¿Anarquía post-izquierda?

Existe un gran número de anarquistas que continúan identificándose estrechamente con la izquierda política de una forma u otra. Pero cada vez hay más personas dispuestas a abandonar el peso muerto asociado con la tradición de izquierda. Este texto está dedicado a explorar si la identificación con la izquierda política ya ha superado cualquier beneficio para los anarquistas.

Durante la mayor parte de su existencia, en los últimos dos siglos, activistas, teóricos, organizaciones y movimientos conscientemente anarquistas han habitado una posición minoritaria en el mundo ecléctico de los aspirantes a revolucionarios de izquierda. En la mayor parte de las insurrecciones y revoluciones que definieron al mundo, aquellas en las que hubo victorias significativas, los rebeldes autoritarios fueron notablemente la mayoría de entre los revolucionarios activos. Incluso cuando no lo eran, estos rebeldes autoritarios tomaron la ventaja por otros medios. Si eran liberales, socialdemócratas, nacionalistas, socialistas o comunistas, seguían siendo parte de una corriente mayoritaria dentro de la izquierda política explícitamente comprometida con toda una constelación de posiciones autoritarias. Junto con una admirable dedicación a ideales como la justicia y la igualdad, ésta corriente mayoritaria favoreció la organización jerárquica, el liderazgo profesional (y también opresivo), las ideologías dogmáticas (especialmente sus muchas variantes marxistas), un moralismo auto-justificado y el aborrecimiento general por la libertad social y la auténtica comunidad no jerárquica.

Después de su expulsión de la Primera Internacional, los anarquistas se han encontrado frente a una dura elección. Podrían ubicarse críticamente en algún sitio dentro de la izquierda política, aunque sólo en sus márgenes, o bien tendrían que rechazar la “cultura de la resistencia hegemónica” en su totalidad y arriesgarse a ser aislados e ignorados por estos grupos políticos izquierdistas.

Mientras que muchos militantes anarquista, si no es que la mayoría, han abandonado la izquierda desilusionados por esa cultura autoritaria, otra porción se aferra a los bordes e intenta adaptar su temática con una dirección más libertaria, lo que ocasiona siga teniendo atractivo, como hace siglos. El anarcosindicalismo puede ser el mejor ejemplo de este tipo de anarquismo. Le ha permitido a los anarquistas usar ideologías y métodos izquierdistas para trabajar por una visión de justicia social progresista, pero comprometidos simultáneamente con temas anarquistas como la acción directa, la autogestión y ciertos valores culturales libertarios (muy limitados). El anarco-izquierdismo ecológico de Murray Bookchin, ya sea el sello de municipalismo libertario o de ecología social, es otro ejemplo, se distingue por su persistente fracaso para intentar ganar apoyo o adeptos a la causa, en cualquier lugar, incluso en su terreno favorito de la política verde. Otro ejemplo, el más invisible (¿y numeroso?) de todos los tipos de anarco-izquierdismo, es la elección que toman muchos anarquistas de implicarse en organizaciones izquierdistas que tienen poco o ningún valor libertario, simplemente por la imposibilidad de actuar directamente con otros anarquistas (que muchas veces se encuentran de manera similar, escondidos, integrados en otras organizaciones izquierdistas).

Tal vez es tiempo, ahora que las ruinas de la izquierda política continúan implosionando, para que los anarquistas consideren dejar en masa esa sombra que los anula. De hecho, todavía existe una posibilidad, si suficientes anarquistas se desligan de los innumerables fracasos, purgas y “traiciones” del izquierdismo, es probable que puedan actuar por su cuenta.

Además de lograr definirse en sus propios términos, los anarquistas podrían nuevamente inspirar a una nueva generación de rebeldes, que ésta vez puedan estar menos dispuestos a comprometer su resistencia ante ideologías progresistas con la intención de mantener un frente común político que, históricamente, se han opuesto a la libertad colectiva, donde quiera que haya aparecido. La evidencia es irrefutable. A los revolucionarios libertarios de cualquier tipo se les ha negado sistemáticamente una presencia en la gran mayoría de las organizaciones izquierdistas (desde la ruptura de la Internacional); silenciandos de agrupaciones a las que se les permitió unirse (por ejemplo: “los anarco-bolcheviques”); perseguidos, aprisionados, asesinados o torturados por cualquier izquierdista que haya conseguido el Poder o los recursos necesarios para hacerlo. ¿Por qué ha existido una larga historia de conflictos y enemistades entre anarquistas e izquierdistas? Es debido a que poseen elementos contradictorios, son dos visiones fundamentalmente diferentes del cambio social, encarnadas en el rango de sus respectivas críticas y prácticas. En su forma más simple, los anarquistas, especialmente quienes se identifican menos con la izquierda, suelen negarse a participar en la construcción de una dirección política para la sociedad, rechazando la jerarquización y la manipulación que implica crear organizaciones de masas, además de refutar la hegemonía de la ideología dogmática única. La izquierda, por otro lado, comúnmente participa en la sustitución y representación, pues las organizaciones de masas están sometidas al liderazgo de una élite de ideólogos, intelectuales y políticos oportunistas. En ésta práctica, el partido sustituye al movimiento de masas, y el liderazgo del partido se sustituye por el mismo partido.

Históricamente la función primaria de la izquierda ha sido recuperar todas las luchas sociales capaces de confrontar directamente al Capital y al Estado, de tal manera que, en el mejor de los casos, solo se logra una representación que le sustituye tras la victoria, ocultando que se continúa con la acumulación del Capital, de la esclavitud laboral, la constante jerarquización y las políticas estatistas acostumbradas, bajo una retórica de la resistencia, la revolución, la libertad y la justicia social.

La pregunta más importante es ¿Pueden los anarquistas tener mejores resultados afrontando a la izquierda desde una posición de crítica explícita e intransigente, que aquellos que han elegido implicarse con la izquierda y cambiarla desde adentro?

Jason McQuinn

La Conquista de la Inocencia

Resulta que soy un niño,
que todo
ha ido haciéndome un niño,
que el sufrimiento y la alegría me han hecho un niño,
que como un niño
todo lo he ido transformando en sueños,
jugando con mis sueños y con mis versos,
resistiendo con ellos,
que contemplar todos los mundos me ha hecho un niño,
que yo iba como todos para ser un hombre
y las fronteras me han hecho un niño,
los fingimientos y los límites:
todo me ha hecho un niño;
que la locura me ha hecho un niño,
verla, palparla,
a través de todos los disfraces y de todas las máscaras,
que el asalto de la razón a todo lo que vive
me ha hecho un niño,
que sorprenderme por todo me ha hecho un niño,
desear un vivir que sobre todo fuera una aventura,
que me ha hecho un niño
el engaño de cuantos han crecido,
que les hacían hombres
las trampas de los dominantes,
que dejas de ser niño cuando te conviertes en dominante,
que el dominio de las abstracciones me ha hecho un niño,
que al parecer eso es ser hombre,
que he preferido ser un niño
para salvar todo lo creativo,
que mi mundo
no es de este reino perdido,
para dar a los sentidos lo que es de los sentidos,
al instinto lo que es del instinto,
que los sueños me han hecho un niño,
que no podía vivir si no era un niño
que me ahogaban las órdenes y las leyes.
Resulta que muchos de los que se hicieron hombres
y no buscaron la inocencia,
al final de sus vidas
recuerdan con nostalgia lo que tuvieron de niño,
porque a ser hombre llaman
vivir en un mundo de dominantes
y sometidos,
que la soledad me ha hecho un niño,
que el darlo todo y el haberlo perdido
me ha hecho un niño,
que he sido un poeta maldito porque soy un niño,
que me ha hecho un niño
ver que lo único importante
es buscar la inocencia entre la astucia,
que cuando he amado
me he convertido en un niño,
que comprender que hay víctimas pero no culpables
me ha hecho un niño,
que por ser un niño
mantengo la ilusión a pesar de los desencantos
y de la sangre derramada
entre las trampas y los mitos,
que ver cómo caemos todos en las innumerables trampas
me ha hecho un niño,
y que de no ser un niño
nunca hubiera nacido en mí la rebeldía,
que es preciso
comenzar a rebelarse a uno mismo,
no seguir la consigna de ser un hombre,
que soy poeta porque conquisto la inocencia
cada vez que abro los ojos y contemplo las cosas,
que a ser niño
es lo único que he aprendido
y porque observo que todos los seres
con el mismo destino:
nacer para la muerte,
no dejan de ser niños:
que un pájaro siempre es un niño,
que un árbol siempre es un niño,
que un perro siempre es un niño.
Y porque pienso qué es un hombre
si deja de ser niño,
que se equivocan las escuelas
que intentan hacernos hombres
prometiéndonos falsos paraísos,
que la anarquía sólo será posible
cuando todos fuéramos niños,
cuando todos partamos
a la conquista de la inocencia,
que escribo este poema
porque resulta que soy un niño…

Jesús Lizano

La tensión anarquista

Al comenzar a hablar me encuentro siempre con un inconveniente, por lo menos al principio. Y este inconveniente aumenta respecto a lo que erróneamente se llama conferencia, o como más modestamente se la intenta de disfrazar, una conferencia-debate. Después de todo se trata de un discurso de alguien que viene de fuera, probablemente de otra generación, como caído del pasado, alguien que sale a dar cátedra, hace un discurso, y consecuentemente se asemeja extraña, y peligrosamente, a quien les aplasta el cerebro con otros fines, con otras intenciones. Sin embargo, si ponen un poco de atención, tras esta semejanza exterior, en los conceptos que ahora seguirán, habrá una considerable diferencia.

El primero de estos conceptos está constituido por la pregunta: ¿Qué es el anarquismo? Puesto que sé con seguridad, porque les conozco personalmente, que aquí dentro hay muchísimos anarquistas, es extraño que ahora me refiera a una cuestión de este tipo. Cuando menos los anarquistas deberían saber qué es el anarquismo. Por el contrario, en cada ocasión es necesario retomar el discurso precisamente con la pregunta ¿qué es el anarquismo? Aunque sea en pocas palabras. ¿Por qué? Normalmente no sucede esto en el resto de las expresiones de la vida, en el resto de actividades, en el resto de pensamientos, quien se define o se considera, y también con un cierto fundamento, algo, conoce verdaderamente ese algo.

Veamos, los anarquistas, sin embargo, se plantean siempre el problema: ¿Qué es el anarquismo? ¿Qué significa ser anarquistas?

¿Por qué? Porque no es una definición que una vez conseguida pueda conservarse en una caja fuerte, ponerla a parte, y considerarla como un patrimonio al que sacar poco a poco. Ser anarquista no es haber logrado una certeza, el haber dicho de una vez por todas: “Ya está, yo, finalmente, desde este mismo instante, estoy en posesión de la verdad, y como tal, por lo menos desde el punto de vista de la idea, soy un privilegiado”. Quien razona así es anarquista sólo de palabra. Mientras que es auténticamente anarquista quien se cuestiona a sí mismo como anarquista, como persona, y quien se pregunta: ¿Qué es mi vida en función de lo que hago y en relación a lo que pienso? ¿Qué relación alcanzo a mantener diariamente, cotidianamente, en todas las cosas que hago, en mi manera de ser aún acordada, en los pequeños compromisos cotidianos, etcétera?

El anarquismo no es por lo tanto un concepto que se sella con una palabra que hace de lápida funeraria. No es una teoría política. Es una forma de concebir la vida, por jóvenes o viejos que seamos, ancianos o adolescentes, no es algo definitivo: es una apuesta que debemos jugar día tras días. Cuando por la mañana nos levantamos de la cama y ponemos los pies en tierra, hemos de tener un buen motivo para levantarnos, si no lo tenemos, seamos anarquistas o no, no significa nada, más vale quedarnos acostados en la cama, durmiendo. Y para tener un buen motivo debemos saber qué hacer, porque para el anarquismo, para el anarquista, no hay diferencia entre el qué hacer y el qué pensar, sino que es un continuo trasvase de la teoría en la acción y de la acción en la teoría. He aquí lo que diferencia al anarquista de cualquier otra persona que tiene una concepción diferente de la vida y que cristaliza esa concepción en un pensamiento político, en una práctica política, en una teoría política.

Es esto lo que normalmente no se nos dice, es esto lo que no está escrito en los periódicos, es esto lo que no está escrito en los libros, es esto lo que la escuela calla celosamente porque es el secreto de la vida: no separar definitivamente el pensamiento de la acción, las cosas que se saben, las cosas que se comprenden, de las cosas que se hacen, de las cosas a través de las cuales actuamos.

He aquí lo que diferencia a un hombre político de un revolucionario anarquista. No las palabras, no los conceptos, y, permítanme, bajo ciertos aspectos ni siquiera las acciones, porque no es su extremo concluirse en un ataque –pongamos radical- lo que las califica, sino el modo en que la persona, el compañero que realiza estas acciones, consigue convertirlas en momento expresivo de su vida, caracterización específica, valor para vivir, alegría, deseo, belleza, no realización práctica, no torva realización de un hecho que mortalmente se concluye en sí mismo y determina el poder decir: “Yo hoy he hecho esto”, lejos de mí, en la periferia de mi existencia.

Aquí está, esta es una diferencia. Y de esta diferencia emerge otra, a mi parecer considerable. Quien piensa que las cosas por hacer están fuera de él y se realizan tanto con logros como fracasos –qué quieren, la vida está hecha de escalones: se baja un poco, se sube un poco, a veces las cosas van bien, a veces mal- o sea, quien piensa que la vida está hecha de estas cosas: por ejemplo, la figura clásica del político democrático (por supuesto, una persona con la que se puede discutir, un tipo simpático, tolerante, que tiene aspectos permisivos, que cree en el progreso, en el futuro, en una sociedad mejor, en la libertad), o sea, esta persona así conjuntada, vestida probablemente sin traje, sin corbata, tan sencillo, una persona que de cerca parece un compañero y que como tal se declara, esta persona también puede ser muy perfectamente un policía, no cambia nada. ¿Por qué no?, hay policías demócratas, se acabó la época de uniformidad de la represión, hoy la represión tiene aspectos simpáticos, nos reprimen con un montón de ideas brillantes. Bueno, esta persona, este demócrata, ¿Cómo podemos distinguirlo, cómo podemos localizarlo, cómo podemos verlo? ¿Y si ante los ojos nos ponen un velo que nos impida verlo, cómo podemos defendernos de él? Identificándolo mediante este hecho: que para él la vida es realización, su vida son hechos, hechos cuantificables que se devanan ante su vista y nada más.

Cuando hablamos con alguien no podemos pedirle el carnet de afiliación. Muchas veces, a través de sus ideas, acabamos en una gran confusión y no entendemos ya nada, porque somos todos habladores simpáticos y progresistas, todos elogiamos la belleza de la tolerancia y cosas por el estilo. ¿Cómo hacemos para darnos cuenta que tenemos delante al enemigo, al peor de nuestros enemigos? Porque al menos del viejo fascista nos sabíamos defender, pegaba él y, si éramos lanzados, pegábamos también nosotros, más fuerte que él. Ahora ha cambiado la historia, ha cambiado la situación. Actualmente atrapar un golpeador fascista resulta quizá difícil. Pero este sujeto que estamos tratando de delinear, este demócrata que encontramos en todos los niveles, en la escuela o el Parlamento, por la calle o en el uniforme de policía, como juez o como médico, este sujeto aquí es nuestro enemigo porque considera la vida de una manera diferente a como la consideramos nosotros, porque para él la vida es otra vida y no nuestra vida, porque nosotros para él somos extraterrestres y no veo porqué él debe ser considerado habitante de nuestro mismo planeta. Es ésta la línea que nos divide de él, porque su concepción de la vida es de naturaleza cuantitativa, porque él mide las cosas como éxito, o si lo quieren también como fracaso, pero de todos modos siempre desde un punto de vista cuantitativo y nosotros la medimos de una forma diversa, y esto es sobre lo que debemos reflexionar: de qué manera para nosotros la vida tiene algo de diferente, cualitativamente diferente.

Entonces, este señor tan bien dispuesto respecto a nosotros nos vierte encima una crítica y dice: “Sí, los anarquistas son simpáticos, pero son incoherentes, ¿qué es lo que han hecho en la historia, qué Estado ha sido anarquista? ¿Han realizado alguna vez un gobierno sin gobierno? ¿No es una contradicción una sociedad libre, una sociedad anarquista, una sociedad sin Poder?” Y esa roca crítica que nos llueve encima es verdaderamente de gran dimensión, porque en efecto, incluso en aquellos casos en que los anarquistas han estado muy cerca de realizar sus utopías constructivas de una sociedad libre, como por ejemplo en España o Rusia, examinándolas bien, esas construcciones son bastante discutibles. Son ciertamente revoluciones, pero no son revoluciones libertarias, no son la anarquía.

Por lo tanto, cuando estos señores nos dicen: “Son utópicos, ustedes los anarquistas son ilusos, su utopía no se puede realizar”, nosotros debemos decir: “Sí, es verdad, el anarquismo es una tensión, no una realización, no es un intento concreto de realizar la anarquía mañana por la mañana”. Sin embargo también debemos ser capaces de decir: pero ustedes, muy estimados señores demócratas que están en el gobierno, que nos regulan la vida, que pretendén entrar en nuestras ideas, en nuestros cerebros, que nos gobiernan por medio de la opinión cotidiana que construyen en los periódicos, en la universidad, en las escuelas, etc., ustedes, señores, ¿Qué han realizado? ¿Es un mundo digno de ser vivido? ¿O bien un mundo de muerte, un mundo en el que la vida es un suceso allanado, falto de calidad, sin significado, un mundo en el que se llega a una cierta edad, en la antesala de la jubilación, y nos preguntamos: “¿Pero qué he hecho de mi vida? ¿Qué sentido ha tenido vivir todos estos años?”.

He aquí lo que han realizado, aquí su democracia, su concepto de pueblo. Están gobernando un pueblo, ¿Pero qué quiere decir pueblo? ¿El pueblo qué es? Es quizá la pequeña parte, ni siquiera tan consistente, que va a las votaciones, a las elecciones, que vota por ustedes, que nombra una minoría, la cual nombra después otra minoría aún más pequeña que la primera y que nos gobierna en nombre de las leyes. Pero estas leyes, ¿qué son, si no expresión de los intereses de una pequeña minoría específicamente dirigida a lograr en primer lugar sus propias perspectivas de enriquecimiento, de reforzamiento del Poder y este tipo de cosas?

Están gobernando en nombre de un Poder, de una fuerza que ¿de qué les viene? De un concepto abstracto, han realizado una estructura que creen puede ser mejorada… ¿mas cómo, de qué manera se ha mejorado en la historia? ¿En qué condición vivimos hoy si no en una condición precisamente de muerte, de aplastamiento de la calidad? Esta es la crítica que debemos devolver contra los sostenedores de la democracia. Si nosotros anarquistas somos utópicos, lo somos como una tensión hacia la calidad; si los demócratas son utópicos, lo son como una reducción hacia la cantidad. Y a la reducción, al acartonamiento vivido en el ámbito de un dimensión del mínimo daño posible para ellos y del máximo daño verificable para la gran cantidad de personas que resultan explotadas, a esta realidad miserable, nosotros contraponemos nuestra utopía que al menos es una utopía de la calidad, una tensión hacia un futuro diferente, radicalmente diferente del que vivimos ahora.

Por lo tanto todos los discursos que nos son dirigidos por cualquiera que nos habla en nombre del realismo político, cuando nos hablan los hombres del Estado, los profesores, que son los servidores de los hombres del Estado, los teóricos, periodistas, todos los intelectuales que transitan por aulas como estas, con sus discursos nos dirigen las palabras calmas y tolerantes del hombre realista, afirmando que no hay otra manera de actuar, que la realidad es la que es, que es necesario hacer sacrificios, aquí, esta gente nos está engañando. Nos engañan porque es verdad que se puede actuar de forma diferente, porque es verdad que cada uno de nosotros puede alzarse en nombre de su dignidad herida ante el engaño, porque es verdad que cada uno de nosotros se puede sentir engañado porque, finalmente, ha podido tomar conciencia de lo que están haciendo en su perjuicio y alzándose cada uno puede cambiar no sólo, en los límites en que es posible conocer, la realidad de las cosas, sino que puede cambiar su vida, puede convertirla en digna de ser vivida, puede levantarse por la mañana, poner los pies en la tierra, mirarse al espejo y decir: “Al final he alcanzado a cambiar las cosas, al menos en lo que a mí respecta” y sentirse un hombre digno de vivir su vida, no un títere en manos de un titiritero que ni siquiera es posible ver bien para poder escupirle a la cara.

He aquí el por qué los anarquistas continuamente vuelven a hablar de qué es el anarquismo. Porque el anarquismo no es un movimiento político. También es eso, pero como aspecto secundario. El hecho de que el movimiento anarquista se haya presentado históricamente como un movimiento político no quiere decir que el anarquismo como movimiento político agote todas las potencialidades anarquistas de lo existente. El anarquismo no se resuelve en el grupo anarquista de Cúneo, Turín, Londres o de tantas otras ciudades. No es eso el anarquismo. Cierto, allí también están los compañeros anarquistas y está, espero, o por lo menos se debería presumir que está, el tipo de compañero que individualmente ha comenzado su insurrección, que se ha dado cuenta, que ha tomado consciencia del contexto de obligación y coacción dentro del cual está forzado a vivir. Pero el anarquismo no es sólo eso, sino que es también la tensión de la vida, de la calidad, aquella fuerza que conseguimos sacar de nosotros mismos cambiando la realidad de las cosas. Y el anarquismo es el conjunto de este proyecto de transformación unido al proyecto que se realiza en el interior de nosotros mismos, con el progresar de nuestro cambio personal. No se trata por tanto de un hecho cuantitativamente considerable desde el punto de vista histórico, no es un hecho que se realiza simplemente con el desarrollo del tiempo y que se deja ver mediante determinadas teorías, mediante algunas personas, mediante ciertos movimientos y tampoco, por qué no, mediante bien precisas acciones revolucionarias. En esta suma de elementos hay siempre algo más, y es este algo más que hace vivir continuamente el anarquismo de forma diferente.

Consecuentemente, entre esta tensión que debemos, según lo veo, conservar siempre dentro de nosotros mismos como tensión hacia lo diverso, hacia lo impensable, lo indecible, hacia una dimensión que debemos realizar y que no sabemos bien en qué modo, y la cotidianidad de las cosas que hacemos y podemos hacer, debemos mantener siempre un ligamen, una relación precisa de cambio, de transformación.

El primer ejemplo que me viene en mente sobre este argumento es todavía otro elemento contradictorio. Piensen en el concepto del problema: “Hay problemas por resolver”, ésta es una frase clásica. Tenemos todos problemas por resolver, la vida es un problema por resolver, el vivir es un problema, cualquier aspecto de la realidad, desde la propia condición social, desde el deber romper un cerco que nos rodea, a la simple vicisitud que cotidianamente afrontamos, todo eso lo consideramos un problema. ¿Pero los problemas son solucionables?

Y aquí hay una gran equivocación. ¿Por qué? La estructura que nos oprime sugiere la idea de que los problemas son solucionables y que es ella misma quien los soluciona. Y aún más, esta estructura sugiere el ejemplo (creo que muchos de los presentes son estudiantes) de los problemas que se resuelven en geometría, en matemáticas, etc. Pero este tipo de problema, el problema matemático, que es considerado como un ejemplo del problema solucionable, no es más que un falso problema, por lo que es posible resolverlo ya que en el momento en que afrontamos un problema matemático la respuesta al problema está ya contenido en la presentación del problema mismo, es decir la respuesta es una repetición del problema de forma diferente, o sea, como se dice técnicamente, una tautología. Se dice una cosa y se responde con la misma cosa, por lo que, a grosso modo, no hay solución al problema, sino que hay una repetición del problema de forma diferente.

Ahora bien, cuando se habla de resolver un problema que afecta a la vida de todos nosotros, nuestra existencia cotidiana, se habla de problemas que tienen una complejidad tal que no se puede contener dentro de una simple repetición del problema mismo. Por ejemplo, si decimos: “El problema de la policía”, la existencia de la policía para muchos de nosotros constituye un problema. No hay duda de que el policía es un instrumento de opresión a través del cual el Estado nos impide hacer determinadas cosas. ¿Cómo se hace para resolver un problema de este tipo? ¿Existe la posibilidad de resolver el problema de la policía? La pregunta, de por sí, se revela inconsistente. No existe la posibilidad de resolver el problema de la policía. Pero desde el punto de vista del razonamiento democrático existe un problema de resolver algunos aspectos del problema de la policía, democratizando las estructuras, transformando la mentalidad del policía y cosas por el estilo. Ahora, pensar que ésta sea una solución al problema del control y de la represión es cuanto menos estúpido, además de ilógico, en efecto no es más que una forma de modular la represión según los intereses del Poder, según los intereses del Estado. De hecho, si hoy sirve una policía democrática, mañana podría servir una estructura de control y represión mucho menos democrática que hoy y la policía diría de nuevo como ha hecho en el pasado: obedezco, quizá expeliendo o eliminando de su interior rarísimas y marginalísimas minorías que lo ven diferente.

Cuando digo policía entiendo cualquier estructura represiva desde los carabineros a la magistratura, cualquier expresión del Estado que sirve simplemente como aspecto de control y represión. Como ven, consecuentemente, los problemas sociales no son solucionables. El engaño, por parte de las estructuras democráticas, de pretender resolver los problemas, es un engaño que hace ver como no existe ninguna afirmación del pensamiento político democrático que se apoye en un mínimo de realidad, en un mínimo de concreción. Todo se basa en la posibilidad de jugar sobre el error de que de todas formas las cosas se pueden ajustar con el tiempo, se pueden mejorar, se pueden ordenar. Es sobre este ordenamiento en donde se basa la fuerza del Poder, y es sobre este ordenamiento que los dominantes rigen a medio y largo plazo. Cambian las cartas, cambian las relaciones y nosotros esperamos que llegue lo que ellos nos han prometido, algo que no llega nunca, porque estas mejoras no se materializan nunca, porque el Poder permanece, cambiando y transformándose en la historia, permanece siempre el mismo, permanece siempre: un puñado de hombres, una minoría de privilegiados que gestiona las palancas del dominio, que realiza sus propios intereses y tutela las condiciones de supremacía de quien está al mando, de quien continúa dominando.

Ahora, nosotros ¿qué poseemos como instrumento para contrarrestar este estado de cosas? ¿Nos quieren controlar? Y nosotros rechazamos el control. Ciertamente esto podemos hacerlo, sin duda lo hacemos, tratamos de minimizar los daños. Pero, en un contexto social, el rechazo del control es válido hasta un cierto punto. Podemos circunscribir ciertos aspectos, podemos gritar cuando somos golpeados injustamente, sin embargo está claro que hay determinados lugares del dominio donde reglas que se llaman leyes, carteles que señalan alambradas, hombres que se llaman policías nos impiden entrar. No hay duda, prueben entrar en el Parlamento y verán lo que pasa, no sé. No se pueden superar determinados niveles, determinados controles no pueden ser evitados.

Entonces, nosotros contra esta situación, ¿qué contraponemos? ¿Simplemente un sueño? Una teoría de libertad, que encima incluso debe ser formulada bastante correctamente, porque no podemos decir: “La libertad de los anarquistas es simplemente una reducción del control”. En ese caso caeremos en el error: “¿Pero dónde se debe detener esa reducción del control? ¿Quizá en un control mínimo?” ¿Por ejemplo el Estado se volvería legítimo como Estado, para nosotros anarquistas, si en vez de ser el Estado opresor de hoy fuese, pongamos, el ideal Estado mínimo de los liberales? Evidentemente no. Por lo tanto no es éste el razonamiento a hacer. No está por lo tanto constituido por una limitación del control lo que podemos tratar de obtener y alcanzar, sino por una abolición del control. Nosotros no estamos por una mayor libertad, una mayor libertad se da al esclavo cuando se le alarga la cadena, nosotros estamos por la abolición de la cadena, consecuentemente estamos por la libertad, no por una mayor libertad. Y la libertad quiere decir ausencia de cadenas, quiere decir ausencia de límites con todo lo que de esta afirmación se desprende.

La libertad es un concepto no sólo difícil y desconocido, sino que es un concepto doloroso, y por el contrario se nos vende como un concepto bellísimo, dulce, relajante, como un sueño que está totalmente lejano como para hacernos sentir bien, como todas las cosas que por lejanas constituyen una esperanza, una fe, una creencia. En otras palabras, aquello intocable que resuelve los problemas de hoy no porque en efecto los resuelva sino porque simplemente los tapa, los empaña, los modifica, impidiendo una clara visión de todas las desgracias que tenemos hoy. Bueno, un día seremos libres, bueno, estamos en dificultades, pero en estas dificultades hay una fuerza subterránea, un orden involuntario que no depende de ninguno de nosotros, que trabaja en nuestro lugar, que poco a poco hará modificar las condiciones de sufrimiento en que vivimos y nos llevará a una dimensión libre en la que viviremos todos felices. No, la libertad no es esto, esto es un engaño que se parece mucho, y trágicamente, a la vieja idea de Dios, la idea de Dios que nos ayudaba tantas veces, y ayuda también hoy a tantas personas en el sufrimiento, porque éstas se dicen: “Bueno, hoy sufrimos, pero en el otro mundo estaremos bien”, o mejor como dice el Evangelio los últimos serán los primeros, consecuentemente esta inversión anima a los últimos de hoy porque serán los primeros de mañana.

Si diéramos por real un concepto de libertad de este tipo, acunaremos los sufrimientos de hoy, aplicaremos una pequeña medicación sobre las plagas sociales de hoy, exactamente del mismo modo que el cura con su sermón, con su razonamiento, aplica una pequeña mediación sobre las plagas de los pobres dispuestos a escucharle, que se ilusionan con que el reino de Dios les librará de los sufrimientos. Está claro que los anarquistas no pueden hacer el mismo razonamiento, la libertad es un concepto destructivo, la libertad es un concepto que comprende la absoluta eliminación de cualquier límite. Ahora, la libertad es una hipótesis que debe permanecer en nuestro corazón, pero dispuestos a afrontar todos los riesgos de la destrucción, todos los riesgos de la destrucción del orden constituido en que vivimos. La libertad no es un concepto que puede consolarnos en espera de que se desarrollen mejoras prescindiendo de nuestra capacidad real de intervención.

Para darse cuenta de conceptos de este tipo, para darse cuenta de los riesgos que se corren manejando conceptos peligrosos de este tipo, debemos ser capaces de construir en nosotros las ideas, de tener las ideas.

También sobre este punto hay equívocos considerables. Está en circulación la costumbre de considerar como idea cualquier concepto que tengamos en mente. Uno dice: “Se me ha ocurrido una idea”, y de este modo trata de identificar lo que es una idea. Esta es la teoría cartesiana que se contraponía a aquella platónica de la idea como punto de referencia abstracto, lejano. Pero no es éste el concepto al que nos referimos nosotros cuando hablamos de idea. La idea es un punto de referencia, es un elemento de fuerza que transforma la vida, es un concepto que ha sido cargado de valor, es un concepto de valor que se convierte en concepto de fuerza, algo capaz de desarrollar de manera diferente nuestra relación con los demás, todo esto es la idea. Sin embargo, en efecto, la fuente a través de la que nos llegan los elementos para que podamos elaborar ideas de este tipo, ¿cuál es? La escuela, la academia, la universidad, los periódicos, los libros, los profesores, los especialistas y similares, la televisión. Pero a través de estos instrumentos de información y de elaboración cultural, ¿qué nos llega? Nos llega un cúmulo más o menos considerable de informaciones que llueve sobre nosotros en cascada, hierve como en una olla, dentro de nosotros, y nos hace producir opiniones. No tenemos ideas, tenemos opiniones.

Aquí la trágica conclusión. Sin embargo, ¿qué es la opinión? Es una idea allanada que ha sido uniformada para adecuarla a grandes cantidades de personas. Las ideas de masas o las ideas masificadas son opiniones. El mantener estas opiniones es importante para el Poder porque es mediante la opinión, la gestión de la opinión, como se obtienen determinados resultados, sin ir más lejos, por ejemplo, el mecanismo de la propaganda a través de los grandes medios de información, la realización de los procesos electorales, etc. La formación de las nuevas élites de Poder no tiene lugar por medio de las ideas, sino que tiene lugar por medio de las opiniones.

¿Contraponerse a la formación de opinión qué quiere decir? ¿Quiere decir quizá adquirir un mayor número de informaciones? Es decir, ¿contraponerse a la información con una contrainformación? No, eso no es posible, porque por más vueltas que demos al problema no podemos tener la capacidad de colocar contra el grandísimo número de informaciones por el que somos bombardeados cotidianamente, nuestra contrainformación capaz de “desvelar”, a través de un proceso de ver lo que hay detrás, la realidad que ha sido “sustituida” por la verborrea informativa. No podemos obrar en ese sentido. Cuando hacemos ese trabajo muy rápidamente vemos que es inútil, no logramos convencer a las personas.

He aquí porqué los anarquistas han afrontado críticamente el problema de la propaganda. Sí, claro, como ven hay una mesita bien surtida, como sucede en todos los lugares cuando se realizan iniciativas y conferencias de este tipo. Siempre están nuestros folletos, siempre están nuestros libros. Estamos supercargados de periódicos y tenemos mucha capacidad haciendo este tipo de publicismo. Pero no es sólo ése el trabajo que debemos hacer, y cuando hagamos ese trabajo no debe contener elementos de contrainformación, o que si los contenga se trate de hechos accidentales. Este trabajo está dirigido esencialmente, o debería estar dirigido, a constituir una idea o unas pocas ideas de base, unas pocas ideas de fuerza.

Pongamos un único ejemplo. En los últimos tres o cuatro años se ha desarrollado el asunto que los periódicos, con una palabra horrenda, llaman de “Tangentopoli” o de Manos Limpias. Ahora, toda esta operación ¿qué ha construido en las personas? Ha construido la opinión de que la magistratura es capaz de arreglar las cosas, de hacer condenar a los políticos, de cambiar las condiciones, por lo tanto de llevarnos de las viejas concepciones típicas de la primera República Italiana a la nueva de la segunda República Italiana. Está claro que este proceso, esta opinión, es muy útil, por ejemplo ha permitido el crecimiento de una “nueva” élite de Poder, que ha sustituido a la precedente. Nueva por decir algo, nueva hasta un cierto punto, se mire como se mire con ciertas características de novedad y con tristes representaciones de viejas costumbres y de viejos personajes. De esta manera funciona la opinión.

Ahora comparen este proceso de formación de una opinión que ha dado beneficios considerables sólo para ellos, con la construcción de una idea fuerza como podría ser una análisis profundo del concepto de justicia. La diferencia es abismal. ¿Pero qué es justo? Por ejemplo, ha sido ciertamente justo para muchos, y lo hemos considerado justo también nosotros, que Craxi[1] haya sido obligado a recluirse en su villa tunecina. La cosa ha sido simpática, incluso nos ha hecho reír, incluso nos ha hecho sentirnos bien, porque cuándo cerdos de este nivel acaban siendo apartados es algo simpático. ¿Pero es ésta la verdadera justicia? Por ejemplo, Andreotti[2] se encuentra en apuros, al parecer se ha besado en las mejillas con Riina[3]. Noticias de este tipo está claro que nos inspiran simpatía, nos hacen estar mejor porque un puerco como Andreotti no hay duda de que molestaba incluso a nivel físico, simplemente con mirarlo en televisión. ¿Pero es éste el concepto de justicia? Fíjense que en lo que respecta a Di Pietro[4] y Borrelli[5] hay un entusiasmo de estadio. ¿Qué quiere decir un entusiasmo de estadio? Quiere decir que millones de personas se han visto envueltas en el proceso de uniformación de la opinión.

Mientras que el concepto de justicia sobre el que nosotros deberemos tratar de reflexionar es diferente. ¿A qué nos debería llevar el concepto de justicia? Nos debería llevar a admitir que sin son responsables Craxi o Andreotti, al mismo título que ellos, es responsable gente como Borrelli y Di Pietro. Porque si los primeros eran hombres políticos los otros son magistrados. Concepto de justicia significa fijar una línea de demarcación entre quién es sostén y justificación y fuerza del poder y quien a éste se contrapone. Si el Poder es injusto en cuanto a su misma existencia lo vuelve injusto, y si todos los intentos para justificarse a sí mismo, algunos de los cuales hemos visto antes, se revelan timos, cualquier hombre del Poder, más o menos demócrata, sea lo que sea que haga estará siempre en el extremo opuesto de la justicia.

La construcción de un concepto de justicia de este tipo es evidentemente la formación de una idea, de una idea que no se encuentra sobre los periódicos, de una idea sobre la que no se profundiza en las aulas de las escuelas o en las aulas universitarias, que no puede constituir elemento de opinión, que no puede llevar a la gente a votar. Más bien, esta idea lleva a la gente a estar en contraposición consigo misma. Porque ante el tribunal de sí mismo cada uno se pregunta: “¿Pero yo, ante la idea de justicia, cuando me parece bonito lo que hace Di Pietro, cómo me coloco, también yo me dejo meter en el saco, también yo soy un instrumento de opinión, también yo soy la terminal de un enorme proceso de formación del Poder y, consecuentemente, también yo me convierto no sólo en esclavo del Poder sino en cómplice del Poder?”.

Por fin hemos llegado a nuestras implicaciones. Porque si es cierto el concepto del que hemos partido de que para el anarquista no hay diferencia entre teoría y acción, en el momento en que esta idea de justicia se hace luz en nosotros, si esta idea ilumina sea siquiera por un instante nuestro cerebro, esta luz no podrá apagarse jamás porque cada momento, cualquier cosa que pensemos, nos sentiremos culpables, nos sentiremos cómplices, cómplices de un proceso de discriminación, represión, genocidio, muerte, proceso del que no podremos ya nunca considerarnos ajenos. ¿Cómo podemos definirnos entonces revolucionarios, anarquistas? ¿Cómo podemos definirnos sostenedores de la libertad? ¿De qué libertad hablamos si hemos dado nuestra complicidad a los asesinos que están en el Poder?.

Miren como es de diferente y crítica la situación de quien inmediatamente alcanza, por análisis profundo de la realidad o simplemente por casualidad o desgracia, a hacer penetrar en su propio cerebro una idea tan clara como la idea de justicia. Ideas de este tipo no hay muchísimas. La idea de libertad, por ejemplo, es lo mismo. Quien por un instante piensa en qué es la libertad, no puede contentarse con hacer algo para que se pueda aumentar un poquito las libertades de la situación en que vive. Desde aquel momento en adelante él se sentirá culpable y tratará de hacer algo para aliviar su sentido de sufrimiento. Se sentirá culpable por no haber hecho algo hasta ese momento, y desde ese momento entrará en las condiciones de una vida diferente.

En el fondo, con la formación de opinión, ¿qué quiere el Estado? ¿El Poder qué quiere?. Sí, por supuesto, quieren crear una opinión media para que después a partir de ésta se puedan realizar ciertos movimientos del tipo delegación electoralista, formación de las minorías de Poder y cosas por el estilo. Pero no quieren sólo eso, quieren nuestro consenso, quieren nuestra aprobación, y el consenso es hallado mediante determinados instrumentos, especialmente de naturaleza cultural. Por ejemplo, la escuela es uno de los almacenes a través de los cuales se halla el consenso y se construye la futura mano de obra de naturaleza intelectual, y no sólo intelectual.

Las transformaciones productivas del capitalismo de hoy necesitan un tipo de hombre diferente al de ayer. Ayer, hasta hace poco tiempo, había necesidad de un hombre que tuviese su capacidad profesional, su orgullo de esta capacidad, su calificación profesional. Ahora la situación ha cambiado bastante. El mundo del trabajo pide una calificación media, mejor incluso baja, y pide cualidades que una vez no sólo no estuvieron presentes sino que ni siquiera eran pensables, por ejemplo la flexibilidad, la adaptabilidad, la tolerancia, la capacidad de intervenir a nivel asambleario.

Mientras antes; por poner un ejemplo específico, la producción de las grandes empresas se basaba en la realización de las grandes líneas de producción basadas en las cadenas de montaje, ahora se tienen estructuras diferentes o robotizadas o construidas sobre la base de las islas, de pequeños grupos que trabajan juntos, que se conocen, que se controlan mutuamente y cosas así. Este tipo de mentalidad no es sólo la mentalidad de la fábrica, no es sólo “el obrero nuevo” que están construyendo, sino que es “el hombre nuevo” que están construyendo: un hombre flexible, con ideas medias, opaco en sus deseos, con una reducción fuertísima del nivel cultural, con un lenguaje empobrecido, con lecturas estandarizadas que son sólo ésas, siempre ésas, una capacidad de razonamiento circunscrita contrapuesta a una capacidad elevadísima de saber decidir con brevedad entre el sí y el no de una solución, de saber escoger entre dos posibilidades, un botón amarillo, un botón rojo; un botón negro, un botón blanco. Helo aquí, este tipo de mentalidad están construyendo. ¿Y dónde lo están construyendo? Lo están construyendo en la escuela, pero lo construyen también en la vida de todos los días.

¿Qué harán con un hombre de este tipo? Les servirá para poder realizar todas las modificaciones que son importantes para la reestructuración del capital. Les servirá para poder gestionar mejor las condiciones y las relaciones de mañana. ¿Cómo serán estas relaciones? Éstas estarán basadas en modificaciones cada vez más veloces, apelando a la satisfacción de deseos absolutamente inexistentes pero piloteados y queridos de una manera determinada en pequeños grupos paso a paso más consistentes. Este tipo de hombre nuevo es exactamente lo contrario de lo que nosotros podamos desear e imaginar, lo contrario de la calidad, lo contrario de la creatividad, lo contrario del deseo real, de la alegría de vivir, lo contrario de todo esto. ¿Cómo podemos combatir contra la realización de este hombre tecnológico? ¿Cómo podemos luchar contra esta situación? ¿Podemos esperar a que llegue un día, un hermoso día, para poner el mundo patas arriba, lo que los anarquistas del siglo pasado llamaban “la grande soirée”, la gran tarde o el gran día -“le grand jour”-, en el que fuerzas que nadie puede prever acabarán por tomar las riendas y explotar en el conflicto social que todos esperamos y que se llama revolución por el que todo cambiará y será el mundo de la perfección y de la alegría?.

Ésta es una teoría milenarista. Ahora que se avecina el fin del milenio podría incluso volverse a erguir. Pero las condiciones son diferentes, no es ésta la realidad, no es esta espera lo que nos puede interesar. En vez de eso nos interesa otra intervención, una intervención mucho más pequeña, más modesta pero capaz de conseguir algo. Nosotros, como anarquistas, estamos llamados a hacer algo, somos llamados por nuestras responsabilidades y por lo que decíamos antes. En el momento en que la idea se enciende en nuestra mente, no la idea de la anarquía, sino la idea de la justicia, de la libertad, cuando estas ideas se encienden en nuestra mente y cuando a través de estas ideas alcanzamos a entender cómo es el engaño que tenemos enfrente, que podremos definir, hoy como nunca, un engaño democrático, ¿qué hacemos? Nos debemos poner manos a la obra y este manos a la obra significa también organizarse, significa crear las condiciones de enlazamiento y referencia entre nosotros anarquistas que deben ser diferentes de las que eran las condiciones de ayer.

Hoy la realidad ha cambiado. Como decíamos antes, están construyendo un hombre diferente, un hombre descalificado y lo están construyendo porque tienen necesidad de crear una sociedad descalificada. Pero, descalificado el hombre, han quitado del centro de la concepción de la sociedad política de ayer la que era la figura del trabajador. El trabajador ayer soportaba el peor peso de la explotación. Por este motivo se pensaba que debería ser él, como figura social, quien diera inicio a la revolución. Basta con pensar en el análisis marxista. En el fondo, todo “El Capital” de Marx está dedicado a la “liberación” del trabajador. Cuando Marx habla del hombre, se sobreentiende el trabajador; cuando desarrolla su análisis sobre el valor, habla de tiempos de trabajo; cuando desarrolla su análisis sobre la alienación, habla del trabajo. No hay nada que no tenga que ver con el trabajo. Pero eso porque en el análisis marxista, en los tiempos en que fue desarrollado, el trabajador permanecía central, efectivamente la clase trabajadora podía ser teorizada como centro de la estructura social.

Si bien con análisis diferentes, también los anarquistas se acercaron a una consideración bastante similar en lo que se refería a la posición del trabajador como centro del mundo social, la clase trabajadora como centro. Pensemos en el análisis anarco-sindicalista. Para los anarco-sindicalistas se trataba sólo de llevar a las extremas consecuencias el concepto de lucha sindical, desvincularlo de la más restringida dimensión de la reivindicación sindical, para poderlo desarrollar hasta la realización, mediante la huelga general, del hecho revolucionario. Consecuentemente la sociedad del mañana, la sociedad liberada o anarquista, según los anarco-sindicalitas, no era más que la sociedad de hoy libre del Poder, con las mismas estructuras productivas que hoy, pero no ya en manos del capitalista sino en manos de la colectividad que la administraría colectivamente.

Este concepto hoy es absolutamente impracticable por diversos motivos. Primero de todo, porque las transformaciones tecnológicas que se han realizado no permiten un paso simple y lineal de la sociedad precedente, actual, en que vivimos a una sociedad futura en la que desearíamos vivir. Este pase directo es imposible por un motivo muy simple, por ejemplo la tecnología telemática no podría ser utilizada de una forma liberada, de una forma liberadora. La tecnología y las implicaciones telemáticas no se han limitado sólo a realizar determinadas modificaciones en el interior de ciertos instrumentos, sino que han transformado también las otras tecnologías. Pongamos, la fábrica no es la estructura de la fábrica dé ayer con encima la agregación del medio telemático, sino que es la fábrica telemática, que es absolutamente otra cosa. Tengamos en cuenta que de, todos estos conceptos naturalmente podemos hablar de manera muy general porque requerirían un tiempo considerable para ser mejor profundizados. Consecuentemente la imposibilidad de utilizar este patrimonio, y por lo tanto este pase, camina paralelamente al final del mito de la centralidad de la clase obrera.

Actualmente, en una situación en la que la clase obrera se ha prácticamente pulverizado, no existe la posibilidad de utilización de los denominados medios de producción que se deberían expropiar, y entonces, ¿cuál es la conclusión? No queda otra conclusión posible que esta masa de medios de producción que tenemos enfrente debe ser destruida. Sólo nos queda la posibilidad de pasar a través de una dramática realidad de destrucción. La revolución que podemos teorizar, y de la cual además no estamos seguros, no es la revolución de ayer que se imaginaba un simple hecho, que podía además acaecer sólo en un día o en una hermosa tarde, sino un largo, trágico, cruento asunto que podrá pasar por procesos inimaginablemente violentos, inimaginablemente trágicos.

Y es hacia este tipo de realidad que nos acercamos. No porque este sea nuestro deseo, no porque nos gusta la violencia, la sangre, la destrucción o la guerra civil, las muertes, las violaciones, la barbarie, no es eso, sino porque es el único camino plausible, es el único que las transformaciones queridas por quien nos domina y por quien nos manda han hecho preciso. Se han dirigido ellos hacia este camino. No podemos ahora sólo con un simple vuelo de nuestro deseo, una simple imaginación, cambiar algo. Entonces, si en la teoría pasada, en la que existía aún una fuerte clase obrera, se nos podía ilusionar con aquel pase, se nos organizaba en consecuencia. Por ejemplo, las hipótesis organizativas del anarco-sindicalismo preveían un fuerte movimiento sindical que, penetrando en la clase obrera y organizándola casi en su totalidad, realizase esa expropiación y ese pase. No estando ya este sujeto colectivo que probablemente ha sido mítico desde su nacimiento, y que en cualquier caso ahora no existe ni siquiera en su misma visión mítica transcurrida, ¿Que sentido tendría, y que sentido tiene, un movimiento sindical anarco-sindicalista? Ningún sentido.

Por lo tanto la lucha debe partir de otros sitios, debe partir con otras ideas y debe partir con otros métodos. De ahí que nosotros hayamos desarrollado desde hace aproximadamente quince años una crítica del sindicalismo y del anarco-sindicalismo, de ahí que nosotros seamos y nos definamos anarquistas insurreccionalistas. No porque pensemos que la solución sean las barricadas. Las barricadas quizá pueden ser una trágica consecuencia de nuestras elecciones, sino que somos insurreccionalistas porque pensamos que la acción del anarquismo debe necesariamente afrontar problemas gravísimos, nos deseados por los anarquistas, pero que son impuestos por la realidad que los dominadores han construido, y que no podemos eliminar con un simple vuelo de nuestro deseo.

Una organización anarquista que se proyecta hacia el futuro debería consecuentemente ser más ágil. No puede presentarse con las características pesadas, cuantitativamente pesadas, de las estructuras del pasado. No puede presentarse a través de una dimensión de síntesis, como por ejemplo la organización del pasado cuya estructura organizativa anarquista pretendía reasumir la realidad en su propio interior a través de determinadas “comisiones” que trataban los varios problemas, comisiones que después tomaban sus propias decisiones en un congreso periódico anual que se pronunciaba sobre la base de tesis que probablemente se remontaban al siglo pasado. Todo esto tuvo su época, no porque haya pasado un siglo desde que fue ideado, sino porque la realidad ha cambiado.

De ahí que nosotros sostengamos la necesidad de la formación de pequeños grupos basados en el concepto de afinidad, grupos incluso minúsculos que están constituidos por pocos compañeros que se conocen, que profundizan en ese conocimiento, porque no puede haber afinidad si no nos conocemos. Nos podemos reconocer como afines sólo profundizando precisamente los elementos que determinan las diferencias, frecuentándose. Este conocimiento es un hecho personal, pero es también un hecho de ideas, de debates, de discusiones. Mas, en vigor del primer discurso que hemos hecho esta tarde, si se acuerdan, no hay profundización de ideas que no sea igualmente práctica de cosas a hacer juntos, de acciones, de realizaciones de hechos. Por lo tanto entre la profundización de ideas y la realización de los hechos hay un continuo trasvase mutuo.

Un pequeño grupo constituido por compañeros que se conocen y que se identifican a través de una afinidad, un pequeño grupo que se reuniese solo para soltar cuatro chismes por la tarde sería un grupo no de afinidad sino un grupo de simpáticos socios que reuniéndose por la tarde pueden hablar de cualquier cosa. Por el contrario un grupo que se reúne para discutir pero que discutiendo se coloca en conjunto para hacer y que haciendo contribuye a desarrollar la discusión que llevada adelante se transforma en otras ocasiones de hacer, éste es el mecanismo de los grupos de afinidad. ¿Cuál puede ser después el modo en que a los grupos de afinidad les sea posible entrar en contacto con otros grupos de afinidad respecto a los cuales no es necesario el conocimiento profundo que por el contrario es indispensable dentro de cada grupo? Este contacto puede ser asegurado por la organización informal.

¿Pero qué es una organización informal? Entre los diversos grupos de afinidad que entran en contacto entre si, para intercambiarse ideas y hacer cosas conjuntamente, puede haber una relación de naturaleza informal y consecuentemente la construcción de una organización, incluso amplísima a nivel territorial, incluso de decenas y, por qué no, de centenares de organizaciones, de estructuras, de grupos, que tienen una característica informal que es siempre justamente la discusión, la periódica profundización de problemas, de las cosas a hacer juntos, y cosas así. Esta estructura organizativa del anarquismo insurreccional es diferente de la organización de la que habíamos discutido antes a propósito de las formas del anarco-sindicalismo.

Pero este análisis de las formas organizativas, dicho acá en pocas palabras, merecería una profundización, cosa que no puedo hacer aquí, en el ámbito de una conferencia. Una organización de este tipo, en efecto, quedaría a mi modo de ver sólo como un hecho interno al movimiento si no se realizase también en relaciones con el exterior, esto es a través de la construcción de grupos de referencia externos, de núcleos externos basados también en una característica informal. No es necesario que estos grupos de base estén constituidos sólo por anarquistas: en su interior podrá participar la gente que tiene intención de luchar para alcanzar la determinados objetivos, aunque sean circunscritos, a condición de que estén basados en algunas condiciones esenciales. Primero de todo la “conflictividad permanente”, es decir grupos que tienen la característica de atacar la realidad en la que se encuentran, sin esperar la orden de alguien. Después la característica de ser “autónomos”, esto es de no depender ni relacionarse con partidos políticos u organizaciones sindicales. Por último la característica de afrontar los problemas uno cada vez y no de proponer plataformas sindicales genéricas que inevitablemente se traducirían en la gestión de un mini-partido o un pequeño sindicato alternativo. El resumen de estas tesis puede parecer más bien abstracto y es por eso que antes de concluir quiero poner un solo ejemplo para que en la práctica algunas de estas cosas se entiendan mejor.

En el intento que se hizo, en los primeros años ochenta, buscando impedir la construcción de la base de misiles americana en Comiso fue aplicado un modelo teórico de este tipo. Los grupos anarquistas que intervinieron a lo largo de dos años construyeron las “ligas autogestionadas”. Estas ligas autogestionadas eran precisamente grupos no anarquistas que operaban en el territorio y que tenían como único objetivo el de impedir la construcción de la base destruyendo el proyecto en curso de realización.

Las ligas eran por lo tanto núcleos autónomos con las siguientes características: tenían como único fin el de atacar y destruir la base. Por lo tanto no tenían una serie de problemas, porque si se hubiesen propuesto una serie de problemas se habrían convertido en grupos de sindicalistas con el objetivo, pongamos, de la defensa del puesto de trabajo, o de encontrar un trabajo, o quizá de resolver otros problemas inmediatos. En vez de eso tenían como fin sólo el de destruir la base. La segunda característica era la conflictividad permanente, esto es desde el primer momento en que estos grupos fueron constituidos (no eran grupos anarquistas, sino grupos de personas en los cuales había también anarquistas) desde el primer momento en que fueron constituidos, decía, estos grupos entraron en conflicto con todas las fuerzas que querían construir la base, sin que esta conflictividad fuese determinada o declarada por organismos representativos o responsables de los grupos mismos. Y la tercera característica era la autonomía de estos grupos, es decir que estos no dependían ni de partidos, ni de sindicatos ni similares. Las vicisitudes de la lucha contra la construcción de la base en parte son conocidas, en parte no y no se si viene al caso retomar acá su historia, quería sólo referirme a ésta a título de ejemplo.

Por lo tanto el anarquismo insurreccionalista debe superar un problema esencial, para ser tal debe superar un límite, si no sólo queda la hipótesis del anarquismo insurreccionalista. Esto es, los compañeros que forman parte de los grupos de afinidad y que por lo tanto han operado lo que decíamos antes, aquella insurrección de naturaleza personal, aquella iluminación que dentro de nosotros produce las consecuencias de una idea fuerte que se contrapone a la verborrea de las opiniones, aquí, estos compañeros, entrando en relación con otros compañeros, también de otros sitios, a través de una estructura de tipo informal, hasta ese punto han realizado sólo una parte del trabajo. En un cierto punto deben decidirse, deben superar esta línea de demarcación, deben dar un paso del que después no es fácil dar marcha atrás. Deben entrar en relación con personas que no son anarquistas, en función de un problema que es intermedio, que está circunscrito (la destrucción de la base de Comiso, por cuanto fantástica esta idea pudiese ser, o interesante, o simpática, evidentemente no era la anarquía, no era a buen seguro la realización de la anarquía). ¿Qué habría sucedido si realmente se hubiese alcanzado a entrar en la base y destruirla? Yo no lo sé. Probablemente nada, probablemente todo. No lo se, no se puede saber, nadie puede saberlo. Pero la belleza de la realización de aquel hecho destructivo no se halla en sus posibles consecuencias.

Los anarquistas no aseguran nada de las cosas que hacen, sino que identifican las responsabilidades de las personas y las responsabilidades de estructuras, por lo tanto en base a una decisión se determinan a la acción y desde ese momento en adelante se sienten seguros de sí, porque aquella idea de justicia que actúa dentro de ellos ilumina la acción, hace ver las implicaciones de una persona, de más personas, de una estructura, de más estructuras y por lo tanto las consecuencias de estas implicaciones. Aquí se coloca la determinación de actuar de los anarquistas.

Sin embargo una vez que actúan junto a otras personas, deben también tratar de construir organismos sobre el territorio, esto es organismos que tengan la capacidad de aguantarse, de causar consecuencias en la lucha contra el poder. No debemos olvidar en efecto, y es importante esta reflexión, que el Poder tiene su reslización en el espacio, es decir, el Poder no es una idea abstracta. El control no sería posible si no estuvieran los cuarteles de policía, si no estuvieran las cárceles. El Poder legislativo no sería posible si no estuviera el Parlamento, si no estuvieran los parlamentitos regionales. El poder cultural que nos oprime, que construye la opinión, no sería posible si no estuvieran las escuelas o las universidades.

Ahora, las escuelas, las universidades, los cuarteles, las cárceles, las industrias, las fábricas, son lugares que se materializan en el territorio, son zonas acotadas en las que nosotros podemos movernos sólo si aceptamos determinadas condiciones, o sea si aceptamos el juego de las partes. Estamos aquí dentro porque hemos aceptado el juego de las partes, en caso contrario no habríamos podido entrar. Esto es interesante. Podemos utilizar incluso estructuras de este tipo, pero en el momento del ataque estos lugares nos son prohibidos. Si entrásemos aquí con la intención del ataque, la policía nos lo habría impedido, me parece claro.

Ahora, ya que el poder se realiza en el espacio, la relación del anarquista con el espacio es importante. Ciertamente la insurrección es un hecho individual y por lo tanto, en aquel sitio recóndito de nosotros mismos, por la tarde cuando nos estamos adormeciendo pensamos “…bueno, a fin de cuentas las cosas no van tan mal”, porque uno se siente en paz consigo mismo y se duerme. Aquí está, en este lugar particular que está privado de espacio, nos movemos como queremos. Pero después debemos además transitar nosotros mismos por el espacio de la realidad y el espacio, si lo piensan bien, está casi exclusivamente bajo la tutela del Poder. Consecuentemente, moviéndonos en el espacio, llevamos con nosotros estos valores de insurrección, estos valores revolucionarios, estos valores anarquistas y los medimos en un enfrentamiento en el que no estamos sólo nosotros.

Debemos localizar pues los que son los objetivos significativos y si éstos están y, mira por dónde, estos objetivos están siempre y por doquier, contribuir a crear las condiciones para que la gente, los explotados, sobre cuya piel aquellos objetivos están prosperando, hagan algo para impedirlos.

Este proceso revolucionario, según lo veo yo, es de naturaleza insurreccional. No tiene un fin (esto es importante) de naturaleza cuantitativa, porque la destrucción del objetivo o el impedimento del proyecto no puede ser medido en términos cuantitativos. Sucede que se me viene a decir: “Pero cuantas luchas hemos hecho en los últimos veinte, treinta años” y en cuántas ocasiones he hecho este discurso también yo mismo y cuántas veces me he oído decir: “¿Pero qué resultado hemos obtenido?” Incluso cuando se ha hecho algo, la gente después ni siquiera se acuerda de los anarquistas.? “¿Los anarquistas? ¿Pero quiénes son estos anárquicos, los monárquicos? Quizá los del rey”. Las personas no se acuerdan bien. ¿Pero qué importancia tiene.? No es de nosotros que se deben acordar, sino que deben acordarse de su lucha, porque la lucha es suya. Nosotros somos una ocasión en la lucha. Nosotros somos un algo más.

En la sociedad liberada, en la anarquía ya llevada a término, o sea en una dimensión del todo ideal, los anarquistas, que en cambio son indispensables en la lucha social a todos niveles, entonces tendrían sólo el papel de llevar siempre más allá las luchas, eliminando incluso las más mínimas trazas de poder y perfeccionando cada vez más la tensión hacia la anarquía. Los anarquistas son los habitantes de un planeta incómodo en todos los casos, porque cuando la lucha va bien se les olvida, cuando la lucha va mal se les acusa de ser los responsables, de haber llevado la lucha de mala manera, de haberla llevado a un mal desenlace. Ninguna ilusión entonces respecto a posibles resultados cuantitativos: si la lucha que es realizada desde un punto de vista insurreccional es correcta, va bien, y los resultados, si los hay pueden ser útiles para la gente que la ha realizado, no desde luego para los anarquistas. No hace falta caer en la equivocación, en la que desgraciadamente muchos compañeros han caído, de pensar que el resultado positivo de la lucha pueda traducirse en un crecimiento de nuestros grupos, porque esto no es cierto, porque esto se traduce sistemáticamente en una desilusión. El crecimiento de nuestros grupos, y el crecimiento de compañeros desde un punto de vista numérico, son cosas importantes pero no pueden llegar mediante los resultados obtenidos, cuanto más bien por la construcción, la formación de aquellas ideas de fuerza, de aquellas dilucidaciones de las que hablábamos antes. Los resultados positivos de las luchas y el crecimiento también numérico de nuestros grupos son dos cosas que no pueden ligarse por un proceso de causa y efecto. Pueden estar en conexión entre ellas, pueden no estarlo.

Quisiera decir aún dos palabras antes de concluir. He hablado de qué es el anarquismo, de qué es la democracia, de cuales son los equívocos que nos son colocados continuamente enfrente, de las formas en que se está transformando la estructura de poder que llamamos capitalismo moderno, capitalismo post-industrial, de unas estructuras de lucha de los anarquistas que hoy no son ya aceptables, del modo en el que hoy nos podemos contraponer a las que son las realidades de poder, y finalmente he hablado de las diferencias entre el anarquismo tradicional y el anarquismo insurreccional de hoy.

Agradezco su atención.

Alfredo Maria Bonanno

Cúneo, 28 enero 1995


[1] Craxi: ex secretario general del PSI (Partido Socialista Italiano), ex jefe de gobierno, implicado en muchos juicios por financiación ilícita del partido, corrupción, etc. Ya condenado, en algún juicio, por la justicia italiana (8 años), se encontraba bajo varias órdenes de busca y captura. Falleció recientemente después de vivir varios años de “exilio” en su lujosa villa de Hammamet, cerca de Túnez.

[2] Andreotti: miembro destacado de la DC (Democracia Cristiana) en los últimos 50 años. Varias veces jefe de gobierno, senador vitalicio, relacionado, durante el curso de su carrera, en decenas de sucesos oscuros desde la corrupción al asesinato, la asociación mafiosa y al intento de golpe de Estado. Siempre ha salido absuelto en los juicios. En el momento de darse esta charla tenía otro juicio: estaba acusado de ser quien ordenó el asesinato del periodista Pecorelli y, otra vez, de asociación mafiosa.

[3] Riina: actualmente en la cárcel, está considerado, por los media y los jueces, el jefe supremo de Cosa Nostra (mafia siciliana). Fugitivo por decenas de años, ahora, algunos arrepentidos mafiosos lo relacionan con Andreotti. Al parecer los dos han sido vistos besarse en las mejillas, en el ritual mafioso sinónimo de hermandad y complicidad entre jefes.

[4] Di Pietro: ex policía, ha sido el fiscal más destacado del equipo de “Mani Pulite” de Milán, el organismo que primero empezó a derribar el imperio del PSI. Exaltado por la muchedumbre como el salvador de la nación, dejó la fiscalía para entrar en política y ha sido ministro de obras públicas del gobierno durante unos meses, hasta que él mismo se ha visto involucrado en juicios por corrupción.

[5] Borrelli: fiscal jefe de Milán, coordinador del equipo de “Mani Pulite”.

El presente texto es la transcripción de una conferencia titulada “Anarquismo y Democracia”, celebrada en Cúneo (Italia) el 28 de enero por Alfredo M. Bonanno en la sala de reuniones del liceo científico “G. Peano”.

Algunas notas sobre anarquismo insurreccional

El anarquismo insurreccionalista no es una solución ideológica a todos los problemas sociales, no es un artículo del mercado capitalista de las ideologías y opiniones, sino una praxis continua que tiene como objetivo acabar con la dominación del Estado y la continuidad del capitalismo, y que requiere para avanzar del análisis y la discusión.

No buscamos una sociedad ideal u ofrecer una imagen de utopía para consumo público. A lo largo de la historia, la mayoría de las anarquistas, excepto aquellas que creen que la sociedad puede evolucionar hasta el punto de dejar al estado al margen, han sido anarquistas insurreccionalistas. De una forma más simple, esto quiere decir que creemos que el estado no va simplemente a desaparecer, por lo que las anarquistas deben atacarle para que sea derrotado; lo que se necesita es un amotinamiento expansivo y la propagación de la subversión entre las explotadas y excluidas.

En este texto aclaramos algunas ideas que nosotras y otras anarquistas insurreccionalistas hemos trazado a partir de este problema general: si el Estado no va a desaparecer por sí mismo, ¿cómo podemos entonces acabar con su existencia? Es por consiguiente, en primer lugar una práctica enfocada a la organización del ataque. Estas notas no son un producto cerrado o finalizado; esperamos que sean parte de una discusión continua por lo que serán bienvenidas las respuestas. La mayoría de estos apuntes proceden de números antiguos de la revista Insurrection y de panfletos de Elephant Editions.

1. EL ESTADO NO VA A DESAPARECER; DEBEMOS ATACAR

– El Estado del capital no va a “esfumarse”, como parece ser que muchas anarquistas creen al no sólo atrincherarse en posiciones abstractas de “espera”, sino incluso posicionándose claramente en contra de los actos de aquellas para quienes la creación de un nuevo mundo depende de la destrucción del viejo. El ataque es el rechazo a la mediación, al apaciguamiento, al sacrificio, a la acomodación y a la transigencia.

– Es a través de la acción y de aprender a actuar, y no de la propaganda, como abriremos camino hacia la insurrección, a pesar de que la propaganda tenga un papel importante en la clarificación de cómo actuamos. Esperar sólo enseña a esperar; actuando una aprende a actuar.

– La fuerza de una insurrección es social, no militar. La medida para evaluar la importancia de una revuelta generalizada no es la clase armada, sino por el contrario la dimensión de la parálisis de la economía, de la normalidad.

2. AUTO-ACTIVIDAD versus revuelta dirigida: de la insurrección a la revuelta.

– Como anarquistas, la revolución es nuestro punto constante de referencia. Precisamente porque es un evento concreto, debe ser construido diariamente a través de un gran número de modestos intentos que no tienen todas las características liberadoras de una revolución social en un sentido estricto. Estos intentos modestos son insurrecciones. En ellos, el alzamiento de la mayor parte de las explotadas y excluidas de la sociedad y las minorías sensibilizadas políticamente abre el camino hacia que una posible implicación de estratos cada vez más amplios de explotadas genere un flujo de rebelión que pueda conducir a la revolución.

– Las luchas deben desarrollarse, tanto a largo plazo como intermedio. Es necesario el planteamiento de estrategias claras para permitir así la utilización de métodos diferentes de una manera coordinada y productiva.

– Acción autónoma: la autogestión de la lucha significa que aquellas que luchan son autónomas en la toma de decisiones y en sus actos; justamente lo opuesto a una organización de síntesis que siempre intenta tomar el control de la lucha. Las luchas sintetizadas dentro de una única organización que las controle son fácilmente integradas dentro de las estructuras de poder de la sociedad actual. Las luchas auto-organizadas son por naturaleza incontrolables cuando se esparcen a través del contorno social.

3. DESCONTROL versus revuelta controlada: la propagación del ataque.

– Nunca es posible conocer el resultado de una lucha concreta por adelantado. Incluso una lucha parcial puede llegar a tener las consecuencias más inesperadas. El camino desde varias insurrecciones que puedan tener lugar -parciales y específicas- hasta la revolución, no puede estar garantizado de antemano por ninguna estrategia a seguir.

– Lo que el sistema teme no son estos actos de sabotaje en sí mismos, si no que se extiendan socialmente. Cada individuo proletarizado que dispone incluso de los métodos más modestos puede alcanzar sus objetivos, solo o junto a otros. Es materialmente imposible para el Estado y el capital vigilar el aparato de control que opera sobre todo el territorio social. Cualquiera que quiera realmente combatir las redes del control, puede llevar a cabo su propia contribución teórica y práctica. La aparición de los primeros eslabones rotos coincide con la propagación de los actos de sabotaje. La práctica anónima de la auto liberación social puede expandirse hacia todos los campos, rompiendo así los códigos de prevención introducidos en su lugar por el poder.

– Las pequeñas acciones, por consiguiente, fácilmente reproducibles, requieren de métodos no sofisticados al alcance de cualquiera, son por su simplicidad y espontaneidad incontrolables. Por ello se mofan incluso de los desarrollos tecnológicos más avanzados de la contra-insurgencia.

4. CONFLICTIVIDAD PERMANENTE versus mediación con las fuerzas institucionales.

– La conflictividad debe verse como un elemento permanente en la lucha contra aquellos que tienen el poder. Una lucha que pierda este elemento termina empujándonos hacia la mediación con las instituciones, creciendo acostumbrados al hábito de delegar y creyendo en una emancipación ilusoria consumada por decreto parlamentario, hasta el punto de llegar a participar activamente en nuestra propia explotación.

– Deberían quizá ser razones individuales las que nos hicieran dudar sobre el intento de alcanzar nuestros propios objetivos con métodos violentos. Pero cuando la no-violencia viene a ser elevada al nivel de principio de no-violencia y la realidad está dividida entre “buenos” y “malos”, los argumentos dejan de tener valor, y todo se ve en términos de sumisión y obediencia. Los dirigentes del movimiento anti-globalización, a través del distanciamiento y denunciando a otras, han dejado claro una cuestión: que entienden sus principios como una demanda de poder sobre el movimiento como un todo.

5. ILEGALIDAD; la insurrección no es solamente robar bancos.

– El anarquismo insureccionalista no es una ética de la supervivencia: todas sobrevivimos de varias formas, a menudo en compromiso con el capital, dependiendo de nuestra clase social, nuestro talento o nuestros gustos. Naturalmente no nos oponemos al uso de métodos ilegales para liberarnos de las cadenas del trabajo asalariado para así vivir y poder realizar nuestros proyectos, no obstante no divinizamos la ilegalidad ni la transformamos en algún tipo de religión con sus mártires; es simplemente un método y a menudo un método adecuado.

6. ORGANIZACIÓN INFORMAL; sin revolucionarias o activistas profesionales, sin organizaciones permanentes.

De los partidos/sindicatos a la autoorganización:

– Dentro del movimiento revolucionario existen diferencias muy profundas: la tendencia anarquista hacia la calidad de la lucha y su autoorganización y la tendencia autoritaria hacia la cantidad y la centralización.

– La organización se emplea para tareas concretas: por ello estamos en contra de los partidos, sindicatos y de las organizaciones permanentes, todos ellos actúan para sintetizar la lucha y convertirla en elementos de integración para el capital y el Estado. Su fin pasa a ser su propia existencia, en el peor de los casos primero construyen la organización y después encuentran o crean la lucha. Nuestra tarea es actuar; la organización es sólo un método. Por ello nos oponemos a la delegación de la acción o de la práctica a una organización: necesitamos generalizar la acción que nos dirija hacia la insurrección, no controlar las luchas. La organización no debe servir para la defensa de ciertos intereses, sino para atacar ciertos intereses.

– La organización informal se basa en un número de compañeras unidas por la afinidad; su elemento propulsor es siempre la acción. Cuanto mayor sea el número de problemas, estas compañeras los enfrentarán como una unidad, aumentando así su afinidad. Sabemos que la organización real, la capacidad efectiva de actuar juntos, sabiendo donde encontrar al otro, analizando y estudiando los problemas juntos, pasando a la acción, todo tiene lugar en función de la afinidad alcanzada y no tiene nada que ver con programas, plataformas, banderas o partidos más o menos camuflados.

La organización anarquista informal es por lo tanto una organización singular que se aglutina entorno a una afinidad común.

La minoría anarquista y los explotados y excluidos:

Nosotras somos las explotadas y excluidas, y por eso nuestra labor es actuar. Aunque algunos critiquen que toda acción que no es parte de un movimiento social visible y amplio sea “actuar en nombre del proletariado”. Por ello, aconsejan analizar y esperar, en lugar de actuar. Supuestamente, nosotras no somos explotadas al lado de explotadas; nuestros deseos, nuestra rabia y nuestra impotencia no son parte de la lucha de clases. Esto no es más que otra separación ideológica entre los explotados y los subversivos.

– La minoría anarquista activa no es esclava de los números sino que continúa actuando contra el poder incluso cuando el conflicto de clases se encuentra a un bajo nivel dentro de los explotados de la sociedad. La acción anarquista no debe en consecuencia
aspirar a organizar y proteger al conjunto de la clase explotada, en una amplia organización para presenciar la lucha desde el principio hasta el final, sino que debería identificar los aspectos individuales de la lucha y tenerlos en cuenta en sus conclusiones de ataque. También, debemos alejarnos de la imagen estereotipada de las grandes luchas de masas y del concepto del crecimiento infinito de un movimiento que está para dominar y controlarlo todo.

– La relación con la multitud de explotadas y excluidas, no puede ser estructurada como algo que debe resistir el paso del tiempo, es decir basarse en el crecimiento sin fin y en la resistencia contra el ataque de los explotadores. Debe tener una dimensión específica más reducida, una que sea decididamente una relación de ataque y no de retaguardia.

– Podemos comenzar a construir nuestra lucha de tal manera que las condiciones de la revuelta puedan emerger y el conflicto latente pueda desarrollarse y sacarse hacia el exterior. De esta manera se establece un contacto entre la minoría anarquista y la situación específica donde puede desarrollarse la lucha.

7. LO INDIVIDUAL Y LO SOCIAL: individualismo y comunismo, un falso problema.

– Tomamos lo mejor del individualismo y lo mejor del comunismo.

– La insurrección comienza con el deseo de los individuos de romper con las circunstancias forzadas y reguladas, el deseo de reapropiar la capacidad de crear nuestra propia vida como creamos adecuado. Esto requiere que venzan la separación existente entre ellos y sus condiciones de existencia. En el lugar donde unos pocos, los privilegiados controlen las condiciones de existencia, no será posible para la mayoría de los individuos decidir realmente su existencia en base a sus decisiones. La individualidad sólo puede proliferar donde la paridad de acceso a a las condiciones de existencia son una realidad social. Esta igualdad de acceso es el comunismo; lo que los individuos hacen con ese acceso está limitado por ellos mismos y por aquellos que le rodean. De tal manera que no hay igualdad o identidad de los individuos implícita en el comunismo verdadero. Lo que nos fuerza a buscar una identidad o la igualdad son los roles sociales impuestos por el sistema actual. No hay contradicciones entre individualidad y comunismo.

8. NOSOTRAS SOMOS LAS EXPLOTADAS, somos la contradicción: no es tiempo de esperar.

– Ciertamente el capitalismo contiene profundas contradicciones que lo empujan hacia metodologías de adaptación y evolución, dirigidas hacia la evasión de las crisis periódicas que le afligen; pero no podemos permanecer pasivos en espera de esas crisis. Cuando ocurran serán bienvenidas si favorecen el proceso insureccional. Como explotados, sin embargo, somos la principal contradicción del capitalismo. Por ello cualquier momento es siempre el adecuado para la insurrección, precisamente por ello podemos percibir que la humanidad podría haber acabado con la existencia del Estado en cualquier momento de su historia. Una ruptura en la reproducción continua de este sistema de explotación y opresión ha sido siempre posible.

Revista Killing King Abacus #2

Partido anarquista y plataformismo

El anarquismo es un movimiento -es decir, una multiplicidad de tendencias- cuyo fin general es fundar una sociedad sin explotados ni oprimidos, aboliendo toda forma de gobierno y de propiedad de los medios de producción, eliminando las clases sociales y sus privilegios, las desigualdades raciales, sexuales, económicas, políticas y sociales. Este esbozo descriptivo comprende a la mayoría de las tendencias que se denominan anarquistas: individualistas, organizacionistas, comunistas, colectivistas, plataformistas, anarcosindicalistas, etc. No obstante este carácter movimientista inherente al anarquismo, algunas tendencias tienen una visión no tan inclusiva, sino que apuntan a la conformación de una organización anarquista de tipo partidaria: un partido anarquista.

Estas propuestas toman generalmente como punto de partida a la Plataforma Organizativa que allá por los años ’20 pergeñaran en el exilio Makhno, Archinov y otros destacados militantes anarquistas rusos, que habían logrado salir de la Rusia bolchevique. Este documento proponía la reorganización del anarquismo en Rusia incorporando –sin reconocerlo- elementos de neto corte leninista, con la intención de superar los errores que habían llevado a la derrota anarquista frente a la preponderancia bolchevique durante la Revolución Rusa. Dentro de esta línea plataformista se destacan el Workers Solidarity Movement de Irlanda y la NEFAC norteamericana, siendo algunos de sus referentes más conocidos en América Latina la Alianza de los Comunistas Libertarios de México, la Organización Comunista Libertaria de Chile, la Federación Anarquista Gaucha brasileña y la OSL argentina. Pero también han habido en los ‘60 y ‘70 otras tendencias que sin reconocerse abiertamente plataformistas, han esbozado un sendero paralelo influenciados por la revolución cubana. El principal referente de esta línea ha sido la Federación Anarquista Uruguaya, organización paradigmática y fuente de inspiración de organizaciones anarco-marxistas y anarquistas de estilo partidario, como fue el caso en Argentina de Resistencia Libertaria, así como de varias organizaciones plataformistas.

En la mayoría de estas tendencias y organizaciones existen ciertos presupuestos compartidos, patrones comunes y elementos afines, que permiten englobarlas como una única corriente. Su elemento más destacado es la concepción de que la revolución anarquista debe ser propulsada por organizaciones de tipo partidario. Esta concepción ha sido justificada desde diversos ángulos y con argumentaciones diferentes, no siempre congruentes entre sí. De todos modos, los puntos en común prevalecen por sobre las diferencias, que parecen más bien matices de un mismo color.

Provisoriamente digamos que, entendemos por partido político a un grupo de personas conformando una organización política adscripta a una ideología y con un programa de acción, cuya finalidad es la toma del poder político, es una organización independiente del Estado y tiene como pretensión ser representante de la voluntad general y los intereses de la mayoría. El partido político se nos presenta como un vehículo de transformación social, como un medio  para alcanzar un fin (el gobierno). La concepción del partido anarquista se ajusta a los parámetros generales de los partidos políticos en lo teórico, salvo en lo que respecta a la toma del poder político; el medio de transformación social es la organización partidaria, que establecería la dirección revolucionaria. Frente a esta concepción representativa, directiva, externa y mediadora del plataformismo y el anarco-partidismo, se erige la mayor parte del movimiento anarquista en todas sus otras vertientes. A continuación, examinaremos algunos de los presupuestos básicos y argumentos que estas tendencias utilizan para justificar la necesidad organizarse bajo la forma de partido.

[…]

En el comienzo, La Plataforma.

Se puede afirmar que prácticamente todas las variantes de anarco-leninismo, anarco-bolchevismo y anarco-partidismo tienen su origen en la Plataforma Organizativa de los Comunistas Libertarios que publicaran en 1926 los anarquistas ucranianos y rusos exiliados en París, y que se agrupaban alrededor del periódico bimestral Dielo Truda (La Causa de los Trabajadores). Los dos integrantes más notorios del grupo eran Piotr Archinov y Néstor Makhno, el célebre comandante guerrillero ucraniano.

Si bien el documento fue firmado por el colectivo editorial de Dielo Truda, fue redactado prácticamente en su totalidad por Piotr Archinov, lo cual se desprende de cotejar la redacción del texto de La Plataforma con otros de sus artículos. Igualmente el programa redactado por Archinov reflejaba sinceramente la posición de todo el colectivo  editorial de Dielo Truda, que acostumbraba a firmar también como Grupo de Anarquistas Rusos en el Extranjero. En realidad la publicación del panfleto fue la presentación oficial de una serie de artículos y discusiones previas donde se analizaban las causas de la derrota del movimiento anarquista ruso por los bolcheviques y se criticaba con rudeza la propuesta de conformar organizaciones mixtas y de síntesis, es decir, que agruparan en su interior las tres corrientes principales del pensamiento anarquista, y que había sido patrocinada por Volin, Sebastián Faure y otros anarquistas de renombre. Esta situación llevó a una agria disputa entre Volin, Fleshin y otros anarquistas rusos con Archinov, Makhno y el grupo Dielo Truda, que no estaría exenta de difamaciones e injurias entre sus protagonistas. Las críticas hacia la Plataforma fueron contundentes e involucraron a las figuras más prominentes del anarquismo internacional, baste mencionar a Errico Malatesta, Luigi Fabbri, Camilo Berneri, Sebastián Faure, Max Nettlau, Alexander Berkman y Emma Goldman. Veamos entonces qué era lo que proponía la Plataforma Organizativa que provocó una reacción tan encendida.

Las propuestas de La Plataforma Organizacional

El documento que publicó Dielo Truda comenzaba afirmando que la debilidad del movimiento anarquista internacional se debía a

“un número de causas, de las cuales la más importante, la principal, es la ausencia de principios y prácticas organizativas en el movimiento anarquista. En todos los países, el anarquismo está representado por una serie de organizaciones locales que advocan teorías y prácticas contradictorias, sin tener perspectivas de futuro, ni una constancia en el trabajo militante, y habitualmente desapareciendo , dejando difícilmente la más mínima huella tras de sí. Tomado como un todo, tal estado del anarquismo revolucionario sólo puede ser descrito como «desorganización crónica». Como la fiebre amarilla, esta enfermedad de desorganización se introdujo en el organismo del movimiento anarquista y le ha sacudido por docenas de años. (…)

Fue durante la Revolución Rusa de 1917 que la necesidad de una organización general fue sentida más hondamente y más urgentemente. Fue durante esta revolución que el movimiento libertario mostró el más alto grado de seccionalismo y confusión.”

Sostenían que este estado caótico se debía a una falsa interpretación del principio de individualidad, confundiéndolo con el egoísmo, la indiferencia política y la ausencia de responsabilidad. Todas estas afirmaciones si bien tenían su parte de verdad, eran generalizaciones que los autores de La Plataforma exageraban rabiosamente con el fin de reforzar su posición. Por otro lado, para hacer esta clase de generalizaciones se basaban en su propia experiencia del fracaso organizativo del movimiento anarquista ruso. No podría en verdad calificarse como un estado de “desorganización crónica” a la situación del movimiento anarquista en los países con fuerte tradición anarcosindicalista, siendo el caso más notable el de el movimiento español.

No solo los anarquistas individualistas eran blanco de las críticas del grupo Dielo Truda. También rechazaban el modelo organizativo propuesto por Volin y Faure, conocido como organizaciones de síntesis, que habían funcionado durante un tiempo en la revolución rusa como la Confederación Nabat y que también existían en países como Francia. Incluso los anarcosindicalistas fueron el blanco de sus críticas.

“Rechazamos como inepta, práctica y teóricamente, la idea de crear una organización con la receta de la “síntesis”, esto es, con reunir los representantes de diferentes tendencias del anarquismo. Tal organización, habiendo incorporado elementos heterogéneos teórica y prácticamente, sólo sería un ensamblaje mecánico de individualidades cada cual teniendo una diferente concepción de todas las cuestiones respecto al movimiento anarquista, un ensamblaje el cual llevaría inevitablemente a la desintegración en el encuentro con la realidad. El método anarcosindicalista no resuelve el problema de la organización anarquista, ya que no le da prioridad a este problema, interesándose solamente en penetrar y ganar fuerzas en el proletariado industrial.”

Proponían en cambio una unión general de anarquistas en base a posiciones precisas en lo táctico, teórico, organizativo y férreamente disciplinada  bajo el principio de responsabilidad colectiva, en base un programa definido y homogéneo. El objetivo del documento era establecer una plataforma mínima sobre la cual deliberar para dar forma a dicha organización. Los principales puntos que Archinov, Makhno y sus camaradas proponían como ineludibles eran:

1. La noción de lucha de clases como principal de la ideología anarquista. Es en esta afirmación donde la influencia de Archinov –quien había militado en las filas bolcheviques hasta 1906- se manifestaba en todo su peso. Además, se evidenciaban las influencias marxistas que convivían con su pensamiento anarquista, en una suerte de anarco-bolchevismo no declarado.

“En el dominio social toda la historia humana representa una cadena ininterrumpida de luchas de las masas laboriosas por sus derechos, libertad y por una mejor vida. En la historia de la sociedad humana esta lucha de clases ha sido siempre el factor primario que determinó la forma y estructura de estas sociedades. El régimen social y político de todos los Estados es por sobre todo el producto de la lucha de clases. La estructura fundamental de toda sociedad nos muestra el estado que alcanzó y en que se encuentra en la lucha de clases. El más mínimo cambio en el curso de la lucha de clases, en la posición relativa de las fuerzas en la lucha de clases, produce modificaciones continuas en el tejido y estructura social. Tal es el alcance y significado universal, general de la lucha de clases en la vida de las sociedades de clases.”

Esta postura no se diferencia de la famosa afirmación del Manifiesto Comunista de Marx y Engels acerca de que la Historia de la humanidad es la Historia de la lucha de clases entre explotadores y oprimidos. Si bien esta es una verdad indiscutible, no es menos cierto que esa no es toda la verdad, sino que más bien es una versión extremadamente estrecha, determinista y reduccionista de la Historia. Esta actitud favorable a un clasismo restringido mayormente a la clase obrera urbana e industrializada, revelaba una cierta estrechez de miras, restando importancia a la situación campesina en un país con población mayoritariamente rural. No obstante, en La Plataforma las alusiones a la clase trabajadora suelen ser confusas y cambiantes, porque a veces parece referirse a la clase obrera específicamente, mientras que en otros casos lo hace en un sentido más amplio, que incluiría a los campesinos y asalariados en general,  o como referencia genérica a las masas laboriosas.

2. La idea de las masas como portadoras de una capacidad creativa y anárquica natural. El anarquismo sería una actitud inherente a las masas, que los pensadores anarquistas, es decir, Bakunin, Kropotkin y otros, “habiéndola descubierto en las masas, simplemente ayudaron con la fuerza de su pensamiento y su conocimiento a especificarla y divulgarla”. El documento declara expresamente diferenciarse de los bolcheviques quienes “consideran que las masas poseen sólo instintos revolucionarios destructivos, siendo incapaces de la actividad creativa y constructiva- razón principal por la cual estas actividades deben ser concentradas en manos de los hombres que conforman el Estado y el Comité Central del Partido”. Esta tesis de los editores de Dielo Truda será incongruente con otras proposiciones que sustentarán en el mismo documento, y que no los diferencian de la reprochada visión de los bolcheviques.

3. El Comunismo Libertario como la idea troncal del movimiento. El grupo liderado por Archinov consideraba al individualismo anarquista como refractario a la organización, la disciplina y el compromiso, por lo cual sus adherentes ni siquiera eran tenidos en cuenta para la conformación de una Unión General de Anarquistas, mientras que el anarco-sindicalismo era considerado como un medio para llegar a un fin (el comunismo anarquista). Por eso creían –y no sin razones de peso- que era imposible llegar a una síntesis como la que proponía Volin, por ser arbitraria esta división del anarquismo en tres ramas (Dielo Truda Nº 10, marzo de 1926). Esta actitud de los plataformistas sería criticada por los propios anarco-comunistas como Luigi Fabbri, por pretender excluir del movimiento anarquista a todas las otras tendencias que no concordaban con la suya. Otro problema que generaba la adhesión excluyente al comunismo libertario era que fracasaba en su intento de unificar al movimiento, precisamente por no incluir a las otras tendencias, y entonces perdía su principal razón de existir. Recordemos que el documento sostenía que “las fuerzas de todos los militantes anarquistas deben estar orientadas hacia la creación de esta organización”, es decir, la Unión General de Anarquistas.

4. Conformar una Unión General de Anarquistas, fundada en la unidad ideológica, la unidad táctica y la responsabilidad colectiva; e implementar un programa de acción a cumplir. Esta era una de las cuestiones que generó mayores rechazos e impugnaciones. Estos tres puntos tan conflictivos eran definidos escuetamente por los plataformistas, y debieron ser ampliados en posteriores documentos. Los principios fundamentales de la organización de la Unión General de Anarquistas eran:

“1- Unidad Teórica: La teoría representa la fuerza que dirige las actividades de las personas y de las organizaciones a lo largo de un sendero definido hacia un determinado fin. Naturalmente, debe ser común a todas las personas y organizaciones adherentes a la Unión General, tanto en lo general como en sus detalles, deben estar en perfecto acuerdo con los principios teóricos profesados por la Unión.

2- Unidad Táctica o Método de Acción Colectivo: Del mismo modo, los métodos tácticos empleados por miembros separados y por las organizaciones en la Unión deben ser unitarios, esto es, estar en riguroso acuerdo tanto entre sí y con las teorías y tácticas generales de la Unión. Una línea táctica común en el movimiento es de decisiva importancia para la existencia de la organización y para el movimiento todo: remueve los desastrosos efectos de muchas tácticas en oposición unas con otras, concentra todas las fuerzas del movimiento, les da una dirección común llevando al objetivo fijado.

3- Responsabilidad Colectiva: La práctica de actuar bajo la única responsabilidad individual debe ser decisivamente condenada y rechazada en las filas del movimiento anarquista. Las áreas de la vida revolucionaria, social y política, son, por sobre todo, profundamente colectivas por naturaleza. La actividad social revolucionaria en estas áreas no puede estar basada en la responsabilidad personal de los militantes individuales. El órgano ejecutivo del movimiento anarquista general, la Unión Anarquista, tomando una línea firme en contra de la táctica del individualismo irresponsable, introduce en sus filas el principio de la responsabilidad colectiva: La Unión entera será responsable de la actividad política y revolucionaria de cada uno de sus miembros; del mismo modo, cada miembro será responsable de la actividad política y revolucionaria de la Unión como un todo.”

Un cuarto punto sostenía la necesidad del Federalismo, la independencia de los individuos y la descentralización, pero a continuación argumentaba que “con frecuencia el principio federativo se ha deformado en las filas anarquistas: ha sido reiteradamente entendido como el derecho, por sobre todo, a manifestar el «ego» individual, sin la obligación a los deberes de los cuales requiere la organización. Esta falsa interpretación, desorganizó a nuestro movimiento en el pasado. Es tiempo de ponerle fin en forma irreversible y firme. Federación significa el libre acuerdo de los individuos y organizaciones para trabajar colectivamente hacia un objetivo común.” Esta exagerada salvedad que hacían los plataformistas los habilitaba para afirmar que el único federalismo bien entendido era suyo.

5. Instauración de un Comité Ejecutivo; guía ideológica, vanguardismo, dirigismo y toma de decisiones con preponderancia de las mayorías. Aunque en La Plataforma se declara expresamente que no se aspira al poder político ni al gobierno, sino que la principal aspiración del anarquismo debe ser ayudar a las masas a lograr su emancipación para la construcción del socialismo, en seguida se contradice con esta afirmación y con la noción expresada anteriormente acerca de la capacidad natural creativa las masas:

“Pese a que las masas se expresan profundamente en los movimientos sociales en términos de las tendencias y principios libertarios, estas tendencias y principios, permanecen dispersos, descoordinados, y consecuentemente, no llevan a la organización del poder conductor de las ideas libertarias, el cual es necesario para preservar la orientación anarquista y los objetivos de la Revolución Social. Esta fuerza conductora teórica, sólo puede ser expresada por una colectividad especialmente creada por las masas para éste propósito. Los elementos anarquistas organizados constituyen exactamente ésta colectividad.

(…)En todas estas cuestiones, y en muchas otras, las masas demandan una clara y precisa respuesta por parte de los anarquistas. Y desde el momento en que los anarquistas declaran una concepción de la revolución y de la estructura de la sociedad, están obligados a dar a éstas cuestiones una clara respuesta, para relacionar la solución de estos problemas con la concepción general del comunismo libertario, y para abocar todas sus fuerzas para la realización de éste.

Sólo en este sentido la Unión General de Anarquistas y el movimiento anarquista completo aseguran su función como fuerza conductora teórica de la Revolución Social (subrayado nuestro).”

Son estas pretensiones de convertirse en una organización “creada por las masas” que actúe como guía teórica de las masas dispersas y desorganizadas, las cuales “demandan” una “clara y precisa respuesta” de los anarquistas, las que aproximan los planteos plataformistas con los leninistas. Aquí vemos reaparecer la función de la organización partidaria en toda su dimensión, como conductora del instinto revolucionario de las masas y como única línea teórica admisible. Esta idea de conducción y guía que proponían los plataformistas, se manifiesta en el formato organizativo centralizado en un comité ejecutivo de clara vocación jerárquica, en flagrante contradicción con los principios federalistas.

“Cada organización adherida a la unión representa una célula vital del organismo común. Toda célula debe tener su secretario, ejecutando y guiando teóricamente el trabajo político y técnico de la organización.

Con vista a la coordinación de las actividades de todas las organizaciones adherentes a la Unión, será creado un órgano especial: el comité ejecutivo de la Unión. El comité tendrá a su cargo las siguientes funciones: la ejecución de las decisiones tomadas por la Unión que se les haya confiado; la orientación teórica y organizacional de las actividades de los grupos aislados de forma consistente con las posiciones teóricas y con la línea táctica general de la Unión; la mantención de los lazos de trabajo y organizativos entre las organizaciones en la Unión y las otras organizaciones. “

La Unión General de Anarquistas n se diferenciaba mucho de cualquier partido político, salvo la expresa negativa a formar un gobierno, pero sin renunciar a un rol dirigente sobre las masas, sobre los sindicatos y consejos de trabajadores, mediante un comité ejecutivo centralizado.

6. El rol del sindicalismo. Para los plataformistas el sindicalismo era el principal medio de lucha, pero al no tener una teoría revolucionaria propia, era indispensable inclinarlo en una dirección libertaria. El anarcosindicalismo se presentaba a ojos de los plataformistas como incompleto e incapaz de anarquizar al movimiento obrero. La táctica de La Plataforma para los sindicatos no se diferenciaba de la aplicada por los partidos leninistas.

“La tarea de los anarquistas en las filas del movimiento de trabajadores revolucionarios puede sólo ser cumplida en condiciones tales que su trabajo se vea íntimamente ligado y asociado con la actividad de la organización anarquista por fuera del sindicato. En otras palabras, debemos ingresar al movimiento sindical revolucionario como una fuerza organizada, responsable de cumplir su trabajo en el sindicato ante la organización general de los anarquistas, y orientada por ésta última.

Sin restringirnos a la creación de sindicatos anarquistas, debemos buscar ejercer nuestra influencia teórica en todos los sindicatos, en todas sus formas (los IWW, las TU rusas). Sólo podemos alcanzar éste fin trabajando en grupos anarquistas rigurosamente organizados; pero nunca en pequeños grupos empíricos, sin ligazón organizativa ni acuerdo teórico entre ellos (subrayado nuestro).”

Esta propuesta no se diferencia del dirigismo que aplicaron los bolcheviques sobre los soviets, convirtiéndolos en apéndices del Partido Comunista. En otras palabras, los trabajadores no son quienes deciden libremente en condición de tales, sino que la línea es inducida, infiltrada o impuesta desde una organización exterior al gremio o al consejo obrero.

7. La cuestión de la Defensa de la Revolución. Basados en su experiencia durante la revolución rusa y su participación en la guerra revolucionaria en Ucrania, el grupo de Makhno y Archinov proponía la creación de un ejército para la defensa de la revolución contra la inevitable reacción de la burguesía.

“Como en todas las guerras, la guerra civil no puede ser emprendida por los trabajadores con éxito a menos que apliquen los dos principios fundamentales de toda acción militar: unidad en el plan de operaciones y unidad del mando común. El momento más crítico de la Revolución vendrá cuando la burguesía marche en contra de la revolución como fuerza organizada. Este momento crítico obliga a los trabajadores a adoptar éstos principios de la estrategia militar.

De tal modo, en vista de las necesidades impuestas por la estrategia militar, además de la estrategia de la contrarrevolución, las fuerzas armadas de la revolución deben estar inevitablemente basadas en un ejército general revolucionario con un mando común y con un plan de operaciones.”

En teoría, este ejército estaría sometido a la jurisdicción de las organizaciones productivas de obreros y campesinos, lo que no deja de sonar como un formalismo inaplicable. Según advertían los firmantes del documento, la creación de un ejército debería ser tomada no como una cuestión de principio sino más bien de tipo estratégica, a la que los trabajadores se verían “fatalmente forzados” a recurrir en defensa de revolución.

Hasta aquí hemos repasado sucintamente los argumentos básicos que proponía la Plataforma Organizativa de los Comunistas Libertarios. Las respuestas no se hicieron esperar, no solo dentro del círculo de los exiliados rusos sino también entre camaradas de otros países.

Las reacciones contra la Plataforma.

El documento de Dielo Truda provocó una catarata de respuestas críticas, algunas destempladas y otras mesuradas. Entre los anarquistas rusos exiliados el alboroto tomó ribetes escandalosos cuando comenzaron las acusaciones cruzadas entre antiguos camaradas de lucha.

Desde el grupo de Volin se explicitó que la Plataforma era tributaria de la ideología bolchevique y se hacía referencia al pasado de Archinov, que antes de integrarse al anarquismo en 1906 había militado en las filas bolcheviques; según ellos, nunca se había distanciado de las ideas de Lenin. Como contrapartida, Makhno sugirió que Volin se había pasado a los comunistas en 1919, en ocasión de ser tomado prisionero por el Ejército Rojo. Alexander Berkman salió en defensa de Volin acusando a Makhno de poseer un temperamento militarista y que estaba moralmente dominado por Archinov. De éste opinaba que “su carácter es enteramente bolchevique”; “tiene un carácter dominante, arbitrario y tiránico. Todo ello arroja alguna nueva luz también sobre la Plataforma Organizativa” (P. Avrich; Los anarquistas rusos: 247). La Plataforma era vista como una desviación anarco-bolchevique y que pregonaba un anarquismo de corte partidario.

La derrota, el penoso exilio y la certeza de un futuro ominoso carcomían por dentro al grupo de exiliados rusos: las rivalidades personales estallaban entre los viejos revolucionarios; la discordia había ocupado el espacio de la camaradería, dando un penoso golpe de telón al accionar del anarquismo ruso.

La crítica de Volin, Fleshin y otros exiliados rusos.

En abril de 1927 se publicó en ruso y en francés la Respuesta al documento de Dielo Truda, primera intervención en una larga serie de debates acerca del rol de la organización anarquista. La Respuesta se inauguraba con la siguiente frase: “No estamos de acuerdo con las afirmaciones de la Plataforma…” revelando el tenor crítico que tendría el documento de allí en más. Continuaba con un rechazo explícito de las motivaciones sobre las que el grupo Dielo Truda se basaba para fundamentar su propuesta: que la debilidad del movimiento anarquista se debía a la ausencia de principios organizativos. Sin rechazar la necesidad de organizarse, el grupo de Volin consideraba que la Plataforma “sobre enfatizaba la importancia del rol de la organización”, estableciendo una partido centralizado que insertaría una línea política y táctica para el movimiento anarquista.

Además de rechazar la idea de anarquismo de síntesis según estaba explicitada en la Plataforma, el grupo de Volin sostenía que proponer a la idea de lucha de clases como la única válida para el anarquismo, rechazando los principios humanistas e individualistas implicaba constreñir la idea, limitarla a un solo punto de vista.

“El anarquismo es más complejo, sintético y diverso, como lo es la vida misma. Su componente de clase consiste principalmente en la lucha por la liberación; su carácter humanitario constituye su aspecto ético y la base de la sociedad humana; su individualismo, el ser humano como finalidad”.

Con respecto al rol de las masas, la Respuesta sostenía que la tesis de la Plataforma podía resumirse en: las masas deben ser dirigidas. Por el contrario, sostenía Volin y compañía que los anarquistas no debían dirigir a las masas sino actuar desde las masas. La perspectiva plataformista no se diferenciaba de la de los partidos políticos en este punto de vista, porque compartía con ellos presupuestos similares: a) las masas deben ser dirigidas, b) la minoría conciente separada de las masas debe llevar la iniciativa, c) este colectivo debe organizarse en un partido que debe tomar la iniciativa en todas las áreas de la revolución.

“Los anarquistas y las organizaciones específicas (grupos, federaciones, confederaciones) solo pueden ofrecer asistencia ideológica, sin asumir el rol de líderes.” La más leve insinuación de caudillaje, superioridad o liderazgo sobre las masas, conduciría a una aceptación y sometimiento a una dirección separada de las bases.

Otro de los puntos de la Plataforma que rechazaba la Respuesta era la obligatoriedad de la aceptación de ciertas decisiones, cuyo rechazo conllevaba la aplicación de sanciones; esto significaría “el comienzo de la coerción, la violencia y los castigos”. Consecuentemente, el grupo de Volin rechazaba la idea de controlar “en  momentos específicos” la libertad de expresión y de prensa en defensa de la revolución, como proponían los plataformistas. ¿Quienes impondría estos límites, quienes determinarían los momentos específicos cuando llegase el caso, quiénes tendrían esa capacidad de decisión?: la autoridad y el poder se rehabilitarían, aunque se los calificase con otros nombres.

Con respecto a la defensa de la revolución, el grupo de Volin sostenía que en la propuesta de la Plataforma de un ejército dirigido por un comando centralizado se evidenciaba un error técnico y un error político. El error técnico consistía en  creer que un ejército de esas características es idóneo para la defensa de la revolución, por el simple hecho de su centralización. El despliegue de un plan general de acción ideado por un comando centralizado no está a exceptuado de llevar la revolución a la derrota. Un ejército centralizado podría ser tan nefasto e ineficaz como unidades descoordinadas aisladas y desperdigadas. El error político consistiría en que un comando centralizado desalentaría las iniciativas regionales e individuales; además, engendraría un aparato militar aplastante y una tendencia a considerar al centro de mando especializado como infalible. Como consecuencia, el ejército centralizado tendría muchas probabilidades de dejar de ser “revolucionario”, para convertirse en una herramienta de la reacción, tal cual había ocurrido con el Ejército Rojo. Si las masas pierden la iniciativa  de su accionar, nada puede reemplazarlas. Ningún ejército, aparato o Cheka –como es la concepción bolchevique- salvarán a la revolución de los complots de la burguesía, si el pueblo en armas autoorganizado fracasa.

Finalmente las críticas se enfocaron sobre las formas y el rol que debía asumir la organización anarquista. La Plataforma proponía acabar con las contradicciones teórico-prácticas, con la incoherencia ideológica y la dispersión organizativa que percibía en el movimiento anarquista abrazando la unidad teórica y la unidad táctica. Esta se lograría acordando aquello que se debía conservar y abandonar de la variedad de ideas anarquistas, reduciendo las “contradicciones teóricas”, para conformar una ideología homogénea y coherente. Así se lograría una organización única que excluiría a aquellos que no acordaran con su programa. Pero el plan plataformista de lograr la unidad ideológica y táctica de los anarquistas fracasaría precisamente porque lejos de lograr la unidad, más bien generaría relaciones hostiles con aquellas organizaciones anarquistas que estén en discrepancia. En lugar de producirse la unidad y el entendimiento, prevalecerían la discordia y el enfrentamiento. Y entonces fracasaría el propósito principal de la Plataforma, que consistía en conformar una organización que agrupara a todos los anarquistas sobre una misma base: continuarían existiendo no una sino varias organizaciones.

Una organización que se pretenda ser tomada seriamente debe prestar atención a definir su rol y sus objetivos con claridad. Según la Plataforma, el rol de la organización específica es el de dirigir a las masas. “Yuxtaponer el término dirigir con el adverbio ideológicamente no cambia sustancialmente la posición de los autores de la Plataforma, porque conciben a la organización como un partido disciplinado. Rechazamos cualquier pensamiento de que los anarquistas deban dirigir a las masas”.

Los autores de la Respuesta señalaban además una contradicción flagrante. Si bien las concepciones de la Plataforma se asemejan a las de cualquier partido político, es decir, la presencia de un comité ejecutivo centralizado que asume la dirección ideológica y táctica, “al mismo tiempo afirma su fe en el principio federativo, lo cual está en absoluta contradicción con las ideas citadas previamente” ya que el federalismo significa autonomía en las bases, los grupos locales y regionales. Mientras se exalta la necesidad del centralismo, la disciplina partidaria, el rol directivo sobre las masas, la unidad teórica y táctica delineada por un comité y la necesidad de un ejército centralizado, se invoca al federalismo para conjurar el fantasma de la centralización. Como señalaron Volin y compañía, los autores de la Plataforma “están apenas a un paso del bolchevismo, un paso que no se atrevieron a dar”.

Otras réplicas a la Plataforma.

El debate sobre el rol y naturaleza de la organización anarquista que propuso la Plataforma involucró a militantes ácratas de renombre, quienes asumieron en su amplia mayoría una posición de reprobación sobre el documento de Dielo Truda. Paralelamente a la Respuesta firmada por Volin, Fleshin, Sobol y otros exiliados rusos, también editaron sus críticas en diversas revistas y periódicos Sebastián Faure y Jean Grave, mientras que  Max Nettlau  publicó El proyecto de constitución de un partido anarquista, el 30 de mayo de 1927.

Los anarquistas italianos debatieron a fondo la Plataforma y redactaron varios artículos, en la gran mayoría impugnando sus presupuestos, como fue el caso de L. Galleani con su artículo El Principio de la organización a la luz del anarquismo, de Malatesta con un escrito en Le Reveil de Ginebra en octubre de 1927 y e intervenciones del grupo Pensiero e Volontá, que integraban personalidades como Luiggi Fabbri, Ugo Fedeli y Camillo Berneri.

El artículo de Fabbri –originalmente publicado en italiano por Il Martello de New York en septiembre de 1927 y reproducido en Buenos Aires por La Protesta– se titulaba Acerca de un Proyecto de Organización Anarquista. Fabbri sostenía que La Plataforma era demasiado ideológica, poco práctica y realista, que además establecía puntos de vista axiomáticos sobre ciertas problemáticas sobre las que difícilmente se podría llegar a conseguir una unidad de criterios. Si bien la necesidad de una organización anarquista estaba completamente justificada, decía Fabbri, “no obstante, desde la introducción se advierte que el espíritu de la Plataforma, contiene efectivamente un exclusivismo excesivo, tendiente a dejar fuera del movimiento anarquista a todas las corrientes que no concuerdan con ella, no solo en cuestiones prácticas sino también ideológicas.” Excluir a otras variedades de pensamiento anarquista como el anarcosindicalismo a favor de “una unidad rigurosa de partido, una unidad ideológica y estratégica”,  sería un grave error, transformando una corriente interna en algo extraño y adverso.

También en referencia a la unidad y variedad dentro del movimiento anarquista, concluía Fabbri que la pretensión de constituir una Unión General de Anarquistas “que representase a la generalidad de los anarquistas, y excluyera de esa generalidad a aquellos que no pertenezcan a ella, en realidad siempre sería una organización particular y nunca general.” Esto equivaldría a confundir a una parte con el todo, a tomar a las razones particulares como la razón excluyente, no viendo ningún movimiento anarquista más allá de la propia organización.

Otro punto desafortunado de la Plataforma consistía en hacer de la lucha de clases la característica principal del anarquismo, “reduciendo a su mínima expresión su significación y objetivo humanitarios.” La lucha de clases es un hecho innegable pero que solo corresponde al método y a la acción revolucionaria del anarquismo, cuyo carácter fundamental consistente en afirmar la libertad social e individual negando toda autoridad impuesta y de todo gobierno. La socialización que proponen los anarquistas será “en beneficio de todos los hombres, de modo que unos dejen de ser los explotadores de otros”.

Tampoco coincide Fabbri con la idea de que las masas posean una capacidad innata anárquica creadora. La condición de clase de las masas no es la que las convierte en revolucionarias, sino que lo son en la medida de su accionar anárquico. De todos modos, aclara, sobre este punto pueden existir diferencias de opinión entre los anarquistas, y sería perfectamente inútil dogmatizarlo en cualquier sentido. Se puede acordar que los anarquistas participan de la lucha de las clases explotadas para acabar con el capitalismo. “sobre eso estamos todos de acuerdo, sin distinción: sobre el resto podemos discutir, pero no haremos de esto el argumento de una verdadera y propia división de partido”.

El punto de la Plataforma que Fabbri considera más desviacionista de la ideología anarquista es la pretensión dirigente de la organización anarquista específica sobre el movimiento obrero, la cual podría llevar a establecer una casta dirigente o -en el peor de los casos- una dictadura anarquista sobre el proletariado, una verdadera contradicción en los términos. Aunque los autores de la Plataforma pretendieran que la función dirigente se restringiría a una guía ideológica, esta situación evolucionaría en una conducción de hecho de una minoría anarquista -una especie de “estado mayor”- sobre las masas. “De otra manera no podría explicarse la diferencia que la Plataforma establece entre organizaciones de masas impregnadas de ideología anarquista y organización anarquista propiamente dicha. Una diferencia que en la práctica no podría ser precisada, ya que no se puede establecer el grado de anarquismo de la primera en comparación con la segunda, ni sancionar la legitimidad de la dirección o superioridad de la segunda sobre la primera.”

También Berneri publicaría un artículo crítico a la posición de Dielo Truda, en el periódico parisino Lotta Umana, en diciembre del mismo año. Su posición queda expresa desde el comienzo: “No estoy en absoluto de acuerdo con la Plataforma”. Al igual que para Fabbri, las masas no son portadoras de una capacidad revolucionaria innata, “en la acción popular insurreccional veo más «efectos» anarquistas que «instintos» anárquicos; no creo que la función de los anarquistas en la revolución deba limitarse a «suprimir los obstáculos» que se oponen a la manifestación de las voluntades de las masas; veo graves peligros y no pocas dificultades en los egoísmos municipales y corporativos.”

A  lo que apunta Berneri es a las complejidades de la vida social y a los particularismos regionales o culturales de naturaleza conservadora que se encuentran en todas las sociedades humanas, y cuyo comportamiento la Plataforma simplifica excesivamente universalizando un supuesto proceder de las masas.

“Si el movimiento anarquista no adquiere el coraje de considerarse aislado espiritualmente, no aprenderá a actuar como iniciador y propulsor. Si no alcanza la inteligencia política que nace de un racional y sereno pesimismo (que de hecho es el sentido de la realidad) y de un atento y claro examen de los problemas, no sabrá multiplicar sus fuerzas encontrando consensos y cooperaciones en las masas.

Es necesario salir del romanticismo. Ver a las masas, diría, en perspectiva. No existe el pueblo homogéneo, sino gentes diversas, categorías. No existe la voluntad revolucionaria de las masas, sino momentos revolucionarios, en los cuales las masas son enormes palancas.

Estar con el pueblo es fácil si se trata de gritar: !Viva! !Abajo! !Adelante! !Viva la Revolución!, o si se trata simplemente de luchar. Pero llega el momento en el que todos preguntan: ?Qué hacemos? Es necesario dar una respuesta. No para hacer de jefe, sino para que la gente no los cree.

«Táctica única» quiere decir uniforme y continua. La Plataforma ha llegado a la «táctica única» por la simplificación del problema de la acción anarquista en el seno de la revolución.”

La posición de Berneri está tan lejos de los tintes demagógicos que se evidencian en la idealización de las masas de la Plataforma, como del leninismo larvado que le atribuye en un ponzoñoso artículo el neo-plataformista José Antonio Gutiérrez, idea que en realidad es una proyección de su propio pensamiento. Tampoco es verosímil su versión sobre la supuesta pésima calidad de la traducción de la Plataforma, volcada por Volin del ruso al francés que dispusieron los camaradas italianos, para desautorizar la interpretación de Berneri, ya que Volin era un idóneo traductor. Además, es ridícula su imputación de “hacer una traducción tan tendenciosa como fuera posible”, además de insultar la inteligencia de quienes pretende defender o justificar.

Hasta en Buenos Aires se sintieron las sacudidas del debate que lanzó Dielo Truda. En el suplemento quincenal de La Protesta se publicó de forma episódica el texto de la Plataforma (cuya autoría se atribuye directamente a Archinov). Mediante notas al pie sobre la narración, el grupo editor manifestaba sus desacuerdos sobre las tesis plataformistas. En el Suplemento número 257 del 15 de febrero de 1927, se relativiza la supuesta situación caótica del movimiento anarquista internacional por no corresponder con la realidad de los hechos, se alerta sobre la exageración del “peligro individualista” del documento, se desmiente el fetichismo organizativo que se le atribuye a Bakunin, se desmiente la afirmación de que el movimiento anarquista haya bregado siempre por una unidad táctica sino más bien todo lo contrario y se previene contra la “pretensión un tanto desmesurada” de la unidad táctica.

 “¿Es que una “dirección” única, una línea general única sería más eficiente que la libre y espontánea conjugación de los esfuerzos diversos de los anarquistas? Creemos que no, y lejos de ello, nuestra opinión es que lo único que debe preocuparnos es el fomento de una mayor actividad, dejando a los individuos mismos plena autonomía.”

En la edición 260 se continuó con la publicación del texto de la Plataforma. Con respecto a la afirmación de que no existe una humanidad única sino que está dividida en dos sectores sociales, el proletariado y la burguesía, enfrascados en una lucha de clases desde el inicio de la historia humana, el grupo editor manifestó su posición.

“Este punto de vista puramente marxista, que tiene por substratum el determinismo económico, ha sido combatido siempre por nosotros (…) Es evidentemente arbitrario querer explicar la historia de esa manera, cuando la realidad no nos ha demostrado nunca esa división de clases. Al contrario, actualmente vemos que grandes masas obreras tienen o suponen tener más intereses con la burguesía que con el resto del proletariado. En el pasado, la separación de burgueses y proletarios ha existido en un grado mucho menor y hasta podría decirse que la parte revolucionaria de la humanidad se expresó más en la burguesía que en las filas de los asalariados. Recién después de la conquista del poder político por la burguesía, en 1789, comenzó el proceso de la distanciación entre burgueses y obreros. Hoy mismo ese proceso, deseable en grado extremo, ciertamente, no se ha terminado, no ha dividido a la humanidad en burgueses y proletarios. Y esa es la gran tragedia de las fuerzas de la revolución.”

También afirmaba el grupo La Protesta observaba que el desarrollo lógico de los pensamientos contenidos en la Plataforma conducirían a una nueva dominación de clase. En el número siguiente, también se expresaban ciertas reticencias hacia la Plataforma, expresadas en la interrogación de si sus autores se proponían en verdad la transformación social o más bien la aniquilación de aquellos que no pertenecieran a la clase proletaria.

Una de las contestaciones más brillantes al grupo Dielo Truda fue la de la militante rusa Maria Isidine (Maria Korn/ Maria Goldsmith). Previamente en 1926 había enviado por carta un cuestionario al grupo editorial –del que también formaba parte- con algunas de las inquietudes y dudas que generaba la lectura de la Plataforma, cuyas respuestas fueron incluidas como Suplemento aclaratorio. Ya en ese cuestionario Maria Isidine se manifestaban los puntos más controvertidos del documento de Archinov: la primacía de las mayorías sobre las minorías; la naturaleza del vínculo federativo entre los integrantes, el cual podía ser moral o coercitivo organizativo; la intervención en el movimiento obrero de carácter entrista y dirigista; la naturaleza del Comité Ejecutivo; las restricciones a la libertad de expresión, la defensa de la revolución y otras cuestiones relativas a la reconstrucción social.

Entre marzo y abril de 1928 se publicó una concienzuda contestación a la Plataforma en el periódico francés Plus Loin, números 36 y 37. Allí planteaba la controversia que generaba la palabra partido en las entrañas del movimiento. Todo dependía del significado que se otorgase ya que

“se puede aplicar simplemente a una comunidad de personas con ideas semejantes, de acuerdo entre sí sobre los objetivos a alcanzar y los medios a ser empleados, incluso sin estar delimitados por lazos formales o aunque no se conozcan entre sí. (…) En su deseo vivo de estrechar los lazos entre los militantes, los autores de la Plataforma proponen poner en marcha un modelo nuevo de partido anarquista a lo largo de las líneas contraídas por otros partidos, con toma de decisiones vinculantes por mayoría de votos, un comité central de dirección, etc.”

Para la autora el principio de preeminencia de las mayorías ocasionaría en vez de un fortalecimiento de la las organizaciones, su debilitamiento por luchas intestinas, desviando energías para intentar prevalecer en votaciones de congresos y comités, haciendo la convivencia incómoda para los integrantes de la minoría, incubando el germen de la escisión y el revanchismo.

También consideraba que el error fundamental de la Plataforma consistía en concentrarse en la estructura de la unión de grupos y la conformación de un centro directivo, a fin de salvar al movimiento anarquista, en lugar de enfocarse sobre los grupos en sí. “No es a la federación sino a los grupos que la integran a quienes debemos exigirles tales líneas de acción: el centro de gravedad del movimiento reside allí, y la federación será aquello que sean los grupos que la integran.” El principio de la responsabilidad moral debía primar sobre la responsabilidad colectiva de la organización, o disciplina partidaria, porque sus bases eran voluntarias, libres y por lo tanto, más fuertes. Para María Isidine, la responsabilidad colectiva solo tendría sentido como principio cuando dentro de un grupo se actuase por consenso y acuerdo de todos sus miembros sin excepción, nunca por obediencia orgánica al precepto sancionado por la mayoría.

El fin de la Plataforma

El interés por la Plataforma fue disminuyendo progresivamente a causa de las fuertes críticas que suscitó, y porque casi no logró ninguna adhesión significativa fuera del círculo de exiliados rusos. Los padecimientos del exilio, las enemistades personales, la miseria que debían soportar junto a sus familias desintegraron al movimiento anarquista ruso en el exilio. Mientras algunos como Volin o Makhno permanecieron en Francia resistiendo hambre y achaques, otros como Gorelik y Maximov optaron por emigrar de Francia, tomando como destino tierras americanas luego de peregrinar por Europa. Finalmente, un pequeño grupo decidió retornar a Rusia, entre los que se encontraba Archinov, a quien aguardaba un desenlace orwelliano.

Aún más que la decepción que le causó el rechazo de la Plataforma por el conjunto del movimiento anarquista internacional, a Archinov le desesperaba la depresión nostálgica fruto del exilio en que había caído su amada compañera. Habiendo sido expulsado de Francia, estableció contacto con el líder comunista Ordzhonidze -un ex compañero de detención- que le prometió ayudarlo a volver si se retractaba de todas sus críticas al bolchevismo y rompía definitivamente con el anarquismo. Hasta el propio Volin le pidió que no retornase a Rusia, porque nunca le perdonarían su pasado anarquista. El publicó en París dos panfletos contra el anarquismo: El Anarquismo y la dictadura del proletariado (1931) y El anarquismo en nuestros tiempos (1933); posteriormente publicó en el periódico comunista Izvestia el 30 de junio de 1935 El Fiasco del Anarquismo. Una vez en Rusia, trabajó como corrector de pruebas en Moscú por un tiempo, hasta que en 1937 fue encarcelado bajo la acusación de anarquista y fusilado poco después.

Camillo Berneri y Max Nettlau lo criticaron ferozmente mientras que Alexander Berkman lo trató de traidor y cobarde. Makhno rompió públicamente con Archinov y le tachó de vanaglorioso y con ínfulas de poder, y prácticamente rompió con la posición de la Plataforma cuando expresó que Archinov  “comenzó a verse a sí mismo como líder del anarquismo, para lo cual buscó y encontró los fundamentos teóricos. Era un paso fácil de dar, un paso hacia el bolchevismo.”

La traición de Archinov y su orientación filo-bolchevique, arrastró consigo a la Plataforma Organizativa en su desprestigio. Pero luego de algunas décadas de olvido resurgiría a partir de la década del cincuenta en Francia e Italia, y en los sesenta y setenta en las islas británicas, cuando el movimiento anarquista internacional estaba en franco retroceso.

 […]

El neo-plataformismo desde 1968

A pesar de su fracaso germinal el plataformismo – o quizás más correctamente expresado, el neo-plataformismo– consiguió ganar terreno después del verano libertario de 1968. No es casual que en un contexto de esplendor de la izquierda revolucionaria –cuya expresión característica serán las organizaciones guerrilleras- remisa al papel conciliador de los Partidos Comunistas bajo la órbita soviética, la Plataforma fuera recuperada con el fin de renovar al anarquismo. Pero esta actualización en realidad procuraba poner al anarquismo a tono con las propuestas izquierdistas de moda, en vez de responder a un proceso de maduración ideológica y un análisis de la evolución del capitalismo y el Estado. El plataformismo iba a caer como anillo al dedo a quienes consideraban al anarquismo “atrasado” y alejado de las masas en una torre de cristal. El plataformismo se mimetizaba perfectamente con la izquierda  compartiendo sus consignas y proporcionaba muchas de las respuestas a las cuestiones que preocupaban a jóvenes militantes libertarios que se sentían avasallados por un mundo que giraba a la izquierda: el potencial revolucionario de una organización anarquista era entendida como directamente proporcional a la semejanza con los partidos de izquierda.

En Francia a partir de 1968, luego de los sucesos de mayo, el anarquismo se encuentra totalmente fragmentado como movimiento: la Federación Anarquista, el Mouvement Communiste Libertaire (creado por partidarios de Fontenis, la UGAC y otros grupos plataformistas), la Union fédérale des anarchistes, la Alliance ouvrière anarchiste, la Union des groupes anarchistes communistes, el grupo editor de Noir et Rouge, la CNT, la Union anarcho-syndicaliste, la Organización Revolucionaria Anarquista (ORA) y otros grupos diversos, entre autonomistas, situacionistas, consejistas e individualistas.

La ORA, el MCL y otros plataformistas se integran en una Organización Comunista Libertaria en un congreso en Marsella durante 1971. Luego de idas y vueltas, defecciones y adhesiones reconstituyen una segunda OCL en 1975, pero incorporando elementos autonomistas, y la ORA plataformista se recompone aparte, aunque algunos de sus cuadros se incorporan a la Unión de los Comunistas de Francia, maoísta-estalinista. En esta caótica macedonia de organizaciones libertarias –de la que solo ofrecemos una muestra- también surge la plataformista Union des travailleurs communistes libertaires (UTCL), a la que adhieren Fontenis y Guerin en 1979. Luego de un proceso de intenso debate devienen en Alternative Libertaire en 1991, que conserva bastante del espíritu de sus predecesoras.

Una pléyade de organizaciones pobló el espacio libertario francés de los últimos cuarenta años, siendo una buena parte de ellas de tendencia plataformista, pero incorporando idas de diverso origen, que abarcan desde el marxismo libertario de Guerin y el izquierdismo revolucionario hasta el consejismo y el autonomismo. Paradójicamente, desde 1953 ha sido la Federación Anarquista -que interpreta el pensamiento sintetista de Volin y Faure, opositores a la Plataforma desde su creación- la única organización que logró continuidad como colectivo, lo cual constituye un tácito fracaso del platafomismo, en su pretensión de conformar la Unión General de Anarquistas propuesta por Archinov. Las alardeadas nociones de disciplina partidaria, responsabilidad colectiva, unidad táctica y unidad teórica demostraron su ineficacia en la práctica concreta de los grupos plataformistas franceses.

En Italia surge durante los años 70 la Organizzazione Rivoluzionario Anarchica que luego de fusionarse con otros grupos conformará la Federazione dei Comunisti Anarchici en 1986. A pesar de sus escasos militantes, persiste hasta la actualidad con secciones en Toscana, Lombardia, Friuli, Liguria, Puglia y Emilia.

En Irlanda el plataformismo se ha establecido como la tendencia anarquista de mayor influencia. El Workers Solidarity Movement fue fundado en 1984 por ex-miembros del trotskista Socialist Workers Party y anarquistas de Dublin y Cork. A pesar de ser un grupo reducido en tamaño han demostrado un gran despliegue militante y han tomado participación en campañas contra la aplicación de impuestos, campañas pro-aborto y en conflictos sindicales. Además han tenido participación activa en los movimientos anti-globalización, en campañas antibélicas contra la intervención norteamericana, así como una importante presencia en la Web. Ha sido duramente criticado por su participación en la campaña electoral del candidato Des Derwin en el sindicato SIPTU, por sus acercamientos al republicanismo irlandés y por dirigir su discurso exclusivamente a los sectores católicos de obreros y omitiendo al sector protestante. El WSM se ha convertido el paradigma organizativo del plataformismo internacional.

En España los plataformistas actuaron al interior de CNT en 1978, generando algunos escándalos de proporciones. Liderados por Mikel Orrantía, socavaron las prácticas tradicionales de CNT y lanzaron todo tipo de acusaciones contra muchos de sus militantes más notorios. Según refiere Juan Gómez Casas (Relanzamiento de la CNT,  ediciones CNT, 1984. Págs. 138-140), “Orrantía no desechaba el anarcosindicalismo ni a la CNT. Esta le interesa como campo de experimentación y como fuerza de maniobra. Anunciaba su deseo de permanecer en la CNT siempre que se permitiera libertad de tendencia dentro de la misma y la máxima libertad de expresión. Aquí había aún autonomía obrera y asambleísmo, claro que todavía se trataba de un nivel organizativo inferior. Pero por encima y exteriormente a la CNT aparecía la plataforma archinoviana, es decir, un nivel organizativo más perfecto y el grupo de los revolucionarios seguros, homogéneamente orientados a un fin, destinado a impulsar a las masas y a ordenar los repliegues tácticos en los momentos delicados. Dentro de este grupo, nos decía Orrantía, ya no cabía la libertad de expresión. Los discrepantes de la orientación general deberían entonces abandonar el grupo, porque no podía haber disenso. Se trataba en este caso de la vanguardia dirigente y monolítica.” Luego de abandonar CNT estos utilitarios personajes apoyaron electoralmente primero al PSOE y luego al brazo político de ETA, el partido vasco Herri Batasuna. Hoy en día el plataformismo sigue siendo una tendencia minúscula dentro del movimiento libertario español.

Existen grupos plataformistas en Grecia, Turquía, Brasil, Argentina, Uruguay, Portugal, Sudáfrica, Perú, México, etc. Su relevancia es mínima no solo dentro de sus países sin también como tendencia dentro de los movimientos anarquistas locales. En América del Norte la NEFAC agrupa a los plataformistas de EEUU y Canadá desde 1999.

En Chile la OCL es el principal grupo plataformista; sus posiciones y retórica no se diferencian del resto de la izquierda, además de designarse a sí mismos como un partido. Su principal referente organizativo es el WSM de Irlanda. Su principal antecedente es el Congreso de Unificación Anarco Comunista de noviembre de 1999, autores de un curioso documento que describe sin desparpajo su concepción sectaria de la organización revolucionaria. Establecen 3 categorías: simpatizante, premilitante (aspirantes) y militantes con participación plena. Estos últimos trabajarán en la estructura de la organización, tendrán que estar al día con sus cotizaciones y deberán participar regularmente de sus asambleas generales. Como muestra del espíritu vigilante de la organización, el documento declara que es deber del militante asistir “regularmente a los talleres de formación teórica, avisando al encargado de la Comisión de Educación sus inasistencias, con antelación, de modo que pueda repasar sus lecciones en otra ocasión.” Cada una de estas categorías tendrá los derechos y obligaciones correspondientes, todo debidamente estipulado en un escalafón del militante libertario. Para ser militante los aspirantes deberán estar de acuerdo en un todo con la política de la organización. Según estos estatutos, solo los militantes pueden participar activamente en la generación de políticas por parte de la organización u “ocupar espacios en los órganos de difusión de la Organización”. Es difícil imaginar una implementación más rigurosa de los principios de unidad teórica, unidad táctica y disciplina.

Una vez presentado y aceptado el nuevo militante a la asamblea, se le prodiga una ceremonia de recibimiento, como un rito de pasaje hacia su nuevo estado. Para evitar suspicacias, aquí está trascripción textual del evento:

 “La ceremonia consistirá en la lectura que hará el nuevo compañero, al inicio de la asamblea, de un acta de compromiso que selle su fidelidad ante sus nuevos compañeros y la causa revolucionaria, luego de lo cual se entonarán los himnos “Hijo del Pueblo” y “A las Barricadas”. Una vez efectuado esto, se procederá a hacerle entrega de su cartilla de militante y de su distintivo (pañuelo y/o brazalete) Para la ocasión, todos los compañeros deberán asistir con su distintivo puesto. Posteriormente, todos los compañeros procederán a hacer un saludo personalizado cordialmente al compañero. Está pensada para durar menos de diez minutos.”

Todo esta bufonada podría generar hilaridad si no fuera acompañada de un código de faltas y sanciones, establecidas de antemano que van desde la amonestación verbal a la expulsión (que considerando el funcionamiento de una organización por el estilo, el castigo equivaldría más bien a una recompensa). Para mitigar las sanciones los autores del documento declaran que “es necesario recalcar que no nos mueve el interés puramente punitivo, sino que debemos velar por el correcto funcionamiento, la seguridad y la cohesión interna de la organización. En ese sentido, la sanción tendrá por objetivo impedir un funcionamiento anómalo.” Es decir, una exaltación del control de los individuos, el conformismo y la anulación de la autonomía individual, eliminando toda discrepancia posible.

Los estatutos del CUAC no fueron precisamente trascendentes en la historia del movimiento anarquista chileno, mucho menos internacionalmente. Los hemos incluido en este resumen porque constituyen una buena muestra del autoritarismo al que tienden las organizaciones plataformistas. El CUAC fue una recreación en parodia de la experiencia de la OPB de Fontenis, no tan espectacular aunque no menos funesta.

 Anarquismo partidario y especifismo

Paralelamente a la tendencia neo-plataformista, se desarrolló en América del Sur una tendencia denominada especifismo, que defiende postulados parecidos al plataformismo, aunque desde una fundamentación diferente y desde una genealogía diferente. Postula que los anarquistas deben agruparse en organizaciones de carácter ideológico específicamente anarquista y desde allí trabajar en los movimientos sociales. También se hace hincapié en la unidad teórica, la unidad táctica y el desarrollo de políticas desde la organización específica hacia los movimientos sociales en los que participan sus militantes. A este accionar lo denominan inserción social y –según Felipe Correia, teórico de la Federación Anarquista de Río de Janeiro – “está ligado, solamente, a la idea de retorno organizado de los anarquistas a la lucha de clases y a los movimientos sociales.” Si bien sus impulsores diferencian su práctica de inserción social del “entrismo” de los partidos de izquierda, su praxis termina siendo similar.

El especifismo o “anarquismo organizado”-como prefieren denominarse con los plataformistas, también un índice de desconsideración hacia otras formas organizativas anarquistas- es crítico al sintetismo de Volin-Faure, y podría considerarse una especie de plataformismo sin Plataforma. No debe confundirse el especifismo –que constituye una tendencia ideológica- con las organizaciones específicas anarquistas, que pueden pertenecer a las más variadas tendencias (insurreccionalismo, individualismo, comunismo, primitivismo, colectivismo, etc.) El sintetismo promueve organizaciones de carácter abiertamente anarquista, es decir, agrupaciones específicas, lo cual es muy diferente al especifismo. Esta forma organizativa sintetista acompañó siempre a las organizaciones no específicas, o sea, al movimiento anarcosindicalista, siendo la trabazón CNT-FAI la más célebre. Las organizaciones específicas constituyen federaciones locales heterogéneas que priorizan la unidad estratégica –es decir, los fines anarquistas- y la diversidad táctica, y se nuclean en la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA). En cambio, las organizaciones de tendencia especifista se agrupan internacionalmente junto con las organizaciones plataformistas y el sindicalismo “alternativo” pseudo-anarquista en la SIL, la internacional paralela  reformista.

Hecha esta aclaración, el especifismo solo se diferencia del plataformismo por su origen histórico, alcanzando a las mismas conclusiones. Para evitar confusiones utilizaremos un término más adecuado a la práctica y la teoría del especifismo: anarquismo partidario. El paradigma organizativo de esta tendencia anarco partidaria es la Federación Anarquista Uruguaya, fundada en 1956.

La revolución cubana de 1959 significó un impacto inédito en el movimiento anarquista uruguayo, que luego de una profunda discusión interna en el seno de la F.A.U. –que era un acabado ejemplo de sintetismo donde convivían diversas tendencias libertarias- se llega finalmente a una escisión en 1963. La F.A.U. –como bien sostiene Daniel Barret – “inaugura un proceso de búsquedas de final abierto que la llevaría a una pérdida gradual de identidad anarquista en el sentido fuerte e intransigente del término” (El movimiento anarquista uruguayo en los tiempos de cólera). Según este autor, la definición anarquista irá siendo cada vez más relativizada, incorporando contribuciones del marxismo, hasta llegar a hablarse de “Fau sin puntos”, es decir, una denominación que respondía a un “pasado anarquista” pero no a una “sigla anarquista”. Las características de esta mutación anarco-marxista de la FAU podrían resumirse en: una redefinición de la concepción de poder como un motor de cambio social, centralización organizativa, disciplina interna y política de alianzas con la “izquierda revolucionaria”.

Según relata Pablo Anzalone, ex-integrante de la FAU (actual integrante del P.V.P., que integra el Frente Amplio, hoy en el poder), “la organización ya no se definía como ‘anarquista’, se pensaba en la necesidad de una ‘síntesis’ entre marxismo y anarquismo. Se manejaba el pensamiento de exponentes de la corriente estructuralista del marxismo, como Poulantzas y Althusser, y luego de Gramsci. La organización tenía una propuesta teórica consistente en incorporar los elementos del marxismo revolucionario, manteniendo los valores ideológicos libertarios que venían del anarquismo pero con una clara distancia del anarcosindicalismo. Hay Cartas de FAU (una de las publicaciones de la organización en aquel tiempo) que hablan de la importancia del partido y discuten cómo sería el mismo. Era una organización que claramente jerarquizaba la política” (publicado en Brecha, 17 de Noviembre de 2006).

No profundizaremos sobre la historia de la FAU, ya que escapa a nuestros objetivos, aunque señalaremos que tras su reconstitución luego del retorno de la democracia, la FAU retomó gran parte su ideario anarquista, aunque despojado de los “aportes” marxistas. No obstante, es el arquetipo del anarquismo partidario o tendencia especifista que hoy prosiguen organizaciones brasileñas como la Federación Anarquista Gaúcha, la FARJ, la Federación Anarquista Cabocla, junto a otras organizaciones uruguayas y argentinas.

Conclusiones: entre el extravío teórico y el fraude ideológico

Es imposible hacer un análisis objetivo de un pensamiento con el que se está en desacuerdo prácticamente en todo. Sin embargo, hasta ahora hemos tratado de mantenernos dentro de los carriles de la objetividad, reservándonos hasta este último título para dar rienda suelta a la parcialidad de nuestras conclusiones y evaluaciones.

En primer lugar, todas las tendencias plataformistas y anarco-partidarias especifistas declaman una renovación teórica que, cuando no brilla por su ausencia, tan sólo se reduce a la incorporación acrítica de elementos ideológicos del marxismo-leninismo. La pobreza teórica de la Plataforma de Archinov es tal que sus análisis de el contexto político, económico y social de la Rusia de 1921 ni siquiera eran satisfactorios para los estándares de la época. Ningún estudioso con un conocimiento mínimo de la historia rusa o ucraniana tomaría en serio los análisis de Archinov, más deficientes aún que los de los propios bolcheviques.

Esto no sería un problema siquiera a considerar, si los autores de la Plataforma no hubieran dado validez universal a sus teorías. Y precisamente su fundamentación es fruto de “la experiencia en la revolución rusa”, que suponen les ha abierto de par en par las puertas del esclarecimiento teórico-ideológico. La Plataforma de Archinov está basada en una generalización de la interpretación de un acontecimiento histórico particular e irrepetible –la participación anarquista durante la revolución rusa-, residiendo allí gran parte de su anemia y caducidad. Además de ser subjetiva, como toda experiencia, y no dar prerrogativas de ninguna especie a quienes la vivenciaron, los autores de la Plataforma (Archinov, Makhno, Mett) fueron tan partícipes de la “experiencia rusa” como sus detractores (Volin, Fleshin, Berkman). Y no debe pensarse que los neo-plataformistas en la actualidad no repiten semejante sandez; sino que más bien se encargan de pregonarla a los cuatro vientos.

La sobre valoración de la experiencia propia no es en lo único en que los seguidores de la Plataforma van contra el sentido común. Existe una marcada contradicción entre la necesidad de una teoría definida y única, como guía de la acción, y un marcado anti-intelectualismo que suele ser esgrimido para denostar a los críticos de su proyecto. Las críticas a la Plataforma suelen ser calificadas como divagues teóricos, catecismo de intelectuales, ausencia de contacto con la realidad, aunque provengan de militantes comprometidos y teóricos brillantes como Malatesta, Volin o Berneri. Como acierta Bob Black, “el plataformismo es un triunfo de la ideología sobre la experiencia” (en ¿Wooden Shoes or Platform Shoes?).

La pretensión de invulnerabilidad teórica de la Plataforma es por completo inconsistente con su supuesto carácter provisorio. Este carácter transitorio que le dieron sus autores, en verdad nunca fue superado, sino a lo sumo plagiado por sus seguidores. Aquí se evidencia la incapacidad para producir teoría, la ineptitud para pergeñar análisis novedosos, la repetición de clichés y frases vacías de contenido. Ni el plataformismo ni el especifismo partidario no han hecho un solo aporte teórico de valor en los últimos 80 años, aunque nunca dejaron de reclamar al resto de los “desorientados” anarquistas la necesidad de implementar la unidad teórica.

No menos secundario es el rol que juegan las otras dos divisas del neo-plataformismo: la unidad táctica y la aspiración a la unidad organizativa. Si la unidad táctica era criticable en sus primeras formulaciones de 1926, es completamente ridículo perseverarla en un mundo mucho más complejo. No hay ninguna garantía de que la unidad táctica y la unidad organizativa puedan llevar a la victoria de una causa cualquiera. Y a esta verdad de Perogrullo los neo plataformistas la han sustituido por la hipotética obviedad de que la unidad táctica, teórica y organizativa, son el único y principal camino para lograr alcanzar lograr un cambio revolucionario. Si así fuera, los partidos leninistas, trotskistas, maoístas, estalinistas, que responden fielmente al paradigma de la unidad táctica y al unitarismo partidario, tendrían grandes facilidades para lograr sus objetivos, cuando la realidad indica lo contrario. Por el contrario, la pluralidad táctica y la autonomía organizativa siempre han sido el marco propicio para el desarrollo del accionar anarquista, frente a la rigidez organizativa de los partidos políticos (y de los plataformistas).

La supuesta eficacia de los modelos plataformistas y especifistas frente al caos organizativo que le atribuyen al anarquismo nunca se tradujo en los hechos, en ningún contexto histórico ni región geográfica. Y cuando organizaciones de estas corrientes obtuvieron cierta preponderancia dentro del movimiento o en la sociedad, los resultados fueron el talón de Aquiles de sus apologistas. Cuanto mayor es el éxito de la organización plataformista o anarquista partidaria especifista, más lejos se ubican del anarquismo, pareciera ser la función inversamente proporcional que describe su accionar, a tono con “la obsesión aritmética que les caracteriza”, en palabras del compañero cubano Gustavo Rodríguez . Basta recordar las experiencias “exitosas” de la OPB francesa, la FAU uruguaya y Auca en Argentina, teñidas de centralismo organizativo, electoralismo, leninismo, populismo, afinidad izquierdista y colaboracionismo con gobiernos populares, en diversas proporciones y contenidos. Y sin desdeñar la adopción del obsoleto materialismo dialéctico –doctrina oficial del PCUS concebida por Plekhanov, que refunde lo más execrable del pensamiento marxista- como componente superior de su método analítico.

Toda la jerga plataformista/especifista es un índice de su pobreza teórico-analítica: inserción social (desde fuera), disciplina, lucha de clases, responsabilidad colectiva, programa de acción, unidad táctica y teórica, anarquismo organizado, son conceptos que se contraponen a un par antagónico que representa a las otras tendencias anarquistas: desconexión social, falta de compromiso, indisciplina, anarco-liberalismo burgués, irresponsabilidad individual, desorientación táctica, desorganización, ineficacia, dispersión teórica y sectarismo. Esta visión maniqueísta que nunca se ha correspondido con la realidad, es el único sostén de esta corriente de pensamiento, si es que se la puede calificar de tal. Las mismas consignas son repetidas desde la primera redacción de Archinov hasta hoy en día, como verdades inmutables y ubicuas. Toda crítica a sus puntos de vista es condenada como expresión de una actitud no revolucionaria.

El plataformismo se convierte así en aquello que endosa falazmente al resto de los anarquistas: una iglesia dogmática de pretendida validez universal. Como bien señala Daniel Barret, el plataformismo se presenta como “renovador”, pero se justifica sobre un marco doctrinario basado en un escenario histórico que ya no existe:

 “el grueso de los elementos detonantes de su reflexión no se sitúa a nivel de las demandas y exigencias reales de un cierto contexto social concreto y de su correspondiente historicidad sino que se articula básicamente con polémicas internas al movimiento anarquista; fundamentalmente como una impugnación o puesta en tela de juicio de su muy dudosa eficacia política en circunstancias históricas concretas. Ese tema, por supuesto, no es un invento de medianoche ni una circunstancia episódica y, como tal, debe prestársele la atención que se merece. En cambio, lo que no parece acertado es desligar las soluciones al dilema del contexto histórico en el cual éste se inscribe actualmente y, en su lugar, vincularlas a algunos principios abstractos extraídos de la evaluación crítica de una derrota revolucionaria ocurrida en Rusia y en 1921.”

Ninguna expresión plataformista o anarco-partidaria ha tenido una destacada influencia en los movimientos sociales con excepción de la FAU en el sindicalismo uruguayo. ¿Por qué esta contradicción entre la supuesta raíz social del plataformismo, su aparente contenido social, la tan cacareada inserción social y una realidad social que siempre se les muestra esquiva, evidenciada en su magra o nula participación en los movimientos sociales de cualquier tipo, particularmente  dentro del movimiento obrero? La respuesta es que en la práctica los plataformistas no se diferencian en absoluto del resto de los partidos políticos por sus formas de acción, presentación y representación. Compiten en el mismo terreno. La inserción social plataformista no puede ser otra cosa que entrismo cuando quienes actúan dentro de los movimientos sociales autónomos responden a programas concebidos externamente.

“En ese contexto, la unidad táctica no puede ni podrá resolver jamás los variados y arrítmicos problemas que se plantean en la base de los movimientos sociales y deviene necesariamente, en lo que a la organización “específica” respecta, en una práctica regulada desde comités que pasan a constituirse en la administración cotidiana e institucionalizada de los acuerdos generales de trabajo político en el mismo momento en que sus militantes en el seno de esos movimientos tienen o deberían tener una vida de relaciones e intercambios abiertos y signada por una pluralidad, una diversidad y una singularidad intransferibles e innegociables que sólo pueden transcurrir libremente y expandirse en el vértigo caótico y sublime de las asambleas” (Daniel Barret).

¿Cómo conjugar la unidad táctica, la disciplina partidaria y la ejecución de un programa ideado por la organización político-revolucionaria, con los intereses de un colectivo social autónomo y con la autogestión? Si la unidad táctica y la disciplina colectiva no son aplicables fuera del marco de la organización ¿qué sentido tiene hablar entonces en estos términos?

Es aquí donde se evidencia el significado de la afirmación que el comunismo anárquico es una expresión teórica ideada por las masas. Siendo así, la organización anarquista plataformista –no los militantes anarquistas en particular- sería la legítima vanguardia de las masas, al igual que el partido bolchevique, diferenciándose de éstos por la aplicación de la democracia directa y por no propugnar la toma del poder. Pero en ambos casos actúan dentro de la clase trabajadora o el movimiento social como miembros de una organización y respondiendo a sus intereses. Esta ficción solo puede ser sostenida si hacemos aun lado la contradicción entre unas masas con supuestos instintos libertarios y la necesidad de una organización que actúe como dirigente, u orientadora en el mejor de los casos. Así, se erigen en el partido que expresa la voluntad de las masas, de la misma forma inconsulta en que los bolcheviques se refieren a la clase obrera.

Por supuesto, desde la óptica plataformista/especifista la inserción social estaría en la vereda opuesta del entrismo y el dirigismo hacia los movimientos sociales. Pero no se apartan de una concepción “política”, entendida como gestión mediadora y orientadora de las masas. En este aspecto, es donde el plataformismo evoluciona hacia una relación simbiótica con los partidos de la izquierda revolucionaria y con aparatos e instituciones del “poder popular”. Los apoyos críticos a políticas de izquierda y la tarea de construir un poder popular se constituyen en los ejes de aproximación con la izquierda autoritaria, a la que consideran como un aliado táctico.

A pesar de toda su retórica izquierdista, los plataformistas y especifistas han sido siempre poco serios con sus categorizaciones. Así, las masas son tomadas como sujeto revolucionario, mientras se habla de lucha de clases y materialismo dialéctico sin reparar en que una clase social es solo una parte de las masas. Los campesinos, los obreros, la clase media y los pequeño-burgueses según su punto de vista parecerían actuar siempre igual, defendiendo intereses comunes, en cualquier contexto histórico y geográfico. Y más sorprendente aún tratándose de anarquistas, el Estado como institución histórica casi no ha merecido ninguna consideración especial en sus análisis. En este sentido el plataformismo es más rudimentario aún que las expresiones más burdas del bolchevismo.

Hacia el interior de la organización plataformista, se supone que la democracia directa y el federalismo son los mecanismos horizontales por los cuales todos los miembros de la organización arriban al acuerdo político. Las decisiones de obtienen por mayoría, mientras la minoría acepta disciplinadamente la posición predominante o tiene la libertad de escindirse si considera que la posición mayoritaria lesiona sus derechos. El resultado es siempre la unidad táctica e ideológica en ambos casos, aunque se quebrante el principio de unidad organizativa. Es decir, si la minoría acata la voluntad mayoritaria, la unidad táctico-teórica se sostiene mediante la disciplina partidaria; si se escinde, existen dos organizaciones –una conformada por la mayoría y otra por la minoría- con unidad táctico-teórica. Es complicado imaginar cómo una posición minoritaria pueda ir ganando voluntades en una organización anarco-partidaria, si la minoría se ve obligada a obedecer o a escindirse.

Esta imposibilidad de debate interno se vería agravada en caso de instituir un Comité Ejecutivo -como proponía Archinov en el texto original de la Plataforma- que actúe como guía teórica de la organización. El comité guía a la organización, la organización guía a los movimientos sociales y sindicales, que a su vez guían a las masas. Así se construye el Poder Popular, bajo la orientación de la Organización Política Revolucionaria. Por suerte las masas no sienten esta urgencia de construir poder popular que le atribuyen los plataformistas. La exigencia de acordar programas de acción se debe más a una fobia plataformista a la espontaneidad y la incertidumbre, que a una verdadera necesidad de las masas.

[…]

Patrick Rossineri 

Extracto del libro Entre la plataforma y el partido: Las tendencias autoritarias y el anarquimo.