¿Por qué no soy comunista?

Son tiempos raros. Si algunos viejos anarquistas, obviamente seniles (si no lo estuvieran, nunca lo harían), se atrevieran a usar la palabra “libertario” de la misma manera como fue usada hace un siglo, y que aún se usa en algunas partes del mundo, la juventud anarquista actual los miraría horrorizada, debido a que hace cuarenta y dos años algunos idiotas patéticos que estaban a favor de las drogas, el sexo y el capitalismo decidieron dar ese nombre a un partido. Nombraron de esa manera al más aburrido de los partidos, a un partido político. Entiendo que la juventud no quiera usar esa palabra, si no fuera por una sola cosa. Que muchos de ellos no tienen problema en denominarse comunistas. Como si no existieran partidos comunistas desde mediados del siglo XIX. Como si Stalin, Mao, Pol Pot y toda esa banda de dictadores sangrientos, habidos por causa del comunismo, nunca hubieran existido[1] ¡Sé que palabra debo evitar, por principio!

Soy consciente de que el comunismo anarquista, o comunismo libertario, tiene una historia tan antigua como el primer partido comunista. Pero estos viejos anarco-comunistas[2] tenían cuidado en consolidarse como anarquistas. Su etiqueta de comunistas nunca se comprendió fuera del seductor adorno de la elegancia anti-autoritaria. Incluso, la mayoría reconocía a la autonomía individual como uno de los objetivos principales del anarquismo, aunque a menudo olvidaban que la autonomía individual es también la principal práctica.

Algunos anarquistas que hoy en día se refieren con afecto al comunismo parecen rechazar la posibilidad de la autonomía individual… o incluso al individuo. No importa si se trata de nihilistas ingenuos atormentados por las tonterías metafísicas de Tiqqun, o de ultra-teóricos ultra-excitados por la ultra-izquierda. La mayoría de los jóvenes comunistas “insurreccionales” creen que tú y yo realmente no accionamos, sino que somos marionetas del invisible e incorpóreo actor de la sociedad. Las relaciones sociales, los movimientos, un montón de fuerzas colectivas, aparentemente surgen de nada más que de ellos mismos, ya que si tratas de devolverles a su fuente original, debes regresar al accionar individual que sucede en su mundo y se relaciona entre ellos. Para acabar con esto, debemos reconocer que no es “la comuna”, ni “la comunidad humana”, ni tampoco esa absurda mistificación del “ser” y la “especie”, sino tú mismo aquí y ahora – un individuo único capaz de desear, decidir y accionar – el centro y objetivo de tu teoría y tu práctica. Una gran parte de la teorización del comunista parece estar enfocada en evitar esto.

Me burlo de los balbuceos comunistas mientras yo mismo vacilo. Supongo que es momento de llegar al punto (en mi indirecta manera vagabunda) ¿Por qué no soy comunista? ¿No podría yo mismo crear un comunismo que sea mío? Este absurdo dadaísta, levemente excéntrico, sería un experimento atractivo, pero tengo mejores juegos que practicar. Verás, el comunismo tiene una historia, y no es para nada hermosa. Si intento cambiar la interpretación del comunismo, lo haré a mi manera, no lo haré para “recuperarlo” –no quiero esa maldita cosa- sino usarlo como arma verbal. Es tiempo que la etiqueta de “comunista” se vuelva tan ofensiva como la palabra “capitalista” entre los anarquistas que reconocen que ninguna ley significa, ninguna ley sobre mí; que ninguna autoridad significa, ninguna autoridad sobre mí, que ningún gobierno significa, ningún gobierno sobre mí. Y la práctica inmediata de estas negaciones es la autonomía individual, voluntaria, y consciente de mi propia creación en mis propios términos.

Si he de crearme a mí mismo y mi vida en cada momento en mis términos, lo establecido, lo permanente, lo absoluto, es mi enemigo, así que no puedo favorecer ningún tipo de colectividad, comunidad o sociedad permanente. Cualquier permanencia que me impregne, me petrifica de modo que ya no soy capaz de crearme en mis propios términos. Solo puedo intentar adaptarme a la  permanencia que impregna. Así que, al insistir en crearme en mis propios términos, yo socavo toda la colectividad, toda la comunidad, toda la organización y toda la sociedad, incluso aquellas asociaciones temporales que elijo hacer para mis propósitos, ya que una vez que dejan de servir a mis propósitos, me retiro y permito que los eventos se desenvuelvan aceptando lo que pueda ocurrir. Esta es la razón de por qué mi elegancia egoísta prefiere dúos casuales sin planes, tríos transitorios y uniones efímeras en vez que asociaciones permanentes, fraternidades solidificadas y colectividades calcificadas.

El comunismo requiere una comunidad permanente. Si este no es su objetivo, entonces la palabra carece de sentido, sería nada más que el balbuceante murmullo de los fanfarrones luchando por su cuota de credibilidad revolucionaria[3]. Muchos de los comunistas actuales han perdido la fe en el Evangelio de Marx y su promesa de un comunismo predestinado (por supuesto, ningún anarco-comunista ha puesto su fe en esta promesa piadosa, ¿cierto?). Pero incluso aquellos que no se cansan de trillar la misma idea sentimental que concibió la “comunización” – la idea del comunismo como un movimiento continuo dirigido hacia la comunidad- no se escapan de esta meta, porque aun así supone que la comunización es un movimiento dirigido hacia esa comunidad humana universal (y por lo tanto, permanente). Y lo que es permanente y universal es anti-individual, anti-yo, mi enemigo.

El comunismo requiere esta permanencia que impregna todo, porque necesita un establecimiento, un Estado. En el Evangelio de Marx, podemos leer: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”[4] Para Marx, ese piadoso profeta de la providencia ateísta, el modo comunista de intercambio era un resultado inevitable de la historia; para los anarco-comunistas que se tomaron esta santa escritura a pecho, se convirtió en una moral ideal a llevar a cabo. Mi corazón egoísta y arrogante no es útil ni para el despotismo de determinismos históricos, ni para gravámenes de los edictos éticos, de modo que no vacilo en preguntar qué conlleva esta regla: ¿Quién determina las habilidades y capacidades de cada uno? Solo reduciendo al individuo a lo que es más abstracto en él –su humilde e inofensiva humanidad–  puede existir una determinación “universal” de necesidades y habilidades, entonces esas necesidades y habilidades son también meras abstracciones. Sin estas determinaciones universales, yo podría afirmar que necesito un Rolls Royce o una mansión de 60 habitaciones y nadie podría contradecirme, porque no habría un estándar universal para la comparación. Por lo tanto, para establecer el estatus de las capacidades y necesidades un Estado es necesario, es decir, ciertos individuos tendrían que estar en una posición de decidir cuáles son las habilidades de cada uno y cuáles son sus necesidades.  Para ti y para mí como individuos, probablemente tenderíamos a dirigir nuestro día a día hacia una forma egoísta de intercambio que suele ser practicada entre amigos: “De cada cual, según su voluntad, a cada cual según sus deseos”. Una práctica que puede parecer exteriormente como el ideal comunista, pero éste tiene una diferencia: el ideal comunista implica que los capaces deben algo a los necesitados y por lo tanto involucra un deber; en la práctica egoísta, no existe el deber, porque no se espera que alguien haga algo o entregue algo si no es por su voluntad de hacer o entregar. Su amor por (en otras palabras, su interés en) el otro es la razón por la que entregaría. La mutualidad egoísta es el lubricante de este flujo.

En conclusión, tengo buenas y malas noticias para mis amigos comunistas. Las buenas noticias: el comunismo ya está aquí. El capitalismo es simplemente comunismo de mercado: “De cada cual [trabajador], según sus capacidades, a cada cual [capitalista] según sus necesidades.” Así, el capitalismo impone el servicio al bien común (en otras palabras, la élite dominante que representa a “todos”) a todos aquellos que están dispuestos a permanecer esclavos de un poder superior. La comunidad del capitalismo nos rodea como un sistema que impone relaciones, y como todas las comunidades permanentes, se alimenta de la sangre de vida de los individuos, siempre y cuando estos individuos sucumban. Y esto me lleva a las malas noticias para ustedes comunistas: Yo soy su enemigo… por la misma razón que soy enemigo del capitalismo. No te engañes si aparento ser impotente para ti. En mi mundo, yo soy la más importante y poderosa entidad, además de enemigo implacable del capitalismo y el comunismo.

Apio Ludd

 

Revista My Own: Self-Ownership and Self-Creation Against all Authority. Número 10. Octubre 2013

 


[1] Marx fue una figura muy desagradable, pero afortunadamente donde adquirió poder fue en la primera Internacional.

[2] Todavía existen en ciertas partes exóticas del mundo, como Europa y la zona Este de Estados Unidos.

[3] Por su puesto, muchísima teoría comunista suena justamente de esta manera.

[4] Crítica del Programa de Gotha, Parte I.

Amabilismo

Amabilismo: tendencia más o menos codificada socialmente, de afrontar la realidad en términos dependientes de si los otros se comportan cordialmente; tiranía del decoro que impide pensar o actuar por uno mismo; modo de interacción basado en la ausencia de juicio crítico o autonomía.

Todes preferimos lo amistoso, sincero, agradable, amable. Pero en un mundo de miserable dominación, que debería provocarnos re-examinar todo radicalmente, lo amable puede ser lo falso.

La cara del dominio es frecuentemente amable, culturizada. Auschwitz viene a la memoria con sus gestores, que disfrutaban de Goethe y de Mozart. De forma similar, no fueron monstruos con aspecto demoníaco los que construyeron y lanzaron las bombas atómicas, sino amables intelectuales liberales. De la misma manera, considerando a aquellos que están virtualizando la vida, y quienes son los principales participantes de este orden podrido, tal como el amable-hombre-de-negocios (por cuenta propia o ajena) que es la columna vertebral de una existencia cruel de trabaja-y-compra, ocultando sus verdaderos horrores.

En casos de amabilismo se incluyen los pacifistas, cuya ética de la amabilidad les coloca, una y otra vez, en estúpidas y ritualizadas situaciones de no-ganar. Como Earth First[1] que rechaza enfrentarse a sus prejuicios ideológicos en lo alto de su organización. O Fifth Estate[2], cuyas importantes contribuciones corren el riesgo de ser eclipsadas por el liberalismo. Todas las causas parciales, desde el ecologismo hasta el feminismo, y toda la militancia a su servicio, son sólo maneras de evadirse de la necesidad de una ruptura cualitativa con el sistema.

Lo amable como perfecto enemigo del pensamiento táctico o analítico: sé afable, no dejes que tener ideas radicales influya en tu comportamiento social. Acepta los métodos pre-fabricados y los asfixiantes límites cotidianos. La respuesta condicionada a “jugar dentro de las reglas” —las reglas de la autoridad—, es la verdadera quientacolumna que tenemos dentro.

En el contexto de una vida social impuesta, que exige lo drástico como respuesta mínimamente saludable, el amabilismo se vuelve más y más infantil, conformista y peligroso. No puede otorgarnos alegría, sólo más rutina y aislamiento. El placer de la autenticidad existe sólo contra la raíz de esta sociedad. El amabilismo nos mantiene a todas y a todos en nuestros papeles impuestos, reproduciendo dócilmente todo cuanto supuestamente aborrecemos. Dejemos de ser amables hacia esta pesadilla y hacia todos aquellos que nos mantienen en ella.

Revista Insurrection


[1] Organización anarco-ecologista que realiza acciones no-violentas.

[2] Publicación anarquista estadounidense.

Acerca de la autogestión

Las propuestas económicas formuladas desde el ámbito anárquico puede que sean varias, tales propuestas pueden catalogarse como “económicas” porque se proponen desde lo actual, donde las necesidades materiales básicas se satisfacen por medio del dinero generado por el trabajo. El dinero obtenido por el mendigo o por la ladrona no se obtuvo directamente mediante el trabajo, pero es trabajo lo que lo ha generado antes.

Estas propuestas solo pueden desarrollarse en una vida libre y autodeterminada, sin duda las mas conocidas son tres: el mutualismo, el colectivismo y el comunismo anárquico, solo insistiré con este último. ya que los anteriores poseen residuos burgueses que perpetúan la sociedad de clases de otros modos.

Es grave intentar legitimar una propuesta por el supuesto prestigio y reconocimiento de quien la ha formulado, si bien fue Piort Kropotkin quien realizó esta afirmación según sus mismas palabras esto no podría haberlo creado solo: Cualquier producto, cualquier bien económico es, en realidad, fruto de la cooperación de todas las personas, tanto del propio país como del extranjero, tanto del presente como del pasado. ¿Como podrá medir y segregar en la gran masa de la riqueza social la parte que corresponde al esfuerzo y a la inteligencia de cada uno? ¿Acaso el mayor esfuerzo y la mayor inteligencia hubiera podido crear sola y sin ningún auxilio una parte, siquiera ínfima, de aquella riqueza social?

Por eso se propone el conocido “De cada una de acuerdo a su capacidad, a cada una de acuerdo sus necesidades” Pero como he señalado antes: estas nuevas relaciones productivas solo pueden realizarse sobre las ya caídas ruinas del capitalismo, pueden desarrollarse en una vida libre y autodeterminada, no son aplicables de ningún modo a la sociedad de orden actual, ya que quedarían aplicadas a pequeños grupos de personas y ni así porque rápidamente se halla el límite que impone la mercancía.

La gestión del capital a manos de la clase trabajadora, no posee autonomía con respecto a las leyes de la producción capitalista. Esto reforma el capitalismo poniendo a los mismos trabajadores a preocuparse de la economía mercantilista, olvidando que lo que necesitan es en realidad la destrucción de esa economía. Por ello es una mentira lo de “obreros y obreras sin patrón/a“, o si bien puede ser verdad igualmente no equivale a la autonomía de quienes trabajan, el patrón es quien además de vivir del trabajo de “sus” empleados perpetúa y obliga a producir de tal manera, pero a menudo parece que ya lo han planificado todo perfectamente y que nos han adiestrado tan bien que podemos seguir del mismo modo sin el ojo del amo a nuestras espaldas, rechazando la autonomía por el automatismo.

Un ejemplo muy claro es lo que generalmente denominamos “autogestión”, a la que muchos recurrimos por necesidad pero no abre caminos al cambio, abre caminos dentro de la miseria de lo existente, por eso terminamos por alzar la bandera de la gestión del Capital en nuestras manos.

Para que no recaigan en esta nota las clásicas críticas sin fundamentos de “pequeño-burgués” o “insensible”, pasaré a desarrollar lo siguiente, no para justificar o cumplir con alguien en particular que pueda sentirse tocado, sino para que dichos adjetivos luego no terminen por desviar la crítica fundamental de este texto.

Vuelvo a repetir que a la “autogestión” varios hemos acudido por una necesidad material, o a veces de otro tipo, ya que en los espacios que esta genera además de gestionar el Capital, podemos encontrar personas mas afines que las que supuestamente podríamos encontrar en trabajos asalariados, donde abundan traidores y ventajeras. Por esto mismo hoy es imposible para algunas negar la autogestión como salida, como es de idiotas acusar de conformista a quien recurre al trabajo asalariado como forma de ganarse el pan en este sistema capitalista. Pero tambien es estúpido mostrar la “autogestión” como una lucha anticapitalista cuando no sale de sus (cada vez mas amplios) márgenes, al igual que lo es sentir y propagar lo que el trabajo dignifica.

El problema surge cuando prácticas para la supervivencia se idealizan como seguras alternativas al cambio, como si un cambio radical pudiese realizarse en pleno capitalismo, bajo la pesada bota del Estado y el Capital.

Es necesario para vivir, vivir libres y autoliberándonos de las clases sociales, una revuelta que atente contra los valores del Capitalismo. Cuando desde un optimismo desmedido y fantasioso se analiza que el sistema capitalista está en decadencia, nos estamos negando nuestro papel activo en el entierro de este y su poder de adaptación a los tiempos que corren, y ¿qué es peor que eso? Que nosotras estamos aportando para que se lleve adelante dicha transformación, abriendo válvulas de escape, creándole alternativas, y queriendo demostrar que dentro del capitalismo se pueden llevar adelante “prácticas no-capitalistas” o hasta “anti-capitalistas“. Entonces ¿por qué oponernos al capitalismo si este nos permite salirnos de él? ¿Acaso no es el capitalismo ese mundo donde caben muchos mundos, donde se nos deja relacionarnos de otro modo? ¿Cómo pensar sin Estado y sin Capital? ¿En donde estamos al resguardo de ellos? ¿Podemos desarrollar plenamente nuestras vidas dentro del capitalismo dejando que la burguesía produzca “por otro lado“? No, no y no. Hoy el pleno ejercicio de nuestras vidas solo puede darse sobre las ruinas del capitalismo, y de todo aquello que huela a orden y jerarquía.

En la toma de fábricas y de espacios, se atenta contra la propiedad privada, se confronta con el patrón y sus guardias, se cambia el uso “obligado” de medios de producción y de espacios para necesidades y deseos reales, entre otras prácticas que pueden ser el comienzo de una verdadera revuelta, y no la restauración del orden a manos de nosotros, nosotras y nuestra gente. Se hace necesario un sentimiento continuo de inconformidad para no estancarnos en momentos de estallidos y así seguir en la lucha.

***

Los explotados no tienen nada que autogestionar, a excepción de su propia negación como explotados. Sólo así junto a ellos desaparecerán sus amos, sus guías, sus apologetas acicalados de las mas diversas maneras (…) Curiosamente, aquellos que consideran a la insurrección como un trágico error (o también, según los gustos, como un irrealizable sueño romántico), hablan mucho de acción social y de espacios de libertad para experimentar (…)

Muchos libartarios piensan que el cambio de la sociedad puede y debe acontecer gradualmente, sin una ruptura repentina. Por eso hablan de “esferas públicas no-estatales” donde elaborar nuevas ideas y nuevas prácticas. Dejando de lado los aspectos decididamente cómicos de la cuestión (¿Dónde no hay Estado? ¿Cómo ponerlo entre paréntesis?), lo que se puede notar es que el referente ideal de estos discursos sigue siendo el método autogestionario y federalista experimentado por gente subversiva en algunos momentos históricos (la Comuna de París, la España revolucionaria, etc). El pequeño pormenor que se descuida, sin embargo, es que la posibilidad de hablarse y de cambiar la realidad, los rebeldes la han tomada con las armas. En definitiva se olvida un pequeño detalle: la insurrección (…)

Ai ferri corti con l’esistente, i suoi difensori e i suoi falsi critici. Anónimo

 

Revista Disarmo #11.

Rosario, Argentina. 2006

El anarquismo entre la teoría y la práctica

Conferencia dictada por Alfredo Maria Bonanno en la Universidad de Florencia el 14 de Enero de 1994, publicada en Provocazione y Anarchismo.

La conversación de esta tarde es sobre la relación entre la teoría y la práctica dentro del pensamiento anarquista y de la realización del anarquismo. El anarquismo es un concepto extremadamente complejo y contradictorio, que muchos de nosotros creemos tener claro en la cabeza, pero siempre que nos encontramos frente a la necesidad de preguntarnos o de preguntar a otros, o hablar junto a otros, sobre qué es el anarquismo, encontramos que es un problema complejo.

Es decir, limitar el análisis sobre el anarquismo sólo a su aspecto histórico, al desarrollo del pensamiento y de la práctica anarquista a lo largo de la historia es, aunque necesario, simplemente reduccionista. En este sentido, es parte intrínseca del anarquismo una disposición del espíritu, un modo de concebir la vida, una concepción diferente de la vida. Y esto no siempre es fácilmente comprensible dentro de una doctrina anarquista. Ni siquiera se puede aclarar a través de la lectura de acontecimientos, de hechos que han sido llevados a cabo por los anarquistas o de luchas dentro de las cuales estuvieron presentes de manera considerable los anarquistas. Por lo tanto no hay que confiar mucho en aquello que cada uno de nosotros tiene en la cabeza con respecto al anarquismo.

Muchos creen saber lo que es el anarquismo, mientras que efectivamente éste nos trae siempre sorpresas, como si se hurgara en una vieja arca de la cual continuasen apareciendo cosas nuevas.

Tantas Casandras del pasado, antiguo y reciente, han sentenciado la muerte del anarquismo, el fin de las teorías y de las prácticas anarquistas. Luego, de repente, en las barricadas, en las calles, en las mismas aulas universitarias, vuelve a emerger el discurso sobre el anarquismo, reaparecen las banderas negras. Eso significa que algo se mueve dentro de la realidad, de manera siempre diferente. Y ese algo es, ciertamente, el rechazo radical, la negación absoluta de cualquier tipo de autoridad, de cualquier forma de opresión intelectual y práctica que se nos planta por delante e intenta poner orden en nuestra vida; que amenaza con dar a nuestra existencia un significado distinto a aquel que pensamos que debe tener para cada uno de nosotros, y que cada uno debería ser libre de darse.

Eso no quita que desde un punto de vista histórico el anarquismo haya tenido su trayecto, se haya presentado en determinadas estructuras precisas y se haya expresado también en determinados roles. Pensadores, filósofos, sociólogos anarquistas que han querido dar un cuerpo doctrinal a esta visión de la vida, transformándola en una filosofía. Como saben, toda doctrina nace, se desarrolla y muere. Se circunscribe dentro de una significatividad propia y allí encuentra su sentido y su razón de ser, pero también su límite, su confín y su muerte.

El anarquismo doctrinario. Quisiera dedicar unos minutos a este aspecto del anarquismo, ciertamente significativo. Porque es precisamente en la elaboración de los conceptos que se construye esa herencia que en la práctica, sucesivamente, da sus frutos. Ya que estamos en la sala de una academia filosófica hay que decir que los filósofos han dirigido a menudo su pensamiento hacia cuestiones de análisis político, y se han planteado la clásica pregunta fundamental: ¿qué hacer? No es que en cuanto filósofos hayan sabido dar una respuesta, incluso aquellos que por su elección de estudios, y por su disposición de ánimo, se encontraban muy cercanos al pensamiento anarquista. Pero han reflexionado bastante respecto a la pregunta, y estas reflexiones son importantes para la acción. Cuando son realmente significativas, es decir, cuando aprehenden los problemas en su contenido vital radical para la vida de las personas, también estas reflexiones se vuelven práctica. Pero no nos adelantemos.

Existe una relación, ciertamente tan vieja como el mundo, entre práctica y teoría. La doctrina lo ha explicado de una manera bastante inmóvil, esclerotizada: primero viene la teoría, luego la práctica o, como mucho, de la práctica puede surgir un desarrollo, una profundización, una deformación de la teoría. Los anarquistas, como veremos, lo ven un poco diferente.

Así pues, el desarrollo de la doctrina del anarquismo. Hacia finales del siglo XVIII comienzan a difundirse las primeras teorías anarquistas, teorías que —junto a otras— contribuyen a preparar el gran trastorno de la época: la Revolución Francesa.

El primer pensador es William Godwin y centra la atención en la relación entre el Estado y el ciudadano. Una relación importante de la cual nace la posibilidad de un orden constituido, de mantener organizaciones y estructuras en la vida cotidiana del ciudadano. Toma partido por primera vez de manera clara contra la tesis hobbesiana del homo homini lupus [1], busca hacer ver cómo dentro de la dimensión contractual podría existir también una visión, digamos, crítica; una limitación de la que será la concepción de Jean Jacques Rousseau. Estas primeras aproximaciones de Godwin están bastante desarrolladas, y constituyen el primer cuerpo doctrinal del anarquismo, el cual atraviesa, no indemne, el gran fuego de la Revolución Francesa.

Esta revolución es uno de los elementos de transformación de la realidad europea y mundial de la época. Dentro de ella no se encuentran sólo las grandes fuerzas autoritarias del jacobinismo, las otras expresiones en las cuales se dividió la estructura de poder que se estaba formando en la composición revolucionaria de los primeros días insurreccionales, sino que existe también una fuerza popular, una fuerza que viene desde abajo, que es la expresión de determinadas necesidades, de determinadas exigencias, particularmente del sufrimiento de la gente pobre; y hay también pensadores que expresan de una manera cargante, violenta, periodística —del todo nueva en aquella época— el sentido profundo de ese sufrimiento.

El segundo punto importante del desarrollo histórico del anarquismo se halla un poco más adelante, y lo representa la figura de Pierre Joseph Proudhon.
Proudhon es importante porque es un pensador proletario, viene del pueblo. Hijo de un zapatero, es autodidacta pero capaz de entender de qué manera se está transformando la estructura social de su época. Es quien elabora, por primera vez de forma profunda, el concepto de lucha de clases en términos diferentes a aquellos que serán luego, más adelante, los términos marxistas. Es quien elabora el concepto de federalismo libertario. Profundizará después el concepto de mutualismo como apoyo a la producción de base en ausencia del capitalismo; la sustitución de la producción coordinada por el mercado o colectivizada en una serie de controles desde arriba por un sistema de pactos y acuerdos recíprocos, libremente establecidos entre grupos de productores, y libremente coordinados a nivel cada vez más amplio de manera federalista. Con Proudhon se desarrolla el estudio de la estructura de la realidad, de los movimientos espontáneos y forzados que la constituyen, de las fuerzas visibles e invisibles que parecen condicionarla, y de los distintos medios que las personas poseen para unirse entre sí, recogiendo sus fuerzas en un esfuerzo común de liberación. Una profundización teórica de enormes dimensiones que Proudhon ha entregado a las generaciones siguientes, pero que hasta el momento no ha sido estudiada seriamente.

El pensador —y es reductivo definirlo como pensador— que apreció a Proudhon y del cual a mi me interesa dar algunas indicaciones es ciertamente Bakunin. Un gigante fascinante que viene de Rusia y que transforma la realidad europea con su acción revolucionaria, con sus proyectos organizativos a veces contradictorios, otras veces de una extrema lucidez política, que asusta a los gobernantes de todo el mundo con sus ideas subversivas y destructivas, con su impresionante capacidad de intervención y de elaboración teórico-práctica. Las ideas que pone en circulación Bakunin se pueden resumir en unas pocas palabras; la anarquía debe lograr desencadenar las fuerzas primarias de las personas, es decir, su capacidad de transformar la realidad debe colocar en la balanza de la contraposición de clase un trastorno absolutamente nuevo, sin el miedo a que de este choque surjan figuras sociales impresionantes: caos, convulsiones, desbaratamientos, desorden. Así, Bakunin no teme al desorden, más bien lo contrario, lo busca como la única fuerza liberadora que las personas tienen a su disposición. Bakunin es esencialmente un portador del desorden.

Este hombre, que durante toda su vida pensó y organizó estructuras bien precisas, redactó reglas, buscó realizar formas organizativas bien precisas, era esencialmente un desordenado. Un hombre que vivió una vida desordenada. Un aristocrático que no consiguió liberarse de su particular concepción de la vida, de la vida que jugaba con coraje, si quieren exasperándola, también en las barricadas, no sólo en la mesa de trabajo; pero un hombre que supo traer a Europa ese viento del caos cosaco, indispensable para la revolución. Los europeos de mediados del siglo XIX no sabían cuan peligroso era el orden que por todas partes se buscaba instaurar. El Estado con su represión, los revolucionarios autoritarios con sus leyes virtuistas [2] e igualizantes. Este representante salvaje del pueblo eslavo, hombre de inmensa cultura y de grandioso corazón, consiguió traer la idea y la práctica de la anarquía a Europa.

Algunos años más tarde, otro ruso llega a Europa. Es un científico, un geólogo, un geógrafo, un gran investigador. Kropotkin es el otro aspecto de la contribución que Rusia y el pueblo eslavo dan a la vieja Europa. Es un hombre de orden, no un hombre de orden en el sentido de la conservación, sino en el sentido del nuevo orden social que sueña con tratar de manera profundizada, en el sentido de la organización científica del pensamiento anarquista. Por primera vez, con Kropotkin, el pensamiento anarquista recibe una sistematización de todos sus aspectos. Su teoría se basa en la hipótesis de la bondad natural de las personas, en la tendencia espontánea a la colaboración dentro de la especie y no al conflicto. Partiendo de esta construcción, por primera vez realizada detalladamente en El apoyo mutuo, Kropotkin desarrolla toda una serie de intervenciones revolucionarias, en las cuales, según su tesis, la propaganda, el trabajo entre las masas, dentro de las estructuras de las masas, constituye un momento, un lugar, un acto con el cual se coloca una semilla bajo la nieve. Aunque la realidad sea negativa en un momento dado, cubriendo la semilla y haciéndola desaparecer, tarde o temprano ésta germinará.

Por lo tanto, desarrolló una idea determinista del pensamiento y de la acción anarquista paralelamente al nivel de investigación científica de su época. Como saben, la ciencia había festejado los grandiosos resultados de la mecánica, tanto celestial como terrenal, y estos grandes resultados habían llevado a considerar a la ciencia capaz de resolver todos los problemas de las personas.
Kropotkin recoge el mensaje científico del determinismo de su época y construye el proyecto de una anarquía dirigida de manera determinista hacia la solución del problema social del género humano y la construcción de una sociedad futura libre y feliz.

El punto esencial del pensamiento de Kropotkin es que dentro de la estructura actual, una estructura evidentemente de contraposición, de explotación, existen ya en marcha, si bien no visibles, las fuerzas que fundarán la sociedad libre y la sociedad anarquista de mañana. Así, en un cierto sentido, Kropotkin dice que la anarquía no se construye en el futuro sino que existe ahora, simplemente debe ser apoyada y desarrollada.

Antes de Bakunin y antes de Kropotkin, otro pensador, del cual hemos hablado ayer —los presentes lo recordarán— es Stirner [ver la conferencia del 13 de enero de 1994, hecha en la misma Facultad de Filosofía de la Universidad de Florencia, con el título «Max Stirner, il filosofo dell’Unico. Teoria dell’individuo», publicada en Teoria dell’individuo. Stirner e il pensiero selvaggio, Edizioni Anarchismo, segunda edición, Trieste 2004].

Stirner es el exponente más importante del individualismo anarquista, que con la teoría del único desarrolla la posibilidad de una idea completamente diferente, una idea que no tiene en cuenta los aspectos de la estructura de masa, que no tiene en cuenta los aspectos organizativos, sino que reafirma solamente el discurso del individuo en tanto que egoísta, de su desarrollo, de su propiedad, de su estructuración dentro de la unión de egoístas, etcétera. Pero de esto hemos hablado mucho ayer.

Según creo, todo este desarrollo del pensamiento anarquista, el cual se podría detallar en muchísimos otros representantes, está bien cerrarlo aquí. Me doy cuenta de que excluyo a una parte muy grande del pensamiento anarquista, basta pensar en la considerable importancia de Malatesta que introduce su crítica y su acción en el discurso de Kropotkin mejorándolo, perfeccionándolo con la hipótesis del voluntarismo anarquista. Con Malatesta, la rigidez determinista del pensamiento científico de Kropotkin es mitigada por la voluntad del individuo de intervenir en la transformación social, de poseer su significatividad en la acción contra la realidad opresiva que tiene delante. Entonces, piensen en la gran importancia de Errico Malatesta considerando también este singular problema.

Paralelamente al desarrollo de estas teorías que, como pueden constatar, cubren un espacio de tiempo de 120 años, en la práctica hubo luchas. Los que han estudiado historia conocen con precisión las fechas: finales del siglo XVIII, 1848, 1871, 1917 [3] . En estas fechas, entre estas fechas, o sea, entre los intentos de destruir el dominio, la reestructuración del Poder, los aspectos revolucionarios, el reforzamiento del conservadurismo, los golpes de Estado, la formación de las distintas estructuras de defensa y de resistencia por parte del proletariado, las revoluciones, el aporte de los anarquistas va perfeccionándose, es decir, se va cualificando desde el punto de vista de la determinación de una estrategia y de una teoría anarquista. Se diferencia, se cualifica y se identifica en dos tendencias bien precisas, aunque no se puede decir que están efectivamente separadas entre sí. Una tendencia que podríamos definir como asociacionismo libertario y otra que podríamos definir como individualismo libertario. Estas dos tendencias, repito, nunca completamente separadas entre sí, muchas veces en contraste —incluso violentamente—, persisten y atraviesan toda la historia del anarquismo.

El asociacionismo libertario nace de una reflexión, de una estrategia y de una práctica muy simples: el Capital, después del inicio de la producción industrial, se ha ido consolidando en grandes estructuras anónimas, en grandes complejos industriales, especialmente en considerables inversiones, en enormes trust interestatales, particularmente en la explotación colonialista e imperialista. De cara a este desarrollo de las cosas, no era difícil entender que la formación capitalista estaba volviéndose cada vez más visible, lo mismo que el Estado y su función de apoyo a la estructura productiva. Era un nuevo tipo de Estado que se vislumbraba, el Estado del triunfo de la burguesía, bien manifestado en la música de Rossini y en los lujosos palacios parisinos, desde la Sorbona hasta Luxemburgo. La visión directa de la opresión y de la descarada gloria del vencedor debía ser espantosa. Fábricas, personas, edificios, cuarteles, etcétera. Una impresión terrible que todavía hoy perdura al mirar esos edificios, símbolos vivientes de la opresión, los cuales incluso hoy dan la sensación de la pesadez de la burguesía francesa de la primera mitad del siglo XIX. La conciencia de sí se realizaba en la expresión arquitectónica de la misma manera que unas décadas más tarde se realizará en el derribo de los viejos barrios proletarios parisinos. Todo aquello da muestras de la conciencia de una burguesía triunfante en un Estado unitario. Algo así no se percibe en la modesta arquitectura británica y, dentro de ciertos límites, sí que se ve —aunque de manera diferente— en la arquitectura de las grandes ciudades italianas o alemanas, porque la intención de estos edificios estaba más dirigida a subrayar la unidad nacional que la consolidación de la fuerza de la burguesía.
Pero, para volver a nuestro discurso, el modelo que el asociacionismo libertario tenía era el de un Capital triunfante, el del Estado unitario francés, sólo en segundo lugar el inglés, de forma inteligente menos inclinado a la ostentación barroca. Contra esta estructura era contra lo que necesitaba unirse, juntar fuerzas y atacar.

El primer intento considerable que se hizo fue, como todos sabemos, el de la Primera Internacional. La organización de la Primera Internacional la conocemos. Una estructura con fortísimas características sindicales, es decir de defensa, de defensa del puesto de trabajo, de defensa de la estructura productiva, de defensa de la profesionalidad y de la capacidad productiva de cada uno.

En los conflictos internos de la Primera Internacional se puede ver que no todos sus grandes exponentes tuvieron un concepto de tipo asociacionista. Seguramente lo tenía Marx, ese concepto centralizador de tipo asociacionista y defensivo. El concepto de Bakunin era diferente, ya que tenía una concepción que buscaba respaldar al componente menos significativo —menos fuerte desde el punto de vista salarial— de los adherentes a la Primera Internacional.
El choque principal entre Marx y Bakunin en el seno de la Primera Internacional se registra en el enfrentamiento que hubo cuando sucedieron las primeras huelgas organizadas en Ginebra, cuando Bakunin se puso del lado del proletariado inmigrante, sustancialmente peones de la construcción, mientras que los marxistas se pusieron del lado de los llamados trabajadores de fábrica, que eran montadores y especialistas relojeros.

Esta considerable diferencia nos lleva a entender cómo también dentro de la clase obrera de la época existía lo de siempre: un proletariado y un subproletariado. Una clase explotada, sin duda, pero en un cierto sentido privilegiada por la seguridad de su salario y de su trabajo, y una clase provisoria, precaria, menos segura de su futuro. De todos modos, volviendo al discurso de la Primera Internacional, el asociacionismo del cual hablamos continuará después del fracaso de la Primera Internacional, después de la defenestración de Bakunin y todo eso; continuará y se desarrollará, dando vida, mucho más tarde, al sindicalismo revolucionario, a las ideas del anarcosindicalismo, etcétera, llegando hasta nuestros días, manteniendo intacto el concepto de luchas intermedias, el método reivindicativo, la importancia de la defensa de los salarios, etcétera.

El concepto principal, el elemento fundamental del asociacionismo libertario, se puede resumir en la idea de que las estructuras organizativas del sindicato revolucionario y anarquista deben ser capaces de garantizar el pasaje del mundo en el cual vivimos, dividido en clases, a la sociedad libre de mañana. Por lo tanto deben ser las estructuras mismas que, apropiándose de los medios de producción por medio del avance del proceso revolucionario, los sustraen a la propiedad privada, al capitalismo, y los colocan en manos de la sociedad de los trabajadores, la sociedad futura liberada, o ya sea anarquista.

En contraposición a estas ideas, en una línea completamente diferente (y no estamos aquí para hacer un juicio de calidad, es decir, no buscamos establecer quién tiene razón y quién está equivocado, quién ha tenido razón y quién ha estado equivocado, históricamente hablando), pero paralelamente al asociacionismo libertario se desarrollan el individualismo anarquista y el individualismo libertario. ¿Qué significa esto? Significa que los anarquistas son personas que tienen una visión particular de la vida. El rechazo de la autoridad es el rechazo de toda autoridad. No sólo de la autoridad que lleva grados, de la autoridad que lleva uniforme, de la autoridad que se resume en la figura del patrón. El anarquista ha sido capaz de desmoronar esta fachada, mirar debajo y entender, ha sido de los primeros —y muchas décadas antes de que este argumento se tratase de manera normal en las aulas universitarias, mucho antes— en entender que detrás de las figuras más evidentes del Poder habían otras figuras, que estaba la familia, la estructura familiar con el poder dominante del macho, la figura del padre-patrón; estaba la figura todavía más complicada del maestro que educa, que enseña; estaba la figura del líder revolucionario, del líder político, del líder sindical. ¿Qué son estas figuras que emergen, que aparecen? ¿Son personas dotadas de capacidades particulares? ¿O surgen por el hecho de tener, digamos, más tiempo que los demás para dedicarse a profundizar sobre ciertos problemas? ¿O porque han recibido de otros una delegación que consiente que ellos se puedan dedicar a determinados problemas y, por lo tanto, como intuyó Bakunin, independientemente de que se les ponga a disposición una eventual suma de dinero, acaben teniendo y ejerciendo un poder real, y acaben entonces luchando para conseguir mantener sobre los demás un dominio concreto? Los anarquistas habían entendido a tiempo este muy difícil problema y, por lo tanto, gracias a esto habían entendido también la importancia y la necesidad de una crítica del asociacionismo.

Sí, está claro, el Capital es fuerte, las estructuras que tenemos delante nuestro son monolíticas. Pero, ¿qué precio debemos soportar por juntarnos y combatir esta estructura de dominio en su propio terreno? ¿El precio es aceptar una forma diferente de dominio, ilusionándonos con que esta forma es transitoria y que mañana, llegados a una posible situación liberada, quien nos había guiado hacia la victoria volverá a casa, abandonando su posición de dominio? ¿O esto no ocurriría jamás porque esta gente querrá permanecer en su puesto privilegiado? Estos análisis críticos han sido hechos principalmente por los individualistas, porque cuando fueron hechos por los asociacionistas libertarios y anarquistas, solían encontrar pequeños remiendos: la delegación rotativa, el mandato imperativo, el mandato revocable. Se sabe que éstos son medicamentos y no la cura del mal. Mientras tanto el individualista dice: «A mí este asunto no me interesa, me tiene sin cuidado, si debo encontrar a mi compañero —como afirmaba Stirner— siempre encontraré a alguien que se unirá a mí sin prestar juramento a ninguna bandera, sin fijar ningún tipo de acuerdo que nos ligue más allá de la cosa específica que debemos hacer juntos»; y de estas elecciones individualistas saldrá una práctica diferente del anarquismo. Es la Belle Époque.

En el siglo que todavía no ha escuchado tronar los cañones de la Primera Guerra Mundial, los ricos comienzan a sentir los golpes de la dinamita de la propaganda por el hecho, o sea, del recurso a la acción directa. Es el ataque directo, inmediato, contra personas responsables de determinadas acciones, contra estructuras que hacen posible la explotación de manera total. Es el periodo que quizás ha contribuido de manera excesiva a alimentar la iconografía de un cierto anarquismo, el periodo de Bresci, que mata a Umberto I, de Caserio, de Ravachol. De todos modos, no quiero alargarme sobre estos hechos que han fascinado y continúan fascinando a tantísimos compañeros.
Pero mejor demos un paso atrás para hablar del análisis anarquista de la estructura del Poder, porque no hay duda de que el análisis del Poder es central en el anarquismo.

Ahora bien, que la estructura del Poder es visible, que golpea a la percepción inmediata, a la vida cotidiana, que se filtra a través de la organización precisa de nuestras funciones como ciudadanos, de participantes en las cuestiones públicas, etcétera, es un hecho que no sólo los anarquistas comprendieron, sino que todo el mundo puede entender perfectamente, digamos que a partir de la Revolución Francesa. Pero muchas veces este análisis ha sido reducido a la llamada expresión política. Y de esta forma reduccionista del análisis del Poder, se ha deducido la necesidad de que haya alguien que se haga cargo de la gestión de las cuestiones públicas, que esto sirve, es necesario, y por lo tanto lo importante es que esta necesidad sea reducida al mínimo mal posible. Ésto antes de que hubiese la democratización del Poder: abajo el tirano, ya sea uno o muchos, intentemos racionalizar el Poder. Entonces monarquía, monarquía constitucional, república, república parlamentaria.

Pero los anarquistas habían entendido otra cosa: que en todo este juego de facciones, en toda esta llamada evolución de sistemas políticos la única cosa que había que hacer era intervenir como portadores de un método de lucha específicamente anarquista, que tenía que ser aplicado en cualquier lucha intermedia, es decir, participaban no tanto por el resultado —que más o menos, ya se sabía, servía siempre para la reconstrucción del dominio— sino para intentar alargar la validez de la metodología anarquista. Por ejemplo, los anarquistas estaban contra la monarquía e implícitamente, casi siempre, parecían estar a favor de la república. Pero esta participación en la lucha no era por ser republicanos, sino por ser compañeros revolucionarios y anarquistas que luchaban (con ciertos medios y no con otros: por ejemplo, no mediante la expresión electoral) contra la realización más aguda y significativa de la burguesía y de quienes están en el Poder, como por ejemplo la monarquía, para luego luchar contra la república. Este razonamiento implica dos aspectos interesantes. Primero: un análisis del Poder diferente, es decir, capaz de llegar a la conclusión de que no existe un Poder ideal, sino que el único Poder ideal es aquél que no existe. Segundo: que es necesario posicionarse siempre de un modo crítico frente a la estructura que tenemos delante nuestro y buscar mantenerse fuera de ésta, ya que no es posible una intervención de lucha dentro de la estructura. Rechazo, pues, de las clásicas categorías del entrismo [4] , rechazo del parlamentarismo representativo, rechazo de todas las estructuras que tienen características institucionalizadas, como por ejemplo los partidos, pero también rechazo de aquellas organizaciones paralelas que se transforman en sostenedoras engañosas y encubiertas de la cola estatal, como por ejemplo las organizaciones del voluntariado. Toda esta miseria política es dejada a un lado, lo que significaría la crítica del Poder como crítica de la política.

Pero la crítica de la política hecha por los anarquistas no es sólo una crítica del Estado. Porque no sólo la expresión del Estado es política. No es política sólo la acción del Estado. Por este motivo los anarquistas son antipolíticos, porque son contrarios también a aquellas que son las expresiones de la polis, en el sentido griego del término, es decir, de la sociedad por como está realizada y por como está históricamente organizada. Los anarquistas, por lo tanto, son portadores de una acción de tipo antisocial. No son para nada defensores de una lucha que se introduzca en lo social.

Muchos de los discursos hechos en los últimos veinte años tienen una característica equívoca. Cuando se ha hablado de luchas anarquistas en lo social, se ha hecho para no parecer extraterrestres, para no parecer portadores de algo poco comprensible a la gente. Pero los anarquistas tienen muy poco que ver con la sociedad. Con esta sociedad. Porque está claro que el Poder no se encuentra sólo en los centros de decisiones, sino que desde aquellos centros impregna toda la realidad social. La sociedad es una expresión del Poder, no es la pobre Cenicienta que soporta las órdenes de la madrastra que se viste con el traje del jefe de Estado, del policía, del juez. Forma parte del Poder —tiene su responsabilidad y su complicidad con el Poder— también quien sufre la explotación, también el explotado, también el obrero. También la estructura productiva es cómplice del Poder, también la estructura productiva capilar, periférica. Esto lo han comprendido los anarquistas y lo han denunciado en todas sus intervenciones en el ámbito de la actividad laboral y de la conflictividad social. Desgraciadamente, y ésta es una responsabilidad histórica suya, una responsabilidad histórica nuestra, una responsabilidad personal mía, si se prefiere, lamentablemente no hemos sido capaces de tomar con coraje este argumento en los últimos veinte años, decir que los responsables no sólo son aquellos que están en Montecitorio [5] , o los que visten la túnica del juez, sino también aquel que soporta la explotación sin rebelarse, quien simplemente consigue arreglárselas para llegar a fin de mes. Es éste también un elemento del Poder y es también contra esta estructura, contra estas personas, contra esta realidad que los anarquistas se mueven y buscan desarrollar su crítica en todos los aspectos de la vida.

Por lo tanto, la crítica del Poder no quiere decir solamente crítica del Estado, sino también crítica de la familia, crítica de las estructuras familiares, crítica de un amor vendido a granel, día tras día, crítica de la sumisión de la mujer y crítica de la sumisión del hombre en relaciones no recíprocas, muchas veces vaciadas de todo contenido afectivo, simplemente santificadas por una detallada fórmula jurídica. Porque es esto lo que forma el Poder, éste es el ejercicio del Poder en la realidad cotidiana. La crítica del Poder en la escuela, de la relación que se ha creado en la escuela entre profesores y alumnos, crítica de los profesores a los que se les decía: «No, ustedes deben enseñar más los viejos contenidos institucionales en las materias de estudio del pasado, den el 6 político [6] , porque queremos tener este pedazo de papel». Y, ¿qué ha hecho la estructura de la enseñanza institucional? Ha vaciado todo de contenido: sí, se da el título, el diploma, con los resultados que se pueden ver por doquier, con sus niveles de pérdida de cultura. ¿Para qué les sirven esos trozos de papel ahora? Ahora se intenta decir al profesor: «No, tu nos debes dar realmente el contenido, ahora danos el contenido, no nos interesa más el trozo de papel; queremos saber, porque nos hemos dado cuenta de que sin conocimientos no encontramos un puesto de trabajo».

El estudiante, en ese columpiado movimiento de sus peticiones históricas de los últimos veinte años, qué cosa ha conseguido expresar sino su miseria, en cuanto persona miserable que acepta y mendiga un aspecto del Poder: la participación en la dirección de la sociedad del futuro. Porque en las aulas universitarias, aquí dentro, en aulas como ésta, se preparan los directivos de las clases del futuro y, por lo tanto, se preparan dos tipos: o un imbécil o un miserable. El trabajo, más de lo mismo. No es que el Poder se sitúe, como decíamos, lejos, en un lugar tan remoto que basta simplemente con asesinar a Umberto I para resolver el problema. El Poder está también dentro de las fábricas, en el interior de las fábricas donde es prácticamente desmenuzada la misma capacidad de intervención, de lucha, de contraposición; donde todo ha sido consignado en las manos de los delegados sindicales, donde hoy por hoy hablar de huelga comienza a ser una pantomima sin significado, o una ilusión; donde las prácticas cotidianas —que en un momento eran significativas y muy dolorosas para la parte contraria—, las prácticas de sabotaje se han vuelto raras e inexistentes; donde se corre el riesgo de ser tomados por provocadores, nada más insinuado un discurso de este tipo; donde el obrero hoy por hoy no espera más que participar en su pequeña cuota de poder. Los anarquistas lo han entendido. Desgraciadamente, no abordé, a su debido tiempo, las consecuencias lógicas y operativas de esta crítica del Poder.

¿Qué esperamos de la crítica de la ciencia, de la tecnología? ¿Esperamos que los trabajadores de la ciencia, los tecnócratas, consigan resolver los problemas de la sociedad? ¿Que consigan producir energía limpia, impedir la contaminación del mundo en el que vivimos? ¿Que consigan desarrollar un posible uso racional de los «recursos», que son limitados y cada vez lo serán más? ¿O simplemente esta categoría de personas no hace más que llevar a cabo su parte en el proyecto del Poder? ¿Qué podemos decirles? ¿Que estén más atentos, que desarrollen mejor sus investigaciones, que sean más cautos, que nos den una energía nuclear más limpia? ¿Qué podemos pedir? O debemos borrar a la ciencia de una perspectiva de mejora y desarrollar una crítica que sea radical, realmente destructiva, situar a los técnicos y a los científicos frente a su responsabilidad, porque son ellos los hombres del Poder, no sólo el presidente o el jefe de Gobierno.

El Poder ha continuado pulverizándose, fragmentando las estructuras. Porque poco a poco se ha pasado de la vieja concepción del Poder dictatorial, incluido dentro de instituciones bien precisas, el Poder se ha extendido a la sociedad y por lo tanto se han vuelto instrumentos del Poder también las organizaciones de resistencia, aquellas mismas organizaciones que en un comienzo fueron organizaciones de resistencia, de defensa de los intereses del proletariado, de los intereses de los explotados. Pensar en los partidos, por ejemplo en los partidos de izquierda. El Partido Comunista, tal como fue pensado en la hipótesis, a su modo revolucionaria, del materialismo dialéctico.
Estos partidos son estructuras del Poder, no tanto porque de una forma u otra se hayan apoderado en algunas ocasiones del Poder y hayan llevado a cabo sus programas a fondo, incluyendo genocidios en masa y todo eso, sino por su tendencia congénita a ser instrumentos de poder.

Se puede pensar también, por ejemplo, en el análisis de Lenin sobre la participación en las elecciones. En una carta creo, Lenin dijo:

«A nosotros no nos interesa participar en masa en las elecciones, conquistar la mayoría en el parlamento, nos interesa una representación política parlamentaria, aunque no sean más que uno o dos diputados, porque ésta puede ser portavoz de lo que sucede en la calle».

Aparentemente este análisis puede ser expuesto por personas que no son leninistas. Aun así se trata de una tesis que escoge la participación limitada en las elecciones, de forma funcional a la conquista del Poder. De hecho enlaza, y pone a disposición de la estructura política, el movimiento de calle, impidiendo que éste se desarrolle, ya no digo autónomamente, pero sí según aquellas capacidades de crecimiento creativo sugeridas por la situación, por las necesidades, por el sufrimiento, por la explotación específica, siendo todos estímulos que están presentes y que hacen crecer el movimiento de calle. Por el contrario, en el concepto leninista de Poder, también en este ejemplo particular, hay una proyectualidad que canaliza las manifestaciones espontáneas hacia la óptica de la conquista del Poder. Por lo tanto, en la acción del partido y en la organización de defensa del proletariado (partido y sindicato como correas de transmisión, sin importar cual domina sobre cual, ya que se remiten recíprocamente las tareas) hay ese aspecto del Poder, por lo cual la gestión del Poder in nuce vigila la gestión futura del Poder, una vez conquistado.

Pero los anarquistas han desarrollado una crítica aún más profunda, aquella referente al delegacionismo. Han dicho siempre: «no es posible delegar en otros lo que podemos hacer nosotros». Esto es algo importante, porque parece muy natural que una persona, la cual no consigue hacer algo, recurra a una prótesis, extienda sus posibilidades haciéndose asistir por otra persona.
Ahora, este concepto tan espontáneo, tan humano, es augurio de muchas consecuencias negativas. Quien recibe la delegación se cree revestido de un poder que se puede extender, que puede crecer, también en los casos de un delegacionismo lo suficientemente limitado. Es por tanto llevado a utilizar dicho poder, claro que con las mejores intenciones, al menos en un principio. Además, ¿por qué recibe esta delegación? Porque le es reconocida una capacidad, una capacidad técnica, una capacidad teórica, quizás una capacidad mínima, estúpida, como la de saber hablar por otro, una capacidad imbécil, como la de saber escribir por otro, cosas de importancia secundaria, pero que a la larga constituyen elementos sobre los cuales se construye el Poder del individuo, el Poder de mañana. Los delegados siempre son personas muy peligrosas (y yo soy una de esas personas peligrosas, y a personas como a mí jamás debería serle concedida una delegación porque podría ser atraído para hacer de ella un mal uso). También hablar en lugar de otros es delegación, es un hecho negativo. Así pues, todo lo que estoy diciendo aquí siempre debe ser visto bajo una luz crítica. Claro que se trata, en los casos como el que hoy estamos viviendo juntos, de un riesgo limitado. Ante todo, podría decir unas estupideces, pero para obviar eso basta con que lo que diga sea atentamente valorado. Luego porque, en delegar en mí para hablar, los compañeros organizadores acordaron conmigo un tema lo suficientemente cerrado y quisieron saber primero de qué hablaría, aunque sea a grandes rasgos, reservándose evidentemente la posibilidad de interrumpirme diciendo: «para, estás diciendo estupideces». Y entonces, como ven, en este caso se trata de un delegacionismo de lo menos peligroso. Pero el problema persiste.

Pensemos en otro tipo de delegaciones, por ejemplo en las delegaciones sindicales, en las delegaciones de organizaciones específicas. Es decir, cuando el movimiento revolucionario se vio forzado a dar vida a organizaciones clandestinas de lucha, a organizaciones armadas capaces de atacar y contraatacar a aquellas estructuras realizadas por el Poder para la opresión, la explotación, el control, etcétera. Dentro de estas organizaciones específicas, está la cuestión de la disponibilidad de las técnicas de competencia; por ejemplo, quién sabe utilizar determinadas cosas fácilmente ocupa un puesto de dominio, un puesto de relevo, y se vuelve a menudo casi insustituible. Prueben quitarlo de aquel puesto, supriman el juego de la personalidad. ¿Cómo hacerlo? No es fácil. También dentro de las organizaciones anarquistas sucede esto. Ya que no sucede de un modo descaradamente claro, en un sentido tipo «yo soy general, tu coronel, debes hacer lo que te digo», el problema es todavía más difícil.

Muchos años atrás tuve una conversación con Cipriano Mera, albañil de profesión que durante la Guerra Civil Española fue nombrado general de cuerpo del ejército republicano, responsable de la contraofensiva anarquista que se intentó poner en práctica también contra los comunistas [7] en los últimos meses de la guerra. Él decía no haber afirmado nunca que, siendo general, si daba una orden a un coronel éste debía obedecer. Como compañero anarquista nunca podría haber dicho algo así. Pero encuentro extraño que negara esta afirmación (además de que había una grabación de estas palabras, pronunciadas en un mitin público). Según creo yo, es legítimo que un general dé una orden a un coronel y es natural que un coronel deba obedecer, y es algo legítimo también para los anarquistas que (por desgracia para ellos) se encontraban combatiendo dentro de una organización militarista, o sea, una guerra de línea en la cual estos participan en un frente constituido por fuerzas republicanas, populares, comunistas, liberales, internacionalistas de todo tipo, etcétera. En este caso, los anarquistas deben participar en la lógica del juego. No pueden participar como anarquistas en una guerra de línea. Deberían haberlo pensado antes. Antes, cuando aceptaron ir al Gobierno. Deberían haberlo pensado antes, cuando aceptaron crear las grandes organizaciones sindicales que los obligaron a ir al Gobierno. Deberían haberlo pensado antes, cuando tomaron la senda del asociacionismo libertario.
España es ese gran teatro en el cual se ha llevado a cabo la revolución anarquista más amplia y significativa y donde, por desgracia, se han visto los errores más grandes. El asociacionismo de defensa llevó a la gran organización sindical, con más de un millón de participantes: la CNT. La gran organización llevó al dilema: entrar o no en el Gobierno. Se entró en el Gobierno. La entrada en el Gobierno llevó a la aceptación de la guerra, la guerra de línea, la guerra normal, la guerra entre dos frentes. En el ámbito de una guerra entre dos frentes, un general —puede que sea incluso anarquista— si da una orden a un coronel, éste debe responder «si señor» y obedecer.

Como ven, el Poder se infiltra en las estructuras de la transformación y una vez infiltrado llega hasta nuestra casa, se acerca hasta donde nos encontramos, duerme con nosotros y ya no conseguimos identificarlo y debemos aceptar sus reglas. No podemos decir: «no, yo soy anarquista y la guerra la hago a mi manera». He aquí por qué, pasando a otro argumento, los anarquistas siempre han sido abstencionistas. Por qué siempre han rechazado participar en las elecciones. Han habido momentos de debate, y todavía hay uno en curso —aquel empezado por el municipalismo libertario, que acepta las elecciones administrativas—, pero en líneas generales todos los anarquistas están contra las elecciones. Aun así, no se puede negar que nada más el asociacionismo libertario, y particularmente las expresiones organizativas del sindicalismo anarquista revolucionario, toman unas dimensiones significativas, o sea, crecen numéricamente y constituyen un peso político en la situación en la cual operan, se encuentran con una gran contradicción. «¿Por qué nunca van a las elecciones locales?» pregunta la gente. La gente no se plantea tantos problemas filosóficos. «Si están convencidos de que su estructura es interesante, si ha sido hecha por los intereses de los trabajadores (supongamos que en una pequeña ciudad donde el fenómeno es posible que suceda con una cierta facilidad), ¿por qué no participan en las elecciones?». Por ejemplo, sé que recientemente hubo un debate de este tipo en Spezzano Albanese [8], donde los compañeros del lugar tienen una fuerte estructura sindical. La gente de ahí les preguntó por qué diablos no se presentaban a las elecciones administrativas. Algo parecido sucedió en los años cincuenta en Castelvetrano, en Sicilia, donde los compañeros del lugar, al frente de una gran organización de defensa de los jornaleros, en su momento aceptaron participar en las elecciones administrativas.

Sobre este tipo de objeción nace, por ejemplo, el gran debate de origen estadounidense en lo referente al municipalismo libertario [9] . Personalmente lo considero un discurso de poca importancia, mientras que son mucho más importantes las motivaciones que llevan al abstencionismo. Para los anarquistas esto no se limita sólo al rechazo de participar en las elecciones. No se limita al rechazo del voto como gesto simbólico, y todavía menos a recurrir a soluciones secundarias, como el voto en blanco, etcétera, sino que significa esencialmente el rechazo activo del papel de delegante. El abstencionismo quiere indicar la posibilidad de construir organizaciones que buscan resolver los problemas sociales de una manera diferente al de la participación en las elecciones. Organizar a la gente, si es posible, para resolver de una manera distinta las necesidades de la realidad de la zona, sugiriendo estructuras nuevas, como los consejos de zona, formas diferentes que pueden ser pensadas y puestas en práctica para fijar enlaces entre las realidades de las distintas zonas, etcétera. Pero éste es otro tema.

Los anarquistas están además contra el antimilitarismo (¡ay!, aquí el lapsus, como veréis el lapsus no aparece nunca de un modo totalmente accidental, de hecho los anarquistas también están contra cierto tipo de antimilitarismo). Pero para evitar equívocos desagradables, busquemos ser más claros. Me corrijo: los anarquistas están contra el militarismo. Sobre esto no hay duda. Están contra el militarismo, no en nombre de una concepción pacifista monótona. Están contra el militarismo principalmente porque tienen una concepción diferente de la lucha. O sea que no tienen nada contra las armas, no tienen nada contra el concepto de defensa de la opresión. Pero en cambio tienen mucho contra un cierto uso de las armas, buscado u ordenado por el Estado, organizado por las estructuras represivas. Tienen mucho que decir sobre el uso militar de las armas. Mientras que, por el contrario, están de acuerdo —por lo menos en su gran mayoría— con el uso de las armas contra el opresor, el uso de las armas contra quien oprime y explota, el uso de las armas en una guerra de liberación. El uso de las armas contra determinadas personas, contra determinadas realidades de la explotación.

Y hasta es una equivocación decir «los anarquistas son antimilitaristas» cuando esto equivale a decir que son pacifistas. Los anarquistas están contra el militarismo no porque sean todos pacifistas. No tienen nada contra lo que simboliza el arma ni pueden aceptar una condena en general de la lucha armada —por usar un término estrechamente técnico que merecería una larga reflexión—. En cambio, están totalmente de acuerdo con el uso particular de las armas. ¿Cuáles usos? Aquellos en los que estos objetos sean utilizados para liberarse, porque no será posible ninguna liberación de forma pacífica. Porque quien tiene el Poder jamás será tan amable como para hacerse a un lado, de buena gana, sin resistir y sin intentar mantenerlo a cualquier precio.

Ahora intentemos llegar a una conclusión. ¿Cuáles son, de hecho, las organizaciones que los anarquistas construyen? Históricamente han construido dos tipos, dos formas de organización. Estamos hablando de la organización específica, de la organización de los anarquistas y no de la organización de los trabajadores. Cuando hablamos del asociacionismo libertario, no hablábamos del asociacionismo de los anarquistas, influenciado, caracterizado por la presencia de los anarquistas. No es que los trabajadores sean necesariamente primero anarquistas y después trabajadores. Primero son trabajadores, explotados, y luego, si es el caso, anarquistas. La gran organización anarquista española de 1936, la CNT, no estaba constituida sólo por anarquistas; sus miembros eran mayoritariamente socialistas. Frente a más de dos millones de miembros inscritos a la CNT, la FAI llegaba, si no me equivoco, a cerca de 150.000 miembros. Ésta era la proporción. Pero intentemos centrar nuestra atención en la organización específica de los anarquistas, dejando de lado las formas organizativas sindicales.

La primera forma creo poder definirla como organización de síntesis. La segunda como organización informal. ¿Qué diferencia hay entre estos dos aspectos de la organización específica de los anarquistas?

La organización de síntesis es una organización de compañeros anarquistas que se dan un estatuto, una forma organizativa, la cual se articula en diferentes secciones, que se pueden llamar comisiones —o de otra manera si se prefiere— y cada una de estas secciones se interesa por un problema particular de la sociedad: el trabajo, la escuela, la actividad científica, el militarismo, el Estado, el Gobierno, etcétera. A cada uno de estos sectores corresponde una comisión que se encarga de llevar al exterior su actividad crítica, es decir, busca desarrollarla en aquellas estructuras de la realidad donde es posible hacerlo, como por ejemplo en el mundo del trabajo o de la escuela, organizando a presencia, los grupos, e intentando mantener dentro de esas realidades una relación de síntesis, o sea, resumir la extrema y variada multiplicidad social de todas esas realidades dentro de un análisis sintético del cual la organización de síntesis anarquista se hace portadora. Este análisis generalmente hace referencia a un programa revolucionario, preventivamente aceptado por la organización durante un congreso suyo, que afronta los diferentes aspectos de la vida cotidiana de manera anarquista y revolucionaria. En el fondo, si preferimos, este módulo tiene un funcionamiento de naturaleza política. Así pues, la organización de síntesis es creada por compañeros anarquistas, se divide en secciones, resume de manera sintética dentro de la misma —o al menos intenta hacerlo— las diferentes realidades de la vida cotidiana y busca también coordinarlas sobre la base de una plataforma, de un programa de tipo social y revolucionario.

La organización informal, en cambio, es diferente. Está constituida por grupos de compañeros, por individuos, también por grupos más articulados, o por reagrupamientos de grupos de compañeros, los cuales no tienen más programa que aquél fundado sobre la base genérica de una valoración de los distintos problemas, por la manera en la que han sido profundizados por distintos grupos, por como han sido intercambiados entre sí mediante comunicaciones informales. Por lo tanto, estas profundizaciones de los problemas, estos análisis, estas propuestas de intervención en la realidad de la explotación y de la opresión pueden ser hechas también a través de la vehiculización de un periódico, de debates, de encuentros, de conferencias, etcétera. Dentro de esta área variada en la cual circula una cierta concepción del anarquismo, se introducen estas relaciones entre grupos, individuos, etcétera, que tienen una naturaleza no formal. O sea que no se realizan, no se concretizan en un programa preciso, no se resumen dentro de un momento ideal e inicial como por ejemplo un congreso, algo que en cambio sí se caracteriza como el momento inicial de la organización de síntesis, sino que se desarrollan poco a poco a través de la práctica, es decir, a través de las cosas que se hacen juntos, de las intervenciones en la realidad que llevan a cabo estos compañeros que forman parte de dicha organización informal.

Al mismo tiempo, estas intervenciones en la realidad se vuelven momentos de actividad revolucionaria en lo real y ocasiones de profundización teórica. Cada actividad llevada a cabo puede ser una ocasión de profundización teórica. Para mí la informalidad se diferencia de un modo bastante radical de la organización de síntesis. Mientras que la organización de síntesis ya tiene un programa inicial rígido, que puede ser modificado pero siempre en congresos, la organización informal tiene una base de relaciones, de conocimientos, de profundizaciones, en constante modificación, en continua evolución, y cada ocasión, cada momento de encuentro y de lucha es al mismo tiempo una ocasión de lucha y de profundización.

¿Cuál es la finalidad de la organización de síntesis? En líneas teóricas, construir las condiciones que producirán la sociedad libre de mañana. En otras palabras, esta organización debería crecer, volviéndose lo suficientemente fuerte como para constituir, de un modo u otro (nunca se dice de manera clara), un liderazgo capaz de guiar a la sociedad en el momento de la crisis y de la transición revolucionaria. Debería ser guardiana y portadora de las ideas revolucionarias y anarquistas, debería ser capaz de suministrar en el momento oportuno los cuadros capaces de sostener de la mejor manera este pasaje a la sociedad del futuro. Debería después derretirse como la nieve bajo el sol, en el momento en que la sociedad libre del futuro esté constituida. Se puede notar que ya en el mismo programa de la organización de síntesis está escrito, de manera bastante detallada, como debería ser estructurada esta sociedad del futuro. Por ejemplo, las formas autoorganizativas, las formas autogestionadas de la producción del futuro. No digo que esté escrito como producir el pan, como producir la pasta. Pero estará escrito —y seguramente ya lo esté— como organizar los núcleos de barrio, las conexiones ciudadanas, las representaciones delegadas, las relaciones federativas, como organizar la defensa, etcétera.

Por el contrario, el instrumento ideal y, dentro de ciertos límites, práctico de la organización informal es la realización del hecho insurreccional, es decir, dar vida a movimientos lo más masivos posibles —aunque estén circunscritos en el espacio y limitados en el tiempo— que tengan una naturaleza de ataque masivo contra las estructuras del Poder. Esta organización insurreccional, como puede verse, no es para nada un medio que pueda garantizar el pasaje a la sociedad libre de mañana. Es simplemente un instrumento metodológico a emplear para el desarrollo de procesos de ataque a las instituciones del Poder, procesos lo más amplio posibles. O sea, que parten de pequeñas realizaciones de naturaleza circunscrita (por ejemplo, un sabotaje), las cuales pueden ser hechas por pequeños núcleos de compañeros, pero que puedan extenderse en un proceso insurreccional, es decir, crear un hecho insurreccional que tenga un movimiento lo más amplio y articulado posible. Nada en este proceso tiene una característica de naturaleza determinada. No hay un proceso determinista que de la «fase A» garantice el pasaje a la «fase B». No es en absoluto realidad que, como se ha dicho algunas veces, los anarquistas insurreccionalistas sostengan la certeza determinista de que se pueda llegar mediante el instrumento insurreccional a la insurrección generalizada. Hay tantos otros elementos que pueden concurrir, y la mayor parte, diría la casi totalidad de estos elementos, no está en las manos de los anarquistas insurreccionalistas, mientras el resto está constituido por las contradicciones de la realidad, por la extensión y por la agudeza de estas contradicciones, por el estallido imprevisto e impensable de posibilidades inimaginables, que nadie hubiese podido prever un momento antes y que en cambio se desencadenan de forma imprevista y nos pueden encontrar dramáticamente desprevenidos [10] .

He aquí por qué el método anarquista insurreccional no tiene para nada las características científicas del determinismo que algunas veces se hallan en el asociacionismo libertario, como por ejemplo en las tendencias anglosajonas de extracción kropotkiniana.

Para mí, las dos expresiones del anarquismo que brevemente he esbozado incluyen dos aspectos entre los más significativos de lo que es su desarrollo histórico y su significado actual.

A menudo estas dos almas del anarquismo se han picoteado una a la otra como los capones de Renzo [11] . Tenemos que darnos cuenta de que, en efecto, ambas pertenecen a dos momentos históricos importantes, siempre y cuando sepan lo que están haciendo. Siempre que no se dejen llevar demasiado por las preocupaciones de saber qué acontece en el terreno del otro. No digo que en el pasado haya habido una visión correcta por un lado y otra errónea por el otro. Personalmente soy un insurreccionalista anarquista y obviamente no soy un exponente de ninguna organización de síntesis; pero consigo darme cuenta de que la organización de síntesis puede hacer un gran trabajo informativo, de propaganda, de penetración entre la gente, puede hacer conocer lo que significa el anarquismo hoy en día, etcétera. Y eso es muy importante, aunque sigo estando convencido de que a buena parte de las estructuras de síntesis ya les pasó su época, especialmente cuando las pesadeces organizativas y las esclerotizaciones internas se acentúan cada vez más en ausencia de una verdadera situación de lucha. En una época en la cual todos los partidos están cambiando de traje, no veo por qué los anarquistas, que desde siempre han sido autocríticos consigo mismos, deban insistir en mantener una fachada, una coraza de naturaleza sustancialmente partidista, en su expresión de organización de síntesis.

Aparte de esta crítica, que hago como insurreccionalista anarquista, considero que el desarrollo de la tarea clásica, de la tarea histórica de la organización de síntesis, todavía hoy puede tener un desarrollo propio, aunque sea modesto.

Un significado, mucho más importante a mi modo de ver, lo tiene la organización informal, una organización que para mi da la máxima libertad posible a todos los compañeros de entenderse como mejor se considere, de juntarse como mejor se crea oportuno, de discutir en todas las ocasiones en las que haya la oportunidad de hacerlo, para ponerse de acuerdo, para agruparse y, principalmente, para crear esa conexión fundamental que está hecha por la afinidad, para que así nos entendamos y entendiéndonos nos conozcamos, y conociéndonos se desarrolle la posibilidad de hacer algo juntos.

Estos dos caminos, estas dos grandes almas del anarquismo actual, la organización de síntesis —definitivamente liberada de sus pretensiones partidistas— y la otra, finalmente capaz de mirar hacia adelante y desarrollarse por la vía de la profundización, del conocimiento recíproco de todos los compañeros interesados, fundado sobre la afinidad, estos dos caminos pueden generar una contribución común hacia la sociedad de mañana que, naturalmente, debe ser libre, autónoma, carente de Poder, y autogestionada.

Les doy las gracias por su atención.

 


[1] Donde se encuentra la afirmación de que «el hombre es el lobo del hombre» es en la obra Leviatán del filósofo inglés Thomas Hobbes, publicada en 1651.
[2] Virtuismo es un concepto no muy común en castellano, acuñado en 1911 por el economista y filósofo italiano Vilfredo Pareto para definir el fanatismo moral.
[3] Quizá actualmente resultan ser unos acontecimientos sobre los cuales no se aprende en casi ninguna escuela, y menos aún en la vida cotidiana, pero no se trata de fechas elegidas al azar y propuestas como ejemplos sino que se refieren a acontecimientos que tienen una importancia crucial en la historia revolucionaria. Bonanno nombra respectivamente a la Revolución Francesa, a las llamadas «Revoluciones de 1848» que tuvieron lugar en diferentes países de Europa, a la Comuna de París y a la Revolución Rusa.
[4] Por «entrismo» se conoce una táctica política empleada por algunos grupos trotskistas de la IV Internacional. Consiste en que sus miembros se afilien (entren) en los grandes partidos de masas de sus respectivos países, especialmente en los pertenecientes a la Segunda Internacional. Su objetivo principal es «transformar estos partidos reformistas en partidos revolucionarios».
[5] El Palazzo Montecitorio es un palacio de Roma, sede de la Cámara de Diputados italiana.
[6] En Italia, durante los años setenta, una práctica del movimiento estudiantil consistía en exigir a los profesores poner a todos los alumnos «la sufficienza», es decir, el mínimo para aprobar el curso, que se traducía en un 6 sobre un máximo de 10.
[7] Obviamente se refiere a los estalinistas y no a los comunistas revolucionarios.
[8] Municipio situado en el territorio de la provincia de Cosenza, en Calabria, Italia.
[9] Se refiere a la corriente teórica que se basa en la idea de la recuperación de las asambleas populares y la «democracia directa» a los niveles municipal, de vecindad y de barrio, que Murray Bookchin desarrolló.
[10] Algo que pudimos oír de boca de compañeros anarquistas que se encontraron de repente con los hechos de Francia en noviembre de 2005 o de Inglaterra en agosto de 2011 fue la sorpresa por los acontecimientos y la sensación de sentirse superados por los hechos en sí. Cosa que no ocurrió, por ejemplo, a los compañeros griegos en las revueltas que comenzaron en diciembre de 2008. Los motivos son complejos como para analizarlos en una breve nota al pie y dejamos que cada uno saque sus propias conclusiones.
[11] Se refiere a un personaje de la clásica novela italiana Los Novios de Alessandro Manzoni y en particular a esta escena: «Dejo imaginar al lector cómo harían el viaje aquellos pobres animales, atados de aquel modo y colgados de las patas, cabeza abajo, en la mano de un hombre que, agitado por tantas pasiones, acompañaba con los gestos los pensamientos que pasaban en tumulto por su mente. Ora extendía el brazo por la cólera, ora lo alzaba por la desesperación, ora lo blandía en el aire, como en son de amenaza, y, todas las veces les daba terribles sacudidas, y hacía bailar aquellas cuatro cabezas colgantes; las cuales, mientras tanto, se las ingeniaban para picotearse una a otra, como demasiado a menudo ocurre entre compañeros de desventura»

Traducción y notas Bardo Ediciones

La enfermedad de la homosexualidad que la anarquía curará

El máximo exponente ibérico de la corriente anarquista patologizante y sanadora es, sin duda, Félix Martí Ibáñez. Nacido en Cartagena en 1911, se doctoró en Medicina por las universidades de Madrid y Barcelona, donde se asentó y tempranamente se implicó en la CNT. En 1935 publicaba en Estudios dos artículos[1] en busca de la cura de la homosexualidad, distinguiendo entre homosexualidad-perversión u “homosexualismo adquirido”, fruto del ambiente homosexual y por esnobismo, y homosexualidad-inversión u “homosexualismo congénito”, fruto de la bisexualidad inicial al nacer y la ausencia de evolución normal hacia la heterosexualidad. Critica con dureza la “literatura homosexual” del momento –Oscar Wilde, Marcel Proust, André Gide…– por hacer apología de tal “degeneración”. En sus propias palabras: “En el amor invertido un hombre o una mujer responden a una irresistible llamada de sus instintos y más fuerte que su voluntad y su moral que les impele al amor desviado”, mientras que el “homosexual-perversión” lo practica por “esnobismo, voluntarismo o búsqueda de sensaciones nuevas”. Traducido al ámbito político y social, frente al primero hay que buscar conciliación, respeto y cura; frente al segundo, censura social y legal. Respecto a la liberación sexual anarquista, con la que parece estar de acuerdo Martí Ibáñez, propone la abolición de la homosexualidad mediante un sistema de educación hacia su conversión a la heterosexualidad. Como cura a la homosexualidad propone una “recta educación sexual infantil”, frente a “la escuela de la hipocresía y la ignorancia que fomentó la moral católica”, a la que parece achacar la inversión. Así pues, concluye como anarquista que es, que “en las enfermedades sexuales de los hombres, como en las enfermedades políticas de los pueblos, el mejor tratamiento es la santa Libertad”. […]
Estudios se adhirió a esta corriente a nivel general. No en vano era Martí Ibáñez quien contestaba a las preguntas del consultorio sexual que a mediados de los años treinta inauguró la revista, respondiendo ampliamente a las dudas bajo esos prismas. Previamente la sección la llevó el médico naturista Roberto Remartínez, dejando estos consejos:

-F. Savater: ¿Tiene cura un invertido sexual de 23 años?
Si desea curarse y siente deseos de regeneración seguramente que sí, a menos que su organismo tenga tal desviación de sus características y hondas perturbaciones endocrinas que lo impidan.
El tratamiento principal ha de ser psíquico o mental y muy preferentemente hipnoeducación es decir, el inculcarle mediante las sugestiones adecuadas los principios de normalidad sexual.

-¿Puede curarse un homosexual?
Si su grado de degeneración no es mucho y siente realmente deseos de emanciparse de su aberración sexual, sí, señor[2].

Un problema que podía inducir a la inversión sexual era la cárcel, uno de los ejes del sistema que el anarquismo ibérico combatió, ya que arrebataba a los hombres el poder ejercer el coito “normal”. Julio Altman, a raíz de un estudio realizado en prisiones peruanas, achaca a la prisión de promover “vicios” como el “deseo sexual hiperestesiado” –que podría conllevar que los hombres violaran a mujeres o tuvieran sexo con otras especies–, el onanismo o la homosexualidad. Esto podía conllevar cifras preocupantes que alterarían de forma traumática la vida sexual de los hombres, pues sería del tipo de “homosexualismo adquirido”, como lo define Martí Ibáñez[3].

Isaac Puente también fue todo un referente anarquista en estos temas. Nacido en Abantio y Ciérvana en 1896, cursó medicina y se decantó por el naturismo. Más tarde se mudó a Maeztu. Fue figura clave del anarquismo vasco y del naturismo en su época. Muy implicado en la liberación de la mujer y en la militancia radical, dedicó mucho tiempo de su vida a la sexología. Colaboró desde el primer número con Generación consciente y Estudios. En varios artículos, a veces firmados como “Un Médico Rural”, defiende la educación sexual sin contenido religioso, la abolición de la prostitución (como iniciación juvenil, por la esclavitud de la mujer, posibles enfermedades…), la difusión de los métodos preservativos del contagio venéreo, la libertad sexual femenina mediante una independencia económica y legal (maternidad consciente y paternidad responsable), el control de la natalidad legalizando y difundiendo medios contraceptivos y tras una desintoxicación religiosa del sexo, desestigmatización del placer sexual y el fin de la virginidad y castidad[4]. Su defensa del nudismo contemplaba que el ocultar la desnudez era “el punto de partida de la exaltación erótica y la obsesión sexual”. En cuanto a la homosexualidad, se alinea más con Marañón o Martí Ibáñez. Cuando en 1932 la LMRS (Liga Mundial para la Reforma Sexual) le invitó a participar de su V Congreso (en Brno), Puente les contestó con una negativa, dejando entrever su propio programa político sexual:

No quiero menos que la independencia económica, para que el hombre no tenga que arrastrarse, ni la mujer prostituirse por sus imperativos, para que la virginidad no tenga que cotizarse como un tesoro, y para que la abstinencia sexual no conduzca al hombre hacia el onanismo y las depravaciones sexuales, y para que la maternidad consciente pueda tener posibilidades de realización[5].

Poco más tarde escribía lo siguiente sobre “El problema sexual”:

La misma escuela de perversión sexual es el cuartel, el campamento y el presidio, en tanta mayor medida, cuanto más severa es la prohibición y el apartamiento del otro sexo. (…) Nadie como el médico ve toda la magnitud de los estragos que produce esta moral. Perversiones sexuales, desequilibrios genitales… (…)[6].

Meses después es arrestado por ser miembro del Comité Nacional Revolucionario de Álava en el conato insurreccional anarquista de diciembre de 1933. En la cárcel escribe Tratamiento de la impotencia sexual, donde habla de la masturbación temprana como “siempre lamentable, y que los padres deben tratar de evitar”, publicado tiempo después[7].

Entre 1930 y 1932 el grupo Iniciales publicitaba en su portada y contraportada Las perversiones, sus causas, sus formas, que vendían por entre 0,60 y 0,75 pesetas. Escrito por André Lorulot, filósofo anarcoindividualista francés, el librillo acabó apareciendo dividido en artículos en la citada revista a lo largo de 1932[8]. Cercano al círculo del anarquista Émile Armand y a sus propuestas de liberación sexual, habla de la homosexualidad no como perversión, sino como vicio, buscando las razones que la crean para ayudar a una “cura” y achacándola a una alteración de la esfera genital. Distingue entre la pederastia, que es adquirida fruto de la privación de relaciones sexuales normales, y el uranismo, que es congénito y fruto de un error en el mecanismo psicosexual. En el apartado “El homosexualismo”, lo compara con el “necrosadismo” (necrofilia) y la “bestialidad” (zoofilia). Entre sus causas alude a la locura, la demencia y con el alcoholismo de fondo, del cual atestigua que por entonces está en Francia en un crecimiento paralelo al de la promoción del “invertidismo”. También lo asemeja a “la opiomanía, cocainomanía y todas las demás aberraciones presentes”. Respecto a las lesbianas o “lesbias”, les achaca una falta de gusto por el varón sustituida por determinados tipos de mujeres varoniles, incitadas pues al coito oral. Se produce en ambientes donde hay pocos varones, citando los entornos orientales como culpables en este punto, y describe sus relaciones contra natura por no tener lugar “la intromisión y eyaculación dentro de la vagina”, pues “los amantes escapan a la terminación lógica del orgasmo”. Acusa a las prostitutas de sodomitas y por tanto las sitúa al mismo nivel que las lesbianas. Al dejarse sodomizar y practicar el sexo oral, colapsan la atención sanitaria, asegurando que un 60 % de las atendidas en el hospital parisino de mujeres de Loucine son prostitutas. Respecto a la curación de la homosexualidad, considera que su represión solo proporcionaría chantajes y chismorreos: “¿Por qué, pues, debemos despreciar a un hombre que se comporta como una mujer, si ha nacido mujer a medias?”. Para evitar su contagio propone prohibir la propaganda del homosexualismo. Sobre métodos de cura, se muestra de acuerdo con las teorías de Serge Voronof y su método de injertar testículos de varones heterosexuales en homosexuales. Entre sus subapartados, podemos hallar preguntas en el aire, como: “La inversión en la mujer, Sodomía y coito bucal, ¿son perniciosas en uniones consanguíneas?”, “¿puede curarse la homosexualidad?” o “¿Es un crimen el incesto?”. La Editorial Somo, que editaba la revista Iniciales, publicó perversiones y desviaciones del instinto genital de Lorulot[9].

En Iniciales no faltaron artículos sobre sexualidad completamente orientados a favor de la heterosexualidad y con referencias contrarias a la homosexualidad. La anarcofeminista María Lacerda de Moura celebraba en un artículo la carrera del doctor Voronof y los injertos “de glándulas de otro semejante de Steinach”[10], orientados a la curación de la homosexualidad. Atacaron a Solidaridad Obrera al considerar que deberían “combatir los vicios del sexualismo, en vez de anunciar a charlatanes (…) que fomentan y comercian con las enfermedades venéreas”[11]. Juan Santana Calero, militante de la FIJL cercano a la línea de Iniciales, miembro del Comité de Salud Pública de Málaga a inicios de la guerra civil y asesinado a su fin en 1939, en un artículo sobre “sexualidad” escribió que “hay hambre de macho y de hembra (…) ¡Hambre…! ¡Siempre hambre! Y la vida se desliza entre la clorosis y la tristeza, entre la masturbación y la homosexualidad”[12]. Vendían a precio rebajado Pervertidos sexuales. La tragedia del tercer sexo del Dr. Caufenyon: “Homosexuales, sadistas, masoquistas, vampiros, perversión sexual de nuestra época, necrofilia”; y publicitaron Perversiones sexuales del Dr. Tarnowsky. Xavier Diez en su libro sobre esta publicación resume bastante bien la línea sexual de la revista: consideraban que “la idea de una vida sexual sana se basaba en el coito heterosexual, entre dos personas y en condiciones de igualdad –sin dominantes ni dominados”[13]. El resto eran perversiones fruto de contaminación religiosa, injerencia estatal, alcoholismo…

Sin embargo, además de su relación con Émile Armand y de su entusiasta promoción del nudismo, procuraron apostar por lo más avanzado en materia sexual: recomendaban en sus páginas Eugénica y Prostitución y mal venéreo de Luis Huerta, Educación y diferenciación sexual de Marañón, Profilaxis anticoncepcional: paternidad voluntaria de Hildegart, Amor y matrimonio y Emancipación femenina de Emma Goldman, o El amor dentro de doscientos años de Martínez Rizo. Isaac Puente aparecía como “Médico fisiatra / Consulta por correspondencia”, y también incluyeron poemas de Oscar Wilde, conscientes de su sexualidad heterodoxa. Además, la Editorial Somo publicó ¿Qué es el anarquismo? de Benjamín Tucker, anarquista estadounidense que se mostró partidario de la homosexualidad.

La oposición a las leyes homófobas desde una homofobia manifiesta es una opinión recurrente en los medios anarquistas de entonces. Su máximo exponente lo he encontrado en un artículo de Francisco de Campollano en Estudios, donde critica las leyes nazis contra población mendiga, drogadicta, prostituta, sifilítica, tuberculosa e invertida, partiendo de la premisa ácrata tradicional de que la ley y la prohibición siempre tienen efecto contraproducente a la hora de querer remediar un problema, pues estas nunca van a la raíz de los problemas ni a las causas que los crean. Para quienes quieran seguir ese camino, dedica el siguiente párrafo: “esterilizad a todos los homosexuales, todos los degenerados e invertidos por vicio. Pero dejad en pie el cuartel, el presidio, las tabernas y los burdeles, porque os dirán que todos funcionan dentro de la más estricta legalidad”[14].

El propio Marañón colabora entre marzo y junio de 1926 en Generación Consciente, sin duda la revista de las citadas más acorde a sus ideas. También era asiduo a la revista su colaborador el medico Luis Huerta, con quien compartiría pertenencia a la Sección Española de la LMRS. Huerta fue el director de su breve publicación, Sexus, también colaboraba con Eugenia y era el jefe de la sección eugenésica de la Gaceta Medica Española. En “El marañonismo y la intersexualidad”, a propósito del citado libro de Marañón, elogia la obra como avance hacia la comprensión y cura del homosexual:

Con Marañón dejamos de considerar al homosexual como un perverso, un réprobo o un energúmeno. Ni el delincuente ni el homosexual se enmiendan con el tormento. Su remedio eficaz está en una mayor cultura humana y en una más perfecta organización de la Sanidad social y de la política científica[15].

No obstante, en un artículo similar critica algunos aspectos dela obra, como su peligro de conllevar una “exculpación científica” porque “cabría la posibilidad de que algunos –ellos y ellas– intersexuales de tipo extremo reaccionasen, desvergonzados y casi exhibicionistas, gozosos de dejar entrever su verdad largamente reprimida.

También estampó su firma en publicaciones anarquistas César Juarros, médico madrileño que en los años veinte y treinta se destacó como entusiasta abolicionista de la prostitución, llegando a ser cofundador de la Sociedad Española del Abolicionismo y diputado en Cortes durante la Republica. Juarros concordaba con los postulados de Marañón frente al trato de la homosexualidad, y así lo plasmó en la revista Orto. Consideraba que “a los enfermos de perversión sexual” no se les debe llamar viciosos, sino que son “merecedores de piedad”: “la tesis de que el pervertido no es una voluntad entregada al mal, sino efecto de causas ajenas a su decisión, serena rápidamente las aguas”. Para él el coito bucal era fruto del “fomento inconsciente de un desproporcionado papel erógeno de la boca” y “la homosexualidad obedece con frecuencia a complejos de Edipo ignorados”. En sus conclusiones, resume este punto en que “las perversiones sexuales han de estimarse como desgracia, no como vicio”.

Un homosexual no puede ser anarquista

La postura anarquista más beligerante hacia la homosexualidad la ostentó La Revista Blanca. Al contrario de las otras dos citadas, que eran de periodicidad mensual, La Revista Blanca era semanal o quincenal, tendiendo, pues, más público y mayor difusión. Montseny, su directora, acusaba al feminismo de burgués y de promover la supremacía androfóbica. Criticó la reciente traducción al castellano de The Tragedy of Woman’s Emancipation de Emma Goldman y apostaba por el término “humanismo” como autentica igualdad[16]. También plasmó su opinión sobre la homosexualidad en la revista. Hablando de la escritora francesa Rachilde, le atribuye “conocimientos en materia de perversiones sexuales” y que al ser “hembra ansiosa y violenta, los invertidos debían repugnarle”[17]. Lo cierto es que Rachilde también tuvo relaciones sexuales con mujeres, acostumbraba a usar ropa masculina y fue la principal compiladora de Wilde, cuya homosexualidad defendió en artículos de prensa. Y en un artículo sobre anarquistas en prisión, Montseny asegura que “aunque no haya de haber diferencias entre los humanos, no es posible considerar igual a un trabajador perseguido por sus opiniones y un carterista, o un macarrón, o un homosexual. Estos últimos son víctimas de la sociedad; el primero es el producto mejor que la sociedad tiene; si brazo transformador y productivo”[18].

Se suceden diversas referencias similares más a lo largo de la historia de la publicación, como artículos literarios de Jacques Descleuze que narran obras artísticas francesas a las que tilda “de pasiones bestializadas, de monstruosas aberraciones sexuales”[19], o comentarios que asemejan homosexualidad y nacional-socialismo alemán[20]. Representativamente el anarquista belga Hem Day reseñó Las perversiones, sus causas, sus formas de Lorulot en La Revista Blanca[21].

Camilo Berneri fue el colaborador de la publicación más furibundo con este tema. Profesor universitario en Florencia y ferviente anarquista, las amenazas de muerte continuadas que recibe de la nueva Italia fascista lo convencen para exiliarse a Barcelona. Allí conectó muy bien con Montseny y su círculo, si bien se distanciarían tajantemente debido a la posición política pro-gubernamental de ésta durante la Guerra Civil. En “La degeneración sexual en las escuelas” y “El contagio moral en el ambiente escolar”, ambos publicados en 1928, censura totalmente la masturbación y la “psicopatía sexual” (homosexualidad), que interpreta como una perversión y una plaga de fácil contagio en la escuela, ya que la educación sexual no es lo suficientemente contundente. Condena la masturbación fálica como el “manoseo” vaginal, al que tilda de safista[22]. Al año siguiente publicó “La vida sexual en los campos”, donde acusa al agro de tener en mejor consideración la masturbación, el “bestialismo”, la prostitución y la homosexualidad. Considera que las relaciones sexuales interespecie promueven el “safismo” entre las mujeres, y que la homosexualidad, “aun cosa peor” que el onanismo, está muy extendida[23]. También en Orto plasmó sus opiniones al respecto: tras definir la prostitución en términos de aberración y perversión, achaca la prostitución masculina a jóvenes «‘parados’ que se han visto en la ‘obligación’ de prostituirse (…) además, quieren trabajar. ¿Cómo, pues, calificar a un régimen que los arroja al medio de la calle, que los reduce a la repugnante condición de monstruos degenerados?
En los diarios berlineses pueden leerse anuncios en que muchachos “bien parecidos” solicitan un protector.
En Austria, lo mismo que en Alemania, los parados son fácil presa para los homosexuales ricos.»

Inmediatamente después narra el reciente caso de “un sin trabajo de 17 años que fue violado por seis miembros de un circulo clandestino de homosexuales pertenecientes a la alta sociedad vienesa, porque uno de ellos, conocido suyo, le ofreció cena, y no había comido en las últimas 24 horas[24]”. Berneri remarca la situación de “parados” en la “obligación” de prostituirse a una “alta sociedad” sexualmente degenerada, haciendo un paralelismo con la lucha de clases en el que la clase gobernante y la homosexualidad coinciden contra una clase obrera sometida a sus deseos.

Recordando a Berneri, Eugenio Villacampa en su “Educación sexual de la juventud” de 1935 recalca la necesidad de educar sexualmente a la juventud en la reproducción y en contra de la pornografía, la prostitución, la masturbación y la homosexualidad[25]. También podemos hallar un artículo similar contemporáneo en Generación consciente, donde el Dr. Franz Keller sitúa el inicio de la “perversion sexual” en la pederastia –que usa como equivalente a homosexualidad– que deviene en vicio, que debilita la relación procreativa hombre-mujer y que es fruto de perturbaciones psíquicas y físicas –espermatorrea, perversiones sexuales–, lo cual hay que atajar implacablemente para que no se resienta la raza[26].

Sin embargo, en comparación con la cantidad de números que posee La Revista Blanca, muy superior a los de Iniciales y Estudios, se abordó más la homosexualidad en estas últimas. El punto fuerte en temas de homosexualidad que podemos encontrar en La Revista Blanca su Consultorio General, que se inaugura en el numero 255 (7 diciembre 1933). Poco antes era un “Consultorio Sindical”, inaugurado el año anterior, pero la diversidad de preguntas les hizo cambiar de nombres. El Doctor Klug pasa a incorporarse a inicios de 1934, respondiendo todas las preguntas. Desde el numero 384 (29 mayo 1936) el consultorio se subdivide entre el Consultorio Médico (de Klug) y el General, con temas de sexualidad en ambos hasta su cierre en agosto de 1936. La primera referencia hallada de la opinión de Klug, que se asemeja al sentir editorial, data de inicios de 1935:

  • ¿Qué opinión formaría “La Revista Blanca” de un anarquista que dijera estar locamente enamorado de una mujer, que fuese correspondido por ella con igual amor y que brindase su compañera a otro hombre? (un chico)
  • A nosotros en asuntos de amor y de relaciones sexuales entre hombres y mujeres nada nos sorprende ni nos extraña. Lo único que nosotros repudiamos porque nos repugna, son las costumbres sexuales entre dos hombres o entre dos mujeres. De lo demás, nada nos asusta y todo nos lo explicamos[27].

Dejamos a continuación algunos ejemplos más:

  • ¿En qué concepto tendrían los redactores de la Revista Blanca a una joven que dijera estar locamente enamorada de otra?
  • La consideraríamos una enferma que debería ser sometida a un tratamiento, para normalizar la función de sus órganos sexuales, a fin de que sus sentimientos no se dirigiesen contra natura[28].
  • Un hermafrodita, ¿puede definirse el sexo y puede tener familia? –un suscriptor de “La Revista Blanca”.
  • Se citan algunos casos, pero sumamente raros[29].
  • ¿Cómo podemos calificar a varios compañeros que se llaman anarquistas y alternan con invertidos? –Un compañero.
  • Por de pronto, no se les puede calificar de hombres, si ese “alternar” quiere decir algo más que cruzar palabra o el saludo con degenerados sexuales. Anarquistas quiere decir hombre más hombre, moral y físicamente, que el nivel común de los hombres. Y no es hombre y, por ende, no es anarquista, el que gusta de invertidos[30].

Sin embargo, “un lector” preguntó sobre el tabaco al Dr. Klug y la respuesta no pudo ser más contrapuesta a la anterior:

  • ¿Un fumador puede ser anarquista? (Un lector).
  • Un anarquista no debe fumar, pero un fumador puede llamarse anarquista[31].

De aquí se deduce que en el imaginario de Klug, y muy probablemente de todo el equipo editorial de La Revista Blanca, fumar, considerado por importantes sectores anarquistas (como la propia redacción de la revista) como un “vicio burgués”, al igual que la droga en general, es preferible a “alternar con invertidos”, lo cual deja la homosexualidad en un estrato muy bajo en la escala de valores anarquistas de este colectivo editorial, y probablemente de una parte importante del anarquismo de la época. Un homosexual no puede ser anarquista y viceversa, de ninguna manera.

Piro Subrat

Del libro Invertidos y Rompepatrias. Marxismo, anarquismo y desobediencia sexual y de genero en el Estado Español. 1868-1982.


[1] Martí Ibáñez, F. “Consideraciones sobre el homosexualismo”. Estudios 145, septiembre 1935, pp. 3-5; Martí Ibáñez, F. “El estilo amoroso”. Estudios 143, julio 1935, pp. 14-16.

[2] Remartínez, R. “Consultorio sexual”. Estudios 122, octubre 1933, p. 45 y Estudios 127, marzo 1934, p. 46.

[3] Altman, J. “El problema sexual de las prisiones”. Estudios 160, enero 1937, pp. 27-30 y Altman, J. “El problema sexual de las prisiones. La continencia sexual”. Estudios 161, febrero 1937 pp. 20-24.

[4] Destacan Un Médico Rural. “Moral Sexual”. Generación consciente 13, 8-1924, pp. 71-72; y Puente, I. “A modo de programa”. Estudios 94, junio 1931, pp. 1-3.

[5] Puente, I. “Carta abierta a la Liga Española para la Reforma Sexual sobre Bases Científicas”, Estudios 107, julio 1932, pp. 21-22.

[6] Puente, I. “El problema sexual”. Estudios 113, enero 1933, pp. 34-37.

[7] Puente, I. “Tratamiento de la impotencia sexual”. Biblioteca de Estudios, Valencia, p. 6. Citado en “Biblioteca de Estudios”. Estudios 146, octubre 1935.

[8] Lorulot, A. “Perversiones y desviaciones del instinto sexual. Las perversiones, sus causas y sus formas”. Iniciales 1, enero 1932. “Perversiones y desviaciones del instinto genital VIII. El homosexualismo”. Iniciales 5, mayo 1932. “Perversiones y desviaciones del instinto genital. Excitación morbosa y fetichismo chino”. Iniciales 7, julio 1932. “Sadismo y masoquismo”. Iniciales 8, agosto 1932. “La inversión en la mujer”. Iniciales 9, septiembre 1932. “¿Es necesario reprimir la pederastia?”. Iniciales 10, octubre 1932.

[9] Iniciales 1, abril 1931, portada.

[10] Lacerda de Moura, M. “Voronoff”. Iniciales 2, febrero 1932, pp. 3-4.

[11] “Los anarquistas de «Solidaridad obrera»”. Iniciales 5-8, agosto 1931, p. 64.

[12] Santana Calero, L. “Sexualidad”. Iniciales 4, abril 1936, pp. 13-14.

[13] Diez, X. (2001). Utopía sexual a la prensa anarquista de Catalunya. Lleida, Pagés Editors, p. 88.

[14] De Campollano, F. “La esterilización eugénica y los legófilos”. Estudios 129, mayo 1934, pp. 30-32.

[15] Huerta, L. “El marañonismo y la intersexualidad”. Estudios 69, mayo 1929, pp. 9-12.

[16] Montseny, F. “Feminismo y Humanismo”. La Revista Blanca 33, 1 octubre 1924, pp. 12-14.

[17] Montseny, F. “Rachilde, o la sed eterna”. La Revista Blanca 221, 1 agosto 1932, pp. 136-38.

[18] Montseny, F. “Un problema de justicia y de sentimiento”. La Revista Blanca 316, 8 febrero 1935, p. 144.

[19] Descleuze, J. “El arte literario francés”. La Revista Blanca, 15 enero 1926, pp. 25-28 y 1 septiembre 1928.

[20] Palacio, S. “El marxismo como precursor del fascismo”. La Revista Blanca 299, 12 octubre 1934, pp. 791-92. Santana Calero, J. “Quiebra”. La Revista Blanca 386, 30 junio 1936, p. 49.

[21] Day, H. “La verdadera educación sexual”. La Revista Blanca 161, 1 febrero 1930, pp. 407-09.

[22] Berneri, C. “La degeneración sexual en las escuelas”. La Revista Blanca 118, 15 abril 1928 pp. 695-97. Y Berneri, C. “El contagio moral en el ambiente escolar”. La Revista Blanca 122, 15 junio 1928, pp. 10-15.

[23] Berneri, C. “La vida sexual en los campos”. La Revista Blanca 142, 15 abril 1929, pp. 657-60.

[24] Berneri, C. “El desarrollo de la prostitución en relación con la crisis económica actual”. Orto 14-IV-1933, p. 4.

[25] Villacampa, E. “Educación sexual de la juventud”. La Revista Blanca 340, 26 julio 1935, pp. 706-07. Y La Revista Blanca 342, 9 agosto 1935, pp. 752-54.

[26] Keller, F. “Estudio de la impotencia”. Generación consciente 7, febrero 1924, pp. 114-16.

[27] “Consultorio General”. La Revista Blanca 316, 8 febrero 1935, p. 140.

[28] “Consultorio General”. La Revista Blanca 352, 18 octubre 1935, p. 1007.

[29] “Consultorio General”. La Revista Blanca 355, 8 noviembre 1935, p. 1070.

[30] “Consultorio General”. La Revista Blanca 340, 26 julio 1935, p. 720.

[31] “Consultorio General”. La Revista Blanca 286, 13 julio 1934, p. 557.