enemigo más señalado: el Estado. Así como se considere que sus leyes puedan ser nuestra salvaguarda contra quienes son ni más ni menos que sus cómplices: fascistas.

Palabras finales.

No se pretende hacer desde este artículo una crítica sanguinaria y sin atenuantes a todos los grupos antifascistas. No se puede pensar que este movimiento sea homogéneo e igualmente criticable pero sí que es necesario empezar a criticar, analizar y en definitiva a pensar la realidad. Globalizar las situaciones para intervenir en la realidad y transformarla es tarea de tod* revolucionari*. De lo contrario podemos caer (aunque sea sin desearlo) en el papel de ser cómplices o compañer*s de viaje del mismo sistema que nos oprime. Tampoco desea este artículo decir que no debemos enfrentarnos al fascismo, pero sí aclarar que esta lucha forma parte (y no la fundamental) del enfrentamiento cotidiano al capital-Estado y no una forma de justificar la existencia de éstos.

SALUD Y ANARQUÍA.

El último de Filipinas.

Alacant. Diciembre 1996.


(1) Son evidentes las similitudes del nazi-fascismo de los años 30 con la toma del poder por Luis Bonaparte «el 18 de Brumario». Así como la organización política del nazi-fascismo con la «Sociedad del 10 de Septiembre» que daba soporte a Bonaparte y la función política dada a ésta dentro del marco de los intereses de la burguesía.

(2) Entendiendo comunismo no desde las estrategias leninistas sino desde su forma integral. Lo que l@|s anarquistas llamamos comunismo libertario.

(3) Sólo unos pocos (Durruti y su grupo «Nosotros» entre otr@s) plantearon de forma teórica extender la revolución a nivel internacional y crear un «efecto dominó».

(4) Revueltas como las de Caracas, el POLL TAX o Los Ángeles. En ellas se evidencia un trasfondo más profundo, de malestar general, más allá de los hechos concretos que sirvieron de detonante.

(5) Este tema se produce en el caso alemán (y no es el único). Los grupos autónomos han llegado a buscar el apoyo en el Partido Socialdemócrata fomentando una especie de unidad antifascista e interclasista.

(6) Este tipo de medidas se reclamaban recientemente en la portada del boletín «No pasarán» del colectivo «Al enemigo ni agua» de Barna. O en el caso Guillén Agulló donde diversos grupos reclaman altas penas de prisión y cumplimiento íntegro de las condenas. Evidentemente había quien discrepaba, como la Asamblea Antifascista de Valencia.

Texto publicado en Ekintza Zuzena nº23

 

 

La noche de los muertos vivientes o, la necesidad de que los muertos entierren a sus muertos

«La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal […] En esas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro […] La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido». [1]

Carlos Marx

Cito extensamente la más lúcida reflexión del mayor de los hermanos Marx, con la intención de señalar, no sólo la validez de tal introspección en nuestros días sino para enfatizar el talante espiritista de los marxianos contemporáneos y de esos antiautoritarios que conducen «sus luchas» con la vista fija en el espejo retrovisor. Lo verdaderamente sorprendente es que se esperen resultados diferentes siguiendo al pie de la letra las mismas instrucciones de antaño, aliándose a una visión «progresista» (positiva) que construye narrativas triunfalistas e inspira películas grotescas (al estilo «Libertarias» [2] ) y culebrones asquerosos (como «Vientos de agua» [3] ).

Hoy, el marxismo y el anarco-comunismo son tradiciones de todas las generaciones muertas que oprimen el cerebro de los vivos y provocan hipoxia, impidiendo la concreción de «algo nunca visto». Lo que nos ratifica que toda tradición se convierte fácil e invariablemente en dogma y ortodoxia. Paradójicamente, se continúa invocando a los espíritus del pasado y se toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus ropajes, para disfrazarse de vejez venerable y repetir por enésima ocasión la arenga con lenguaje prestado, recreando las mismas acciones que condujeron a TODAS las revoluciones por la senda de la «contrarrevolución», imponiendo regímenes fascistas (rojos y/o pardos), erigidos en torno al trabajo y la productividad; o sea, intrínsecamente capitalistas.

Los «comunizadores» (neocomunistas o comunistas), los neosituacionistas, los posanarquistas, e incluso los insurreccionalistas «ortodoxos» [4] , permanecen atrapados en el siglo pasado. Se agarran del pasado para seguir aferrados al «futuro». No entienden que no hay futuro porque el futuro quedó atrás. Pero tampoco se trata de «Volver al futuro» –como la trilogía de Robert Zemeckis– sino de habitar el presente. De vivir intensamente la insurrección cotidiana, de ocupar esos efímeros espacios que permiten avivar el fuego. Pero sin dotar de existencia artificial esos resquicios. Hay que evitar que se conviertan en trincheras. Es decir, en nuevas trampas: falsos agujeros que alientan la visión militarista e impiden que «algo nunca visto» se potencialice. Continuar anclados al análisis en torno a la reestructuración capitalista de las tres últimas décadas del pasado siglo, obstruye la compresión del presente e invita a prolongar el fogueo con balas de salva, frenando el accionar concreto de la subversión contemporánea.

Urge darle el tiro de gracia al siglo XX para sepultar con él todas las ilusiones novecentistas. En ese mismo ataúd, apremia enterrar «nuestra» memoria; es decir, la historia del «movimiento obrero», la historia de las revoluciones y, todas las pulsaciones utópicas que acompañaron a esas narrativas sociales propias de la forma de pensar de otro siglo. Hay que cuestionar las formas de memoria e impulsar el olvido anárquico como parte integral del proyecto de liberación total. Tenemos que inhumar a los muertos y dejar de tropezar con sus leyendas, para permitir que el espectro fluya; esa entidad intangible y sin rostro que es la potencia anárquica: ese espíritu que recorre el mundo, que inquieta, trastorna, irrumpe, violenta.

Urge desalojar la tradición, convencidos que las seguridades de lo sabido no pueden ofrecernos respuestas universales y consoladoras. En su lugar, hemos de promover nuestra capacidad de improvisación, desarrollando la insurrección permanente en entornos constantemente cambiantes dentro del flujo caótico de la vida. Olvidar, aviva la espontaneidad y nos brinda la oportunidad de explorar formas de destrucción más creativas y modos de estar anárquicos en el mundo –que liberen la indisciplina subversiva e infecten de ilegalidad todos los espacios sociales–, actuando como un desencadenante de caos que impida las sistematizaciones formales y la (nueva) normalización. Para estar anarquistas, tendremos que dejar de ser.

En junio de 1958, la Internacional Situacionista ya daba cuenta de la necesidad del olvido y así lo plasmaba en las notas editoriales del primer número de su boletín central: «Los situacionistas se ponen al servicio de la necesidad del olvido. La única fuerza de la que pueden esperar algo es del proletariado, teóricamente sin pasado, obligado permanentemente a reinventarlo todo, del que Marx dijo que “es revolucionario o no es nada”.» [5] Y, para diciembre de ese mismo año, en el editorial de su segundo número, reafirmaban «Nosotros somos partidarios del olvido. Olvidamos nuestro pasado y olvidaremos nuestro presente. No nos reconocemos contemporáneos de quienes se contentan con poco.» Sin embargo, pese al efluvio catalizador que aún conservan estas imágenes, es innegable la poca vocación de olvido que caracterizó a los situacionistas. Varados en la verborrea marxiana, se dedicaron en cuerpo y alma a evocar el pasado, exaltando las trasnochadas propuestas de los consejos obreros como mecanismo único de liberación a través de la autogestión del capital.

Halberstam nos recalca –inmerso en las contribuciones que tensionan la negatividad radical de la baja teoría queer– que, «Podemos desear olvidar la familia y olvidar el linaje, y olvidar la tradición, con el fin de empezar desde un nuevo lugar, no el lugar donde lo viejo engendra lo nuevo, donde lo viejo prepara el terreno de lo nuevo, sino donde lo nuevo empieza de cero, sin las restricciones de la memoria ni de la tradición, y sin pasados que se puedan utilizar.» [6] Hoy, la lucha anárquica – emancipada de pasado y ajena a todos los intentos resucitadores que anhelan repetir hasta el cansancio las revoluciones pasadas–, debe empezar de cero, desprendida del linaje y del lastre de la tradición. La tradición en que aún vivimos, ha buscado por todos sus medios evitar la Anarquía.

Si aspiramos a la destrucción de todo lo existente, habrá que emprender este camino desde un nuevo lugar, no desde aquél idílico paisaje de las ruinas del viejo mundo donde engendraría el nuevo que portamos en nuestros corazones, sino vislumbrando algunas concepciones originales y materializando las acciones necesarias que nos concedan la ruina de la dominación en este instante pero sin albergar esperanzas utópicas. La Anarquía no es el sendero que conduce a la Utopía, como el cristianismo secular decimonónico pretendía hacer creer, promoviendo la fe en una abstracción heredera de las antiguas esperanzas cristianas. La Anarquía da la oportunidad de vivir y concretar la destrucción en presente, a quienes no se dirigen a ninguna parte ni alojan esperanzas en soluciones mediatizadas o en regímenes por-venir en nombre de la libertad y la igualdad. En ese sentido, no puede entenderse como una práctica alternativa o antagonista a la dominación, sino como un «disruptor», un «virus» o un «contaminante». Una suerte de cáncer infiltrante que se contenta cada día con destruir lo «próximo» y no un telos lejano. Lo «próximo», es lo único que tenemos y no lo intangible universal. Pero, destruyendo lo «próximo», de manera simultánea en diferentes regiones del cuerpo social, se provoca la metástasis.

Ésta es la Anarquía realizable: efímera y terrenal, eventual e imperfecta, irregular y compleja. Justo en esa trama, yace la posibilidad de desplegar un paradigma anárquico renovado, capaz de tonificar los músculos de nuevos desarrollos teórico-prácticos con vocación de presente; es decir, conscientes que el pasado es un conjunto de hábitos del que no tenemos nada que aprender y mucho menos que imitar. Le toca entonces a este paradigma demostrar sus preeminencias en términos de actualidad, extensión y profundidad en un nuevo orden tripolar impuesto por el capitalismo hipertecnológico.

Las movilizaciones del hartazgo, la rabia de la desesperanza y, las rebeliones de la miseria, solo reafirman la continuidad de la dominación, es decir, producen más capitalismo. Sólo el fuego podrá obsequiarnos la Anarquía, detentando el peso único de esta palabra. Es decir, sin aproximaciones, sustitutos ni sinónimos que no expresan lo mismo ni se acercan –remotamente– al ímpetu de nuestras pasiones.

Gustavo Rodríguez

Planeta Tierra, 1° de septiembre 2020

Tomado de El Aroma del fuego: La rabia de la desesperanza en un mundo tripolar (Repensar la lucha desde la perspectiva informal anárquica).


[1] Marx, C., El dieciocho brumario de Luis Bonaparte; recogido en Marx, C. y, Engels, F., Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, página 404.

[2] Largometraje español, realizado en 1996, dirigido por Vicente Aranda y basada en la novela La monja libertaria (Planeta,1981) de Antonio Rabinad.

[3] Serie de televisión argentino-española, dirigida por el peronista Juan José Campanella (2006).

[4] La acción insurreccional –por muy emancipadora que parezca desde una óptica subjetiva– se satisface a sí misma pero es incapaz de trascender lo obsoleto, reincidiendo irreflexivamente en gestos caducos.

[5] La lucha por el control de las nuevas técnicas de condicionamiento, Internationale Situationniste, No 1, recogido en Internacional Situacionista. Textos íntegros en castellano de la revista Internationale Situationniste (1958-1968). Vol. 1: La realización del arte (# 1-6), Literatura Gris, Madrid, 1999, p.12.

[6] Halberstam, Jack, El arte queer del fracaso, Editorial Egales, Barcelona/Madrid, 2018. P. 80.

Declaración Alfredo Cospito (Juicio Scripta Manent)

El 16 de Noviembre 2017 comenzó el juicio Scripta Manent en la sala búnker de la cárcel “le Valette”, Turín. El anarquista Alfredo Cospito leyó una larga declaración sin estar presente en la sala, sometido a videoconferencia en la sección Alta Seguridad 2 de la prisión de Ferrara.


Declaración de Alfredo Cospito:

Benevento, 14 de agosto de 1878 – Turín 16 de noviembre de 2017

Juicio a los malhechores

“La unión es sólo uno de tus instrumentos, es la espada con la que aumentas el filo de tu fuerza natural; la unión existe gracias a ti. Sin embargo la sociedad reclama mucho de ti y existe también sin ti; en definitiva, la sociedad es sagrada, la unión es tuya; la sociedad te utiliza, la unión la utilizas tú”

Stirner

“Señores, el tiempo de vida es breve… si vivimos, vivamos para pisotear a los reyes”

Shakespeare, Enrique IV

“Me lamento de cada crimen que en mi vida no cometí, me lamento de cada deseo que en mi vida no satisfice”

Senna Hoy

Quiero ser lo más claro posible, que mis palabras suenen como una admisión de culpabilidad. En la medida en que sea posible pertenecer a un instrumento, a una técnica, con altivez y orgullo reivindico mi pertenencia a la FAI-FRI [1]. Con altivez y orgullo me reconozco en su historia entera. Formo parte de ella con todos sus efectos y mi contribución lleva la firma del “Núcleo Olga”.

Si esta farsa se hubiese limitado a Nicola y a mí hoy habría guardado silencio. Pero han involucrado una parte significativa de todos aquellos que en estos años nos han dado su solidaridad, entre ellos mis afectos más queridos. Llegados a este punto no puedo abstenerme de decir la mía, callando me haría cómplice del infame intento por su parte de golpear a ciegas a una parte importante del movimiento anarquista. Compañeras y compañeros llevados a rastras tras los barrotes y procesados no por lo que han hecho sino por lo que son: anarquistas. Procesados y detenidos no por haber reivindicado, como hice yo, con el acrónimo FAI-FRI, sino por haber participado en asambleas, escrito en publicaciones y blogs o simplemente por haber dado solidaridad a compañeros durante un juicio.

No haré de adalid de estos compañeros/as. En una época en que las ideas no cuentan, ser procesados y detenidos por una idea deja patente la fuerza transgresora que cierta visión de la anarquía continúa teniendo,  también dice mucho de la estructura vacía que es la democracia y las denominadas libertades democráticas. Tienen sus motivos, no lo niego, en el fondo no existen anarquistas buenos, en cada anarquista anida el deseo de arrojarlos de su asiento.

Por mi parte. no hay ninguna intención de hacer pasar la FAI-FRI por una asociación recreativa o el club de jóvenes marmotas. Quien ha hecho uso de este instrumento o, como dirían ustedes, carentes de anarquía, “quien es de la FAI-FRI” lo reivindica con la cabeza alta como mis hermanos y hermanas detenidos en el pasado, como yo mismo en Génova hace unos años y hoy en esta sala. Es nuestra historia la que lo enseña, historia que estamos pagando, jamás mártires, jamás rendidos, con años de cárcel y aislamiento en medio mundo. Quien no forma parte de ésta nuestra historia, arrastrado encadenado ante ustedes, calla por solidaridad, por afecto, por amor, por amistad, sentimientos estos impensables, incomprensibles para ustedes, servidores del Estado. Su “justicia” es imposición del más fuerte sobre el más débil. Les garantizo que en este juicio, entre los imputados, rastreros y oportunistas no hallarán.

El precio de la dignidad es incalculable, sus dones son desesperados y costosos, más allá de todo límite e imaginación, y vale la pena siempre pagar ese precio, yo estoy dispuesto a pagarlo en todo momento. Para ustedes no debería tener ninguna importancia si fui realmente yo quien puso esas bombas. Porque me siento de todas formas cómplice de esos hechos, así como de todas las acciones reivindicadas como FAI-FRI. Aún más porque las acciones de las que me acusán son todas en solidaridad con migrantes y anarquistas presos y las comparto plenamente. Cómo no sentirme cómplice cuando esas explosiones fueron para mí como destellos de luz en la oscuridad.

Por muy estúpido que les pueda parecer, para mí existe un antes y un después de la FAI. Un antes en el que estaba fanática y estúpidamente convencido de que sólo las acciones no reivindicadas tendrían una utilidad, una reproducibilidad, convencido de que la acción destructiva debía hablar necesariamente por sí misma y que todo acrónimo era el estiércol del demonio. Un tiempo después en el que, con el balazo a Adinolfi, puse en cuestión estos dogmas insurreccionalistas alcanzando a concretar estas mis nuevas convicciones en una acción. Poca cosa, diría alguien, y sería cierto si tras ese simple acrónimo no hubiese un método que podría realmente para nosotros, anarquistas de praxis, marcar la diferencia fuera y más allá de represión, represiones y salas de tribunal.

A pesar de lo limitada que haya sido mi contribución, a pesar de que haya llegado tarde, me siento cómplice en todo y para todo de los hermanos y de las hermanas que iniciaron este camino. Quiénes quiera que sean, dónde quiera que estén, espero que no me guarden rencor si hago mías sus acciones, me representan. Poco importa si no les he mirado nunca a los ojos, he leído sus palabras de fuego, las he compartido, apruebo sus acciones y eso me basta, en mí ninguna voluntad de apropiación, más bien una fuerte altiva voluntad de compartir responsabilidad. Jueces, me habría gustado escupirles a la cara (como hice en Génova) mi responsabilidad directa en los hechos que me imputan, pero no puedo apropiarme de méritos y honores que no son los míos, sería forzar demasiado. Deberán y deberé contentarme con la que ustedes, en su lenguaje impregnado de autoritarismo, definirían “responsabilidad política”. No desesperen, con lo buenísimos que son inventando pruebas graníticas a pesar de que sean estrambóticas y resucitando maravillosos ADN inconsistentes por su olvido en causas archivadas en el pasado, no tendrán ninguna dificultad en llevarse a casa un bonito botín de años de cárcel. Y además, si de verdad quieren saberlo, una condena me la merezco del todo, aunque sólo sea por mi adhesión a la FAI-FRI, adhesión a un método, no a una organización, por no hablar encima de mi firme concreta voluntad de destruirlos y de destruir todo lo que representan.

Han atacado a lo loco a mis afectos más queridos, parentescos, amistades, de forma despiadada. Los escrúpulos morales no son su fuerte, han extorsionado, amenazado, usado el alejamiento de niños de sus madres y padres como instrumento de coerción y chantaje. Compañeras y compañeros que nada tienen que ver con la FAI-FRI llevados a rastras ante ustedes con acusaciones y pruebas banales. Uno de los motivos, no el principal, por el que reivindiqué la FAI-FRI fue el de no exponer al movimiento anarquista a una fácil criminalización.

Hoy me encuentro nuevamente en un tribunal contrarrestando su represalia, su mezquino intento de poner en el banco de acusados a “Croce Nera”, periódico histórico del movimiento anarquista que, con sus altos y bajos, desde los años sesenta desarrolla su papel de apoyo a los prisioneros de guerra anarquistas. En sus delirios fascistoides intentan hacer pasar “Croce Nera” por órgano de prensa de la FAI-FRI.

No habían llegado a tanto ni siquiera en 1969 en plena campaña antianarquista. En esa época sus colegas, una vez conseguida la libra de carne humana con el asesinato del fundador de la Cruz Negra italiana, Pinelli, se limitaron a la incriminación individualizada de compañeros por hechos específicos, sabemos todos cómo acabo después la cosa. Hoy que la sangre escasea no se limitan a las acusaciones específicas de cuatro compañeros, sino que van más allá, hasta llegar a criminalizar una franja entera del movimiento. Todos aquellos que forman parte de la redacción de “Croce Nera”, que han escrito en ella o que incluso sólo han asistido a sus presentaciones públicas, en su óptica inquisitorial forman parte todos de la FAI-FRI. Mi orgullosa participación en la redacción de “Croce Nera” y de otros periódicos anarquistas no hace de estas publicaciones órganos de prensa de la FAI-FRI. Mi participación es individual, cada anarquista es una mónada, una isla aparte, su contribución es siempre individual. Me valgo del instrumento FAI-FRI sólo para hacer la guerra. El uso de este instrumento, la adhesión al método que conlleva, no involucra toda mi vida de anarquista, no involucra en nada a los demás redactores de los periódicos con los que colaboro. Una característica de mi anarquía es lo multiforme de las prácticas puestas en escena, todas bien distintas. Yo respondo sólo por mí, cada cual responde por sí mismo. No me interesa conocer a quien reivindica con el acrónimo FAI-FRI, con ellos me comunico sólo a través de las acciones y de las palabras que las siguen. Considero contraproducente conocerles personalmente y ni siquiera voy a buscarles, mucho menos para hacer un periódico juntos.

Mi vida de anarquista, también aquí en prisión, es mucho más compleja y diversa que un acrónimo y que un método, lucharé hasta el extremo a fin de que el cordón umbilical que me liga al movimiento anarquista no sea cercenado por el aislamiento y por sus cárceles. Métanselo bien en la cabeza,l a FAI-FRI, sin desmerecer la contrainformación, no edita periódicos. ni blogs. No necesita espectadores, fanáticos ni especialistas de la contrainformación, no basta con mirarla con simpatía para formar parte de ella, es necesario ensuciarse las manos con las acciones, arriesgar la vida, ponerla en juego, creérselo verdaderamente. Incluso cabezas maltrechas por el autoritarismo, como las suyas, deberían haberlo comprendido, de la FAI-FRI sólo forman parte los anónimos hermanos y hermanas que atacan usando ese acrónimo y los presos/as anarquistas que reivindican su pertenencia, lo demás son generalizaciones e instrumentaciones concebidas para la represión.
Aprovecho ahora la ocasión que con este juicio me dan para quitarme la mordaza asfixiante de la censura y decir la mía sobre temas que me atenazan con la esperanza de que mis palabras puedan llegar, más allá de estos muros, a mis hermanos y hermanas.

Mi “comunidad de pertenencia” es el movimiento anarquista con todas sus componentes y contradicciones. Ese mundo rico y variado en el que he vivido los últimos treinta años de mi vida, vida que no cambiaría por ninguna otra. He escrito en periódicos anarquistas, continúo escribiendo en ellos, he participado en manifestaciones, enfrentamientos, ocupaciones, he realizado acciones, he practicado la violencia revolucionaria. Mi “comunidad de referencia” son todos aquellos hermanos y hermanas que usan el método FAI-FRI para comunicarse, en mi caso, sin conocerse, sin organizarse, sin coordinarse, sin ceder libertad alguna. Jamás he confundido los dos planos, la FAI-FRI es simplemente un instrumento, uno de tantos a disposición de los/as anarquistas. Un instrumento únicamente para hacerla guerra. El movimiento anarquista es mi mundo, mi “comunidad de pertenencia”, el mar en que nado. Mi “comunidad de referencia” son los individuos, núcleos de afines, las organizaciones informales (coordinaciones de varios grupos) que se comunican, sin contaminarse, a través del acrónimo FAI-FRI hablándose por medio de las reivindicaciones que siguen a las acciones. Un método éste que dota incluso a mí anticivilización, antiorganización, individualista, nihilista, unir fuerzas con otros individuos anarquistas, organizaciones informales (coordinaciones de varios grupos), núcleos de afines, sin ceder su libertad, sin renunciar a mis personales convicciones y tendencias: me defino anticivilización porque creo que el tiempo de que disponemos es limitadísimo antes de que la tecnología, tomando consciencia de sí misma, domine a la raza humana.

Me defino antiorganización porque me siento parte de la tradición antiorganización ilegalista del movimiento anarquista; creo en las relaciones fluidas, libres, entre anarquistas, creo en el libre acuerdo, en la palabra dada. Me defino individualista porque por mi naturaleza no podría delegar jamás poder y decisiones a otros, jamás podría formar parte de una organización por informal o específica que sea.

Me defino nihilista porque he renunciado al sueño de una futura revolución por la revuelta ahora, ya. La revuelta es mi revolución y la vivo cada vez que me enfrento con violencia a lo existente. Creo que nuestra tarea principal hoy es la de destruir. Gracias a las “campañas de lucha” de la FAI-FRI me regalo la posibilidad de potenciar, volviéndola más incisiva, mi acción. “Campañas de lucha” que deben necesariamente rebosar de acciones que llaman a más acciones, no por convocatorias o asambleas públicas, cortando así de raíz mecanismos políticos de autoridad de los que las asambleas del movimiento están llenas. La única palabra que cuenta es la de quien golpea concretamente. El método asambleario, a mi parecer, es un arma sin filo para hacer la guerra, inevitable y fructífera en otros ámbitos. Adhiriéndome con mis fuerzas a las “campañas de lucha” de la FAI-FRI, en mi caso como individualista sin formar parte de ninguna organización informal (coordinación de varios grupos), usufructo de una fuerza colectiva que es algo más y diferente que la simple suma matemática de las respectivas fuerzas desatadas por los respectivos grupos afines, individuos y organizaciones informales. Esta “sinergia” actúa de modo tal que “el todo”, la FAI-FRI, sea algo más que la suma de los sujetos que la componen. Todo ello salvaguardando su autonomía individual gracias a la falta total de ligámenes directos, conocimiento, de los grupos y organizaciones informales e individualidades anarquistas que firman con ese acrónimo.

Nos dotamos de un acrónimo en común para dar la posibilidad a los individuos, grupos, organizaciones informales de adherirse y reconocerse en un método que salvaguarda de forma total sus propios proyectos particulares, quien reivindica como FAI-FRI se adhiere a ese método. Nada ideológico y político, sólo un instrumento (reivindicación a través de un acrónimo) producto de un método (comunicación entre individuos, grupos, organizaciones informales mediante las acciones) que tiene el objetivo de reforzar el momento de la acción sin homologar, allanar. El acrónimo es importante, garantiza una continuidad, estabilidad, constancia, crecimiento cuantitativo, una historia reconocible pero en realidad la auténtica fuerza, lo que lo cambia todo, consiste en el método simple, lineal, horizontal, absolutamente anarquista de la comunicación directa a través de las
reivindicaciones sin intermediarios, sin asambleas, sin conocerse, sin exponerse excesivamente a la represión, comunica sólo quien actúa, quien se la juega con la acción. Es el método la auténtica innovación. El acrónimo se vuelve contraproducente si rebasa el cometido para el que ha nacido, es decir reconocerse como hermanos y hermanas que adoptan un método. Ahí todo. La práctica es nuestro reactivo, es en la práctica como se prueba la eficacia de un instrumento. Es necesario tener en cuenta que la experiencia FAI-FRI, en continua evolución, nos pone ante transformaciones repentinas, caóticas; no es necesario quedarse descolocados ante ellas. El inmovilismo y el estatismo representan la muerte, nuestra fuerza es la exploración de nuevos caminos. El futuro de esta experiencia no está, ciertamente, en una mayor estructuración, sino en el intento, lleno de perspectivas, de colaboración entre anarquistas individuales, grupos de afines, organizaciones informales, sin que nunca se contaminen entre sí. Las instancias de coordinación deben permanecer dentro de la respectiva organización informal, entre los respectivos grupos o núcleos que la componen, sin desbordarse al exterior, sin involucrar las otras organizaciones informales FAI-FRI y, sobre todo, a los grupos y anarquistas individuales FAI-FRI que de lo contrario verían minada desde la base su autonomía, su libertad, el propio sentido de su actuar fuera de organizaciones y coordinaciones. Sólo así, si se crean dinámicas autoritarias dentro de un grupo, de una organización, quedarán circunscritas a allí donde han nacido, evitando el contagio. No existe un todo único, no existe una organización llamada FAI-FRI, existen individuos, grupos afines, organizaciones informales, todas bien distintas que se comunican a través del acrónimo FAI-FRI, sin nunca entrar en contacto entre sí. Se ha escrito y dicho mucho sobre las dinámicas internas de los grupos de afinidad, sobre la organización informal y la acción individual. La comunicación entre estas prácticas, por el contrario, nunca se ha explorado, nunca se ha tomado en consideración. La FAI-FRI es el intento de poner en práctica esta comunicación. Acciones individuales, grupos de afinidad, organizaciones, forman de hecho todos en conjunto parte de esos instrumentos de los que históricamente se han dotado los anarquistas. Cada uno de estos instrumentos tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El grupo de afinidad une la velocidad operativa, debida al gran conocimiento entre los afines, con una cierta potencia debida a la unión de varios individuos. Sus grandes cualidades: libertad del individuo garantizada y notable resistencia a la represión. Cualidades debidas al exiguo número de afines y al gran afecto y amistad que necesariamente les liga. La organización, en nuestro caso informal (coordinación de varios grupos), garantiza una fuerte disponibilidad de medios y fuerza, pero una vulnerabilidad elevada debida a la necesaria coordinación (conocimiento) entre grupos o núcleos, golpeado uno se arriesga el “efecto dominó”, caen todos. Desde mi punto de vista la libertad individual se enfrentará por fuerza mayor con los mecanismos decisorios colectivos (“reglas” de funcionamiento de la organización).

Este aspecto representa una drástica reducción de libertad y autonomía indigerible para un anarquista individualista. La acción individual garantiza una velocidad operativa elevada, una impredecibilidad muy alta, una fuertísima resistencia a la represión, y sobre todo, una total libertad. El individuo no debe rendir cuentas a nada ni a nadie, salvo a su propia conciencia. Un gran defecto: la baja potencialidad operativa, se dispone con seguridad de menos medios y de posibilidades de llevar adelante operaciones complejas (cosa que por el contrario una organización informal, si hay voluntad y firmeza, puede hacer con cierta facilidad). Experimentar la repetición entre maneras de moverse tan radicalmente diferentes, ésta es la innovación, la novedad capaz de descolocar y de volvernos peligrosos. Ninguna ambigua mescolanza, grupos, individuos, organizaciones informales, no deben jamás entrar en contacto directo. A cada cual lo suyo, los híbridos nos debilitarían. Unidos más que por un acrónimo, por un método. La FAI-FRI proporciona la manera de unir fuerzas sin que se desnaturalicen mutuamente. Ningún moralismo o dogmatismo, cada cual se relaciona libremente como quiere, probablemente será la mezcla de todo esto lo que marcará la diferencia.
Ninguna coordinación fuera de la respectiva organización informal (porque la coordinación incluye el conocimiento físico entre todos los grupos y organizaciones volviéndolos permeables a la represión), ninguna superestructura homologante, hegemónica, que aplaste individuos o grupos afines. Quien experimenta en su propia actuación la organización informal no debe imponer fuera de ella su manera de moverse, así como los respectivos individuos de acción, y los grupos de afinidad “solitarios”, no deben clamar traición a la idea si hermanos y hermanas actúan en formaciones compactas y organizadas. Naturalmente éste es sólo mi punto de vista y vale para lo que vale.

Para bien acabar les diré que en su código penal me meo con despreocupación y alegría. Poco importa qué decidirán en lo que a mi respecta, mi destino permanecerá bien firme entre mis manos. Tengo buenas espaldas, o al menos creo tenerlas, y su cárcel y su aislamiento no me dan miedo, estoy listo para afrontar sus represalias. Jamás domado, jamás rindiéndome.

Larga vida a la FAI-FRI
Larga vida a la CCF [2]
¡Muerte al Estado!
¡Muerte a la civilización!
¡Viva la Anarquía!

Alfredo Cospito


[1] Federación Anarquista Informal – Frente Revolucionario Internacional

[2] Conspiración de Células de Fuego

Ningún acto de revuelta es inútil

La lucha de clases existe en todos los actos de revuelta individuales y colectivos en los se recuperan pequeñas porciones de vida, o pequeñas porciones de los aparatos de dominación y explotación son obstruidas, dañadas o destruidas. En un sentido significativo, no hay actos aislados de revuelta. Tales actos son todos respuestas a la situación social, y muchos conllevan algún nivel de complicidad implícita, indicando un nivel de lucha colectiva.

Consideremos, por ejemplo, la organización espontánea, y mayormente silenciosa, del sabotaje del proceso de trabajo y la reapropiación de bienes que ocurre en muchos lugares de trabajo; esta coordinación informal de la actividad subversiva llevada a cabo en el interés de cada individuo implicado es la mejor concepción anarquista de la actividad colectiva, porque este tipo de colectividad existe para servir a los intereses y deseos de cada una de las individualidades implicadas en la reapropiación de sus vidas, y lleva en su interior una idea de formas diferentes de relacionarse libres de explotación y dominación.

Pero incluso actos de revuelta aparentemente solitarios tienen aspectos sociales y son parte de la lucha general de las explotadas. Tanto por esta razón, como por el sentido personal de gozo y satisfacción que el/la individuo/a encuentra en tales actos, es necesario reconocer que ningún acto de revuelta es inútil.

El Capital, el Estado y sus aparatos tecnológicos constituyen un orden social mundial de dominación. Es por tanto necesario para las luchas rebeldes de los individuos confluir para crear la revolución social. Dado que, incluso, los actos individuales de revuelta tienen un aspecto social, y son a menudo más colectivos en su naturaleza de lo que aparentan, debido a la complicidad implícita, un desarrollo así no es tan inverosímil al presentarse las circunstancias apropiadas. Pero para ser más claro, no estoy hablando de esperar hasta que tengan lugar las circunstancias apropiadas para actuar (una excusa demasiado frecuente para la pasividad), sino aprovechar la oportunidad en la práctica continua de revuelta para llevarla más lejos, en cuanto se pueda.

La revolución social es una ruptura con nuestro actual modo de existencia, una convulsión de las relaciones y condiciones sociales en la que se viene abajo el funcionamiento de las instituciones políticas y económicas. Tal como lo veo, el objetivo de las anarquistas en esta situación es luchar por la completa destrucción de estas instituciones -el Estado, la propiedad, el trabajo, el intercambio de mercancías, la tecnología de control social, toda institución de dominación- con el fin de abrir el campo de posibilidades para la autoorganización.

Por tanto, el proyecto revolucionario es esencialmente negativo y destructivo. Nuestro objetivo no es crear contra-instituciones para reemplazar al Estado y al Capital, sino poner fin a la actual situación global en la que unos pocos determinan las condiciones bajo las que viven todas, de forma que todo individuo sea libre para crear la vida a su antojo en asociación con quien elija. Por tanto, esta no es una lucha política, un intento de poner en vigor un programa político, sino una lucha social. Un movimiento que se opone a toda jerarquía y liderazgo no debería ofrecer modelos para una sociedad post-revolucionaria. De hecho, idealmente, no habría un “después de la revolución”, sino una tensión continua de posibilidades en expansión, una fluidez de relaciones sociales y asociales que rechazan cuajar en instituciones y que en su lugar se concentran en la creación de deseos, intereses, proyectos y pasiones siempre basados en el rechazo consciente a ser dominadas.

Por ello, me refiero a una transformación total en todos los niveles de existencia, que nunca acaba, un salto hacia la libertad desconocida que no ofrece garantías, excepto aquellas que puedan encontrarse en la resuelta determinación de cada individuo a no ser nunca más gobernado.

Revista Willful Disobedience. Volumen 3. Número 2

Ilegalismo anarquista: ¡Valga la redundancia!

El título de nuestra charla podría parecer, ante la lectura neófita, un pleonasmo. Curiosamente, muchos de los que nos asumimos partidarios de la Anarquía, también consideramos que es una reiteración hablar de “ilegalismo anarquista”; sin embargo, esta particular etiqueta toma sentido si, y sólo sí, se registra la existencia de dos posicionamientos antagónicos en torno a la concreción de la acción directa –es decir, al momento en que llevamos a la práctica toda nuestra teoría–. Este antagonismo, tan lamentable como innegable al interior de nuestras tiendas, será la causa de tan peculiares “distinciones”. Por eso, para adentrarnos en el tema que deseamos emprender, tendremos que abordar la falsa dicotomía: “anarquismo legalista” vs. “anarquismo ilegalista”. Y, lo planteamos como “falsa dicotomía”, precisamente, porque el denominado “legalismo anarquista” es una contradicción insólita. Desde el momento en que apelamos a la legalidad estamos negando el anarquismo. El anarquismo es ilegal o no es anarquismo. Esa es su esencia y su sentido. Su naturaleza. Por lo mismo, a veces nos parece algo tan obvio que olvidamos insistir puntillosamente en el carácter antiautoritario del anarquismo y, por lo tanto, consecuentemente antisistémico ¡Rabiosamente antisistémico! Estamos contra toda Autoridad. Esa es nuestra máxima. Por esa misma razón, los anarquistas, en el instante en que nos asumimos como tal, ahí mismo, estamos ubicándonos fuera de la ley. Cuando afirmamos –como anarquistas consecuentes– que estamos contra el sistema de dominación, que luchamos contra el ordenamiento social en su conjunto, estamos objetando su orden y las leyes que le socorren. Todas las leyes se han hecho y se harán para darle soporte jurídico a la opresión y a la dominación. Si estamos contra el Estado tenemos que estar forzosamente contra las leyes que lo amparan y justifican su existencia. Entonces, los anarquistas, somos ilegales porque somos anarquistas, es decir, por naturaleza. Eso, por mucha confusión que exista –producto de la intoxicación liberal que asecha nuevamente en estos tiempos–, debemos tenerlo muy claro. Y de ahí, debe quedarnos también muy en claro que, cada vez que utilizan ese eufemismo, siempre que recurren a ese terminajo de “anarquismo ilegalista”, están haciendo alusión al anarquismo insurreccional, a sus tácticas y a sus métodos y lógicamente, lo hacen de manera despectiva –con toda la mala leche–, señalándolo con el índice, desde el púlpito, desde el pretendido “anarquismo legalista”. O lo que es lo mismo, desde la negación del anarquismo. Aquí es muy oportuna esa máxima que se le atribuye a Camilo Berneri y que Bob Black popularizó en los ochenta del siglo pasado con otras palabras pero que, sin duda, evocaba la esencia de la frase original: “son esos anarquistas enemigos de la Anarquía”

Antes de profundizar en la historia del denominado “anarquismo ilegalista”, habría que comenzar por hacer algo de recuento sobre esa postura incongruente –conceptual y prácticamente hablando– que aboga por un “anarquismo legalista” y, paralelamente, menosprecia, proscribe y excluye, el accionar consecuente de los partidarios y las partidaria de la Anarquía. Para poder entender el por qué y el cómo cobró vida en nuestras filas un término tan ambiguo y explicarnos el peculiar interés que existe y persiste en la utilización de semejante rótulo, tenemos que recurrir –una vez más– a la pregunta ineludible: ¿qué es el anarquismo? Como bien señala Bonanno: siempre es necesario retomar el discurso con esta interrogante, aunque estemos entre anarquistas. –muchas veces, justamente por estar entre anarquistas es que resulta inevitable este cuestionamiento– . Alfredo (Bonanno), nos expone que el empleo reiterado de esta interrogante se debe a que el anarquismo no es una definición que, una vez alcanzada, pueda guardarse celosamente en una caja fuerte y conservarse como un patrimonio del cual tomamos argumentos a manera de insumos cada vez que los necesitamos. Y tiene razón. Paradójicamente, hay quienes se reivindican “anarquistas” y sostienen lo contrario; es decir, conciben al anarquismo como una ideología y lo guardan a buen recaudo –en esa caja de caudales que nos mencionaba Bonanno– para “protegerlo”, como si se tratara de un credo. Esos dogmáticos del anarquismo entienden el ideal como una Biblia inamovible que les otorga un abundante arsenal de argumentos a los que pueden apelar en cada circunstancia que se les presente y así, eluden la realidad repitiendo sus sagradas oraciones hasta el infinito. Lo inaudito, es que esta visión distorsionada del anarquismo –ideologizada, para ser exactos– es compartida por ambos bandos de las denominadas corrientes primigenias pese a sus divergencias irreconciliables. Es decir, tanto para la corriente “esencialista”, emparentada con el liberalismo, como para la “historicista”, descendiente directa del marxismo, el anarquismo va asimilarse como una ideología. Esto, de cierta forma, nos explica porque cada vez que el anarquismo se aleja de la realidad de las luchas concretas –ya sea a consecuencia de los períodos de repliegue o por los momentos de reflujo del movimiento real de los oprimidos– reaparecen estos viejos fantasmas y se degenera en ideología. En otras ocasiones, hemos insistido en esto y no nos cansaremos de repetirlo: el anarquismo obtiene su propia especificidad teórico-práctica en el momento en que rompe drásticamente con sus raíces; ahí es que se gesta como tal, revelando su carácter parricida.

Lamentablemente, salvo escasas y honrosas excepciones, la inmensa mayoría de la historiografía libertaria ha sido escrita por personas ajenas al anarquismo y en su defecto, se ha elaborado un producto edulcorado y atinadamente “acomodado” por connotados personajes académicos, por lo general, adscritos a esas corrientes primigenias que, lógicamente, han continuado su marcha de manera paralela. Así, encontraremos un amplio y voluminoso listado de historiografía libertaria, oportunamente confeccionada desde las buenas conciencias del humanismo liberal o desde la perspectiva historicista y pretendidamente científica de claro sello marxiano. En el caso particular de la historiografía libertaria disponible en lengua castellana, nos toparemos con un repertorio de historietas “libertarias” realmente nauseabundo, fabricado a la medida de las concepciones moralinas de personajes de la calaña de Carlos Díaz –conocido cagatintas al servicio del Vaticano–, Víctor García y, hasta de Fidel Miró; quienes manosearon y acondicionaron a su antojo, otras historietas previas, inventadas por los Abad de Santillán y compañía. No menos “acomodados” están los textos de Buenacasa y Gómez Casa, empeñados en mostrar las cosas según su conveniencia. Ya ni hablar de la historiografía “oficial” donde abundan ratas de la catadura de Ángel Herrerín López –escribano a sueldo del gobierno que esté de turno en el Estado español– o Juan Avilés. Desde luego, de este lado del charco, también se cuecen habas, aquí mismo tenemos joyitas del tamaño de Roger Bartra y Arnaldo Córdova, sólo por mencionar algunos y bueno, me viene a la mente otro personaje vomitivo, a quien el Estado cubano encomendó la “noble” tarea de borrar al anarquismo de la historia insular, Abraham Grobart (Fabio Grobart). Por eso hoy, tenemos que dedicarnos a hurgar. Hay que escarbar… Hay que nadar y zambullirse en medio de toda esa historiografía libertaria y tomar con pinzas la información y confrontarla con otras fuentes, aunque lo que encontremos provenga del enemigo, de la prensa burguesa de la época. Increíblemente, la mayoría de las veces, encontramos mucho más información en esas fuentes antagonistas –en la prensa, particularmente–, sobre todo, nombres y hechos, olvidados o, convenientemente, silenciados e ignorados. Pasa lo mismo con la historia “oficial”, con los textos de Herrerín y cía, allí a veces se encuentran datos extraídos de los archivos policiacos. En esos textos, con pretendido rigor académico y regularmente etiquetados como “Historia Social”, también podemos hallar información valiosa. Estos cagatintas se han encargado de recuperar algunos nombres y de exponer determinados hechos, con la clara intención de descalificarnos de presentarnos como bandidos y terroristas. Pero, a falta de estudios objetivos, de ahí hay que sacar nuestras conclusiones.

Y bueno, un poco adentrándonos en el tema de nuestra plática, definitivamente, tenemos que decir que, cuando se hace mención del denominado “anarquismo ilegalista”, es decir, del anarquismo insurreccional, por regla general, se están refiriendo a un conjunto de estrategias anarquistas implementadas, principalmente, en Francia, Italia, Bélgica, Suiza y Estados Unidos, en las últimas dos décadas del siglo XIX y las primeras tres del siglo pasado. Este período particular de nuestra historia –que, en realidad, abarca un poco más, porque ya desde 1874, en el Congreso de Madrid, se recogen los pronunciamientos insurreccionales y se recomiendan las llamadas “represalias”– sin duda, ese período fungió como parte aguas, dando lugar a esa falsa dicotomía de la que hablábamos con anterioridad, aquella de “anarquismo legalista” vs. “anarquismo ilegalista”. Este “parte aguas”cobró mayor fuerza a raíz de las polémicas furibundas ocasionadas en Francia a finales del siglo XIX en torno al caso Duval. La expropiación de un hotel de la calle Montceauc de Paris, realizadael 5 de octubre de 1886, por los anarquistas Duval y Turquais, integrantes del grupo “La Panthére des Batignoles”, trajo consigo, un debate irreconciliable poco después de que Clément Duval fuera detenido, no sin defenderse, hiriendo al inspector a cargo de su captura. Esta polémica pronto llegaría a las páginas del periódico La Révolte, dirigido por Kropotkin, convirtiéndose en tema de discusión obligada al interior del movimiento anarquista. Rápidamente aflorarían los juicios de valor. Así, aparecieron en escena los “legalistas” que abogaban por un anarquismo evolutivo y pedagógico que conseguiría sus aspiraciones de justicia y libertad a través de la propaganda escrita u oral y la organización de las masas, acusando de “criminales ajenos a las ideas” a quienes actuaban “fuera de la ley”. Sin embargo, Duval, dejaba en claro su postura en la carta que enviaría al juez instructor –permítanme hacer lectura de un fragmento de la misma– : “En mi hoja de prisión en Mazas, he visto escrito: Tentativa de homicidio; yo creo, muy al contrario que he obrado en legítima defensa. Verdad es que usted y yo no consideramos esto de la misma manera, teniendo en cuenta que yo soy anarquista, o mejor dicho, partidario de la anarquía, pues no se puede ser anarquista en la sociedad actual; sentado esto, yo no reconozco la ley, sabiendo por experiencia que la ley es una prostituta a quien se maneja como conviene, en ventaja o detrimento de éste o del otro, de tal o cual clase. Si yo he herido al agente Rossignol, es porque él se ha arrojado sobre mí en nombre de la ley. En nombre de la libertad yo le he herido. Soy, pues, lógico con mis principios: no hay, pues, tal tentativa de asesinato. Ya es tiempo también de que los agentes cambien de papel: antes que perseguir a los ladrones, que prendan a los robados.” Con esta carta, no caben dos opiniones al respecto: Duval, dejaba en claro que era anarquista y que, como tal, obraba consecuente fuera de la ley. Con sus palabras recalcaba lo que comentábamos al comienzo de esta charla: “los anarquistas, somos ilegales porque somos anarquistas, es decir, somos ilegales por naturaleza”.

Clément Duval, comparecería frente al juez el 11 de enero de 1887, alegando en su defensa que la propiedad, asentada en sus leyes y otorgada como derecho burgués, era el robo y que quienes acumulaban fortunas apropiándose de las riquezas producidas colectivamente eran los verdaderos ladrones, no quienes, necesitados de sustento, tomaban en su provecho, por derecho a la existencia, lo que se les había arrebatado antes. Los alegatos de Duval, reafirmaban nuevamente los principios anarquistas frente a aquellos que intentaban desprestigiarle con su moralina burguesa. Al ser condenado a muerte, quedaba, a todas luces, sentenciado por anarquista. Por eso, no faltaron las voces valientes que le defendieran en nombre de la anarquía, como Luisa Michel, quién al grito de ¡Viva la anarquía! exigiera la unidad de todos los revolucionarios conscientes en la lucha contra su condena. Finalmente, ante las fuertes presiones ejercidas, le conmutarían la pena de muerte, sentenciándolo a cadena perpetua en la Guyana. De allí, lograría fugarse y trasladarse a Estados Unidos, donde se asentaría en la ciudad de Nueva York, gracias al apoyo y la solidaridad de los anarquistas italo-americanos, con quienes trabajaría en la edición de “L’ Adunata del Refrattari”. Esta publicación “refractaria” –como bien resalta su título–, sería uno de los medios anarquistas más aguerridos de su época en territorio estadounidense y serviría de asidero para la expansión de la consciencia refractaria y la conformación de un movimiento anarquista de clara tendencia insurreccional a lo largo y ancho de la geografía norteamericana. En esa misma tesitura refractaria del anarquismo insurreccional, se editarían infinidad de periódicos a finales del siglo XIX, en varios puntos de Europa, principalmente en Italia, Francia y España. Destacarían las publicaciones impresas en Barcelona, Valencia y Zaragoza, muchas veces editadas por anarquistas italianos refugiados en España.Títulos como “El Eco del Rebelde”, “La Cuestión Social”, “Penseiero e Dinamita”–redactado por el grupo de Paolo Schichi–, “La Revancha” –editado por Paul Bernard –, “La Revancha de Ravachol”, entre otros, ilustrarían la actividad del denominado “anarquismo ilegalista” a finales del siglo XIX.

Otro de los grupos anarquistas qué destacaría, por la puesta en práctica de la expropiación, a finales de la década del ochenta del siglo XIX, en la ciudad de París, sería el núcleo conocido como “Los Intransigentes”. Fundado por dos anarquistas italianos residentes en Francia: Pini y Parmeggiani. Vittorio Pini, reivindicaría la expropiación revolucionaria –contribuyendo al debate en torno a esta práctica–, poco después de su detención “accidental” como consecuencia de una solicitud de extradición interpuesta por el gobierno italiano. Cuando las autoridades francesas registraron su casa, encontraron un arsenal y la cuantiosa suma de 500 mil francos, lo que para 1889 resultaba ser una suma elevadísima. El hallazgo policial llevaría a los tribunales a Pini y algunos de sus compañeros de grupo.

La condena de Vittorio Pini a 20 años de trabajos forzados, resucitó la polémica, llegando nuevamente a ventilarse el debate en “La Révolte”. En sus páginas quedaría registrada la opinión de sus editores al respecto –permítanme nuevamente leer unos apuntes– “Pini, jamás actuó como un ladrón profesional. Es un hombre de muy pocas necesidades, que vivía sencillamente, pobremente incluso y con austeridad. Pini robaba para destinarlo a la propaganda, eso nadie lo ha negado. En el juicio, Pini se hizo responsable único de los hechos y defendió el principio anarquista del derecho al robo o mejor a la expropiación”. Fin de la cita.

Los casos de Duval y Pini, ponían sobre el tapete el tema de la expropiación revolucionaria, situándolo en el marco de la acción directa y las tácticas insurreccionales, por lo que se retomaría el debate en la Conferencia Internacional de París de 1889, sin que se alcanzaran acuerdos a manera de conclusión al respecto. Sin embargo, existían antecedentes que mostraban lineamientos claros en relación a la acción directa que –si bien no abordaban la expropiación de manera explícita–no dejaban lugar a dudas en cuanto al empleo de una amplia gama de tácticas que iban desde las represalias a la propaganda por el hecho, justificadas desde la óptica de la insurrección permanente. El Congreso Anarquista de Londres de 1881, da buena cuenta de ello. Por cierto –quiero hacer un paréntesis como nota anecdótica–, está ampliamente documentada la participación de un anarquista mexicano en el congreso de Londres del 81. Según los registros, dejó constancia del “necesario aprendizaje de la química para la elaboración eficaz de explosivos”. También quedaría documentada la infiltración de agentes policíacos en dicho congreso y su insistente interés en desprestigiar el mismo, presentándolo como una reunión de peligrosos “terroristas” internacionales.

La polémica entre quienes, reclamándose anarquistas, justificaban la expropiación y la propaganda por los hechos y las inscribían en la amplia lista de acciones directas válidas –mismas que identificaban como medios consecuentes con el fin– y, aquellos, que, igualmente reclamándose anarquistas, las condenaban, por “amorales” y “violentas”, trajo consigo el rótulo de “anarquismo ilegalista” que hoy nos ocupa y con éste, la profundización de las diferencias en torno a la acción directa o, a la manera de como ésta se concebía según el lente con que se mirase. Dicha polémica, lamentablemente, nos ha acompañado a lo largo de la historia y ha sido aceptada o, por lo menos, asimilada, como una “ambigüedad” de base, originada en las formulaciones primigenias del anarquismo y que, por tanto, deberíamos de arrastrar por los siglos de los siglos. Sin embargo, esta pretendida “ambigüedad” es falsa y se ubica –una vez más– en el manejo acrítico, en el acomodo amañado y oportuno de los términos y en el reforzamiento de esos parentescos de los que hablábamos al comienzo, de esas familiaridades apócrifas con las que el anarquismo no puede sino reafirmar la más determinante y violenta de las rupturas. Es el reflejo de las contradicciones arrastradas a partir de esa otra falsa “ambigüedad” que pretende perpetuarse en el anarquismo justificando su origen en las corrientes de pensamiento progenitoras –que mencionábamos– y que da lugar a la tesis de “los dos anarquismos”. Esto, ya lo hemos abordado en incontables ocasiones y hemos sido rotundamente determinantes, recalcando que, para nosotros, el anarquismo es un cuerpo viviente de teoría y práctica que se gesta a partir de una configuración abierta de pensamiento y acción, encarnada en un movimiento refractario, que cobra su especificidad en el instante que concreta ese divorcio, irreconciliable, con el idealismo liberal y trasciende las limitaciones de la visión economicista del marxismo mediante la reflexión –original e intransferible– en torno al sistema de dominación y la conformación de las clases sociales.

Durante las primeras tres décadas del siglo pasado, las tácticas y los métodos del anarquismo insurreccional volvieron a tomar fuerza. En los años previos a la Revolución rusa, va a extenderse y generalizarse su práctica, cobrando nuevos bríos la expropiación y la propaganda por el hecho. Por esas fechas, alcanzaría notoriedad en Francia el grupo de “Los trabajadores de la noche”, también conocido como “La banda de Abbeville”, por el enfrentamiento armado que se suscitara en esa ciudad entre integrantes de este grupo con la policía, tras una acción fallida, resultando muerto el oficial Pruvost. Alexandre Jacob, mejor conocido como Marius Jacob, sería el eje articulador de este pequeño núcleo expropiador, en el que también participaba su madre y su esposa. Había sido detenido en posesión de explosivos tras una serie de expropiaciones menores que habrían conducido a las autoridades hasta él, siendo condenado a 6 meses de cárcel. Poco después sería detenido nuevamente pero, fingiría demencia evitando una sentencia de cinco años de prisión y le enviarían a un manicomio de donde se fugaría, refugiándose en la ciudad de Sète. Allí, comenzó a organizar su grupo con personas afines que, aunque no se reclamaran partidarios de la Anarquía, en los hechos compartirían sus principios mediante un acuerdo mínimo –otra vez, permítanme leer estas anotaciones–: “Sólo se usarán las armas para proteger nuestra vida y nuestra libertad de la policía; se robará sólo a los considerados parásitos sociales -empresarios, banqueros, jueces, militares, nobles y al clero, pero jamás a aquellos que realizan profesiones nobles y útiles –maestros, médicos, artistas, artesanos, trabajadores, etc. Y se destinará un por ciento del dinero recuperado a la propaganda de la causa anarquista”.

Acusado de más de un ciento cincuenta expropiaciones y del asesinato del oficial Pruvost, Jacob sería llevado a juicio en marzo de 1905 en la ciudad de Amiens, enfrentando la posible condena a muerte en la guillotina. Durante el proceso, dejará bien claro en los tribunales los ideales que le inspiran –aquí lo tengo–: “He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad de hombre, antes que hacerme artífice de la fortuna de un amo. En términos más crudos, sin eufemismos, he preferido robar antes que ser robado”. Logró escapar de la guillotina pero lo sentenciarían, con 26 años de edad, a trabajos forzados de por vida en Cayenne. Tras 17 intentos de fuga de la Isla del Diablo y con poco más de 20 años de condena cumplida, regresaría a Francia. En 1936, atraído por la irradiación de la Revolución española, Jacob viaja a Barcelona con el propósito de luchar junto al movimiento libertario, presentando una estrategia de acopio de armamento para las milicias anarquistas. Sin embargo, ya no estarían Ascaso ni Durruti y, se toparía de bruces con el “anarquismo legalista” en el poder. Decepcionado con la realidad española sentenciaría de manera lapidaria: “¿Dónde están los anarquistas? En las fosas comunes. Traicionados en las retaguardias, se sacrifican en el frente”. Desde luego, esto no lo registraría Gómez Casa ni Víctor García.

También habría que mencionar entre los muchos grupos anarquistas insurreccionales que alcanzarían notoriedad en Europa a comienzos del siglo XX a otro núcleo francés conocido como “La banda Bonnot”, ya que iniciaría sus actividades por iniciativa de Jules Bonnot y un grupo de anarquistas insurreccionales nucleados en torno al periódico “ilegalista” L’Anarchie. En esos primeros años del siglo XX, se teorizaría sobre la expropiación revolucionaria y la propaganda por el hecho en un montón de publicaciones anarquistas insurreccionales que le otorgaban particular validez a estos métodos dentro de la amplia gama de tácticas insurreccionales.

Y bueno, de este lado del charco, también hay tela de dónde cortar aunque mucha de la historiografía esté igualmente acomodada, manoseada y edulcorada, en el mejor de los casos porque, cuando nos ponemos a rastrear este tipo de información nos encontramos que, evidentemente, muchas cosas se han silenciado y condenado al olvido. Pero bueno, hay que ir hilvanando la historia con lo que hay.

Cuando nos ponemos a rastrear por acá, encontramos los antecedentes del anarquismo insurreccional en Julio López Chávez, quien mantendría una intensa actividad expropiadora y beligerante entre 1867 y 1868, siendo fusilado en julio del 68, por órdenes del gobierno liberal de Benito Juárez. López Chávez o Chávez López –ya que algunos historiadores invierten sus apellidos por lo que no se sabe con certeza cuál era su nombre correcto, incluso hay documentos de la época, periódicos principalmente, donde le llaman Julián López Chávez, en lugar de Julio– Pero, bueno… quedémonos con Julio López Chávez, había sido discípulo de la escuela moderna, la Escuela del Rayo y el Socialismo, que fundara en Chalco, Estado de México, Plotino Rhodakanaty, inspirado en las ideas de Fourier y de Proudhon, pero López Chávez, abandonaría rápidamente las ideas mutualistas y se convertiría en Bakuninista. Reafirmando su pensamiento diría: –permítanme leer esta pequeña cita– “Soy anarquista porque soy enemigo de todos los gobiernos y comunista, porque mis hermanos quieren trabajar la tierra en común” (fin de la cita). Rhodakanaty, se distanciaría de su discípulo por estar en desacuerdo con el anarquismo insurreccional, ya que, desde su visión idílica y evolutiva, no reconocía la acción armada consecuente con el ideal libertario. Julio López se convertiría en una verdadera pesadilla para los hacendados, flagelando incansablemente a toda la clase acaudalada del área de Chalco y Texcoco, extendiendo sus acciones a Morelos por el sur, al este hasta San Martín Texmelucan y al oeste hasta Tlalpan. Expropiaba las haciendas de la zona pero en el sentido más extenso del término, es decir, no sólo saqueaba las casas de los hacendados llevándose el dinero, los objetos de valor, las armas y todos los caballos sino que, además, repartía la tierra expropiada entre los campesinos de la región. También realizó infinidad de asaltos a diligencias en la zona, ganándose la reputación de “bandido comunista”, que era como le llamaban los periódicos de la época. Su grupo llegó a contar con más de medio centenar de integrantes, extendiendo la consciencia refractaria entre los campesinos e indígenas de la zona. Después de su fusilamiento, la actividad expropiadora e insurreccional, continúo hasta 1870, no sólo en la zona original de operaciones sino, además, se extendió a Yucatán, al ser deportados a ese estado sureño varios de sus compañeros de acción. Quince de ellos serían fusilados en la ciudad de Mérida, el 24 de febrero de 1869.

También se extendería el anarquismo insurreccional a otros estados, quedando registrada la actividad insurreccional de tres compañeros de López-Chávez, en el Estado de Chiapas, que estarían involucrados en las rebeliones indígenas de 1869 y en el asalto armado a las haciendas de la región. Ignacio Fernández Galindo, su esposa, Luisa Quevedo y, Benigno Trejo, excompañeros de Julio Chávez en la escuela de Chalco, participarían activamente en las labores de organización de la lucha y en la difusión de las ideas anarquistas y la propaganda por los hechos, entre los indígenas tzotziles. Fernández Galindo, se encargaría de brindarles entrenamiento en el uso de las armas y dotaría de tácticas combativas a la revuelta. Las autoridades estatales harían frente violentamente a la insurrección, exigiendo que los “transgresores de la Ley” que “se rindan incondicionalmente y entreguen las armas y a los cabecillas de afuera que les han engañado y manipulado”. Por esas fechas, se publicó un cartel dirigido a los Indígenas rebeldes, que apareció pegado en todos los muros de las calles de San Cristóbal de las Casas, en el que se ilustra perfectamente los sucesos –Otra vez tengo que leer aquí en mis apuntes.. a ver–: “El presidente de la República ya sabe lo que ustedes están haciendo y por eso está muy enojado y aunque aquí tenemos mucha tropa y bastantes armas, dice que va a mandar bastante gente y entonces es seguro que ustedes acaban; porque esa gente que viene no los conoce a ustedes, y por eso no los quiere como nosotros los queremos […] pidan perdón al gobierno y presenten todas las armas que tienen para que crea que es verdad lo que ustedes dicen”.

Durante la denominada “revolución mexicana”, también se registrará la acción del anarquismo insurreccional, protagonizado por los miembros radicalizados del Partido Liberal Mexicano. Las figuras de Ricardo Flores Magón y Práxedis Guerreo, serán destacadísimas en ese período revolucionario; sin embargo, muchos anarquistas insurreccionales internacionalistas, no coincidirán con esa particular apreciación que le otorga rango de “revolución” a las contiendas de la época. Específicamente, esa sería la postura de los anarquistas insurreccionales italianos que, motivados por las crónicas apasionadas que publicara el periódico Regeneración y por las fervientes arengas de sus colaboradores en la ciudad de Los Ángeles, se trasladarían en 1917 al norte de México, con la intención de unirse a la lucha insurreccional libertaria. Entre esos anarquistas insurreccionales italianos estarían Sacco y Vanzetti, quienes viajarían a la ciudad de Monterrey –donde radicaba un grupo de anarquistas italianos que habían huido del reclutamiento militar en Estados Unidos, al estallar la Primera Guerra– interesados en sumarse a la “revolución anarquista”. Pronto se decepcionarían, identificando a la “Revolución” mexicana como una lucha por el Poder entre bandos opuestos. Ese grupo particular de anarquistas italianos haría historia con sus expropiaciones y sus acciones de propaganda por los hechos, a lo largo y ancho de Estados Unidos. Era el grupo nucleado en torno al periódico anarquista insurreccional “Cronaca Sovversiva”, donde también colaboraban Sacco y Vanzetti. Esta publicación, redactada en italiano, se convertiría en el arma de difusión por excelencia del anarquismo insurreccional, entre los anarquistas italianos residentes en Estados Unidos. El grupo de los insurreccionales se ampliaría rápidamente, siendo denominado por la prensa burguesa de la época como “Los Galleanistas”, en alusión al editor del periódico, Luigi Galleani. En este grupo –que en poco tiempo se convertiría en una verdadera red con presencia en las principales ciudades estadounidenses–, destacarían por su notoriedad los conocidísimos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, Mario Buda alias Mike Boda, Nestor Dondoglio alias Jean Crones, Gabriella Segata Antolini, Lugi Bachetti, entre otros que no puedo recordar. Aquí tengo otros nombres de compañeros de este grupo anotados por aquí: Frank Abarno, Pietro Angelo, Carmine Carbone, Andrea Ciofalo, Ferrucio Coacci, Emilio Coda, Alfredo Conti, Roberto Elia, Luigi Falsini, Frank Mandese, Ricardo Orciani, Nicola Recchi,Giuseppe Sberna, Andrea Salsedo, Raffaele Schiavina y Carlo Valdinoci.

Las contundentes acciones de estos anarquistas los llevaría a convertirse en el grupo revolucionario más perseguido por las autoridades federales en los Estados Unidos. Sin embargo, otra vez el “acomodo” de la historia y no sólo de la historia “oficial” sino de la historiografía de factura libertaria, los condenaría a ser unos perfectos desconocidos, encargándose de silenciar todas sus acciones y de “desaparecer” sus textos, reflexiones y demás aportaciones teóricas. Con la excepción de Sacco y Vanzetti, a quienes el “anarquismo legalista” se ocuparía de dotar de una historia falsa que los convirtió en “mártires” del anarquismo. Como habrían hecho antes con los anarquistas de Chicago: “Los Mártires de Chicago”. Una vez más, las conocidas artimañas para ocultar la historia. En el caso de Sacco y Vanzetti sucedió igual. El argumento que se inscribía en una lógica estrategia de la defensa para que se les declarara “inocentes”, terminó convirtiéndose en la “historia oficial” de los hechos. Con la excepción del historiador libertario Paul Avirich que se ocuparía de profundizar en la actividad anarquista de esa época y un trabajo de Bonanno sobre el tema, el resto de la literatura publicada en torno al caso Sacco y Vanzetti, niega rotundamente su participación en la expropiación por la que terminarían siendo condenados. Realmente las expropiaciones eran realizadas constantemente por el grupo en el que participaban activamente Sacco y Vanzetti y los fondos recaudados mediante estas expropiaciones se usaban para continuar imprimiendo propaganda anarquista para financiar atentados, las llamadas represalias y para auxiliar a compañeros presos y desempleados o en algunos casos a sus familias. Los atentados estarán siempre enfocados contra el Estado, el Capital y el clero, siendo objeto de sus ataques banqueros, industriales, políticos, jueces, fiscales, policías y curas.

Este grupo tiene incontables anécdotas –podríamos estar aquí el resto del día contándolas– pero hay varias acciones que merecen por lo menos una breve mención, como el atentado ejecutado el 24 de noviembre de 1917 contra el Cuartel de Policía de la Ciudad de Milwaukee, donde estalló una bomba de retardo poderosísima, con varios kilos de pólvora negra. El artefacto había sido construido por Mario Buda quien era el experto en explosivos del grupo –por cierto, también haciendo uso de sus habilidades, ayudaría a Luigi Galleani, a confeccionar un manual de explosivos que circularía exitosamente entre los anarquistas insurreccionalistas y que aparentemente tradujera al inglés Emma Goldman– Y bueno, se supo que el plan fue ingeniosísimo ya que debido a la gran actividad anarquista de la época, las estaciones de policía estaban muy bien protegidas y además tenían grandes controles al momento de acceder a estos recintos; por lo que el grupo para poder introducir la bomba en el cuartel, la colocó primeramente en los cimientos de una iglesia de la ciudad y le pasaron la información a un personaje que sospechaban era informante de la policía. Rápidamente el escuadrón de explosivos se movilizó y retiró la bomba de la iglesia, trasladándola a la estación de policía, pensando que había fallado el mecanismo de activación. Minutos después de comprobar que el artefacto se encontraba en las instalaciones, lo hicieron detonar matando a nueve policías y una víctima civil. Y bueno, con el atentado lograron matar dos pájaros de un tiro porque no sólo cumplió su objetivo, sino que además, les permitió desenmascarar al soplón. Otro atentado que merece ser mencionado, es el realizado por Nestor Dondoglio en la ciudad de Chicago en 1916. Dondoglio era un cocinero de origen italiano que se hacía llamar Jean Crones, al enterarse que se planeaba realizar un gran banquete en honor del arzobispo de esa ciudad, el arzobispo Mundelein, con la asistencia de un nutrido grupo de la jerarquía católica, se presentó como voluntario diciendo que quería donar sus habilidades y obsequiar sus exquisitos platillos a los comensales, envenenando alrededor de doscientos invitados al agregarle arsénico a la sopa. Ninguna de las víctimas murió porque en su afán por eliminarlos, Dondoglio utilizó demasiado veneno lo que provocó inmediatamente vómitos en las víctimas, logrando expulsar el veneno. Sólo moriría, dos días después del envenenamiento, el cura O´Hara, párroco de la iglesia de St. Matthew en Brooklyn, Nueva York, quien había sido capellán en el patíbulo de la prisión de Raymond St. Dondoglio, inmediatamente después del atentado, se trasladó a la Costa Este, donde fue escondido por un compañero de grupo hasta su muerte en 1932.

Por esas fechas, sobran ejemplos del accionar anarquista insurreccional, con infinidad de expropiaciones y acciones de propaganda por el hecho. La condena a muerte de Sacco y Vanzetti, serviría de detonante para incrementar las acciones. En La Habana, Montevideo y Buenos Aires, también explotarían incontables bombas en protesta por el crimen de Estado. En Argentina y Uruguay, también dejarían su huella los anarquistas insurreccionales practicando la expropiación y la propaganda por el hecho. Destacarían por su notoriedad Severino Di Giovanni y sus compañeros de grupo. También el núcleo de Roscigna, Uriondo, Malvicini y Vázquez Paredes. Tanto en Argentina como en Uruguay se continuó realizando expropiaciones y acciones de propaganda por los hechos hasta nuestros días. En el pasado reciente, destacan también entre los compañeros expropiadores el negro Fiorito, Amanecer Fiorito, y nuestro Urubú, que muriera a manos de la policía en una expropiación fallida. En Chile también tienen una larga historia los anarquistas insurreccionales, con acciones de expropiación y propaganda por el hecho, que igualmente llega a nuestros días, con pérdidas lamentables como la de Mauri y este compañero que recién le estalló el artefacto en las manos –Luciano–, sí, exactamente Luciano.

Aquí en México, la expropiación ha sido y es una práctica recurrente aunque, por regla general, no se reivindique. Bueno, con la excepción de Acción Anarquista Anónima de Tijuana que sí ha reivindicado expropiaciones en sus comunicados. Tampoco podemos olvidar, a manera de homenaje y reivindicación, al compañero Mariano Sánchez Añón, de origen aragonés, exiliado primero en Francia –cuando tuvo que huir de Mas de las Matas, su pueblo natal–, tras la insurrección anarquista de diciembre de 1933 y, después, se refugiaría por acá en México, tras el triunfo del fascismo franquista. Llegaría a estas tierras a bordo del Ipanema, junto a su compañera Armonía de Vivir Pensando, entrando por el puerto de Veracruz. Inmediatamente sería reubicado en una finca en Santa Sabina, Chihuahua, donde lo enviarían a trabajar como jornalero por sus orígenes campesinos y su experiencia agropecuaria. Pero, Sánchez Añón, no renunciaría al ideal anarquista y continuaría en México con su actividad revolucionaria. Rápidamente, comienza a organizar a los peones en donde laboraba contra la explotación a la que estaban sometidos y le dispara al encargado de la finca, dándole muerte. Buscado por la policía, tendrá que trasladarse a la Ciudad de México junto al compañero Francisco de Diego Salas. Por acá, fundarán un grupo de acción, integrado por cinco compañeros españoles que se negaban a renunciar a las ideas anarquistas y a la acción revolucionaria, como les exigía el gobierno de México, como requisito para otorgarles asilo. Participarían en varias expropiaciones hasta la fallida operación de la Cervecería Modelo.

Mariano Sánchez Añón, sería cobardemente vilipendiado por la Federación Anarquista del Centro y las pretendidas “Juventudes Libertarias” de San Luis Potosí, quienes publicarían un comunicado condenando la expropiación a la Cervecería Modelo y, acusando de “gánsteres” a los compañeros españoles exiliados que participaron en dicha acción.–Aquí tengo el comunicado pero, igual si desean, pueden leerlo en línea, este comunicado se encuentra alojado en el sitio de la Biblioteca Virtual Antorcha– Desde luego, la expropiación de la Modelo, así como el propio Mariano Sánchez Añón y sus compañeros de ideas, recibirán también la condena de algunos de los libertarios españoles refugiados por acá, los denominados “bomberos” –lógicamente porque apagaban el fuego cada vez que era necesario– los connotados “santones” del exilio inmovilista, entre los que se contaba uno que otro “cincopuntista”, como Fidel Miró.

Curiosamente, cuando los compañeros nos pidieron que presentáramos este tema, que preparáramos esta plática, encontramos un archivo valiosísimo que está sin ordenar pero que tiene mucha información que bien valdría la pena sacar a la luz para que se conozcan las actitudes antagónicas de esos “dos anarquismos”. Les hablo del archivo del Comité Técnico de Ayuda a los Españoles en México(CTAE). Este “comité” tiene la peculiaridad de haber sido creado por Juan Negrín, el jefe del gobierno republicano, a modo de continuación del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, fundado en Francia, con el financiamiento del Gobierno de la República. Presidido por José Puche, el grupo se mantuvo en contacto con varias Secretarías de Estado y con el propio Lázaro Cárdenas, para coordinar la llegada de los refugiados, el arribo de los vapores Sinaia e Ipanema. Después continuaría con su particular labor, digamos… de “enlace”, con el gobierno mexicano; también se encargó de suministrar subsidios individuales, alojamiento y alimentos, préstamos para emprender negocios. El Comité fundaría, con capital del Gobierno de la República, la Financiera Industrial Agrícola, con ese financiamiento, abrirían la Empresa Vulcano, la Editorial Séneca, el Instituto Luis Vives, la Academia Hispano-Mexicana, el Colegio España y otros colegios en los estados. Se puede encontrar algo de esto en Internet a raíz de las memorias publicadas del exilio español pero el archivo existe y tiene muchísima información. Lo más sorprendente es la participación de varios anarquistas en este comité, encargados de rendir “informes” frecuentes de la actividad anarquista por estas tierras. Ahí encontrarán varios reportes de Ricardo Mestre, Fidel Miró y Adolfo Hernández, precisamente sobre Mariano y otros compañeros, en los que se les tilda de “violentos”, “tarados de la guerra”, “atracadores” y “bandoleros”. En fin…

Pues, definitivamente en nuestros días, las expropiaciones revolucionarias siguen siendo un vehículo imprescindible de financiamiento para las actividades anarquistas, tanto para la realización de acciones como para la edición de propaganda anarquista, libros, publicaciones, etc. En regiones como Grecia e Italia, donde el anarquismo insurreccional tiene gran actividad, destacan muchísimos compañeros y compañeras que, constantemente, van a parar a prisión por expropiaciones fallidas. Alfredo Bonanno, Pipo Staicy, Christos Stratigopoulos y Yiannis Dimitraki, estos últimos aún continúan en prisión, víctimas, además, del silencio y la condena del “anarquismo legalista”. También siguen tras las rejas por expropiación los compañeros Claudio Lavazza, Giovanni Barcia y Gilbert Ghislain, anarquistas insurreccionales italianos, presos en el Estado español. Además, están encarcelados por expropiación los compañeros españoles Giorgio Rodríguez, Juan José Garfia, este último está en la cárcel desde 1987. Y un montón de compañeros y compañeras que ahora no recuerdo sus nombres. También en Chile y Argentina.

Por eso, cuando abordamos el denominado “ilegalismo ácrata”, lo hacemos señalando el tamaño gigantesco de esta incongruencia pero, además, reconociendo que con ese eufemismo se están refiriendo al anarquismo insurreccional y entonces, tenemos que reafirmar la vigencia y la objetividad de la propaganda por el hecho y la expropiación, tácticas éstas que reconocemos como prácticas consecuentes con nuestros principios, apropiadas para los momentos de repliegue y retroceso del movimiento real de los oprimidos y para los períodos de reflujo, rearticulación y acumulación de fuerzas. Pero, precisamente por eso, no debe reducirse nuestro actuar a la acción por la acción misma, sin ideales ni principios que la reafirmen, sino como consecuencia directa de esos principios y esos ideales llevados a la práctica. Por ese motivo, no coincidimos con los compañeros que, como Miguel Amorós, a pesar de ser contundentemente críticos con el falso anarquismo “legalista” y la farsa de la organización ficticia sostenida exclusivamente con la propaganda oral y escrita, caen en el lugar común de aseverar que el anarquismo en general –en su totalidad– sufrió una metamorfosis en la que abandona la táctica insurreccional y se transforma en una ideología ajena a las luchas reales.

Si bien es cierto que en el período que denominamos “anarquismo en transición”, acto seguido a la derrota del anarco-sindicalismo español, se produjo una ideologización en amplios sectores del anarquismo, una degeneración ideológica –al abandonar todo contacto con la realidad y refugiarse en las ideas abstractas de las corrientes primigenias–. También es cierto, que todo el liberalismo “libertario”, inmediatamente después de la Revolución francesa, pujó incansablemente por el abandono de las prácticas insurreccionales y por la degeneración ideológica en la que hoy se encuentran sumidos, sentando las bases de ese liberalismo humanista y filantrópico que aún predican desde los sagrados templos del anarquismo “oficial”. En ese mismo costal, no se puede echar a quienes, consecuentemente y acorde con las circunstancias impuestas por un contexto de retroceso de las luchas, continuaron en pié de guerra contra la dominación, con las tácticas y los métodos correspondientes a ese período de decadencia del movimiento real y de dispersión y retroceso de las luchas. El propio Amorós, ha reconocido en sus múltiples críticas al anarquismo insurreccional, que en condiciones de repliegue y retroceso de las luchas, la organización mínima es la única posible y también, ha subrayado la imposibilidad de la ofensiva contra el sistema de dominación en pleno retroceso de las luchas. Entonces nos preguntamos ¿cómo no pueden reconocer que ha sido precisamente en esos períodos de decadencia y retroceso que, limitados por las circunstancias, se han puesto en práctica otras formas de lucha refractarias con el objetivo de no darle la menor tregua al enemigo?

Al no aceptar el reformismo ni los procesos evolutivos ni la actitud contemplativa del “anarquismo” legalista, nos situamos frente a la disyuntiva de quedarnos cruzados de brazos a espera de que estén dadas las condiciones “objetivas y subjetivas” o, articular e impulsar otras acciones refractarias que nos mantengan vivos, en pié de guerra y no den tregua al enemigo, no de un solo segundo de paz al sistema de dominación.

Consideramos que reconocer las tácticas y los métodos que corresponden a cada período de lucha es imprescindible para elaborar una crítica unitaria. Estamos convencidos que mientras no se propague la consciencia refractaria, no se logrará la recomposición del movimiento real de los oprimidos y mientras no se concrete esto, no podremos extender las luchas y alcanzar la insurrección generalizada. Esos, son los ingredientes indispensables para hacer reventar en pedazos este viejo mundo que habitamos y concretar la destrucción total del actual sistema de dominación pero no nos detendremos a esperar por la maduración del proceso revolucionario, no esperaremos ni por la Revolución y tampoco nos preocupa mucho si ésta se concreta o si jamás se verifica, porque las revoluciones conocidas –desde la francesa hasta nuestros días–, han degenerado, todas, en procesos reformistas, autoritarios y dictaduras que únicamente han ayudado al fortalecimiento del Estado. Nuestra lucha es y será por la liberación total, por la Anarquía. No nos conformamos con menos ¡Gracias!

Charla de Gustavo Rodríguez, en el Centro Social Okupado “Casa Naranja”, Tlalnepantla, Estado de México. Domingo 3 de julio de 2011.