La acción sometida a la crítica

Algunas consideraciones viejas y nuevas sobre anarquistas, revolucionarios y otros.

Decididamente no soy no-violento. Puedo comprender a alguien que odie la violencia hasta el punto de querer hacerla desaparecer de su vida; alguien que nunca mataría, que nunca usaría la fuerza para ser escuchado; que, por su personalidad y tendencia, prefiere no recurrir a ella. Pero, puedo entender todo esto, si se trata de una elección personal. Cuando la no-violencia se presenta como un método de lucha, un camino a seguir, cuando la ética individual se transforma en moral y en proyecto colectivo, me parece absurda, entonces solo sirve para justificar la inactividad y se convierte en un obstáculo para quienes se rebelan, un valor absoluto para imponer a los débiles que permitirá a los fuertes olvidarse de ellos desde su comodidad. Al borde del abismo, con la tierra cada vez más bajo el fuego enemigo, la invitación a usar solo métodos educados puede solo mostrar esto. Haz lo que quieras pero no me sermonees.

Todo esto teniendo en cuenta que tampoco soy un fanático de la violencia. No me gustan quienes alardean de sus hazañas en ése contexto, no justifico su apología como fin en sí misma, desprecio a quienes la consideran la única solución posible. La considero una necesidad en la lucha contra el poder, nada más.

Como Malatesta, tampoco creo en “ocasos plácidos”. No creo que el cemento armado con que el poder ha cubierto nuestra existencia se deshaga ante el florecimiento de la planta de la libertad cariñosamente germinada gracias a la difusión de nuestras ideas. Precisamente porque no soy no-violento me niego a soportar la condena moral de actos de violencia. La hipocresía me pone enfermo. Pero precisamente porque no soy un fanático de la violencia, tampoco puedo soportar la exaltación acrítica de estos actos. La estupidez de esta actitud me saca de mis casillas.

Recientemente ha habido un resurgimiento de ataques llevados a cabo por compañeros desconocidos, primero contra la comisaría de Génova, luego contra el sistema carcelario español. Teniendo en cuenta la reacción histérica de los medios de comunicación, la respuesta de la policía era previsible. Pero ¿Cuál es la reacción de los compañeros? Aparte de los idiotas habituales acostumbrados a señalar, la reacción más común es el silencio. Un silencio necesario, para evitar hacer distinciones entre quienes están a favor y quienes están en contra de dichas acciones, lo cual sería útil para las investigaciones policiales. Pero durante demasiado tiempo este silencio no se ha limitado a reinar en los días posteriores a los ataques, se impone mucho mas allá. Ya no es silencio ante un enemigo que querría saber, también es silencio ante compañeros que querrían estar de acuerdo. Se ha pasado de la presencia de una forma de solidaridad mínima a la ausencia de toda discusión crítica. Pero ¿Por qué debería una acción, la que sea, no ser sometida a reflexión crítica? ¿Por qué un debate hipotético sobre estas cuestiones debería verse como un obstáculo, algo dirigido a impedir otras acciones? ¿Por qué no sería mas bien un apoyo, una manera de clarificar el sentido de lo que se hace, para fortalecer y mejorar la acción?

Para mí, tomando como punto de partida los acontecimientos recientes he decidido escribir y hacer circular este texto. Su forma anónima no es por temor a asumir la responsabilidad de mis palabras, es solo una forma de no diferenciarme de los otros compañeros a los ojos de la represión.

Reivindicación Sí, Reivindicación No

Hasta donde yo sé, al no ser un experto en el tema podría equivocarme, para encontrar el primer documento reivindicando un ataque por una organización revolucionaria debemos retroceder hasta 1878 en Rusia. Fue el panfleto “Smet ‘za smert” (Muerte por muerte) hecho circular por el grupo Narodnaja Volja (Voluntad del Pueblo) después del asesinato del general Mezenkov jefe de la policía secreta rusa. Trece días después del asesinato el texto reivindicativo llegó a un diario de Petersburgo y los días siguientes fue reproducido en otras ciudades y enviado a funcionarios públicos. En aquel momento la acción causó un gran impacto y, por supuesto, no faltaron críticas de aquellos que pensaban que dichos medios no podían sustituir a la propagación de ideas y la rebelión de las masas, que eran más importantes.

Desde entonces esta escena se ha repetido cientos de veces. Los detalles, obviamente, cambian con el tiempo pero la esencia permanece. Se podría afirmar que la experiencia de los revolucionarios rusos se convirtió en una especie de arquetipo, un modelo original cuyas futuras manifestaciones no son mas que reproducciones o imitaciones. La única variación en este esquema ha sido la de los anarquistas que nunca han visto necesario reivindicar políticamente sus acciones de ataque contra el poder. El grupo ruso “Voluntad del Pueblo”, de hecho, aunque incluía “militantes” de ideas muy diversas, se situaba en cualquier caso como una vanguardia centralizada. En esta organización, como recordó una militante en sus memorias, se desarrolló un debate sobre si el programa a seguir debía ser el de “obligar al gobierno a permitir al pueblo expresar sus deseos de reconstruir la vida política y económica sin obstáculos… o si la organización debía primero tomar el poder en sus manos, para luego decretar una constitución desde arriba que fuera beneficiosa para el pueblo”. Con tales principios uno puede comprender su necesidad de reivindicación, de comunicar las razones de sus actos a las masas sobre las que pretenden elevarse y a los enemigos de los que pretenden ser oposición. Después de todo, ése grupo quiso aclarar al pueblo que casi todos sus miembros venían de las clases más acomodadas, y quiso negociar con el poder constituido en su nombre, hasta el punto de mandar una carta al heredero del zar para aconsejarle que política debía seguir. Pero cuando uno no quiere representar a nadie, ni se coloca como oposición de nadie ¿por qué remitir comunicados? Si uno piensa que la acción de ataque contra el poder debe, en cualquier caso, tener como horizonte la revolución social, y no ser una parodia de la misma en forma de lucha armada contra el Estado ¿Cuál puede ser el objetivo de una organización armada concreta?

Me parece que los anarquistas del pasado no se distinguían por reivindicar sus acciones. Los narquistas que se sacrificaban llevando a cabo acciones individuales como Bresci y Caserio no lo hicieron por razones obvias. Tampoco lo hicieron aquellos que pretendían llevar adelante una actividad más continua como Ravachol o Henry, ni tampoco esos que se unían a ellos y a otros en la acción armada: Di Giovanni no lo hizo, ni tampoco Durruti o Ascaso. Y la razón parece obvia. Preferían que las razones para sus acciones viniesen de la base, que fuese el movimiento mismo quien las expresase, antes que aprovechar la ventaja del alboroto surgido para difundirlas desde arriba, como el mensaje oficial de quienes han desarrollado una revuelta hacia quienes no lo han hecho. El significado de una acción, si no aparece claro por el contexto social podría encontrarse en panfletos, periódicos, revistas y en el seno de los debates teóricos desarrollados por el movimiento en su conjunto, no en el comunicado de una sola organización. Daré un ejemplo: si el movimiento es capaz de expresar su crítica teórica de la prisión, cuando alguien pasa a una crítica práctica no hay necesidad de escribir un comunicado explicando las razones por las que se ha llevado a cabo. Las razones de la acción son claras y comprensibles. Cuando alguien quiere reivindicar su acción es solo porque quiere introducirse en el show. El ataque contra la comisaría de Génova, por ejemplo, fue tan significativo (por la elección del objetivo y el momento) como para hacer superfluas todas las palabras. ¿Por qué se difundió un comunicado que solo decía banalidades? Es verdad que la Angy Brigade constituye una especie de excepción, incluso siendo un asunto de anarquistas reivindicando acciones. No por causalidad, esta experiencia parece constituir un modelo para muchos compañeros que atacan al poder hoy. Pero, a no ser que uno quiera lanzarse a actitudes de imitación, el ejemplo no me parece repetible. Por un lado es imposible no tener en cuenta que la Angry Brigade debería insertarse en el contexto histórico en que maduró, los `70. Una época en la que muchos grupos estalinistas difundían terribles ladrillos ideológicos para publicitar su propio proyecto político y tenían tendencia apropiarse del ataque armado, no me parece raro que algunos anarquistas quisiesen marcar las distancias para no arriesgarse a trabajar involuntariamente para otros. Desde la elección del nombre a los objetivos, al estilo de los comunicados, todo tendía a diferenciarse de la confusión reinante. Pero una vez superada en conjunto la ideología estalinista, ¿por qué señalarse en el sentido anarquista? ¿Cuál es el sentido de seguir con esta auto-representación? Puede que en sitios como España [1], donde todas las acciones, incluidas las anónimas son atribuidas a E.T.A. , pero ciertamente no aquí en Italia. De hecho, durante años acciones de ataque no produjeron reivindicaciones, excepto alguna vez algo muy breve y simple, y que rechazaba el uso de siglas. Las razones son evidentes; una acción solo puede pertenecer a todos si nadie se la atribuye. Tan pronto como es reivindicada y se le da una identidad, se crea una especie de separación entre quienes la llevaron a cabo y los demás. Mas aún, no debería ser necesario recordar el riesgo inherente a toda reivindicación. Es peligroso enviarla, y sobre todo es peligroso escribirla porque cuanto más escriba uno más indicaciones da a la policía (y no se trata de un peligro hipotético, ya hay un caso al menos que golpeó a compañeros anarquistas). Un ataque anónimo no permite emerger a nadie y no facilita la labor represiva de la policía. Si las razones para el anonimato se han expresado mas de una vez, las razones en contra del mismo no.

De unos años acá las cosas han cambiado sin que se haya debatido el tema. Es difícil encontrar hoy una acción que no vaya acompañada por un bonito comunicado, seguido de eslóganes y firmas ¿por qué? Silencio… Y entonces, siguiendo con esto ¿no acaba uno en el vanguardismo? El riesgo es tan evidente que entre muchos autores de comunicados los hay que se proclaman en contra del vanguardismo, con la esperanza de que será suficiente decirlo para serlo. Pero “excusarse es acusarse”. Es el método mismo que es vanguardista y, algunas veces, también los contenidos explícitos declarados (como se demostró en el triste comunicado de A.R.A. -Acción Revolucionaria Anarquista- posterior al ataque al Palazzo Marino [2] ). Importa poco si los eslóganes incitan a la guerra social y no a la dictadura del proletariado. Importa poco si las siglas cambian continuamente. Eso solo demuestra que las “vanguardias” anarquistas son más elásticas que las estalinistas. Pero que, aun así, necesitan diferenciarse del resto del movimiento. No es suficiente tomar como punto de partida la Angry Brigade para resolver el problema. Sé muy bien que la Angry Brigade dijo: “No estamos en disposición de afirmar si alguien es o no de la Angry Brigade. Todo lo que decimos es: la Brigada está en todas partes. Sin comité central ni jerarquía para clasificar a sus miembros, solo podemos reconocer caras extrañas como amigas por sus acciones”. Y también sé que sus participantes no se consideraban una organización o un grupo “sino una expresión de rabia y descontento…”. Pero eso solo demuestra la buena fe de estos compañeros, su preocupación en no presentarse como vanguardia, pero no demuestra que consiguiesen su objetivo. Una firma que quiera ser un símbolo se rabia generalizada no tiene sentido. Para que todo el mundo se pueda reconocer en ella los actos y las palabras explicativas deben ser comprendidas y compartidas por todos. No se puede ofrecer una identidad colectiva y pretender que cada uno renuncie a su individualidad. Eso solo puede hacerse si las acciones realizadas y las palabras habladas se mantienen en un nivel tan bajo como para limitar las disensiones tanto como sea posible: acciones muy simples y ejemplares acompañadas por eslóganes maximalistas. Todo eso (suponiendo que mereciera la pena) puede funcionar solo por un período breve de tiempo, después intervienen otros factores que son la parte de todo proceso que hace imposible la continuación del experimento: hay quienes quieren usar herramientas mas poderosas, que quieren golpear objetivos mas selectivos, que quieren expresar conceptos mas precisos… Hasta el F.L.A. (Frente de Liberación Animal), que lucha por una motivación que es básicamente simple y unívoca como la liberación animal, vivió sus primeras deserciones cuando empezó a extenderse. Se formaron otros grupos de liberación animal cansados de la confusión del proyecto, los objetivos minimalistas las declaraciones de los portavoces. No es el único, pero es el peor aspecto, todos estos grupos se vieron forzados a darse un nuevo nombre para evitar ser incluidos automáticamente en el caldero principal. Por que, reivindicar, es un instrumento estrictamente político, con todo el daño que eso implica, mientras uno permanece en el anonimato puede hacer lo que quiera, sin incluir o explotar a otros. Peor, tan pronto como alguien aparece, fuerza al resto a mostrarse para no ser consideradas simples columnas militares. Este mecanismo de identificación/asimilación solo se puede evitar con el anonimato, la diversificación de los medios y la imaginación en la elección de objetivos. De otro modo, no importan las precauciones que se tomen, es inevitable que los medios de comunicación lo pongan en marcha (mas aun si uno les envía los comunicados directamente a ellos).

Repito, con esto no pienso que uno pueda dudar de la buena fe de estos compañeros, aun así, creo que son víctimas de un error: creer que un método se puede convertir en anarquista en función de quien lo use. No es así. Una organización específica, con sus siglas y comunicados, es vanguardista mas allá de las personas que la formen. ¿Qué sentido tiene enviar un comunicado a la policía? ¿Qué sentido tiene explicar aquello que no necesita ser explicado? Aparte de la mitología revolucionaria, eso solo significa algo para una vanguardia que se ve como distinta y mejor respecto al movimiento en su conjunto.

¿Qué Objetivos?

La lógica vanguardista es rígida, una vez que uno la adopta, se aplica en todo. Es suficiente pensar en la elección de objetivos, el camino cada vez mas estrecho ha llevado en estos años de tumbar anónimamente torres de alta tensión a la carta-bomba (con carta incluida) enviada a la televisión. En el primer caso se quiere sabotear a un enemigo, golpeando el funcionamiento de su sistema, inutilizando una estructura periférica del mismo. Se trata de una acción práctica de ataque, puede que un poco incómoda de llevar a cabo, pero que no pone a nadie en peligro. En el segundo caso uno solo quiere que se hable de él, hacer publicidad de la propia marca, y eso cuando llegan directamente a las puertas de la R.A.I. (televisión pública italiana)… Solo es una acción simbólica, fácil de llevar a cabo, y si el riesgo de ser herido cae sobre algún cartero desafortunado o un empleado de televisión… a quién le importa. Parece que no solo los jesuitas piensan que el fin justifica los medios, también algunos anarquistas. Y sobre las cartas-bomba…

No he sido justo. Dije que quienes las envían solo quieren que se hable de ellos. Olvidé añadir que, dejado a un lado la auto-satisfacción, quieren que se hable de algo mas. Por ejemplo las condiciones carcelarias que viven algunos anarquistas y rebeldes en España. Los revolucionarios socialistas rusos de 1878 tenían el mismo interés. En uno de sus famosos documentos escribieron: “Si la prensa no defiende a los presos, nosotros lo haremos”. Hoy existen los grupos de las 5Cs [3]Anarquistas , no socialistas revolucionarios. Anarquistas como May Picqueray quien en 1921 envió un paquete bomba al embajador americano en París para protestar por el silencio que pesaba sobre la encarcelación de Sacco y Vanzetti. La acción fue exitosa porque el abuso cometido por el gobierno americano finalmente se hizo público, impulsándose así una lucha que tuvo dificultades para despegar.

Pero, después de tener en cuenta las similitudes entre pasado y presente, uno debe tener dificultades de visión si no ve grandes diferencias. Los socialistas rusos mataron al jefe de la policía secreta después de la muerte en prisión de uno de sus compañeros: muerte por muerte, tal cual. El anarquista francés, para hacer pública la infamia de la justicia americana, golpeó al representante máximo del gobierno americano en Francia. Hoy, los anarquistas de las 5Cs envían sus regalos nada menos que a los trabajadores de la R.A.I. o las secretarias de las agencias de viajes españolas. La diferencia debería saltar a la vista. Es evidente que los responsables del régimen penitenciario que se impone a los compañeros están lejos y, probablemente, demasiado protegidos para alcanzarles, sin embargo los intereses del Estado español están por todas partes y pueden ser golpeados. Pero ¿representan los trabajadores de una agencia de viajes estos intereses? Y, por que uno se empeñe en provocar un impacto en los medios ¿puede ignorar el hecho de que éstos solo amplifican la voz de los rebeldes si pueden tergiversar su sentido? Y ¿cómo no darse cuenta que dichas acciones hacen demasiado fácil esta operación de deformación? Enviando cartas incendiarias a diestro y siniestro no sin duda conseguirá que se hable en los medios de los compañeros presos en España, todo el mundo hablará de ellos. Pero ¿en qué términos? En los términos impuestos por los medios de comunicación, claro, que se lanzarán a reforzar la idea ya implantada en muchos de que, después de todo, si estos presos tienen defensores tan desalmados, a lo mejor merecen regímenes severos.

El problema es que aquellos que piensan que están por delante, más radicales que nadie, lo creen por una razón muy concreta. Consiste en el uso de determinadas herramientas: los que hablan solo parlotean, los que atacan con armas están actuando. Quienes apoyan la lucha armada están enamorados de sus herramientas, las aman hasta el punto de que cesan de verlas como tales y empiezan a verlas como un fin en si mismas, su razón de ser. No eligen el medio más adecuado para el fin que se desea conseguir, convierten el medio en un fin en si mismo. Si quiero matar una mosca en la pared uso un periódico enrollado, si quiero matar un ratón uso un palo, si quiero matar una persona uso un revólver, si quiero demoler un edificio uso dinamita. De acuerdo con lo que quiero hacer, elijo el medio que mejor se adapta de los que tengo a mi alcance. El “lucharmadista”, no. No piensa así. Quiere usar su instrumento favorito, el que le da mas satisfacción. El que le hace sentir más radical, el que le permite permanecer al calor en su popularidad mediática, y lo usa independientemente del objetivo que se ha dado: dispara sobre moscas, ametralla al ratón, dinamita al hombre y, si pudiese, usaría una bomba nuclear para demoler un edificio. Para el “lucharmadista”, la radicalidad es una cuestión de potencia de fuego: un arma del calibre 22 es menos radical que una del 38, que es menos radical que un kalashnikov, que es menos radical que los explosivos plásticos. Es por esto que, sediento de fama y torpe por su adoración técnica, envía cartas incendiarias a simples empleados para combatir el régimen F.I.E.S. Lo hace porque es lo único que sabe hacer; la técnica no acompaña a la inteligencia sino que la sustituye, y así uno no se para a pensar un momento si el medio se adapta al objetivo que se busca. En lo que atañe a escrúpulos, no tiene por la simple razón de que en su cabeza todo se divide en blanco y negro, sin gradaciones de color. En una parte esta el Estado, en la otra los anarquistas. No hay nadie en medio. Si uno no es anarquista pertenece al Estado, así que es un enemigo. Los explotados son responsables de las condiciones que soportan tanto como los explotadores de las que imponen: todos son enemigos, así que es su problema.

Extrañamente esa lógica típicamente militarista gana terreno entre ciertos anarquistas, entre los que hay incluso quienes apoyan al kamikaze palestino. Increíble si uno piensa que tales niveles de vileza están muy lejos incluso de los revolucionarios rusos al final del siglo XIX: vanguardistas autoritarios si, pero con una ética rigurosa dispuestos a matar a un explotador pero sin tocar un pelo a ningún explotado. Y si los autoritarios tenían ese cuidado ¡Pensemos en los anarquistas! Los ejemplos en este sentido son numerosos: hasta Schicchi, conocido también por su lenguaje feroz, fue capaz de volver donde había dejado la bomba para desactivarla cuando se dio cuenta que algún paseante podía resultar herido.

Pero la imagen del anarquista del pasado, perfecto caballero, es hoy demasiado benévola, no muy gratificante para algunos anarquistas de hoy. Hay anarquistas que solo pueden dar sentido a sus vidas si sienten que han sido golpeados por el desprecio público. Cuanto mas se condene algo, mal les atrae. Cuanto mas pintan los periódicos y jueces a los anarquistas como gente sin escrúpulos, mas se lanzan a asumir éste rol. Vacíos de cualquier perspectiva propia, dejan que el enemigo sea el que les indique quiénes son y qué tienen que hacer.

Otra consecuencia de lo que está pasando es la deformación total del concepto de “insurreccionalista”, que hoy se usa como sinónimo de “violento” o incluso solo del que va mas allá del dialogo con las instituciones. Anarquistas que ponen bombas son insurreccionalistas, anarquistas que rompen ventanas son insurreccionalistas, anarquistas que se enfrentan a la policía son insurreccionalistas, insurreccionalistas son los anarquistas que compiten con las manifestaciones de los partidos políticos y, así, sucesivamente. Ni una palabra sobre ideas. En cierto sentido se repite exactamente lo que ocurrió a principios de siglo con el adjetivo “individualista”. Una vez que se tenía la seguridad de que alguien apoyaba actos de violencia individual era un individualista, después este término se aplicó mas o menos para todo y, a menudo, fuera de lugar. En el frenesí de los acontecimientos ¿quién se paró a clarificar la confusión que se extendía? El recurso a la violencia individual no es una característica típica del individualismo, hasta el punto de que hubo también anarquistas individualistas pacifistas (como Tucker) o no-violentos (como Mackay). Y, una vez mas, ¿era Galleani un individualista? Si apoyaba acciones individuales… como Malatesta en determinadas circunstancias. Y también ha habido comunistas a favor de actos individuales. Desafortunadamente la equivocación arraigó tanto que hubo quienes se declararon individualistas a un no siéndolo (como Schicchi en el juicio de Pisa). Confusión, incomprensión… es mejor no agregarse a esa confusión. Que lo hagan los medios de comunicación es obvio y comprensible. Pero ¿por qué deberíamos hacerlo nosotros?

La insurrección es un acontecimiento social. No es un reto, ni un duelo individual contra el Estado lanzado por aquellos que creen que la masa solo la componen borregos esperando ser esquilados. El recurso a la violencia es inevitable y necesario en un proyecto insurreccional, tanto como lo es antes del mismo (porque el aspecto social de la insurrección nunca puede ser utilizado para justificar la espera). Por lo tanto también lo es ahora. Pero esta violencia no puede separarse del resto del proyecto, no puede sustituirle. Es la violencia la que es un instrumento al servicio del proyecto, no el proyecto el que está al servicio de la violencia. Quien quiera que piense que la insurrección es imposible, habiendo perdido (o nunca habiendo tenido) fe en la posibilidad de que los explotados se rebelen, debería darse cuenta de la distancia que le separa del proyecto insurreccional. Si quiere insertarse en la historia por sus acciones, porque esta es una cuestión de auto-satisfacción, entonces déjenlo sentarse bajo los focos del los medios de comunicación, pero sin decir que tiene a todo el movimiento tras de si.

Es evidente que cada uno el libre de hacer lo que quiera. Quien se crea por encima de la crítica y crea que se le debería aplaudir, comprender y seguir sin preocuparse siquiera de explicar las razones que hay tras sus métodos, lo es mucho menos.

 

REVISTA ELEPHANT

 


 

1 N. de. trad. En realidad no ha sido siempre así, aunque el autor, seguramente italiano, no esté del todo al tanto.

2 El 25 de abril del 97 estalló un artefacto en el Palazzo Marino, sede del ayuntamiento de Milán.

3 Las siglas “5C” significan “Células contra el Capital, las Cárceles, sus Carceleros y sus Celdas”.

 

Entrevista con Alfredo Bonnano

Entrevista realizada por el corresponsal de Columna Negra durante un encuentro en la ciudad de Monza, Italia, en Noviembre de 2011. Ahí se discutió sobre la actualidad represiva mundial y la cuestión mapuche, entre otros temas. De ese intercambio de ideas con Alfredo María Bonanno devino lo siguiente:

 

Columna Negra (CN): Considerando los escenarios de crisis a escala global, caracterizados por la deslegitimación masiva de los referentes políticos tradicionales, la desestabilizaciones económicas y sociales como las vividas en Grecia y España, etc. ¿cómo podemos comprender la emergencia de las practicas insurreccionalistas que usted planteó desde fines de la década del ’70 hasta mediados de los ’90s, considerando las diferencias del momento actual en el contexto donde estas ideas fueron desarrolladas?

Alfredo María Bonnano (AMB): Es cierto que hay considerables dificultades de parte del capital internacional para reestructurar la propia organización represiva y productiva. Esta situación, que ya se acarrea desde algunos años, viene de la llamada “crisis”, pero no se trata de una crisis en el sentido de contradicción radical que anuncia el pasaje a una situación que podría devenir intolerable por el futuro de la gestión capitalista. No hay nada en estas enfermedades periódicas del dominio que sea pueda conducir de manera determinante a una posible situación irrecuperable y entonces revolucionaria. Para que este acontecimiento pueda comenzar a tener algunos elementos de sentido revolucionario (mayores dificultades de recuperación y de control de parte del capital internacional) se necesita de nuestra participación activa, y es aquí donde es primordial la intervención insurreccional real y verdadera.
Las experiencias hechas a partir de los años setenta, hasta por lo menos al final de los años noventa, demuestran que las realizaciones de carácter insurreccional como ataques en contra de responsables y estructuras del capital, sabotajes a la producción, abstención política y productiva, expropiación, reapropiación del tiempo, etc. – pueden contribuir al terreno fértil en el cual se puede avanzar hacia la insurrección verdadera, o sea la materialización de una serie de ataques de amplia dimensión que puedan tener como resultado transformaciones visibles (políticamente recuperadas en formas de procesos modificativos de las estructuras de dominio) o bien transformaciones menos visibles pero más duraderas y eficaces, es decir realizaciones prácticas que contribuyan a formulaciones de lo que hemos llamado “proyecto insurreccional”.

CN: Siguiendo diversos análisis, las crisis actuales se presentan como expresión de una situación de catástrofe generalizada, la que se visibiliza, entre otras cosas, en un abierto alejamiento de los estados de sus máscaras democráticas, y en la abierta militarización de la represión. Sobre esto, ¿De qué manera la prácticas del anarquismo insurreccional pueden propiciar una resistencia y generar las condiciones de ruptura que permitan poner el escenario de una manifiesta guerra social en ciernes de parte de los explotados?

AMB: Ninguna catástrofe general, al menos en mi opinión. Se trata de las dificultades que el capital está experimentando a nivel represivo y productivo, incluso debido a algunos procesos especulativos financieros que se han establecido y que han demostrado ser completamente incapaces de garantizar una mayor seguridad y mayores ganancias. La estructura subyacente de la producción económica se encuentra relativamente al margen de los desastres provocados por la especulación, y el capital se ha puesto a cubierto procediendo a reducir el despilfarro, reducir los costos de producción, despedir a algunos sectores sociales productivos menos garantizados, y así sucesivamente. Para esto ha tenido que darse por fuerza una capacidad represiva policial mayor, medios de control más grandes y más eficientes, en una palabra, incluso a prepararse militarmente para una posible fase transitoria de la guerra civil.
En definitiva, lo que está intentando realizar el proyecto represivo y productivo en curso es simplemente una restructuración a todos los niveles, para garantizar ingresos base a los grandes inversionistas extranjeros y tranquilidad para la explotación, lo cual ha sido siempre su objetivo. Es nuestra tarea intervenir en el choque con la máxima decisión posible, para buscar combatir este proceso. Los medios que tenemos disponibles son los insurreccionales: el ataque, la autonomía organizativa de estructuras mínimas de base, la informalidad de esas estructuras, la destrucción del enemigo, y la autogestión generalizada.

CN: Otro de los factores relevantes que ha surgido durante los últimos tiempos es el empoderamiento ciudadanista que ha tendido a reforzar posiciones izquierdistas que son movidas tanto por la precarización de sus vidas, como una defensa ante las grandes coorporaciones, ayudando a frenar la proliferación de dinámicas antagonistas. En este sentido, por un lado ¿cuáles son las posibilidades que pueden abrirse desde las prácticas anarquistas para frenar este ímpetu ciudadano? Y por otro, ¿cómo cree usted que desde la trinchera antagonista podemos romper con el arrinconamiento al que hemos sido llevados por el ciudadanismo, y lograr ir allá de ubicarnos “a la izquierda de la izquierda”?

AMB: Cualquier forma camuflada de cambio, como puede ser el ciudadanismo, tarde o temprano muestra su cola política y se ve desenmascarado por los hechos. Se trata de colaboraciones indirectas que el poder recibe de parte de aquellos que temen lo peor y por eso se adaptan a obtener una simple extensión de la cadena. No se necesitan grandes análisis para indicar lo que se necesita hacer en contra de estos lamebotas del capital. En su lugar, hay que comprometerse por el ataque que podemos realizar con nuestras fuerzas, sin buscar posibles compromisos con fuerzas políticas que no nos pertenecen y que hoy en día constituyen la última línea ofensiva del capital, la que es quizás la más eficaz en la recuperación.
El proyecto insurreccional, identificable en la organización informal de base y en el asalto destructivo contra toda realización de la represión, necesita sin duda alguna de ideas, informaciones más detalladas y conocimientos que difieren en función de las diferentes situaciones geográficas que se presentan, pero no puede alejarse de sus directrices principales: ataque, autonomía, informalidad, y autogestión.

CN: Entendiendo que la crítica anárquica tiene como eje constituyente el problema del Estado, ¿cuáles cree que son los puntos de cuestionamiento y trabajo respecto a una crítica anti-estatal que se vuelven imperiosos desarrollar para favorecer el actual despliegue de prácticas anarquistas?

AMB: Los anarquistas son evidentemente antiestatales. La crítica anarquista es directa a la aniquilación del Estado, aunque la práctica no se limita a la espera que el Estado se encuentre en dificultad para salir a las calles y luchar concretamente en darle el último empujón. Casi siempre los anarquistas están presentes en luchas intermedias, o sea, determinadas por problemáticas locales que la gente tiene en lugares geográficamente determinados. Estas luchas buscan reducir la represión que pesa sobre una pequeña parte de la población de un lugar, pero tienen una gran importancia para todos los explotados en general si se plantean correctamente enfocadas desde el punto de vista del método y del proyecto insurreccional.

CN: Las propuestas de la acción informal surgieron como una búsqueda de formas de ataque más directo. No obstante, ya durante la década de los ’90, con el “Caso Marini” se han llevado a cabo por parte del Estado una identificación de las prácticas informales (ya sea por montaje o infiltración),  llegando al actual proceso contra la FAI-FRI y el “Caso Bombas” en Chile. Respecto a esto, y según su experiencia, ¿qué elementos de la propuesta y las prácticas de informalidad deben ser revisados?

AMB: El Estado ha trabajado casi por veinte años antes de enfocar de manera precisa (hasta cierto punto) las estructuras organizativas informales de base y el método insurreccional. De hecho, el poder no tiene medios suficientes para predecir todas las iniciativas informales debido a la enorme potencialidad creativa de éstas últimas. Cuando el ataque se realiza a partir de las características organizativas informales, o sea de manera extendida en el territorio, libre de cualquier contaminación política, directo a destruir pequeños objetivos -y no por este motivo menos significativos; en otras palabras, cuando se evita centralizarse hacia un único objetivo, o hacia pocos objetivos bien visibles y calificados, [la acción] no puede ser fácilmente detenida. Se tendría que poner mucha atención en la elección de estos objetivos, evitando dejarse seducir por aquellos extremadamente visibles (hace falta pensar a los recientes ataques que en Grecia los compañeros están realizando en contra del Parlamento del país), que por esto están más protegidos y al final son de escasa importancia. El estudio de los objetivos corresponde al conocimiento del territorio y también al análisis de la relación que trascurre entre capital local y capital internacional. Muchos de estos conocimientos son ahora fácilmente identificables (basta pensar en lo que se puede encontrar en Internet) pero algunas otras son más difíciles y requieren un estudio verdaderamente profundo.

CN: En el contexto de luchas de liberación nacional y la relación con los movimientos anarquistas, en particular con la del pueblo mapuche en Chile, hemos tomado en cuenta su análisis y propuestas escritas en el 76; “Anarquismo y Liberación Nacional”. En el caso mapuche, desde los años 90, principalmente dos pensamientos antagonistas se ven enfrentados. El primero incluye a nuevas generaciones mapuche con planteamientos políticos anticapitalistas, de reconstrucción política-económica y cultural, autónoma es decir, sin ningún caso de integración al Estado chileno. Su visión política traspasa las fronteras de su territorialidad reconociendo en otros pueblos del territorio de chile, y del mundo a hermanxs explotados, aprendiendo y solidarizándose con sus experiencias de lucha. La segunda, grupos mapuche que postulan una representatividad política dentro del Estado, inclinándose a formar partidos mapuche nacionalistas y tener reconocimiento constitucional, marginando las luchas reales de resistencia mapuche autónomas, a simples grupos minoritarios, por el hecho de no conformarse ni identificarse con la izquierda mapuche, y menos con la socialdemocracia mapuche.

Entendiendo este nuevo contexto, de mapuches partidistas integracionistas, como una situación que se ha dado en otros movimientos de Liberación Nacional del mundo, pero que en Chile es un fenómeno reciente post dictadura Pinochet–democracia. ¿Qué podría comentar o sugerir, desde su conocimiento en experiencias de liberación actuales? ¿Qué ideas podríamos plantear en nuestra propuesta de lucha anticapitalista, mapuche e internacionalista, en apoyo y defensa ante el nuevo pensamiento de algunas comunidades mapuches hermanas?

AMB: La lucha de liberación nacional siempre ha sido vista por parte de un anarquista como fase intermedia, como lucha intermedia. Esto, en mi opinión, sucede también hoy día con la lucha del pueblo mapuche. Ninguna posición política de compromiso tendría que ser aceptada, más que la de una radical y completa liberación respecto al Estado chileno. Se trata de una posición que solo teóricamente es muy simple, pero en lo practico presenta muchas dificultades en cuanto no es aceptada enseguida, sin objeción, por parte de muchas fuerzas que se ilusionan con poder colaborar ,dentro de ciertos límites, con las fuerzas del izquierdismo progresista chileno, para luego alejarse e ir más allá. Se trata una pura ilusión cuantitativa, o sea, que piensan a través de atraerse a cuanta más gente sea posible a su lado para realizar una presión eficaz contra el Estado chileno. Básicamente, ese camino no tiene salida, y el caso irlandés, y muchos ejemplos africanos, están allí para dar testimonio.

Hoy en día, el pueblo Mapuche se encuentra en condiciones bien definidas. Puede entender que la única opción que le queda es la de una clara lucha en contra del Estado chileno y en contra de todos los Estados. De la creación de una entidad mapuche no-estatal en un futuro próximo, libre de la hegemonía chilena, pueden surgir muchas posibilidades de liberación, pero quizás también algunas posibilidades de una nueva forma estatal mas pequeña, y por lo mismo, represiva. No hay que temer, el destino de las luchas de liberación nacionales a menudo es ese. Se tendrá que volver a empezar la lucha en el mismo punto que se dejó, sin miedo y sin contradicciones políticas.
De todas maneras, por el momento no es tanto una cuestión de lo que sucederá después de la “liberación”, sino de aquello que se tiene que hacer hoy, antes de la “liberación”. Y lo que se tiene que hacer hoy corresponde precisamente con la lucha insurreccional anarquista en contra del Estado chileno.

La noche de los muertos vivientes o, la necesidad de que los muertos entierren a sus muertos

«La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal […] En esas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro […] La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido». [1]

Carlos Marx

Cito extensamente la más lúcida reflexión del mayor de los hermanos Marx, con la intención de señalar, no sólo la validez de tal introspección en nuestros días sino para enfatizar el talante espiritista de los marxianos contemporáneos y de esos antiautoritarios que conducen «sus luchas» con la vista fija en el espejo retrovisor. Lo verdaderamente sorprendente es que se esperen resultados diferentes siguiendo al pie de la letra las mismas instrucciones de antaño, aliándose a una visión «progresista» (positiva) que construye narrativas triunfalistas e inspira películas grotescas (al estilo «Libertarias» [2] ) y culebrones asquerosos (como «Vientos de agua» [3] ).

Hoy, el marxismo y el anarco-comunismo son tradiciones de todas las generaciones muertas que oprimen el cerebro de los vivos y provocan hipoxia, impidiendo la concreción de «algo nunca visto». Lo que nos ratifica que toda tradición se convierte fácil e invariablemente en dogma y ortodoxia. Paradójicamente, se continúa invocando a los espíritus del pasado y se toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus ropajes, para disfrazarse de vejez venerable y repetir por enésima ocasión la arenga con lenguaje prestado, recreando las mismas acciones que condujeron a TODAS las revoluciones por la senda de la «contrarrevolución», imponiendo regímenes fascistas (rojos y/o pardos), erigidos en torno al trabajo y la productividad; o sea, intrínsecamente capitalistas.

Los «comunizadores» (neocomunistas o comunistas), los neosituacionistas, los posanarquistas, e incluso los insurreccionalistas «ortodoxos» [4] , permanecen atrapados en el siglo pasado. Se agarran del pasado para seguir aferrados al «futuro». No entienden que no hay futuro porque el futuro quedó atrás. Pero tampoco se trata de «Volver al futuro» –como la trilogía de Robert Zemeckis– sino de habitar el presente. De vivir intensamente la insurrección cotidiana, de ocupar esos efímeros espacios que permiten avivar el fuego. Pero sin dotar de existencia artificial esos resquicios. Hay que evitar que se conviertan en trincheras. Es decir, en nuevas trampas: falsos agujeros que alientan la visión militarista e impiden que «algo nunca visto» se potencialice. Continuar anclados al análisis en torno a la reestructuración capitalista de las tres últimas décadas del pasado siglo, obstruye la compresión del presente e invita a prolongar el fogueo con balas de salva, frenando el accionar concreto de la subversión contemporánea.

Urge darle el tiro de gracia al siglo XX para sepultar con él todas las ilusiones novecentistas. En ese mismo ataúd, apremia enterrar «nuestra» memoria; es decir, la historia del «movimiento obrero», la historia de las revoluciones y, todas las pulsaciones utópicas que acompañaron a esas narrativas sociales propias de la forma de pensar de otro siglo. Hay que cuestionar las formas de memoria e impulsar el olvido anárquico como parte integral del proyecto de liberación total. Tenemos que inhumar a los muertos y dejar de tropezar con sus leyendas, para permitir que el espectro fluya; esa entidad intangible y sin rostro que es la potencia anárquica: ese espíritu que recorre el mundo, que inquieta, trastorna, irrumpe, violenta.

Urge desalojar la tradición, convencidos que las seguridades de lo sabido no pueden ofrecernos respuestas universales y consoladoras. En su lugar, hemos de promover nuestra capacidad de improvisación, desarrollando la insurrección permanente en entornos constantemente cambiantes dentro del flujo caótico de la vida. Olvidar, aviva la espontaneidad y nos brinda la oportunidad de explorar formas de destrucción más creativas y modos de estar anárquicos en el mundo –que liberen la indisciplina subversiva e infecten de ilegalidad todos los espacios sociales–, actuando como un desencadenante de caos que impida las sistematizaciones formales y la (nueva) normalización. Para estar anarquistas, tendremos que dejar de ser.

En junio de 1958, la Internacional Situacionista ya daba cuenta de la necesidad del olvido y así lo plasmaba en las notas editoriales del primer número de su boletín central: «Los situacionistas se ponen al servicio de la necesidad del olvido. La única fuerza de la que pueden esperar algo es del proletariado, teóricamente sin pasado, obligado permanentemente a reinventarlo todo, del que Marx dijo que “es revolucionario o no es nada”.» [5] Y, para diciembre de ese mismo año, en el editorial de su segundo número, reafirmaban «Nosotros somos partidarios del olvido. Olvidamos nuestro pasado y olvidaremos nuestro presente. No nos reconocemos contemporáneos de quienes se contentan con poco.» Sin embargo, pese al efluvio catalizador que aún conservan estas imágenes, es innegable la poca vocación de olvido que caracterizó a los situacionistas. Varados en la verborrea marxiana, se dedicaron en cuerpo y alma a evocar el pasado, exaltando las trasnochadas propuestas de los consejos obreros como mecanismo único de liberación a través de la autogestión del capital.

Halberstam nos recalca –inmerso en las contribuciones que tensionan la negatividad radical de la baja teoría queer– que, «Podemos desear olvidar la familia y olvidar el linaje, y olvidar la tradición, con el fin de empezar desde un nuevo lugar, no el lugar donde lo viejo engendra lo nuevo, donde lo viejo prepara el terreno de lo nuevo, sino donde lo nuevo empieza de cero, sin las restricciones de la memoria ni de la tradición, y sin pasados que se puedan utilizar.» [6] Hoy, la lucha anárquica – emancipada de pasado y ajena a todos los intentos resucitadores que anhelan repetir hasta el cansancio las revoluciones pasadas–, debe empezar de cero, desprendida del linaje y del lastre de la tradición. La tradición en que aún vivimos, ha buscado por todos sus medios evitar la Anarquía.

Si aspiramos a la destrucción de todo lo existente, habrá que emprender este camino desde un nuevo lugar, no desde aquél idílico paisaje de las ruinas del viejo mundo donde engendraría el nuevo que portamos en nuestros corazones, sino vislumbrando algunas concepciones originales y materializando las acciones necesarias que nos concedan la ruina de la dominación en este instante pero sin albergar esperanzas utópicas. La Anarquía no es el sendero que conduce a la Utopía, como el cristianismo secular decimonónico pretendía hacer creer, promoviendo la fe en una abstracción heredera de las antiguas esperanzas cristianas. La Anarquía da la oportunidad de vivir y concretar la destrucción en presente, a quienes no se dirigen a ninguna parte ni alojan esperanzas en soluciones mediatizadas o en regímenes por-venir en nombre de la libertad y la igualdad. En ese sentido, no puede entenderse como una práctica alternativa o antagonista a la dominación, sino como un «disruptor», un «virus» o un «contaminante». Una suerte de cáncer infiltrante que se contenta cada día con destruir lo «próximo» y no un telos lejano. Lo «próximo», es lo único que tenemos y no lo intangible universal. Pero, destruyendo lo «próximo», de manera simultánea en diferentes regiones del cuerpo social, se provoca la metástasis.

Ésta es la Anarquía realizable: efímera y terrenal, eventual e imperfecta, irregular y compleja. Justo en esa trama, yace la posibilidad de desplegar un paradigma anárquico renovado, capaz de tonificar los músculos de nuevos desarrollos teórico-prácticos con vocación de presente; es decir, conscientes que el pasado es un conjunto de hábitos del que no tenemos nada que aprender y mucho menos que imitar. Le toca entonces a este paradigma demostrar sus preeminencias en términos de actualidad, extensión y profundidad en un nuevo orden tripolar impuesto por el capitalismo hipertecnológico.

Las movilizaciones del hartazgo, la rabia de la desesperanza y, las rebeliones de la miseria, solo reafirman la continuidad de la dominación, es decir, producen más capitalismo. Sólo el fuego podrá obsequiarnos la Anarquía, detentando el peso único de esta palabra. Es decir, sin aproximaciones, sustitutos ni sinónimos que no expresan lo mismo ni se acercan –remotamente– al ímpetu de nuestras pasiones.

Gustavo Rodríguez

Planeta Tierra, 1° de septiembre 2020

Tomado de El Aroma del fuego: La rabia de la desesperanza en un mundo tripolar (Repensar la lucha desde la perspectiva informal anárquica).


[1] Marx, C., El dieciocho brumario de Luis Bonaparte; recogido en Marx, C. y, Engels, F., Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, página 404.

[2] Largometraje español, realizado en 1996, dirigido por Vicente Aranda y basada en la novela La monja libertaria (Planeta,1981) de Antonio Rabinad.

[3] Serie de televisión argentino-española, dirigida por el peronista Juan José Campanella (2006).

[4] La acción insurreccional –por muy emancipadora que parezca desde una óptica subjetiva– se satisface a sí misma pero es incapaz de trascender lo obsoleto, reincidiendo irreflexivamente en gestos caducos.

[5] La lucha por el control de las nuevas técnicas de condicionamiento, Internationale Situationniste, No 1, recogido en Internacional Situacionista. Textos íntegros en castellano de la revista Internationale Situationniste (1958-1968). Vol. 1: La realización del arte (# 1-6), Literatura Gris, Madrid, 1999, p.12.

[6] Halberstam, Jack, El arte queer del fracaso, Editorial Egales, Barcelona/Madrid, 2018. P. 80.

Entrevista y diálogo con Alfredo Cospito desde la prisión de Ferrara

Los medios de comunicación anuncian la llegada de los robots con mucha ostentación. Casi siempre vinculan este fenómeno con el peligro del desempleo, algunos medios más imaginativos van más allá al ver el advenimiento de los robots como la superación de lo humano, una dictadura de las máquinas contra las que oponerse a un humanitarismo genérico. Durante décadas nos han estado bombardeando con el peligro de una inminente catástrofe ecológica que sugiere, en el mejor de los casos, una tecnología ecológica y sostenible, pero en el peor de los casos (para los ecologistas más «radicales») la esperanza de un colapso espontáneo del Sistema.

¿Por qué lo hacen los medios? Nos brindan una enorme cantidad de desinformación que nos lleva de la mano a soluciones ficticias, un «humanismo genérico» que actúa como contraparte de un concepto igualmente genérico, el de «personas», sugiriendo una supuesta inevitabilidad de la catástrofe de la cual solo el «destino», un meteorito, una guerra nuclear, o la llegada de hombres verdes podría evitarlo. De esta manera, socavan nuestra voluntad convenciéndonos de que lo posible es imposible. Dejando solo dos «alternativas»; la falsa esperanza en una tecnología a escala humana o, la renuncia a lo inevitable en la ilusión de que un «dios» o el «destino» nos pueda alejar de la pesadilla.

¿Qué es lo contrario a toda esta mierda? La plena conciencia de nuestra fuerza, la plena conciencia de quién es responsable de la explotación, las guerras, y la catástrofe. Es de sólo una clase que tiene el control de la sociedad hiper-tecnológica. Únicamente una clase disfruta de beneficios, para la otra clase sólo hay basura, migajas, explotación. Los robots no son nuestros enemigos, sino quienes les diseñan, es decir, el capitalismo y los Estados que financian estos proyectos; hombres y mujeres de carne y hueso. Estoy seguro de romper una puerta abierta diciendo que es una contradicción en términos de una «sociedad liberada» que se beneficia de una hiper tecnología. Debemos tener el coraje de renunciar al «Progreso», debemos tener el coraje de oponernos con las armas en la mano, jugándonos la vida para detener este proceso autodestructivo que no es inevitable en lo absoluto.

Sólo la explotación sistemática de miles de millones de mujeres y hombres puede sostener la modernidad, no existe ninguna «utopía» comunista estatal que se mantenga. Esto, al menos hasta que las riendas estén en nuestras manos, la humanidad imperfecta, una vez que la clase dominante se vea obligada a delegar (dar) el mando (de una «mega máquina» ya demasiado compleja de manejar) a una «superinteligencia», nos esperará un «bienestar virtual» para todas, un «bienestar infernal» sin ninguna libertad, que no deseo ni a mi peor enemigo.

Pero seamos claros, de lo que estamos hablando: en cuanto a la «ciencia ficción», y que el incendio puede aparecer, nos referimos a una «revolución» que, si no se detiene, afectará la vida de todo el planeta. Si el capitalismo es el hijo alienado de la supremacía de la tecnología y la ciencia, podemos deducir fácilmente que el producto de ésta relación es la «mega máquina« en la que todas vivimos inmersas. El siguiente paso será la conciencia de que ésta «mega máquina« existirá a través de la I.A. (inteligencia artificial).

Vayamos paso a paso. En el mundo, las inversiones en I.A. en este momento son consistentes y se multiplican año con año. En 2016, Europa invirtió 3.200 millones de euros, se esperan 20.000 millones de euros en el 2020. Los Estados Unidos ya han invertido $18 millones y se esperan $37 millones para 2020. En todo el mundo, se invirtieron 12.000 millones de euros, solo en 2017, para el estudio de algoritmos capaces de aprender de sus errores, de forma independiente.

Está en etapa avanzada la creación de computadoras neuromórficas, que sustituyen los cálculos basados en códigos binarios (on – off) por la utilización de procesadores que intercambian señales como lo hacen nuestras neuronas. Alcanzando velocidades infinítamente mayores, con dimensiones pequeñas, y métodos de operación cada vez más «cercanos» a nuestra mente. Los efectos en el Mercado, aunque parciales, ya existen: – máquinas automáticas – medicina (análisis de historial clínico, rayos X, enfermedades, virus) – robótica (todos los sistemas que manejan robots) – automatización industrial – análisis y administración de sistemas complejos como la viabilidad de metrópolis, sistemas de gestión automáticos, análisis y pronóstico de las tendencias del mercado bursátil, análisis y pronósticos meteorológicos/agrícolas, análisis de vídeos, textos e imágenes publicados en línea, gestión logística.

Hoy para gestionar esta «revolución», participan un número limitado de científicos, técnicos súper especializados en muy pocos centros en todo el mundo. Todos al alcance de una Internacional Anarquista de combate, aunque de fuerza limitada ¿Sus mejores armas? Voluntad y determinación, estas dos cualidades serían suficientes para hacerles retroceder y parar este «progreso» tecnológico, que nos hacen ver imparable.

Todavía tenemos el tiempo a nuestra disposición, y espacio para maniobrar, sobre todo porque el «Sistema» aún no es plenamente consciente del punto de inflexión que está a punto de ocurrir. Las inversiones, aunque son enormes, apenas están comenzando. Es muy probable que las burocracias gubernamentales, y las agencias de inteligencia, tengan cierta ineptitud, una rigidez que les impida comprender plenamente la importancia de algunos desarrollos que para nosotras, fuera de estas lógicas y ciertas especialidades, pueden ser claras. Decimos que estar fuera y en contra del Sistema podría permitirnos tener una visión general amplia, una mayor flexibilidad mental. Los obstáculos para comprender tal «revolución» tecnológica, en un punto de inflexión tal, podría ser particularmente fuerte para los gobiernos, los Estados y los capitalistas

¿Pero, en qué consistiría este avance, ésta «revolución» tecnológica? La revolución agrícola se ha extendido por todo el mundo en miles de años, la revolución industrial en centenares, la revolución de la información en pocas décadas y tendrá su punto máximo, su «punto de no retorno» lo que los técnicos y científicos llaman «explosión de inteligencia». El «Proyecto Cerebro Humano», fundado en 2005, espera recrear un cerebro humano dentro de 20 años. A partir de ese momento se activará la llamada «explosión», la transición de una inteligencia humana a una súper inteligencia (suprahumana). Los científicos argumentan que una vez que se alcancen las capacidades intelectuales humanas en muy poco tiempo (incluso meses), comenzará la explosión de inteligencia, que consistirá en un crecimiento exponencial e incontrolado de las capacidades de la IA. Desde ese momento, el riesgo de perder las riendas de nuestro destino será muy alto, para felicidad de transhumanistas. El homo sapiens se convertirá en otra cosa, algo oscuro, un aborto de la naturaleza, un cáncer para este planeta, más de lo que ya es.

Afortunadamente para nosotras, los científicos por su naturaleza a menudo son demasiado «optimistas» en el tiempo y «fantasiosos« en las perspectivas. Podemos contar con nuestras capacidades para contrarrestar y revertir este proceso. Depende de nosotras, de nuestra lucidez, de las fuerzas y de las armas que pongamos en juego. Creo que lo importante es no quedar atrapados en el catastrofismo, que no nos fortalece, sino que nos lleva a la resignación de lo inevitable. Para tener una idea más precisa del salto tecnológico que la «modernidad» nos promete a través de la superinteligencia, leamos un par de definiciones que los técnicos dan de esto:

«Cualquier intelecto que supere con creces el rendimiento cognitivo de los seres humanos es, casi todo, de interés para dominar». Una máquina ultra inteligente, es aquella «que puede superar con creces todas las actividades intelectuales de cualquier ser humano, por más inteligente que sea».

La súper inteligencia, según quienes trabajan en ello, será la panacea para todos los males, la Lámpara de Aladino que resolverá lo relacionado a energía, contaminación y problemas económicos. Encontrará la cura para todas las enfermedades, incluso promete inmortalidad. Pero los mismos científicos y técnicos que deliran sobre estos avances futuros (que, por supuesto, inevitablemente irán en «beneficio» sólo de la clase dominante) están aterrorizados y lo consideran su advenimiento extremadamente peligroso, hasta el punto de compararla con los peligros de la era atómica, de una guerra nuclear. Científicos y técnicos aún están muy lejos de alcanzarla, estudian con desesperación posibles trampas de realidad virtual para contenerla, engañarla, enjaularla una vez alcanzada. Temores y esperanzas, la ley de la ciencia nos condena a «progresar», a avanzar a costa del detrimento de nuestra supervivencia como especie. Pero qué peor condena para un esclavo que una amortización que prolonga la agonía de una vida sin libertad.

Las anarquistas siempre hemos sido sensibles a estos «problemas», porque nada más en estos años se ha desafiado nuestras libertades, más que la «modernidad», la tecnología. A lo largo de los años, ciertamente, no nos hemos limitado a los análisis sociológicos de la ciencia y la tecnología. La parte de nosotras más inclinadas a la acción, aquellas anarquistas que han puesto en práctica la acción directa destructiva, a través de la informalidad y los grupos de afinidad, han desplegado un arsenal teórico y práctico en los puntos sensibles y periféricos para golpear, fibras ópticas, cables eléctricos, postes…

La línea a la que se tiende ha sido que desde el centro del Sistema era necesario desplazarse a la periferia, en la cual los controles eran más bajos. Donde las líneas vitales, si se interrumpen con medios reproducibles (fuego, pinzas…) podrían causar daños considerables. Últimamente se ha hablado mucho sobre interrumpir el flujo de mercancías. Estas tendencias, que prevalecen hoy entre los insurrectos, se deben (en mi opinión) a la oposición del Anarquismo de Acción contra la «lucha» de las B.R.* a finales de los años 70, cuando «ordenaron»  impulsar la consigna de la necesidad de golpear «al corazón del Estado». Para las anarquistas, en cambio, el Estado no tenía corazón, o centro. Esto sucedía cuando las B.R. impulsaban la necesidad de golpear, sintetizándolo en los hombres de Estado más significativos.

Han pasado muchas décadas, todo ha cambiado, pero ésta «fórmula» que tenía un fuerte sentido en ese momento se ha convertido en un «mantra», un «dogma» que se ha perpetuado a sí mismo, perdiendo más y más sentido, convirtiéndose en una presunción de torpeza, intransigencia, y justificación de temores nunca expresados. Esta metodología, al menos en lo que respecta al país en el que vivo, se ha reducido en la negativa (nunca admitida, pero llevada a la práctica) a afectar a las personas, a quienes perpetran directamente la iniquidad del Sistema. Para muchas anarquistas solo existe el «sabotaje» y la acción destructiva (golpear y destruir cosas). La exclusividad de esta práctica está muy extendida, incluso en el entorno «ecológico», con pocas pero significativas excepciones, Kaczynski, por una parte. Esta propensión de excluir acciones violentas contra las personas también la hacen (con excepciones ocasionales), inclusive ALF y ELF.

Las «organizaciones» que por otras razones son un ejemplo importante (pero concreto) de cómo podemos «organizarnos» de manera deconstruida. Como dicen algunas compañeras, «una organización que no quiere organización». Sin lugar a dudas, en mi opinión, ha tenido influencia en la práctica de la FAI-FRI, sólo piensan en comunicarse a través de acciones y campañas internacionales. Espero que tengamos la oportunidad de hablar de ello con detalle, más adelante… Aquí, en Italia, en la esfera anarquista, en los últimos años, solo algunas acciones de la FAI han sido opuestas. Los muy denigrados «paquetes bomba», son una práctica antigua que, por lo que puedo decir, es parte de la «tradición» anarquista. Tan solo pensar en los llamados «galeanistas» en Estados Unidos, o en las explosiones hechas por anarquistas, que escaparon a Francia durante el fascismo, dirigidos a los principales periódicos italianos, solo por nombrar algunos. Como dije en el pasado, la distorsión de la «historia», la purga de hechos incómodos no es una práctica exclusivamente estalinista, incluso los anarquistas la practicamos a nuestra manera, a menudo inconscientemente.

Hablando del movimiento luddita, de las anarquistas, y no solo de estos movimientos, se presentan a menudo como ejemplo exclusivo de la práctica del «sabotaje», borrando una parte de esa historia que no es fácilmente digerible, debido a cierta visión de su accionar. También hubo asesinatos entre las armas ludditas, no se limitaron a la destrucción de telares. En 1812, William Horsfall, propietario de una fábrica textil, fue asesinado a tiros en una emboscada, días después de amenazar a sus trabajadores con reprimir cualquier tipo de revuelta, y que la sangre luddita alcanzaría su silla. Fue él quien sucumbió, fue su sangre la que fluyó. Tres ludditas fueron ahorcados por ese gesto de revuelta. No fue un caso aislado, cuando leemos exaltaciones correctas del luddismo casi nunca conocemos de este tipo de acción ¿Por qué?

¿Quizás el «sabotaje» es más subversivo, más peligroso para el Sistema que la eliminación física de un amo? Ciertamente hoy implica una mayor reacción del Sistema, una mayor represión. Pero el «miedo» nunca es un buen consejero, nos hace perder la racionalidad, el sentido de la realidad. Quizás se deba a la sensación de pérdidas de la realidad, a las infinitas disquisiciones «sociológicas» que muchas anarquistas hacen del término «terrorismo», y de cómo esta palabra puede «aislarnos» y ser el único producto del Poder. El terrorismo es una práctica que las anarquistas (como casi todos los movimientos revolucionarios y populares) siempre han usado. Nunca me cansaré de decirlo, por impropio y molesto que pueda ser, porque creo que la honestidad y la coherencia intelectual están estrechamente relacionadas, y para ser creíbles y, por lo tanto, eficaces en la acción, uno debe ser honesto consigo mismo y con los demás, y no razonar según la conveniencia inmediata sino con razón en perspectiva. El terrorismo se entiende como una práctica que propaga el terror en la clase dominante, como lo hizo Emile Henry, al igual que los argelinos al golpear bares franceses (ejemplos hay infinitos), por cuestionable que pueda ser a nivel «moral», nunca ha sido indiferente a nadie, y la historia que dice que el terrorismo de abajo hacia arriba tiene todas las justificaciones del mundo. Lo siento si me salí del tema, pero algunas cosas, aunque me incomodaban, tenía que decirlas.

[Fragmento]

Revista Vetriolo. Otoño de 2018.

Alfredo Cospito

 

* Brigadas Rojas (Brigate Rosse). Organización armada marxista-leninista. Activa en los años 70.

A cada uno su nada

Es muy fácil hablar del individuo. A uno le interesa sólo su propia individualidad, otro dice que necesita partir de un plano individual, cierto, pero para llegar a una dimensión colectiva, el otro dice además que el discurso revolucionario es un discurso de comunidad, que el individuo es una abstracción impotente, luego está quien se hace ejecutivo, y por tanto individualista, y por último está quien, no sabiendo qué hacer con su vida, duda, pase lo que pase, él duda. Cuántas discusiones encendidas y sordas sobre el tema. Allí está Stirner y allá Bakunin, aquí el anarquismo social, mientras a su espalda anidan el nihilismo y la rebeldía vacía. Luego Nietzsche y el superhombre, Libero Tancredi y el fascismo. Embellecimiento del vacío, lo llamaría Platón. He fundado mi debate en nada, versión hermenéutica del grito stirneriano. El terreno está demasiado abarrotado para encontrar espacio para el pensamiento, para desarrollar una reflexión que de las etiquetas superficiales pase a lo concreto de la vida, donde de verdad se juega la partida. Ignorar los detalles y abrirse paso con gesto impaciente, ése es el método utilizado. Se descubrirá que hay muy poco que inventar, si no es el uso que hay que hacer de las intuiciones teóricas y prácticas del pasado. Elegir cómo aplicarlas a la vida, cómo combinarlas en nuevas mezclas explosivas. La inteligencia de la experimentación consiste en poner juntos en juego elementos que siempre han estado separados, sacarlos de la cárcel del fragmento para percibir plenamente su potencialidad. Más allá de los debates gastados y de las sistematizaciones académicas, al menos desde hace un siglo y medio la teoría y la práctica de la subversión nos sugieren la importancia decisiva de comprender la existencia individual en su concreción, o sea, en su totalidad. Son las revueltas concretas de los explotados las que han hecho arder las bases sobre las que estaban fundadas las construcciones ideológicas del poder. A mitad del siglo XIX el deseo de poner el mundo patas arriba pone en cuestión la división entre el yo y la realidad circundante. Stirner dice que no existe el único sin propiedad, esto es, que no existe el individuo sin su propio mundo, sin sus propias relaciones; la propiedad es tener sitio para el individuo, y por tanto para su capacidad de comprender y actuar, para sus pasiones y su fuerza. Afirmar la individualidad significa, por eso mismo, cambiar el mundo. Todo esto, añade, no se puede expresar en conceptos, es necesario realizarlo en la vida, porque es la vida de cada uno el único contenido verdadero de una teoría. Contemporáneamente, un recorrido subterráneo que de Hölderlin lleva a Lautreamont hace explotar la exigencia de transformar el arte del ejercicio de la contemplación en algo capaz de cambiar nuestro medio y a nosotros mismos. El medio, con Fourier, deja de ser un espacio neutro y se convierte en el lugar del deseo, realidad inseparable de los estados de ánimo y de las relaciones entre los hombres. Intervenir sobre un medio significa cambiarse profundamente a uno mismo. La separación cristiana y cartesiana entre la interioridad y la exterioridad es eliminada por la pasión por una nueva manera de estar juntos. Con la autoridad se derrumba la mentira de la propiedad privada que hace del individuo una realidad mutilada y raquítica a quien han arrebatado un mundo. Bakunin habla de la revolución de 1848 como “una fiesta sin principio ni fin”, llevando al campo de la acción insurreccional la crítica stirneriana del sacrificio; a los insurrectos de Dresde, el revolucionario ruso les aconseja poner los cuadros de los museos en las barricadas para desalentar el avance de las tropas, entendiendo magníficamente el sentido del rechazo del arte en tanto que esfera separada. Los ataques contra la propiedad, la destrucción de estatuas, la revuelta abierta contra el gobierno y la tentativa de cambiar la estructura de una ciudad como en la comuna de París, representan la acción histórica de esta teoría práctica. Y estamos tan sólo en 1871. De esa fecha nos separa más de un siglo de experiencias teóricas y prácticas en las que la liberación de los individuos se hizo apreciable en su concreción. La crítica de la mercancía y la acción de los anarquistas expropiadores, la idea malatestiana de la necesidad de insurrección y los soviets rusos, dadá y el movimiento consejista en Alemania e Italia, el primer surrealismo y la revolución española, la negación de la burocracia y la Comuna de Budapest, la crítica del urbanismo y la revuelta de Los Angeles, algunas contribuciones de la Internacional Situacionista y el Mayo francés, el rechazo del trabajo y las experiencias más extremas del 77 en Italia. Episodios incompletos en los que a menudo falta la consciencia teórica de su práctica que aspiran todavía a su realización. Pero, como siempre sucede, cuando las ideas no se hacen realidad, se pudren y van a parar al canasto del adversario. Así, toda la filosofía del siglo XX de Husserl, pasando por Heidegger, hasta hoy nos dice que el hombre es su propio mundo, que el sujeto de Descartes no existe, que comprender, interpretar y actuar son la misma cosa; en suma, todo lo que las barricadas nos habían enseñado ya hace tiempo. Pero, y aquí está el precio pagado, junto con el sujeto cartesiano los especialistas del pensamiento separado nos han arrebatado hasta el quién de todo discurso revolucionario, nos han vendido la existencia capitalista como la existencia tout court, han criticado la razón técnica para abandonarnos a un discurso poético purgado de toda peligrosidad. Del mismo modo, los poetas de los últimos setenta años se limitan a describir el exceso de vida con su poesía, la novela vive de sus propios fines y administra la explosión del yo, que Joyce ya había representado. Después de todo, “podemos hacerles pasar por el aro durante cien años más”. Se acumulan estudios sobre el pasado, se presta la máxima atención a los detalles historiográficos, se imitan las nuevas modas culturales, y cada vez se escapa más el sentido subversivo de un conocimiento inseparable del uso que se hace de él. Porque ésta es la clave: saber qué hacer con él. De otro modo, se continuará contraponiendo el individuo a los otros, a hablar de liberación sólo individual (sin darse cuenta de que ese sólo es grande como el universo), a separar los distintos aspectos de la dominación (la explotación del tiempo, el control del espacio, el condicionamiento psicológico, la miseria pasional) y por tanto, de la revuelta (el derrocamiento de la autoridad, la destrucción de la mercancía, la transformación consciente del medio, la afirmación de los deseos). Y entonces se puede ser individualista, anarquista social, comunista, ácrata, libertario o escéptico. A disposición de cada uno de nosotros hay un mundo entero. De definiciones y aburrimiento.

Massimo Passamani