Retazos para una profundización del nihilismo revolucionario

Estas palabras surgen desde el sentimiento, tal vez egoísta, de profundizar en nuestras propias definiciones, específicamente en el nihilismo, tal vez a contramano de lo que algunxs denominan “tendencias” nihilistas, considerando al nihilismo como un apéndice, una característica agregada a otras posturas o ideologías políticas/sociales, específicamente anarquistas. En esta línea no tiene sentido renegar sobre una supuesta pureza, pero sería caer en un idealismo banal pensar que estas son complementarias, o que incluso comparten un mismo camino en la historia, por el contrario estos se bifurcan y encuentran en ciertos momentos, incluso en el presente, pero anexar al nihilismo como adjetivo anarquista no hace más que minimizarlo, limitarlo y convertirlo en parte de una ideología.

Podemos encontrar desde un lugar genealógico, dos expresiones del nihilismo, una en la Rusia zarista, concebida como movimiento revolucionario, aunque con diferentes etapas que van desde un cientificismo más bien intelectual, hasta la concepción como grupos terroristas apuntados al asesinato del zar Alejandro I. Y por otro lado, como postura existencial, que lejos de quedarse en una teoría dentro del mangrullo filosófico de la época (Hegel-Marx), invita a una interpretación de la realidad hasta las últimas consecuencias del vacío y el acercamiento hasta o hacia la nada, en esta línea podemos encontrar a Stirner, y luego una línea de pensadores de distinto tipo que abordan la nada desde optimas diferentes, Nietzsche, Sartre, Camus o Cioran.

De acá surge la primera pregunta, en parte inocente, pero que invita a reflexionar en torno a ¿Qué es el nihilismo? Y si nos lo preguntamos es justamente porque este pareciera aparecer como un ente estético que sobrevuela el entorno, al cual solo se aborda desde la forma, o sea, tal o cual cosa es nihilista porque propone la destrucción, porque no cree en el futuro esperanzador, porque es antagónico a los valores humanistas, pero estas no se piensan desde el nihilismo, por el contrario, son características de identificación o proyección dentro del ambiente anárquico, tal como pueden ser los rótulos de “egoísta” o “individualista”.

Si pensamos en la definición de Nietzsche nos encontramos con:

Nihilismo -falta el fin, falta la respuesta a la pregunta «¿por qué?». ¿Qué significa el nihilismo? Que los valores supremos se desvalorizan”.

Aunque Nietzsche también afirma ser:

“…El primer nihilista acabado de Europa que, empero, ya ha vivido en sí mismo el nihilismo hasta el fin —que lo tiene tras de sí, debajo de sí, fuera de sí”.

Por otro lado está Turgueniev, en la novela Padres e Hijos y la primera aparición del término en Rusia en el año 1862, quien escribe en forma de diálogo:

-Es nihilista -repitió Arkadii.

-Nihilista -recalcó Nikolai Petrovich-. Eso viene del latín nihil (nada), según creo recordar; probablemente, esa palabra designa… que no cree en nada.

-Di más bien que nada respeta -encareció Pavel Petrovich; y volvió a emprenderla con su mantequilla.

-Que a todo aplica su punto de vista crítico -observó Arkadii.

-¿Y no viene a ser todo uno? -preguntó Pavel Petrovich.

-No; no es todo lo mismo. El nihilista es un hombre que no acata ninguna autoridad, que no tiene fe en ningún principio ni les guarda respeto de ninguna clase, ni se deja influir por ellos.

-¿Y eso está bien? -preguntó Pavel Petrovich.

-Según se mire, tío. A unos les parece bien; a otros muy mal“.

Padres e Hijos.

Y pasando por Stirner encontramos la repetida hasta el unísono:

Lo divino mira a Dios, lo humano mira al hombre. Mi causa no es divina ni humana, no es ni lo verdadero, ni lo bueno, ni lo justo, ni lo libre, es lo mío, no es general, sino única, como yo soy único. Nada está por encima de mí.

El único y su propiedad.

Ahora, lo que encontramos son siempre respuestas o posiciones frente a la nada, de acá podemos pensar que el nihilismo plantea más bien un acercamiento a la nada y no necesariamente una aceptación o negación de la misma, en este abordaje podemos ver como Stirner resuelve el “problema” de la muerte de Dios y por lo tanto de todo orden social y moral en la autoafirmación del Ego, por otro lado lxs nihilistas de Rusia pasarán por una afirmación de la ciencia como nuevo parámetro de ordenar el mundo y Nietzsche será el impulsor de la voluntad de poder, una propuesta que intentará superar la nada en el vitalismo del superhombre en contraposición a las lógicas antiindividuales y morales del cristianismo y la democracia.

En esta línea es que lxs anarquicxs tomamos al nihilismo, desde las respuestas a la nada y no hacia la pregunta por ella, principalmente en la influencia de Nietzsche en Armand, Goldman y Novatore. Este último es quien profundiza y retoma el vitalismo de Nietzsche dirigiéndolo hacia la afirmación anárquica, o sea, la negación de toda autoridad, a diferencia de las tendencias que reafirmaban la anarquía en la “nueva Moral”, el Progreso y la Ciencia.

« Nuestro nihilismo no es nihilismo cristiano. Nosotros no negamos la vida. ¡No! Nosotros somos los grandes iconoclastas de la mentira. Y todo aquello que es proclamado “sagrado” es mentira. Nosotros somos los enemigos de lo “sagrado”¡Y hay una ley “sagrada”; una sociedad “sagrada”; una moral “sagrada”; una idea «sagrada »

Hacia la nada creadora.

Novatore niega toda moral y se posiciona en ofensiva desde la individualidad en lugar que desde la postura victimista donde parte del anarquismo se reafirma en la lógica amo-esclavo.

¡Ustedes esperan la Revolución! ¡Estupendo! ¡La mía comenzó hace ya mucho tiempo! Cuando estén listos —¡Dios que larguísima espera!—no me disgustará recorrer una parte del camino junto a ustedes!“

Mi individualismo iconoclasta.

Después de la influencia Nietzscheana y con el paso de la segunda guerra mundial, las teorizaciones hacia la nada son tomadas por los denominados “existencialistas” entre ellos Sartre y Camus, aunque trayendo el debate a ámbitos puramente intelectuales y literarios, encontramos nuevos abordajes y perspectivas en torno a la relación de nuestra existencia humana con la falta de sentido de la vida, obviamente atravesados por la matanza generalizada y su consecuente amoralidad en medio de la guerra más grande de la historia.

“El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será ante todo lo que haya proyectado ser. No lo que quiera ser. Porque lo que entendemos ordinariamente por querer es una decisión consciente, que para la mayoría de nosotros es posterior a que el hombre se haya hecho a sí mismo. Yo puedo querer adherirme a un partido, escribir un libro, casarme; todo esto no es más que la manifestación de una elección más original, más espontánea que lo que se llama voluntad. Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es. Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y hacer recaer sobre él la responsabilidad total de su existencia.”

El existencialismo es un humanismo.

Sartre se centra en la premisa “la existencia precede a la esencia” entendiendo que nuestra vida, al contrario que los planteos cristianos y cientificistas, no están predeterminados por una serie de razones previas, sino que se reafirma en la libertad, y que a pesar de las construcciones por las que estamos atravesadxs, al fin y al cabo las decisiones que tomamos son nuestra responsabilidad y este “espacio” que nos dispone a la elección, es la nada que nos separa del mundo, el abismo que existe entre nuestra conciencia y este mundo exterior.

Al mismo tiempo Camus profundizara en la relación directa entre la rebeldía y la falta de sentido, reafirmando nuevamente las posibilidades de vivir desde la rebelión en negación del suicidio o del nihilismo pasivo. Vale la pena la lectura de “El hombre Rebelde” sobre este tema.

« A partir del momento en que el espíritu de rebeldía, aceptando el «todo está permitido» y el «todos o nadie», tienda a rehacer la creación para asegurar la realeza y la divinidad de los hombres, a partir del momento en que la revolución metafísica se extienda de lo moral a lo político, empezará una nueva empresa, de alcance incalculable, nacida también, hay que advertirlo, del mismo nihilismo. »

En otra línea más bien estética y literaria podemos encontrar a Cioran, aunque su obra es extensa nos encontramos con una propuesta mucho más ligada a la introspección, él se adentra en la experiencia desesperante de esta falta de sentido.

¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos? ¿Por qué buscamos la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo contenido, aspirando a organizar un proceso caótico y rebelde? ¿No sería más fecundo abandonarnos a nuestra fluidez interior, sin ningún afán de objetivación, limitándonos a gozar de todas nuestras agitaciones íntimas? Experiencias múltiples y diferenciadas se fusionarían así para engendrar una efervescencia extraordinariamente fecunda, semejante a un seísmo o a un paroxismo musical. Hallarse repleto de uno mismo, no en el sentido del orgullo sino de la riqueza interior, estar obsesionado por una infinitud íntima y una tensión extrema: en eso consiste vivir intensamente, hasta sentirse morir de vivir.

En las cimas de la desesperación.

Llegando al presente, el debate se separa nuevamente entre quienes afirman el nihilismo desde la acción, y lxs academicxs que teorizan esde la comodidad de sus escritorios, en estos últimxs el debate surge hacia la falta de sentido que produce la posmodernidad luego de la caída del muro de Berlín y la supuesta caída de las ideologías y la muerte de la historia. Esta aproximación que se centra en el diagnóstico del presente creemos poco tienen que ver con una puesta práctica de nuestras tensiones, sobre todo porque no se posicionan en la negación del Estado/Capital sino que descansan en observaciones cómodas que desconocen los múltiples proyectos revolucionarios y antiautoritarios alrededor del mundo.

De nuestrxs compañerxs que eligen afianzarse como nihilistas podemos encontrar a la Conspiración Células del Fuego en Grecia, o el compañero Sebastian Oversluij en Chile, además de decenas de reivindicaciones de grupos anónimos de acción y algunas publicaciones en distintas partes del globo, entre ellas; Ex-nihilo, Fuego, Nihil, Infierno, y algunas más que más allá o no del título se acercan al debate.

Sin embargo ya no contamos con las viejas imágenes de “referencia” como podría significar para el anarquismo los teóricos del siglo XIX, al contrario esta información o desarrollo que hacemos entre compañerxs muchas veces se contradice entre sí o quedan olvidadas entre publicaciones pasadas, al mismo tiempo que nos rehusamos a generar definiciones determinantes:

« La nueva guerrilla urbana rechaza la sociedad actual y sus valores. Deroga los valores de aquella sociedad y por medio del nihilismo reconstruye y descubre unos nuevos conceptos. Pero frecuentemente el nihilismo está entendido como un concepto vago y abstracto. Algunxs lo confunden con un pesimismo filosófico, otrxs con un arrogante y degenerado pseudoegoismo. No vamos a presentar la definición etimológica de la palabra “nihilismo”, sino que hablaremos del significado que este adquiere en los textos y en los ataques de la guerrilla anarquista. »

Y siguiendo con el mismo texto podemos ver que poco ha cambiado de las palabras de Novatore y su vitalismo Nietzscheano al nihilismo actual.

En realidad ni la anarquía ni el nihilismo ofrecen garantías, pero los dos sí ofrecen la vida. La vida no va sin movimiento, sin evolución o sin conflicto.”

El amanecer de la nada; CCF.

Y es que de antemano nos paramos frente a un nihilismo activo, confrontativo, nihilismo porque apuesta por la negación y no se fundamenta en otros valores morales, pero deberíamos preguntarnos si no es esa afirmación de la vida y del conflicto otras lagunas desde donde posicionarnos ante la falta de sentido, y es en esta encrucijada constante en donde nos preguntamos ¿Cómo se puede afirmar desde la nada? Si en su momento lxs nihilistas rusxs se amparaban en el desarrollo científico, o Stirner en el YO, tenemos que preguntarnos necesariamente que entendemos entonces por nihilismo hoy.

Si lo concebimos como proyección negadora, esa nada detrás de las cosas tiene nuevos y distintos significados, y es que cuando volvemos tangible la negación del mundo nos encontramos también con quienes la afirman desde la “naturaleza salvaje”, el Islam, el proletariado, o la libertad, el tema es desde donde las diferenciamos si es que superamos las valorizaciones morales, ahí tal vez podríamos hablar de resultados amorales, por ejemplo que asesinar a un CEO es un ataque mucho más certero que a un empleado cualquiera, aunque esta respuesta queda corta, sobre todo con el rechazo que igualmente nos generan los ataques fascistas.

Entonces, ¿Cómo se justifica una postura antiautoritaria desde una perspectiva nihilista? Viendo el pequeño recorrido que realizamos, para comprender nuestro nihilismo es necesario posicionarnos en el presente, ya no estamos en los tiempos de la ciencia todopoderosa de la modernidad, ni en los de las grandes revoluciones occidentales o los asesinatos a presidentes en manos de anarquistas, esto no quiere decir que no existan, que la ciencia no se presente como salvadora en tiempos de pandemia y la OMS como institución reglamentaria, o que las revueltas no estallen en distintas regiones del globo, o bueno, ni hablar de Adinolfi, el atentado a la FSB y demás, pero entre esta multiformidad no existe un Dios que todo lo reúna, más que el Capital y la Democracia como los pilares fundamentales de la sociedad actual, el problema es cuando seguimos reafirmando conclusiones revolucionarias de un siglo atrás sin ser criticxs con el recorrido teorico-práctico que reivindicaba esas conclusiones, por ejemplo, seguir hablando de “conciencia” sin cuestionar la idea de Verdad y de Realidad del platonismo, o la idea de “evolución y revolución” sin cuestionar el orden dialéctico de la historia desde el que se paraban lxs compañerxs a finales del XIX.

Por lo tanto, abordar la nada o acercarnos a ella, supone también pensar qué es la nada en el presente y desde que perspectivas nos aproximamos, si es desde el reconocimiento de la falta de sentido pareciera tan real como superable, entendiendo que deberíamos “dejar detrás” esa falta de sentido a fin de poder proyectarnos al futuro, como una decisión rebelde voluntaria, de lo contrario lamentablemente nos estancamos en un solipsismo puramente estético que se reduce a una postura literaria. Por otro lado podemos pensar la nada como un encuentro con el abismo que nos separa del mundo, como un cuestionamiento negador de todo lo que hicieron de nosotrxs, hasta la más profunda de nuestras verdades, y tal vez sea ahí el lugar en donde la nada tenga contacto con la anarquía, cuando el nihilismo se mira a sí mismo y en esa percepción avanza, afirma el abismo en lugar de esconderse en la falta de sentido o en cielos humanistas, que simplemente reemplazan la falta de sentido de la democracia con creencias inversamente ideológicas. Pero siendo claros, y a riesgo de ser repetitivos, más allá de la parafernalia masturbatoria que algunxs hacen del nihilismo, estamos acá, estamos vivxs, encerradxs, y nuestras posibilidades son limitadas, podemos acercarnos a la nada y arder en nuestro interior, pero en la práctica hay un mundo con el que lidiamos, y al que enfrentamos en muchos casos, es ahí en donde realmente se ven nuestras ideas, en la práctica y también en la forma en la que podemos derrumbar los viejos dioses democráticos e izquierdistas, pero como propuesta real, no en la cómoda virtualidad, en la autoreferencialidad constante o en una teorización académica, el nihilismo y su peligrosidad depende de las formas en las cuales podamos materializar la nada y hasta donde somos capaces de reafirmarla sin caer en el abismo de “nuevas” verdades, sino en la práctica dinámica negadora que avanza en su propia falta de dioses, de ahí algunxs hablaran de la exaltación de su vida, otrxs de la belleza de la destrucción, y algunxs en el placer de la revolución anarquista, como un entrelace difuso que antes que estancarse en condiciones objetivas del proletariado, avanza peligrosa y caóticamente tanto en la revuelta como en la paz del progresismo y la servidumbre voluntaria.

La Rivolta. Número 6

 

Hacia la insurrección permanente: por la radical destrucción de lo existente

“Cara a cara con el enemigo, sin mediaciones ni gestorías: he ahí la divisa y el
emblema de una práctica de intervención, orientación y potencialidad
anarquista”

Rafael Spósito

Digámoslo de esta manera: tal vez no es más que una simple cuestión de “fe”, pero tomamos nota de que no hay más sordo que quien no quiere oír ni más ciego que quien se niega a ver; por lo tanto,sabemos que es una batalla perdida de antemano –y energías desviadas del ataque– tratar de persuadir a los eternos guardianes de las “sagradas escrituras” en torno a la urgencia de renovación de nuestra teoría y nuestra práctica con una redefinición actualizada de nuestros trazos. Esos que no oyen ni quieren ver la necesidad de un nuevo rumbo anárquico en el contexto contemporáneo –frente a la reestructuración del capitalismo y el Estado, bajo el reino de las nuevas tecnologías–, son quienes engrosan hoy el conjunto de obstáculos que enfrenta el presente desarrollo del anarquismo.

Aquellos que aún permanecen anclados al modelo tradicional del “anarquismo clásico”, en sus organizaciones de síntesis y/o en partidos especificistas–estructurados de manera rígida en verdaderos aparatos burocráticos donde, inevitablemente, delegan estudios de “coyuntura” y elaboran conclusiones, instruyendo desde el púlpito qué hacer para frustrar el avance de la dominación–, ya no nos aportan nada con su visión ideologizada y su versión mediatizada de la lucha ácrata. Mientras no terminen como informantes y/o secuaces confesos del presente histórico-social, deberían sernos completamente indiferentes, excepto por la función que desempeñan en términos de propaganda (completamente opuesta a nuestras reflexiones).

Cada vez es más evidente el prejuicio ideológico de estos “sordos” y “ciegos” contra la tendencia insurreccional, con especial pedantería contra la organización informal, no sin dejar de hacer caprichosas distinciones entre un pretendido “informalismo bienhechor”–mucho más tolerable– que invita a la difusión comunitaria del apoyo mutuo y otro, sumamente inaceptable y consecuentemente insurreccional que incita constantemente al ataque contra la dominación y «pone en peligro al “movimiento” en general y al “anarquismo organizado” en específico».

Contrario a los prejuicios de las organizaciones rígidas y su ideología trasnochada, centramos nuestro interés en todas esas negaciones en movimiento; enfocamos nuestra mirada en el conjunto de tensiones anárquicas emergentes –desde las y los lobos solitarios anarconihilistas hasta el insurreccionalismo queer, por poner un par de ejemplos concretos– que estudian al enemigo para saber inmediatamente dónde golpearlo con todas sus fuerzas. Tensiones que, utilizando el lenguaje actual que parece haberse arraigado en esta porción de la galaxia anárquica, se identifican con el denominado “anarquismo de acción”, es decir, con la informalidad organizacional y la práctica insurreccional permanente.

Sin embargo, dentro de nuestro propio universo, frecuentemente se utilizan conceptos que –ya sea como reafirmación identitaria o, con la intención de distinguirnos de las demás luchas y/o deslindarnos del inmovilismo prevalente– a veces crean más confusión en la escena, envolviendo en una espesa niebla ese mínimo de claridad indispensable para el avance de la guerra anárquica y la forja de un sustrato común.

En este sentido, es posible situar, a partir de esta suerte de “cosmovisión”, desplazamientos y reubicaciones conceptuales que, en conjunto, implican un giro que tal vez quepa calificar de “radical” y que, de hecho, intenta reorganizar el campo de entendimientos y significaciones. Empero, en ocasiones topamos con verdaderas desvirtuaciones que, sin proponérselo, dejan de acompañar su aliento insurreccional de la reafirmación intransigente de nuestros principios. Así las cosas, continuamente encontramos como el propio concepto de “anarquismo de acción” a veces es reducido a su mínima expresión.

Definitivamente, la acción anárquica no puede diseccionarse como si se tratara de una zanahoria que intentamos cortar en rodajas, cada una de las cuales es digerible o no en su aislamiento. Cualquier acción anarquista, desde la perspectiva del anarquismo de praxis, implica un conjunto de factores –análisis e identificación del enemigo, evaluación general del proyecto (del que se puede ser parte), ataque y; luego, sistematización y elaboración de teoría a partir de la experiencia práctica, etc., lo contrario, sería restringir nuestra lucha a la limitada actuación de un grupo de especialistas. Por eso, consideramos apropiado que el concepto de “anarquismo de praxis” incluya este conjunto de factores, y no solo la “acción destructiva en sí misma”.

Es evidente que el anarquismo de acción es ese que no se queda en la “Idea”, es decir, que no se limita a la elaboración intelectual, sino que se traduce en acciones de ataque concreto al sistema de dominación imperante dándole vida a la Anarquía; no obstante, habría que agregar que a veces no todo lo que está diseñado como una posible “acción concreta” se convierte en un ataque “efectivo”, ya que pueden darse condiciones que impiden su desarrollo.

Definitivamente, el concepto en cuestión no debe circunscribirse a quienes llevan a cabo la acción destructiva, sino que ha de involucrar a todas las y los cómplices que desarrollan un sinfín de quehaceres paralelos facilitando el accionar final: desde la expropiación –proporcionando primero los insumos necesarios para el ataque y, después, facilitando la edición/impresión de materiales teóricos elaborados a partir de la experiencia práctica– hasta el análisis en función de la acción realizada. De tal suerte, el viejo concepto de “acción directa” se enmarca en el mismo razonamiento y, se complementa con la idea de “anarquismo de acción”, ya no reducida a los clásicos esquemas de actuación del (casi) extinto movimiento obrero en torno a la huelga –el sabotaje industrial y el boicot– ni tampoco como una expresión únicamente aplicable a nuestras acciones destructivas sino en tanto característica básica del perfil y posicionamiento anárquico.

De igual forma, existen otros conceptos que se esgrimen a modo de “identidad” que con cierta frecuencia son utilizados de manera confusa. En ese sentido, consideramos que es muy presuntuoso asumirnos como los únicos portadores de ciertos talantes con el propósito de diferenciarnos de los “otros”. Por ejemplo, con el uso impropio de la definición de “anarquista individualista”: acaso pretendemos monopolizar un rasgo que, como anarquistas, es indiscutible que aplica para todos; es decir, que todas las y los anarquistas coincidimos en que ningún grupo humano, sea grande o pequeño, debe
forzar la integración de las personas, por el contrario, consideramos vital incrementar la individualidad, su potencia y sus capacidades. Como anarquistas, estamos conscientes que cualquier “unión”, por muy bien intencionada que sea, siempre requiere la renuncia de los individuos a la plena disponibilidad sobre sí mismos. Al ser únicos –¡no somos iguales!–, cada quien busca asociar lo que tiene en común con las y los demás, no lo que nos distingue y nos separa de los otros, de lo contrario la coordinación sería imposible. Sin embargo, consideramos que sí es viable la coordinación en momentos y situaciones específicas y, con fines previamente concertados, sin renunciar a nuestra autodeterminación táctica y estratégica (precisamente, ese es el propósito de concretar un espacio insurreccional internacionalista).

Por supuesto, siempre se podrá demostrar, particularmente en nuestros días que todo se ha venido clarificando –aunque, no fue así desde el principio–, que nunca ha faltado la actuación de ciertos “anarquistas” (sobre todo en el pasado, pero también en la actualidad) que han impuesto límites absurdos a través de organizaciones burocráticas, repletas de “declaraciones de principios”, “estatutos”, “reglas” y, otras mil restricciones. Empero, a la hora de hacer balance y examinar el pasado, no podemos olvidar las reflexiones de época, es decir, las “mentalidades” prevalentes, las lecturas caducas que se hacían del mundo y el orden que se asignaba al conjunto de cosas y eventos.

Por último, tampoco podemos obviar la fascinación que existía y, lamentablemente todavía existe en ciertos sectores, por el desarrollo cuantitativo –verificable tanto en las organizaciones sindicales como en las de síntesis–, apostando al crecimiento aritmético como si por el sólo hecho de crecer pudieran poseer todas las “positividades”, eliminando a priori cualquier dificultad, incluidas las renuncias, las actitudes autoritarias y las traiciones que surgieron por aquí y por allá en momentos neurálgicos del movimiento anarquista. Ya ni hablar de las desvirtuaciones del “anarco-populismo” que ha venido tomando cuerpo en nuestros días, un coctel ideológico mefítico (ensayado en laboratorio a partir de dos ingredientes: el añejo plataformismo y, una suerte de leninismo posmoderno, mezclados en partes iguales y servido al tiempo) que impulsa “gobiernos progresistas” en nombre del “Poder Popular”.

Desde luego, quizá valga aclarar –para evitar una malinterpretación de lo antes expresado– que cuando señalamos el “uso impropio de la definición de anarquista individualista”, no significa que no reconozcamos la presencia histórica de estas lobas y lobos solitarios al interior de la tendencia insurreccional e informal (capaces de eliminar tiranos y hacer temblar a la dominación –y a la servidumbre voluntaria– de su época) y, sus tremendos aportes al conflicto anárquico, incluso en nuestros días, con sus osadas acciones contra toda autoridad. Nos referimos a ese hincapié improcedente que a veces se hace desde algunos grupos de afinidad, en franca contradicción con sus propios postulados, llegando en ocasiones a enredar más la madeja y a exacerbar diferencias realmente inexistentes en nuestra tendencia.

Otro concepto que con frecuencia también es sacudido y empleado a modo de “remedio universal” es la afinidad. En lugar de entenderse como una práctica “organizacional” frente a las estructuras rígidas de la “organización formal”, ahora se esgrime como criterio “anti-organización” o, a modo de “estructura de convivencia comunitaria” –como plantean algunos “anarco”-liberales desfasados, ante la pandemia de Covid-19, renunciando al ataque–, lo que aumenta la confusión e introduce contradicciones incluso donde no las había (¡y donde no deberían existir!).

En concreto, ha sido en el marco de acontecimientos puntuales del movimiento anarquista y, mediante debates internos que se han ido articulando en diferentes momentos, que el significado de “informalidad” (es decir, de “grupos informales” y/o “organización informal”) ha adquirido su propia especificidad. Tanto es así que, por ejemplo, los “grupos informales” concretos, también han operado al interior de organizaciones sindicales y organizaciones específicas (ejemplo el grupo “Nosotros” en el Movimiento Libertario español). Por lo tanto, es evidente que la informalidad (de los “grupos”) también puede estar contenida dentro de estructuras organizativas rígidas que se consideran “formales” a sí mismas, no tanto y no sólo porque lo asuman en su nombre, sino porque están estructuradas de esa manera, se establecieron con tal fin y, tienen evaluaciones internas y parámetros operativos que persisten más o menos estables en el tiempo, o que cambian según acuerdos establecidos.

En resumen, incluso dentro de la “máquina organizativa formal”, los grupos informales pueden actuar (y han actuado). Sin embargo, es a partir de las dinámicas y debates de las últimas décadas del siglo pasado que el concepto de “informalidad” contrasta como propuesta organizacionalmente válida para ir más allá de los límites y, superar las contradicciones de las históricas organizaciones anarcosindicalistas y del anarquismo especificista de síntesis: la formalización de las relaciones dentro de una maquinaria mastodonte que requiere sus tiempos y energías, con sus obstáculos burocráticos y formas preestablecidas de relaciones, desangra a sus asociados, para colmo, en un sistema que persigue sus propios tiempos a una velocidad cada vez más fuera del alcance humano. En este contexto, la herramienta organizativa se convierte en un fin en sí misma, ¡no en un medio útil para los fines por los que fue concebida! De ahí, la necesidad de dotarnos de nuevas herramientas, nuevas formas de organización, para adecuar la lucha anarquista ante las nuevas estructuras dominantes, mejorando las relaciones inmediatas entre compañeros y compañeras que con su fluidez redefinen las necesidades organizacionales para enfrentar las vicisitudes y las dinámicas interna y externa.

Si bien, la asociación de compañeros y compañeras en grupos de afinidad puede ir mucho más allá de los límites y contradicciones de las estructuras rígidas de las orgánicas sindicalistas o de síntesis – al asentarse en relaciones directas que favorecen, entre otras cosas, el conocimiento personal mutuo y la intimidad–, evidentemente, esta forma organizativa por sí misma, no nos garantiza que no aparezcan ciertas dificultades que sólo con el esmero perenne de cada quien pueden llegar a “erradicarse”. Por ejemplo, la misma diversidad de personalidades –con diferente preparación, experiencia y, capacidad de síntesis y análisis– que integran un grupo, puede determinar la aparición de “líderes naturales” (no buscados ni deseados sino completamente espontáneos). Siempre han existido personalidades que hacen más que otras y, a veces, mejor que otras, y evidentemente, no pueden ser forzadas a medirse con los mismos parámetros de una “igualdad” incomprendida para “todos” y “todas”. Por lo que, valorar la riqueza y la contribución de cada quien al quehacer del “grupo de afinidad”, en aras del proyecto a compartir en la lucha contra lo existente, no excluye la responsabilidad individual de cada quien frente a las relaciones internas que se establezcan. Desde este punto de vista, incluso la afinidad no nos garantiza nada. Siempre será la tensión permanente individual la que cree continuamente los diques necesarios para confrontar los momentos – “espontáneos”– de autoritarismo y arrogancia individual y/o colectiva, evitando la formación de espacios de poder y las actitudes centralizadoras, de la misma manera que seguramente sucederá en un hipotético mañana liberado. (¡El Estado no salió del sombreo de un mago, sino de la condición que precede la centralización del poder!).

Otro concepto que bien merece que nos detengamos un momento a reflexionar es el de “Nihilismo”. De hecho, si lo sacamos del contexto poético y lo colocamos frente a la lectura del escenario concreto, será evidente, para todas y todos, que su empleo es común a muchas de las tensiones que animan el anarquismo contemporáneo (informal e insurreccional). También es indiscutible que este concepto ha tenido presencia en nuestras filas desde hace más de un siglo, contando con connotadas figuras de larga trayectoria insurreccional que en su época se autodenominaron anarco-nihilistas. Así las cosas, comencemos señalando las dos acepciones del término “Nihilismo”: si bien es una expresión indeclinable que se usa en el nominativo y acusativo; por una parte, puede emplearse como sinónimo de “nada”, en el sentido de “vacío” o, “nūlla res”, es decir, ausencia absoluta de alguna “cosa” (o realidad); pero también puede referirse a la “nada” de manera precisa, predefinida, determinada, cuya conformación puede emerger de lo indeterminado de las formas estables y/o cambiantes. Ahora bien, si admitimos que desde los parámetros del anarquismo contemporáneo, se excluye de antemano la salvaguarda de los elementos fundadores del actual sistema de dominación, entendiendo la inutilidad y/o nocividad de estos en la posible “sociedad futura”, es consecuente asumir que esa sociedad futurista carece de boceto o esquema que pueda definirla y/o describirla en la actualidad. Si tenemos que destruir de inmediato todo lo existente –por las razones que resumimos sucintamente– nos queda claro que somos necesaria y obstinadamente “nihilistas” en la segunda acepción del vocablo. Entonces, la supuesta diferencia radical desaparece, de hecho, no existe ninguna diferencia desde esta forma de entender las cosas, entre quienes se asumen anarquistas individualistas y nihilistas y, no aspiran a un “anarquismo preconstituido”, por una lado y, por otro, aquellos, que también se admiten anarquistas insurreccionales pero no excluyen la hipótesis de la posible participación de un sector de los excluidos dentro de la dinámica destructiva de la insurrección y, paralelamente, tampoco le apuestan a una hipotética “sociedad anarquista preconstituida”.

Aquí, reaparece la añeja trama del individuo-sociedad y las diferencias entre los llamados anarquistas individualistas “puros” y los denominados anarquistas “sociales”, pero más allá de las etiquetas con que cada quien nos decoremos, nos queda claro que la historia no está ordenaba “ontológicamente”, sino que está constituida por lecturas e interpretaciones de dinámicas político-culturales y sociales, mediadas (¿por qué no?) por la sensibilidad particular y la tendencia individual. Pero más allá de esta obviedad, que tiene sus propias razones, ¿existen contextos generales y particulares que algunos prefieren excluir definitivamente, por más que sean necesarios, mientras otros admiten que aún hay posibilidades de algún tipo de participación de los “sectores sociales” en el proceso destructivo-insurreccional?

A menudo recurrimos a las demostraciones que nos ofrece la Historia para concluir definitivamente que cada “Revolución” (en su acepción de “levantamiento popular contra lo existente” – o insurrección generalizada), ha desembocado siempre en nuevos poderes centralizados (léase dictaduras) y que, per se, es ajena y enemiga del anarquismo, ya que luchamos contra el poder centralizado en sí mismo. Pero, tan pronto como avanzamos un poco más allá de esta conclusión, y comenzamos a hacer distingos entre “insurrección” y “Revolución” y/o, nos planteamos la “posibilidad revolucionaria” y la eventual “participación social” en nuestros días, la discusión prevalece (y muchas veces se enardece) porque quienes sostienen una u otra posición cuentan con un abundante arsenal argumentativo y, es que estas diferencias distan mucho de ser menores pues exceden los regocijos académicos y se instalan en las justificaciones de formulaciones prácticas y organizativas en torno a la actualidad u obsolencia del “proyecto revolucionario” e, inclusive, entroncan con las diferencias en torno a la visión cuantitativa y el consecuente inmovilismo implícito en la espera de “condiciones objetivas y subjetivas” (es decir, el pretendido despertar y desperezamiento de la servidumbre voluntaria) para la “inminente” concreción de la insurrección generalizada, lo que inevitablemente provoca divergencias y polémicas por lo general irreconciliables.

Ante esta disyuntiva, hay compañeros y compañeras que optan por cortar de tajo la discusión y plantearla en blanco y negro: «o consideramos que hay posibilidades concretas de destrucción definitiva del presente histórico, o creemos que no existe ninguna». De tal forma, rematan que quienes piensan que no hay ninguna posibilidad, «volatilizan de antemano cualquier pensamiento sobre el hipotético mañana liberado y tienen su alma en paz, ya que eliminan el problema en torno a la necesaria afinidad entre medios y fines y, toda planificación de la destrucción del presente y lo que siga».

Y en efecto, podría concluirse que al minimizar y/o negar las posibilidades de alcanzar el “fin”, se desprecian automáticamente “los medios”; sin embargo, pesa a la icónica reflexión anárquica (“los medios condicionan el fin”) en respuesta a la máxima maquiavélica (“el fin, justifica los medios”), en verdad, la elección de los medios para los y las anarquistas, va acompañado siempre de nuestros principios éticos (decididamente antiautoritarios) y no está condicionado por el hipotético fin anhelado.

Por su puesto, quienes plantean la imposibilidad de una ruptura sediciosa en nuestros días y aseguran que cualquier “Revolución” desembocará una vez más en dictadura –aún más en las condiciones que hoy impone un hipercapitalismo multicéntrico mucho más autoritario, de la mano de la tecnología y la redefinición genética de todo organismo viviente–, no se quedan atrás a la hora de pronunciarse ante quienes consideran realizable la destrucción definitiva del sistema de dominación, insistiendo en la “caducidad del análisis” y la “lectura ideologizada” de las y los defensores del “proyecto revolucionario posmoderno”. Pero si todavía hay compañeros y compañeras que consideran que existen posibilidades de destrucción del sistema centralizado de poder, en consecuencia, deben evaluar mejor la correlación de fuerzas y las interacciones que se desarrollan en la actualidad; ya que en este caso, la “voluntad de hierro” del guerrero, o de la coalición de guerreros y guerreras, no será suficiente para derribar al enemigo. Exactamente, en esta dinámica el “movimiento anarquista” (en su integridad histórica) se ha presentado siempre como un ente sedicioso –con el templado objetivo de destruir radicalmente la estructura institucional– que, al rechazar cualquier hipótesis en torno a la conquista del poder, coloca el evento “insurreccional” como el momento decisivo de la destrucción del enemigo. Sin embargo, es evidente que las condiciones actuales no son las mismas que hace un siglo atrás. Desde luego, esta afirmación no representa la negación a priori de la sedición social. Si mañana se concretara la ansiada insurrección generalizada, estamos convencidos que será bienvenida por todos los componentes (individuales y colectivos) de la tendencia, rebasándola siempre y orientándola hacia la Anarquía; lo que tampoco significa que estamos dispuestos a ser sorprendidos por la generalización de la lucha de los sectores excluidos, sino que vivimos atentos a todo brote sedicioso con el fin de exacerbarlo hasta las últimas consecuencias.

El hecho que en la actualidad, la tendencia anarquista informal e insurreccional, reconozca la inhabilidad de la preservación de los elementos del sistema para su uso futuro y, se centre en la destrucción de lo existente, dejando así abierto el futuro al “nihilismo” –poniendo en claro que no hay nada definido ni definible en el presente–, no afecta en modo alguno su validez ni la importancia de su accionar. Empero, la dominación y el poder no desaparecen en absoluto. Tanto es así que no hay tensión anárquica –en el contexto de la tendencia que nos ocupa–, que no lo tenga en cuenta y, no intente, más o menos, “solucionarlo”; frecuentemente, con cierto candor y otras, con ilusiones totalmente milagrosas, a pesar de lidiar con el tema en términos concretos. Por lo que a veces nos encontramos con compañeros que –ingenuamente– inscriben sus ilusiones en la misma lógica de las relaciones de poder sin cuestionarse demasiado y, vislumbran la lucha anárquica como un campo de batalla donde se enfrentan dos bloques en aras del triunfo definitivo; algunos le apuestan únicamente a la propaganda que emanaría de la acción destructiva en sí, considerándola aún más eficiente si va acompañada de comunicados explícitos; otros ponen sus ilusiones en el “contagio” de la acción destructiva y eligen el anonimato, reduciendo la acción sediciosa a una cuestión biológica; y, por supuesto, hay quienes, en cambio, se aferran al despertar de la servidumbre voluntaria y a posiciones similares, propias de los nucleamientos “anarco-sociales”, superadas por eventos y dinámicas del presente histórico que, continuadamente, vuelven obsoleta cualquier hipótesis general –válida en todas partes y para todos– de intervención subversiva-destructiva.

Y es justo en torno a estos tópicos que surge otro viejo concepto bastante vapuleado en nuestros días: la “propaganda por el hecho”. Históricamente, este concepto ha tenido su muy particular  significado en los círculos anarquistas, quedando auténticamente definido como la difusión del ideal anárquico a través de la violencia directa contra la dominación, ya sea mediante la eliminación física de los representantes del Poder y/o, por medio del ataque a su infraestructura o a sus instalaciones más emblemáticas (edificios gubernamentales, estaciones de policía, cuarteles del ejército, judicatura, legislativo, iglesias, etc.). Tal como lo indica la combinación de vocablos, esta divulgación activa del ideario ácrata no requiere la intervención de las palabras, ya que es el propio “hecho” el que expresa el sentido de la acción, por lo que no necesita ir acompañado de reivindicación alguna. A esta concepción, iban aunadas las reflexiones de época –inspiradas en las aspiraciones de “concientización de las masas proletarias”– que anhelaban la apropiación generalizada de los métodos revolucionarios, por lo que se recomendaba no reivindicar las acciones para conseguir su imitación por la mayoría de los explotados.

Sin embargo, nunca fue del todo cierto que la “propaganda por los hechos” se limitara única y exclusivamente a lo que “expresaba” la acción en sí. Por el contrario, la mayoría de las veces fue acompañada por cartas póstumas y/o manifiestos firmados por sus ejecutores –por lo general, publicadas en los periódicos anarquistas del momento– donde se narraba explícitamente el motivo de la acción o, en su defecto, los hechos eran reivindicados en exaltados editoriales glorificando a los “mártires de la Anarquía” y exponiendo las justas motivaciones que les llevaron a proceder contra la dominación.

Ciertamente, la mayoría de las acciones de “propaganda por los hechos”, salvo rarísimas y contadas excepciones, fueron realizadas por compañeros y compañeras anarquistas que actuaban motivados por sus convicciones y/o en represalia por las ejecuciones de sus compañeros. Jamás se verificó la “imitación” de las acciones por parte de los sectores sociales excluidos (ya fueran motivadas por los hechos anónimos o por las reivindicaciones editoriales), por el contrario, el “contagio” se manifestó entre los propios anarquistas que descifraban fácilmente el mensaje de sus compañeros e igualmente optaban por abandonar la espera por las “condiciones revolucionarias” y, vencían el miedo al poder omnipotente actuando en total complicidad.

En el marco de la dinámica del anarquismo contemporáneo, donde cada componente busca “su” solución, lejos de incrementarse las diferencias, constantemente surgen puntos comunes fundamentales para todas y todos los interesados. En primer lugar, detectamos que no es del todo cierto para ningún componente anárquico, el absoluto alejamiento de lo “social”, ya que –aunque declaren no tenerlo en cuenta– a menudo llaman a intensificar nuestro accionar y desbordar los límites cada vez que se presenta el más mínimo brote de explosión social. Por otro lado, tampoco es verdad que los presuntos “antisociales” no tengan un ojo puesto en la posibilidad post-insurgente, ya que reafirman abiertamente estar tan atentos al futuro como lo están del presente, con la determinación de cortar de raíz cualquier intento o manifestación de poder centralizado por muy “revolucionario” que se asuma; simplemente, no desean restringir el presente con estrechos parámetros ni darle una connotación determinante a lo que pudiera construirse hipotéticamente mañana sobre las ruinas del presente.

En esta misma tesitura, también se inscriben los “otros”, esos que todavía permanecen anclados en las orgánicas rígidas y burocráticas. Si bien este sector se equivoca persiguiendo paradigmas totalmente irrelevantes frente al actual contexto de lucha, es innegable que no desisten en su intento por permanecer lo más cerca posible de la realidad concreta, sin renunciar –pese a nuestros constantes reproches– a ninguno de los anhelos anárquicos, conscientes de que sólo la insurrección permanente abre la posibilidad de confrontación concreta con el sistema de dominación, sin que, ni siquiera “ellos”, pretendan desde hoy imponer lo que sobrevendrá en la hipotética post insurgencia.

Por lo pronto, es posible apreciar una suerte de “acercamiento” general, a modo de diagnóstico de la tendencia informal e insurreccional anárquica, destacando y reconociendo que en su interior existen diversidades irreductibles con sus tensiones, preferencias y formas de abordar la destrucción inmediata de lo existente; pero este hecho, no obstaculiza el desarrollo de nuestro sustrato compartido ni dificulta nuestros objetivos ancestrales de destrucción de toda dominación, sino que abona el terreno para limar asperezas –muchas veces exacerbadas– y consolidar entendimientos. De ahí la propuesta de rebasar concretamente los límites y deficiencias actuales desde la perspectiva de un posible paradigma anárquico renovado que ya no podrá limitarse a ningún espacio “regional” sino que exige la protagónica imbricación internacionalista y su consecuente proyección insurreccional.

Se asiste entonces, al abandono de todas nuestras certezas, a la absoluta indolencia frente a los rituales burocráticos de los recipientes organizativos rígidos, al imperioso rechazo a las planificaciones inviolables e incapaces de corregirse a sí mismas y, se pasa a explorar las infinitas posibilidades de nuevas prácticas susceptibles de provocar y promover el caos, cobrando vida nuevas tensiones que se vuelven móviles y se reconocen más en los recorridos vitales que en la estabilidad mortal de los lugares fijos. Hoy, las historias previsibles ya no conmueven y, los deseos se concentran en el ataque despiadado a toda forma de poder, se nutren en el placer de la insurrección permanente y la pasión por la sorpresa, exaltando el descubrimiento de lo nuevo.

Tomado de Reflexiones en torno al sustrato anárquico contemporáneo informal, insurreccional e internacionalista. Febrero/Abril, 2020

¿Por qué no soy comunista?

Son tiempos raros. Si algunos viejos anarquistas, obviamente seniles (si no lo estuvieran, nunca lo harían), se atrevieran a usar la palabra “libertario” de la misma manera como fue usada hace un siglo, y que aún se usa en algunas partes del mundo, la juventud anarquista actual los miraría horrorizada, debido a que hace cuarenta y dos años algunos idiotas patéticos que estaban a favor de las drogas, el sexo y el capitalismo decidieron dar ese nombre a un partido. Nombraron de esa manera al más aburrido de los partidos, a un partido político. Entiendo que la juventud no quiera usar esa palabra, si no fuera por una sola cosa. Que muchos de ellos no tienen problema en denominarse comunistas. Como si no existieran partidos comunistas desde mediados del siglo XIX. Como si Stalin, Mao, Pol Pot y toda esa banda de dictadores sangrientos, habidos por causa del comunismo, nunca hubieran existido[1] ¡Sé que palabra debo evitar, por principio!

Soy consciente de que el comunismo anarquista, o comunismo libertario, tiene una historia tan antigua como el primer partido comunista. Pero estos viejos anarco-comunistas[2] tenían cuidado en consolidarse como anarquistas. Su etiqueta de comunistas nunca se comprendió fuera del seductor adorno de la elegancia anti-autoritaria. Incluso, la mayoría reconocía a la autonomía individual como uno de los objetivos principales del anarquismo, aunque a menudo olvidaban que la autonomía individual es también la principal práctica.

Algunos anarquistas que hoy en día se refieren con afecto al comunismo parecen rechazar la posibilidad de la autonomía individual… o incluso al individuo. No importa si se trata de nihilistas ingenuos atormentados por las tonterías metafísicas de Tiqqun, o de ultra-teóricos ultra-excitados por la ultra-izquierda. La mayoría de los jóvenes comunistas “insurreccionales” creen que tú y yo realmente no accionamos, sino que somos marionetas del invisible e incorpóreo actor de la sociedad. Las relaciones sociales, los movimientos, un montón de fuerzas colectivas, aparentemente surgen de nada más que de ellos mismos, ya que si tratas de devolverles a su fuente original, debes regresar al accionar individual que sucede en su mundo y se relaciona entre ellos. Para acabar con esto, debemos reconocer que no es “la comuna”, ni “la comunidad humana”, ni tampoco esa absurda mistificación del “ser” y la “especie”, sino tú mismo aquí y ahora – un individuo único capaz de desear, decidir y accionar – el centro y objetivo de tu teoría y tu práctica. Una gran parte de la teorización del comunista parece estar enfocada en evitar esto.

Me burlo de los balbuceos comunistas mientras yo mismo vacilo. Supongo que es momento de llegar al punto (en mi indirecta manera vagabunda) ¿Por qué no soy comunista? ¿No podría yo mismo crear un comunismo que sea mío? Este absurdo dadaísta, levemente excéntrico, sería un experimento atractivo, pero tengo mejores juegos que practicar. Verás, el comunismo tiene una historia, y no es para nada hermosa. Si intento cambiar la interpretación del comunismo, lo haré a mi manera, no lo haré para “recuperarlo” –no quiero esa maldita cosa- sino usarlo como arma verbal. Es tiempo que la etiqueta de “comunista” se vuelva tan ofensiva como la palabra “capitalista” entre los anarquistas que reconocen que ninguna ley significa, ninguna ley sobre mí; que ninguna autoridad significa, ninguna autoridad sobre mí, que ningún gobierno significa, ningún gobierno sobre mí. Y la práctica inmediata de estas negaciones es la autonomía individual, voluntaria, y consciente de mi propia creación en mis propios términos.

Si he de crearme a mí mismo y mi vida en cada momento en mis términos, lo establecido, lo permanente, lo absoluto, es mi enemigo, así que no puedo favorecer ningún tipo de colectividad, comunidad o sociedad permanente. Cualquier permanencia que me impregne, me petrifica de modo que ya no soy capaz de crearme en mis propios términos. Solo puedo intentar adaptarme a la  permanencia que impregna. Así que, al insistir en crearme en mis propios términos, yo socavo toda la colectividad, toda la comunidad, toda la organización y toda la sociedad, incluso aquellas asociaciones temporales que elijo hacer para mis propósitos, ya que una vez que dejan de servir a mis propósitos, me retiro y permito que los eventos se desenvuelvan aceptando lo que pueda ocurrir. Esta es la razón de por qué mi elegancia egoísta prefiere dúos casuales sin planes, tríos transitorios y uniones efímeras en vez que asociaciones permanentes, fraternidades solidificadas y colectividades calcificadas.

El comunismo requiere una comunidad permanente. Si este no es su objetivo, entonces la palabra carece de sentido, sería nada más que el balbuceante murmullo de los fanfarrones luchando por su cuota de credibilidad revolucionaria[3]. Muchos de los comunistas actuales han perdido la fe en el Evangelio de Marx y su promesa de un comunismo predestinado (por supuesto, ningún anarco-comunista ha puesto su fe en esta promesa piadosa, ¿cierto?). Pero incluso aquellos que no se cansan de trillar la misma idea sentimental que concibió la “comunización” – la idea del comunismo como un movimiento continuo dirigido hacia la comunidad- no se escapan de esta meta, porque aun así supone que la comunización es un movimiento dirigido hacia esa comunidad humana universal (y por lo tanto, permanente). Y lo que es permanente y universal es anti-individual, anti-yo, mi enemigo.

El comunismo requiere esta permanencia que impregna todo, porque necesita un establecimiento, un Estado. En el Evangelio de Marx, podemos leer: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”[4] Para Marx, ese piadoso profeta de la providencia ateísta, el modo comunista de intercambio era un resultado inevitable de la historia; para los anarco-comunistas que se tomaron esta santa escritura a pecho, se convirtió en una moral ideal a llevar a cabo. Mi corazón egoísta y arrogante no es útil ni para el despotismo de determinismos históricos, ni para gravámenes de los edictos éticos, de modo que no vacilo en preguntar qué conlleva esta regla: ¿Quién determina las habilidades y capacidades de cada uno? Solo reduciendo al individuo a lo que es más abstracto en él –su humilde e inofensiva humanidad–  puede existir una determinación “universal” de necesidades y habilidades, entonces esas necesidades y habilidades son también meras abstracciones. Sin estas determinaciones universales, yo podría afirmar que necesito un Rolls Royce o una mansión de 60 habitaciones y nadie podría contradecirme, porque no habría un estándar universal para la comparación. Por lo tanto, para establecer el estatus de las capacidades y necesidades un Estado es necesario, es decir, ciertos individuos tendrían que estar en una posición de decidir cuáles son las habilidades de cada uno y cuáles son sus necesidades.  Para ti y para mí como individuos, probablemente tenderíamos a dirigir nuestro día a día hacia una forma egoísta de intercambio que suele ser practicada entre amigos: “De cada cual, según su voluntad, a cada cual según sus deseos”. Una práctica que puede parecer exteriormente como el ideal comunista, pero éste tiene una diferencia: el ideal comunista implica que los capaces deben algo a los necesitados y por lo tanto involucra un deber; en la práctica egoísta, no existe el deber, porque no se espera que alguien haga algo o entregue algo si no es por su voluntad de hacer o entregar. Su amor por (en otras palabras, su interés en) el otro es la razón por la que entregaría. La mutualidad egoísta es el lubricante de este flujo.

En conclusión, tengo buenas y malas noticias para mis amigos comunistas. Las buenas noticias: el comunismo ya está aquí. El capitalismo es simplemente comunismo de mercado: “De cada cual [trabajador], según sus capacidades, a cada cual [capitalista] según sus necesidades.” Así, el capitalismo impone el servicio al bien común (en otras palabras, la élite dominante que representa a “todos”) a todos aquellos que están dispuestos a permanecer esclavos de un poder superior. La comunidad del capitalismo nos rodea como un sistema que impone relaciones, y como todas las comunidades permanentes, se alimenta de la sangre de vida de los individuos, siempre y cuando estos individuos sucumban. Y esto me lleva a las malas noticias para ustedes comunistas: Yo soy su enemigo… por la misma razón que soy enemigo del capitalismo. No te engañes si aparento ser impotente para ti. En mi mundo, yo soy la más importante y poderosa entidad, además de enemigo implacable del capitalismo y el comunismo.

Apio Ludd

 

Revista My Own: Self-Ownership and Self-Creation Against all Authority. Número 10. Octubre 2013

 


[1] Marx fue una figura muy desagradable, pero afortunadamente donde adquirió poder fue en la primera Internacional.

[2] Todavía existen en ciertas partes exóticas del mundo, como Europa y la zona Este de Estados Unidos.

[3] Por su puesto, muchísima teoría comunista suena justamente de esta manera.

[4] Crítica del Programa de Gotha, Parte I.

El anarquismo entre la teoría y la práctica

Conferencia dictada por Alfredo Maria Bonanno en la Universidad de Florencia el 14 de Enero de 1994, publicada en Provocazione y Anarchismo.

La conversación de esta tarde es sobre la relación entre la teoría y la práctica dentro del pensamiento anarquista y de la realización del anarquismo. El anarquismo es un concepto extremadamente complejo y contradictorio, que muchos de nosotros creemos tener claro en la cabeza, pero siempre que nos encontramos frente a la necesidad de preguntarnos o de preguntar a otros, o hablar junto a otros, sobre qué es el anarquismo, encontramos que es un problema complejo.

Es decir, limitar el análisis sobre el anarquismo sólo a su aspecto histórico, al desarrollo del pensamiento y de la práctica anarquista a lo largo de la historia es, aunque necesario, simplemente reduccionista. En este sentido, es parte intrínseca del anarquismo una disposición del espíritu, un modo de concebir la vida, una concepción diferente de la vida. Y esto no siempre es fácilmente comprensible dentro de una doctrina anarquista. Ni siquiera se puede aclarar a través de la lectura de acontecimientos, de hechos que han sido llevados a cabo por los anarquistas o de luchas dentro de las cuales estuvieron presentes de manera considerable los anarquistas. Por lo tanto no hay que confiar mucho en aquello que cada uno de nosotros tiene en la cabeza con respecto al anarquismo.

Muchos creen saber lo que es el anarquismo, mientras que efectivamente éste nos trae siempre sorpresas, como si se hurgara en una vieja arca de la cual continuasen apareciendo cosas nuevas.

Tantas Casandras del pasado, antiguo y reciente, han sentenciado la muerte del anarquismo, el fin de las teorías y de las prácticas anarquistas. Luego, de repente, en las barricadas, en las calles, en las mismas aulas universitarias, vuelve a emerger el discurso sobre el anarquismo, reaparecen las banderas negras. Eso significa que algo se mueve dentro de la realidad, de manera siempre diferente. Y ese algo es, ciertamente, el rechazo radical, la negación absoluta de cualquier tipo de autoridad, de cualquier forma de opresión intelectual y práctica que se nos planta por delante e intenta poner orden en nuestra vida; que amenaza con dar a nuestra existencia un significado distinto a aquel que pensamos que debe tener para cada uno de nosotros, y que cada uno debería ser libre de darse.

Eso no quita que desde un punto de vista histórico el anarquismo haya tenido su trayecto, se haya presentado en determinadas estructuras precisas y se haya expresado también en determinados roles. Pensadores, filósofos, sociólogos anarquistas que han querido dar un cuerpo doctrinal a esta visión de la vida, transformándola en una filosofía. Como saben, toda doctrina nace, se desarrolla y muere. Se circunscribe dentro de una significatividad propia y allí encuentra su sentido y su razón de ser, pero también su límite, su confín y su muerte.

El anarquismo doctrinario. Quisiera dedicar unos minutos a este aspecto del anarquismo, ciertamente significativo. Porque es precisamente en la elaboración de los conceptos que se construye esa herencia que en la práctica, sucesivamente, da sus frutos. Ya que estamos en la sala de una academia filosófica hay que decir que los filósofos han dirigido a menudo su pensamiento hacia cuestiones de análisis político, y se han planteado la clásica pregunta fundamental: ¿qué hacer? No es que en cuanto filósofos hayan sabido dar una respuesta, incluso aquellos que por su elección de estudios, y por su disposición de ánimo, se encontraban muy cercanos al pensamiento anarquista. Pero han reflexionado bastante respecto a la pregunta, y estas reflexiones son importantes para la acción. Cuando son realmente significativas, es decir, cuando aprehenden los problemas en su contenido vital radical para la vida de las personas, también estas reflexiones se vuelven práctica. Pero no nos adelantemos.

Existe una relación, ciertamente tan vieja como el mundo, entre práctica y teoría. La doctrina lo ha explicado de una manera bastante inmóvil, esclerotizada: primero viene la teoría, luego la práctica o, como mucho, de la práctica puede surgir un desarrollo, una profundización, una deformación de la teoría. Los anarquistas, como veremos, lo ven un poco diferente.

Así pues, el desarrollo de la doctrina del anarquismo. Hacia finales del siglo XVIII comienzan a difundirse las primeras teorías anarquistas, teorías que —junto a otras— contribuyen a preparar el gran trastorno de la época: la Revolución Francesa.

El primer pensador es William Godwin y centra la atención en la relación entre el Estado y el ciudadano. Una relación importante de la cual nace la posibilidad de un orden constituido, de mantener organizaciones y estructuras en la vida cotidiana del ciudadano. Toma partido por primera vez de manera clara contra la tesis hobbesiana del homo homini lupus [1], busca hacer ver cómo dentro de la dimensión contractual podría existir también una visión, digamos, crítica; una limitación de la que será la concepción de Jean Jacques Rousseau. Estas primeras aproximaciones de Godwin están bastante desarrolladas, y constituyen el primer cuerpo doctrinal del anarquismo, el cual atraviesa, no indemne, el gran fuego de la Revolución Francesa.

Esta revolución es uno de los elementos de transformación de la realidad europea y mundial de la época. Dentro de ella no se encuentran sólo las grandes fuerzas autoritarias del jacobinismo, las otras expresiones en las cuales se dividió la estructura de poder que se estaba formando en la composición revolucionaria de los primeros días insurreccionales, sino que existe también una fuerza popular, una fuerza que viene desde abajo, que es la expresión de determinadas necesidades, de determinadas exigencias, particularmente del sufrimiento de la gente pobre; y hay también pensadores que expresan de una manera cargante, violenta, periodística —del todo nueva en aquella época— el sentido profundo de ese sufrimiento.

El segundo punto importante del desarrollo histórico del anarquismo se halla un poco más adelante, y lo representa la figura de Pierre Joseph Proudhon.
Proudhon es importante porque es un pensador proletario, viene del pueblo. Hijo de un zapatero, es autodidacta pero capaz de entender de qué manera se está transformando la estructura social de su época. Es quien elabora, por primera vez de forma profunda, el concepto de lucha de clases en términos diferentes a aquellos que serán luego, más adelante, los términos marxistas. Es quien elabora el concepto de federalismo libertario. Profundizará después el concepto de mutualismo como apoyo a la producción de base en ausencia del capitalismo; la sustitución de la producción coordinada por el mercado o colectivizada en una serie de controles desde arriba por un sistema de pactos y acuerdos recíprocos, libremente establecidos entre grupos de productores, y libremente coordinados a nivel cada vez más amplio de manera federalista. Con Proudhon se desarrolla el estudio de la estructura de la realidad, de los movimientos espontáneos y forzados que la constituyen, de las fuerzas visibles e invisibles que parecen condicionarla, y de los distintos medios que las personas poseen para unirse entre sí, recogiendo sus fuerzas en un esfuerzo común de liberación. Una profundización teórica de enormes dimensiones que Proudhon ha entregado a las generaciones siguientes, pero que hasta el momento no ha sido estudiada seriamente.

El pensador —y es reductivo definirlo como pensador— que apreció a Proudhon y del cual a mi me interesa dar algunas indicaciones es ciertamente Bakunin. Un gigante fascinante que viene de Rusia y que transforma la realidad europea con su acción revolucionaria, con sus proyectos organizativos a veces contradictorios, otras veces de una extrema lucidez política, que asusta a los gobernantes de todo el mundo con sus ideas subversivas y destructivas, con su impresionante capacidad de intervención y de elaboración teórico-práctica. Las ideas que pone en circulación Bakunin se pueden resumir en unas pocas palabras; la anarquía debe lograr desencadenar las fuerzas primarias de las personas, es decir, su capacidad de transformar la realidad debe colocar en la balanza de la contraposición de clase un trastorno absolutamente nuevo, sin el miedo a que de este choque surjan figuras sociales impresionantes: caos, convulsiones, desbaratamientos, desorden. Así, Bakunin no teme al desorden, más bien lo contrario, lo busca como la única fuerza liberadora que las personas tienen a su disposición. Bakunin es esencialmente un portador del desorden.

Este hombre, que durante toda su vida pensó y organizó estructuras bien precisas, redactó reglas, buscó realizar formas organizativas bien precisas, era esencialmente un desordenado. Un hombre que vivió una vida desordenada. Un aristocrático que no consiguió liberarse de su particular concepción de la vida, de la vida que jugaba con coraje, si quieren exasperándola, también en las barricadas, no sólo en la mesa de trabajo; pero un hombre que supo traer a Europa ese viento del caos cosaco, indispensable para la revolución. Los europeos de mediados del siglo XIX no sabían cuan peligroso era el orden que por todas partes se buscaba instaurar. El Estado con su represión, los revolucionarios autoritarios con sus leyes virtuistas [2] e igualizantes. Este representante salvaje del pueblo eslavo, hombre de inmensa cultura y de grandioso corazón, consiguió traer la idea y la práctica de la anarquía a Europa.

Algunos años más tarde, otro ruso llega a Europa. Es un científico, un geólogo, un geógrafo, un gran investigador. Kropotkin es el otro aspecto de la contribución que Rusia y el pueblo eslavo dan a la vieja Europa. Es un hombre de orden, no un hombre de orden en el sentido de la conservación, sino en el sentido del nuevo orden social que sueña con tratar de manera profundizada, en el sentido de la organización científica del pensamiento anarquista. Por primera vez, con Kropotkin, el pensamiento anarquista recibe una sistematización de todos sus aspectos. Su teoría se basa en la hipótesis de la bondad natural de las personas, en la tendencia espontánea a la colaboración dentro de la especie y no al conflicto. Partiendo de esta construcción, por primera vez realizada detalladamente en El apoyo mutuo, Kropotkin desarrolla toda una serie de intervenciones revolucionarias, en las cuales, según su tesis, la propaganda, el trabajo entre las masas, dentro de las estructuras de las masas, constituye un momento, un lugar, un acto con el cual se coloca una semilla bajo la nieve. Aunque la realidad sea negativa en un momento dado, cubriendo la semilla y haciéndola desaparecer, tarde o temprano ésta germinará.

Por lo tanto, desarrolló una idea determinista del pensamiento y de la acción anarquista paralelamente al nivel de investigación científica de su época. Como saben, la ciencia había festejado los grandiosos resultados de la mecánica, tanto celestial como terrenal, y estos grandes resultados habían llevado a considerar a la ciencia capaz de resolver todos los problemas de las personas.
Kropotkin recoge el mensaje científico del determinismo de su época y construye el proyecto de una anarquía dirigida de manera determinista hacia la solución del problema social del género humano y la construcción de una sociedad futura libre y feliz.

El punto esencial del pensamiento de Kropotkin es que dentro de la estructura actual, una estructura evidentemente de contraposición, de explotación, existen ya en marcha, si bien no visibles, las fuerzas que fundarán la sociedad libre y la sociedad anarquista de mañana. Así, en un cierto sentido, Kropotkin dice que la anarquía no se construye en el futuro sino que existe ahora, simplemente debe ser apoyada y desarrollada.

Antes de Bakunin y antes de Kropotkin, otro pensador, del cual hemos hablado ayer —los presentes lo recordarán— es Stirner [ver la conferencia del 13 de enero de 1994, hecha en la misma Facultad de Filosofía de la Universidad de Florencia, con el título «Max Stirner, il filosofo dell’Unico. Teoria dell’individuo», publicada en Teoria dell’individuo. Stirner e il pensiero selvaggio, Edizioni Anarchismo, segunda edición, Trieste 2004].

Stirner es el exponente más importante del individualismo anarquista, que con la teoría del único desarrolla la posibilidad de una idea completamente diferente, una idea que no tiene en cuenta los aspectos de la estructura de masa, que no tiene en cuenta los aspectos organizativos, sino que reafirma solamente el discurso del individuo en tanto que egoísta, de su desarrollo, de su propiedad, de su estructuración dentro de la unión de egoístas, etcétera. Pero de esto hemos hablado mucho ayer.

Según creo, todo este desarrollo del pensamiento anarquista, el cual se podría detallar en muchísimos otros representantes, está bien cerrarlo aquí. Me doy cuenta de que excluyo a una parte muy grande del pensamiento anarquista, basta pensar en la considerable importancia de Malatesta que introduce su crítica y su acción en el discurso de Kropotkin mejorándolo, perfeccionándolo con la hipótesis del voluntarismo anarquista. Con Malatesta, la rigidez determinista del pensamiento científico de Kropotkin es mitigada por la voluntad del individuo de intervenir en la transformación social, de poseer su significatividad en la acción contra la realidad opresiva que tiene delante. Entonces, piensen en la gran importancia de Errico Malatesta considerando también este singular problema.

Paralelamente al desarrollo de estas teorías que, como pueden constatar, cubren un espacio de tiempo de 120 años, en la práctica hubo luchas. Los que han estudiado historia conocen con precisión las fechas: finales del siglo XVIII, 1848, 1871, 1917 [3] . En estas fechas, entre estas fechas, o sea, entre los intentos de destruir el dominio, la reestructuración del Poder, los aspectos revolucionarios, el reforzamiento del conservadurismo, los golpes de Estado, la formación de las distintas estructuras de defensa y de resistencia por parte del proletariado, las revoluciones, el aporte de los anarquistas va perfeccionándose, es decir, se va cualificando desde el punto de vista de la determinación de una estrategia y de una teoría anarquista. Se diferencia, se cualifica y se identifica en dos tendencias bien precisas, aunque no se puede decir que están efectivamente separadas entre sí. Una tendencia que podríamos definir como asociacionismo libertario y otra que podríamos definir como individualismo libertario. Estas dos tendencias, repito, nunca completamente separadas entre sí, muchas veces en contraste —incluso violentamente—, persisten y atraviesan toda la historia del anarquismo.

El asociacionismo libertario nace de una reflexión, de una estrategia y de una práctica muy simples: el Capital, después del inicio de la producción industrial, se ha ido consolidando en grandes estructuras anónimas, en grandes complejos industriales, especialmente en considerables inversiones, en enormes trust interestatales, particularmente en la explotación colonialista e imperialista. De cara a este desarrollo de las cosas, no era difícil entender que la formación capitalista estaba volviéndose cada vez más visible, lo mismo que el Estado y su función de apoyo a la estructura productiva. Era un nuevo tipo de Estado que se vislumbraba, el Estado del triunfo de la burguesía, bien manifestado en la música de Rossini y en los lujosos palacios parisinos, desde la Sorbona hasta Luxemburgo. La visión directa de la opresión y de la descarada gloria del vencedor debía ser espantosa. Fábricas, personas, edificios, cuarteles, etcétera. Una impresión terrible que todavía hoy perdura al mirar esos edificios, símbolos vivientes de la opresión, los cuales incluso hoy dan la sensación de la pesadez de la burguesía francesa de la primera mitad del siglo XIX. La conciencia de sí se realizaba en la expresión arquitectónica de la misma manera que unas décadas más tarde se realizará en el derribo de los viejos barrios proletarios parisinos. Todo aquello da muestras de la conciencia de una burguesía triunfante en un Estado unitario. Algo así no se percibe en la modesta arquitectura británica y, dentro de ciertos límites, sí que se ve —aunque de manera diferente— en la arquitectura de las grandes ciudades italianas o alemanas, porque la intención de estos edificios estaba más dirigida a subrayar la unidad nacional que la consolidación de la fuerza de la burguesía.
Pero, para volver a nuestro discurso, el modelo que el asociacionismo libertario tenía era el de un Capital triunfante, el del Estado unitario francés, sólo en segundo lugar el inglés, de forma inteligente menos inclinado a la ostentación barroca. Contra esta estructura era contra lo que necesitaba unirse, juntar fuerzas y atacar.

El primer intento considerable que se hizo fue, como todos sabemos, el de la Primera Internacional. La organización de la Primera Internacional la conocemos. Una estructura con fortísimas características sindicales, es decir de defensa, de defensa del puesto de trabajo, de defensa de la estructura productiva, de defensa de la profesionalidad y de la capacidad productiva de cada uno.

En los conflictos internos de la Primera Internacional se puede ver que no todos sus grandes exponentes tuvieron un concepto de tipo asociacionista. Seguramente lo tenía Marx, ese concepto centralizador de tipo asociacionista y defensivo. El concepto de Bakunin era diferente, ya que tenía una concepción que buscaba respaldar al componente menos significativo —menos fuerte desde el punto de vista salarial— de los adherentes a la Primera Internacional.
El choque principal entre Marx y Bakunin en el seno de la Primera Internacional se registra en el enfrentamiento que hubo cuando sucedieron las primeras huelgas organizadas en Ginebra, cuando Bakunin se puso del lado del proletariado inmigrante, sustancialmente peones de la construcción, mientras que los marxistas se pusieron del lado de los llamados trabajadores de fábrica, que eran montadores y especialistas relojeros.

Esta considerable diferencia nos lleva a entender cómo también dentro de la clase obrera de la época existía lo de siempre: un proletariado y un subproletariado. Una clase explotada, sin duda, pero en un cierto sentido privilegiada por la seguridad de su salario y de su trabajo, y una clase provisoria, precaria, menos segura de su futuro. De todos modos, volviendo al discurso de la Primera Internacional, el asociacionismo del cual hablamos continuará después del fracaso de la Primera Internacional, después de la defenestración de Bakunin y todo eso; continuará y se desarrollará, dando vida, mucho más tarde, al sindicalismo revolucionario, a las ideas del anarcosindicalismo, etcétera, llegando hasta nuestros días, manteniendo intacto el concepto de luchas intermedias, el método reivindicativo, la importancia de la defensa de los salarios, etcétera.

El concepto principal, el elemento fundamental del asociacionismo libertario, se puede resumir en la idea de que las estructuras organizativas del sindicato revolucionario y anarquista deben ser capaces de garantizar el pasaje del mundo en el cual vivimos, dividido en clases, a la sociedad libre de mañana. Por lo tanto deben ser las estructuras mismas que, apropiándose de los medios de producción por medio del avance del proceso revolucionario, los sustraen a la propiedad privada, al capitalismo, y los colocan en manos de la sociedad de los trabajadores, la sociedad futura liberada, o ya sea anarquista.

En contraposición a estas ideas, en una línea completamente diferente (y no estamos aquí para hacer un juicio de calidad, es decir, no buscamos establecer quién tiene razón y quién está equivocado, quién ha tenido razón y quién ha estado equivocado, históricamente hablando), pero paralelamente al asociacionismo libertario se desarrollan el individualismo anarquista y el individualismo libertario. ¿Qué significa esto? Significa que los anarquistas son personas que tienen una visión particular de la vida. El rechazo de la autoridad es el rechazo de toda autoridad. No sólo de la autoridad que lleva grados, de la autoridad que lleva uniforme, de la autoridad que se resume en la figura del patrón. El anarquista ha sido capaz de desmoronar esta fachada, mirar debajo y entender, ha sido de los primeros —y muchas décadas antes de que este argumento se tratase de manera normal en las aulas universitarias, mucho antes— en entender que detrás de las figuras más evidentes del Poder habían otras figuras, que estaba la familia, la estructura familiar con el poder dominante del macho, la figura del padre-patrón; estaba la figura todavía más complicada del maestro que educa, que enseña; estaba la figura del líder revolucionario, del líder político, del líder sindical. ¿Qué son estas figuras que emergen, que aparecen? ¿Son personas dotadas de capacidades particulares? ¿O surgen por el hecho de tener, digamos, más tiempo que los demás para dedicarse a profundizar sobre ciertos problemas? ¿O porque han recibido de otros una delegación que consiente que ellos se puedan dedicar a determinados problemas y, por lo tanto, como intuyó Bakunin, independientemente de que se les ponga a disposición una eventual suma de dinero, acaben teniendo y ejerciendo un poder real, y acaben entonces luchando para conseguir mantener sobre los demás un dominio concreto? Los anarquistas habían entendido a tiempo este muy difícil problema y, por lo tanto, gracias a esto habían entendido también la importancia y la necesidad de una crítica del asociacionismo.

Sí, está claro, el Capital es fuerte, las estructuras que tenemos delante nuestro son monolíticas. Pero, ¿qué precio debemos soportar por juntarnos y combatir esta estructura de dominio en su propio terreno? ¿El precio es aceptar una forma diferente de dominio, ilusionándonos con que esta forma es transitoria y que mañana, llegados a una posible situación liberada, quien nos había guiado hacia la victoria volverá a casa, abandonando su posición de dominio? ¿O esto no ocurriría jamás porque esta gente querrá permanecer en su puesto privilegiado? Estos análisis críticos han sido hechos principalmente por los individualistas, porque cuando fueron hechos por los asociacionistas libertarios y anarquistas, solían encontrar pequeños remiendos: la delegación rotativa, el mandato imperativo, el mandato revocable. Se sabe que éstos son medicamentos y no la cura del mal. Mientras tanto el individualista dice: «A mí este asunto no me interesa, me tiene sin cuidado, si debo encontrar a mi compañero —como afirmaba Stirner— siempre encontraré a alguien que se unirá a mí sin prestar juramento a ninguna bandera, sin fijar ningún tipo de acuerdo que nos ligue más allá de la cosa específica que debemos hacer juntos»; y de estas elecciones individualistas saldrá una práctica diferente del anarquismo. Es la Belle Époque.

En el siglo que todavía no ha escuchado tronar los cañones de la Primera Guerra Mundial, los ricos comienzan a sentir los golpes de la dinamita de la propaganda por el hecho, o sea, del recurso a la acción directa. Es el ataque directo, inmediato, contra personas responsables de determinadas acciones, contra estructuras que hacen posible la explotación de manera total. Es el periodo que quizás ha contribuido de manera excesiva a alimentar la iconografía de un cierto anarquismo, el periodo de Bresci, que mata a Umberto I, de Caserio, de Ravachol. De todos modos, no quiero alargarme sobre estos hechos que han fascinado y continúan fascinando a tantísimos compañeros.
Pero mejor demos un paso atrás para hablar del análisis anarquista de la estructura del Poder, porque no hay duda de que el análisis del Poder es central en el anarquismo.

Ahora bien, que la estructura del Poder es visible, que golpea a la percepción inmediata, a la vida cotidiana, que se filtra a través de la organización precisa de nuestras funciones como ciudadanos, de participantes en las cuestiones públicas, etcétera, es un hecho que no sólo los anarquistas comprendieron, sino que todo el mundo puede entender perfectamente, digamos que a partir de la Revolución Francesa. Pero muchas veces este análisis ha sido reducido a la llamada expresión política. Y de esta forma reduccionista del análisis del Poder, se ha deducido la necesidad de que haya alguien que se haga cargo de la gestión de las cuestiones públicas, que esto sirve, es necesario, y por lo tanto lo importante es que esta necesidad sea reducida al mínimo mal posible. Ésto antes de que hubiese la democratización del Poder: abajo el tirano, ya sea uno o muchos, intentemos racionalizar el Poder. Entonces monarquía, monarquía constitucional, república, república parlamentaria.

Pero los anarquistas habían entendido otra cosa: que en todo este juego de facciones, en toda esta llamada evolución de sistemas políticos la única cosa que había que hacer era intervenir como portadores de un método de lucha específicamente anarquista, que tenía que ser aplicado en cualquier lucha intermedia, es decir, participaban no tanto por el resultado —que más o menos, ya se sabía, servía siempre para la reconstrucción del dominio— sino para intentar alargar la validez de la metodología anarquista. Por ejemplo, los anarquistas estaban contra la monarquía e implícitamente, casi siempre, parecían estar a favor de la república. Pero esta participación en la lucha no era por ser republicanos, sino por ser compañeros revolucionarios y anarquistas que luchaban (con ciertos medios y no con otros: por ejemplo, no mediante la expresión electoral) contra la realización más aguda y significativa de la burguesía y de quienes están en el Poder, como por ejemplo la monarquía, para luego luchar contra la república. Este razonamiento implica dos aspectos interesantes. Primero: un análisis del Poder diferente, es decir, capaz de llegar a la conclusión de que no existe un Poder ideal, sino que el único Poder ideal es aquél que no existe. Segundo: que es necesario posicionarse siempre de un modo crítico frente a la estructura que tenemos delante nuestro y buscar mantenerse fuera de ésta, ya que no es posible una intervención de lucha dentro de la estructura. Rechazo, pues, de las clásicas categorías del entrismo [4] , rechazo del parlamentarismo representativo, rechazo de todas las estructuras que tienen características institucionalizadas, como por ejemplo los partidos, pero también rechazo de aquellas organizaciones paralelas que se transforman en sostenedoras engañosas y encubiertas de la cola estatal, como por ejemplo las organizaciones del voluntariado. Toda esta miseria política es dejada a un lado, lo que significaría la crítica del Poder como crítica de la política.

Pero la crítica de la política hecha por los anarquistas no es sólo una crítica del Estado. Porque no sólo la expresión del Estado es política. No es política sólo la acción del Estado. Por este motivo los anarquistas son antipolíticos, porque son contrarios también a aquellas que son las expresiones de la polis, en el sentido griego del término, es decir, de la sociedad por como está realizada y por como está históricamente organizada. Los anarquistas, por lo tanto, son portadores de una acción de tipo antisocial. No son para nada defensores de una lucha que se introduzca en lo social.

Muchos de los discursos hechos en los últimos veinte años tienen una característica equívoca. Cuando se ha hablado de luchas anarquistas en lo social, se ha hecho para no parecer extraterrestres, para no parecer portadores de algo poco comprensible a la gente. Pero los anarquistas tienen muy poco que ver con la sociedad. Con esta sociedad. Porque está claro que el Poder no se encuentra sólo en los centros de decisiones, sino que desde aquellos centros impregna toda la realidad social. La sociedad es una expresión del Poder, no es la pobre Cenicienta que soporta las órdenes de la madrastra que se viste con el traje del jefe de Estado, del policía, del juez. Forma parte del Poder —tiene su responsabilidad y su complicidad con el Poder— también quien sufre la explotación, también el explotado, también el obrero. También la estructura productiva es cómplice del Poder, también la estructura productiva capilar, periférica. Esto lo han comprendido los anarquistas y lo han denunciado en todas sus intervenciones en el ámbito de la actividad laboral y de la conflictividad social. Desgraciadamente, y ésta es una responsabilidad histórica suya, una responsabilidad histórica nuestra, una responsabilidad personal mía, si se prefiere, lamentablemente no hemos sido capaces de tomar con coraje este argumento en los últimos veinte años, decir que los responsables no sólo son aquellos que están en Montecitorio [5] , o los que visten la túnica del juez, sino también aquel que soporta la explotación sin rebelarse, quien simplemente consigue arreglárselas para llegar a fin de mes. Es éste también un elemento del Poder y es también contra esta estructura, contra estas personas, contra esta realidad que los anarquistas se mueven y buscan desarrollar su crítica en todos los aspectos de la vida.

Por lo tanto, la crítica del Poder no quiere decir solamente crítica del Estado, sino también crítica de la familia, crítica de las estructuras familiares, crítica de un amor vendido a granel, día tras día, crítica de la sumisión de la mujer y crítica de la sumisión del hombre en relaciones no recíprocas, muchas veces vaciadas de todo contenido afectivo, simplemente santificadas por una detallada fórmula jurídica. Porque es esto lo que forma el Poder, éste es el ejercicio del Poder en la realidad cotidiana. La crítica del Poder en la escuela, de la relación que se ha creado en la escuela entre profesores y alumnos, crítica de los profesores a los que se les decía: «No, ustedes deben enseñar más los viejos contenidos institucionales en las materias de estudio del pasado, den el 6 político [6] , porque queremos tener este pedazo de papel». Y, ¿qué ha hecho la estructura de la enseñanza institucional? Ha vaciado todo de contenido: sí, se da el título, el diploma, con los resultados que se pueden ver por doquier, con sus niveles de pérdida de cultura. ¿Para qué les sirven esos trozos de papel ahora? Ahora se intenta decir al profesor: «No, tu nos debes dar realmente el contenido, ahora danos el contenido, no nos interesa más el trozo de papel; queremos saber, porque nos hemos dado cuenta de que sin conocimientos no encontramos un puesto de trabajo».

El estudiante, en ese columpiado movimiento de sus peticiones históricas de los últimos veinte años, qué cosa ha conseguido expresar sino su miseria, en cuanto persona miserable que acepta y mendiga un aspecto del Poder: la participación en la dirección de la sociedad del futuro. Porque en las aulas universitarias, aquí dentro, en aulas como ésta, se preparan los directivos de las clases del futuro y, por lo tanto, se preparan dos tipos: o un imbécil o un miserable. El trabajo, más de lo mismo. No es que el Poder se sitúe, como decíamos, lejos, en un lugar tan remoto que basta simplemente con asesinar a Umberto I para resolver el problema. El Poder está también dentro de las fábricas, en el interior de las fábricas donde es prácticamente desmenuzada la misma capacidad de intervención, de lucha, de contraposición; donde todo ha sido consignado en las manos de los delegados sindicales, donde hoy por hoy hablar de huelga comienza a ser una pantomima sin significado, o una ilusión; donde las prácticas cotidianas —que en un momento eran significativas y muy dolorosas para la parte contraria—, las prácticas de sabotaje se han vuelto raras e inexistentes; donde se corre el riesgo de ser tomados por provocadores, nada más insinuado un discurso de este tipo; donde el obrero hoy por hoy no espera más que participar en su pequeña cuota de poder. Los anarquistas lo han entendido. Desgraciadamente, no abordé, a su debido tiempo, las consecuencias lógicas y operativas de esta crítica del Poder.

¿Qué esperamos de la crítica de la ciencia, de la tecnología? ¿Esperamos que los trabajadores de la ciencia, los tecnócratas, consigan resolver los problemas de la sociedad? ¿Que consigan producir energía limpia, impedir la contaminación del mundo en el que vivimos? ¿Que consigan desarrollar un posible uso racional de los «recursos», que son limitados y cada vez lo serán más? ¿O simplemente esta categoría de personas no hace más que llevar a cabo su parte en el proyecto del Poder? ¿Qué podemos decirles? ¿Que estén más atentos, que desarrollen mejor sus investigaciones, que sean más cautos, que nos den una energía nuclear más limpia? ¿Qué podemos pedir? O debemos borrar a la ciencia de una perspectiva de mejora y desarrollar una crítica que sea radical, realmente destructiva, situar a los técnicos y a los científicos frente a su responsabilidad, porque son ellos los hombres del Poder, no sólo el presidente o el jefe de Gobierno.

El Poder ha continuado pulverizándose, fragmentando las estructuras. Porque poco a poco se ha pasado de la vieja concepción del Poder dictatorial, incluido dentro de instituciones bien precisas, el Poder se ha extendido a la sociedad y por lo tanto se han vuelto instrumentos del Poder también las organizaciones de resistencia, aquellas mismas organizaciones que en un comienzo fueron organizaciones de resistencia, de defensa de los intereses del proletariado, de los intereses de los explotados. Pensar en los partidos, por ejemplo en los partidos de izquierda. El Partido Comunista, tal como fue pensado en la hipótesis, a su modo revolucionaria, del materialismo dialéctico.
Estos partidos son estructuras del Poder, no tanto porque de una forma u otra se hayan apoderado en algunas ocasiones del Poder y hayan llevado a cabo sus programas a fondo, incluyendo genocidios en masa y todo eso, sino por su tendencia congénita a ser instrumentos de poder.

Se puede pensar también, por ejemplo, en el análisis de Lenin sobre la participación en las elecciones. En una carta creo, Lenin dijo:

«A nosotros no nos interesa participar en masa en las elecciones, conquistar la mayoría en el parlamento, nos interesa una representación política parlamentaria, aunque no sean más que uno o dos diputados, porque ésta puede ser portavoz de lo que sucede en la calle».

Aparentemente este análisis puede ser expuesto por personas que no son leninistas. Aun así se trata de una tesis que escoge la participación limitada en las elecciones, de forma funcional a la conquista del Poder. De hecho enlaza, y pone a disposición de la estructura política, el movimiento de calle, impidiendo que éste se desarrolle, ya no digo autónomamente, pero sí según aquellas capacidades de crecimiento creativo sugeridas por la situación, por las necesidades, por el sufrimiento, por la explotación específica, siendo todos estímulos que están presentes y que hacen crecer el movimiento de calle. Por el contrario, en el concepto leninista de Poder, también en este ejemplo particular, hay una proyectualidad que canaliza las manifestaciones espontáneas hacia la óptica de la conquista del Poder. Por lo tanto, en la acción del partido y en la organización de defensa del proletariado (partido y sindicato como correas de transmisión, sin importar cual domina sobre cual, ya que se remiten recíprocamente las tareas) hay ese aspecto del Poder, por lo cual la gestión del Poder in nuce vigila la gestión futura del Poder, una vez conquistado.

Pero los anarquistas han desarrollado una crítica aún más profunda, aquella referente al delegacionismo. Han dicho siempre: «no es posible delegar en otros lo que podemos hacer nosotros». Esto es algo importante, porque parece muy natural que una persona, la cual no consigue hacer algo, recurra a una prótesis, extienda sus posibilidades haciéndose asistir por otra persona.
Ahora, este concepto tan espontáneo, tan humano, es augurio de muchas consecuencias negativas. Quien recibe la delegación se cree revestido de un poder que se puede extender, que puede crecer, también en los casos de un delegacionismo lo suficientemente limitado. Es por tanto llevado a utilizar dicho poder, claro que con las mejores intenciones, al menos en un principio. Además, ¿por qué recibe esta delegación? Porque le es reconocida una capacidad, una capacidad técnica, una capacidad teórica, quizás una capacidad mínima, estúpida, como la de saber hablar por otro, una capacidad imbécil, como la de saber escribir por otro, cosas de importancia secundaria, pero que a la larga constituyen elementos sobre los cuales se construye el Poder del individuo, el Poder de mañana. Los delegados siempre son personas muy peligrosas (y yo soy una de esas personas peligrosas, y a personas como a mí jamás debería serle concedida una delegación porque podría ser atraído para hacer de ella un mal uso). También hablar en lugar de otros es delegación, es un hecho negativo. Así pues, todo lo que estoy diciendo aquí siempre debe ser visto bajo una luz crítica. Claro que se trata, en los casos como el que hoy estamos viviendo juntos, de un riesgo limitado. Ante todo, podría decir unas estupideces, pero para obviar eso basta con que lo que diga sea atentamente valorado. Luego porque, en delegar en mí para hablar, los compañeros organizadores acordaron conmigo un tema lo suficientemente cerrado y quisieron saber primero de qué hablaría, aunque sea a grandes rasgos, reservándose evidentemente la posibilidad de interrumpirme diciendo: «para, estás diciendo estupideces». Y entonces, como ven, en este caso se trata de un delegacionismo de lo menos peligroso. Pero el problema persiste.

Pensemos en otro tipo de delegaciones, por ejemplo en las delegaciones sindicales, en las delegaciones de organizaciones específicas. Es decir, cuando el movimiento revolucionario se vio forzado a dar vida a organizaciones clandestinas de lucha, a organizaciones armadas capaces de atacar y contraatacar a aquellas estructuras realizadas por el Poder para la opresión, la explotación, el control, etcétera. Dentro de estas organizaciones específicas, está la cuestión de la disponibilidad de las técnicas de competencia; por ejemplo, quién sabe utilizar determinadas cosas fácilmente ocupa un puesto de dominio, un puesto de relevo, y se vuelve a menudo casi insustituible. Prueben quitarlo de aquel puesto, supriman el juego de la personalidad. ¿Cómo hacerlo? No es fácil. También dentro de las organizaciones anarquistas sucede esto. Ya que no sucede de un modo descaradamente claro, en un sentido tipo «yo soy general, tu coronel, debes hacer lo que te digo», el problema es todavía más difícil.

Muchos años atrás tuve una conversación con Cipriano Mera, albañil de profesión que durante la Guerra Civil Española fue nombrado general de cuerpo del ejército republicano, responsable de la contraofensiva anarquista que se intentó poner en práctica también contra los comunistas [7] en los últimos meses de la guerra. Él decía no haber afirmado nunca que, siendo general, si daba una orden a un coronel éste debía obedecer. Como compañero anarquista nunca podría haber dicho algo así. Pero encuentro extraño que negara esta afirmación (además de que había una grabación de estas palabras, pronunciadas en un mitin público). Según creo yo, es legítimo que un general dé una orden a un coronel y es natural que un coronel deba obedecer, y es algo legítimo también para los anarquistas que (por desgracia para ellos) se encontraban combatiendo dentro de una organización militarista, o sea, una guerra de línea en la cual estos participan en un frente constituido por fuerzas republicanas, populares, comunistas, liberales, internacionalistas de todo tipo, etcétera. En este caso, los anarquistas deben participar en la lógica del juego. No pueden participar como anarquistas en una guerra de línea. Deberían haberlo pensado antes. Antes, cuando aceptaron ir al Gobierno. Deberían haberlo pensado antes, cuando aceptaron crear las grandes organizaciones sindicales que los obligaron a ir al Gobierno. Deberían haberlo pensado antes, cuando tomaron la senda del asociacionismo libertario.
España es ese gran teatro en el cual se ha llevado a cabo la revolución anarquista más amplia y significativa y donde, por desgracia, se han visto los errores más grandes. El asociacionismo de defensa llevó a la gran organización sindical, con más de un millón de participantes: la CNT. La gran organización llevó al dilema: entrar o no en el Gobierno. Se entró en el Gobierno. La entrada en el Gobierno llevó a la aceptación de la guerra, la guerra de línea, la guerra normal, la guerra entre dos frentes. En el ámbito de una guerra entre dos frentes, un general —puede que sea incluso anarquista— si da una orden a un coronel, éste debe responder «si señor» y obedecer.

Como ven, el Poder se infiltra en las estructuras de la transformación y una vez infiltrado llega hasta nuestra casa, se acerca hasta donde nos encontramos, duerme con nosotros y ya no conseguimos identificarlo y debemos aceptar sus reglas. No podemos decir: «no, yo soy anarquista y la guerra la hago a mi manera». He aquí por qué, pasando a otro argumento, los anarquistas siempre han sido abstencionistas. Por qué siempre han rechazado participar en las elecciones. Han habido momentos de debate, y todavía hay uno en curso —aquel empezado por el municipalismo libertario, que acepta las elecciones administrativas—, pero en líneas generales todos los anarquistas están contra las elecciones. Aun así, no se puede negar que nada más el asociacionismo libertario, y particularmente las expresiones organizativas del sindicalismo anarquista revolucionario, toman unas dimensiones significativas, o sea, crecen numéricamente y constituyen un peso político en la situación en la cual operan, se encuentran con una gran contradicción. «¿Por qué nunca van a las elecciones locales?» pregunta la gente. La gente no se plantea tantos problemas filosóficos. «Si están convencidos de que su estructura es interesante, si ha sido hecha por los intereses de los trabajadores (supongamos que en una pequeña ciudad donde el fenómeno es posible que suceda con una cierta facilidad), ¿por qué no participan en las elecciones?». Por ejemplo, sé que recientemente hubo un debate de este tipo en Spezzano Albanese [8], donde los compañeros del lugar tienen una fuerte estructura sindical. La gente de ahí les preguntó por qué diablos no se presentaban a las elecciones administrativas. Algo parecido sucedió en los años cincuenta en Castelvetrano, en Sicilia, donde los compañeros del lugar, al frente de una gran organización de defensa de los jornaleros, en su momento aceptaron participar en las elecciones administrativas.

Sobre este tipo de objeción nace, por ejemplo, el gran debate de origen estadounidense en lo referente al municipalismo libertario [9] . Personalmente lo considero un discurso de poca importancia, mientras que son mucho más importantes las motivaciones que llevan al abstencionismo. Para los anarquistas esto no se limita sólo al rechazo de participar en las elecciones. No se limita al rechazo del voto como gesto simbólico, y todavía menos a recurrir a soluciones secundarias, como el voto en blanco, etcétera, sino que significa esencialmente el rechazo activo del papel de delegante. El abstencionismo quiere indicar la posibilidad de construir organizaciones que buscan resolver los problemas sociales de una manera diferente al de la participación en las elecciones. Organizar a la gente, si es posible, para resolver de una manera distinta las necesidades de la realidad de la zona, sugiriendo estructuras nuevas, como los consejos de zona, formas diferentes que pueden ser pensadas y puestas en práctica para fijar enlaces entre las realidades de las distintas zonas, etcétera. Pero éste es otro tema.

Los anarquistas están además contra el antimilitarismo (¡ay!, aquí el lapsus, como veréis el lapsus no aparece nunca de un modo totalmente accidental, de hecho los anarquistas también están contra cierto tipo de antimilitarismo). Pero para evitar equívocos desagradables, busquemos ser más claros. Me corrijo: los anarquistas están contra el militarismo. Sobre esto no hay duda. Están contra el militarismo, no en nombre de una concepción pacifista monótona. Están contra el militarismo principalmente porque tienen una concepción diferente de la lucha. O sea que no tienen nada contra las armas, no tienen nada contra el concepto de defensa de la opresión. Pero en cambio tienen mucho contra un cierto uso de las armas, buscado u ordenado por el Estado, organizado por las estructuras represivas. Tienen mucho que decir sobre el uso militar de las armas. Mientras que, por el contrario, están de acuerdo —por lo menos en su gran mayoría— con el uso de las armas contra el opresor, el uso de las armas contra quien oprime y explota, el uso de las armas en una guerra de liberación. El uso de las armas contra determinadas personas, contra determinadas realidades de la explotación.

Y hasta es una equivocación decir «los anarquistas son antimilitaristas» cuando esto equivale a decir que son pacifistas. Los anarquistas están contra el militarismo no porque sean todos pacifistas. No tienen nada contra lo que simboliza el arma ni pueden aceptar una condena en general de la lucha armada —por usar un término estrechamente técnico que merecería una larga reflexión—. En cambio, están totalmente de acuerdo con el uso particular de las armas. ¿Cuáles usos? Aquellos en los que estos objetos sean utilizados para liberarse, porque no será posible ninguna liberación de forma pacífica. Porque quien tiene el Poder jamás será tan amable como para hacerse a un lado, de buena gana, sin resistir y sin intentar mantenerlo a cualquier precio.

Ahora intentemos llegar a una conclusión. ¿Cuáles son, de hecho, las organizaciones que los anarquistas construyen? Históricamente han construido dos tipos, dos formas de organización. Estamos hablando de la organización específica, de la organización de los anarquistas y no de la organización de los trabajadores. Cuando hablamos del asociacionismo libertario, no hablábamos del asociacionismo de los anarquistas, influenciado, caracterizado por la presencia de los anarquistas. No es que los trabajadores sean necesariamente primero anarquistas y después trabajadores. Primero son trabajadores, explotados, y luego, si es el caso, anarquistas. La gran organización anarquista española de 1936, la CNT, no estaba constituida sólo por anarquistas; sus miembros eran mayoritariamente socialistas. Frente a más de dos millones de miembros inscritos a la CNT, la FAI llegaba, si no me equivoco, a cerca de 150.000 miembros. Ésta era la proporción. Pero intentemos centrar nuestra atención en la organización específica de los anarquistas, dejando de lado las formas organizativas sindicales.

La primera forma creo poder definirla como organización de síntesis. La segunda como organización informal. ¿Qué diferencia hay entre estos dos aspectos de la organización específica de los anarquistas?

La organización de síntesis es una organización de compañeros anarquistas que se dan un estatuto, una forma organizativa, la cual se articula en diferentes secciones, que se pueden llamar comisiones —o de otra manera si se prefiere— y cada una de estas secciones se interesa por un problema particular de la sociedad: el trabajo, la escuela, la actividad científica, el militarismo, el Estado, el Gobierno, etcétera. A cada uno de estos sectores corresponde una comisión que se encarga de llevar al exterior su actividad crítica, es decir, busca desarrollarla en aquellas estructuras de la realidad donde es posible hacerlo, como por ejemplo en el mundo del trabajo o de la escuela, organizando a presencia, los grupos, e intentando mantener dentro de esas realidades una relación de síntesis, o sea, resumir la extrema y variada multiplicidad social de todas esas realidades dentro de un análisis sintético del cual la organización de síntesis anarquista se hace portadora. Este análisis generalmente hace referencia a un programa revolucionario, preventivamente aceptado por la organización durante un congreso suyo, que afronta los diferentes aspectos de la vida cotidiana de manera anarquista y revolucionaria. En el fondo, si preferimos, este módulo tiene un funcionamiento de naturaleza política. Así pues, la organización de síntesis es creada por compañeros anarquistas, se divide en secciones, resume de manera sintética dentro de la misma —o al menos intenta hacerlo— las diferentes realidades de la vida cotidiana y busca también coordinarlas sobre la base de una plataforma, de un programa de tipo social y revolucionario.

La organización informal, en cambio, es diferente. Está constituida por grupos de compañeros, por individuos, también por grupos más articulados, o por reagrupamientos de grupos de compañeros, los cuales no tienen más programa que aquél fundado sobre la base genérica de una valoración de los distintos problemas, por la manera en la que han sido profundizados por distintos grupos, por como han sido intercambiados entre sí mediante comunicaciones informales. Por lo tanto, estas profundizaciones de los problemas, estos análisis, estas propuestas de intervención en la realidad de la explotación y de la opresión pueden ser hechas también a través de la vehiculización de un periódico, de debates, de encuentros, de conferencias, etcétera. Dentro de esta área variada en la cual circula una cierta concepción del anarquismo, se introducen estas relaciones entre grupos, individuos, etcétera, que tienen una naturaleza no formal. O sea que no se realizan, no se concretizan en un programa preciso, no se resumen dentro de un momento ideal e inicial como por ejemplo un congreso, algo que en cambio sí se caracteriza como el momento inicial de la organización de síntesis, sino que se desarrollan poco a poco a través de la práctica, es decir, a través de las cosas que se hacen juntos, de las intervenciones en la realidad que llevan a cabo estos compañeros que forman parte de dicha organización informal.

Al mismo tiempo, estas intervenciones en la realidad se vuelven momentos de actividad revolucionaria en lo real y ocasiones de profundización teórica. Cada actividad llevada a cabo puede ser una ocasión de profundización teórica. Para mí la informalidad se diferencia de un modo bastante radical de la organización de síntesis. Mientras que la organización de síntesis ya tiene un programa inicial rígido, que puede ser modificado pero siempre en congresos, la organización informal tiene una base de relaciones, de conocimientos, de profundizaciones, en constante modificación, en continua evolución, y cada ocasión, cada momento de encuentro y de lucha es al mismo tiempo una ocasión de lucha y de profundización.

¿Cuál es la finalidad de la organización de síntesis? En líneas teóricas, construir las condiciones que producirán la sociedad libre de mañana. En otras palabras, esta organización debería crecer, volviéndose lo suficientemente fuerte como para constituir, de un modo u otro (nunca se dice de manera clara), un liderazgo capaz de guiar a la sociedad en el momento de la crisis y de la transición revolucionaria. Debería ser guardiana y portadora de las ideas revolucionarias y anarquistas, debería ser capaz de suministrar en el momento oportuno los cuadros capaces de sostener de la mejor manera este pasaje a la sociedad del futuro. Debería después derretirse como la nieve bajo el sol, en el momento en que la sociedad libre del futuro esté constituida. Se puede notar que ya en el mismo programa de la organización de síntesis está escrito, de manera bastante detallada, como debería ser estructurada esta sociedad del futuro. Por ejemplo, las formas autoorganizativas, las formas autogestionadas de la producción del futuro. No digo que esté escrito como producir el pan, como producir la pasta. Pero estará escrito —y seguramente ya lo esté— como organizar los núcleos de barrio, las conexiones ciudadanas, las representaciones delegadas, las relaciones federativas, como organizar la defensa, etcétera.

Por el contrario, el instrumento ideal y, dentro de ciertos límites, práctico de la organización informal es la realización del hecho insurreccional, es decir, dar vida a movimientos lo más masivos posibles —aunque estén circunscritos en el espacio y limitados en el tiempo— que tengan una naturaleza de ataque masivo contra las estructuras del Poder. Esta organización insurreccional, como puede verse, no es para nada un medio que pueda garantizar el pasaje a la sociedad libre de mañana. Es simplemente un instrumento metodológico a emplear para el desarrollo de procesos de ataque a las instituciones del Poder, procesos lo más amplio posibles. O sea, que parten de pequeñas realizaciones de naturaleza circunscrita (por ejemplo, un sabotaje), las cuales pueden ser hechas por pequeños núcleos de compañeros, pero que puedan extenderse en un proceso insurreccional, es decir, crear un hecho insurreccional que tenga un movimiento lo más amplio y articulado posible. Nada en este proceso tiene una característica de naturaleza determinada. No hay un proceso determinista que de la «fase A» garantice el pasaje a la «fase B». No es en absoluto realidad que, como se ha dicho algunas veces, los anarquistas insurreccionalistas sostengan la certeza determinista de que se pueda llegar mediante el instrumento insurreccional a la insurrección generalizada. Hay tantos otros elementos que pueden concurrir, y la mayor parte, diría la casi totalidad de estos elementos, no está en las manos de los anarquistas insurreccionalistas, mientras el resto está constituido por las contradicciones de la realidad, por la extensión y por la agudeza de estas contradicciones, por el estallido imprevisto e impensable de posibilidades inimaginables, que nadie hubiese podido prever un momento antes y que en cambio se desencadenan de forma imprevista y nos pueden encontrar dramáticamente desprevenidos [10] .

He aquí por qué el método anarquista insurreccional no tiene para nada las características científicas del determinismo que algunas veces se hallan en el asociacionismo libertario, como por ejemplo en las tendencias anglosajonas de extracción kropotkiniana.

Para mí, las dos expresiones del anarquismo que brevemente he esbozado incluyen dos aspectos entre los más significativos de lo que es su desarrollo histórico y su significado actual.

A menudo estas dos almas del anarquismo se han picoteado una a la otra como los capones de Renzo [11] . Tenemos que darnos cuenta de que, en efecto, ambas pertenecen a dos momentos históricos importantes, siempre y cuando sepan lo que están haciendo. Siempre que no se dejen llevar demasiado por las preocupaciones de saber qué acontece en el terreno del otro. No digo que en el pasado haya habido una visión correcta por un lado y otra errónea por el otro. Personalmente soy un insurreccionalista anarquista y obviamente no soy un exponente de ninguna organización de síntesis; pero consigo darme cuenta de que la organización de síntesis puede hacer un gran trabajo informativo, de propaganda, de penetración entre la gente, puede hacer conocer lo que significa el anarquismo hoy en día, etcétera. Y eso es muy importante, aunque sigo estando convencido de que a buena parte de las estructuras de síntesis ya les pasó su época, especialmente cuando las pesadeces organizativas y las esclerotizaciones internas se acentúan cada vez más en ausencia de una verdadera situación de lucha. En una época en la cual todos los partidos están cambiando de traje, no veo por qué los anarquistas, que desde siempre han sido autocríticos consigo mismos, deban insistir en mantener una fachada, una coraza de naturaleza sustancialmente partidista, en su expresión de organización de síntesis.

Aparte de esta crítica, que hago como insurreccionalista anarquista, considero que el desarrollo de la tarea clásica, de la tarea histórica de la organización de síntesis, todavía hoy puede tener un desarrollo propio, aunque sea modesto.

Un significado, mucho más importante a mi modo de ver, lo tiene la organización informal, una organización que para mi da la máxima libertad posible a todos los compañeros de entenderse como mejor se considere, de juntarse como mejor se crea oportuno, de discutir en todas las ocasiones en las que haya la oportunidad de hacerlo, para ponerse de acuerdo, para agruparse y, principalmente, para crear esa conexión fundamental que está hecha por la afinidad, para que así nos entendamos y entendiéndonos nos conozcamos, y conociéndonos se desarrolle la posibilidad de hacer algo juntos.

Estos dos caminos, estas dos grandes almas del anarquismo actual, la organización de síntesis —definitivamente liberada de sus pretensiones partidistas— y la otra, finalmente capaz de mirar hacia adelante y desarrollarse por la vía de la profundización, del conocimiento recíproco de todos los compañeros interesados, fundado sobre la afinidad, estos dos caminos pueden generar una contribución común hacia la sociedad de mañana que, naturalmente, debe ser libre, autónoma, carente de Poder, y autogestionada.

Les doy las gracias por su atención.

 


[1] Donde se encuentra la afirmación de que «el hombre es el lobo del hombre» es en la obra Leviatán del filósofo inglés Thomas Hobbes, publicada en 1651.
[2] Virtuismo es un concepto no muy común en castellano, acuñado en 1911 por el economista y filósofo italiano Vilfredo Pareto para definir el fanatismo moral.
[3] Quizá actualmente resultan ser unos acontecimientos sobre los cuales no se aprende en casi ninguna escuela, y menos aún en la vida cotidiana, pero no se trata de fechas elegidas al azar y propuestas como ejemplos sino que se refieren a acontecimientos que tienen una importancia crucial en la historia revolucionaria. Bonanno nombra respectivamente a la Revolución Francesa, a las llamadas «Revoluciones de 1848» que tuvieron lugar en diferentes países de Europa, a la Comuna de París y a la Revolución Rusa.
[4] Por «entrismo» se conoce una táctica política empleada por algunos grupos trotskistas de la IV Internacional. Consiste en que sus miembros se afilien (entren) en los grandes partidos de masas de sus respectivos países, especialmente en los pertenecientes a la Segunda Internacional. Su objetivo principal es «transformar estos partidos reformistas en partidos revolucionarios».
[5] El Palazzo Montecitorio es un palacio de Roma, sede de la Cámara de Diputados italiana.
[6] En Italia, durante los años setenta, una práctica del movimiento estudiantil consistía en exigir a los profesores poner a todos los alumnos «la sufficienza», es decir, el mínimo para aprobar el curso, que se traducía en un 6 sobre un máximo de 10.
[7] Obviamente se refiere a los estalinistas y no a los comunistas revolucionarios.
[8] Municipio situado en el territorio de la provincia de Cosenza, en Calabria, Italia.
[9] Se refiere a la corriente teórica que se basa en la idea de la recuperación de las asambleas populares y la «democracia directa» a los niveles municipal, de vecindad y de barrio, que Murray Bookchin desarrolló.
[10] Algo que pudimos oír de boca de compañeros anarquistas que se encontraron de repente con los hechos de Francia en noviembre de 2005 o de Inglaterra en agosto de 2011 fue la sorpresa por los acontecimientos y la sensación de sentirse superados por los hechos en sí. Cosa que no ocurrió, por ejemplo, a los compañeros griegos en las revueltas que comenzaron en diciembre de 2008. Los motivos son complejos como para analizarlos en una breve nota al pie y dejamos que cada uno saque sus propias conclusiones.
[11] Se refiere a un personaje de la clásica novela italiana Los Novios de Alessandro Manzoni y en particular a esta escena: «Dejo imaginar al lector cómo harían el viaje aquellos pobres animales, atados de aquel modo y colgados de las patas, cabeza abajo, en la mano de un hombre que, agitado por tantas pasiones, acompañaba con los gestos los pensamientos que pasaban en tumulto por su mente. Ora extendía el brazo por la cólera, ora lo alzaba por la desesperación, ora lo blandía en el aire, como en son de amenaza, y, todas las veces les daba terribles sacudidas, y hacía bailar aquellas cuatro cabezas colgantes; las cuales, mientras tanto, se las ingeniaban para picotearse una a otra, como demasiado a menudo ocurre entre compañeros de desventura»

Traducción y notas Bardo Ediciones

Deseo amigos, no una comunidad

“Comunidades… se definen mejor en términos de relaciones de comida, nos preguntamos ¿quién se come a quién?”

Marston Bates

Allá, por donde quiera que voy escucho hablar de la “comunidad”. Parece ser algo que todos necesitan, algo a lo que todo el mundo debe estar dispuesto a someterse. En las grandes ciudades es sencillo ignorar esos llamados a integrarse a la comunidad, pues para los defensores desarmados [1] de la comunidad es difícil entrometerse directamente en la vida de las demás personas. Ahora vivo en una zona rural. Tiene muchas ventajas, pero su población humana incluye muchos izquierdistas, activistas y optimistas, en definitiva, entrometidos para los cuales la comunidad es sagrada, una especie de deidad impersonal a la que estos creyentes quieren que todo el mundo conozca. Los comunitaristas locales definen lo que entienden por “comunidad” muy claramente con sus reproches hacia quienes no se ajustan a los estándares de la comunidad y sus intentos por sumar gente que esté en contra de dichos elementos antisociales. De hecho, es una cuestión de “quién se come a quién”, gastando su tiempo en carcomer la reputación de aquellos que no encajan en sus códigos. La comunidad, como un ideal, está en oposición a la individualidad, ya que requiere de la contención de las individualidades en pos de una supuesta importancia mayor del todo/conjunto. Yo no reconozco tal importancia mayor del todo/conjunto, al cual debería darle poder, por lo  que no me interesa la comunidad. ¿Quiere decir esto que deseo estar aislado? Bueno, a veces, yo valoro mi soledad. Pero a veces me gusta divertirme junto a los demás. Simplemente no quiero entregarme a ningún “todo/conjunto mayor”. Y  el término “comunidad”, como sus defensores lo utilizan, es solo un “todo/conjunto mayor” impuesto. Sus defensores lo usan para cumplir con los roles aceptados que tú y yo desempeñamos, esto nos convierte en meros bits  electrónicos que viajan a través de la máquina social cibernética, suprimiendo  las particularidades que nos hacen interesantes a ti y a mi, el uno para el otro.
Esto aumenta el aislamiento, ya que se vuelve cada vez más difícil para cualquier persona conocer a los demás, excepto que nos comportemos  mediante conforme a esas funciones sociales. En realidad, la función que tengas no me interesa. Tus particularidades, esas propiedades únicas a través de las cuales te creas a ti mismo, son la razón por la que deseo conocerte,  para interactuar contigo, ya que las normas de la comunidad sirven para reprimir esas particularidades. Así las cosas, no quiero una comunidad. Deseo amigos, compañeros, camaradas, cómplices y amantes. En otras palabras,  deseo crear intencional, y apasionadamente, relaciones con individuos específicos, porque veo un potencial para el disfrute mutuo y el beneficio mutuo. Amistades, compañerismo, amantes, camaradería y complicidades  no son cosas a las que pertenezco, sino interacciones que voluntariamente creo con los demás. Los orígenes etimológicos de algunas de estas palabras dejan esto claro.

• Un amigo es alguien con quien se prefiere pasar tiempo, sin sentir amor por esa persona.

• Un compañero es alguien con quien se está dispuesto a compartir la comida.

• Un camarada es alguien con el que se desea compartir una habitación.

• Un cómplice es alguien con el que se desea unir fuerzas para algún propósito.

• Y un amante es alguien con quien se es capaz de disfrutar mutuamente y compartir placeres.[2]

En cada uno de estos casos, no hay un “todo/conjunto”, no hay un poder superior que fuerce a cumplir unas obligaciones, simplemente dos o más individuos que eligen entretejer sus particularidades únicas con el fin de disfrutar mejor sus vidas o lograr un esfuerzo mutuamente beneficioso para ellos. La individualidad, la singularidad incomparable y absoluta de cada uno de los involucrados, proporciona la base para la reciprocidad de este tipo de relaciones –relaciones que nunca son “más importantes que la suma de sus partes”, sino más bien aumentan la grandeza de cada uno de los individuos que participan en ella–.

Hay otras dos formas de relacionarme que puedo no desear o valorar tanto como las que acabo de describir, pero que aún así prefiero antes que la tolerancia mutua y el consentimiento tan necesarios para la comunidad: la enemistad y el desprecio. Limitarme a tolerar a los demás, es intolerable para mí. Si tus proyectos, objetivos o deseos están en conflicto con los míos, vamos a ser enemigos. Si tú no eres un enemigo digno, te despreciaré. Hacerlo de otra manera –en nombre de la comunidad o de “llevarse bien”–sería un insulto  a tu individualidad y a tu singularidad, y reforzaría la mentira de la comunidad.

Apio Ludd

Publicado en el N° 18 de la revista My Own. 6 de febrero de 2016.


1. Por supuesto, las fuerzas armadas de la comunidad, los  policías, tienen la capacidad de imponer estándares para la comunidad.

2. Por supuesto, existen “camaraderías” impuestas, por ejemplo: el prisionero con un compañero de celda o el recluta en el cuartel.