Anarquía es el sueño venturoso del poeta, la visión deslumbradora de las almas grandes, el anhelo de los corazones nobles, la aspiración sublime de los seres ávidos de justicia.
Es el pensamiento humano en su más alto vuelo, águila atrevida que conquista el espacio insondable, vistiéndose con rayos de sol a quien desafía, escudriñando con sus ojos el corazón del hombre.
Anarquía es la secreta poesía del amor, es la estrofa vibrante de los besos perdidos, el poema de las almas que se buscan, en parto de un mundo en su eterno germinal, el viento que lleva la semilla creadora, el aliento vivificante del céfiro que ondula flores exuberantes cuajadas de rocío.
Anarquía es el conjunto diverso y armonioso de las pasiones humanas: la vida en toda su grandeza encerrada en una aspiración; el vuelo de las almas hacia el grande y sublime amor!
¡Es la vida!
Anarquía es el llanto angustioso de la madre anémica que ve morir a su cría estrujando sus pechos áridos; es la queja dolorosa de los seres abrevados en el cáliz de la amargura; es el último estertor del vagabundo que se retuerce de frío bajo los puentes.
Es el sollozo abrumador que exhalan las páginas sangrientas de la historia, la infinita amargura que aportan las tinieblas donde se perpetraron tantos crímenes.
Anarquía es el espasmo doloroso de las carnes flageladas; es la lágrima arrancada inocentemente; es el fragor macabro de los cuerpos que se balancean en las horcas infames. La contracción suprema bajo el golpe de la cuchilla. Es el choque de la ola de sangre que mancha la sociedad maldita, el crujir de los huesos que abonan las campiñas, teatro de inhumanas matanzas.
Es el canto triste e todos los sufrimientos condensados, la estrofa desgarradora de los dolores anónimos.
¡Es el dolor!
Anarquía; es el germinal que exhala la garganta agarrotada.
El grito potente del rebelde sin dios ni amo, que abofetea con su odio el rostro del tirano.
El “merdi” histórico del esforzado que no transige.
La protesta airada de la humanidad herida en su dignidad.
El ruido de las hoces que se afilan para segar los tallos más grandes; el fulgor del puñal que rompe el pecho a un verdugo del pueblo.
¡Es la venganza!
Escrita en sangre en los oscuros calabozos, el ruido de las cadenas que agitan las almas rebeldes.
Es el incendio, la roja llamarada que se divisa, la musa petrolera que se venga.
Por eso soy anarquista, madre mía, porque sueño y espero, porque siento y sufro, porque soy rebelde y lucho.
Inocencio Lombardozzi
Buenos Aires, 1922.