Giuseppe Ciancabilla: Una visión del anarquismo italo-estadounidense a comienzos del siglo XX

A pesar de abarcar un breve lapso de tiempo, de 1898 a 1904, la experiencia política de Giuseppe Ciancabilla nos propone recorrer uno de tantos senderos ideológicos generalmente agrupados bajo el amplio paraguas del “individualismo anarquista”. De hecho, fue Pier Carlo Masini quien calificó a Giuseppe Ciancabilla como la persona que dotó al anarquismo individualista italiano de un perfil teórico riguroso. Asimismo, como el pensamiento de Ciancabilla llegó a su completa maduración y definición en el marco de la migración anarquista italiana a Estados Unidos, mi trabajo de investigación recorre su historia personal. He tratado de reconstruir las dificultades y los límites dentro de los cuales se activaba la comunidad anarquista italo-estadounidense de principios del siglo XX, y entender por qué fue tierra fértil para la propagación de las ideas antiorganizativas de este anarquista romano.

Los fundamentos ideológicos del anarco-comunismo antiorganizativo fueron concebidos por Giuseppe durante su estancia en Francia, en 1898, a través del contacto con el grupo cercano a Les Temps Nouveaux. La élite anarquista francesa de la época estaba muy influenciada por las teorías de Kropotkin y, sobre todo entre las bases del movimiento, existía una fascinación por la “edad heroica”, de los attentats, puesta de relieve también por algunos exponentes de la vanguardia artística y literaria de la época. Ciancabilla, recientemente converso al anarquismo tras una carrera en las filas de las juventudes socialistas de la capital italiana, y con experiencia como voluntario en la guerra Greco-Turca, se distancia (todo en suelo francés) de la tesis federalista de Malatesta (la cual rechaza a raíz de los Motines por el Pan en Italia), acentuando el lado demoledor del accionar anarquista y proponiendo una noción espontaneísta de la revolución, determinada por la acción ilimitada de pequeños núcleos, en los que la “propaganda por el hecho” conservaba una importancia fundamental.

La concepción anarquista de Ciancabilla pudo ser plenamente formulada debido a la polémica con Malatesta y el grupo Diritto dell’Esistenza de Paterson, Nueva Jersey, que, precisamente por diferencias ideológicas y aprovechando la llegada del líder anarquista (Malatesta) le despojó de la dirección de La Questione Sociale, en septiembre de 1899. Sin embargo, incluso durante la primera incursión en el mundo editorial en la que había desempeñado un papel central, con L’Agitatore de Neuchatel, Ciancabilla había tenido ocasión de posicionarse sobre los atentados individuales de los que nunca se distanció. Frente al ataque de Luccheni, aquel cuestionó el sentido de una acción que golpeaba a quien hacía tiempo tenía poco que ver con los palacios de los poderosos. Ciancabilla, en contraste, firmó un artículo en el que elogiaba al asesino y sostenía que correspondía a los anarquistas reivindicar cualquier acto de ruptura con el orden establecido, independientemente de su utilidad.

En Estados Unidos, este joven romano se ajustó al ambiente de los diversos grupos anarquistas italianos que habían empezado a surgir durante la última década del siglo XIX. La migración italiana a Estados Unidos comenzaba a experimentar un crecimiento crucial, pero el verdadero auge se produjo entre la segunda mitad de la primera década del siglo XX y la Primera Guerra Mundial. Los trabajadores que llegaban carecían, en su mayoría, de experiencia en la organización de clase y, en el caso de los pocos que habían emprendido una actividad política en su país de origen, esta se había limitado a fricciones con la ley, dado que el clima reaccionario de la Italia de finales del siglo XIX había perjudicado, en general, con cualquier labor real y cotidiana de propaganda dentro de las organizaciones obreras que empezaban a expandirse en aquella época.

Al otro lado del Atlántico, la propaganda anarquista encontró sus mayores obstáculos en la ignorancia de los emigrados y en el papel desempeñado por “peces gordos” que se ofrecían como intermediarios entre la comunidad étnica y la realidad americana, cuya posición dominante era en sí misma una garantía de que persistiría la desventaja cultural de los emigrados. En este contexto, los grupos anarquistas representaban una “colonia dentro de la colonia” y gran parte de su actividad se dedicaba a proteger la herencia ideológica y la tradición anarquistas, que eran las piedras de toque en torno a las cuales podían aglutinarse los distintos grupos, lo que hacía de cualquier súper-estructura organizativa (que las inciertas circunstancias de los propios trabajadores dificultaban) redundante. Así, era natural que, tácticamente, se prefiriera la acción revolucionaria libre de cualquier vínculo programático y basada en formas de entendimiento interindividual orientadas a fines propagandísticos específicos. El abanico de valores promovidos por los anarquistas (anticlericalismo, antipatriotismo, amor libre) ofrecía un “mundo al revés” que a menudo infundía cierto temor al resto de la comunidad de emigrados italianos. Así que era más fácil abrirse a los contactos con otros grupos de inmigrantes, especialmente “los latinos”, pero dentro de los parámetros del mundo anarquista, con sus tradiciones e ideologías compartidas, que atraer a otros trabajadores italianos no politizados a los que se llegaba principalmente a través de las innumerables empresas recreativas que todos los grupos anarquistas promovían sin descanso.

Al mismo tiempo, la sociedad americana, imbuida de sentimientos xenófobos hacia estos “nuevos inmigrantes”, era hostil con los italianos, y mucho más a aquellos grupos politizados que, se creía, traían consigo incendiarias teorías de violencia clasista contrarias a las tradiciones democráticas de la República. La tradición anarquista nativa, cuyo máximo exponente en aquel momento era Benjamin Tucker, estaba ligada a una perspectiva individualista pacifista con la que la migración anarquista tenía mucha dificultad en aprobar. Además, los sindicatos estadounidenses, encabezados por la American Federation of Labor, apostaban por un sindicalismo economisista que descartaba cualquier perspectiva de cambio radical en las relaciones de producción y se limitaba al sindicalismo “puro y simple”; ocupado en organizar al segmento respetable de la clase obrera estadounidense, es decir, trabajadores blancos con tradición organizativa, excluyendo a nuevos inmigrantes no calificados que eran protagonistas involuntarios de la reestructuración empresarial y que parecían socavar el poder del trabajador blanco, en términos de velocidad en el proceso de producción. Al respecto, la organización sindical estadounidense con su política corporativa y sus elevadas cuotas de afiliación mantuvieron alejados a los trabajadores italianos y reprodujo en sus filas las diferencias étnicas que también se daban en el contexto de la jerarquía fabril.

En vista de ello, los anarquistas italoamericanos desafiaron la línea moderada de los sindicatos, estructuras centralizadas y burocráticas, e intentaron sacar provecho de la rebeldía de los inmigrantes, que las violentas relaciones de producción hacían inevitable, y se esforzaron por encender el conflicto de clases.

En este contexto, la propaganda de Giuseppe Ciancabilla (apelando a los valores de la “pureza anarquista” rechazaba cualquier compromiso, ya fuera con grupos ajenos al anarquismo o enmarcados en el sindicalismo) orientó el actuar de la militancia anarquista italiana en Estados Unidos a principios del siglo XX. Además de sus dotes como agitador y sus múltiples contactos en Europa, su periódico funcionó como una caja de resonancia que aprovechaba los estímulos de la renovación teórica del anarquismo internacional, aunque en el horizonte de una visión espontaneísta de la revolución. En este sentido, su trabajo fue importante como vehículo para comunicar tácticas y teorías frescas que fueron heredadas en las luchas obreras estadounidense. Hay que señalar, por ejemplo, el entusiasmo suscitado por los éxitos iniciales de los anarquistas franceses implicados en el movimiento obrero, hizo que Ciancabilla lanzara una campaña en Estados Unidos a favor de la huelga general revolucionaria.

En efecto, Ciancabilla se obstinó en rechazar todo trabajo metódico en el seno de las organizaciones obreras y afirmaba que los esfuerzos debían orientarse a “crear la mentalidad” para la huelga general, que no era más que transferir al terreno de las relaciones de producción la concepción insurreccionalista y voluntarista de gran parte del anarquismo. Así, una serie de panfletos y contribuciones de los principales exponentes del anarquismo francés fueron presentados en su editorial, y estaban a disposición de la militancia en salas de reunión, además de asociaciones creadas por diversos grupos, permitiendo que las ideas circularan, representando un importante bagaje ideológico para los inmigrantes italianos en Estados Unidos.

Las palabras violentas con la que estaba cargado el periódico de Ciancabilla alimentaron un sentimiento reivindicativo, sentimiento que muchos migrantes forzados a partir por la pobreza o escapando de problemas con la ley, debían sentir hacia la tierra que les había rechazado. No es casualidad que fuera Gaetano Bresci quien emprendiera su misión desde la comunidad italo-estadounidense, ni que su nombre figure entre los suscriptores de L’Aurora, uno de los periódicos de Ciancabilla.

Evocar Italia, parecía ofrecer buenas perspectivas de desarrollo revolucionario en los Estados Unidos de principios del siglo XX. Debido a la constante comunicación, la inclinación antiorganizativa del anarquismo italo-estadounidense ejerció una influencia significativa sobre el movimiento en su país natal. Ciancabilla participó personalmente en las furibundas discusiones que en aquella época dividían a los anarquistas italianos organizacionistas en torno a Il Pensiero, el periódico de Gori y Fabbri, de los antiorganizacionistas en torno a Il Grido della Folla de Milán. En este último periódico empezaban a aparecer los primeros artículos en los que se apreciaba una inconfundible influencia stirneriana y nietzscheana. Hay que decir, sin embargo, que el anarquismo antiorganizacionista de Ciancabilla se mantenía esencialmente alejado del exasperado egoísmo antisocial, cuyos primeros síntomas habían empezado a surgir en algunos de los exponentes del anarquismo italiano de principios del siglo XX. Sin embargo, se podían encontrar puntos en común con las corrientes stirnerianas, en una oposición compartida contra el anarquismo “aletargado” de Gori y Fabbri, además de la disposición a reivindicar cualquier acto de revuelta contra el orden burgués. Esto siempre había formado parte de la herencia ideológica de Ciancabilla.

Mario Mapelli

Fragmento del libro Fired by the ideal: Italian-American anarchist responses to Czolgosz’s killing of McKinley.

La anarquía no es un pasatiempo

¿Por qué hoy en día un gran número de anarquistas únicamente se dedica a pedir derechos y mendigar dignidad?

Esta es una pregunta que me asalta con demasiada frecuencia últimamente y una y otra vez, de manera constante y por muchas vueltas que le dé al problema, la respuesta que asoma de mis labios es siempre la misma: miedo. Luego, al recapacitar sobre la respuesta vislumbro otra posible solución más concreta, más específica, no tan etérea como la palabra «miedo» y es que: no hay anarquistas. Esa sí es la respuesta correcta. Hay un número muy limitado de verdaderos ácratas luchando por vivir en libertad o al menos intentando llevar a cabo tan ansiado propósito. Un individuo que se considere a sí mismo anarquista no puede ni debe tener miedo a vivir según sus ideales y su ética ya que hacerlo sería manchar el nombre de todos aquellos que murieron por defender La Idea. Excusarse en el miedo para no vivir al margen de la sociedad, de su justicia y sus leyes es vergonzoso y un acto de cobardía por muchas excusas que se me pongan delante.

Sería pretencioso por mi parte decir que tengo la poción mágica para contrarrestar este mal ya que dicha solución únicamente se encuentra en poder de cada individuo. Tampoco la búsqueda de un remedio a dicho problema es el propósito de este texto. Lo que sí pretendo es abrir los ojos de los compañeros para poder desenmascarar a todos esos falsos anarquistas, señalar a esos gurúes que pululan por Internet gracias a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, a los blogs y demás plataformas virtuales y que se alzan como únicas voces autorizadas dentro del movimiento. Nuestra lucha contra este anarquismo de consumo tiene que ser feroz y brutal.

Tomemos el ejemplo que nos ofrece Internet. La web se ha convertido en el centro, casi único se podría decir, de la discusión política, no solo en este país sino en prácticamente todo el mundo. El parlamentarismo es un nido de corrupción que funciona a base de favores y prebendas, los movimientos sociales solo buscan mejoras —de trabajo, de vivienda, etc.— dicho de otro modo, las migajas que el sistema regala con cristiana caridad.

Gracias a las redes sociales el flujo de información es constante y, lo que es más importante y a la vez más dañino, a una velocidad de vértigo. Lo que se creía como un arma para debilitar al sistema es en realidad un arma para mantener a las personas perdidas en un laberinto de colores llamativos. La masa de borregos ha vuelto a picar y ya disfruta de dos prisiones, su vida real y su vida virtual. ¿Hasta qué punto nos puede afectar la fusión de ambas vidas? No hay que ser muy docto en psicología para darse cuenta del peligro que acarrea perder el contacto con la realidad al quedar subordinado al falso enriquecimiento que aporta la vida virtual.

Hoy en día por la red circula una abrumadora hueste de «teóricos anarquistas». Las redes sociales parecen cumplir la función antaño asignada a los dioses. Esa «mágica» capacidad de convertir en «profeta» a cualquiera que dispusiera de un altillo, voz potente y una nutrida colección de consignas morales, hoy la suplen estas plataformas encumbrando a quien disponga de un dispositivo electrónico que le permita mandar un eslogan ambivalente en ciento cuarenta caracteres. No importa lo que se diga. Da igual si el que suscribe esas arengas no vive según lo que predica. Quién se va a enterar de que soy un impostor si mis «fans» viven a kilómetros de distancia. Las redes sociales son un reflejo prístino de la sociedad en la que vivimos. Aparentar es lo realmente importante. A estos «teóricos de la anarquía 2.0» no les interesa despertar las mentes ni que se abran nuevas posibilidades de lucha. Lo único importante para ellos es simular y presumir. La vanidad y el egocentrismo crecen con fuerza al ver cómo aumenta su manada de aduladores y pelotas, de llorones y victimistas, en definitiva, de borregos sin amor propio y con una misión única en la vida: ser la carnaza perfecta para estos nuevos gurúes de la autoayuda. Sí, un poder de esa magnitud es difícil de rechazar, ¿verdad?

Ese es el panorama actual en la red, pero, y ¿cuál es el paisaje en la calle?

No tengo razón alguna para ser más optimista en esta cuestión. Las calles están vacías. Una trampa —típica de trilero, por cierto— en la que se cae mucho en las redes sociales es hacernos creer que somos muchos y que estamos preparados para una «revolución social». La hostia que te da la decepción si no estás preparado es salvaje, esto es un hecho palpable. La lucha obrera y sus sindicatos están muertos. El anarcosindicalismo tiene en la CNT una organización férrea y jerarquizada que reproduce viejos hábitos contra los que dice luchar. Los movimientos sociales están totalmente institucionalizados y el daño que ha hecho el 15M a la movilización espontánea en las calles ha sido devastador. ¿Qué nos queda? Las asambleas de vecinos en los barrios, hay pocas pero las que están se mantienen vivas aunque su lucha poco o nada tiene que ver con la anarquía, no buscan una confrontación contra el Estado, se trata más bien de una batalla por la supervivencia. Bravo por ellos. Luego tenemos los centros sociales que según lo que yo observo se limitan a realizar una actividad cultural y de ocio. Parece que la liberación de espacios, al menos en los últimos años, se está volcando en los suburbios que presenten un movimiento vecinal medianamente fuerte para así tratar de lograr el apoyo de las gentes del barrio, colaboración que me parecería magnífica si detrás de esa marea popular no se ocultara el oscuro objetivo de lograr la legalidad por parte del Estado para mantener esos centros sociales en funcionamiento. Ciertamente no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que tras esos colectivos se esconden ciertos elementos desestabilizadores, todos sabemos que hay policías y fascistas infiltrados, pero me refiero a esos personajes más cercanos a la mal llamada democracia participativa que a la anarquía y cuya única misión es desarticular y torpedear la lucha para poder ponerse a cubierto bajo el paraguas de las instituciones. No critico estas luchas pero estoy convencido de que tanta organización y repetición de roles y formas de creación paralelas al sistema, cuando no imbuidas por él, se alejan mucho de mi visión de la anarquía.

Para finalizar, me gustaría decir qué es lo que yo echo en falta:

Echo en falta individuos. Tenemos una carencia significativa de individuos que piensen por sí solos y que vivan por y para sus ideales. Los anarquistas son aventureros por naturaleza, necesitan experimentar en primera persona, viajar para conocer gentes nuevas y culturas diferentes. Se desplazan buscando siempre una nueva lucha a la que aportar su granito de arena. Se mueven sin descanso con la finalidad de encontrar afines con los que colaborar, trabajar, crear, en una palabra «vivir». Sin movilidad, el anarquista se marchita.

Echo en falta mucha más praxis. Los anarquistas tienen que llevar a la práctica y aplicar toda la teoría de la que se nutren. Hay que okupar una y otra vez sin descanso y en cualquier rincón de este puto planeta. Hay que expropiar al Estado, al rico, al burgués, al patrón y a todos sus cómplices. Hay que sabotear a las fuerzas represoras del Estado y la propiedad privada que defienden como perros. En definitiva, atacar sin piedad todas las infraestructuras que mantienen en funcionamiento este asqueroso y podrido sistema.

Echo en falta, en definitiva, coraje. Hay que desprenderse del miedo, tanto el individual como el adquirido a través del grupo, el pánico colectivo es el más peligroso. La obsesión por crear una «sociedad anarquista» coacciona al individuo y le paraliza con un terror atroz que le impide vivir la anarquía y mientras no se quite el disfraz, rompa con todo y se lance a vivir según su ética y su coherencia no será más que un proyecto que en lugar de crecer se diluye atrapado en el sistema. Los anarquistas no le temen a nada ni a nadie. Nada de lo que he dicho anteriormente es una utopía. Si yo puedo hacerlo, también puedes tú.

Hobo, julio 2016

Tomado del blog Prometeo Encadenado Site