El movimiento anárquico en su especifidad

A mediados del año 1800, el anarquismo adquiere su fisionomía precisa que lo distinguirá de todas las otras corrientes del socialismo y del recién nacido marxismo.

El proceso de adquisición de su especifidad se articula aproximadamente en una década, se da dentro del ámbito de la “competición” entre los diversos posicionamientos del socialismo, pero también en el ámbito de la lucha de clases, tras adoptar organizaciones proletarias internacionales, anteriormente esporádicas y locales (en 1864, si no me equivoco, se constituye la Asociación Internacional de Trabajadores —en francés AIT— mejor conocida como Primera Internacional).

Un paréntesis teorético que abrirá perspectivas de acción a gran escala para comienzos del año 1900, pero hasta entonces limitará su influencia tan solo a algunos revolucionarios (Bakunin, uno de ellos), entre los años 1840 y 1850, debido al posicionamiento de Max Stirner, filósofo alemán de la izquierda hegeliana y profundo conocedor del socialismo elaborado por Feuerbach, Marx, etcétera.

El libro de Stirner, El Único y su propiedad (solo escribió ese libro, siendo sus otros trabajos artículos para publicaciones o revistas), es una crítica radical y precisa a los fundamentos desde los que se posiciona el materialismo socialista.

Lo que Stirner evidencia es la pérdida total de la unicidad, es decir del individuo concreto, de la auténtica subjetividad humana específica e irrepetible, en los meandros de lo absolutamente ajeno a cada persona.

Cuando los socialistas hablan de humanidad, de pueblo, de clase, y de los intereses de los unos y de los otros, cambian los términos de la problemática real para conseguir la liberación: hacen desaparecer al individuo al constituir causas ajenas y enemigas de los mismos.

La unión de individuos, con similares condiciones, que luchan por reafirmar su libertad propia, termina por ser una causa ajena a ellos mismos, si es que no se reconocen las peculiaridades de cada uno, que son, al menos en parte, diferentes a las de los demás, por tanto sustancialmente únicas.

Según Stirner, existe siempre la posibilidad de encontrarse con alguien al cual unirse, sin que eso implique abrazar una sola bandera. Descubre en la obra de Feuerbach (que pretendía alcanzar la “verdadera humanización” del hombre superando la alienación en Dios, y edificando otra humanidad) un nuevo proceso alienante —que aleja de sí mismos a los individuos y representa la base de las tendencias socialistas y comunistas— Stirner entrevé en ello la aspiración a homogeneizar a las personas.

El posicionamiento stirneriano probablemente influyo en el desarrollo del pensamiento de Bakunin, que lo ha insertado, despojado de sus elementos hegelianos exteriores, en una síntesis anárquica global atenta en no perder de vista la centralidad del individuo.

Pero será solo a finales del siglo XIX, y a los comienzos del XX, que la obra de Stirner, tendrá de nuevo amplia circulación, retomando la importancia que le corresponde en el movimiento anárquico, privada de los daños que mientras tanto habían hecho sus detractores.

La particular atención que el anarquismo pone en el individuo, en específico el posicionamiento acerca del Poder, marcará el camino que llevará al movimiento a distinguirse claramente de las otras corrientes del socialismo y del marxismo.

El enfrentamiento más evidente y determinante se dará en el seno de la Primera Internacional.

La Asociación Internacional de Trabajadores se constituye en Londres, en el ámbito de los movimientos obreros europeos, de aquí que el momento organizador y el plan de las luchas que se organizan a nivel internacional no pueden sino reflejar, en su genericidad, todas las variantes del mismo socialismo.

Cada grupo, cada traducción de los Estatutos de la AIT, entendía a su manera tal genericidad, aunque en realidad los Estatutos mismos subrayaban el reconocimiento a la diversidad.

De todos modos, el enfrentamiento se da porque:

  • Mientras que para los anarquistas la organización no podía sino reflejar las exigencias y las tensiones de diversos grupos adherentes —por lo cual sus órganos, decimos institucionales, no podían tener funciones directivas ni tampoco sustituir a la asamblea general de delegados, ni adherentes— los marxistas, ligados sobre todo a componentes de la socialdemocracia alemana, sostenían lo contrario;
  • Por otra parte, la AIT tenía pleno sentido solo para los anarquistas en tanto concernía a las luchas económicas del proletariado, para su contraparte debía al contrario ocuparse de las batallas más propiamente político-electorales.

Las divergencias, una vez afloradas, no eran conciliables, así que mientras Marx con un golpe de mano trasladó desde Londres a Nueva York el Consejo General de la AIT con el fin de desviar la influencia de los bakuninistas, los anarquistas reunidos en una primera Conferencia en Rimini en 1871, y luego en otros sitios, mantuvieron los estatutos originales establecidos por la Asociación e intentaron mantener viva la Internacional Antiautoritaria, distinguiéndola de aquella que, en breve tiempo, moriría en los Estados Unidos y que identificarían como Autoritaria.

Constantino Cavalleri

Fragmento de El anarquismo en la sociedad postindustrial

Ego y Sociedad

Vivimos en la Era de la Sociedad. En todos lados, autoridades del saber de variados tonos políticos y morales pontifican la “necesidad” de una sociedad “preocupada”, “compasiva”, “moral”, e incluso “cristiana”. Ellos, en diferentes grados de fervor real o asumido, proclaman que la “sociedad” tendría o debería hacer esto o aquello, y rápidamente denuncian como “egoísta” a aquel que se niegue a aceptar sus panaceas particulares. Conservadores moralistas tradicionales de derecha, socialistas marxistas de Izquierda (y sus aliados “libertarios”), bienestaristas liberales de centro, todos incitados por sus visiones del pasado, por futuros paraísos o por la última estadística de adultos mayores que sufren de hipotermia, se unen al coro de las súplicas al dios de la Sociedad y demandan que “sea hecho”.

Detrás de este clamor reposa la creencia errónea de que los individuos al formar una “sociedad” crean una entidad orgánica en la cual los individuos solo se relacionan como meras partes celulares de un todo, y a la cual se le pueden hacer solicitudes. Esta creencia no tiene una base en los hechos. “Sociedad” no es ningún ego que pueda causar, sentir o saber algo. Es un sustantivo abstracto que denota una conglomeración especifica de individuos relacionándose entre sí por cierto propósito. Por tanto, pretender que estos individuos no son nada más que células que forman parte de un organismo es una grosera malversación de las palabras. Una célula no existe por sí sola. Un individuo puede existir solo –aunque al costo de una incomodidad e inconveniencia considerables. La “sociedad” es, por tanto, puramente un constructo mental. La única identidad concreta involucrada es el particular, el individuo de carne y hueso.

Se podría objetar esta línea de razonamiento argumentando que el “hombre” es, al fin y al cabo, un “animal social”. Si por esto nos referimos a que cada individuo que vive en una sociedad tiene una multiplicidad de relaciones con otros individuos, entonces, esto es cierto. Sin embargo, si desde este hecho evidente se concluye que estas relaciones inter-individuales constituyen por si mismas un cuerpo real con vida y demandas propias, entonces, estaremos situándonos al mismo nivel que el animismo de los primitivos salvajes. No sería nada más que una hipotetización vacía.

No obstante, ninguna creencia existe sin servir un propósito, sin importar cuan irracional o necia parezca. El mito sociocéntrico es la creencia de que el individuo es meramente un componente de una abstracción llamada “sociedad”, disimula los intereses de aquellos que tienen en mente algún ideal prescriptivo de cómo deberían comportarse las personas. Es otro espectro con el cual embaucan a los inocentes e ingenuos. Poner de manifiesto cual es mi propio interés no es por ningún motivo tan impresionante como invocar los intereses de la “sociedad”. Y mientras uno no se cuestione cómo tal entidad incorpórea puede tener intereses, el mito se mantiene intacto para el futuro uso de sus beneficiarios.

En contra de la mística del sociócrata, se encuentra el ego consciente del autócrata quien maneja su existencia por sí mismo, y aquellos que se refieren a la “sociedad” simplemente como un medio o un instrumento, no como fuente o sanción. El egoísta rechaza ser atrapado por la red de imperativos conceptuales que rodean la hipotetización sobre la “sociedad”, él prefiere lo real a lo irreal, el hecho antes que el mito.

Sidney E. Parker

 

Todo lo demás es aburrido. Notas sueltas sobre la acción directa.

Pensé en escribir estas notas porque me parece que, últimamente, incluso entre nosotrxs, lxs anarquistas, se está hablando demasiado poco (y también, por desgracia, practicándose demasiado poco…) de acción directa, privilegiando intentos de encuentro con las «masas», más o menos indignadas. He decidido hacerlo en la Cruz Negra porque espero que pueda convertirse en un espacio de debate entre quienes consideran la acción como centro de su camino de lucha. Espero sinceramente que la Cruz Negra no se convierta en reunión de la mala suerte carcelaria, sino en un lugar para mostrar y profundizar, sin pelos en la lengua, desde diferentes puntos de vista, sobre cuestiones consideradas útiles para hacer más incisiva la lucha contra la autoridad. Ciertamente, la acción directa es para actuar y no para pontificar, pero estoy convencido de que aclarar lo que cada unx de nosotrxs realmente entiende cuando usa estas palabras, puede ayudarnos a afilar armas para asaltar el presente.

Para abordar la cuestión sin perderme en inútiles palabras estridentes, quiero primero aclarar lo que, para mí, no es acción directa.

Concentraciones, repartir panfletos, manifestaciones «determinadas y comunicativas», tartas (pintura, escupitajos, etc.) en la cara del infame de turno, huevos de colores y todo este tipo de cosas no se pueden considerar acción directa. Soy consciente de que una lista de ese estilo atraerá a mí las flechas de quienes sostienen que todos los medios tienen la misma dignidad en la lucha, que mi discurso podrá parecer esquemático, «militarista», impregnado de una óptica eficientísima y bla, bla, bla… Pero nadie, honestamente, podrá negar que, en estos momentos, haciendo estas cosas se está más bien viciando la lucha, renunciando a vivirla realmente.

Estoy convencido de que se está afrontando la lucha con ligereza, con la sonrisa en los labios: no se trata más que de un juego, pero nada hay más serio que un juego donde las apuestas están representadas por la calidad de nuestras vidas y de nuestra libertad. Nadie puede negar que la correspondencia entre el pensamiento y la acción debería ser característica fundamental de ser anarquista. Si pensamos que la destrucción de este mundo es necesaria, debemos actuar en consecuencia, no podemos recurrir a simpáticos e inofensivos trucos baratos para silenciar, engañando a nuestras conciencias hambrientas de libertad. Debemos tener el coraje de afirmar que la acción directa, o es destructiva o no es. Los muros que nos aprisionan no se caerán solos, sino solamente si son envestidos por la onda de choque de nuestra rabia. Es inútil que el inteligente de turno recuerde que la insurrección no es resultado de la suma aritmética de los ataques realizados por anarquistas, estoy hablando de otra cosa. Nuestra vida es demasiado corta para desgastarla en centenares de representaciones diseñadas para despertar a las masas adormecidas, para que se presenten puntuales a la cita el día mágico: sólo cuando atacamos concretamente a lo existente conseguimos arrancar pedazos de libertad, aunque sólo sea por unos cuantos momentos, nos liberamos de las cadenas impuestas por la cotidianidad y por la ley.

Nuestra lucha debe ser violenta, sin compromisos, sin posibilidad de mediaciones ni vacilaciones: la acción directa destructiva, el único medio que deberíamos utilizar para relacionarnos con cuanto nos oprime. Pero las cosas, como sucede siempre en la realidad, son un poco más complicadas, por desgracia, la sola acción no es la panacea de todos los males que aquejan a nuestro movimiento. Aunque esté absolutamente convencido de que ningún acto de revuelta es inútil o nocivo, pienso que es fundamental preguntarse sobre la proyectualidad que las generan y, sobre todo, sobre el significado que le dan quienes las realizan. El acto mismo puede asumir significados muy diferentes si se concibe desde una óptica de ataque o de defensa. Voy a tratar de explicarme con un ejemplo práctico, en el Valle de Susa, el año pasado, asistimos a un incremento positivo de las prácticas de sabotaje en la lucha contra el TAV [Tren de Alta Velocidad], perfecto, si en las intenciones de quienes han realizado tales acciones está el intento de afirmar claramente que no está en juego la simple construcción de una línea ferroviaria, sino la necesidad de atacar y destruir todo el sistema tecno-industrial que lo diseña. Otra cosa es si el sentido que se puede leer en algunos comunicados del movimiento NO TAV o, lo que es aún más desconcertante, en el Nº 5 de Lavanda, hoja redactada por algunxs compañerxs que participan en esa lucha. Tales acciones se podrían interpretar como el último recurso de un pueblo que ya ha utilizado todos los medios de presión posibles (y pacíficos…) sin obtener la atención de los que gobiernan. Estoy convencido de que tal interpretación banaliza cualquier aspecto positivo y revolucionario de tales actos, de hecho, sugiere que si el poder fuera más «razonable», si estuviera más abierto al diálogo, existiría la posibilidad de «convencerlo» para mitigar sus aspectos más nefastos.

La acción directa expresa todo su potencial de liberación sólo cuando se concibe desde una óptica de ataque. No golpeamos al enemigo porque nos resulta insoportable el disgusto por su última fechoría, sino por querer ser libres aquí y ahora. No necesitamos justificaciones para golpear, simplemente no podemos aceptar vivir una vida carente de significado como simples engranajes de este sistema mortal. Debemos ser nosotrxs quienes dictemos los momentos de la lucha, hay todo un mundo que demoler y las posibilidades de derrotar al monstruo tecnológico se hacen cada vez más pequeñas en proporción a su desarrollo.

Cuando hablamos de acción directa hablamos de nuestra vida, pues nuestro rechazo a lo existente no es una moda, sino algo mucho más profundo, en él ponemos en juego toda nuestra existencia. Por este motivo, encuentro verdaderamente irritante cuando nos referimos a cualquier tipo de acción, diciendo que «era lo mínimo que podíamos hacer». Estoy convencido de que no existe nada mínimo que se pueda hacer contra aquello que nos oprime, no podemos autoimponernos límites en la acción, ésta debe ser sin restricciones como nuestra sed de libertad. Si nos encontramos frente a un explotador asesino con uniforme etc., y se decide mancharle el vestido con pintura, eso no es lo mínimo que se podía hacer, sino simplemente lo que nosotrxs hemos decidido hacer. Esto, probablemente, está dictado por una serie de análisis que, en lugar de dar mayor fuerza a nuestra acción, no hace más que minimizarla: «la gente no nos entendería, no debemos dar un paso más que los demás, se necesita empezar por acciones pequeñas que son fácilmente reproducibles», etc.

Naturalmente, se trata de consideraciones que necesitarían un trato más profundo y espero que haya forma de volver a esto y discutir seriamente, lo que ahora quiero decir y a lo que debemos aspirar siempre es a hacer lo máximo que nos consientan nuestras habilidades. Cuando actuemos, deberíamos hacerlo esencialmente por nosotrxs mismxs y de la manera más resuelta, no somos distintxs a aquellxs que de manera innegablemente autoritaria llamamos «gente común», cualquier cosa que hagamos la puede replicar cualquier persona, siempre que alimente nuestro propio deseo de destruir la autoridad. No debemos buscar convencer a las masas de la bondad de nuestra tesis, sino buscar cómplices que quieran participar en la obra de demolición. No debemos tener miedo de nuestro odio, sino lanzarnos a la acción conscientes de que el enemigo no duda ni un segundo en su guerra contra la libertad.

Estas notas están dictadas más que desde la aspiración a desarrollar cualquier análisis teórico innovador, desde el simple deseo de tratar de compartir la idea de la necesaria centralidad, en la vida de todx anarquista revolucionarix, de la práctica de la acción directa destructiva. Todo cuanto acabo de decir sería sin duda obvio si no hubiera tantxs compañerxs que consumen sus fuerzas, dando vueltas como trompo, en un activismo carente de toda proyectualidad realmente revolucionaria, marcado por las heridas del asistencialismo y del oportunismo. Sin embargo, ya existen antídotos para todo esto: organización informal, nihilismo, individualismo, rechazo de líderes más o menos carismáticos, rechazo de extra poder asambleario, comunicación a través de la acción. Se necesita volver a mirar lo que está sucediendo en todo el mundo igual que históricamente siempre han hecho lxs anarquistas, enemigxs de toda las fronteras, y nos daremos cuenta de cómo compañerxs de todas las latitudes están experimentando con nuevos modos de acción, liberémonos de los grilletes de las llamadas luchas sociales para lanzarnos sin frenos al asalto del existente. Tenemos que redescubrir la alegría de actuar, dejar de limitarnos a una búsqueda ilusoria del consentimiento popular; sin tantos… teóricos, nuestro objetivo debe ser, simplemente, el de destruir lo que nos destruye. Liberémonos de la política, incluso, en su declinación antagonista, debe quedar claro que no luchamos por un futuro brillante, sino por un vivir, aquí y ahora. La anarquía debería ser en primer lugar un hecho individual que afecte toda nuestra vida: debemos conspirar, alimentar cada pequeño fuego que pueda incendiar la pradera, atentar con todos los medios contra el orden, civilizado y tecnológico, que el sistema trata de imponer. En esta lucha debemos utilizar todas las armas que tengamos a nuestra disposición, en primer lugar las que no faltan en el arsenal de cada anarquista: la voluntad y la acción directa destructiva.

Fray Nicola de Ferrara [Nicola Gai]

Croce Nera, Periódico anarquista, nº 0, abril de 2014 Pág. 2-3.

¿Ahora a dónde? Algunos pensamientos sobre la creación de la anarquía

 

“Cualquier sociedad construida tendrá límites. Fuera de los límites de cualquier sociedad los insumisos y heroicos vagabundos deambularán con sus pensamientos salvajes y vírgenes…proyectando nuevos y terribles estallidos de rebelión”

Renzo Novatore

 

Siento que es imposible que exista alguna sociedad en la que pueda encajar, pues sin importar la forma que adopte la sociedad, yo seré un rebelde. A veces, esto me llena de la alegría de los “insumisos y heroicos vagabundos” que refiere Renzo Novatore, pero a menudo también me hace sentir bastante solo y aislado.

Ahora vivo en una “sociedad”, en una situación en la que los roles son usados para reproducir las relaciones sociales. ¿Será que la forma en que nos relacionamos cuando estamos por fuera de la armadura social también reproduce las relaciones sociales? Yo avizoro un mundo en el cual podamos vivir nuestras vidas plenamente, como seres únicos y salvajes, moviéndonos libremente por dentro y por fuera de las relaciones con los demás, tanto como nuestros deseos nos motiven. Nunca construyendo estructuras para formalizar relaciones, lo cual es la “sociedad”. Únicamente en un mundo de ese tipo es en el que imagino podré sentirme en casa. Pero en realidad no sé cómo podría ser creado ese mundo.

Muchos de mis amigos no estarán de acuerdo en mi perspectiva sobre la sociedad, pero todas estamos de acuerdo en que queremos crear formas de relacionarnos que sean radicalmente diferentes a lo que nos ofrece la sociedad autoritaria y capitalista del presente. Todos nosotros, parece, tenemos la  incertidumbre sobre cómo podemos destruir ésta sociedad, además de aprender a relacionarnos libremente. Es claro que necesitamos examinar lo que consideramos nuestra práctica radical.

He escrito artículos y volantes. No tengo ilusiones sobre la naturaleza radical de estos proyectos. Estos perpetúan ciertos tipos de relaciones sociales alienadas, y estoy plenamente consciente de ello. Pero escribo con la esperanza de inspirar algo mas allá. Espero que la singularidad de mis escritos alcance a otro individuo único, permitiéndonos romper la pared de las palabras escritas y tal vez encontrar y crear proyectos juntos. Esto no ha pasa a menudo, de todas formas, la relación social de la palabra impresa se mantiene intacta.

En las circunstancias actuales, el fraude y el robo son formas de sobrevivencia, en cierto modo, radicales. Estas pueden envolver elementos de juego y aventura que no se encuentran en los trabajos ordinarios, pero son básicamente formas para desarrollarnos por nosotras mismas en la sociedad, y, en cierto sentido, sería un trabajo. De todas formas, a pequeña escala, el robo ayuda a sabotear la mercancía, debido a que se toma algo sin pagar por ello. Pero la necesidad de hacerlo en secreto limita los elementos para la critica radical. Lo más radical del fraude y el robo (así como en las okupas lo es el buscar cosas en la basura o recoger desechos de la agricultura) es que reducen drásticamente nuestra necesidad de trabajar y liberan nuestro tiempo para realizar cosas que valgan la pena. Pero por sí mismas, son sólo tácticas de sobrevivencia.

El vandalismo y el sabotaje atentan contra la propiedad y, por tanto, contra la sociedad. Pero, como la mayoría de la gente los emplea, son sólo ataques limitados. A lo más, tan solo reacciones de actos particularmente ofensivos de la autoridad. La extensión de la critica puede ser fácilmente silenciada por su adherencia a algún tema particular, recuperándolo para la sociedad. De todas formas el vandalismo y el sabotaje son ataques activos contra la sociedad, que en algunas ocasiones pueden dañar efectivamente algunos de los proyectos del Capital. Aunque la mayoría de las veces sólo expresen el lado destructivo de la rebelión anárquica.

Todas éstas actividades valen la pena como parte de nuestra rebelión en contra de la sociedad, pero todas son limitadas. Ninguna de ellas nos lleva más allá del contexto societario. Cada una de estas actividades son, al menos parcialmente, creadas por la sociedad como reacción en su contra. Estas no nos liberan de la sociedad, ni amplían lo que es único en nosotras. Tan solo nos colocan al filo de ella (que ciertamente es el lugar mas libre y disfrutable que puede haber dentro de la sociedad), y eso no es suficiente para aquellos de nosotros que queremos vivir nuestras vidas hasta el límite.

“No a las márgenes que colapsan.

No a los márgenes que caen.

Pero al centro está…creciendo”

En tanto creamos nuevas formas de relacionarnos (formas que acrecientan nuestra individualidad única, no los roles sociales) es necesario no solamente reaccionar contra la sociedad, al hacer de la marginalidad el objetivo central de nuestro actuar. Lo que nos es único debe ser central en nuestra actividad; los deseos propios, las pasiones, las relaciones, y experiencias. Esto implica una concepción radicalmente diferente de la revolución, que algunos comunistas y anarquistas ortodoxos centran en “las masas”. Ni la clase trabajadora, ni la actividad humana común puede crear la revolución de la que estoy hablando. La rebelión del individuo en contra de los obstáculos de la sociedad (en contra de los procesos de domesticación) son la base desde la cual el proyecto revolucionario tiene que crecer. Cuando los actos de rebelión de un número de individuos coinciden y pueden abrazarse entre ellos, entonces es posible que estos individuos conscientemente actúen juntos, de ésta forma son semillas de una revolución que puede liberarnos como individuos únicos y salvajes, de espíritu libre. Pero ¿qué significa esto a nivel práctico?

El ser nosotras mismas el centro de nuestro actuar significa relacionarnos con la sociedad, y el relacionarnos los unos con los otros en nuevas formas. Cuando comenzamos a vivir en términos de nuestros deseos y experiencias propias, de nuestras pasiones y relaciones, nos encontramos con nosotras mismas en permanente conflicto con la sociedad. En tanto la sociedad depende de la estructura y el orden, y lo que nos es único a nosotros es caótico e impredecible, entonces tenemos ventaja en esta lucha. Podemos estudiar a la sociedad, aprender algo sobre como funciona y como se protege a si misma -evitando el caer en roles sociales y patrones predecibles- nuestras acciones parecerán venir de ningún lado, aunque causen estragos en nuestros enemigos. Negándonos a cumplir con los roles sociales establecidos, rechazando el tener que pagar por las cosas o trabajar para sobrevivir, no aceptando reglas de etiqueta, ni protocolos, es un buen comienzo. Bromas espontáneas (o aparentemente espontáneas) y representaciones radicales -no atribuidas a payasos, compañías teatrales u otras entidades sociales- pueden exponer la naturaleza de la sociedad e inclusive crear una situación en la cual la vida libre y la mera existencia ofrecida no pueda ocultarse. Acciones de expropiación, vandalismo, y sabotaje salidas de nuestros propios deseos, en vez de ser una mera reacción de atrocidades sociales, serán mas impredecibles y mas frecuentes. Nuestra violencia contra la sociedad chocará como un trueno, impredecible, con la intensidad de nuestro deseo de vivir nuestras vidas plenamente.

Pero para poder pelear inteligentemente contra la sociedad se requieren conocimientos y habilidades. La sociedad, al ponernos dentro de roles sociales, limita nuestros conocimientos y habilidades, por eso necesitamos compartir ésta información. Libros y artículos pueden ser de ayuda, aunque estos están abiertos al escrutinio publico, incluyendo el de las autoridades. Lo que hace que nuestras actividades sean predecibles, y a nosotras nos deja más vulnerables. Por tanto, es necesario crear vías para compartir el conocimiento generado de nuestras relaciones actuales como individuos únicos.

Esta necesidad por compartir habilidades coincide con nuestro deseo de vivir la vida plenamente, y el disfrutarnos las unas a los otros como seres únicos y salvajes, haciendo de la exploración de nuevas vías de relacionarnos una necesidad inmediata -no algo que deba postergarse hasta “después de la revolución”. Cada uno de nosotros es único e impredecible. Habiendo sido educados, toda nuestra vida, para relacionarnos dentro de roles sociales, en vez de hacerlo como lo que somos en realidad; seres únicos. Debemos apoyarnos en nuestra imaginación para crear nuevas formas de relacionarnos, no basándonos en moldes preestablecidos ¿podría ser de alguna otra forma, cuando no queremos crear nuevos roles sociales? Las ideas que comparto son tentativas, un llamado a explorar dimensiones desconocidas, invitación para aventurarnos en tanto cumplan nuestros deseos y nos expandan como individuos únicos. En sí, no hay nada revolucionario en éstas exploraciones. Se convierten en revolucionarias solo en conjunción con la resistencia consiente y activa respecto a la sociedad -el reconocer que nuestra unicidad y libertad como individuos está en conflicto con esa sociedad, y que debemos destruirla para liberarnos plenamente.

En años recientes, he reflexionado mucho sobre cómo explorar nuevas vías para relacionarnos. Estas exploraciones necesitarían estar basadas en los deseos únicos de cada individuo y cubrirse con la confianza mutua. En un comienzo mis pensamientos estuvieron centrados, principalmente, en algún tipo de sitio rural/natural que correspondiera con una vida relacionada a proyectos de espontaneidad, sin implicaciones con la economía, y que involucraran resistencia a la domesticación y a la autoridad. Entre más pienso en esto, me parece que dicho proyecto comprometería mis auténticos deseos -y muy probablemente recrearía la sociedad, a pequeña escala, con individuos repitiendo roles sociales, en lugar de entablar relaciones sobre la base de la unicidad.

Cuando la gente se reune teniendo como base los deseos únicos de cada cual, además la confianza mutua, su unión será, por su naturaleza, muy transitoria. Los individuos vendrán y se irán tal como lo deseen, y participaran en la forma que ellos quieran. Esto hace que la situación establecida sea temporal. Recientemente, me he dedicado a vagabundear. Disfrutaría el compartir ésta vida junto con amigos y amantes que quisieran también vagar. Seriamos un festival ambulante de rebelión y sorpresas. Digo un festival, y no una tribu o una banda, debido a que lo único constante sería el compromiso de cada individuo por vivir plenamente, y luchando contra lo que lo impida; individuos por sí mismos llegando y retirándose a voluntad. Las actividades de sobrevivencia pueden incluir la recolección en la naturaleza, el robo, los fraudes, el compartir regalos con amigos y el aceptar regalos de gente que aprecie cualquier actuación callejera -expresiones publicas de nuestro comportamiento lúdico y creativo- que hagamos. Podemos compartir habilidades y conocimientos con amigos que visitemos, creando una red informal para diseminar el conocimiento y las habilidades entre aquellos en los que confiamos. Los actos de vandalismo, sabotaje y otros ataques contra la sociedad serán mas sencillos en tanto no permanezcamos en esos lugares, adquiriendo un aspecto de invisibilidad. En éste vagar, esperaría pasar mucho tiempo en lugares salvajes. Quisiera explorarlos y llegar a conocerlos bien. Los lugares salvajes son ideales para destruir ésta sociedad. Estos encuentros podrían proveernos de otros medios para compartir conocimientos y habilidades, así como el ser mucho más divertidos.

Tal como expuse arriba, por sí mismas, estas ideas no son revolucionarias. Vagabundos, gente rara, personas del arcoiris y otras más han vagado, pero sin la consciencia de la guerra de la sociedad contra el individuo de espíritu libre. Estamos en guerra, pero no estamos peleando por el Poder. No necesitamos construir ejércitos para derrotar a los poderes que existen; necesitamos hacernos salvajes, de espíritu libre, individuos únicos cuya violencia salga del deseo por vivir la vida sin límites, y así derrotar al Poder. Los festivales ambulantes de espíritus libres pueden incorporar esta actividad destructiva, posiblemente con más fácilidad que grupos mayor organizados y previamente definidos.

Ya he afirmado que éstas son sugerencias tentativas, ideas a ser tratadas y probadas. Estoy cansado de sentirme aislado por rechazar sacrificarme a los roles sociales. Quiero explorar nuevas formas de relacionarme que vayan más allá de esos roles, y que refuercen la unicidad de cada uno de nosotros. Pero mas que eso, quiero explorar activamente estas ideas en la practica y compartir estas exploraciones con personas amigas y amantes. En tanto podamos parar de estar en los márgenes de la sociedad y, cada uno, como seres únicos y salvajes, convertirnos en el centro de un proyecto insurreccional que pueda destruir a la civilización y crear un mundo en el cual podamos vivir libremente, relacionarnos para crear tal como nuestros deseos únicos nos muevan. Nos convertiremos, para citar a Renzo Novatore, otra vez, “en una sombra eclipsando cualquier tipo de sociedad que pueda existir bajo el sol”.

 

Feral Faun

 

Siempre actúas por ti mismo

“Ya que la expropiación es una forma de alejarse individualmente de la esclavitud, los riesgos deben ser asumidos individualmente también, y los compañeros que practican la expropiación para sí mismos pierden cualquier derecho – si es que existe tal derecho para los anarquistas, y yo no lo creo– a reclamar la solidaridad del movimiento cuando caen en la desgracia.” 

Brand (Enrico Arrigoni)

Tomé esta cita de Enrico Arrigoni (también conocido como Frank Brand) de un artículo que escribió titulado “El derecho a la inactividad y la reapropiación individual” que apareció en su periódico Ereseia di oggi e di domani (Herejías de hoy y mañana – publicado a finales de la década de 1920). En el artículo, él no sólo atacó la doctrina de la “dignidad del trabajo” que entonces era popular en los círculos radicales, sino también cualquier concepción moralista de la solidaridad. Al defender la expropiación individual, Arrigoni también señaló que aquellos que eligen este camino no pueden esperar la solidaridad automática, porque están actuando por sí mismos, por lo que ellos, y sólo ellos, deben asumir los riesgos de su acción y estar preparados para enfrentar las consecuencias por sí mismos.

Quiero extenderme en esto. Verás, siempre actúo por mí mismo, independientemente de la situación en la que me encuentre. Y por lo que observo, nadie actúa de una manera diferente a esta. Algunos simplemente parecen sentir la necesidad de maquillarse de altruistas o colectivistas para cubrir sus intenciones egoístas. Y, lamentablemente, algunos de ellos incluso comienzan a creer que este maquillaje es más real que sus deseos y aspiraciones. Y, sin embargo, el elemento del interés propio siempre está presente, incluso aún cuando el espejismo altruista y moralista socava la posibilidad del auto-disfrute.

Si siempre actúo por mi cuenta, entonces, en cierto sentido, siempre actúo solo. Incluso cuando tomo una acción con otros. Lo que hago en tal situación es lo que estoy dispuesto a hacer y lo que soy capaz de hacer, por eso soy único para mí. Lo hago con mis propias intenciones y por mis propios motivos. Si hago una acción con otros es porque he encontrado una situación en la cual mis intenciones, deseos y razones pueden entrelazarse con las suyas de una manera que potencia mi energía auto-creadora, mi capacidad de luchar contra la autoridad y mi auto-disfrute. Así que mis razones siguen siendo solamente mías, y en este sentido, sigo actuando solo.

Considero que esto es importante para comprender la naturaleza de una asociación de auto-creadores voluntarios. Aquí, tú reconoces que estás en ella por ti mismo; yo reconozco que estoy en ella por mí mismo. Esta conciencia no disfrazada es la base de nuestra confianza mutua. También significa que no puedo esperar nada de ti excepto lo que te dé placer ofrecerme. Sólo puedo saberlo en la medida de mi experiencia contigo. Tú y yo necesitamos desarrollar una especie de afinidad, una profunda experiencia compartida el uno del otro a través de la cual tú y yo comprendamos algo de los deseos, las aspiraciones, las ideas, las razones, las capacidades que cada uno tiene, y cómo estas cosas pueden entrelazarse para nuestro beneficio mutuo. Pero incluso con un profundo conocimiento experiencial el uno del otro, no es prudente que yo espere algo de ti, o que tú esperes algo de mí. Cada uno de nosotros es un creador de sí mismo, y por eso cambiamos constantemente en función de lo que nos da disfrute[1]. Dado que, en cada situación, yo estoy actuando para mí, no para el grupo, la causa, el ideal, etc., sería un tonto si esperase solidaridad. Yo, y sólo yo, soy responsable de lo que hago, y tengo que estar preparado para aceptar las consecuencias, ya sea para mi beneficio o para mi perjuicio. Tampoco le debo solidaridad a nadie.

En muchos círculos anarquistas, esta es una gran herejía. Pero la solidaridad como deuda es un ideal situado por encima de ti y de mí, y como todos los ideales, nunca existe en la realidad. Hace que haya mucho balbuceo, que se confunda el “apoyo” verbal con la solidaridad. Cuando reconozco que yo siempre actúo solo, para mí, cuando no espero solidaridad, ya no es un ideal. Es una relación entre individuos. Una relación basada en el beneficio mutuo. Me llega como un regalo, y para aquellos cuyas acciones despiertan mi generosidad, yo puedo ofrecerla como un regalo. Pero para aquellos que la exigen, no ofrezco nada.

[1] No he mencionado aquí las manifestaciones y disturbios callejeros a gran escala, porque en este momento de mi vida no me encuentro en tales situaciones, pero dado que estas son situaciones en las que un individuo actúa “con” un gran número de extraños, incluso más que en las actividades que mencioné anteriormente, actúas solo, y para ti mismo, y tienes que estar completamente preparado para afrontar los riesgos que implica.

Apio Ludd

 Tomado de la publicación My Own No.16