Las limitaciones del accionar clandestino

 

Acción Revolucionaria fue un grupo armado formado por compañeros y compañeras anarquistas y libertarios en el contexto de la lucha de clases en Italia, que se articuló de manera radical y generalizada a finales de la década del setenta. Por aquellos años, el ataque general del proletariado puso en tela de juicio todos los aspectos del sistema de dominación, desde la economía hasta la enseñanza, del militarismo a las diferencias sociales, pasando por los intrínsecos lazos Iglesia-Estado, encontrando su equivalente respuesta en la extensión de las acciones armadas en perjuicio de todas las instituciones, sus edificaciones y sus personeros.

Un movimiento revolucionario de tan largo alcance, apoyado por todas las franjas subalternas, sí requería de estímulos cotidianos que elevaran aún más el nivel de la confrontación; desde luego, no tenía necesidad de un dispositivo profesional totalmente separado que se levantara como vanguardia armada con la ilusión de golpear un inexistente «corazón» del Estado. Solo desde una concepción del Estado-Capital, centrada en la lectura de las relaciones sociales determinadas por un único centro de Poder y, no por toda la dinámica que determina las relaciones sociales en todos los niveles de la vida: económico, político, cultural-ideológico, etc. –o sea, solo desde una concepción unilateral y monolítica del Poder que, presuponiendo un «centro» prefigura su control, puede auto-nombrarse vanguardia de la revolución y preparase para la pretendida toma del poder. No es por casualidad que las primeras formaciones armadas clandestinas –verdaderas estructuras partidistas– fueron constituidas por núcleos marxistas-leninistas (las Brigadas Rojas, por ejemplo).

La tensión (documentada en varios análisis que quedaron registrados en diferentes documentos) que inspiró a los compañeros que dieron vida a Acción Revolucionaria, no puede entenderse si no se inscribe en el contexto social de la época que le fue propicia […], marcada por un singular entusiasmo muy extendido, fundamento en las presuntas condiciones insurreccionales generalizadas del momento como consecuencia de evaluaciones incorrectas sobre la función de la lucha armada, forzosamente equiparadas a la creación de grupos operativos que pretendían garantizar una mayor contribución a la evolución de la lucha y potenciar el enfrentamiento desde la clandestinidad; concibiendo con esto también el contraste y el desafío que suponía al supuesto monopolio del ataque armado/violento de las franjas autoritarias del movimiento revolucionario.

Y aquí, surge una contrariedad de considerable importancia, a menudo pasada por alto en las discusiones o no abordada con la debida atención en los análisis de los compañeros. La fascinación por el ataque armado especializado y, por las acciones militarmente impecables que, por supuesto, conquistan siempre las primeras planas de los medios de comunicación, a menudo, también afecta a algunos compañeros anarquistas y/o anti-autoritarios. En la situación general por la que atravesaba Italia en la época en que se originaron los partidos armados y que también cobró vida el grupo Acción Revolucionara, se creyó (y algunos todavía lo creen) que mediante la clandestinidad voluntaria o sea, a través de la distorsión permanente de la realidad, de su propia identidad y de su experiencia, se alcanzaría una fase superior del desarrollo de las acciones destructivas contra el poder establecido, mucho más fructífera de acuerdo al desarrollo de la insurrección generalizada. Esto, sin dudas, puede llegar a ser cierto, pero sólo puede sostenerse desde el punto de vista técnico-militar especializado. Sin embargo, justo por eso, es una visión limitada y en definitiva, desviada de nuestros principios y fines, para nosotros los anarquistas insurreccionalistas.

En primer lugar, porque la clandestinidad impone límites naturales a las relaciones, ya sean con el resto del movimiento o con el ámbito social en el que debemos trabajar en simbiosis cotidiana, con el fin de conocer sus tensiones, sus debates, su nivel de preparación, sus proyectos en curso, sus proyectos en elaboración, etc.; con el fin de participar activamente en todos estos planes y no cavar –nosotros mismos– un surco profundo que nos aísle del enfrentamiento real. En segundo lugar, porque aún cuando lográramos alcanzar niveles especializados en un momento dado, el uso de las armas y más genéricamente, el ataque destructivo en contra del poder establecido, hace a un lado –debido a la incapacidad de practicarlo en todas sus dimensiones–, otros momentos no menos importantes para el insurreccionalista que lo puramente militar: la participación activa en lo que yo definiría –por cuestiones prácticas de sencillez en el lenguaje y no por abstracciones ideológicas– como «intervención de masas» (es decir, el desarrollo y la difusión de herramientas editoriales, participación e intervención en asambleas públicas, etc.). En tercer lugar, porque el alto grado de especialización (en técnicas operativas y uso de materiales específicos) en el terreno militar marca una distancia considerable, cuando no crea un abismo insalvable, entre el especialista y las masas que, en las circunstancias aquí descritas, se ve obligada a asistir pasivamente –o, a lo sumo a actuar como espectador– frente al enfrentamiento entre las dos entidades envueltas en una lucha feroz, ante lo que se limita a tomar partido por uno u otro bando en conflicto, no pudiendo tener un rol activo por la falta total de conocimiento en técnicas y materiales –ignorancia que contribuye a exagerar tanto los riesgos como el alcance real de la lucha, originando la representación generalizada.

La adquisición de especialistas, como podemos apreciar, por regla general supone momentos carentes de análisis y debates: la necesaria representación de todos los otros aspectos que en conjunto dotan de contenido al proyecto anárquico con miras a marchar junto a la mayor parte de los excluidos en los intentos por asaltar el cielo; aún siendo portadores de la representación justo en aquel sector para el que se convierten en especialistas.

La elección de la clandestinidad voluntaria –en el marco de un análisis que tenga en cuenta todos los aspectos de la intervención insurreccional–, se encuentra mucho más limitada de lo que se cree y, a veces, también puede resultar engañosa.

Lo cierto es que todo (o casi todo) lo que se hace cuando elegimos pasar a la clandestinidad, se puede realizar en la normalidad de nuestras vidas, solo que, en ambos casos, se está actuando de manera ilegal. Lo único es que, al eliminar las restricciones y limitaciones inherentes a la clandestinidad, se participa en primera persona en cualquier momento del enfrentamiento de clases y, por lo tanto, se construye día a día –al interior del entorno social que queremos que madure hacia la insurrección y las rupturas necesarias para incrementar el choque y transformarlo en acto capaz de concretar la destrucción de todos los ganglios que componen el poder del Estado-capital: cultural, material, psicológico, y también técnico/militar.

Durante el período de formación y en el transcurso del accionar de Acción Revolucionaria, se puede decir que al interior del movimiento anarquista surgieron y se manifestaron todas o, casi todas, estas consideraciones. Definitivamente, cada quién tomó el camino que mejor se adaptaba a sus posiciones teórico-prácticas y de contribución a la lucha social en curso y, de igual forma, los compañeros de Acción Revolucionaria, tomaron su camino, marcando una experiencia más (quizás más trágica que otras, si la evaluamos considerando ciertos aspectos, pero no por eso más o menos anárquica) de las tantas que han cobrado vida en nuestro movimiento en su conjunto.

El uso de las armas y de la violencia en general –y aquí preciso que por «armas» me refiero a cualquier prótesis, material o técnica, de la que echemos mano en apoyo al desarrollo de la lucha anarquista en su aspecto concretamente destructivo– es un momento indispensable del accionar anarquista. Sin embargo, no considero que este momento sea en sí mismo un aspecto que debamos de privilegiar, en detrimento de todos los otros momentos que constituyen el conjunto del accionar anarquista. Ciertamente, considero que el uso de las armas es un “momento” de apoyo y de integración de todos los otros momentos, ya que se encuentra particularmente aislado del contexto de la lucha total y, aunque pueda ser positivo y desafiante (esto también depende de las condiciones sociales en general) no expresa el máximo potencial de las luchas y se corre el riesgo de caer en ciertos aspectos regresivos (la especialización, la auto-complacencia y por ende, la satisfacción por el nivel de profesionalidad alcanzado), que pueden hacer a un lado o, incluso, hacer desaparecer completamente la evaluación real del enfrentamiento en su conjunto y de las tareas que el movimiento anarquista debe realizar para involucrar en sí tramos más o menos sustanciales del entorno social subalterno. La dominación y la opresión no se basan exclusivamente en el uso de la violencia y el empleo de las armas. El sistema de dominación, el Estado-Capital, justo porque es un sistema, está integrado por el entrecruzamiento simbiótico de una infinidad de momentos –materiales y espirituales–, que contribuyen en mayor o menor medida, a determinar también los aspectos generales que rigen a la servidumbre voluntaria: mecanismos mentales, manipulación psicológica que, asimilados en múltiples niveles de la vida social e individual, cimentan las bases de un consenso generalizado indispensable para la existencia misma del sistema de dominación y la sociedad actual.

Costantino Cavalleri.

Sardegna, Noviembre 2011

 

El infierno que llevamos en nosotros

El Infierno, que llevamos en nosotros, corresponde al Infierno de nuestras ciudades, nuestras ciudades están a la medida de nuestros contenidos mentales, la voluntad de muerte preside el furor de vivir y no alcanzamos a distinguir cuál nos inspira, nos precipitamos sobre los trabajos recomenzados y nos jactamos de elevarnos a las cimas, la desmesura nos posee y sin concebirnos a nosotros mismos, seguimos edificando. Pronto el mundo no será más que un astillero donde, igual que las termitas, miles de ciegos, afanados por perder aliento, se afanarán, en el rumor y en el hedor, como autómatas, antes que despertarse, un día, presas de la demencia y de degollarse unos a otros sin cansancio. En el universo, donde nos hundimos, la demencia es la forma que tomará la espontaneidad del hombre alienado, del hombre poseído, del hombre excedido por los medios y convertido en esclavo de sus obras. La locura se incuba desde ahora bajo nuestros edificios de cincuenta pisos, y a pesar de nuestros intentos por desenraizarla, no lograremos reducirla, ella es ese dios nuevo que no tranquilizaremos ni rindiéndole una especie de culto: es nuestra muerte lo que incesantemente reclama.

Albert Caraco

Breviario del Caos (Fragmento)

¿Por qué no soy comunista?

Son tiempos raros. Si algunos viejos anarquistas, obviamente seniles (si no lo estuvieran, nunca lo harían), se atrevieran a usar la palabra “libertario” de la misma manera como fue usada hace un siglo, y que aún se usa en algunas partes del mundo, la juventud anarquista actual los miraría horrorizada, debido a que hace cuarenta y dos años algunos idiotas patéticos que estaban a favor de las drogas, el sexo y el capitalismo decidieron dar ese nombre a un partido. Nombraron de esa manera al más aburrido de los partidos, a un partido político. Entiendo que la juventud no quiera usar esa palabra, si no fuera por una sola cosa. Que muchos de ellos no tienen problema en denominarse comunistas. Como si no existieran partidos comunistas desde mediados del siglo XIX. Como si Stalin, Mao, Pol Pot y toda esa banda de dictadores sangrientos, habidos por causa del comunismo, nunca hubieran existido[1] ¡Sé que palabra debo evitar, por principio!

Soy consciente de que el comunismo anarquista, o comunismo libertario, tiene una historia tan antigua como el primer partido comunista. Pero estos viejos anarco-comunistas[2] tenían cuidado en consolidarse como anarquistas. Su etiqueta de comunistas nunca se comprendió fuera del seductor adorno de la elegancia anti-autoritaria. Incluso, la mayoría reconocía a la autonomía individual como uno de los objetivos principales del anarquismo, aunque a menudo olvidaban que la autonomía individual es también la principal práctica.

Algunos anarquistas que hoy en día se refieren con afecto al comunismo parecen rechazar la posibilidad de la autonomía individual… o incluso al individuo. No importa si se trata de nihilistas ingenuos atormentados por las tonterías metafísicas de Tiqqun, o de ultra-teóricos ultra-excitados por la ultra-izquierda. La mayoría de los jóvenes comunistas “insurreccionales” creen que tú y yo realmente no accionamos, sino que somos marionetas del invisible e incorpóreo actor de la sociedad. Las relaciones sociales, los movimientos, un montón de fuerzas colectivas, aparentemente surgen de nada más que de ellos mismos, ya que si tratas de devolverles a su fuente original, debes regresar al accionar individual que sucede en su mundo y se relaciona entre ellos. Para acabar con esto, debemos reconocer que no es “la comuna”, ni “la comunidad humana”, ni tampoco esa absurda mistificación del “ser” y la “especie”, sino tú mismo aquí y ahora – un individuo único capaz de desear, decidir y accionar – el centro y objetivo de tu teoría y tu práctica. Una gran parte de la teorización del comunista parece estar enfocada en evitar esto.

Me burlo de los balbuceos comunistas mientras yo mismo vacilo. Supongo que es momento de llegar al punto (en mi indirecta manera vagabunda) ¿Por qué no soy comunista? ¿No podría yo mismo crear un comunismo que sea mío? Este absurdo dadaísta, levemente excéntrico, sería un experimento atractivo, pero tengo mejores juegos que practicar. Verás, el comunismo tiene una historia, y no es para nada hermosa. Si intento cambiar la interpretación del comunismo, lo haré a mi manera, no lo haré para “recuperarlo” –no quiero esa maldita cosa- sino usarlo como arma verbal. Es tiempo que la etiqueta de “comunista” se vuelva tan ofensiva como la palabra “capitalista” entre los anarquistas que reconocen que ninguna ley significa, ninguna ley sobre mí; que ninguna autoridad significa, ninguna autoridad sobre mí, que ningún gobierno significa, ningún gobierno sobre mí. Y la práctica inmediata de estas negaciones es la autonomía individual, voluntaria, y consciente de mi propia creación en mis propios términos.

Si he de crearme a mí mismo y mi vida en cada momento en mis términos, lo establecido, lo permanente, lo absoluto, es mi enemigo, así que no puedo favorecer ningún tipo de colectividad, comunidad o sociedad permanente. Cualquier permanencia que me impregne, me petrifica de modo que ya no soy capaz de crearme en mis propios términos. Solo puedo intentar adaptarme a la  permanencia que impregna. Así que, al insistir en crearme en mis propios términos, yo socavo toda la colectividad, toda la comunidad, toda la organización y toda la sociedad, incluso aquellas asociaciones temporales que elijo hacer para mis propósitos, ya que una vez que dejan de servir a mis propósitos, me retiro y permito que los eventos se desenvuelvan aceptando lo que pueda ocurrir. Esta es la razón de por qué mi elegancia egoísta prefiere dúos casuales sin planes, tríos transitorios y uniones efímeras en vez que asociaciones permanentes, fraternidades solidificadas y colectividades calcificadas.

El comunismo requiere una comunidad permanente. Si este no es su objetivo, entonces la palabra carece de sentido, sería nada más que el balbuceante murmullo de los fanfarrones luchando por su cuota de credibilidad revolucionaria[3]. Muchos de los comunistas actuales han perdido la fe en el Evangelio de Marx y su promesa de un comunismo predestinado (por supuesto, ningún anarco-comunista ha puesto su fe en esta promesa piadosa, ¿cierto?). Pero incluso aquellos que no se cansan de trillar la misma idea sentimental que concibió la “comunización” – la idea del comunismo como un movimiento continuo dirigido hacia la comunidad- no se escapan de esta meta, porque aun así supone que la comunización es un movimiento dirigido hacia esa comunidad humana universal (y por lo tanto, permanente). Y lo que es permanente y universal es anti-individual, anti-yo, mi enemigo.

El comunismo requiere esta permanencia que impregna todo, porque necesita un establecimiento, un Estado. En el Evangelio de Marx, podemos leer: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”[4] Para Marx, ese piadoso profeta de la providencia ateísta, el modo comunista de intercambio era un resultado inevitable de la historia; para los anarco-comunistas que se tomaron esta santa escritura a pecho, se convirtió en una moral ideal a llevar a cabo. Mi corazón egoísta y arrogante no es útil ni para el despotismo de determinismos históricos, ni para gravámenes de los edictos éticos, de modo que no vacilo en preguntar qué conlleva esta regla: ¿Quién determina las habilidades y capacidades de cada uno? Solo reduciendo al individuo a lo que es más abstracto en él –su humilde e inofensiva humanidad–  puede existir una determinación “universal” de necesidades y habilidades, entonces esas necesidades y habilidades son también meras abstracciones. Sin estas determinaciones universales, yo podría afirmar que necesito un Rolls Royce o una mansión de 60 habitaciones y nadie podría contradecirme, porque no habría un estándar universal para la comparación. Por lo tanto, para establecer el estatus de las capacidades y necesidades un Estado es necesario, es decir, ciertos individuos tendrían que estar en una posición de decidir cuáles son las habilidades de cada uno y cuáles son sus necesidades.  Para ti y para mí como individuos, probablemente tenderíamos a dirigir nuestro día a día hacia una forma egoísta de intercambio que suele ser practicada entre amigos: “De cada cual, según su voluntad, a cada cual según sus deseos”. Una práctica que puede parecer exteriormente como el ideal comunista, pero éste tiene una diferencia: el ideal comunista implica que los capaces deben algo a los necesitados y por lo tanto involucra un deber; en la práctica egoísta, no existe el deber, porque no se espera que alguien haga algo o entregue algo si no es por su voluntad de hacer o entregar. Su amor por (en otras palabras, su interés en) el otro es la razón por la que entregaría. La mutualidad egoísta es el lubricante de este flujo.

En conclusión, tengo buenas y malas noticias para mis amigos comunistas. Las buenas noticias: el comunismo ya está aquí. El capitalismo es simplemente comunismo de mercado: “De cada cual [trabajador], según sus capacidades, a cada cual [capitalista] según sus necesidades.” Así, el capitalismo impone el servicio al bien común (en otras palabras, la élite dominante que representa a “todos”) a todos aquellos que están dispuestos a permanecer esclavos de un poder superior. La comunidad del capitalismo nos rodea como un sistema que impone relaciones, y como todas las comunidades permanentes, se alimenta de la sangre de vida de los individuos, siempre y cuando estos individuos sucumban. Y esto me lleva a las malas noticias para ustedes comunistas: Yo soy su enemigo… por la misma razón que soy enemigo del capitalismo. No te engañes si aparento ser impotente para ti. En mi mundo, yo soy la más importante y poderosa entidad, además de enemigo implacable del capitalismo y el comunismo.

Apio Ludd

 

Revista My Own: Self-Ownership and Self-Creation Against all Authority. Número 10. Octubre 2013

 


[1] Marx fue una figura muy desagradable, pero afortunadamente donde adquirió poder fue en la primera Internacional.

[2] Todavía existen en ciertas partes exóticas del mundo, como Europa y la zona Este de Estados Unidos.

[3] Por su puesto, muchísima teoría comunista suena justamente de esta manera.

[4] Crítica del Programa de Gotha, Parte I.

Una sugerencia

 

La palabrería vuelve ciego. Hace saltar los últimos puentes que aún quedan entre el pensamiento y la acción. A fuerza de ser sumergidos en ríos de palabras, a fuerza de dar vueltas, para finalmente no decir nada, a fuerza de participar con entusiasmo en el sinfín de palabras vacías, incluso las cosas más simples terminan volviéndose grandes enigmas como el origen del mundo o el sentido de la vida.

Tomemos como ejemplo una mina en Ariège, en el sur de Francia, que el Estado y un explotador quieren reabrir. No una mina cualquiera, sería demasiado simple: no, una mina de tungsteno, ese metal tan codiciado por la industria de armas y de aeronáutica. Un metal cuyos yacimientos son más bien raros y cuyo precio en el mercado no para de subir. Un metal mucho más duro que el plomo, y que por eso se encuentra en la cima de la lista de los componentes de municiones y de bombas perforantes. La explotación de una mina de tungsteno, como de cualquier otra mina, conlleva la devastación del territorio, una contaminación que favorece a terribles enfermedades e incluso a la degradación calculada de la salud de los menores, esto es obvio, a pesar de las fuertes dosis de neolengua a base de “tecnología verde”, “energía nuclear limpia”, “desarrollo sostenible” y otros “objetos inteligentes” que pueden vendernos todos sus promotores.

Después del anuncio del proyecto de reapertura de esta mina que fue cerrada en 1986 después de treinta años de explotación, una mina que constituye un interés estratégico asumido por Francia y su industria de defensa, el desbordamiento de palabrería, de oposición ciudadana, de recursos jurídicos y de “debates públicos” habrían podido provocar una auténtica inundación capaz de apagar o contener cualquier atisbo de revuelta o de reacción directa y sin compromisos. Afortunadamente no ha sido así, en la noche entre el 25 y el 26 de abril del 2018, algunos individuos anónimos han enfrentado la situación prendiendo fuego a los edificios de la mina de tungsteno de Salou, situada en Couflens, Ariège. Dos fuegos distintos han destruido un local técnico/laboratorio y han dañado un segundo edificio. Con medios simples: después de derribar con una maza un muro del laboratorio, estos individuos anónimos han introducido neumáticos colocándolos debajo de un depósito de 1000 litros de combustible. Sin necesidad de nada más, el depósito ha explotado, debastando el interior del edificio. En el segundo edificio, las llamas parecen haber tenido más dificultades para propagarse, pero aún así han causado daños. Este es un acto claro, directo, sin ambigüedades: destruir lo que nos destruye. Atacar los lugares donde se producen la devastación, la guerra y la opresión.

Quizás alguien dirá que también habría que hablar de la oposición que está habiendo en la región, generada por esta posible reapertura. Han habido manifestaciones, bloqueos, además de interpelaciones de responsables políticos o recursos jurídicos. Pero hablemos claramente, basta de palabrería: la propuesta anárquica no puede consistir en manifestaciones para “marcar nuestro desacuerdo” ni en bloqueos simbólicos “para llamar la atención”, o cualquier otra cosa no ligada a una tensión hacia la acción directa y la auto-organización. Para esto, ya existe todo un abanico de colores políticos, del rojo al verde y al amarillo, no hace falta que los anarquistas se metan también. Lo que nosotros proponemos es diferente, y no tiene nada que ver con una lógica democrática o basada en el consenso: el ataque directo, con los medios que cada uno considera oportunos. No para demostrar nada a nadie, ni para añadir una voz más radical a una protesta demasiado monótona, sino porque creemos que la única manera real de oponerse a este mundo de opresión y de explotación, es intentar destruirlo. Tanto a través de la acción, golpeando a las estructuras y a sus hombres, como a través del pensamiento, corrompiendo las ideologías que legitiman el poder y la mentalidad de obediencia y sumisión que lo sostienen.

Quizás otros aún dirán que hace falta hablar, con cifras en mano, de las devastaciones provocadas por una mina de tungsteno, de cuantos kilos hacen falta para construir un misil, o por qué no, de la manifestación sucesiva a este sabotaje, desfilando por las calles de Saint-Girons, “capital” de Couserans, la región en la que se encuentra el yacimiento. Una manifestación de 500 personas, que han respondido a la llamada de la CGT y de la Federación de cazadores (cuyo presidente local además es el propietario del terreno) a favor de la explotación del tungsteno y por la ocupación en la región, por parte de la industria bélica que ha contaminado el territorio. ¿Qué hacer frente a manifestantes así, frente a estos siervos del poder? No todos eran representantes políticos, grandes o pequeños burgueses del lugar. También había proletarios, pobres, campesinos. Como un reflejo de las fábricas de muerte, que no funcionan sólo con los ingenieros sino también gracias a los buenos explotados, probablemente incluso orgullosos de su propio trabajo y de su propia pericia. La responsabilidad individual no puede detenerse donde empieza “la clase”. Quien produce guerra, puede esperarse que le declaren la guerra.

Para terminar, y mirar un poco más allá, ¿de dónde proviene el tungsteno de la industria bélica, puesto que la minería de Salou estaba cerrada desde el 1986? Si los mayores productores a nivel mundial son China y Rusia, existen de todos modos importantes yacimientos en Europa mismo. Portugal produce alrededor de 700 toneladas de tungsteno al año, proveniente de las minas de Panasqueira en el municipio de Covilha (en el centro del país), Austria lanza al mercado más o menos la misma cantidad explotando los yacimientos de Mittersil en la región de Salisburgo. España produce 500 toneladas al año en la mina a cielo abierto de Barruecopardo, en la provincia de Salamanca. La producción de los otros países es más modesta, como en Noruega, donde se encuentra la mina a cielo abierto de Malviken en Nordland, y como en Inglaterra, donde desde el 2014 hay laboratorios para reabrir la vieja mina a cielo abierto de tungsteno Drakelands Mines en la región de Devon. Recordemos además que el tungsteno forma parte de la familia de los “metales raros” como el grafito, el cobalto, el indio, derivados del platino. Su explotación esen general extremadamente contaminante (China es el mayor productor de estos “metales raros”, sacrificando la salud de decenas de millones de seres humanos para esta actividad industrial que ha transformado enormes territorios en zonas completamente tóxicas). Ningún objeto tecnológico de hoy en día podría fabricarse sin estos metales, tanto si se trata de teléfonos móviles, transistores, molinos de viento o misiles. Para contrarestar la dependencia del abastecimiento de metales preciosos (más del 90 % de la importación en la Unión Europea es de origen chino), muchas empresas se han lanzado al “reciclaje” de metales raros, extrayéndolos de los residuos a través de otros procedimientos químicos extremadamente tóxicos. Y hace pocos años que se están alzando varias voces a favor de una explotación consecuente de las reservas de metales raros en territorio europeo. En el 2013 el proyecto EURARE, financiado en el ámbito del programa de investigación europeo Horizon 2020, ha reemprendido las exploraciones y ha presentado el año pasado su informe público. Es el preludio de posibles nuevas explotaciones mineraslocalizadas sobre todo en Suecia, Grecia, Finlandia y España, y en menor medida en Alemania, Noruega, Italia, Austria, Hungría y Portugal.

Entonces es difícil subestimar lai mportancia del sabotaje incendiario del pasado abril en Couflens: no solo ofrece una perfecta sugerencia a los enemigos de este mundo y a las luchas que podrían desarrollarse contra nuevas explotaciones mineras, sino que además es un ataque efectivo contra un pilar importante de la producción del dominio tecnológico que tiene una necesidad crucial de todos estos metales raros.

El mes pasado, han habido al menos otros dos ataques contra la explotación de las reservas naturales. En Kouaoua (Nueva Caledonia), el Serpentín del centro minero de la SLN ha sido incendiado una vez más por individuos anónimos (es la tercera vez en menos de un año), paralizando la industria del níquel, del cual un tercio de las reservas mundiales se encuentran en esta isla del Pacífico colonizada por el Estado francés. El Serpentín –una cinta transportadora de diez quilómetros– es fundamental para trasladar el mineral de la montaña al puerto. En Bauges (Savoia), han sido los “humanos como polillas” los que han reivindicado el ataque incendiario contra una cantera de Vicat, el tercer productor de cemento francés. Una subestación eléctrica, el edificio, la cabina de comando, los ordenadores de una máquina extractora y maquinaria diversa para la construcción han prendido fuego. “El cemento que sale de todos los poros de esta sociedad nos priva de vida, de sensaciones, de sustancia. Los bosques administrados de manera ecosostenible se parecen a fosas comunes” se lee en su texto, que concluye diciendo: “Esto no es nada más que un resplandor de incendio en el fondo del bosque, nada más que un resplandor, pero nos ayuda a movernos en la oscuridad, aunque sea con el precio de quemarnos las alas”. Una acción que ha puesto fin, también aquí de forma directa, a una de las actividades nocivas sobre las que se fundan el Estado y el Capital. Simplemente.

El control se hace más fuerte, las luchas pueden parecer desesperadas, las protestas callejeras más o menos radicales parecen abrir muy pocos horizontes subversivos, pero una cosa es segura y cierta: actuar siempre es posible. Un poco de creatividad, de determinación, algún esfuerzo para ver más allá de la apariencia, algún conocimiento básico. En pequeños grupos y a través de la acción directa, para golpear y destruir todo lo que perpetúa este mundo de autoridad.

Basta de palabrería legalista y de tentativas políticas. ¡Adelante por la anarquía con la libertad en el corazón!

Artículo sacado de Avis des Tempêtes, n.5, 15 mayo 2018

Traducción Revista Fenrir