¿Por qué hoy en día un gran número de anarquistas únicamente se dedica a pedir derechos y mendigar dignidad?
Esta es una pregunta que me asalta con demasiada frecuencia últimamente y una y otra vez, de manera constante y por muchas vueltas que le dé al problema, la respuesta que asoma de mis labios es siempre la misma: miedo. Luego, al recapacitar sobre la respuesta vislumbro otra posible solución más concreta, más específica, no tan etérea como la palabra «miedo» y es que: no hay anarquistas. Esa sí es la respuesta correcta. Hay un número muy limitado de verdaderos ácratas luchando por vivir en libertad o al menos intentando llevar a cabo tan ansiado propósito. Un individuo que se considere a sí mismo anarquista no puede ni debe tener miedo a vivir según sus ideales y su ética ya que hacerlo sería manchar el nombre de todos aquellos que murieron por defender La Idea. Excusarse en el miedo para no vivir al margen de la sociedad, de su justicia y sus leyes es vergonzoso y un acto de cobardía por muchas excusas que se me pongan delante.
Sería pretencioso por mi parte decir que tengo la poción mágica para contrarrestar este mal ya que dicha solución únicamente se encuentra en poder de cada individuo. Tampoco la búsqueda de un remedio a dicho problema es el propósito de este texto. Lo que sí pretendo es abrir los ojos de los compañeros para poder desenmascarar a todos esos falsos anarquistas, señalar a esos gurúes que pululan por Internet gracias a las nuevas tecnologías, a las redes sociales, a los blogs y demás plataformas virtuales y que se alzan como únicas voces autorizadas dentro del movimiento. Nuestra lucha contra este anarquismo de consumo tiene que ser feroz y brutal.
Tomemos el ejemplo que nos ofrece Internet. La web se ha convertido en el centro, casi único se podría decir, de la discusión política, no solo en este país sino en prácticamente todo el mundo. El parlamentarismo es un nido de corrupción que funciona a base de favores y prebendas, los movimientos sociales solo buscan mejoras —de trabajo, de vivienda, etc.— dicho de otro modo, las migajas que el sistema regala con cristiana caridad.
Gracias a las redes sociales el flujo de información es constante y, lo que es más importante y a la vez más dañino, a una velocidad de vértigo. Lo que se creía como un arma para debilitar al sistema es en realidad un arma para mantener a las personas perdidas en un laberinto de colores llamativos. La masa de borregos ha vuelto a picar y ya disfruta de dos prisiones, su vida real y su vida virtual. ¿Hasta qué punto nos puede afectar la fusión de ambas vidas? No hay que ser muy docto en psicología para darse cuenta del peligro que acarrea perder el contacto con la realidad al quedar subordinado al falso enriquecimiento que aporta la vida virtual.
Hoy en día por la red circula una abrumadora hueste de «teóricos anarquistas». Las redes sociales parecen cumplir la función antaño asignada a los dioses. Esa «mágica» capacidad de convertir en «profeta» a cualquiera que dispusiera de un altillo, voz potente y una nutrida colección de consignas morales, hoy la suplen estas plataformas encumbrando a quien disponga de un dispositivo electrónico que le permita mandar un eslogan ambivalente en ciento cuarenta caracteres. No importa lo que se diga. Da igual si el que suscribe esas arengas no vive según lo que predica. Quién se va a enterar de que soy un impostor si mis «fans» viven a kilómetros de distancia. Las redes sociales son un reflejo prístino de la sociedad en la que vivimos. Aparentar es lo realmente importante. A estos «teóricos de la anarquía 2.0» no les interesa despertar las mentes ni que se abran nuevas posibilidades de lucha. Lo único importante para ellos es simular y presumir. La vanidad y el egocentrismo crecen con fuerza al ver cómo aumenta su manada de aduladores y pelotas, de llorones y victimistas, en definitiva, de borregos sin amor propio y con una misión única en la vida: ser la carnaza perfecta para estos nuevos gurúes de la autoayuda. Sí, un poder de esa magnitud es difícil de rechazar, ¿verdad?
Ese es el panorama actual en la red, pero, y ¿cuál es el paisaje en la calle?
No tengo razón alguna para ser más optimista en esta cuestión. Las calles están vacías. Una trampa —típica de trilero, por cierto— en la que se cae mucho en las redes sociales es hacernos creer que somos muchos y que estamos preparados para una «revolución social». La hostia que te da la decepción si no estás preparado es salvaje, esto es un hecho palpable. La lucha obrera y sus sindicatos están muertos. El anarcosindicalismo tiene en la CNT una organización férrea y jerarquizada que reproduce viejos hábitos contra los que dice luchar. Los movimientos sociales están totalmente institucionalizados y el daño que ha hecho el 15M a la movilización espontánea en las calles ha sido devastador. ¿Qué nos queda? Las asambleas de vecinos en los barrios, hay pocas pero las que están se mantienen vivas aunque su lucha poco o nada tiene que ver con la anarquía, no buscan una confrontación contra el Estado, se trata más bien de una batalla por la supervivencia. Bravo por ellos. Luego tenemos los centros sociales que según lo que yo observo se limitan a realizar una actividad cultural y de ocio. Parece que la liberación de espacios, al menos en los últimos años, se está volcando en los suburbios que presenten un movimiento vecinal medianamente fuerte para así tratar de lograr el apoyo de las gentes del barrio, colaboración que me parecería magnífica si detrás de esa marea popular no se ocultara el oscuro objetivo de lograr la legalidad por parte del Estado para mantener esos centros sociales en funcionamiento. Ciertamente no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que tras esos colectivos se esconden ciertos elementos desestabilizadores, todos sabemos que hay policías y fascistas infiltrados, pero me refiero a esos personajes más cercanos a la mal llamada democracia participativa que a la anarquía y cuya única misión es desarticular y torpedear la lucha para poder ponerse a cubierto bajo el paraguas de las instituciones. No critico estas luchas pero estoy convencido de que tanta organización y repetición de roles y formas de creación paralelas al sistema, cuando no imbuidas por él, se alejan mucho de mi visión de la anarquía.
Para finalizar, me gustaría decir qué es lo que yo echo en falta:
Echo en falta individuos. Tenemos una carencia significativa de individuos que piensen por sí solos y que vivan por y para sus ideales. Los anarquistas son aventureros por naturaleza, necesitan experimentar en primera persona, viajar para conocer gentes nuevas y culturas diferentes. Se desplazan buscando siempre una nueva lucha a la que aportar su granito de arena. Se mueven sin descanso con la finalidad de encontrar afines con los que colaborar, trabajar, crear, en una palabra «vivir». Sin movilidad, el anarquista se marchita.
Echo en falta mucha más praxis. Los anarquistas tienen que llevar a la práctica y aplicar toda la teoría de la que se nutren. Hay que okupar una y otra vez sin descanso y en cualquier rincón de este puto planeta. Hay que expropiar al Estado, al rico, al burgués, al patrón y a todos sus cómplices. Hay que sabotear a las fuerzas represoras del Estado y la propiedad privada que defienden como perros. En definitiva, atacar sin piedad todas las infraestructuras que mantienen en funcionamiento este asqueroso y podrido sistema.
Echo en falta, en definitiva, coraje. Hay que desprenderse del miedo, tanto el individual como el adquirido a través del grupo, el pánico colectivo es el más peligroso. La obsesión por crear una «sociedad anarquista» coacciona al individuo y le paraliza con un terror atroz que le impide vivir la anarquía y mientras no se quite el disfraz, rompa con todo y se lance a vivir según su ética y su coherencia no será más que un proyecto que en lugar de crecer se diluye atrapado en el sistema. Los anarquistas no le temen a nada ni a nadie. Nada de lo que he dicho anteriormente es una utopía. Si yo puedo hacerlo, también puedes tú.
Hobo, julio 2016
Tomado del blog Prometeo Encadenado Site