“Pero las expropiaciones y acciones violentas que ponen en riesgo la vida de la gente, y en general la teoría y la práctica del ilegalismo, distan mucho de nuestro anarquismo. Tales acciones son claramente contrarias al espíritu anti-violento malatestiano que hemos hecho nuestro.”
Germinal, #71/72, p. 26
La desgracia más grande que puede sucederle a un ser humano dotado de alguna cualidad es rodearse de seguidores. Mientras viva, estará obligado perpetuamente a vigilar que nada estúpido sea dicho, o hecho, en su nombre. Un duro trabajo que aun así demostrará su inutilidad cuando, después de su muerte, los iniciados peleen por adelantarse en el camino trazado. Los seguidores nunca están al nivel de su “maestro”, de modo que sólo quienes carecen de ideas propias soportarán a los demás — convirtiéndose, precisamente, en sus seguidores. Así, no sólo demuestran ser incapaces de encausar lo ya iniciado para adelantarlo, pues carecen de las cualidades de su predecesor, sino que fácilmente llegan a un punto de distorsión en el que traicionan las ideas que dicen apoyar.
Este fenómeno, despreciable por sí mismo, admite el absurdo e incluso divertidas caracterizaciones, particularmente cuándo el infortunado “maestro” es un anarquista , es decir un individuo hostil a toda autoridad y por tanto con principios contrarios a la mentalidad del rebaño ¿Aún hay quien niegue que dentro del movimiento anarquista tales casos han ocurrido? Para comprobarlo baste considerar a Errico Malatesta, el famoso anarquista italiano.
Todos los amigos y estudiosos del pensamiento de Malatesta deben estar de acuerdo en un hecho. Su única preocupación, su único deseo, durante su vida fue la revolución. Para Malatesta, no había duda: los anarquistas lo son porque desean la anarquía, y sólo es posible alcanzarla haciendo la revolución. Una revolución que necesariamente tendría que ser violenta, y cuyo primer paso es la insurrección. Parece ser una banalidad, y de hecho lo es. Y aún siendo una banalidad, algunos anarquistas tienden a distanciarse ellos mismos con una sensación de disgusto.
Luigi Fabbri escribió: “La insurrección es necesaria e ineludible en cada revolución, el acontecimiento concreto que transforma la realidad de todo mundo. Este hecho ha provocado la aversión de Malatesta a teorías y métodos que tienden, directamente o indirectamente, a desacreditarla, distrayendo a las masas y a la actividad de revolucionarios de ésta, para remplazarla por medios que son aparentemente más convenientes y pacíficos”
No precisamente revolucionario, desde entonces “cualquiera puede nombrarse revolucionario mientras utiliza la prudencia para aplazar la deseada transformación a un tiempo distante, cuando las condiciones hayan madurado, dicen”. Malatesta era sobre todo un insurreccionalista ya que deseaba hacer la revolución inmediatamente — una revolución “en el sentido de cambio violento llevado a cabo a través de la fuerza contra los poderes constituidos: lo cual implica lucha material, insurrección armada, acompañada de barricadas, grupos armados, la confiscación de los bienes de la clase contra la que se lucha, sabotaje de los medios de comunicaciones, etc.” — no en un distante e indefinido futuro, sino inmediatamente, tan deprisa como fuera posible, apenas la ocasión se presente, una ocasión que debe ser creada intencionadamente por los anarquistas, si no es ocasionada por eventos naturales.
Sí, lo sé ¿Quién no conoce las certeras críticas de Malatesta a hechos de violencia, o las polémicas que mantuvo sobre Emile Henry o Paolo Schichi? No obstante, Malatesta no negó la legitimidad e incluso la necesidad del uso de la violencia como tal: él sólo se opuso a la violencia de “ataques a ciegas, sin distinguir entre culpable e inocente”. No es casualidad que el ejemplo de violencia ciega que usualmente da es el de la bomba que explotó en Barcelona durante una procesión religiosa, causando cuarenta muertes y numerosos daños. Sin embargo no tiene ninguna crítica por hacer a las acciones rebeldes contra objetivos precisos sin consecuencias para personas ajenas. De hecho, durante una famosa entrevista concedida a Le Figaro, en la que el entrevistador intentó impulsarlo a desaprobar las bombas de Ravachol, y los posteriores atentados en el Boulevard de Magenta, Malatesta contestó: “Sus conclusiones son apresuradas. En el caso de la Rue Clichy, me parece bastante claro que se pretendía atacar a un juez: lamento lo que sucedió — estoy seguro fue involuntario — los daños fueron contra personas que no se tenían contempladas. Respecto a la bomba del Boulevard de Magenta — ¡oh! ¡No tengo ninguna reserva sobre eso! Los restaurantes de Lherot y Very se hicieron cómplices de la policía por lo que los atentados fueron acciones adecuadas.”
Parece claro que todas las discusiones y polémicas ocurridas en aquellos años distantes — que contrastan con la imagen de un Malatesta anti-violento que algunos anarquistas el día de hoy intentan vendernos — no fueron hechas apuntado al uso de la violencia en sí, sino solamente a unos limites que no debían excederse, sin ser cuestionados los principios del anarquismo, tan solo sugiriéndose consideraciones de orden táctico.
Pero dejemos “el oscuro fin de siglo pasado” con las polémicas que entonces bullían en el movimiento anarquista, y regresemos al presente. Ninguna acción explosiva, reivindicada por anarquistas en años recientes, podría considerarse que fue llevada a cabo de “manera ciega” e “insensible”. Más bien debería expresarse que fueron dirigidas contra estructuras de dominación, sin poner “las vidas de personas en riesgo.” Así que ¿cómo puede justificarse el repudio de éstas acciones en algunos anarquistas? Ciertamente si se toma prestado el pensamiento de Malatesta, se tendría que afirmar que hay un límite en el uso de la violencia, que no es lo mismo a decir que nunca debe recurrirse a ella. De modo que apelar al difunto no sirve para justificar su indolencia.
Penelope Nin