Hasta el infinito por lo menos

Conflicto social e inquisición.
Del proceso a los 5 (más 1) de Barcelona.

La repetición seriada de una serie de acontecimientos y metodologías represivas en diversos y dispares lugares debe hacernos entender, de una vez por todas, que el mecanismo puesto en marcha por el Estado/Capital se rige siempre, y en todo lugar, mediante una serie de pautas estudiadas y preconfeccionadas de antemano. Algo que nosotros seguimos obstinados en llamar, quizá de una manera algo pomposa, “proyecto represivo”. Un proyecto orquestado desde los despachos y cloacas del dominio, cuya finalidad siempre ha consistido en erradicar todo atisbo de disidencia, toda posibilidad de acción real. Y no nos engañemos, un proyecto este, tan antiguo como el origen del Estado y las relaciones sociales que lo sustentan.

“Todo lo que no puede ser recuperado debe ser reprimido”.

Esta es quizá la frase que encabeza los manuales de formación de la Policía del Pensamiento (alias Brigada de Información, antes Político-Social). El que escribe jamás ha visto uno de estos manuales, ni falta que hace, pero el repetirse monótono de una serie de acontecimientos, habla por si solo.

El antagonista necesario.

En la sociedad del totalitarismo democrático la simulación y la ilusión forman parte activa de nuestra existencia. Simulación e ilusión de participación en las decisiones que afectan nuestra vida. Comunicación simulada y virtual, relaciones personales bajo el tamiz de la ilusión, virtualizadas, maquinizadas, o simplemente cortadas por los ritmos del trabajo y la sumisión cotidiana, y así un largo etcétera cuya enumeración preferimos ahorrarnos porque de momento no nos mueve ningún afán masoquista.

En un sistema de alineación y dominio como es la democracia la contestación debe ser de la misma manera ilusoria y simulada. No debe plantear riego alguno para el Estado/Capital que la sustenta. Debe ser por lo tanto en todo momento recuperable.

Alguien, tiempo atrás, planteó el símil de la vacuna: Al igual que un organismo vivo, el Estado/Capital necesita ser periódicamente inoculado con una serie de anticuerpos previamente debilitados, que a modo de vacuna, desempeñen una función preventiva, desarrollando una contestación concebida dentro de los límites democráticos (e inofensivos) de la protesta. El Estado/Capital salva el expediente y muestra su cara amable y permisiva.

El papel de oposición permitida lo desempeñan todo un conjunto de variopintas organizaciones y movimientos (desde partidos políticos hasta congregaciones cristianas, el etcétera sería también fatigoso). En definitiva, toda la izquierda institucional con su función desmovilizadora e integradora en los rediles del sistema.

El Estado no tiene ningún problema en tolerar, e incluso financiar, esta forma de oposición porque en definitiva no supone ningún riesgo para su existencia, al contrario, es una de formas de recuperar y encauzar un posible enfrentamiento.

Cuando la oposición rebasa los límites democráticos, cuando deja de representarse de forma ficticia es denominada con la palabra de moda: Terrosismo, antes se usaban otras como radical, violento…

Una imagen a la inversa.

Desde los pulpitos del poder se retransmite en directo el arresto de peligrosos terroristas, armados hasta los dientes, dirigidos por malvados cerebros desde sus celdas de aislamiento.
La imagen espectacular del terrorista construida por los Medios de Comunicación contribuye al mantenimiento de la paz social de la misma manera que la del policía.

El Estado presenta siempre esta falsa alternativa. O se le acepta o se le imita. O reformismo o banda armada jerarquizada. En definitiva, desde esta lógica lo que se viene a decir es que, quien pretende rebelarse no es más que un autoritario camuflado.
El mensaje que se difunde es que en democracia no existe rebelión posible, o pero aun, no debe existir, porque sin duda esta es obre de terroristas, violentos, radicales…

En diversos lugares y geografías el Estado está acusando a algunos anarquistas de constituir una banda armada jerárquica. La acusación, así entendida, va más allá del mero intento de cerrar la boca a un puñado de anarcos que molestaban demasiado.

Lo más sorprendente de todo esto es que la acusación de banda armada que esgrime el Estado y la judicatura habla de una organización jerárquica, militar, con dirigentes y dirigidos. Justo lo que los anarquistas rechazan. La concepción que los anarquistas tienen del conflicto social está a años luz de la visión cerrada y jerárquica de una banda armada así constituida.

Aun cuando un anarquista utilice las armas, usemos un poco la imaginación, aun cuando todo los anarquistas del planeta hubiesen, además de escrito panfletos, discutido, hecho el amor, pegado carteles, insultado a algún policía, usado las armas, ni siquiera esto haría de ellos una banda armada.

Los anarquistas rechazan de entrada la concepción militar del conflicto social impuesta por el Estado, no se reconocen en ninguna estructura u organigrama jerárquico. La única “banda armada” a la que pertenecen es a la de los explotados.

A los anarquistas no les suele despertar demasiada simpatía ni los profesionales de la política ni los del militarismo, aunque se digan revolucionarios.

El boicot, la expropiación, la autoorganización y el sabotaje son siempre armas al alcance de los explotados.

Terrorista es el Estado.

Quien no tiene reparos en bombardear a la población civil, en torturar y secuestrar, para quien los muertos son solo cuestión de estadística o propaganda electoral, tanto en tiempos de guerra como en los de la llamada paz social, es sin lugar a dudas el Estado.
Por eso, lo repetiremos con la obstinación que nos caracteriza: Terrorista es el Estado. Y quienes tratan de imitarlo, quienes por lógica maquiavélica (lógica de Estado) son ya un Estado embrionario, en pequeñito (además cutre y salchichero, todo hay que decirlo).

Represión selectiva e intimidación generalizada.

Hace ya más de un año 6 anarquistas fueron detenidos a punta de pistola en la ciudad de Barcelona. Otro compañero logra escapar del cerco. Cuatro años antes una de las instituciones del proyecto represivo, la Europol, ponía en marcha su archivo de identificación. El nombre de los 6 de Barcelona terminó sin duda por acabar figurando en él.

Lo que ha venido después es de sobra conocido.
No se ha buscado solamente encerrar a unos cuantos anarquistas que resultaban ya demasiado incómodos, se ha buscado (y en parte se ha logrado) inmovilizar toda posible muestra de solidaridad.
La modalidad en que fueron difundidos los arrestos, las acusaciones presentadas, la tortura física y psicológica con las que se consiguió las auto-inculpaciones, buscaban única y definitivamente difundir el terror de forma generalizada.

La operación represiva fue desarrollada de forma selectiva, quitando de en medio aquellos anarquistas más molestos y difundiendo el terror como una mancha de aceite, no solo en los círculos más próximos a los detenidos, sino entre todos los medios antiautoritarios.
Golpear duramente para que el resto aprenda.

Y este golpear duramente pasa por la construcción de una serie de acusaciones prefabricadas y equitativamente distribuidas durante los cinco días de asilamiento de la ley antiterrorista. Desde acusaciones tan bizarras como “conspiración para el asesinato” del cacareador Luis del Olmo, hasta unas simples pedradas a entidades bancarias y ETT’S, pasando por la proyección de varios atracos de autofinanciación.

Perfiles concretos tienen ya asignada la etiqueta de culpable. Para el Estado cualquiera puede serlo. Basta no agachar sumisamente la cabeza ante el orden establecido.

Acusaciones como “conspiración para el asesinato” o la presencia del juez mitómano Baltasar Garzón, que inicialmente les tomó declaración, son enviados a modo de aviso a la totalidad del movimiento anarquista, entendido este en su más amplio sentido.

En estos días hubo quien se defecó encima (el que escribe, por ejemplo), quien hizo inventario de conocidos para ver si entre ellos había algún expediente comprometedor, quien negó y renegó, antes de que cantará el gallo, su pasado más reciente, quien temió por la ilegalización de su “camarilla sindicalera”, quien dijo que se veía venir, y demás miserias por el estilo…

El Estado consiguió su objetivo: asilar a los detenidos, inmovilizar a los de afuera e impedir toda posible respuesta. Se difunde así la idea que la única oposición posible es la ilusoria.

A modo de cronología.

Desde que la Europol desplegará sus tentáculos en la geografía ibérica y adiestrará a las instituciones hispanas, algo menos avezadas en esto del anarquismo que sus homónimos italianos, se ha pretendido a todas costa endosar la acusación de banda armada por sus repercusiones judiciales, y no solo. Ha habido tiempo e intentonas suficientes para confeccionarla.

En febrero de 2000 se celebra el foro internacional de directores de policía en Madrid. La Europol pone en marcha su andadura con una importante presencia hispana desde un inicio.

En noviembre de 2000 dos personas diferentes ligadas a las iniciativas de solidaridad con las luchas de los presos son detenidas en Madrid. Desde un primer momento se baraja la acusación de banda armada para la persona que pasará casi un año en prisión preventiva. La acusación no se sostiene, a pesar de ello la fiscalía solicita 22 años de reclusión. La primera vista oral del proceso se ha saldado con una condena de 4 años por posesión de explosivo, a pesar de que Eduardo García siempre ha declarado que aquella bolsa la deposito allí la propia policía.

En octubre de 2001 detenciones de anarquistas y antiautoritarios en Madrid y Oviedo. Sale a la luz por vez primera la definición de “Triángulo Anarquista del Mediterráneo”. Las acusaciones no llegan ni tan siquiera a la fase de instrucción tras una semana de prisión preventiva.

Un año después en Valencia 4 jóvenes serán detenidos tras los incidentes relacionados con el desalojo de un espacio ocupado. Las acusaciones serán de “asociación ilícita” y “daños terroristas” . Los cargos se verán desestimados.

En febrero de 2003, otros 3 anarquistas serán detenidos en Barcelona (Villadecans) y otro más en Almería. Como en ocasiones anteriores dirige el proceso la Audiencia Nacional. El señor Garzón sale a la palestra. No es la primera que este ilustre juez dirige su atención hacia el ámbito anarquista, había hecho ya sus pinitos con el sumario de ilegalización de la organización Cruz Negra Anarquista.En este sumario la CNA era citada como una hipotetica cantera de los GRAPO, la única persona que pasando por CNA ha tenido que ver algo con los GRAPO fue un guardia civil infiltrado, hechos comprobados además. Decimos sumario porque nunca se llegó a abrir un proceso de ilegalización por estos hechos, además señor Garzón, como va usted a ilegalizar algo que no tiene estatuto legal.

A finales de junio de ese mismo año más de 60 personas son detenidas cuando participaban en una manifestación anarquista contra ministros de la UE en Tesalónica (Grecia), las primeras y confusas noticias que llegan desde Grecia es que para algunos de los detenidos se pudiera estar barajando la acusación de banda armada.
En julio, 4 anarquistas serán detenidos en Valencia nuevamente. De nuevo el espectro de la acusación de banda armada. De nuevo la aplicación de la ley antiterrorista. Dos compañeros encarcelados. Al final las acusaciones de “asociación ilícita” y”banda armada” se desestiman. Todo se deshincha, a pesar de ello Amanda continúa encarcelada.

La operación de septiembre de 2003 recoge y perfecciona todos los ensayos posteriores: 5 encarcelados, un compañero en busca y captura, y otro anarquista más procesado pero en la calle.
De nuevo la Audiencia Nacional. Aplicación de la ley antiterrorista. Autoinculpaciones, y todo resuelto.

Después de un año de prisión preventiva los compañeros declaran ante un nuevo juez, Fernando Grande Marlaska, a primera vista un juez relativamente joven, deseoso de hacer currículum.

La acusación de “conspiración para el asesinato cae”. La acusación más grave es la de pertenencia a banda armada, que reproduce los esquemas ampliamente difundidos: Un grupo jerárquico, para algunos media el líder era Rafa, para otros Joaquín; conexiones con peligrosos presos F.I.E.S (Claudio Lavazza), y la habitual campaña e atentados que las fuerzas de seguridad han sabido evitar.

Lo más incompresible de todo este asunto es el nombre que los mercenarios y torturadores en toga han dado a la hipotética organización a la que pertenecerían los compañeros de Barcelona: “Movimiento Anarquista Libertario de la Extrema Izquierda”. Además de redundante, contradictorio. Los anarquistas hemos afirmado hasta la saciedad, en cientos de opúsculos, libros y publicaciones, que la izquierda, aun cuando sea extrema izquierda, es solamente un apéndice del Estado, la izquierda del capital como dijeron otros. Pero en fin, que le vamos a hacer señor juez, usted de eso no sabe nada…
Otra cosa desconcertante es que según los jueces a pesar que el organigrama de la organización fuese jerárquico, las responsabilidades penales (posesión de armas, hechos concretos, etc…) se deben de repartir de forma asamblearia pues estamos hablando de anarquistas. La maquinaría procesual alcanza un grado de refinamiento inquisitorial. O una cosa u otra, pero no pueden ser las dos cosas a la vez señor juez…

Ningún juez, ningún periodista, personas estas acostumbradas a obedecer podrán comprender que existan personas que se organicen baja el rechazo de toda autoridad y jerarquía, siguiendo las lazos de la propia afinidad. Es algo que rebasa sus límites de comprensión.
El 4 de octubre de 2004 alguien tiene la interesante idea de tirar unos cócteles molotov a la comisaría de Vía Layetana de Barcelona, en celebración de los Santos Custodios, patrón de la Policía. Tres chavales serán detenidos. La Brigada de Información presiona para que las acusaciones sean tramitadas por la Audiencia Nacional. El juez decreta 10 días de reclusión en una cárcel de menores para dos de ellos. Finalmente la prisión preventiva se hará efectiva de forma incondicional. Los chavales pasarán 2 meses en la prisión de menores de Trinidad (Barcelona).

¿Por qué los anarquistas?

¿Y quién si no? Los anarquistas se obstinan en continuar hablando de posibilidad de revuelta, de insurrección. Son los únicos que no aceptarían ningún acuerdo con politicantes presentes o futuros. Aun cuando a veces estén demasiados ocupados en ponerse etiquetas y diferenciarse los unos de los otros. No aceptan ser marioneta de nadie, y por ello despiertan la simpatía de aquellos a los que siempre les toca llevar la peor parte. Y por eso molestan. Por eso se les encierra, aquí en Italia, en Alemania. Por eso se los espía, se registran sus domicilios, se les da un repaso hasta que se autoinculpen de lo que sea. A veces, las tuercas se aprietan más de lo recomendable y misteriosamente salen volando de alguna ventana de comisaría.

A los anarquistas ni se les entiende ni se les quiere entender, un puñado de intolerantes con un sueño romántico en la cabeza. Pero si su mensaje se viese ampliamente difundido podría ser peligroso teniendo en cuenta los tiempos que corren.
Podrían ser incluso no tan peligrosos, pero eso nunca se sabe, como dijo un viejo compañero.

Lógica Inquisitorial.

Términos jurídicos como “culpable” e “inocente” son definiciones a preciadas por quienes han asimilado los valores impuestos por el sistema.

La lógica inquisitorial distribuye roles y escenografías, como en un guión tantas veces repetido, está el papel de malo, el de inocente, el de mediador. Algunos de ellos, previamente asumidos, terminan por situarte al otro lado de la barricada.

La solidaridad no significa adherirse a priori a una serie de planteamientos, compartir todos o algunos los planteamientos de los detenidos, nunca se ha pedido esto. Pero sin duda, la solidaridad pasa por no asumir los papeles impuestos por el sistema y su aparato represivo.

Cómo fabricar un proceso.

Varios y dispares son los métodos usados por el Estado para combatir la disidencia. Los anarquistas suelen ser, cuando se lo proponen, una disidencia bastante molesta.

El Estado Italiano ha puesto de moda la figura del “supuesto arrepentido”, del “colaborador de justicia”. Así lo hemos recientemente visto con la “conejillo de indias” Namsetchi Modjdeh en el denominado Proceso Marini. Pero esta práctica tiene ya un largo y dilatado bagaje que se inicia en los años 80 con el infame Enrico Paghera en el proceso contra varios anarquistas acusados de pertenecer a una organización denominada Acción Revolucionaria.
El Estado Español no se anda tanto con miramientos y prefiere la opción (más rápida y menos costosa) de la autoinculpación. Y para conseguir una autoinculpación ya sabemos que métodos hacen falta.
Al acusado, reo y confeso, no le queda otra defensa posible que la de abjurar de su herejía. De la Santa a la Democrática Inquisición. Cambian las formas pero permanece el contenido.

¿Más allá de la condena cotidiana qué?

Más allá de la condena cotidiana la lucha libertaria, la agitación la solidaridad con los compañeros detenidos, la creación de espacios enfrentados a la existente, la revuelta, la propaganda por los hechos y la palabra, la autoorganización, el sabotaje, la poesía, la insurrección, la anarquía.

Y ya sabéis, la anarquía es caos, y caos nunca murió.

Incombustible.

Ediciones Conspiración

Esas cosas que hacemos

Reificación

Del latín “re”, o cosa, reificación significa, esencialmente, cosificación; un poco en el sentido en que Theodor Adorno, entre otros, afirmaba que la sociedad y la conciencia han sido casi completamente cosificadas. A través de este proceso, las prácticas y las relaciones humanas llegan a ser vistas como objetos externos. Lo que está vivo termina siendo tratado como una cosa inerte o abstracción. Se trata de un cambio de los acontecimientos que se experimenta como natural, normal, inmutable.

En Tristes Trópicos Claude Lévi-Strauss ofrece una imagen de este proceso de reificación en términos de atrofia de la civilización occidental: “como un animal viejo cuya espesa piel ha formado una costra imperecedera alrededor de su cuerpo, la cual, al evitar que la piel pueda respirar, termina por acelerar su proceso de envejecimiento” Esta pérdida de sentido, inmediatez y energía espiritual en la civilización occidental constituye igualmente un tema importante en los trabajos de Max Weber, el cual, se interesa también en la reificación de la vida moderna. Que esta falta de vida y de encanto parezcan de algún modo inevitables e inmutables, y sean, en gran parte, admitidas, precisamente, como una concesión, es un importante resultado de la reificación, algo inseparable de ella.

¿Cómo llegaron las actividades y relaciones humanas a separarse de sus sujetos y a adoptar una “vida” como de cosa, por ellas mismas? Y, dada la evidente mengua de la creencia en las instituciones y categorías sociales, ¿qué mantiene unidas las “cosas” en la sociedad cosificada?

En un mundo comprendido de forma creciente por las más rígidas formas de extrañamiento, términos como reificación o alienación ya no se encuentran en la literatura que supuestamente se ocupa de ese mundo. Aquellos que declaran no tener ideologías son a menudo los más constreñidos y determinados por esa ideología dominante que son incapaces de ver, y es posible que el mayor grado de alienación se alcance allí donde la conciencia no llega. El término reificación fue ampliamente usada en la definición que de él dio el marxista Georg Lukacks, a saber: una forma de alienación resultado del fetichismo de la mercancía de las modernas relaciones de mercado. Las condiciones sociales y la situación del individuo se han convertido en una función misteriosa e impenetrable en lo que comúnmente denominamos capitalismo de consumo. Somos aplastados y cegados por la fuerza reificante de la etapa del capital que comenzó en el siglo XX.

Pienso, no obstante, que puede ser útil retomar el término reificación para establecer un significado más profundo y dinámico. Lo simple y directamente humano está siendo en realidad evacuado de un modo tan cierto como que la naturaleza misma ha sido domesticada y convertida en un objeto. En el universo helado de las mercancías, el reinado de las cosas sobre la vida resulta obvio, y la frialdad que Adorno vio en el principio básico de la subjetividad burguesa está alcanza nuevos mínimos.

Pero si la reificación es el elemento central a través del cual la forma mercancía impregna toda la cultura, es también mucho más que eso. Kant conoció el término, y fue Hegel, poco después, quien hizo un mayor uso de él (y de la objetivación, su equivalente aproximado). Él descubrió una ausencia radical del ser en el corazón del sujeto; es aquí donde podemos indagar fructuosamente.

El mundo se nos presenta por sí mismo – y nosotros lo re-presentamos. Pero, ¿de dónde viene la necesidad de hacer esto? ¿Sabemos lo que realmente simbolizan los símbolos? ¿Será cierto que deben ser poseídos y no representados?. Los signos son, básicamente, señales, esto es, correlativos; los símbolos, sin embargo, son sustitutivos. Como explica Husserl, “el símbolo existe efectivamente en el momento en que se introduce algo más que vida” Es posible que la reificación sea el corolario inevitable, o un subproducto, de la simbolización misma.

Como mínimo, parece haber fundamentos reificados en todas las estructuras de dominación. Calendarios y relojes formalizan e incluso reifican el tiempo, el cual fue, probablemente, la primera reificación de todas. Una estructura social dividida supone un mundo reificado principalmente, porque es una estructura simbólica de roles e imágenes, no de personas. El Poder cristaliza en las redes de dominación y jerarquía tan pronto como la reificación entra a formar parte de la ecuación. En el productivista mundo actual, la extrema división del trabajo alcanza plenamente su significado original. Cada vez más pasivos y faltos de sentido, nos reificamos sin parar en nosotros mismos. Nuestro creciente empobrecimiento nos aproxima a aquella condición en la que apenas somos meras cosas.

La reificación permea la cultura posmoderna, en la cual sólo las apariencias cambian y parecen estar vivas. Lo espantoso de nuestra posmodernidad puede ser visto como un destino de la historia de la filosofía, un destino que va más allá de ella. La historia, como tal historia, comienza como una pérdida de integridad, como la inmersión en una trayectoria externa que desgarra el yo en partes. La negación de la elección humana y de su efectivo ejercicio es tan vieja como la división del trabajo; sólo su drástico desarrollo o plenitud es nuevo.

Hace unos 250 años el romántico alemán Novalis se lamentaba porque “el sentido de la vida se ha perdido” El cuestionamiento generalizado del sentido de la vida sólo puede aparecer en torno a este momento -justo cuando el industrialismo realiza su más temprana irrupción. Desde entonces, la erosión del sentido se ha acelerado rápidamente, recordándonos que la función sustitutiva de la simbolización es también una prótesis. El reemplazamiento de la vida por lo artificial, como la tecnología, implica una cosi-ficación. La reificación es también, al menos en parte, un imperativo técnico.

La tecnología es “la habilidad para organizar hasta tal punto el mundo, que no necesitamos experimentarlo”. Se supone que debemos negar lo que hay de vivo y natural en nuestro interior para asentir a la dominación de la naturaleza no-humana. La tecnología se ha convertido, sin lugar a dudas, en el gran vehículo de la reificación. Sin olvidar que está inmersa y encarna una esfera del capital, la reificación nos subordina a nuestras propias creaciones objetivadas. “Las cosas están en el poder y conducen la humanidad” señaló Emerson a mediados del siglo XIX. No se trata de un giro reciente de los acontecimientos; refleja, más bien, el código maestro de la cultura ab origino. La separación de la naturaleza, y su consiguiente pacificación y manipulación, hace que uno se pregunte, ¿está desvaneciéndose el individuo? ¿ha sido la cultura misma la que ha puesto esto en marcha? ¿cómo es posible que una expresión tan reificada como “Los niños son nuestro más preciado recurso” no le parezca a todo el mundo repugnante?

Somos cautivos de mucho más que lo meramente instrumental, alimento para el funcionamiento de otros objetos manipulables, pero también de lo continuamente simulado. Nos hayamos exiliados de la inmediatez, en un espacio descolorido y aplanado en el que el pensamiento lucha por desaprender su alienado condicionamiento. Merleau-Ponty falló en su búsqueda pero, al menos, ayudó a encontrar una ontología primordial de la visión anterior a la ruptura entre sujeto y objeto. Es la división del trabajo, y sus resultantes formas conceptuales de pensamiento, lo que permanece invariable, retrasando el descubrimiento de la reificación y del pensamiento reificado.

Después de todo, es nuestra forma entera de conocer lo que ha sido deformado y disminuido, y esto debe ser entendido como tal. La “inteligencia” es ahora una externalidad a medir, equiparable a la pericia para manipular símbolos. La filosofía se ha convertido en la racionalización más elaborada de la reificación. Y de un modo más general, el ser mismo es constituido como experiencia y representación, como sujeto y objeto. Esta conclusión debe ser criticada de un modo tan fundamental como sea posible. El elemento vivo, activo, del conocimiento, debe ser desvelado, por debajo de la reificación que lo enmascara. El conocimiento, a pesar de la ortodoxia contemporánea, no es computación. El filósofo Ryle vislumbró que la forma de pensamiento más básica puede ser aquella que no cuenta con representación simbólica. Nuestras nociones de la realidad son producto de un sistema simbólico construido, cuyos componentes se han solidificado a lo largo del tiempo en reificaciones y objetivaciones, del mismo modo en que la división del trabajo fundió la dominación de la naturaleza y la domesticación del individuo.

El pensamiento capaz de producir cultura y civilización es distante, no sensorial. Se abstrae del sujeto y deviene un objeto independiente. Eso quiere decir que las sensaciones son mucho más resistentes a la reificación que las imágenes mentales. El discurso platónico es un primer ejemplo de pensamiento que procede a expensas de los sentidos, mediante la separación radical entre percepciones y conceptos. Adorno llama la atención sobre una variante más saludable, cuando observa que en los escritos de Walter Benjamin “el pensamiento acosa al objeto, como si tocándolo, oliéndolo, probándolo, quisiera transformarse a sí mismo”. Y Le Roy está probablemente muy cerca de este indicio cuando dice que “renunciamos a la concepción sólo para querer la percepción”. Históricamente determinado, en el sentido más profundo del término, el aspecto reificado del pensamiento es una “desventura” cognitiva más.

Husserl, entre otros, concibió la representación simbólica como originalmente diseñada para ser un suplemento temporal de la auténtica expresión. La reificación entra en escena, de forma un tanto paralela, cuando la representación pasa del estatus de noción usada para propósitos específicos al de objeto. Sean o no adecuadas estas tesis, parece, al menos, evidente que existe una fisura ineluctable entre la abstracción del concepto y la riqueza de la red de fenómenos. En este sentido es importante la conclusión de Heidegger de que el auténtico pensamiento es “no-conceptual”, una especie de “escucha reverencial”.

Siempre de la mayor relevancia es la violencia que un ethos pertinazmente invasor perpetra contra la experiencia vivida. Gilbert Germain ha comprendido cómo el ethos promueve decididamente un “olvido de la relación entre el pensamiento reflexivo y la experiencia perceptual directa del mundo del que éste proviene y al cual debería volver”. Y Engels apuntó de pasada que “la razón humana se ha desarrollado de acuerdo con la alteración humana de la naturaleza”, una manera suave de referirse a la relación entre objetivación, razón instrumental y la progresiva reificación.

En cualquier caso, el pensamiento de la civilización ha trabajado para reducir la abundancia que todavía se las arregla para rodearnos. La cultura es una pantalla a través de la cual nuestras percepciones, ideas y sentimientos son filtrados y domesticados. De acuerdo con Jean-Luc Nancy, la cosa más importante que representa el pensamiento representacional, es su límite. Heidegger y Wittgenstein, posiblemente los pensadores más originales del siglo XX, terminaron, siguiendo estas líneas de pensamiento, negando la filosofía. El reificado mundo de la vida elimina progresivamente lo que lo cuestiona. La literatura sobre la sociedad produce cada vez menos cuestiones básicas sobre la sociedad, y el sufrimiento del individuo es ahora raramente tenido en cuenta para nivelar esta sociedad incuestionada. La desolación emocional es vista casi completamente como un efecto de anormalidades cerebrales o químicas “naturales”, sin que tenga nada que ver con el contexto destructivo en el que el individuo, generalmente, ha soportado su condición narcotizada.

En un nivel más abstracto, la reificación puede ser neutralizada confrontándola con la objetivación, la cual es definida de un modo que pone a ésta en tela de juicio. En este sentido, la objetivación pretende significar una conciencia de la existencia de sujetos y objetos, y el hecho de ser uno mismo tanto sujeto como objeto. Hegel, en esta línea, se refiere a ella como la esencia última del sujeto, sin la cual no puede haber desarrollo. Adorno veía en una cierta reificación un elemento necesario en el necesario de objetivación humana. Al volverse más pesimista a cerca de la realización de una sociedad desreificada, Adorno usa reificación y objetivación como sinónimos, consumando una retirada desmoralizada de la diferencia que, sin duda, cada término reclama.

Creo que puede ser instructivo aceptar los dos términos como sinónimos, no para terminar aceptando ambos, sino para considerar la idea de exploración de la alienación. Dicha alienación requiere una alienación del sujeto con respecto al objeto, la cual es fundamental, parecería, para el propósito de reconciliarlos. ¿Cómo fui a parar a este horrendo presente, definible como una condición en la cual el sujeto reificado y el objeto reificado se oponen mutuamente? ¿Cómo es que, como William Desmond estableció, “la intimidad del ser es disuelta en la antítesis moderna de sujeto y objeto”?.

Del mismo modo que el mundo es modelado por medio de la objetivación, así ocurre con el sujeto: percibe el mundo como un campo de objetos abiertos a la manipulación. La objetivación se presenta como la base para la dominación de la naturaleza, como su otro externo, alienado. Aún más claro es el uso del término por Marx y Lukacs, como el camino natural por el cual los humanos dominan el mundo.

El movimiento que va de los objetos a la objetivación, de la realidad a las construcciones de la realidad, es también el movimiento hacia la dominación y la mixtificación. La objetivación es el punto de despegue de la cultura, en el que la domesticación se hace posible. Alcanza su máximo potencial con la división del trabajo; el principio del intercambio mismo se mueve en el nivel de la objetivación. Los trabajos de Kafka, por otro lado, describen el resultado de la objetivación de la lógica cultural, con su asombrosa ilustración de un paisaje reificado que aplasta al sujeto.

La representación y la producción son los planes de la reificación, la cual consolida y extiende su imperio. Por último, la orientación distanciadora, domesticadora, de la reificación decreta la creciente separación entre unos sujetos reducidos, endurecidos, y un campo de la experiencia igualmente objetivado. Como dice la corriente situacionista, hoy el ojo sólo ve cosas y sus precios. La génesis de esta perspectiva es mucho más antigua de lo que su formulación denota; el proyecto de desobjetivación puede obtener fuerza de la condición humana que prevalecía antes del desarrollo de la reificación. Se requiere un “futuro primitivo” donde una vida enredada con el mundo, y una fluida, íntima, relación con la naturaleza, reemplazará el cosificado reino de la civilización simbólica.

El síntoma más temprano de la vida alienada es la muy gradual aparición del tiempo. Como primera y más primordial reificación, el tiempo es virtualmente sinónimo de alienación. Ahora estamos tan profundamente acostumbrados y regulados por este “ello”, el cual, por su puesto, no tiene una existencia concreta, que pensar en una época precivilizada, fuera del tiempo, es extremadamente difícil.

El tiempo es el síntoma de los síntomas por venir. La relación entre sujeto y objeto debe haber sido radicalmente diferente antes de que la distancia temporal llegara a la psique. Ha venido a colocarse sobre nosotros como una cosa externa – antecesor del trabajo y de la mercancía, separada y dominante como fue descrito por Marx. Esta fuerza de des-representación implica que la des-reificación significaría un retorno al presente eterno en el que vivíamos antes de entrar en la fuerza atractiva de la historia.

E. M. Cioran se pregunta: “¿Cómo puede contribuirse a rechazar lo absurdo del tiempo, su marcha hacia el futuro, y todos los sin sentidos sobre la evolución y el progreso? ¿Por qué ir hacia delante? ¿Por qué vivir en el tiempo?” La petición de Walter Benjamin de romper la reificada continuidad de la historia, estaba basada, de un modo un tanto parecido, en su anhelo por la integridad y unidad de la experiencia. En un determinado punto, el momento mismo se vuelve importante y no cuenta con otros momentos “en el tiempo”.

El reloj fue, por supuesto, el que consumó la reificación, disociando el tiempo de los acontecimientos humanos y los procesos naturales. Entonces, el tiempo era completamente exterior a la vida y estaba encarnado en el primer artilugio completamente mecánico. En el siglo XV Giovanni Tortelli escribió que el reloj “parece estar vivo, ya que se mueve por su propio impulso” El tiempo había pasado a medir sus contenidos, ya los contenidos no miden el tiempo. Solemos decir que “no tenemos tiempo”, pero es la reificación básica, el tiempo, el que nos tiene a nosotros.

La vida fragmentada no puede convertirse en la norma sin la victoria anterior del tiempo. La complejidad, particularidad y diversidad de todas las criaturas vivientes no puede perderse en el territorio estandarizado de lo cuantitativo sin esta objetivación clave. La pregunta por el origen de la reificación es una cuestión apremiante que rara vez ha sido perseguida de un modo suficientemente profundo. Un error frecuente ha sido confundir inteligencia con cultura; es decir, la ausencia de cultura es vista como equivalente a la ausencia de inteligencia. Esta conclusión se agrava aún más cuando la reificación es vista como inherente a la naturaleza del funcionamiento de la mente. Desde Thomas Wynn y otros, sabemos ahora que los humanos pre-históricos eran nuestros iguales en inteligencia. Si la cultura es imposible sin objetivación, de ello no se desprende que ésta sea inevitable, o deseable. Pese a lo receloso que era Adorno con la idea de los orígenes, admitió que, en sus orígenes, la conducta humana no contenía la objetivación. De un modo similar, Husserl fue capaz de referirse a la integridad primordial de todas las conciencias antes que a su disociación.

Captar este tipo de vida se ha probado, a lo sumo, como esquivo. Lévi-Strauss comenzó su trabajo antropológico con tal cuestión en mente: “Había estado buscando una sociedad reducida a su expresión más simple. Esta de los nambikawara era tan perfectamente simple que todo lo que podía encontrar eran existencias humanas”. En otras palabras, en realidad estaba buscando cultura simbólica y se veía mal equipado para reflexionar sobre el significado de su ausencia. Herbert Marcuse quería que la historia de la humanidad se amoldara a la naturaleza como una armonía sujeto-objeto, pero sabía que la “historia es la negación de la naturaleza”. La perspectiva posmoderna celebra positivamente la presencia reificante de la historia y la cultura negando la posibilidad de que un estadio pre-objetivacional haya existido nunca. Habiendo sido vencidos por la representación- y el resto de los presupuestos de la esterilidad del pasado, el presente y el futuro- difícilmente podría esperarse que los posmodernistas exploraran la génesis de la reificación.

Si no la reificación original, el lenguaje es la más importante en sus consecuencias, como piedra de toque de la cultura representacional. El lenguaje es la reificación de la comunicación, un movimiento paradigmático que determina cualquier otra separación de la mente. La variación que presenta el filósofo W.V. Quine con respecto a esto, es que la reificación aparece con la pronunciación.

“En el principio era el verbo”, el principio de todo esto, que nos está matando, limitando nuestra existencia a muchas cosas. Corolario de la simbolización, la reificación es una esclerosis que asfixia aquello que tiene vida, que es abierto, natural. En el lugar de la existencia se eleva el símbolo. Si nos resulta imposible coincidir con nuestro ser, arguye Sartre, en El ser y la nada, entonces lo simbólico es la medida de esta falta de coincidencia. La reificación sella el pacto, y el lenguaje es su uso universal.

Una mediación simbólica exhausta, que cada vez tiene menos que decir, prevalece en un mundo donde la mediación es ahora vista como el hecho central, incluso determinante, de la vida. En una existencia sin vitalidad o sentido, no queda nada más que el lenguaje. La relación del lenguaje con la realidad ha dominado la filosofía durante el siglo XX. Wittgestein, por ejemplo, estaba convencido de que la fundación del lenguaje y del significado lingüístico es la base primordial de la filosofía.

Este “giro lingüístico” se muestra aún más profundo si consideramos la totalidad de sentidos específicos del lenguaje, incluyendo su impacto original como un radical cambio de rumbo. El lenguaje ha sido fundamental para la obligación de objetivarnos a nosotros mismos, en un medio que crecientemente nos resulta ajeno. Así, para Heidegger resulta absurdo decir que la verdad sobre el lenguaje es que éste se resiste a ser objetivado. El acto reificante del lenguaje empobrece la existencia mediante la creación de un universo de significado suficiente en sí mismo. El caso extremo de “suficiente en sí mismo” es el concepto de “Dios”, y su definición última es, de modo revelador, “Yo soy el que soy” (Éxodo 4:14): Hemos llegado a considerar la naturaleza separada, auto-inclusiva de la objetivación, como la cualidad más alta, por lo que parece, en vez de cómo la degradación de lo “meramente” contingente, relacional, conectado.

Hace tiempo que ha sido reconocido que el pensamiento no es dependiente del lenguaje, por más que el lenguaje limite las posibilidades de pensamiento Gottlob Frege se preguntaba, si es posible pensar de un modo no reificado, ¿cómo se explica el que el pensamiento pueda siempre ser reificado?. La respuesta no se encontraría en el campo elegido por él, la lógica formal.

En realidad, el lenguaje ha de proceder como un objeto externo al sujeto, y moldea nuestro proceso cognitivo. La teoría psicoanalítica clásica ignora al lenguaje, pero Melanie Klein estudia la simbolización como un precipitante de la ansiedad. Traduciendo la intuición de Klein en términos culturales, la ansiedad por la erosión de un mundo no-objetivado, provoca el lenguaje. Experimentamos “la urgencia de empujar contra el lenguaje” cuando sentimos que hemos renunciado a nuestras voces, y son dejadas sólo con el lenguaje. Lo enorme de esta pérdida es sugerido en la definición de C.S. Pierce del “sí mismo” como consecuencia de la simbolización; “mi lenguaje”, al contrario, “es la suma total de mi ser mismo”, concluyó. Dada esta clase de reducción, no es difícil estar de acuerdo con Lacan en que la iniciación en el mundo simbólico genera una persistente añoranza que procede de la ausencia del mundo real. “La expresión hablada no es más que un sustituto”, escribió Joyce en Finnegaan’s Wake.

El lenguaje refuta toda apelación a lo inmediato desacreditando lo singular e inmovilizando lo móvil. Sus elementos son entidades independientes de la conciencia que los pronuncia, los cuales, en cambio, agobian dicha conciencia. De acuerdo con Quine, esta reificación juega un papel en la creación de un “sistema estructurado del mundo”, impidiendo las libres intenciones de la pura experiencia. Quine no reconoce los aspectos que limitan su proyecto. En su incompleto trabajo final, el fenomenólogo Merleau-Ponty comienza a explorar cómo el lenguaje disminuye una riqueza original, cómo, en realidad, trabaja contra la percepción.

En efecto, el lenguaje, como un medio separado, facilita un sistema estructurado, basado en sí mismo, que se enfrenta a la anárquica “libertad de fines” de la experiencia. Lo consigue, básicamente al servicio de la división del trabajo, evitando el aquí y ahora de la experiencia. “Ver es olvidar el nombre de la cosa que uno ve”, una afirmación anti-reificación de Paul Valéry, nos sugiere cómo las palabras se interponen en el camino de la aprehensión directa. Los murngin del norte de Australia ven el acto de dar nombre como una especie de muerte, como la pérdida de una integridad original. Un movimiento de pivote de la reificación tuvo lugar cuando sucumbimos a los nombres y nuestros nombres llegaron a ser inscritos en cartas. Quizá cuando más necesidad tenemos de expresarnos por nosotros mismos, entera y completamente, es cuando el lenguaje más claramente revela su reductiva e inarticulada naturaleza.

El lenguaje mismo corrompe, como declaró Rousseau en su famoso sueño de una comunidad despojada de él. El camino más allá de la aceptación de la reificación implica romper con el viejo hechizo de la representación.

Otro camino básico de la reificación es el ritual, el cual se origina como medio de inculcar el orden conceptual y social. El ritual es un esquema de acción objetivado, incluyendo una conducta simbólica que estandarizada y repetitiva. Esta es la primera fetichización de la cultura, y apunta de un modo decisivo hacia la domesticación. En relación a esto último, el ritual puede ser visto como el modelo original de calculabilidad de la producción. Siguiendo estos argumentos, Georges Condominas cambió la distinción comúnmente hecha entre ritual y agricultura. Su trabajo de campo en el Sureste asiático le permitió ver el ritual como un componente integrante de la tecnología de la agricultura tradicional

Mircea Eliade ha descrito los ritos religiosos como reales sólo hasta el punto en que imitan o repiten simbólicamente algún tipo de evento arquetípico, añadiendo que la participación sólo es sentida como genuina hasta el punto de esa identificación; esto es, sólo hasta el punto en que el/la participante deja de ser él mismo o ella misma. De este modo, el repetitivo acto ritual está estrechamente relacionado con la esencia despersonalizadora y devaluadora, de la división del trabajo y, al mismo tiempo, se acerca a una virtual definición del proceso mismo de reificación. Perderse uno mismo sometiéndose a un acontecimiento anterior, congelado: llegar a reificarse, algo que debe su supuesta autenticidad a alguna reificación anterior.

La religión, como el resto de la cultura, brota de la falsa idea de la necesidad de luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Los poderes de la naturaleza son reificados, junto con aquellos de sus equivalentes religiosos o mitológicos. Desde el animismo al deísmo, lo divino se desarrolla contra un mundo natural descrito como amenazador y caótico. J.G. Fraizier vio los fenómenos religiosos y mágicos como “la conversión consciente de lo que ha sido hasta ahora considerado como ser viviente, en substancias impersonales”. Deificar es reificar, y un descubrimiento realizado por el arqueólogo Juan Vadeum en noviembre de 1997, nos ayuda a situar el contexto de domesticación de este movimiento. En Chiapas, México, Vadeum encontró cuatro tallas de piedra mayas que representan los “abuelos” originales del poder y la sabiduría. Significativamente, estas figuras de importancia seminal para la religión y la cosmología mayas simbolizan la guerra, la agricultura, el comercio y los tributos. Como apuntó Feuerbaach, todo paso importante en la historia de la civilización humana empieza con la religión, y la religión sirve a la civilización tanto sustantiva como formalmente. En su aspecto formal, la naturaleza reificada de la religión es la contribución más potente de todas.

El arte es la otra temprana objetivación de la cultura, la cual es la que lo convierte en una actividad separada y le otorga realidad. El arte es también una cuasi-utópica promesa de felicidad, siempre incumplida. La traición reside en gran parte en la reificación. De acuerdo con Heiddeger, “ser una obra de arte significa fundar un mundo” pero este contra-mundo es impotente contra el resto del mundo objetivado del cual forma parte.

Georg Simmel describió el triunfo de la forma sobre la vida, el peligro que representa para la individualidad el sometimiento a la forma. El dualismo de la forma y el contenido es el anteproyecto de la reificación misma, y participa en las divisiones básicas de la sociedad de clases. En lo básico, hay una similitud abstracta y de algún modo estrecha en todas las manifestaciones estéticas. Ello es debido a una severa restricción de lo sensual, enemigo número uno de la reificación. Y, rememorando a Freud, es la represión del Eros lo que hace posible la cultura. ¿Puede ser casualidad que los tres sentidos excluidos del arte- tacto, olfato y gusto- sean los sentidos del amor sensual?.

Max Weber reconocía que la cultura “aparece como la emancipación del hombre del ciclo orgánicamente prescrito de la vida natural. Por esta razón,” continuaba, “todo paso delante de la cultura, parece condenado a conducir a una pérdida de sentido aún más devastadora”. A la representación de la cultura le sigue el placer por la representación, que reemplaza al placer por sí mismo. El deseo de crear cultura ignora la violencia en y de la cultura, una violencia que es inevitable dadas las bases del a cultura en la fragmentación y la separación.

Para Homero, la idea de la barbarie era inseparable de la ausencia de agricultura. Cultura y agricultura han estado siempre relacionadas por su base común de la domesticación; perder lo natural que hay dentro de nosotros es perder la naturaleza que está fuera. Uno deviene una cosa con el propósito de dominar las cosas.

Hoy día la cultura del capitalismo global abandona su pretensión de ser cultura, al mismo tiempo que la producción de cultura excede la producción de bienes. La reificación, el proceso de la cultura, domina cuando todo espera la naturalización, en un entorno constantemente transformado que es “natural” sólo en el nombre. Los objetos mismos –e incluso las relaciones “sociales” entre ellos- son vistas como reales sólo en tanto que son reconocidos como existentes en el espacio mediático o en el ciberespacio.

Una reificación que domestica lo representa todo; incluyéndonos a nosotros, sus objetos. Y esos objetos poseen cada vez menos originalidad o aura, como han planteado muchos comentaristas desde Baudelaire y Morris a Benjamin y Baudrillard”. “Ahora se esparcen desde América cosas vacías e indiferentes, cosas falsas, una vida postiza”, escribió Rilke. Mientras tanto todo el mundo natural se ha convertido en un mero objeto.

La práctica posmoderna separa las cosas de su historia y contexto, como en el recurso de insertar “comillas” o elementos arbitrariamente yuxtapuestos de otros períodos en la música, la pintura o las novelas. Eso da a los objetos una cierta autonomía desarraigada, mientras que los sujetos tienen poca o ninguna.

Parecemos ser objetos destruidos por la objetivación, con nuestra grandeza y autenticidad perdidas. Somos como el esquizofrénico que se ve a sí mismo activamente como a una cosa.

Hay una frialdad, incluso una falta de vida, cada vez más imposible de negar. Una palpable situación de “algo ausente” es inherente al indiscutible empobrecimiento de un mundo que se objetiviza a sí mismo. Nuestra única esperanza puede residir, precisamente, en el hecho de que la locura del conjunto es sólo aparente.

Todavía sostienen algunos que la reificación es una necesidad ontológica en un mundo complejo, lo cual es exactamente lo significativo. El acto de des-reificación debe ser la vuelta a una vida simple, no dividida. La vida congelada y disimulada en las cosas no puede volver a despertar sin una vasta de-construcción de este cada vez más estandarizado, masificado, extraviado mundo.

Hasta fecha muy reciente –hasta la civilización- la naturaleza fue un sujeto, no un objeto. En las sociedades de cazadores-recolectores no existía una división estricta o una jerarquía entre lo humano y lo no humano. Es preciso restaurar la naturaleza participativa de las conexiones desvanecidas, aquella condición en que el sentido estaba vivo, no objetivado en una cuadrícula de cultura simbólica. La visión tan positiva que tenemos ahora de la prehistoria supone una perspectiva de recuerdo anticipatorio: ahí está el horizonte de la reconciliación sujeto-objeto.

Esta anterior participación con la naturaleza es el reverso de la dominación y el distanciamiento que se encuentra en el corazón de la reificación. Nos recuerda que todo deseo es un deseo de relación, tanto reciproca como animada. Hacer de ello algo cercano, o presente, constituye un proyecto práctico gigantesco, que pondrá fin a esta época oscura.

John Zerzan

 

 

 

 

Ego y Sociedad

Vivimos en la Era de la Sociedad. En todos lados, autoridades del saber de variados tonos políticos y morales pontifican la “necesidad” de una sociedad “preocupada”, “compasiva”, “moral”, e incluso “cristiana”. Ellos, en diferentes grados de fervor real o asumido, proclaman que la “sociedad” tendría o debería hacer esto o aquello, y rápidamente denuncian como “egoísta” a aquel que se niegue a aceptar sus panaceas particulares. Conservadores moralistas tradicionales de derecha, socialistas marxistas de Izquierda (y sus aliados “libertarios”), bienestaristas liberales de centro, todos incitados por sus visiones del pasado, por futuros paraísos o por la última estadística de adultos mayores que sufren de hipotermia, se unen al coro de las súplicas al dios de la Sociedad y demandan que “sea hecho”.

Detrás de este clamor reposa la creencia errónea de que los individuos al formar una “sociedad” crean una entidad orgánica en la cual los individuos solo se relacionan como meras partes celulares de un todo, y a la cual se le pueden hacer solicitudes. Esta creencia no tiene una base en los hechos. “Sociedad” no es ningún ego que pueda causar, sentir o saber algo. Es un sustantivo abstracto que denota una conglomeración especifica de individuos relacionándose entre sí por cierto propósito. Por tanto, pretender que estos individuos no son nada más que células que forman parte de un organismo es una grosera malversación de las palabras. Una célula no existe por sí sola. Un individuo puede existir solo –aunque al costo de una incomodidad e inconveniencia considerables. La “sociedad” es, por tanto, puramente un constructo mental. La única identidad concreta involucrada es el particular, el individuo de carne y hueso.

Se podría objetar esta línea de razonamiento argumentando que el “hombre” es, al fin y al cabo, un “animal social”. Si por esto nos referimos a que cada individuo que vive en una sociedad tiene una multiplicidad de relaciones con otros individuos, entonces, esto es cierto. Sin embargo, si desde este hecho evidente se concluye que estas relaciones inter-individuales constituyen por si mismas un cuerpo real con vida y demandas propias, entonces, estaremos situándonos al mismo nivel que el animismo de los primitivos salvajes. No sería nada más que una hipotetización vacía.

No obstante, ninguna creencia existe sin servir un propósito, sin importar cuan irracional o necia parezca. El mito sociocéntrico es la creencia de que el individuo es meramente un componente de una abstracción llamada “sociedad”, disimula los intereses de aquellos que tienen en mente algún ideal prescriptivo de cómo deberían comportarse las personas. Es otro espectro con el cual embaucan a los inocentes e ingenuos. Poner de manifiesto cual es mi propio interés no es por ningún motivo tan impresionante como invocar los intereses de la “sociedad”. Y mientras uno no se cuestione cómo tal entidad incorpórea puede tener intereses, el mito se mantiene intacto para el futuro uso de sus beneficiarios.

En contra de la mística del sociócrata, se encuentra el ego consciente del autócrata quien maneja su existencia por sí mismo, y aquellos que se refieren a la “sociedad” simplemente como un medio o un instrumento, no como fuente o sanción. El egoísta rechaza ser atrapado por la red de imperativos conceptuales que rodean la hipotetización sobre la “sociedad”, él prefiere lo real a lo irreal, el hecho antes que el mito.

Sidney E. Parker

 

¿Acabar con la humanidad para acabar con el dominio? Sobre la corriente misantrópica en entornos anárquicos.

“Los humanos son una enfermedad. Son el cáncer de este planeta. Son una plaga. Y nosotros somos la única cura”

(Agente Smith-Matrix)

En su momento ya bosquejamos una crítica (1) a la tendencia ecoextremista y a varios de sus derivados, particularmente sobre aquellas características autoritarias y la defensa a un pensamiento sagrado cuasi-religioso que, como antiautoritarixs, tanto asco nos produce.

La elaboración de aquel artículo buscó centrarse principalmente en aquellos aspectos que nos parecían claves a profundizar para develar la reproducción de aquello que despreciamos profundamente, pero sin lugar a dudas no fue lo único que se ha escrito. En simultaneo, desde distintos territorios, se ha seguido reflexionando y criticando a la especificidad del ecoextremismo(2) en sus distintas versiones. Escritos que lejos de buscar mostrar un anarquismo bueno, positivo o ciudadanista, persiguen afilar el ejercicio de praxis anárquica ofensiva.

En este escrito buscaremos profundizar sobre otro aspecto que podemos identificar en esta misma tendencia, pero que para ser honestxs, también la excede con creces. No nos centraremos en algún grupo, revista, página web, publicación o sigla promocional en específico sino que a una forma de comprender y de referirse sobre este mundo. Estamos hablando de la tendencia misantrópica y sus derivados.

No es menos cierto que a la hora de abordar estas temáticas una sensación de absurdo nos invade en el propio ejercicio de plasmar en el papel y sistematizar aquella serie de ideas, visiones o sentires que se manifiestan contrarios a la humanidad y al ser humano(3). De cualquier forma, nos esforzaremos ya que consideramos relevante la arista misantrópica, debido a las innumerables tensiones generadas al interior de espacios anárquicos y la expansión de estos planteamientos como supuesta radicalidad.

Se hace necesario constatar la amplia – más no profunda- difusión de esta tendencia representada, principalmente, en consignas de lugares comunes tales como: Humano Plaga, Humano Basura o Anti-humano. Estas expresiones son posibles de observar en discursos, textos, músicas, consignas, rayados callejeros, murales, actitudes, comentarios, entre tantas otras cosas. Sumado a la difusión de la fraseología en cuestión, es posible observar cierta lógica de desprecio por cualquier sujeto ajeno a lxs misántropxs, como también una desproporción a la hora de ejercer violencia aduciendo únicamente la condición de “humano” del adversario como argumento para incrementar la escala de confrontación, expresiones que se pueden observar tanto en situaciones cotidianas como en ataques indiscriminados.

La misantropía ha encontrado cierta aceptación en algunos de los espacios antiautoritarios en Chile, México, Argentina y España, por mencionar algunos lugares. Desde este espacio buscamos aportar a discutir y profundizar el tema para superar aquellas posiciones y estéticas de pretendida radicalidad que se expanden en medio de la falta de reflexión y escasa proyectualidad, haciendo que se digieran discursos como si de comprar las últimas mercancías de moda se tratase. Nuestro interés no lo ocultamos: buscamos que estas palabras se traduzcan en un aporte a la destrucción de este mundo, el ataque a la autoridad y la cualificación de nuestras negaciones.

¿Misantropía?: ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? Para evitar confusiones y buscando aclarar el punto que nos interesa reflexionar, vale la pena señalar que no nos referimos en ningún caso a la crítica a la tecnología, la civilización, el rechazo al especismo o antropocentrismo. Cuando nos referimos a las tendencias misantrópicas, necesitamos hacer una pausa para explicar su definición desde lo simple a lo complejo.

La misantropía puede ser definida etimológicamente desde el griego “miso”: “yo odio”, y “anthropos”: “hombre, ser humano”. Esta explicación, si bien nos da una importante pista, requiere ser profundizada ya que las palabras y sus significados poseen una trayectoria, uso, reapropiaciones y apropiaciones por parte de quienes la usen. Las tendencias misantrópicas no se refieren al rechazo de individuos concretos, a sectores, posiciones, actitudes, dinámicas de individuos o estadios de la humanidad, sino al ser humano en su conjunto. La humanidad en su totalidad y con cada una de sus expresiones es comprendida como algo despreciable que amerita el completo rechazo y negación.

Lejos de ser un pobre guión de película extraterrestre de bajo presupuesto, las ensoñaciones en que se expresa la misantropía dicen relación con el exterminio y la destrucción de la humanidad. En la actualidad, podemos encontrar referencias a estas posturas dentro de entornos ácratas, donde buscando dar un falso “salto”, ya no se plantean el combate al Estado, la autoridad o el dominio en su conjunto, sino que a la humanidad. Esta supuesta radicalidad se encuentra plagada de lugares comunes que no solo no profundizan nada, sino que comparten y coinciden en análisis con sectores históricamente reaccionarios.

Puede que estas expresiones sean completamente irrelevantes, a pesar de su extensión y nulo desarrollo, pero aun así tampoco podemos negar las referencias continuas que se hacen en varios círculos de compañerxs que, sin mayor profundidad o, inclusive, comprensión a la hora de repetir poses y consignas, posibilitan posiciones reproductoras de la autoridad que varixs combatimos.

Reciclando lógicas del dominio y la autoridad

Las expresiones misantrópicas han terminado reciclando los métodos del autoritarismo más clásico. Desde hace siglos, Tomas Hobbes ha sido uno de los autores y piedra fundamental para legitimar algunas figuras de autoridad, tal como el Estado o la propia sociedad. Hobbes acuña el conocido razonamiento de que “El hombre es el lobo del hombre”, para hablar de una supuesta naturaleza humana intrínsecamente dañina y en conflicto entre todos los sujetos. Ante este escenario se haría imprescindible conformar una institución que permita arbitrar las hostilidades permanentes del ser humano y los individuos. Es así como el Estado se levanta como parte del gran contrato social.

Los discursos más conservadores y clásicos son repetidos rítmicamente por los misántropos, la “naturaleza humana” es dañina y nefasta en sí misma. Compartiendo el diagnóstico dan una vuelta en la solución, ya no es necesario un Estado para constituir la sociedad, sino que la única solución posible y deseable es la destrucción de la humanidad para acabar con “todo mal”.

Al esencializar y naturalizar conductas se busca totalizar mediante concepciones morales para legitimar cualquier posición. Esta falacia se ha usado continuamente para construir o enarbolar distintos “proyectos” de sociedad o, en este caso, de exterminio de especie. Que el ser humano sea malo o bueno, es simplemente un mito filosófico para buscar construir proyectos, estructuras o designios, transformándose en el placebo y coartada justificativa de cualquier quehacer.

Las expresiones totalizantes sobre la humanidad de lxs misántropxs se reiteran desde distintos argumentos encajando perfectamente con lo planteado por Thomas Malthus. El diagnóstico parece que vuelve a compartirse con aquellos iconos del autoritarismo. La tristemente célebre teoría malthusiana, se cimienta en una supuesta ecuación que ha calado fuertemente en el llamado “sentido común”, donde se indica que el crecimiento de la población humana solo traería un empobrecimiento de la misma, llevando a su pronta extinción en la miseria. Malthus, cual Nostradamus, llegó incluso a indicar como fecha para la extinción de la humanidad para 1880 por la devastación de los recursos.

La lógica nos puede sorprender por lo familiar que suena con las expresiones misantrópicas y afines, pero, ya en su momento, Malthus proponía evitar el fin de la humanidad combatiendo la sobrepoblación, instando a los distintos Estados a tomar medidas sobre el control de la natalidad.

El control de natalidad por parte del Estado, ha tenido sus expresiones más brutales con la esterilización forzada de mujeres en distintos momentos históricos en todo el planeta, el cruce entre patriarcado, malthusianismo y dominio parece ser perfecto. Solo por nombrar algunos periodos de aquella brutalidad podemos encontrar la campaña lanzada por Alberto Fujimori en Perú, donde miles de mujeres indígenas fueron esterilizadas a la fuerza a finales de los 90 o en las distintas regiones de África, donde ha sido una medida recurrente cada tanto sobre las mujeres, a veces forzada y otras tantas mediante enormes campañas mediáticas y gubernamentales. La lógica es la misma: esterilizar a los pobres para combatir la pobreza de la humanidad. Celebraran los antihumanos: menos personas, menos humanos que pueblen la tierra.

Pero las premisas malthusianas obvian un hecho relevante y evidente, mejor dicho, lo naturalizan desde su propia lógica: la saturación del medio ambiente, las miserias, el saqueo y depredación de los “recursos” no se debe ni relaciona exclusivamente a la extensión de la población humana (consecuencia del avance de la civilización), sino también, y sobre todo, a su distribución (4). Es solo así como se puede explicar la cantidad de mercancías, bienes y alimentos que son destruidos día a día, que se acumulan y botan para mantener una creciente demanda con una baja oferta, factor fundamental del mercado.

El parecido similar de la lógica argumentativa entre las posturas misantrópicas con las de Malthus nos parece evidente, aun cuando generen conclusiones dispares. Para mantener la humanidad y sus recursos es necesario disminuir y controlar a la población más pobre/para el bienestar de la tierra es necesaria la destrucción de la humanidad, ya que ésta –por esencia-la depreda. Pareciera ser que las prácticas misántropas le hacen un flaco favor a esta forma de comprender el mundo: el problema se reduce a la cantidad de humanos.

Pero no solo el control de la natalidad se puede situar como un mecanismo por parte del dominio para manejar la población humana, también las grandes guerras han sido estudiadas y comprendidas además de pugnas de intereses, territorios o dominio por parte de los Estados, también –en un segundo orden- como una forma de mantener el control de la población que, cual mercancía transable en el mercado, tiene que ser destruida tras su acumulación para volver a reactivar la economía y los procesos productivos.

Las mismas expresiones, funcionamiento y lógica las podemos encontrar en el darwinismo social o en los planes eugenésicos. La especie humana se ve desde una óptica de totalidad que tiene que ser manejada, moldeada, destruida o proyectada por parte de aquellxs que se sitúan ajenxs, por sobre ella, para definir cuál es el bien, ya no solo del individuo, su entorno, la sociedad, sino de la especie completa o el planeta.

Hasta aquí hemos podido ir viendo cómo las posturas misantrópicas se han nutrido según dos órdenes de idea. Por un lado, adjudicar a la raza humana y su “naturaleza” todos los males posibles y, por otro lado, el inherente daño que como especie trae su sola existencia en el medioambiente. Es desde ahí que se levanta un rechazo al concepto de humanidad, rechazo que generalmente es más retórico que real, pero que algunas veces tiene sus repercusiones en prácticas reales que van desde el ataque indiscriminado o el desprecio absoluto por cualquier sujeto o expresión ajena al círculo inmediato.

Rastreando los recorridos de estas posturas misantrópicas, supuestamente nuevas y extremas, nos hemos podido encontrar con bizarras agrupaciones que desde hace años vienen promulgando en su delirio los mismos lugares comunes. Es así como “la Iglesia de la Eutanasia” o el “MEHV” (5) han desarrollado innumerables campañas y “activismo” compartiendo varios planteamientos de las actuales tendencias misantrópicas. No muy distintas de la cantidad de sectas religiosas que, imbuidas por delirios mesiánicos, se sitúan como los salvadores de la tierra desatando suicidios masivos o ataques indiscriminados a “los humanos”. Estas expresiones serían solamente una anécdota si no tuvieran directa implicación en cómo nos planteamos hoy por hoy la lucha, el combate, el enfrentamiento y, sobre todo, hacia donde apuntamos para el ataque.

Las referencias antihumanas pueden dar para bastante, por no decir todo, tales como la celebración de huracanes, tempestades, tsunamis, hambrunas o tiroteos en colegios. No nos sorprendería el enaltecimiento del tristemente célebre Carl Panzram, asesino, violador y torturador en serie durante 1920 en EEUU, quien reconoció que sus decenas de víctimas fueron elegidas aleatoriamente y al azar: “sólo importaba que fueran seres humanos (….) Odio a toda la raza humana. Disfruto matando y violando gente”, diría en su autobiografía. Sin lugar a dudas, poco de revolucionario, destrucción de la autoridad o liberación nos da estas expresiones, pero bastante de misantropía y rechazo a los seres humanos.

Por la permanente necesidad de afilar nuestras negaciones

Creer en dogmas inamovibles, permanentes, perpetuos para la destrucción del dominio es, simplemente, construir nuevos muros y estructurados esquemas que, como camisa de fuerza, comienzan a apretar solo cuando nos movemos.

Ante esta premisa, se nos plantea la urgente realidad de hacer nuestra la crítica permanente, sin quedarnos tranquilxs con las viejas consignas y modelos de lucha, pero también rescatando su experiencia, es que no nos interesa caer en el “consumo” de cualquier idea que revista cierta estética radical. Creer que las posturas misantrópicas son radicales por sus aspiraciones es simplemente desconocer el significado de radicalidad, que dice de apuntar a la raíz del problema. Pues entonces, la sola pregunta comienza a resultar absurda ¿Es la “Naturaleza” humana la raíz de la dominación? ¿Para liberarnos de la autoridad y las relaciones de autoridad resulta deseable la extinción de la raza humana?

Rechazamos los presupuestos misantrópicos por distintos motivos, además de la fuerte rima que tiene con conductas autoritarias de distintos periodos, creemos que situar una postura de lucha en base a un componente biológico nos hace caer en un determinismo aberrante, muy superior a aquellos que ya habíamos desechado. Para ahondar más en específico: el obrero no es revolucionario per se, ni la mujer, ni el inmigrante, ni el negro, como tampoco es el hombre o el blanco el opresor en sí mismo, sino que son las condiciones sociales en las que se han desarrollado y la decisión de cada individuo, sector o grupos las que lo hacen ocupar un lugar en la sociedad y en la red del poder: o mantenerlo o negarlo. Los determinismos biológicos solo nos pueden producir nuestro máximo rechazo porque restringen en nuestro análisis la voluntad del individuo a un mecanicismo básico, torpe y simplista, que impide comprender el complejo funcionamiento de la autoridad y, al mismo tiempo, coartan cualquier posibilidad de luchar, de confrontar y atacar el mundo de lxs poderosxs.

Situar una crítica al ser humano como especie, es naturalizarlo con determinadas características, totalizando a todos los individuos y eliminando completamente la voluntad, la decisión, la iniciativa individual y la posibilidad de ruptura que estos puedan tener. Pero además nos encontramos con una paradoja fundamental, que deseamos abordar con seriedad para superar la clásica reacción que, en más de alguna ocasión, se ha escuchado: “Que se suiciden ellos si son tan antihumanos”. La paradoja en cuestión dice relación con responder la siguiente interrogante ¿Desde dónde se desarrollan las posturas misantrópicas?, ¿Quiénes las levantan? No nos referimos a supuestas teorías de la conspiración que observan los tentáculos de la policía en todos lados, sino que, teóricamente, estas posturas de rechazo al ser humano se enajenan de su condición humana situándose como juez o árbitro en el conflicto. Ridículamente evidente es el hecho de constatar que quienes desarrollan las posturas misantrópicas son seres humanos. Pues entonces, ¿Cómo se explica tal paradoja? ¿Cómo es posible que se desarrolle? Creemos que el comprender que existen animales humanos y animales no-humanos permite y posibilita situarnos de una forma distinta con el entorno y resto de seres vivientes, donde todxs somos animales, pero las posturas misantrópicas no hacen referencia a estas comprensiones, sino que sostienen que es el animal humano el que tiene que desaparecer. El único malabar teórico/filosófico que puede ser esgrimido entonces, es el argumento de autoridad, donde, para elaborar estas posiciones, sea una necesidad el enajenarse del intrínseco mal que ven en el ser humano, para así sentirse afuera y ajenos a esta realidad. Esta enajenación de una condición biológica es, entonces, una forma cuasi religiosa de plantear autoridad para desarrollar la crítica.

Algunas corrientes dentro de las posturas misantrópicas deciden agregar el calificativo “humano civilizado”, intentando, supuestamente, situar las características específicas que se rechazan, pero prontamente reiteran sus totalidades contra “lxs humanxs” y, de igual forma, repiten las mismas lógicas que cuestionamos anteriormente.

En estos momentos se hace urgente que nuestra crítica sea permanente, buscando siempre agudizar nuestra negación a lo existente, superando las aparentes radicalidades, las novedades que buscan ofertarse en el nuevo supermercado de las tendencias, para así comprender y profundizar el conocimiento del dominio y las formas de atacarlo.

Por una praxis destructiva

Las continuas referencias a la naturaleza salvaje, a animales, no nos son ajenas, las hemos usado y seguimos usando en más de alguna ocasión, tanto en referencias literarias u otras, pero muy distinto es distinguir un binomio de “humano: malo” / “animal: bien”, y desde ahí situar una práctica política de lucha.

Para nosotrxs, la búsqueda de automatizar las relaciones, las experiencias, la normalización y esquematización de estas mismas, el encausar y degradar la vida a una repetición, no lo genera alguna esencia del ser humano, así nos lo ha demostrado la práctica cuando hemos observado distintos pueblos indígenas, cuando observamos las distintas posibilidades que han surgido a lo largo de la historia en las formas de relacionarnos, la creación de inciertos mundos nuevos, la experiencia y afinidad gestadas en la misma revuelta y conflicto, en distintos momentos, lugares y personas que nos recuerda y muestra que la capacidad creativa descansa en nuestras manos y no en una repetitiva condición “natural”.

Mijail Bakunin señalaba hace varios años que “El Estado es la negación de la humanidad”(6), aquella estructura e institución donde la autoridad se cristaliza con el dominio político sobre la vida de los individuos, es la que busca atacar y asfixiar cualquier rasgo o expresión humana, pero evidentemente para nosotrxs, y con la correspondiente extensión del dominio, es que el Estado lo podemos comprender solo como una expresión más del dominio y no su única forma.

Podemos ver distintas aristas que se superponen en la conformación de relaciones de poder, es así que varixs compañerxs han situado a la civilización como otra arista clave para comprender la articulación del dominio. Durante los 1970, Ted Kazynsky ya señalaba a la sociedad tecnoindustrial como la constructora de las miserias hacia la humanidad y no a la humanidad en sí misma como el enemigo a atacar.

“La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana. Ha aumentado enormemente la expectativa de vida de aquellos de nosotros que vivimos en países «avanzados», pero ha desestabilizado la sociedad, ha hecho la vida imposible, ha sometido a los seres humanos a indignidades, ha conducido a extender el sufrimiento psicológico (en el tercer mundo también el sufrimiento físico) y ha infligido un daño severo en el mundo natural. ” (7)

¿Es la sobrepoblación de la humanidad y su consecuente devastación ambiental un problema intrínseco a la especie humana? Claramente la conformación de grandes ciudades, el desarrollo de la tecnología, la ciencia, la lógica del progreso son elementos constituyentes de la civilización y un modo de vida que la alimenta, permitiendo y alentando la devastación ambiental, al considerar la tierra y el planeta como un recurso más que acumular y acaparar. Las ciudades, como construcciones, como lugares geopolíticos, nacen, se desarrollan y se fortalecen en post de hacer más eficiente el domino y conseguir mayores ganancias en su administración, de ahí que nuestra crítica al urbanismo tiene que ser destructiva en su totalidad. Pero es necesario subrayar que el problema no es la sobrepoblación, sino que ésta es solo una consecuencia de un sistema de vida que la produce y reproduce. En este sentido, siempre resulta válida la decisión de compañeras antinatalistas y el legítimo control sobre sus cuerpos como aspectos fundamentales para la recuperación del control sobre nuestras vidas, posiciones diametralmente distintas a la esterilización forzada y al control de la natalidad por parte del Estado. Acá no se trata de un culto a la vida o un humanismo renacentista, sino de saber afilar la crítica para identificar, no solo lo que nos oprime y su lógica, sino también nuestra capacidad de combatirla y no reproducirla.

Es en este mismo sentido que resulta relevante y un tanto majadero, que no se trata entonces de situarse en la “hermandad universal”, la fraternidad con cualquier sujeto, sino volver a valorar las decisiones y posiciones de los individuos y no alguna adscripción biológica y la valoración moral de su supuesta “naturaleza”. Solo así podemos comprender a lxs ciudadanxs y su pensamiento como sujetos con una posición específica y concreta en defensa de este mundo y sistema de vida, nuestro rechazo a su lógica viene justamente a sus posiciones, no a su “especie”, lo que equivaldría a ponernos a nosotrxs mismxs en un lugar distinto.

Es entonces que las represas, los tendidos eléctricos, las tóxicas metrópolis invadiendo cualquier rincón de la tierra, el horizonte plagado de edificios, las carreteras irrumpiendo en cualquier distancia, los psiquiátricos, cárceles y zoológicos, la locura y enajenación de nuestras propias vidas, las torturas de animales en laboratorios, la devastación de la tierra, la normalidad de cementerios, la realidad asfixiante de mierda, la lógica del progreso y la ciencia que nos sitúa como especie central, no son ni inherentes ni “naturales” a la humanidad, sino que expresiones claras y concretas del dominio, la autoridad y el ejercicio de poder. El ataque, entonces, se hace no solo necesario sino que urgente para demoler este mundo.

¿Hablamos entonces de promesas y construcción de un futuro? Pues desde el nihilismo se desprende un considerable aporte en este sentido, donde ya no se trata de presentar proyectos de mundos futuros, de esperanzas y/o alternativas que ofrecer. La conflictividad ácrata nace de la negación y confrontación de este mundo, de su oposición y rechazo completo y absoluto, sin ofrecer necesariamente una propuesta alternativa pauteada, pero también constata un hecho innegable, donde de lo que sí estamos segurxs es que en nuestras manos siempre se encuentra la capacidad creativa/destructiva para forjar nuevas relaciones y mundos posibles, del resto, solo nos espera lo desconocido y a lo que venga!

Tomado de la revista Kalinov Most, N°3, Revista Anarquista Internacional. Octubre 2018

(1) Tendencias salvajes misantrópicas: otras expresiones de autoritarismo y de pensamiento sagrado. Kalinov Most # 1, octubre 2017, pp 35-40

(2) Against Eco-Extremism : Mirror image of Civilisation & Religion.

(3) Las referencias que realizamos respecto a la “humanidad” para nosotrxs tiene relación con el conjunto de seres humanos y no a alguna abstracción del concepto que lo sitúe como un ente totalizante y homogeneizador por encima de los individuos y sus particularidades. No buscamos levantar una ensoñación por sobre otra.

(4) Necesario es reconocer el real y evidente aumento de la población humana sobre la tierra, pero la depredación y saqueo ambiental estaría más relacionada con el sistema de vida y orden social que extiende artificialmente la vida, teme a las enfermedades y muertes, más que solamente con el número de habitantes sobre el planeta. Creer en una relación directa entre individuos y consumo de recursos es partir de la base que el sistema satisface las necesidades de todos los sujetos que pueblan la tierra sin ver la acaparación y acumulación, elementos fundamentales de nuestra realidad. Por otra parte imprescindible es situar a la industrialización, su consumo desenfrenado e infinito que ve necesario devastar la tierra para mantener el frenético y absurdo ritmo de vida actual.

(5) Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria

(6) Bakunin, Mijaíl. 1997. Dios y el Estado. España: El Viejo Topo, p. 68.

(7) Kaczynski, Theodore. La sociedad industrial y su futuro., tesis #1.

 

Todo lo demás es aburrido. Notas sueltas sobre la acción directa.

Pensé en escribir estas notas porque me parece que, últimamente, incluso entre nosotrxs, lxs anarquistas, se está hablando demasiado poco (y también, por desgracia, practicándose demasiado poco…) de acción directa, privilegiando intentos de encuentro con las «masas», más o menos indignadas. He decidido hacerlo en la Cruz Negra porque espero que pueda convertirse en un espacio de debate entre quienes consideran la acción como centro de su camino de lucha. Espero sinceramente que la Cruz Negra no se convierta en reunión de la mala suerte carcelaria, sino en un lugar para mostrar y profundizar, sin pelos en la lengua, desde diferentes puntos de vista, sobre cuestiones consideradas útiles para hacer más incisiva la lucha contra la autoridad. Ciertamente, la acción directa es para actuar y no para pontificar, pero estoy convencido de que aclarar lo que cada unx de nosotrxs realmente entiende cuando usa estas palabras, puede ayudarnos a afilar armas para asaltar el presente.

Para abordar la cuestión sin perderme en inútiles palabras estridentes, quiero primero aclarar lo que, para mí, no es acción directa.

Concentraciones, repartir panfletos, manifestaciones «determinadas y comunicativas», tartas (pintura, escupitajos, etc.) en la cara del infame de turno, huevos de colores y todo este tipo de cosas no se pueden considerar acción directa. Soy consciente de que una lista de ese estilo atraerá a mí las flechas de quienes sostienen que todos los medios tienen la misma dignidad en la lucha, que mi discurso podrá parecer esquemático, «militarista», impregnado de una óptica eficientísima y bla, bla, bla… Pero nadie, honestamente, podrá negar que, en estos momentos, haciendo estas cosas se está más bien viciando la lucha, renunciando a vivirla realmente.

Estoy convencido de que se está afrontando la lucha con ligereza, con la sonrisa en los labios: no se trata más que de un juego, pero nada hay más serio que un juego donde las apuestas están representadas por la calidad de nuestras vidas y de nuestra libertad. Nadie puede negar que la correspondencia entre el pensamiento y la acción debería ser característica fundamental de ser anarquista. Si pensamos que la destrucción de este mundo es necesaria, debemos actuar en consecuencia, no podemos recurrir a simpáticos e inofensivos trucos baratos para silenciar, engañando a nuestras conciencias hambrientas de libertad. Debemos tener el coraje de afirmar que la acción directa, o es destructiva o no es. Los muros que nos aprisionan no se caerán solos, sino solamente si son envestidos por la onda de choque de nuestra rabia. Es inútil que el inteligente de turno recuerde que la insurrección no es resultado de la suma aritmética de los ataques realizados por anarquistas, estoy hablando de otra cosa. Nuestra vida es demasiado corta para desgastarla en centenares de representaciones diseñadas para despertar a las masas adormecidas, para que se presenten puntuales a la cita el día mágico: sólo cuando atacamos concretamente a lo existente conseguimos arrancar pedazos de libertad, aunque sólo sea por unos cuantos momentos, nos liberamos de las cadenas impuestas por la cotidianidad y por la ley.

Nuestra lucha debe ser violenta, sin compromisos, sin posibilidad de mediaciones ni vacilaciones: la acción directa destructiva, el único medio que deberíamos utilizar para relacionarnos con cuanto nos oprime. Pero las cosas, como sucede siempre en la realidad, son un poco más complicadas, por desgracia, la sola acción no es la panacea de todos los males que aquejan a nuestro movimiento. Aunque esté absolutamente convencido de que ningún acto de revuelta es inútil o nocivo, pienso que es fundamental preguntarse sobre la proyectualidad que las generan y, sobre todo, sobre el significado que le dan quienes las realizan. El acto mismo puede asumir significados muy diferentes si se concibe desde una óptica de ataque o de defensa. Voy a tratar de explicarme con un ejemplo práctico, en el Valle de Susa, el año pasado, asistimos a un incremento positivo de las prácticas de sabotaje en la lucha contra el TAV [Tren de Alta Velocidad], perfecto, si en las intenciones de quienes han realizado tales acciones está el intento de afirmar claramente que no está en juego la simple construcción de una línea ferroviaria, sino la necesidad de atacar y destruir todo el sistema tecno-industrial que lo diseña. Otra cosa es si el sentido que se puede leer en algunos comunicados del movimiento NO TAV o, lo que es aún más desconcertante, en el Nº 5 de Lavanda, hoja redactada por algunxs compañerxs que participan en esa lucha. Tales acciones se podrían interpretar como el último recurso de un pueblo que ya ha utilizado todos los medios de presión posibles (y pacíficos…) sin obtener la atención de los que gobiernan. Estoy convencido de que tal interpretación banaliza cualquier aspecto positivo y revolucionario de tales actos, de hecho, sugiere que si el poder fuera más «razonable», si estuviera más abierto al diálogo, existiría la posibilidad de «convencerlo» para mitigar sus aspectos más nefastos.

La acción directa expresa todo su potencial de liberación sólo cuando se concibe desde una óptica de ataque. No golpeamos al enemigo porque nos resulta insoportable el disgusto por su última fechoría, sino por querer ser libres aquí y ahora. No necesitamos justificaciones para golpear, simplemente no podemos aceptar vivir una vida carente de significado como simples engranajes de este sistema mortal. Debemos ser nosotrxs quienes dictemos los momentos de la lucha, hay todo un mundo que demoler y las posibilidades de derrotar al monstruo tecnológico se hacen cada vez más pequeñas en proporción a su desarrollo.

Cuando hablamos de acción directa hablamos de nuestra vida, pues nuestro rechazo a lo existente no es una moda, sino algo mucho más profundo, en él ponemos en juego toda nuestra existencia. Por este motivo, encuentro verdaderamente irritante cuando nos referimos a cualquier tipo de acción, diciendo que «era lo mínimo que podíamos hacer». Estoy convencido de que no existe nada mínimo que se pueda hacer contra aquello que nos oprime, no podemos autoimponernos límites en la acción, ésta debe ser sin restricciones como nuestra sed de libertad. Si nos encontramos frente a un explotador asesino con uniforme etc., y se decide mancharle el vestido con pintura, eso no es lo mínimo que se podía hacer, sino simplemente lo que nosotrxs hemos decidido hacer. Esto, probablemente, está dictado por una serie de análisis que, en lugar de dar mayor fuerza a nuestra acción, no hace más que minimizarla: «la gente no nos entendería, no debemos dar un paso más que los demás, se necesita empezar por acciones pequeñas que son fácilmente reproducibles», etc.

Naturalmente, se trata de consideraciones que necesitarían un trato más profundo y espero que haya forma de volver a esto y discutir seriamente, lo que ahora quiero decir y a lo que debemos aspirar siempre es a hacer lo máximo que nos consientan nuestras habilidades. Cuando actuemos, deberíamos hacerlo esencialmente por nosotrxs mismxs y de la manera más resuelta, no somos distintxs a aquellxs que de manera innegablemente autoritaria llamamos «gente común», cualquier cosa que hagamos la puede replicar cualquier persona, siempre que alimente nuestro propio deseo de destruir la autoridad. No debemos buscar convencer a las masas de la bondad de nuestra tesis, sino buscar cómplices que quieran participar en la obra de demolición. No debemos tener miedo de nuestro odio, sino lanzarnos a la acción conscientes de que el enemigo no duda ni un segundo en su guerra contra la libertad.

Estas notas están dictadas más que desde la aspiración a desarrollar cualquier análisis teórico innovador, desde el simple deseo de tratar de compartir la idea de la necesaria centralidad, en la vida de todx anarquista revolucionarix, de la práctica de la acción directa destructiva. Todo cuanto acabo de decir sería sin duda obvio si no hubiera tantxs compañerxs que consumen sus fuerzas, dando vueltas como trompo, en un activismo carente de toda proyectualidad realmente revolucionaria, marcado por las heridas del asistencialismo y del oportunismo. Sin embargo, ya existen antídotos para todo esto: organización informal, nihilismo, individualismo, rechazo de líderes más o menos carismáticos, rechazo de extra poder asambleario, comunicación a través de la acción. Se necesita volver a mirar lo que está sucediendo en todo el mundo igual que históricamente siempre han hecho lxs anarquistas, enemigxs de toda las fronteras, y nos daremos cuenta de cómo compañerxs de todas las latitudes están experimentando con nuevos modos de acción, liberémonos de los grilletes de las llamadas luchas sociales para lanzarnos sin frenos al asalto del existente. Tenemos que redescubrir la alegría de actuar, dejar de limitarnos a una búsqueda ilusoria del consentimiento popular; sin tantos… teóricos, nuestro objetivo debe ser, simplemente, el de destruir lo que nos destruye. Liberémonos de la política, incluso, en su declinación antagonista, debe quedar claro que no luchamos por un futuro brillante, sino por un vivir, aquí y ahora. La anarquía debería ser en primer lugar un hecho individual que afecte toda nuestra vida: debemos conspirar, alimentar cada pequeño fuego que pueda incendiar la pradera, atentar con todos los medios contra el orden, civilizado y tecnológico, que el sistema trata de imponer. En esta lucha debemos utilizar todas las armas que tengamos a nuestra disposición, en primer lugar las que no faltan en el arsenal de cada anarquista: la voluntad y la acción directa destructiva.

Fray Nicola de Ferrara [Nicola Gai]

Croce Nera, Periódico anarquista, nº 0, abril de 2014 Pág. 2-3.