Cristo y Bonnot. Un cuento navideño

El auto gris está detenido a la orilla de la depresión, junto al bosque (¿Qué ménsula se habrá tensado? ¿Cuál de sus conductos se habrá obstruido, negando el flujo a su núcleo?). Debajo del auto un joven se arrastra, se revuelve y reniega.

Por el camino, unos pasos silenciosos recorren la alfombra de hojas amarillentas (¡estamos en otoño, el triste otoño de todas las cosas!). Se acerca.

Es un vagabundo rubio, con el pelo largo despeinado y la barba partida a la altura del mentón.

No es atractivo, ni fuerte.

El viento podría doblar su delgada figura, barrer en la distancia su extraña fisonomía, que parece haber escapado de algún viejo cuadro carcomido por los gusanos; una de esas antiguas pinturas sobre fondo betún, de las que sobresalen figuras de cera.

Aunque sus labios son de esos que gustan besar y morder las pecadoras. Sus ojos, azules y brillantes, parecen mirar hacia dentro, hacia el alma, (más allá de la burda realidad de las formas) ofreciendo una mirada de cariño a quienes poseen conciencia para sentir el sufrimiento.

Se acerca, se agacha y pregunta en voz muy baja (al hombre que cansado, suda y blasfema).

– ¿Para qué te esfuerzas, hermano?

El hombre, sorprendido y preocupado, sale de debajo del auto, detrás de una rueda, con la cara manchada de grasa (un rostro enérgico de rasgos remarcados): en la sombra empuña el cañón de un revólver.

Dura su mirada, escudriña e indaga; después estalla en una carcajada alegre e irónica.

– ¿Para qué me esfuerzo? Para no vivir esa existencia que arrastras por los caminos del mundo, vagabundo.

Regresa a su sitio debajo el vehículo, mientras el otro, con la tranquila paciencia de alguien acostumbrado a esperas prolongadas, se sienta sobre el tronco de un árbol derribado. Mira hacia otros rumbos, a la lejanía.

Chirridos de tornillos que se ajustan, pequeños y precisos golpes metálicos, una cadena que se desenrolla y al fin sale el tipo de debajo de la máquina, da un salto y se sacude.

– ¿Cómo es qué sigues aquí? ¿Quieres que te lleve hasta el siguiente pueblo donde las monjas reparten platos con comida caliente a medio día?

– Te equivocas, hermano, no me gustan los traslados apresurados. Se llega al mismo lugar caminando tranquilamente.

– Es verdad, lo mismo se llega, si no mueres de hambre por el camino; llegas igual, pero desbaratado, enlodado y agotado; y cuando alcanzas tu destino, te das cuenta de que otros llegaron antes que tú y han tomado todo lo que podías llevarte. Por ejemplo; hoy ha bastado una descompostura para perderme un gran golpe.

– Un golpe inútil.

– Ahora tendré que esperar un mes para que vuelva a presentarse la ocasión, si es que se vuelve a presentar.

– Si volviera a presentarse, ¿qué expectativas tienes?

– Un buen fajo de esos papeles con denominaciones numéricas que te hacen obtener todo lo que quieras, en este mundo donde todo se vende.

– Eres pragmático y amargado.

– Soy lo que ellos querían que fuera.

– Supongamos que el portador del fajo, un anciano tal vez, se obstina en retenerlo; si grita, si forcejea.

– Lástima por él. La guerra es la guerra, y siempre cae antes el soldado que el comandante. Al final, él también es culpable.

– Él obedece, tiene un deber que cumplir; es fiel a él.

– Pero es la lealtad de los siervos lo que hace fuertes a los amos. Me dan tanto asco como los demás. Al diablo con los sirvientes.

– ¿Entonces quieres dominar?

– Quiero vivir y gozar.

– Trabaja.

– He trabajado durante muchos años. Trabajé de niño cuando los demás aún jugaban. ¿Y qué gané?

– Vivías con tranquilidad, ahora estás preocupado, olfateas a tu alrededor, estás al acecho.

– ¿Vivir tranquilamente? Pero tenía hambre de todo: de saber, de pan, de alegría, de amor. Los inútiles de arcas llenas vivían tranquilos, ellos estaban satisfechos mientras yo me partía el lomo trabajando el acero. Esos, a los que ahora les fastidio su fiesta, gozaban, se daban la gran vida. Todo les era posible, mientras todo me estaba negado a mí. Así se los hice ver a los miserables como yo, que estaban obligados a doblegarse bajo el mismo yugo degradante. Les dije, compañeros: injusto es el mundo, injustos son los hombres, injusto es Dios.

– Blasfemia.

– Les cuestioné. ¿Por qué la fatiga y la privación para nosotros? ¿Por qué la ociosidad y la abundancia para ellos? Para mis compañeros de trabajo, esa fábrica era una condena perpetua, donde entraban como hombres y salían como una bestias. Solo se encogieron de hombros.

– ¿Qué se le va a hacer? Desde que el mundo es mundo, siempre ha sido así.

– ¿Siempre así?

– Siempre. El yugo se ha hecho más duro y pesado cada que intentan quitárselo de encima. Resígnate, es el destino. Está escrito: “El que trabaja gasta su vida pobre y miserablemente; el que hace trabajar a los demás disfruta”. Lo mejor sigue siendo adaptarse, después de todo, el capital es un usurero que nunca está satisfecho, sin embargo, gracias a él se puede sobrevivir.

– El trabajo no pagado es la fortuna de otros. Nos están robando.

– Cierto, tienes razón, pero el mundo es de los ladrones.

– ¿De los ladrones? Entonces seré un ladrón; estoy cansado de que me roben.

– ¡Iluso! Ellos tienen la ley de su lado. Son ellos mismos la ley. Su robo es legal, se llama circulación de ganancias.

– Pero, ¿cómo comenzó?

– ¿Qué más da? ¿Quién sabe? A veces un antepasado empezó a robar para ellos. Tú solo vivirás de pequeños hurtos.

– Nada de eso. Extenderé mis garras hacia sus abundantes tesoros.

– Están bien defendidos.

– Me abriré el camino con las armas en la mano.

– Te podrás librar una o dos veces. Luego te darán caza, toda una manada contra ti, sus sabuesos te pisarán los talones.

– Un jabalí perseguido se vuelve y acomete.

– ¡Pero muere!

– Sin duda, pero tras haber vivido su existencia en libertad. Después de todo, el cordero también morirá degollado. El adaptarse no lo salva.

– Si no llegas a morir, cuando hayas reunido suficiente dinero, te convertirás en el buen ciudadano que vive de sus rentas. Con el dinero robado, te guste o no, también explotarás el esfuerzo de los demás.

– ¡No! ¡Eso nunca!

– Entonces, ¿para qué robas?

– Para disfrutar de mi vida, y vivirla plenamente. Para vengarme y castigar, pero también para ayudar. Este es mi sueño. El sueño de mis noches insomnes. Son pensamientos que se han establecido en mi mente. Escucha: Soy un bandido ilegal, a los bandidos legales les daré, con alegría desenfrenada, una hermosa y terrible batalla. Por eso estoy en este camino.

El vagabundo sacudió la cabeza y sonrió. Antiguo comensal de ladrones y prostitutas, se sentía extremadamente indulgente con los proscritos, lo que siempre había escandalizado a los fariseos.

– ¿Y cómo va tu batalla?

– ¡Como todas las batallas! Días inquietos, días de combate sin tregua. Noches de desenfreno, en compañía de diez o veinte desposeídos: luego, por la mañana, vuelta a la contienda. Días de caza en los que soy el perseguidor o el perseguido. Días de júbilo para celebrar la victoria conseguida con tanto esfuerzo. Luego, de nuevo, el combate cuerpo a cuerpo, los disparos, las salpicaduras sangrientas. Escapando por el bosque, por los tejados, fajos de billetes. Pero también tengo mis horas de disfrute, mujeres hermosas, la buena comida y un lecho que no magulle el cuerpo. Desprecio la ley, hago dormir mal a los amos y canso a los mejores sabuesos.

– ¿Y eso es todo?

– A mi me basta, me embriaga.

– ¿Y los ladrones legales?

– Chillan y se arman.

– ¿Y tus antiguos compañeros de condena?

– ¡Los imbéciles! me creen loco.

– En realidad, eso eres.

– Si alguien más me lo dijera. Pero si tú no eres más que una piltrafa humana, un derrotado que ha abandonado la lucha. No sonrías. Tus harapos protestan contra tus sonrisas. Loco, mi estimado, es el que se deja morir de hambre mientras prepara el festín para los demás. Yo tomo de donde hay en exceso.

– Acabarás mal y demasiado rápido.

– Tal vez, pero habré vivido.

– Por un tiempo.

– Mejor que nada.

– La injusticia seguirá gobernando el mundo, como antes.

– Si el mundo así lo quiere, que así sea. No es culpa mía.

– Deberías seriamente trabajar para eliminarla.

– ¿No es, acaso, lo que hago? ¿No estoy llevando el terror allí donde la injusticia acumula sus dividendos de goce en beneficio de unos pocos privilegiados?

– No haces nada que deje un surco profundo, tu camino conduce al abismo.

– Porque todos los que sufren no tienen la audacia de seguir mi ejemplo.

– ¿Y si se atrevieran? Piensa en las feroces batallas, en los que morirían.

– ¿Los que morirán? Suma los muertos en las inútiles guerras, suma a los que mueren en la miseria cada día, a los que, agotados por la tuberculosis y las privaciones, se llevarán los vientos de otoño. Agrega a quienes se suicidan por el hambre, y ni mencionar a los que tritura la maquinaria o son engullidos por las minas.

– Entonces, cuando todo esté quemado y destruido, ¿No habrá mayor miseria y más extensa?

– Entonces podremos ver; por ejemplo, rehacer el trabajo, en beneficio de todos.

– Entonces la rueda volverá a girar de nuevo: el ser humano volverá a la vida salvaje, y serán los más fuertes y astutos los que reorganizarán la vida en su beneficio. Tu destrucción es ciega; es una locura. No purifica, embrutece. El camino está en otra parte.

– ¿Será el camino que tu recorres, descalzo?

– Lo es.

– Al final de tu camino hay una sopa, la mendicidad, hecha con sobrantes.

– Al final está la paz para todos. Mírame a la cara.

– Lo he estado haciendo desde que llegaste.

– Mírame, ¿no recuerdas haberme conocido antes?

– No lo creo, espera. De pequeño, en una iglesia del campo (una de esas iglesias húmedas y frías, donde los candelabros son de madera y los adornos de papel, donde Dios se hace humilde para predicar su ejemplo a los miserables) vi una estatua de yeso mal pintada, llena de polvo, que se parecía a ti.

– ¡Era yo!

– ¿Tú? Quieres hacerme estallar de risa. Hay quien niega que el hambre crónica provoque alucinaciones en el cerebro ¿Tú, Jesús? ¿El que, según mi abuela (cuando no podía darme un pastel, me contaba un cuento) se hizo clavar en la cruz para salvar a todos los hombres?

– ¡El mismo!

– ¿También habrás muerto por mí?

– También. Sobre todo por ti.

– A ver. No salvaste a nadie, ni siquiera a ti mismo ¿No lamentas hoy la inutilidad de tu sacrificio?

– No me arrepiento de nada, y subiría al Calvario una vez más.

– ¿Y después?

Cristo inclinó la cabeza.

– ¿Para qué entonces?

En las largas vigilias de su conciencia (en el desierto que el pensamiento hace alrededor, aunque se esté entre la multitud) eso le había angustiado y torturado tantas veces. Pero se recompuso. Sacudió la cabeza como si quisiera liberarse de un íncubo, y con su hermosa voz dijo:

– Satanás, ¿por qué me tientas? Créelo. El sacrificio tendrá su revancha y recogerá la cosecha que la sangre ha fecundado, incluso en el terreno más pedregoso.

– ¿Cuándo?

– No te preocupes, el día llegará.

– ¿Vendrá? Pero mi vida es ahora.

– La vida es eterna y nosotros reviviremos en aquellos que vendrán después.

– Esos son cuentos. Nacemos y morimos. ¿Por qué, entonces, entre la cuna y la tumba, para algunos solo hay alegría y para el resto tristeza?

Cristo quedó un instante pensativo. En otra época, hablaría de la gloria que espera a los hombres al lado del Padre; del reino de los cielos, cerrado a los pecadores pero abierto a los humildes y a los pobres de espíritu. Mas divinidad encarnada, arraigado en el Olimpo de los sueños, hombre constreñido a vivir la vida del hombre, se agitó durante mucho tiempo por rebeliones intempestivas y agrias contra el Padre que lo sabía todo, que lo quería todo, y que, pudiéndolo todo, permitía sin embargo que los seres y las cosas se torturaran mutuamente, solo para distraer su enojo eterno. ¿No se había señalado el destino del hombre desde el primer momento? ¿Por qué el mensaje de salvación, si el Bien y el Mal debían enfrentarse inútilmente, como estaba previsto, en el espacio y en el tiempo? Pero él, el Cristo, nunca renunció a su sueño personal de paz y amor.

Levantó la cabeza; sus ojos brillaban y una extraña fascinación irradiaba ahora de toda su persona. De pie, con los brazos abiertos y la frente alta, habló:

– Hermano, entra en ti mismo, desciende a lo más profundo de tu alma. En un rincón, el más profundo, hay un tesoro que vale por todos los tesoros. ¿Por qué te esfuerzas en ser lo que no eres? El odio te agita y te desespera; pero el amor está en ti. Está en todos los hombres, en verdad. Reniegan de él, los apetitos; las pasiones lo sofocan; pero su pequeña llama arde descuidada. Anímala con el soplo de tu voluntad y se convertirá en una llama purificadora. No te digo que te adaptes al mal y lo sufras. Pero tú quieres oponer violencia a la violencia. Es un desahogo, no una liberación. No se puede construir el edificio de la paz con arcilla ensangrentada. El mal te aplastará si lo refrendas. Hay que acabar con el mal negándose a hacerlo o a servirlo. Esto, créeme, requiere un heroísmo mayor que cualquier otro acto, pues no ofrece otra gloria en compensación que la íntima satisfacción de no haber sido arrastrado a los remolinos de la violencia y el crimen.

– ¡Lindas palabras!

– Hay que hablar como hermanos a los hombres cuyas mentes estén contaminadas por el error. Basta con apelar a su humanidad. La tranquilidad de todos presupone un estado de paz; no habrá paz mientras no haya justicia. Amigo mío, sé justo contigo mismo y con tu prójimo. No juzgues. Persuade. Deja en paz al opresor si no quieres ser oprimido.

– ¡Hermosas palabras!

– Esto debe ir seguido de obras, es decir, de buenas obras, obras coherentes animadas con el pensamiento.

– ¿Cuánto tiempo llevas predicando este evangelio?

– Casi dos mil años, y otros lo han predicado antes de que yo apareciera.

– ¿A cuántos has convencido?

– A muy pocos ¡Demasiado pocos, por desgracia!

– Así que ya ves, tu prédica es estéril.

– No es por el terreno, es por la falta de trabajadores de buena voluntad. ¿Quieres ser uno de ellos?

– No, no quiero ser uno de ellos. Me pides que renuncie a lo poco que aún puedo conquistar a cambio de una ridícula compensación. Compensación que no me quita ni una arruga, ni me ahorra un golpe. Moriste por nada y continúas tu apostolado en vano. Si yo no resuelvo nada, al menos me vengaré. Tú solo se creas gente resignada. Personas que esperan un milagro.

– Ese es su error. Los milagros no surgen espontáneamente. Hay que construirlos día tras día. ¿Quienes los construirán? Aquellos que están atormentados por la miseria y que, impotentes ante todas las vejaciones, tendrán que someterse o rebelarse, aunque rebelarse sea suicida. Que unan sus miserias; ¡Que se imponga una resistencia pasiva! Pero también es necesario abordar a los demás. Dondequiera que haya hombres de buena voluntad.

– Que lo demuestren, no añadiendo palabras a las palabras. Pero las horas pasan. Tienes tiempo para ti. No sé lo que me espera esta noche o mañana. Te dejo. Aquí hay algo de dinero.

– No lo quiero.

– Dáselo a la primera persona hambrienta que encuentres.

– El dinero corrompe. La redención debe realizarse mediante la palabra que ilumina.

– Me voy. Sin embargo, me gustaría ayudarte. ¿Por qué no vienes conmigo? Si no me detienen, tengo suficientes recursos para platicar un mes contigo. Comeremos algo y luego podemos ir juntos a pelear contra lo injusto.

– ¿Por qué no abandonas el auto? ¿Por qué no arrojas los billetes al viento? Cuando no sientas su peso, tu conciencia será diferente. Entonces, puros de espíritu, iremos a los lugares donde la gente sufre, para llevar palabras de esperanza.

– Nos mandarán al diablo.

– Entraremos a las casas de los ricos para reprocharles sus culpas

– Los guardias llamarían a la policía.

– ¡Veo que eres obstinado!

– Estoy decidido.

– Adiós, hermano; yo sigo mi camino; otros me escucharán.

– Yo también seguiré el mío. Antes de que me atrapen, entenderás lo que digo.

Los dos hombres estrecharon sus manos. Bonnot, a pesar de todo se sentía triste. Los ojos de Cristo se humedecieron. El auto encendió, y luego, bajo el impulso de su potente motor, avanzó.

Por el camino polvoriento que conducía a ciudades lejanas, Cristo reanudó su ardua marcha, seguramente hacia un nuevo Calvario.

Por la misma ruta, pero en dirección opuesta, hacia la inmensa ciudad, –donde cada noche Epulón celebra sus fiestas, mientras que, por las ruinas oscuras, vaga Lázaro, como un perro rabioso, azotado por la intemperie, vencido por el hambre– corría el automóvil gris, hacia la lucha sin cuartel del bandido ilegal contra los bandidos legales.

Después, ambos desaparecieron.

Uno predicando amor y resistencia pasiva al mal, en el tiempo en que este iba en aumento debido al delirio bélico. El otro, como lo había previsto, cercado en su refugio gastando su último cartucho, pisoteado y masacrado por el fanatismo nacionalista. Y en el mundo, la injusticia como antes, peor aún

¡Ah, si en vez de seguir caminos separados, estos dos hombres se hubieran unido y ayudado mutuamente! Si por otro camino, igual de fatigoso, el cansado caminante hubiera transformado la violencia desesperada del otro, ofreciéndole un objetivo más amplio que el fugaz e incierto”goce de vivir” del insurrecto individualista.

Si el otro hubiera apoyado la prédica de la fe, que mueve montañas solo si se ayuda de la fuerza, con el brazo potente que derriba obstáculos. Quizá hoy… ¿quién sabe?

Pero ambos volverán al mundo. Que en su próximo encuentro se entiendan y se asocien. Y que marchen juntos, sumando todos sus heroísmos por un nuevo camino. Con todas sus violencias y con todas sus bendiciones.

Destruyendo y sembrando al mismo tiempo.

Gigi Damiani

1927

Max Stirner y el stirnerismo

Max Stirner vio la luz en Bayreuth (Baviera) el 25 de octubre de 1806. No fue un escritor de una fecundidad extraordinaria, pues los cuidados por la existencia le acapararon demasiado tiempo. De sus escritos, solo uno se ha mantenido a flote, una obra a la cual se entregó por entero, en la que expresó todo su pensamiento y procuró indicar un camino de salida a las personas de su tiempo: El único y su propiedad.

Existe Stirner y su obra, existe El único y su propiedad y el “stirnerismo”. Sucede que al dirigirse a la gente de su tiempo, Max Stirner se dirigió a las personas de todos los tiempos, pero sin asumir el aire o gesto de profeta vociferando teatralmente desde el fondo de una caverna que tan bien sabía arrogarse Nietzsche. Stirner no se presenta tampoco a nosotros como el profesor enseñando a sus alumnos: habla a todos los que quieren oírlo, tal como un conferenciante o como un conversador que ha reunido en torno suyo a un auditorio de todos los géneros, tanto de manuales como de intelectuales. Por esto, para comprender el alcance del stirnerismo, hay que suprimir de El único y su propiedad todo lo que es relativo a la época en que este libro fue escrito. Sin este trabajo preparatorio, corre el riesgo de asaltar al lector la tentación de que se encuentra en presencia de una confesión o de un testamento filosófico.

Hecha esta supresión, tiene uno ante sí un árbol robusto y bien plantado, una teoría perfectamente coherente por lo que no sorprende que haya dado origen a todo un movimiento. El stirnerismo considera que la individualidad humana es la base y la afirmación de la humanidad; sin lo humano no hay humanidad, la totalidad no se comprende más que por la individualidad. Es lo preciso detenerse en seguida si uno no asimila estas premisas. Esta individualidad sociológica no es un ser en transformación ni un superhombre, sino un hombre como tú y como yo que su determinación impulsa a ser como debe, y como puede ser –nada más, ni nada menos, que su fuerza o potencia de ser–. Pero la persona que nosotros conocemos, ¿es lo que su determinación quería? En otros términos: ¿es lo que debía y lo que podía ser? Esa persona con quien tropezamos en los lugares de placer o de trabajo, ¿es un producto natural o una confección artificial, es voluntariamente el ejecutor del contrato social o no se aviene a él más que por educación, prejuicios y convenciones de toda especie que le atiborran el cráneo? Es este problema el que el stirnerismo va a tratar de resolver.

Primer tiempo. Para volver a poner al individuo en su determinismo natural, el stirnerismo empieza a remover todos los pilares sobre los que la gente de nuestro tiempo ha edificado su casita como miembro de la Sociedad: Dios, Estado, Iglesia, religión, causa, moral, moralidad, libertad, justicia, bien público, abnegación, sacrificio, ley, derecho divino, derecho del pueblo, piedad, honor, patriotismo, justicia, jerarquía, verdad, en una palabra, toda clase de ideales. Esos ideales, los del pasado como los del presente, son fantasmas ocultos por “todos los rincones” de su mentalidad, que se han apoderado de su cerebro, que se han instalado en él y que impiden al hombre seguir su determinación egoísta.

Batiéndose en retirada unos tras otros los prejuicios-fantasmas y derrumbándose sucesivamente las columnas de su fe y de sus creencias, el individuo vuelve a hallarse solo. Al fin, es él, su Yo queda libre de toda la insignificancia que lo comprimía y que le impedía mostrarse tal cual es. Ha quedado hecha la tabla rasa, los nubarrones que oscurecían el horizonte han desaparecido, el sol brilla con todo su esplendor y el camino está libre. El individuo no conoce más que una causa: la suya, y esta causa no se basa sobre nada exterior, sobre ninguno de esos valores fantasmales de los cuales estaba antes atiborrado su cerebro. Es el egoísta en el sentido absoluto de la palabra: su potencia es en lo sucesivo su único recurso. Todas las reglas exteriores se han derrumbado; ha quedado libre de la opresión interior, mucho peor que el imperativo exterior; forzoso le es ahora buscar en sí solo su regla y su ley. Es el único y se pertenece, en toda propiedad. No hay para él más que un derecho superior a todos los derechos: el derecho a su bienestar. “La aflicción debe desaparecer para dejar lugar a la satisfacción.”

Pensar a dónde ha llegado el único. Ni una verdad existe fuera de él. No hace nada por el amor de Dios ni de los hombres, sino por el amor de sí. No existe entre su prójimo y él más que una relación: la de utilidad o la de beneficio. De él solo se derivan todo derecho y toda justicia. Lo que quiere es lo que es justo. Lejos, pues, de toda causa que no sea la suya. Es él mismo su causa y no es ni “bueno” ni “malo” (esas son solo palabras). Se declara enemigo mortal del Estado y adversario insolente de la propiedad legal.

Algunas citas sacadas de El único y su propiedad harán comprender que Stirner no ha perdonado nada y que ningún ídolo halló gracia ante sus ojos:

“Siempre se pone un nuevo amo en el lugar del antiguo, no se demuele sino para reconstruir y toda revolución es una restauración. Ésta es siempre la diferencia entre el joven y el viejo filisteo. La revolución comenzó como pequeña burguesa por la elevación del Tercer Estado, de la clase media, y sube como simiente sin haber salido de su trastienda.”

“Si sucediera, aunque no fuera más que una vez, el ver claramente que Dios, la ley, etcétera, no hacen sino importunarnos, que nos rebajan y nos corrompen, es cierto que los arrojaríamos lejos de nosotros, como los cristianos derribaron, en otro tiempo, las imágenes de Apolo y de Minerva y de la moral pagana.”

“En tanto quede en pie una sola institución que no tenga permitido abolir el individuo, el Yo estará aún muy lejos de ser su propiedad y de ser autónomo.”

“La cultura me ha hecho PODEROSO, esto no admite tampoco duda alguna. Ella me ha dado un poder sobre todo lo que es fuerza, así también sobre los impulsos de mi naturaleza como sobre los asaltos y las violencias del mundo exterior. Sé que nada me obliga a dejarme determinar por mis deseos, por mis apetitos y mis pasiones, y la cultura me ha dado con qué vencerlos: soy su dueño.”

“Aquel que derriba una de sus BARRERAS puede haber mostrado con esto a los demás el camino y el procedimiento a seguir; pero el derribar sus BARRERAS sigue siendo misión de los otros.”

“Nos contentamos durante mucho tiempo con la ilusión de poseer la verdad, sin que se le ocurriera al espíritu preguntarse seriamente si no sería necesario, antes de poseer la verdad, el ser uno mismo verdadero.”

“Aquel que para existir tiene que contar con la falta de voluntad de los demás, es efectivamente un producto de aquellos otros, como el amo es un producto del siervo. Si cesara la sumisión se acabaría la dominación.”

“Para el individuo pensante, la familia no es una potencia natural, y debe hacer abstracción de los padres, de los hermanos, de las hermanas, etc.”

¿A qué lugares empujará su determinismo al egoísta que hizo tabla rasa de los prejuicios-fantasmas? Y he aquí el segundo tiempo del stirnerismo.

Ciertamente, hacia las riberas de la unión, de la asociación… Pero una unión contraída voluntariamente, una asociación de egoístas que no cultivarán el trato con los fantasmas del desinterés, del sacrificio, del desvelo, de la abnegación, etc. Una asociación de egoístas donde nuestra fuerza individual se acrecentará con todas las fuerzas individuales de nuestros coasociados, donde uno consumirá y se servirán mutuamente alimentos. Una unión de la cual se servirá cada uno para sus propios fines, sin que les importune la obsesión “de los deberes sociales”. Una asociación considerada como de su propiedad, como arma y herramienta, y que abandonarán cuando ya no les sea útil.

Pero no se imaginen que la asociación, si persiste el individuo en realizarse por medio de ella, no exige nada a cambio.

Evidentemente, la asociación stirneriana no se presenta como una potencia espiritual superior al espíritu del asociado –la asociación no existe sino por los asociados, pues es su creación–; pero he aquí: para que ella realice sus fines y para que cada cual se sustraiga “a la opresión inseparable de la vida en el Estado o en la sociedad” es preciso comprender bien que no faltarán en ella “las restricciones a la libertad y los obstáculos a la voluntad”. “Dando, dando.” Egoísta, amigo mío, tú consumirás de los demás egoístas, pero a condición de aceptar el servirles alimentos. En la asociación stirneriana se puede también sacrificar a otros, pero no invocando el carácter sagrado de la asociación; sencillamente porque puede ser agradable y natural el sacrificio.

El stirnerismo reconoce que el Estado descansa sobre la esclavitud del trabajo; si el trabajo fuera libre, entonces el Estado quedaría destruido en seguida. Der Staat beruht auf der Sklaverei der Arbeit. Wird der Arbeit frei, so ist der Staat verloren: he aquí porque el esfuerzo del trabajador debe tender a destruir al Estado o a estar sin él, que viene a ser lo mismo.

Tercer tiempo. Queda la forma en que el egoísta o la Asociación de los egoístas luchará contra los hábiles y los astutos que hacen uso de los fines de dominación y de explotación de los fantasmas que han tomado posesión de los cerebros de los hombres. El stirnerismo no pretende desempeñar el papel del Estado después de haberlo destruido o de haber proclamado su inutilidad y forzar a los que no lo quieren, o no pueden, a formar asociaciones de egoístas. El stirnerismo no preconiza la revolución. El stirnerismo no es sinónimo de mesianismo. Contra los que poseen y explotan hasta el punto de no dejar a los explotados ni pan que comer, ni lugar donde reposar su cabeza, ni de pagar el salario íntegro de su esfuerzo, la insurrección es natural y conveniente la rebelión. Hay bienes improductivos al sol y cajas de caudales llenas hasta desbordarse. ¡Qué demonios! Y nada de sentimentalismo cuando se trata de afirmar su derecho individual o asociado al bienestar. El ego, guiado por la propia conciencia, no podría desembarazarse de escrúpulos que podían obsesionar a los hombres de cerebros habitados por fantasmas.

“La revolución ordena instituir e instaurar y la insurrección quiere que uno se subleve o que se eleve.”

“Doy vueltas a una peña que obstaculiza mi camino hasta que tenga bastante pólvora para hacerla volar; doy la vuelta a las leyes del Estado en tanto no tenga la fuerza para destruirlas.”

“Un pueblo no podría ser libre sino a costa del individuo, pues su libertad no afecta más que a él y no es la emancipación del individuo; cuanto más libre es el pueblo, más sujeto está el individuo. Fue en la época de la mayor libertad cuando el pueblo griego estableció el ostracismo, expulsó a los ateos e hizo beber la cicuta al más probo de sus pensadores.”

“Dirígete hacia ti mismo antes que a tus dioses o a tus ídolos: descubre en ti lo que está oculto, llévalo a la luz y revélalo.”

Tal es la esencia del mensaje que Max Stirner, entregándolo a la gente de su tiempo, lo dirige a personas de todos los tiempos.

Hemos dicho que en Stirner había el hombre y la obra. Después de haber hablado de la teoría, hablemos de su fundador. Stirner no es más que el nombre literario de Johann Caspar Schmidt, ese sobrenombre no es más que el seudónimo inspirado en la desarrollada frente (stirn en alemán) del autor de El único y su propiedad, y que él conservó para sus escritos. Uno de los episodios de la vida de Stirner que más llama la atención es que frecuentó, durante diez años, el club de los “Emancipados” (“Los Libres”), agrupación de intelectuales animados por ideas liberales de los espíritus avanzados de antes de 1848. Se reunían en una cervecería con atmósfera inundada del humo de las largas pipas de porcelana, discutían sobre toda clase de temas: teología (el libro de Strauss sobre Jesús acababa de aparecer entonces), literatura, política (la revolución del 48 estaba próxima). Fue en 1843 cuando Max Stirner, el hombre de aspecto impasible, de un carácter fuerte y concentrado en sí mismo, se casó en segundas nupcias con una pequeña burguesa, soñadora y sentimental, asidua también al club de los “Emancipados”, María Daehnhardt. Sin embargo, su emparejamiento no fue feliz. La incomprensión mutua y las calumnias que insinuaban que Stirner buscaba una utilidad con ese casamiento, por la dote de su mujer, ocasionaron la ruptura en 1845.

Stirner continuó creando. El único y su propiedad data de fines de 1844. Publicó sucesivamente de 1845 al 47 una traducción alemana de las obras maestras de J. B. Say y de Adam Smith con notas y observaciones en ocho volúmenes; en 1852, una historia de la reacción en dos volúmenes, todo de su pluma; en 1852 también, la traducción de un ensayo de J. B. Say sobre el capital y el interés, con observaciones… Después, ya no publicó nada. Sus últimos años fueron míseros. Reducido a ganar el pan como podía, aislado, encarcelado dos veces por deudas, sucumbió en 1856 a una infección de carbunco, en una pensión. Nuevas indagaciones de mi amigo John Henry Mackay, muerto en mayo de 1933, parecen atestiguar que el fin de su existencia no fue tan miserable ni estuvo tan desprovisto de amistad como se creyó en un principio.

Volvamos a la obra de Stirner. Uno de los pasajes más notables de El único y su propiedad es aquel donde define a la burguesía con relación a los individuos sin posición social. Esta cita es la mejor respuesta que puede darse a los que ven en Stirner y sus continuadores a individualistas burgueses:

“La burguesía se reconoce en que practica una moral estrechamente ligada a su esencia. Lo que exige ante todo es que se tenga una ocupación seria, una profesión honorable y una conducta moral. La prostituta, el ladrón, el bandido y el asesino, el jugador y el bohemio son inmorales, y el buen burgués experimenta con respecto a esas ‘gentes sin costumbres’ la más viva repulsión. Lo que les falta a todos es esa especie de derecho de residencia en la vida que proporcionan un comercio sólido, medios de existencia asegurados, rentas estables, etc.; como su vida no descansa sobre una base segura, pertenecen al clan de los ‘individuos’ peligrosos, al peligroso proletariado: son ‘particulares’ que no ofrecen ninguna garantía y que no tienen ‘nada que perder’ ni nada que arriesgar”.

“Toda vagancia desagrada al burgués, y existen vagabundos del espíritu que, ahogándose bajo el techo que abrigaba a sus padres, se van a buscar a lo lejos más aire y más espacio. En lugar de permanecer en el hogar familiar removiendo las cenizas de una opinión moderada, en lugar de tener por verdades indiscutibles lo que consoló y calmó a tantas generaciones anteriores a ellos, franquean la barrera que cierra el campo paterno y se van por los caminos audaces de la crítica, donde los lleva su indomable curiosidad de dudar. Esos extravagantes vagabundos entran también en la clase de las personas inquietas, inestables y sin reposo que son los proletarios, y cuando dejan sospechar su falta de residencia moral se les llama ‘perturbados’, ‘cabezas calientes’ o ‘exaltados’.”

“Podrían reunirse con el nombre de vagabundos conscientes a todos los que la burguesía considera sospechosos, hostiles o peligrosos.”

Stirner no ha descendido hacia el pueblo como los Bakunin, los Kropotkin y los Tolstoi, por ejemplo. No es un productor sólido, como Proudhon, con prejuicios de burgueses medios y generosos; no es un sabio como Reclus, doblado de un espíritu de bondad evangelista; ni un aristócrata como Nietzsche; es uno de nosotros. Es un hombre que jamás gozó de una posición segura y provechosa o desahogada. Conoció la necesidad de practicar los oficios más diversos para vivir. La gloria que circunda a los proscritos célebres, a los militantes revolucionarios o a los jefes de escuela, le fue desconocida. Tuvo que arreglárselas como podía y en lugar de las señales de consideración que la burguesía otorga, a pesar de todo, a ciertos ilustres revolucionarios, no recibió más que las repulsas con que ella agobia a los individuos sin situación y sin garantía.

Instruido por sus propias experiencias, Stirner trazó un retrato del burgués mucho más sorprendente que el que hizo más tarde Flaubert, que se situaba únicamente en el punto de vista estético. Para Stirner, la característica del mundo burgués es el poseer una ocupación seria, una profesión honorable, moral, en una palabra, lo que constituye el derecho de residencia en la vida. El burgués puede ser obrero o rentista, llamarse republicano, radical, socialista, sindicalista, comunista, hasta anarquista; puede pertenecer a una logia, a la Liga de los Derechos del Hombre, a un comité electoral socialista o a una célula comunista; puede incluso pagar su cotización a un partido revolucionario. En tanto que su vida descanse sobre una base segura y en tanto que ofrezca garantías morales, burgués es y burgués seguirá siendo.

En la misma Alemania, sólo al cabo de cincuenta años apareció una segunda edición de El único y su propiedad (1882). En 1893, la gran casa editorial Reklam, de Leipzig, editaba este libro en su Biblioteca Popular. Esto era hacerlo accesible a todos. En 1897, John Henry Mackay, que tanto trabajó para hallar huellas de Stirner y disipar el misterio que envuelve su vida, publicaba la primera edición de Max Stirner, Sein Leben und sein Werk. En Francia, El único y su propiedad aparecía en 1900 en dos traducciones, la de Robert L. Reclaire, en casa de Stock, y la de Henri Lasvigne en La Revue Blanche. (En 1894, Henri Albert había traducido una parte de la obra en el Mercure de France; un poco más tarde, Teodoro Randal había hecho lo mismo en las Charlas Políticas y Literarias y en el Magazine Internacional.) En 1902, era traducida al danés (con prefacio de Jorge Brandes) y al italiano (con prefacio de Ettore Zoccoli); en 1911 apareció una segunda edición italiana, que fue reimpresa en 1920. En 1907, precedida de un prefacio del autor de La filosofía del egoísmo, James Walker, aparecía una traducción inglesa por Steven T. Byintong, editada por Benjamin R. Tucker, con el título The Ego and his own. En 1912, El único y su propiedad había sido además traducido al ruso (se cuentan ocho ediciones de esta obra en esta lengua, la séptima traducida por Leo Kasarnowski y la última data de 1920), al español, al holandés y al sueco. En 1930, aparecieron dos traducciones japonesas, una de las cuales en edición económica, por J. Tsuji. Creo que existen traducciones de El único en otras lenguas. (He oído hablar de la traducción en diez y ocho lenguas, pero no pude comprobarlo.) Con el título de Kleinere Schriften (‘pequeños escritos’) John Henry Mackay reunió los estudios, artículos, informaciones y respuestas de Stirner a sus críticos aparecidos de 1842 a 1848. Conozco una edición italiana de esta obra titulada Scritti minori. Traduje en L’en dehors la crítica muy interesante que Stirner hizo de Los misterios de París, de Eugenio Sue, y un extracto de El falso principio de nuestra educación.

 

Emilie Armand

 

Paolo Schicchi, un ‘vagamundo’ que quiso matar a Malatesta

Entre los vagamundos que nutrieron los orígenes del anarquismo comunista, me gustaría focalizar la atención en la figura de uno de ellos, el siciliano Paolo Schicchi. Un personaje con una vida fascinante y apasionada.[…]

Tras su paso por la universidad fue alistado en el ejército, del cual desertaría en 1889, abandonando el cuerpo de artillería de montaña (Turín) en el cual estaba destinado. Cruzando los Alpes hasta alcanzar la ciudad de Saint Imier, en Suiza, logró escapar de Italia y entró en el mundo de los vagamundos y perseguidos por las leyes de sus países de origen. Tras una breve estancia en Suiza se asentó en París en el contexto de la Exposición Universal. Allí abandonó sus posicionamientos republicanos y aceptó el anarcocomunismo como ideal de lucha. Formó parte de un grupo de estudiantes libertarios y se relacionó con anarquistas destacados como Saverio Merlino, un amigo personal de Malatesta, o el anarcocomunista e ilegalista Luigi Galleani, quien en el siglo XX se haría famoso en Estados Unidos por las acciones y atentados promocionados por su entorno, como el que ocasionó 38 víctimas mortales en la Bolsa de Nueva York en 1920.

Por su notoria implicación en el anarquismo parisino, fue puesto en busca y captura por las fuerzas policiales, lo que provocó un nuevo cambio de aires para nuestro protagonista. Inició tras este momento un fugaz periplo por Malta y Sicilia, en donde publicaría en Catania Il Picconiere. Posteriormente se encontrará su rastro en la ciudad de Marsella, en donde se relacionará con el anarquismo local y dejará fuertes lazos de afinidad. Ante la proximidad del 1º de mayo de 1891 regresó a Sicilia, concretamente la ciudad de Palermo, en donde aprovechó para poner una bomba en un cuartel militar y huir posteriormente a Ginebra, Suiza, uno de los nexos internacionales del anarquismo.

Éste fue su destino inmediatamente anterior a su llegada al llano barcelonés, en donde tenía ya bastantes contactos, especialmente con otros apátridas y vagamundos como él, como fueron los franceses Octavio Jahn y Paul Bernard, con quienes había coincidido antes de que éstos entrasen en territorio español, el primero en València y el segundo en el llano barcelonés.

En Suiza editó los periódicos Pensiero e Dinamite! y La Croce di Savoia, en los cuales Schicchi hizo alegatos en pro de la insurrección, el uso de la dinamita, el genocidio de burgueses y, especialmente, una crítica rotunda contra los planteamientos malatestianos aparecidos en el Congreso de Capolago de enero de 1891, en el cual Schicchi participó, siendo uno de los principales partidarios de la informalidad organizativa. Desde entonces su odio y repulsa por Malatesta llegó hasta el extremo de la obsesión, aunque era un hecho que no chocaba con el carácter apasionado e incendiario de Schicchi.

Perseguido por sus actividades en Suiza, a finales de 1891 se asentó en Barcelona. Su paso por Barcelona fue breve, pero su huella perduró en el tiempo fruto de su fuerte personalidad.[…]

 


 

El conocido anarquista Errico Malatesta llegó a Europa en el verano de 1889 y, al poco de establecerse, puso sobre la mesa unas propuestas encaminadas a la creación de un partido anárquico internacional. Un partido insurreccional y no parlamentario, aunque veladamente público, que sirviese de nexo unificador de la praxis anarquista, al tiempo que dejaba las discusiones sobre los modelos de sociedad futura aparcadas de lado.

A desagrado de los posicionamientos más informalistas del anarcocomunismo, lo cierto fue que a partir de entonces un sector del anarcocomunismo defendió posicionamientos organizativos diferentes. Este hecho fue bastante rompedor en la realidad europea, hasta entonces predominantemente informalista. […]

El punto álgido de las disputas entre anarcocomunistas, a nivel internacional, coincidió con el encuentro en el llano barcelonés de Malatesta y uno de sus más acérrimos contrincantes, Paolo Schicchi. Éste último en el pasado Congreso de Capolago (enero de 1891), se mostró muy crítico con la creación de la sección italiana del partido anarquista internacional, preconizado por Malatesta en 1889. Schicchi llevaba poco tiempo en Barcelona, al parecer huyendo de la represión desencadenada por sus aportaciones propagandísticas y otro tipo de acciones en Suiza. Buscaba en ella refugio, no en vano históricamente se había considerado dicha plaza un sitio en donde el perseguido era poco molestado. Malatesta llegó a Barcelona invitado por el entorno antiadjetivista, con quienes tenía buenas relaciones.

En el contexto de su gira estatal, Malatesta tenía previsto visitar varias localidades como Barcelona, Zaragoza, varias de Euskadi, Valladolid, Madrid o Sevilla. Desgraciadamente, el alzamiento jerezano de enero de 1892 y la consiguiente represión antianarquista que se desató, aconsejó el cancelarla y que Malatesta y algunos de sus promotores, como Pere Esteve o Adrián del Valle, optasen por huir de España. Sin embargo, gran parte de la gira se produjo y los posicionamientos malatestianos se escucharon en Catalunya, Aragón, Euskadi y otras localidades del estado. […]

Parece ser que Schicchi durante su residencia en Barcelona sí que encontró contactos afines entre los anarquistas locales. La radicalidad de sus planteamientos encontraron sinergias entre otros grupos de migrantes, como el originado alrededor del francés Paul Bernard, quien por entonces recientemente también residía en Barcelona. De igual modo encontró apoyo entre italianos partidarios de la informalidad y anarquistas autóctonos, especialmente entre quienes integraron El Revolucionario, precursor inmediato de El Porvenir Anarquista, en donde Schicchi y los suyos protagonizaron uno de los episodios más recordado de la polémica entre malatestianos y antiorganicistas, como fue la serie de descalificaciones mostradas contra Malatesta, y el reto a muerte que el siciliano propuso al insigne padre del anarcocomunismo, ya que en mitad del debate acalorado surgido tras Capolago, de Schicchi se había afirmado que era un provocador o un agente infiltrado.

Su paso por el llano barcelonés fue breve y acabó trágicamente tras ser detenido como un posible autor del atentado de la Plaça Reial en febrero de 1892. Pese a encontrarse con numerosos compañeros anarquistas en una conocida taberna de la calle Gran de Gràcia la noche del atentado, él y los suyos fueron detenidos. La Policía le seguía el rastro desde su llegada al llano, mediante informes de algunos chivatos y por el secuestro de su correspondencia.

Schicchi declaró en un posterior juicio celebrado en Viterbo en el año 1893 que su detención en Barcelona no se sustentaba en ninguna prueba, que fue duramente torturado junto a sus compañeros y que, tras conocer la suerte de la compañera de Paul Bernard, quien murió a consecuencia del trato recibido, decidió vengarse poniendo una bomba contra un edificio relacionado con el gobierno español.

Sobre el aspecto de su compra de la libertad, Renato Souvarine afirmaría que en Barcelona tenía una compañera, Maria Margales, quien mediante colectas y las aportaciones del padre de Schicchi, consiguió sobornar a los carceleros que le custodiaban.

Como Paulí Pallàs o el madrileño Francisco Ruiz, revistió su acto contra el consulado en Génova de un cierto heroísmo que, por ejemplo, faltó en el atentado de la Plaça Reial de 1892, el cual nunca en su vida asumió como propio 227. Cuando intentó poner la bomba en el consulado español, se percató que debajo del inmueble existía una vivienda obrera, con lo que mientras la mecha estaba encendida, el siciliano consiguió antes de que se produjese la explosión retirar varios cartuchos de dinamita, así como las cápsulas de fulminato de mercurio del aparato, produciéndose así únicamente la explosión de la pólvora pírica y algún cartucho que aún quedó montado. Para el código de honor entre anarquistas, su acción en Génova fue muy loable, porque ante su derecho innegable a la venganza, lo rechazó por no hacer daño a una familia trabajadora. Un acto que recordaba mucho al caso que se producirá ese mismo 1893 en Madrid, con el atentado de Francisco Ruiz contra la residencia de Cánovas del Castillo.

Schicchi fue condenado en Viterbo a doce años de presidio por la bomba de Génova y por el atentado contra la caserna militar de 1891. En esos años, apartado de la realidad anarquista, el movimiento no le olvidó, aunque no siempre acorde con lo que supuestamente el italiano pensaba. A las habituales colectas en favor suya, se llegaron a producir intentos de colocarlo en listas electorales de candidaturas fantasma, con el objetivo de lograr su inmunidad parlamentaria. Su reclusión finalizó en 1904, cuando quedó bajo libertad vigilada. Durante esos años perdidos conoció la dura realidad de las cárceles italianas de Oneglia, Alessandria, Pallanza y Orbetello. Tras su liberación, se estableció primero en Collesano hasta que en 1908 se trasladó a Milán, en donde fue director del periódico La Protesta Umana, del grupo anárquico alrededor de Nell Giacomelli y Ettore Molinari.

Pese haber conservado el reconocimiento y la popularidad a inicios del siglo XX, esos años de encierro, originados en gran parte por su activismo en Barcelona, le apartaron de la primera linea anarquista, perdiendo así el entorno más informal del anarcocomunismo a una de sus figuras más carismáticas. Sin embargo, una vez recuperada la libertad, el espíritu optimista y revolucionario de Schicchi volvió a resurgir. Participó en diferentes grupos y periódicos italianos y norteamericanos, en donde sus seguidores se encontraban entre el entorno de los galleanistas.

Más allá de sus labores propagandísticas y participación en acciones, destacó también por fomentar su vertiente artística, siendo el escritor de varias obras literarias de carácter dramático. Por ello logró recibir incluso algún premio literario, demostrando que Schicchi era ante todo una persona sensible y apasionada.

Con el auge del fascismo en Italia fue activo en la lucha antifascista, teniendo contacto con otros conocidos activistas del exilio, como fue la figura del mítico anarquista y expropiador Severino Di Giovanni, un migrante italiano que nutrirá las filas del anarquismo bonaerense […]

En ese contexto antifascista, en el verano de 1930 intentó organizar junto a otros compañeros como Salvatore Renda, de Trapani, y Filippo Gramignano, de Borgo Scita, un movimiento insurreccional antifascista en Sicilia, con el objetivo que fuese la primera piedra de toque de una lucha insurreccional destinada a destruir el fascismo. Otros anarquistas que colaboraron y participaron en los preparativos fueron Paolo Caponetto, el socialista Ignazio Soresi, un tal Francofonte, Vicenzo Mazzone y Lucia Caponetto. Como nota curiosa, tanto Vicenzo Mazzone como Paolo Caponetto lucharon como brigadistas en la Guerra Civil Española.

Tras el fracaso de su plan insurreccional, Schicchi fue juzgado y condenado a prisión. En las cárceles italianas de aquel tiempo conoció a figuras como Gramsci o Sandro Pertini y, al igual que en el encierro originado en 1893, renunció a cualquier medida de gracia o campaña en favor de su libertad. En 1937 pasó a vivir bajo arresto domiciliario, el mismo destino que Malatesta vivió en sus últimos días bajo el influjo del fascismo.

Recobrará la libertad coincidiendo con la liberación aliada de Sicilia en 1943, mientras permanecía ingresado en la clínica de su amigo y compañero el doctor Pasqualino, de Palermo. Ya en un contexto con la guerra en el recuerdo, seguirá colaborando en sus últimos años de vida en nuevos periódicos libertarios o trabajando con Renato Souvarine en estudios históricos, lo que le comportó en su cénit vital, no sin olvidarse del todo algunas de sus controvertidas polémicas pasadas, un gran reconocimiento en la memoria de los anarquistas italianos. Murió el 12 de diciembre de 1950, aunque su rastro sigue presente gracias a los espacios que en Sicilia aún recuerdan su compromiso con la Libertad.

Francisco Fernández Gómez

 

Tomado de «Anarcocomunismo en España (1882-1896). El grupo de “Gràcia” y sus relaciones internacionales. Tesis Doctoral. Francisco de Paula Fernández Gómez. Septiembre 2014»

 

 

 

Los Errantes visitan México

“Viendo [Ascaso y Durruti] que era imposible mantenerse por más tiempo en Cuba, decidieron salir para México. Con el fin de lograr con éxito su propósito, alquilaron una pequeña lancha para dar un paseo fuera del puerto, pero ya surcando la bahía exigieron de los lancheros que les llevaran a bordo de cualquiera de los barcos que aparejaban para hacerse a la mar.

Temerosos, los lancheros les llevaron a uno de los barcos pesqueros, al que abordaron, obligando al patrón del mismo a levantar anclas, llevándose también a los dos patronos de la lancha.

Ya en altamar, pistola en mano, exigieron que el patrón del pesquero pusiera proa hacia costa mexicana.

Así navegaron hasta alcanzar la costa de Yucatán, en la que desembarcaron después de gratificar espléndidamente a los marineros cubanos.

La acción de desembarque no fue fácil. Dos o tres vigilantes del fisco mexicano se dieron cuenta de su llegada. Estos supusieron que eran contrabandistas, y como tales decidieron conducirlos al puerto de Progreso, para entregarlos a las autoridades. Camino andando, Durruti ofreció determinada cantidad a cambio de la libertad (…). La suma ofrecida interesó más a los agentes del fisco que la comprobación de si eran o no contrabandistas. Orientados por los propios agentes del fisco, nuestros amigos llegaron a Mérida, y de ahí a Progreso, en donde embarcaron rumbo a Veracruz” (140).

Llegados a Veracruz, en el puerto les aguardaba un anarquista mexicano llamado Miño -de lo que puede deducirse que Durruti o Ascaso habían escrito a México, previniendo que llegarían a Veracruz-. Miño les condujo a la capital mexicana y, una vez allí, a casa de Rafael Quintero, uno de los dirigentes de la CGT mexicana, quien había intervenido directamente en la revolución con Emiliano Zapata. Entonces, Rafael Quintero tenía una imprenta instalada en la plaza Miralle, 13, y en este local les dio cobijo provisional (141).

Pocos días después. Quintero les llevó al domicilio de la CGT , que por aquel entonces estaba instalada en la plaza de las Vizcaínas, 3. Aquella noche de su visita se discutía en una reunión sobre las dificultades económicas que atravesaba el órgano periodístico de la CGT. Sin mediar palabra, Los Errantes hicieron un donativo de cuarenta pesos para el periódico (142).

La citada reunión dejó deprimidos a los dos “Errantes”, no sólo por la pobreza de medios económicos, sino también por la falta de dinamismo que mostraba la organización anarcosindicalista local.

Se notaba que se vivía del crédito de la revolución mexicana, pero de la revolución no quedaba nada más que el recuerdo. Los mejores habían caído, y los sobrevivientes se habían adaptado a la nueva situación, haciendo valer algunos de ellos su pasado militante ante el nuevo “poder revolucionario”. Y el poder, por su parte, les gratificaba facilitándoles algunos cargos burocráticos. De tal forma que, por ejemplo, algunos ex-anarquistas habían llegado a ser gobernadores. Todo parecía ajustarse a las nuevas condiciones. Solamente los ex-compañeros de Flores Magón, muerto hacía tres años en una cárcel yanqui, mantenían realmente vivo el espíritu del anarquismo, acordándose del principio ideológico de “que la revolución no se puede conjugar con la ley, y que la verdadera revolución es Ilegal por excelencia”, como escribía en uno de sus póstumos escritos el mismo Flores Magón (143). Es evidente que los perseguidos de siempre eran estos continuadores de Magón… Sería, pues, entre éstos, entre los que Durruti y Ascaso encontrarían vivienda y colaboración.

La estancia en casa de Rafael Quintero se prolongó unas semanas en espera de la llegada de Alejandro Ascaso y Gregorio Jover, los cuales entraron a la ciudad de México a finales de marzo de 1925. Reunidos los cuatro, se decidió salir de la capital, y Quintero les propuso como lugar de residencia una pequeña granja situada en Ticomán. El propietario de la granja, Román Delgado, recibió a los cuatro españoles y los presentó al grupo anarquista de la localidad; Nicolás Bernal, el mentado Delgado, Herminia Cortés, y otros (144).

En abril de 1925 se produjo un asalto a las oficinas de una fábrica de hilados y tejidos llamada “La Carolina”. A partir de aquel momento, los testimonios que consultamos coinciden en afirmar una entrega de dinero para el sostenimiento de la publicación de la CGT y para la instalación de una Escuela Racionalista, del tipo de las que creó Francisco Ferrer i Guardia en España en 1901.

“Unas semanas pasaron sin dar fe de vida. Insospechadamente, aparecen con un automóvil “Buick” algo viejo y elegantemente vestidos. Durruti preguntó: “¿Ha salido el periódico?”. Al contestarle que sí, quiso leer los números publicados. “¿Siguen aún las dificultades económicas?” “¡Cómo quieres que no sigan!” La respuesta de Durruti fue hacer entrega de una fuerte cantidad de dinero. En esto, notó Durruti que se le miraba con recelo; para desvanecer las dudas que flotaban entre los compañeros mexicanos, mostró una carta de Sebastian Faure que llevaba en el bolsillo, acusándole recibo de una fuerte cantidad destinada a la biblioteca social” (145).

Y otro testigo escribe sobre la misma época; “Una sorpresa -así empezaba los renglones el compañero C. V., al explicarnos la vida azarosa de Durruti-, invitome a almorzar, no sin pedirme que vistiera mi mejor traje, porque íbamos a uno de los principales restaurantes porteños. Rehusé aceptar la invitación, teniendo, no un escrúpulo, pero sí una aversión a todo aquello que contrariaba mi vida y pensamiento de militante. Insistió, explicándome que era indispensable que le acompañase, que tenía que hablar conmigo; que no podía invitarme a un modesto restaurante, debido a que había llegado a Tampico en plan de hombre acaudalado. Acepté, al fin, intrigado, ¿por qué no he de decirlo?, tanto por la curiosidad, como por saborear platillos que no había probado desde hacía largo tiempo. Ya de sobremesa, Durruti me dijo:

“-¿Qué os parecería si pudiéramos tener miles y miles de pesos para establecer un centenar de escuelas como la que ha fundado el Sindicato Petrolero?

– Eso es un sueño, Miguel – respondí. (Miguel era el nombre que Durruti utilizó en México.)

– Pues no será un sueño; quizá yo pueda entregar a vuestra Confederación cien mil pesos.

Durruti sentía un verdadero cariño por los niños, por eso ofrecía su vida sacando dinero de los bancos para fomentar la cultura.

Despidiéndonos, díjome:

– Vamos, chico. Sé que sois hombres, que sois capaces de todo por vuestras ideas. Mirad, Los Errantes somos aquellos que trabajamos en silencio, que exponemos nuestras vidas con tal de servir a las ideas que profesamos. Vosotros sois de otra manera; peleáis contra el Estado en la legalidad; nosotros lo combatimos o lo desafiamos en la ilegalidad” (146)

Y otro testimonio más concreto aún, por lo que respecta al asalto de las oficinas de “La Carolina’’, lo tomamos de la revista “Ruta”, de Venezuela, numero 38:

“Viejos compañeros mexicanos recuerdan aún el paso de Durruti por la capital azteca, y ello por dos razones: la primera, porque Durruti fue uno de los más fervientes propulsores de la CGT mexicana, animada por aquel entonces por Jacinto Huitrón, Rafael Quintero y un puñado mas de libertarios mexicanos, y la segunda, porque supo imponerse como persona por su natural modestia y su acendrado amor al ideario”.

El articulista Víctor García cuenta con qué dificultades se encontraba la CGT para montar una escuela racionalista, y escribe:

“Durruti, que tenía la virtud de captar los problemas, muchas veces por intuición, comprendió el estado de ánimo de esos entusiastas compañeros y solicitó, en conversación reservada al Consejo de la CGT, que se le permitiera solucionar ese problema. A la pregunta de ¿qué se proponía?, respondió que lo diría en ulterior ocasión. Dos días más tarde Durruti entrega una suma considerable a esa Comisión Pro-Escuela, diciéndoles: “Esos pesos los tomé de la burguesía… No era lógico pensar que me los diera por simple demanda”. Al día siguiente, los rotativos de la capital mexicana señalaban con títulos a ocho columnas la noticia del atraco a la fábrica de “La Carolina”. Daban, en números exactos, la cantidad sustraída. Esa era, sin un centavo menos, la suma que Buenaventura Durruti había entregado el día anterior a los amigos de la Escuela Racionalista” (147).

Naturalmente, cuando se va a buscar dinero de la manera en que iban Los Errantes, no siempre era todo fácil. En el asunto de “La Carolina”, el cajero descolgó el teléfono para prevenir a la policía, hubo un forcejeo, se escapó un tiro, y este terminó con la vida del empleado. El caso apuntaba feo, pues ya se habían producido varios hechos de asalto -unos con suerte y otros sin ella- , por lo que se pensó que era mejor salir de México lo antes posible; y no por temor a las redadas de la policía, ya que éstas se orientaban hacía los barrios pobres, mientras Durruti y Ascaso habitaban un lujoso hotel, cubriéndose bajo el nombre de “Mendoza”, de profesión “propietario de minas en Perú”, y su acompañante. Y así, “un día, ligeros de equipaje, con pasaportes falsos y con muy pocos pesos en los bolsillos, abandonaron el hotel, dejando a “Mendoza” la obligación de liquidar la cuenta, alejándose de México para retornar a Cuba” (148).

 

Abel Paz

Fragmento del libro “Durruti en la Revolución española” Capítulo XI, “Guerrilleros en Sudamérica”.


Notas:

140. Estos detalles se encuentran en un artículo del periódico “El Amigo del Pueblo”, portavoz de la agrupación “Los Amigos de Durruti”, titulado “Durruti en tierras de América”, número 11, 20 de noviembre de 1937.

141. Testimonio de Atanasia Rojas, viuda del compañero Román Delgado. Atanasia vive aún en México y cuenta ochenta años.

142. Idem.

143. Flores Magón. Artículo reproducido por “Regeneración”, en su número de abril de 1970. “Regeneración” es el órgano de la Federación Anarquista Mexicana.

144. Hasta aquí seguimos el testimonio de Atanasia Rojas, pero a partir de este momento las cosas se complican a causa de los nombres falsos y las fechas. Durruti se hacia llamar “Carlos”, y a “el Toto” se le denomina con el apelativo de “el Chino” o con el nombre de “Antonio Rodríguez”. Por otra parte, aparece un peruano llamado Víctor Recoba, que llega circunstancialmente a México, pero a quien se le pierde la pista después. Este capítulo es de los más intrincados sobre las vidas de Durruti y de Ascaso. Nuestras investigaciones han ido lo mas lejos posible; pero, quizá, un día puedan aclararse todavía más si aparece un escrito de Gregorio Jover, en el que narra estas aventuras a petición de Santillán, quien declara que ese testimonio de Gregorio Jover quedó en Barcelona entre sus papeles cuando esta ciudad cayó en manos de “los nacionales” el 26 de enero de 1939.

145. “El Amigo del Pueblo”, número citado, y en “Ruta”, de Caracas, Venezuela, num. 38, artículo de Víctor García hablando sobre Durruti a su paso por México: Otro relato ilustrativo de esta permanencia en el país de Flores Magón, Emiliano Zapata y Francisco Villa, nos la brinda Jose Peirats: “Yo pude conocer a Ascaso más de cerca. De sus labios escuché una anécdota sobre su aventura en América. Ocurrió cuando con los pies en polvorosa abandonaron Cuba por Yucatán. Desembarcados en el país maya, corrió pronto el viento de su fama. Alguien preparó un mitin en un rancho ante un centenar de campesinos. Durruti se vio obligado a pronunciar un discurso incendiario con mención constante a la revolución. Pero el público permanecía impasible. Durruti hacía subir el tono obteniendo idéntico resultado. Ascaso le susurró: “Termina ya, esta visto que tienen sangre de horchata”. Durruti encontró por fin el difícil final y naturalmente, no hubo aplausos ni vivas. Pero uno de los oyentes salió de su mutismo y, acercándose al orador, le dijo cadenciosamente: “Manito, vamos ahorita mismo a hacer la revolución. Toditos estamos puestos…” En “Frente Libertario”, de la CNT -en el exilio-, París, noviembre de 1972, artículo titulado: “Hipoteca sobre el heroísmo”.

146. “El Amigo del Pueblo”, número citado.

147. “Ruta”, ejemplar ya citado.

148. “El Amigo del Pueblo”, ya citado.

 

¿Ahora a dónde? Algunos pensamientos sobre la creación de la anarquía

 

“Cualquier sociedad construida tendrá límites. Fuera de los límites de cualquier sociedad los insumisos y heroicos vagabundos deambularán con sus pensamientos salvajes y vírgenes…proyectando nuevos y terribles estallidos de rebelión”

Renzo Novatore

 

Siento que es imposible que exista alguna sociedad en la que pueda encajar, pues sin importar la forma que adopte la sociedad, yo seré un rebelde. A veces, esto me llena de la alegría de los “insumisos y heroicos vagabundos” que refiere Renzo Novatore, pero a menudo también me hace sentir bastante solo y aislado.

Ahora vivo en una “sociedad”, en una situación en la que los roles son usados para reproducir las relaciones sociales. ¿Será que la forma en que nos relacionamos cuando estamos por fuera de la armadura social también reproduce las relaciones sociales? Yo avizoro un mundo en el cual podamos vivir nuestras vidas plenamente, como seres únicos y salvajes, moviéndonos libremente por dentro y por fuera de las relaciones con los demás, tanto como nuestros deseos nos motiven. Nunca construyendo estructuras para formalizar relaciones, lo cual es la “sociedad”. Únicamente en un mundo de ese tipo es en el que imagino podré sentirme en casa. Pero en realidad no sé cómo podría ser creado ese mundo.

Muchos de mis amigos no estarán de acuerdo en mi perspectiva sobre la sociedad, pero todas estamos de acuerdo en que queremos crear formas de relacionarnos que sean radicalmente diferentes a lo que nos ofrece la sociedad autoritaria y capitalista del presente. Todos nosotros, parece, tenemos la  incertidumbre sobre cómo podemos destruir ésta sociedad, además de aprender a relacionarnos libremente. Es claro que necesitamos examinar lo que consideramos nuestra práctica radical.

He escrito artículos y volantes. No tengo ilusiones sobre la naturaleza radical de estos proyectos. Estos perpetúan ciertos tipos de relaciones sociales alienadas, y estoy plenamente consciente de ello. Pero escribo con la esperanza de inspirar algo mas allá. Espero que la singularidad de mis escritos alcance a otro individuo único, permitiéndonos romper la pared de las palabras escritas y tal vez encontrar y crear proyectos juntos. Esto no ha pasa a menudo, de todas formas, la relación social de la palabra impresa se mantiene intacta.

En las circunstancias actuales, el fraude y el robo son formas de sobrevivencia, en cierto modo, radicales. Estas pueden envolver elementos de juego y aventura que no se encuentran en los trabajos ordinarios, pero son básicamente formas para desarrollarnos por nosotras mismas en la sociedad, y, en cierto sentido, sería un trabajo. De todas formas, a pequeña escala, el robo ayuda a sabotear la mercancía, debido a que se toma algo sin pagar por ello. Pero la necesidad de hacerlo en secreto limita los elementos para la critica radical. Lo más radical del fraude y el robo (así como en las okupas lo es el buscar cosas en la basura o recoger desechos de la agricultura) es que reducen drásticamente nuestra necesidad de trabajar y liberan nuestro tiempo para realizar cosas que valgan la pena. Pero por sí mismas, son sólo tácticas de sobrevivencia.

El vandalismo y el sabotaje atentan contra la propiedad y, por tanto, contra la sociedad. Pero, como la mayoría de la gente los emplea, son sólo ataques limitados. A lo más, tan solo reacciones de actos particularmente ofensivos de la autoridad. La extensión de la critica puede ser fácilmente silenciada por su adherencia a algún tema particular, recuperándolo para la sociedad. De todas formas el vandalismo y el sabotaje son ataques activos contra la sociedad, que en algunas ocasiones pueden dañar efectivamente algunos de los proyectos del Capital. Aunque la mayoría de las veces sólo expresen el lado destructivo de la rebelión anárquica.

Todas éstas actividades valen la pena como parte de nuestra rebelión en contra de la sociedad, pero todas son limitadas. Ninguna de ellas nos lleva más allá del contexto societario. Cada una de estas actividades son, al menos parcialmente, creadas por la sociedad como reacción en su contra. Estas no nos liberan de la sociedad, ni amplían lo que es único en nosotras. Tan solo nos colocan al filo de ella (que ciertamente es el lugar mas libre y disfrutable que puede haber dentro de la sociedad), y eso no es suficiente para aquellos de nosotros que queremos vivir nuestras vidas hasta el límite.

“No a las márgenes que colapsan.

No a los márgenes que caen.

Pero al centro está…creciendo”

En tanto creamos nuevas formas de relacionarnos (formas que acrecientan nuestra individualidad única, no los roles sociales) es necesario no solamente reaccionar contra la sociedad, al hacer de la marginalidad el objetivo central de nuestro actuar. Lo que nos es único debe ser central en nuestra actividad; los deseos propios, las pasiones, las relaciones, y experiencias. Esto implica una concepción radicalmente diferente de la revolución, que algunos comunistas y anarquistas ortodoxos centran en “las masas”. Ni la clase trabajadora, ni la actividad humana común puede crear la revolución de la que estoy hablando. La rebelión del individuo en contra de los obstáculos de la sociedad (en contra de los procesos de domesticación) son la base desde la cual el proyecto revolucionario tiene que crecer. Cuando los actos de rebelión de un número de individuos coinciden y pueden abrazarse entre ellos, entonces es posible que estos individuos conscientemente actúen juntos, de ésta forma son semillas de una revolución que puede liberarnos como individuos únicos y salvajes, de espíritu libre. Pero ¿qué significa esto a nivel práctico?

El ser nosotras mismas el centro de nuestro actuar significa relacionarnos con la sociedad, y el relacionarnos los unos con los otros en nuevas formas. Cuando comenzamos a vivir en términos de nuestros deseos y experiencias propias, de nuestras pasiones y relaciones, nos encontramos con nosotras mismas en permanente conflicto con la sociedad. En tanto la sociedad depende de la estructura y el orden, y lo que nos es único a nosotros es caótico e impredecible, entonces tenemos ventaja en esta lucha. Podemos estudiar a la sociedad, aprender algo sobre como funciona y como se protege a si misma -evitando el caer en roles sociales y patrones predecibles- nuestras acciones parecerán venir de ningún lado, aunque causen estragos en nuestros enemigos. Negándonos a cumplir con los roles sociales establecidos, rechazando el tener que pagar por las cosas o trabajar para sobrevivir, no aceptando reglas de etiqueta, ni protocolos, es un buen comienzo. Bromas espontáneas (o aparentemente espontáneas) y representaciones radicales -no atribuidas a payasos, compañías teatrales u otras entidades sociales- pueden exponer la naturaleza de la sociedad e inclusive crear una situación en la cual la vida libre y la mera existencia ofrecida no pueda ocultarse. Acciones de expropiación, vandalismo, y sabotaje salidas de nuestros propios deseos, en vez de ser una mera reacción de atrocidades sociales, serán mas impredecibles y mas frecuentes. Nuestra violencia contra la sociedad chocará como un trueno, impredecible, con la intensidad de nuestro deseo de vivir nuestras vidas plenamente.

Pero para poder pelear inteligentemente contra la sociedad se requieren conocimientos y habilidades. La sociedad, al ponernos dentro de roles sociales, limita nuestros conocimientos y habilidades, por eso necesitamos compartir ésta información. Libros y artículos pueden ser de ayuda, aunque estos están abiertos al escrutinio publico, incluyendo el de las autoridades. Lo que hace que nuestras actividades sean predecibles, y a nosotras nos deja más vulnerables. Por tanto, es necesario crear vías para compartir el conocimiento generado de nuestras relaciones actuales como individuos únicos.

Esta necesidad por compartir habilidades coincide con nuestro deseo de vivir la vida plenamente, y el disfrutarnos las unas a los otros como seres únicos y salvajes, haciendo de la exploración de nuevas vías de relacionarnos una necesidad inmediata -no algo que deba postergarse hasta “después de la revolución”. Cada uno de nosotros es único e impredecible. Habiendo sido educados, toda nuestra vida, para relacionarnos dentro de roles sociales, en vez de hacerlo como lo que somos en realidad; seres únicos. Debemos apoyarnos en nuestra imaginación para crear nuevas formas de relacionarnos, no basándonos en moldes preestablecidos ¿podría ser de alguna otra forma, cuando no queremos crear nuevos roles sociales? Las ideas que comparto son tentativas, un llamado a explorar dimensiones desconocidas, invitación para aventurarnos en tanto cumplan nuestros deseos y nos expandan como individuos únicos. En sí, no hay nada revolucionario en éstas exploraciones. Se convierten en revolucionarias solo en conjunción con la resistencia consiente y activa respecto a la sociedad -el reconocer que nuestra unicidad y libertad como individuos está en conflicto con esa sociedad, y que debemos destruirla para liberarnos plenamente.

En años recientes, he reflexionado mucho sobre cómo explorar nuevas vías para relacionarnos. Estas exploraciones necesitarían estar basadas en los deseos únicos de cada individuo y cubrirse con la confianza mutua. En un comienzo mis pensamientos estuvieron centrados, principalmente, en algún tipo de sitio rural/natural que correspondiera con una vida relacionada a proyectos de espontaneidad, sin implicaciones con la economía, y que involucraran resistencia a la domesticación y a la autoridad. Entre más pienso en esto, me parece que dicho proyecto comprometería mis auténticos deseos -y muy probablemente recrearía la sociedad, a pequeña escala, con individuos repitiendo roles sociales, en lugar de entablar relaciones sobre la base de la unicidad.

Cuando la gente se reune teniendo como base los deseos únicos de cada cual, además la confianza mutua, su unión será, por su naturaleza, muy transitoria. Los individuos vendrán y se irán tal como lo deseen, y participaran en la forma que ellos quieran. Esto hace que la situación establecida sea temporal. Recientemente, me he dedicado a vagabundear. Disfrutaría el compartir ésta vida junto con amigos y amantes que quisieran también vagar. Seriamos un festival ambulante de rebelión y sorpresas. Digo un festival, y no una tribu o una banda, debido a que lo único constante sería el compromiso de cada individuo por vivir plenamente, y luchando contra lo que lo impida; individuos por sí mismos llegando y retirándose a voluntad. Las actividades de sobrevivencia pueden incluir la recolección en la naturaleza, el robo, los fraudes, el compartir regalos con amigos y el aceptar regalos de gente que aprecie cualquier actuación callejera -expresiones publicas de nuestro comportamiento lúdico y creativo- que hagamos. Podemos compartir habilidades y conocimientos con amigos que visitemos, creando una red informal para diseminar el conocimiento y las habilidades entre aquellos en los que confiamos. Los actos de vandalismo, sabotaje y otros ataques contra la sociedad serán mas sencillos en tanto no permanezcamos en esos lugares, adquiriendo un aspecto de invisibilidad. En éste vagar, esperaría pasar mucho tiempo en lugares salvajes. Quisiera explorarlos y llegar a conocerlos bien. Los lugares salvajes son ideales para destruir ésta sociedad. Estos encuentros podrían proveernos de otros medios para compartir conocimientos y habilidades, así como el ser mucho más divertidos.

Tal como expuse arriba, por sí mismas, estas ideas no son revolucionarias. Vagabundos, gente rara, personas del arcoiris y otras más han vagado, pero sin la consciencia de la guerra de la sociedad contra el individuo de espíritu libre. Estamos en guerra, pero no estamos peleando por el Poder. No necesitamos construir ejércitos para derrotar a los poderes que existen; necesitamos hacernos salvajes, de espíritu libre, individuos únicos cuya violencia salga del deseo por vivir la vida sin límites, y así derrotar al Poder. Los festivales ambulantes de espíritus libres pueden incorporar esta actividad destructiva, posiblemente con más fácilidad que grupos mayor organizados y previamente definidos.

Ya he afirmado que éstas son sugerencias tentativas, ideas a ser tratadas y probadas. Estoy cansado de sentirme aislado por rechazar sacrificarme a los roles sociales. Quiero explorar nuevas formas de relacionarme que vayan más allá de esos roles, y que refuercen la unicidad de cada uno de nosotros. Pero mas que eso, quiero explorar activamente estas ideas en la practica y compartir estas exploraciones con personas amigas y amantes. En tanto podamos parar de estar en los márgenes de la sociedad y, cada uno, como seres únicos y salvajes, convertirnos en el centro de un proyecto insurreccional que pueda destruir a la civilización y crear un mundo en el cual podamos vivir libremente, relacionarnos para crear tal como nuestros deseos únicos nos muevan. Nos convertiremos, para citar a Renzo Novatore, otra vez, “en una sombra eclipsando cualquier tipo de sociedad que pueda existir bajo el sol”.

 

Feral Faun