Nietzsche

 

Nietzsche fue un gran filósofo y un fino poeta. Su individualismo y el mío tienen mucho en común. Su exaltación del individuo, su evaluación sobre el egoísmo, su rechazo a todas las ataduras religiosas, morales y sociales que oprimen la personalidad, su reconocimiento de que el impulso legitima todas nuestras acciones puesto que solo a través de él el ego puede obtener todo lo que desea. Todas estas ideas constituyen lugares comunes entre ambos.

Incluso la idea de que “el hombre es el puente entre el bruto y el superhombre, un puente sobre un abismo profundo” es también común para ambos- incluso si para Nietzsche el puente conduce a personalidades como Alejandro Magno, César o Napoleón, mientras que para mí a personalidades como Corrado Brando o Jules Bonnot. Tanto el anarquismo como el imperialismo son hijos del individualismo, en la medida que nacen de la necesidad del individuo de ser libre, de no someterse a nada ni a nadie, de expandir su propia vida a su más plena expansión, incluso oprimiendo a otros si el individuo llegase a creerlo necesario, y tuviera la fuerza para hacerlo.

Partiendo como Corrado Brando, el individuo bien puede acabar siendo como César, el tirano. Mas el egoísmo puede germinar dentro de cualquiera. Si los sentimientos individualistas son generalizados, si la humanidad se disuelve en personalidades separadas, libres, resueltas e independientes, todas y cada una negándose a ser sometidas por otros, entonces se vuelve prácticamente imposible para el imperialismo ser una forma de dominación. Cada individuo resistiría a cualquiera que intentase dominarlo. Si cayese derrotado en batalla, no se volvería un esclavo, y si lograra ganar en combate, sería para mantener su libertad y vivir una vida sin amos.

Así es como haríamos emerger una anarquía que nunca podría transformares en una “egorquía” [1] debido al equilibrio oscilante que existiría entre los mismos individuos consientes que hayan desarrollado al máximo sus habilidades para resistir a los agresores y contraatacarlos con decisión. Alcanzaríamos así un estado natural, una post historia conquistada por individuos distintos de aquellos que han conquistado la historia – caracterizada por el sometimiento de las masas gregarias a la voluntad de unos cuantos líderes que las usaron como carne de cañón. Esta post historia – la cual creo tiene posibilidades de suceder en el futuro- es ajena para Nietzsche. El creía que todo debía eternamente repetirse en sí mismo, deslizándose siempre a lo largo de los rieles de la historia. De esta idea emerge la posibilidad de triunfo del imperialismo, de la dominación de unos cuantos hombres superiores sobre la multitud de débiles y cobardes, los cuales continuarán siéndolo puesto que su gregarismo está tan enraizado en ellos y ellas, que sienten la necesidad profunda de una comunidad y de sus respectivos amos.

Despertar sentimientos individualistas en las almas de estos esclavos es imposible. Aunque son sentimientos dados a los humanos por naturaleza, solo unos cuantos los poseen hoy, debido al condicionamiento de manada que somete al resto. Desde que comenzó el hombre [escribió Nietzsche] ha habido hordas (asociaciones de familias, comunidades, pueblos, Estados, iglesias) y siempre los que obedecen son muchos comparados con el pequeño número que los comanda. Considerando, entonces, que el hombre ha sido largamente entrenado para obedecer, es fácil suponer que el hombre promedio actual tiene una necesidad innata de obedecer y toma forma de una conciencia que sigue órdenes: debo absolutamente hacer esto, no debes en lo absoluto hacer eso – en una palabra, “él debe”. El hombre busca satisfacer esa necesidad y le otorga un motivo.

Desde esto Nietzsche deduce lo siguiente: Según sea la fuerza, la impaciencia y la energía de esta necesidad, las hordas humanas hambrientas y sin elección aceptarán todo lo que aquellos quienes los comandan les susurren a los oídos, ya sean padres o maestros, condicionamientos de clases u opinión pública. En Europa hoy, el resultado se traduce en que los hombres con conducta de ganado se dan aires de ser gente cabal y glorifican aquellas cualidades que los hacen útiles a la manada como si fueran las únicas cualidades virtuosas. Todo esto es perfectamente cierto y lo ha sido a lo largo de la historia. Mas los humanos fueron naturalmente individualistas al comienzo y solo después se volvieron gregarios – o con pensamiento de ganado- por mero accidente, desarrollando su sociabilidad original, de relaciones libres y casuales, en una con nuevas necesidades. Si el egoísmo fundamental y el particularismo, que aún se manifiestan en algunos individuos, duermen aún en el subconsciente de todos nosotros y pueden ser despertados por un estímulo de circunstancias excepcionales (como la destrucción de la civilización), ¿quién podría asegurar que ese individualismo subconsciente no emergería a la superficie del hombre y lo conduciría, una vez más, hacia una forma de vida libre y espontánea?

La teoría de Nietzsche sobre el Eterno Retorno no ha sido probada, ni lo será. Esta teoría sugiere que cada elemento se repetirá en el futuro como fue en el pasado y que incluso si retrocedemos al principio de todo, esto comenzará y se reproducirá de la misma forma y con la misma substancia con la que sucedió antes. Se sugiere entonces que no existe posibilidad de nada novedoso y que la única alegría y nota heroica en este mecanismo frío y ciego es la revuelta espontánea de un superhombre que rompa con la monotonía de la vida ordinaria, brille en su rareza y genialidad para luego desaparecer, destruido por la máquina que continuará su trabajo eterno y absurdo.

Pero esta concepción de Nietzsche, inspirada en gran parte por otros seguidores del pensamiento Pitagórico, no está probada y por lo tanto podemos aun suponer que la vida conocerá eventualmente la novedad y que el cosmos expresará el caos original. Y que este mismo caos de energía perpetua producirá combinaciones infinitas que serán variadas y opuestas. Dejados llevar por esta intuición podemos librarnos de la opresión causada por el determinismo frío y árido que sugiere Nietzsche y cobijarnos en el calor de la energía creativa que por su exuberancia, no puede subordinarse a ningún plan preestablecido como aquél del Padre Eterno cristiano, si no que se desarrollaría espontáneamente en las infinitas variables de la existencia. Así y de este modo, el superhombre no estaría condenado a manifestarse en efímeras excepciones. La vida puede dar un giro en nuestro mundo. Con mayor o menor éxito, todos quienes se liberen de la mentalidad de las hordas pueden conducirse a si mismos a la figura ideal del superhombre. ¿Vivirán estos liberados en una amoralidad espontánea, o en la moral inmoral sugerida por Nietzsche, que revierte la ética para reivindicar como virtud todo aquello que la cristiandad ha degradado como pecado?

El deber es siempre una ley que oprime al individuo. El deber de ser duro, cruel y dominante cuando no quiere serlo es tan opresivo como el deber de ser misericordioso cuando uno no halla en sí mismo misericordia. Conquistar y ganar – sí. Pero si no es nuestra inclinación la de conquistar y ganar podemos renunciar a ello, incluso si al hacerlo tengamos que pagar con nuestras vidas o de alguna otra forma.

La existencia es espontaneidad.

Nietzsche ha creado una nueva disciplina. Yo, que rechazo toda las disciplinas, reniego incluso de esta. Incluso así, lo considero muy cercano a mi mismo.

 

Enzo Martucci


Nota:

1. El concepto, inusual cuando menos, no resulta claro si intenta referirse a un gobierno personalista (con un “ego” a la cabeza) o a una sociedad “dominada por el ego”, o bien una tercera y completamente distinta aceptación. Dejemos que “egorquía (traducido del inglés “egorchy”) cause en los lectores la ambigüedad que por descuido o provocación parece querer causar. (N. del T.).

Traducción Arnaldo Jiménez.

 

 

 

El anarquista individualista en la revolución social

1

El individualismo anarquista tal como lo entendemos -y lo digo porque un puñado sustancial de amigos piensan esto como yo- es hostil a toda escuela y a todo partido, a toda moral eclesiástica y dogmática, así como cada imbecilidad más o menos académica. ¡Toda forma de disciplina, gobierno y pedantería es repulsiva para la nobleza sincera de nuestra vagabunda y rebelde inquietud!

El individualismo es, para nosotros, fuerza creativa, juventud inmortal, belleza exaltante, guerra redentora y fructífera. Es la maravillosa apoteosis de la carne y la trágica epopeya del espíritu. Nuestra lógica es la de no tener ninguna. ¡Nuestro ideal es la negación categórica de todos los otros ideales para el mayor y supremo triunfo de la vida actual, real, instintiva, temeraria y alegre! Para nosotros, la perfección no es un sueño, un ideal, un enigma, un misterio, una esfinge, sino una realidad vigorosa y poderosa, luminosa y palpitante. Todos los seres humanos son perfectos en sí mismos. Todo lo que les falta es el heroico coraje de su perfección. Desde el momento en que los seres humanos creyeron por primera vez que la vida era un deber, un llamado, una misión, ha significado vergüenza por su poder de ser, y al seguir fantasmas, se han negado a sí mismos y se han distanciado de lo real. Cuando Cristo dijo a los seres humanos: «¡sean ustedes mismos, la perfección está en ustedes!» lanzó una excelente frase que es la síntesis suprema de la vida.

Es inútil que los fanáticos, los teólogos y los filósofos hagan todo lo posible con sofismas engañosos y dialécticos para dar una interpretación falsa de las palabras de Cristo. Pero cuando Cristo habla de esta manera a los seres humanos, rechaza todo su llamado a la renuncia, a una misión y a la fe, y todo el resto de su doctrina se derrumba miserablemente en el barro, derribado por él mismo. Y aquí, y solo aquí, está la gran tragedia de Cristo. Dejen que los seres humanos abran sus ojos brumosos en el sol cegador de esta verdad, y se encontrarán cara a cara con su redención verdadera y risueña.

Esta es la parte ética del individualismo, ni románticamente mística ni idealisticamente monástica, ni moral ni inmoral, sino amoral, salvaje, furiosa y guerrera, que mantiene sus raíces luminosas voluptuosamente arraigadas en el perianto fosforescente de la naturaleza pagana, y su follaje verde descansando en la boca morada de la vida virgen.

2

A toda forma de sociedad humana que intente imponer renuncias y penas artificiales sobre nuestro yo anárquico y rebelde, sediento de expansión libre y exultante, responderemos con un aullido de dinamita rugiente y sacrílega.

A todos esos demagogos de la política y de la filosofía que llevan en sus bolsillos un hermoso sistema creado al hipotecar un rincón del futuro, respondemos con Bakunin: ¡Torpes y débiles! Todos los deberes que les gustaría imponernos los pisotearemos furiosamente bajo nuestros pies sacrílegos. Cada fantasma sombrío que colocarían ante nuestros ojos, ávidos de luz, los destrozaremos furiosos con nuestras manos atrevidas y profanas. Cristo se avergonzó de su propia doctrina y la rompió primero. Friedrich Nietzsche temía a su superhombre y lo hizo morir en medio de sus agonizantes animales, implorando piedad al hombre superior. Pero no tenemos miedo ni nos avergonzamos del ser humano liberado.

Exaltamos a Prometeo, el ladrón sacrílego que robó la chispa eterna del cielo de Jove para animar al hombre de barro, y glorificamos a Hércules, el héroe poderoso y liberador.

3

La naturaleza pagana ha colocado un Prometeo en la mente de cada ser humano mortal, y un Hércules en el cerebro de cada pensador. Pero la moral, esa repugnante hechicera de los filósofos, los pueblos y la humanidad, ha glorificado y santificado al buitre exaltándolo como justicia divina, y la justicia divina, que Comte humanizó, ha condenado al Héroe.

El labrador y el pensador han temblado antes de que fantasma y coraje se hayan derrotado bajo el enorme peso del miedo. Pero el individualismo anarquista es una antorcha brillante y fatal que arroja luz a la oscuridad en el reino del miedo y pone en fuga los fantasmas de la justicia divina que Comte humanizó.

El individualismo es la canción libre y sin restricciones que vuelve a conectar al individuo al pandinamismo eterno y universal, que no es ni moral ni inmoral, pero eso es todo: ¡Naturaleza y Vida! ¿Qué es la vida? Profundidades y cimas, instinto y razón, luz y oscuridad, barro y belleza, alegría y tristeza. Negación del pasado, dominación del presente, nostalgia y anhelo del futuro. La vida es todo esto. Y todo esto también es individualismo.

¿Quién busca escapar de la vida? ¿Quién se atreve a negarla?

4

La Revolución Social es el despertar repentino de Prometeo después de una caída en un desmayo causado por el buitre asqueroso que le destroza el corazón. Es un intento de autoliberación. Pero las cadenas con las que el siniestro dios Jove lo hizo encadenar en el Cáucaso por el repugnante sirviente Vulcano no puede romperse excepto por el héroe rebelde Titánico, hijo del mismo Jove (1).

Los niños rebeldes de esta humanidad pútrida que ha encadenado a los seres humanos en el lodo dogmático de las supersticiones sociales nunca perderán el golpe de nuestro tremenda hacha sobre los oxidados eslabones de esta odiosa cadena.

Sí, los individualistas anarquistas estamos a favor de la Revolución Social, pero a nuestro modo, ¡se entiende!

5

La revuelta del individuo contra la sociedad no está dada por la de las masas contra los gobiernos. Incluso cuando las masas se someten a los gobiernos, viviendo en la paz sagrada y vergonzosa de su renuncia, el individuo anarquista vive en contra de la sociedad porque está en una guerra interminable e irreconciliable con ella, pero cuando, en un momento histórico, llega junto con las masas en rebelión, levanta su bandera negra con ella y arroja su dinamita con ella.

El anarquista individualista está en la Revolución Social, no como un demagogo, sino como un elemento incitante, no como un apóstol, sino como una fuerza viviente, efectiva y destructiva… Todas las revoluciones pasadas fueron, al final, burguesas y conservadoras. Lo que destella en el horizonte rojo de nuestro tiempo magníficamente trágico tendrá como objetivo el feroz humanismo socialista. Nosotros, los individualistas anárquicos, entraremos en la revolución por nuestra exclusiva necesidad de prender fuego e incitar a los espíritus. Para asegurarnos de que, como dice Stirner, no se trata de una nueva revolución, sino de un crimen inmenso, orgulloso, imprudente, desvergonzado y sin conciencia que retumba con los truenos en el horizonte, y debajo del cual el cielo, hinchado de premonición, se vuelve oscuro y silencioso (2). Como Ibsen, reconozco que solo hay una revolución -que fue verdaderamente radical- … ¡Me refiero al antiguo Diluvio! Esa solamente fue seria. Pero incluso entonces, el diablo perdió lo que le correspondía: Noé asumió la dictadura. Hagamos esta revolución nuevamente, pero más a fondo. Requiere hombres reales y oradores. Entonces, si traes las aguas rugientes, te proporcionaré el barril de pólvora para volar el arca.

Ahora, dado que la dictadura será -¡ay!- inevitable en la sombría revolución global que envía su  resplandor desde el este sobre nuestra negra cobardía, la tarea final de los individualistas anárquicos será volar el arca final con bombas explosivas, y al dictador final con tiros de Browning. Con la nueva sociedad establecida, ¡volveremos a sus márgenes para vivir peligrosamente como nobles criminales y audaces pecadores! Porque el individualista anárquico todavía significa renovación eterna, en el campo del arte, el pensamiento y la acción.

El individualismo anarquista todavía significa revuelta eterna contra el dolor eterno, la búsqueda eterna de nuevas fuentes de vida, alegría y belleza. Y seguiremos estando así en la anarquía.

Renzo Novatore

Escrito bajo el seudónimo de Mario Ferrento. Il Libertario vol. VXII, # 738, 739. 6 y 13 de noviembre de 1919.


Notas:

  1. En la mitología griega, el Káukasos era uno de los pilares que sostienen al mundo. Se afirma también que Prometeo fue encadenado a estas montañas por Zeus. Jove es otra forma de llamar a Júpiter, principal dios de la mitología romana, equivalente a Zeus en la mitología griega. (N.T)
  2. Acá Novatore parafrasea nuevamente a Max Stirner: Es por el crimen donde el egoísta se ha afirmado siempre y a derribado con su mano sacrílega a los santos ídolos de sus pedestales. Romper con lo sagrado, o mejor aún, romper lo sagrado, puede hacerse general. ¿A caso la revolución no es un crimen, un crimen potente, orgulloso, sin respeto, sin vergüenza, sin consciencia? ¿no se ve que retumba, como un trueno en el horizonte y que el cielo, henchido de pensamientos, se oscurece y calla? – El Único y Su Propiedad, editorial Reconstruir (Utopía Libertaria) –

Extraído del folleto “AsociAc(c)ión Ilícita. Viejos textos sobre ilegalidad desde perspectivas individuales y anárquicas”.

Max Stirner y el stirnerismo

Max Stirner vio la luz en Bayreuth (Baviera) el 25 de octubre de 1806. No fue un escritor de una fecundidad extraordinaria, pues los cuidados por la existencia le acapararon demasiado tiempo. De sus escritos, solo uno se ha mantenido a flote, una obra a la cual se entregó por entero, en la que expresó todo su pensamiento y procuró indicar un camino de salida a las personas de su tiempo: El único y su propiedad.

Existe Stirner y su obra, existe El único y su propiedad y el “stirnerismo”. Sucede que al dirigirse a la gente de su tiempo, Max Stirner se dirigió a las personas de todos los tiempos, pero sin asumir el aire o gesto de profeta vociferando teatralmente desde el fondo de una caverna que tan bien sabía arrogarse Nietzsche. Stirner no se presenta tampoco a nosotros como el profesor enseñando a sus alumnos: habla a todos los que quieren oírlo, tal como un conferenciante o como un conversador que ha reunido en torno suyo a un auditorio de todos los géneros, tanto de manuales como de intelectuales. Por esto, para comprender el alcance del stirnerismo, hay que suprimir de El único y su propiedad todo lo que es relativo a la época en que este libro fue escrito. Sin este trabajo preparatorio, corre el riesgo de asaltar al lector la tentación de que se encuentra en presencia de una confesión o de un testamento filosófico.

Hecha esta supresión, tiene uno ante sí un árbol robusto y bien plantado, una teoría perfectamente coherente por lo que no sorprende que haya dado origen a todo un movimiento. El stirnerismo considera que la individualidad humana es la base y la afirmación de la humanidad; sin lo humano no hay humanidad, la totalidad no se comprende más que por la individualidad. Es lo preciso detenerse en seguida si uno no asimila estas premisas. Esta individualidad sociológica no es un ser en transformación ni un superhombre, sino un hombre como tú y como yo que su determinación impulsa a ser como debe, y como puede ser –nada más, ni nada menos, que su fuerza o potencia de ser–. Pero la persona que nosotros conocemos, ¿es lo que su determinación quería? En otros términos: ¿es lo que debía y lo que podía ser? Esa persona con quien tropezamos en los lugares de placer o de trabajo, ¿es un producto natural o una confección artificial, es voluntariamente el ejecutor del contrato social o no se aviene a él más que por educación, prejuicios y convenciones de toda especie que le atiborran el cráneo? Es este problema el que el stirnerismo va a tratar de resolver.

Primer tiempo. Para volver a poner al individuo en su determinismo natural, el stirnerismo empieza a remover todos los pilares sobre los que la gente de nuestro tiempo ha edificado su casita como miembro de la Sociedad: Dios, Estado, Iglesia, religión, causa, moral, moralidad, libertad, justicia, bien público, abnegación, sacrificio, ley, derecho divino, derecho del pueblo, piedad, honor, patriotismo, justicia, jerarquía, verdad, en una palabra, toda clase de ideales. Esos ideales, los del pasado como los del presente, son fantasmas ocultos por “todos los rincones” de su mentalidad, que se han apoderado de su cerebro, que se han instalado en él y que impiden al hombre seguir su determinación egoísta.

Batiéndose en retirada unos tras otros los prejuicios-fantasmas y derrumbándose sucesivamente las columnas de su fe y de sus creencias, el individuo vuelve a hallarse solo. Al fin, es él, su Yo queda libre de toda la insignificancia que lo comprimía y que le impedía mostrarse tal cual es. Ha quedado hecha la tabla rasa, los nubarrones que oscurecían el horizonte han desaparecido, el sol brilla con todo su esplendor y el camino está libre. El individuo no conoce más que una causa: la suya, y esta causa no se basa sobre nada exterior, sobre ninguno de esos valores fantasmales de los cuales estaba antes atiborrado su cerebro. Es el egoísta en el sentido absoluto de la palabra: su potencia es en lo sucesivo su único recurso. Todas las reglas exteriores se han derrumbado; ha quedado libre de la opresión interior, mucho peor que el imperativo exterior; forzoso le es ahora buscar en sí solo su regla y su ley. Es el único y se pertenece, en toda propiedad. No hay para él más que un derecho superior a todos los derechos: el derecho a su bienestar. “La aflicción debe desaparecer para dejar lugar a la satisfacción.”

Pensar a dónde ha llegado el único. Ni una verdad existe fuera de él. No hace nada por el amor de Dios ni de los hombres, sino por el amor de sí. No existe entre su prójimo y él más que una relación: la de utilidad o la de beneficio. De él solo se derivan todo derecho y toda justicia. Lo que quiere es lo que es justo. Lejos, pues, de toda causa que no sea la suya. Es él mismo su causa y no es ni “bueno” ni “malo” (esas son solo palabras). Se declara enemigo mortal del Estado y adversario insolente de la propiedad legal.

Algunas citas sacadas de El único y su propiedad harán comprender que Stirner no ha perdonado nada y que ningún ídolo halló gracia ante sus ojos:

“Siempre se pone un nuevo amo en el lugar del antiguo, no se demuele sino para reconstruir y toda revolución es una restauración. Ésta es siempre la diferencia entre el joven y el viejo filisteo. La revolución comenzó como pequeña burguesa por la elevación del Tercer Estado, de la clase media, y sube como simiente sin haber salido de su trastienda.”

“Si sucediera, aunque no fuera más que una vez, el ver claramente que Dios, la ley, etcétera, no hacen sino importunarnos, que nos rebajan y nos corrompen, es cierto que los arrojaríamos lejos de nosotros, como los cristianos derribaron, en otro tiempo, las imágenes de Apolo y de Minerva y de la moral pagana.”

“En tanto quede en pie una sola institución que no tenga permitido abolir el individuo, el Yo estará aún muy lejos de ser su propiedad y de ser autónomo.”

“La cultura me ha hecho PODEROSO, esto no admite tampoco duda alguna. Ella me ha dado un poder sobre todo lo que es fuerza, así también sobre los impulsos de mi naturaleza como sobre los asaltos y las violencias del mundo exterior. Sé que nada me obliga a dejarme determinar por mis deseos, por mis apetitos y mis pasiones, y la cultura me ha dado con qué vencerlos: soy su dueño.”

“Aquel que derriba una de sus BARRERAS puede haber mostrado con esto a los demás el camino y el procedimiento a seguir; pero el derribar sus BARRERAS sigue siendo misión de los otros.”

“Nos contentamos durante mucho tiempo con la ilusión de poseer la verdad, sin que se le ocurriera al espíritu preguntarse seriamente si no sería necesario, antes de poseer la verdad, el ser uno mismo verdadero.”

“Aquel que para existir tiene que contar con la falta de voluntad de los demás, es efectivamente un producto de aquellos otros, como el amo es un producto del siervo. Si cesara la sumisión se acabaría la dominación.”

“Para el individuo pensante, la familia no es una potencia natural, y debe hacer abstracción de los padres, de los hermanos, de las hermanas, etc.”

¿A qué lugares empujará su determinismo al egoísta que hizo tabla rasa de los prejuicios-fantasmas? Y he aquí el segundo tiempo del stirnerismo.

Ciertamente, hacia las riberas de la unión, de la asociación… Pero una unión contraída voluntariamente, una asociación de egoístas que no cultivarán el trato con los fantasmas del desinterés, del sacrificio, del desvelo, de la abnegación, etc. Una asociación de egoístas donde nuestra fuerza individual se acrecentará con todas las fuerzas individuales de nuestros coasociados, donde uno consumirá y se servirán mutuamente alimentos. Una unión de la cual se servirá cada uno para sus propios fines, sin que les importune la obsesión “de los deberes sociales”. Una asociación considerada como de su propiedad, como arma y herramienta, y que abandonarán cuando ya no les sea útil.

Pero no se imaginen que la asociación, si persiste el individuo en realizarse por medio de ella, no exige nada a cambio.

Evidentemente, la asociación stirneriana no se presenta como una potencia espiritual superior al espíritu del asociado –la asociación no existe sino por los asociados, pues es su creación–; pero he aquí: para que ella realice sus fines y para que cada cual se sustraiga “a la opresión inseparable de la vida en el Estado o en la sociedad” es preciso comprender bien que no faltarán en ella “las restricciones a la libertad y los obstáculos a la voluntad”. “Dando, dando.” Egoísta, amigo mío, tú consumirás de los demás egoístas, pero a condición de aceptar el servirles alimentos. En la asociación stirneriana se puede también sacrificar a otros, pero no invocando el carácter sagrado de la asociación; sencillamente porque puede ser agradable y natural el sacrificio.

El stirnerismo reconoce que el Estado descansa sobre la esclavitud del trabajo; si el trabajo fuera libre, entonces el Estado quedaría destruido en seguida. Der Staat beruht auf der Sklaverei der Arbeit. Wird der Arbeit frei, so ist der Staat verloren: he aquí porque el esfuerzo del trabajador debe tender a destruir al Estado o a estar sin él, que viene a ser lo mismo.

Tercer tiempo. Queda la forma en que el egoísta o la Asociación de los egoístas luchará contra los hábiles y los astutos que hacen uso de los fines de dominación y de explotación de los fantasmas que han tomado posesión de los cerebros de los hombres. El stirnerismo no pretende desempeñar el papel del Estado después de haberlo destruido o de haber proclamado su inutilidad y forzar a los que no lo quieren, o no pueden, a formar asociaciones de egoístas. El stirnerismo no preconiza la revolución. El stirnerismo no es sinónimo de mesianismo. Contra los que poseen y explotan hasta el punto de no dejar a los explotados ni pan que comer, ni lugar donde reposar su cabeza, ni de pagar el salario íntegro de su esfuerzo, la insurrección es natural y conveniente la rebelión. Hay bienes improductivos al sol y cajas de caudales llenas hasta desbordarse. ¡Qué demonios! Y nada de sentimentalismo cuando se trata de afirmar su derecho individual o asociado al bienestar. El ego, guiado por la propia conciencia, no podría desembarazarse de escrúpulos que podían obsesionar a los hombres de cerebros habitados por fantasmas.

“La revolución ordena instituir e instaurar y la insurrección quiere que uno se subleve o que se eleve.”

“Doy vueltas a una peña que obstaculiza mi camino hasta que tenga bastante pólvora para hacerla volar; doy la vuelta a las leyes del Estado en tanto no tenga la fuerza para destruirlas.”

“Un pueblo no podría ser libre sino a costa del individuo, pues su libertad no afecta más que a él y no es la emancipación del individuo; cuanto más libre es el pueblo, más sujeto está el individuo. Fue en la época de la mayor libertad cuando el pueblo griego estableció el ostracismo, expulsó a los ateos e hizo beber la cicuta al más probo de sus pensadores.”

“Dirígete hacia ti mismo antes que a tus dioses o a tus ídolos: descubre en ti lo que está oculto, llévalo a la luz y revélalo.”

Tal es la esencia del mensaje que Max Stirner, entregándolo a la gente de su tiempo, lo dirige a personas de todos los tiempos.

Hemos dicho que en Stirner había el hombre y la obra. Después de haber hablado de la teoría, hablemos de su fundador. Stirner no es más que el nombre literario de Johann Caspar Schmidt, ese sobrenombre no es más que el seudónimo inspirado en la desarrollada frente (stirn en alemán) del autor de El único y su propiedad, y que él conservó para sus escritos. Uno de los episodios de la vida de Stirner que más llama la atención es que frecuentó, durante diez años, el club de los “Emancipados” (“Los Libres”), agrupación de intelectuales animados por ideas liberales de los espíritus avanzados de antes de 1848. Se reunían en una cervecería con atmósfera inundada del humo de las largas pipas de porcelana, discutían sobre toda clase de temas: teología (el libro de Strauss sobre Jesús acababa de aparecer entonces), literatura, política (la revolución del 48 estaba próxima). Fue en 1843 cuando Max Stirner, el hombre de aspecto impasible, de un carácter fuerte y concentrado en sí mismo, se casó en segundas nupcias con una pequeña burguesa, soñadora y sentimental, asidua también al club de los “Emancipados”, María Daehnhardt. Sin embargo, su emparejamiento no fue feliz. La incomprensión mutua y las calumnias que insinuaban que Stirner buscaba una utilidad con ese casamiento, por la dote de su mujer, ocasionaron la ruptura en 1845.

Stirner continuó creando. El único y su propiedad data de fines de 1844. Publicó sucesivamente de 1845 al 47 una traducción alemana de las obras maestras de J. B. Say y de Adam Smith con notas y observaciones en ocho volúmenes; en 1852, una historia de la reacción en dos volúmenes, todo de su pluma; en 1852 también, la traducción de un ensayo de J. B. Say sobre el capital y el interés, con observaciones… Después, ya no publicó nada. Sus últimos años fueron míseros. Reducido a ganar el pan como podía, aislado, encarcelado dos veces por deudas, sucumbió en 1856 a una infección de carbunco, en una pensión. Nuevas indagaciones de mi amigo John Henry Mackay, muerto en mayo de 1933, parecen atestiguar que el fin de su existencia no fue tan miserable ni estuvo tan desprovisto de amistad como se creyó en un principio.

Volvamos a la obra de Stirner. Uno de los pasajes más notables de El único y su propiedad es aquel donde define a la burguesía con relación a los individuos sin posición social. Esta cita es la mejor respuesta que puede darse a los que ven en Stirner y sus continuadores a individualistas burgueses:

“La burguesía se reconoce en que practica una moral estrechamente ligada a su esencia. Lo que exige ante todo es que se tenga una ocupación seria, una profesión honorable y una conducta moral. La prostituta, el ladrón, el bandido y el asesino, el jugador y el bohemio son inmorales, y el buen burgués experimenta con respecto a esas ‘gentes sin costumbres’ la más viva repulsión. Lo que les falta a todos es esa especie de derecho de residencia en la vida que proporcionan un comercio sólido, medios de existencia asegurados, rentas estables, etc.; como su vida no descansa sobre una base segura, pertenecen al clan de los ‘individuos’ peligrosos, al peligroso proletariado: son ‘particulares’ que no ofrecen ninguna garantía y que no tienen ‘nada que perder’ ni nada que arriesgar”.

“Toda vagancia desagrada al burgués, y existen vagabundos del espíritu que, ahogándose bajo el techo que abrigaba a sus padres, se van a buscar a lo lejos más aire y más espacio. En lugar de permanecer en el hogar familiar removiendo las cenizas de una opinión moderada, en lugar de tener por verdades indiscutibles lo que consoló y calmó a tantas generaciones anteriores a ellos, franquean la barrera que cierra el campo paterno y se van por los caminos audaces de la crítica, donde los lleva su indomable curiosidad de dudar. Esos extravagantes vagabundos entran también en la clase de las personas inquietas, inestables y sin reposo que son los proletarios, y cuando dejan sospechar su falta de residencia moral se les llama ‘perturbados’, ‘cabezas calientes’ o ‘exaltados’.”

“Podrían reunirse con el nombre de vagabundos conscientes a todos los que la burguesía considera sospechosos, hostiles o peligrosos.”

Stirner no ha descendido hacia el pueblo como los Bakunin, los Kropotkin y los Tolstoi, por ejemplo. No es un productor sólido, como Proudhon, con prejuicios de burgueses medios y generosos; no es un sabio como Reclus, doblado de un espíritu de bondad evangelista; ni un aristócrata como Nietzsche; es uno de nosotros. Es un hombre que jamás gozó de una posición segura y provechosa o desahogada. Conoció la necesidad de practicar los oficios más diversos para vivir. La gloria que circunda a los proscritos célebres, a los militantes revolucionarios o a los jefes de escuela, le fue desconocida. Tuvo que arreglárselas como podía y en lugar de las señales de consideración que la burguesía otorga, a pesar de todo, a ciertos ilustres revolucionarios, no recibió más que las repulsas con que ella agobia a los individuos sin situación y sin garantía.

Instruido por sus propias experiencias, Stirner trazó un retrato del burgués mucho más sorprendente que el que hizo más tarde Flaubert, que se situaba únicamente en el punto de vista estético. Para Stirner, la característica del mundo burgués es el poseer una ocupación seria, una profesión honorable, moral, en una palabra, lo que constituye el derecho de residencia en la vida. El burgués puede ser obrero o rentista, llamarse republicano, radical, socialista, sindicalista, comunista, hasta anarquista; puede pertenecer a una logia, a la Liga de los Derechos del Hombre, a un comité electoral socialista o a una célula comunista; puede incluso pagar su cotización a un partido revolucionario. En tanto que su vida descanse sobre una base segura y en tanto que ofrezca garantías morales, burgués es y burgués seguirá siendo.

En la misma Alemania, sólo al cabo de cincuenta años apareció una segunda edición de El único y su propiedad (1882). En 1893, la gran casa editorial Reklam, de Leipzig, editaba este libro en su Biblioteca Popular. Esto era hacerlo accesible a todos. En 1897, John Henry Mackay, que tanto trabajó para hallar huellas de Stirner y disipar el misterio que envuelve su vida, publicaba la primera edición de Max Stirner, Sein Leben und sein Werk. En Francia, El único y su propiedad aparecía en 1900 en dos traducciones, la de Robert L. Reclaire, en casa de Stock, y la de Henri Lasvigne en La Revue Blanche. (En 1894, Henri Albert había traducido una parte de la obra en el Mercure de France; un poco más tarde, Teodoro Randal había hecho lo mismo en las Charlas Políticas y Literarias y en el Magazine Internacional.) En 1902, era traducida al danés (con prefacio de Jorge Brandes) y al italiano (con prefacio de Ettore Zoccoli); en 1911 apareció una segunda edición italiana, que fue reimpresa en 1920. En 1907, precedida de un prefacio del autor de La filosofía del egoísmo, James Walker, aparecía una traducción inglesa por Steven T. Byintong, editada por Benjamin R. Tucker, con el título The Ego and his own. En 1912, El único y su propiedad había sido además traducido al ruso (se cuentan ocho ediciones de esta obra en esta lengua, la séptima traducida por Leo Kasarnowski y la última data de 1920), al español, al holandés y al sueco. En 1930, aparecieron dos traducciones japonesas, una de las cuales en edición económica, por J. Tsuji. Creo que existen traducciones de El único en otras lenguas. (He oído hablar de la traducción en diez y ocho lenguas, pero no pude comprobarlo.) Con el título de Kleinere Schriften (‘pequeños escritos’) John Henry Mackay reunió los estudios, artículos, informaciones y respuestas de Stirner a sus críticos aparecidos de 1842 a 1848. Conozco una edición italiana de esta obra titulada Scritti minori. Traduje en L’en dehors la crítica muy interesante que Stirner hizo de Los misterios de París, de Eugenio Sue, y un extracto de El falso principio de nuestra educación.

 

Emilie Armand

 

Una cuestión de privilegios

En estos días, entre los círculos anarquistas se habla mucho de privilegios. El “privilegio masculino”, el “privilegio de la piel blanca”, el “privilegio del primer mundo” y frases similares aparecen regularmente en las discusiones, pero sin un análisis real que las respalde, como si todos entendieran exactamente lo que significan. De hecho, no es tan difícil entender el significado de estas frases. Su clara implicación es que si la opresión y explotación que se experimenta en esta sociedad no es tan intensa como la que otra persona sufre, entonces se tiene un privilegio en relación con esa otra persona. Pero tal concepción de privilegio es inútil desde una perspectiva anarquista y revolucionaria. Solo tiene significado en relación con el concepto reformista de igualdad ante la ley, que es siempre igualdad de explotación y opresión. Para quienes no tenemos ningún interés en los derechos, sino que queremos la libertad de determinar nuestras propias vidas y, por lo tanto, encontrar la única igualdad que merece la pena perseguir -que es la igualdad de acceso a todo lo que es necesario para determinar las condiciones de nuestra existencia- es decir, para quienes la destrucción del orden social y la transformación revolucionaria de la realidad son los primeros pasos esenciales para apropiarnos de nuestras vidas, debe desarrollarse un concepto de privilegio muy diferente.

Vivimos en una sociedad de clases. Esto ha sido así porque la acumulación de riqueza y poder en unas cuantas manos ha dado lugar al Estado y al Capital. Los pocos que gobiernan determinan las condiciones bajo las cuales todo existe, institucionalizando relaciones sociales que mantienen y expanden su control sobre la riqueza y el poder. La clase gobernante estructura estas relaciones de tal manera que la supervivencia de las clases explotadas depende de que continúen participando en la reproducción de estas relaciones, garantizando así la continuidad de la sociedad de clases. Por lo tanto, se puede decir que la clase gobernante estructura las relaciones sociales de tal manera que la reproducción continua de la sociedad siempre privilegiará a la clase dominante y a sus necesidades. En cualquier sociedad de clases, es decir, en cualquier sociedad en la que existan el Estado y la economía, realmente solo la clase dominante tiene privilegios.

Pero la clase dominante no se impone a una población pasiva. La historia de la sociedad de clases es siempre la historia de la lucha entre clases, la historia de los explotados que intentan ganar su vida y las condiciones sociales para determinarse a sí mismos. Por lo tanto, está en el interés de la clase dominante el estructurar las relaciones sociales de tal manera que se creen divisiones dentro de la clase explotada nublando su comprensión de la naturaleza de su lucha y de su enemigo. La clase dominante logra esto a través de varias instituciones, identidades e ideologías como nación, raza, género, ocupación, sexo, etc. No es difícil ver cómo la clase dominante usa estas estructuras para sus propios fines. Impone a la gente categorías sociales específicas, determinando “privilegios” definidos en términos de tales categorías. Quienes otorgan una categoría definen sus vidas en sus términos, que no es lo mismo a tener privilegios. Esto se vuelve especialmente claro cuando alguien que no pertenece a la clase dominante rebasa sus límites. Sus supuestos privilegios pueden desaparecer instantáneamente. Además, estos “privilegios” otorgados por el orden imperante, a través de categorías sociales, a las personas explotadas en realidad no son más que la disminución en la intensidad de explotación y opresión experimentadas por estas personas. Por ello, es menos probable que los hombres sean acosados sexualmente que las mujeres, además tienden a recibir mayor compensación monetaria por el mismo nivel de explotación laboral. Los blancos son menos propensos a ser acosados por la policía, también es menos probable que se les apliquen largas condenas en prisión como a las personas no blancas, incuso les resulta más fácil conseguir un empleo. Los heterosexuales generalmente no tienen que preocuparse por golpizas, o ser excluidos, a causa de su atracción sexual. La lista podría continuar, pero creo que el punto está claro. Todos estos supuestos privilegios no son más que una relajación mínima de las condiciones de explotación experimentadas en estas categorías sociales específicas. Su intención es convencer a las personas que tienen más en común con los explotadores que con aquellos que no poseen sus mismos privilegios, o sea, persuadir que el verdadero enemigo no es la clase dominante, sino quien tiene un nivel de explotación menos intenso.

Bajo esta luz, que los moralistas reconozcan el privilegio propio y renuncien a él no tiene sentido. No sirve para nada en la implementación de un proyecto revolucionario dirigido a destruir toda norma. Como hemos visto, los denominados privilegios, enumerados por radicales en su mea culpa, no son más que medios para construir identidades sociales que sirven a la clase hegemónica para producir divisiones artificiales entre quienes explota. Entonces, si deseamos echar a andar un proyecto revolucionario que destruya toda norma y privilegio, nuestra tarea no será renunciar a algún privilegio fantasma que nunca ha sido realmente nuestro, sino exponer y accionar más allá de las identidades artificiales que sofocan nuestra individualidad y nos paralizan en la batalla contra el orden establecido. Como en realidad la clase dominante es la única que tiene privilegios, la destrucción de privilegios solo ocurrirá cuando destruyamos toda norma.

Wolfi Landstreicher

 

Niñas

Dos niñas fueron juzgadas esta tarde en Milán.

No fue el afligido juicio de infantes atrapadas en un tribunal frente a un juez severo.

Vi cómo sucedió. Hubo una manifestación anarquista donde, entre hombres resueltos y mujeres enérgicas, dos jóvenes de catorce y quince años fueron aprehendidas.

La sombría María tenía un raro encanto, con aire de astucia juvenil, pelo corto ondulado, y ardientes ojos oscuros. Miraba a los señores de la corte en silencio, con insolencia indefinible, fue mejor que lanzarles un zapato. Hablaba mostrando una sonrisa. Sus cortas frases significativas eran acentuadas por gestos firmes.

– “¿Cómo puedes hablar de anarquía?” Murmuró el juez: “Ni siquiera sabes lo qué es.”

– “¿Usted ha estudiado la anarquía más a fondo? Entonces, existe. ¿Me enseñaría al respecto?”

¡No, pequeña, que no te enseñen nada! La revuelta es instintiva, y la teoría es muy a menudo vana. Tú lo sabes todo si sientes lo terrible que es la vida, esta vida bestial.

Ernesta Quartirola, un año más joven, tiene una belleza igualmente característica. Naciente belleza severa, enigmática. Podría ser una estatua orgullosa del futuro… quién sabe. Su silencio es arrogante. Aparenta como si nada tuviera que ver con ella. Un sí, un no, un encogimiento de hombros y eso es todo.

Pero la sombría María, María Roda, con su actitud desafiante, no permite accedan los testigos de cargo para proseguir con su narrativa sin interrupciones. Sus respuestas marcaban las pausas. Lanzó una cadena de insultos a los vergonzantes delatores e informantes profesionales. Replica a cada uno de ellos.

Un agente testifica en su contra:

– “La señorita Roda incitó a los manifestantes a agredir a la policía, lo hizo como si estuviera poseída, gritaba a todo el mundo, ¡incluso insultó a los oficiales!”

– “¿Cuál es tu respuesta?” Cuestiona el presidente de la corte.

– “Me da pena este gendarme. Es una vergüenza que un pobre diablo deba ganarse el pan de esa forma. Me impresiona que sea el único que se quedó, después de que los otros pobres diablos, sus hermanos, se marcharon… ojalá esto lo haga pensar.”

Lanzó un gesto de desdén hacia el miserable que la había acusado. Arrojaba un primer rayo revelador de ese espíritu sombrío.

Así es como nuestras compañeras se mostraron, quienes están en una edad en que otras apenas han dejado de jugar con muñecas, u otras, las hijas de burgueses, empiezan a divertirse en jugueteos de amor con primos o con algún viejo amigo de la familia.

Prisión, se les impuso. Los hombres de la corte eran generosos. Ernesta y María pasarán tres meses en prisión, y deberán pagar una multa a estos señores. ¡Trescientos francos exigidos a pobres niñas! Es una desvergüenza, pero así es.

Un momento antes de que el Tribunal se retirara a considerar la condena, el hombre de rojo le dijo a María:

– “¿Tienes algo que añadir?”

– “No hay nada, no tendría sentido.”

Esa fue la última palabra.

Se ha dicho una y otra vez que Milán es una pequeña París. Los magistrados de Milán lo comprueban, al menos en un punto, que son tan repugnantes como sus hermanos parisinos. De todos modos, ¿no es la magistratura lo mismo en todas partes? ¿Podría ser de otra manera?

Esta es, probablemente, la razón de que donde quiera que vayas el recuerdo de la patria te perseguirá. Cae encima, como las náuseas al ver la vileza de un juez.

 

Zo d’Axa

 

Periódico L’Endehors. 1895