Max Stirner y el stirnerismo

Max Stirner vio la luz en Bayreuth (Baviera) el 25 de octubre de 1806. No fue un escritor de una fecundidad extraordinaria, pues los cuidados por la existencia le acapararon demasiado tiempo. De sus escritos, solo uno se ha mantenido a flote, una obra a la cual se entregó por entero, en la que expresó todo su pensamiento y procuró indicar un camino de salida a las personas de su tiempo: El único y su propiedad.

Existe Stirner y su obra, existe El único y su propiedad y el “stirnerismo”. Sucede que al dirigirse a la gente de su tiempo, Max Stirner se dirigió a las personas de todos los tiempos, pero sin asumir el aire o gesto de profeta vociferando teatralmente desde el fondo de una caverna que tan bien sabía arrogarse Nietzsche. Stirner no se presenta tampoco a nosotros como el profesor enseñando a sus alumnos: habla a todos los que quieren oírlo, tal como un conferenciante o como un conversador que ha reunido en torno suyo a un auditorio de todos los géneros, tanto de manuales como de intelectuales. Por esto, para comprender el alcance del stirnerismo, hay que suprimir de El único y su propiedad todo lo que es relativo a la época en que este libro fue escrito. Sin este trabajo preparatorio, corre el riesgo de asaltar al lector la tentación de que se encuentra en presencia de una confesión o de un testamento filosófico.

Hecha esta supresión, tiene uno ante sí un árbol robusto y bien plantado, una teoría perfectamente coherente por lo que no sorprende que haya dado origen a todo un movimiento. El stirnerismo considera que la individualidad humana es la base y la afirmación de la humanidad; sin lo humano no hay humanidad, la totalidad no se comprende más que por la individualidad. Es lo preciso detenerse en seguida si uno no asimila estas premisas. Esta individualidad sociológica no es un ser en transformación ni un superhombre, sino un hombre como tú y como yo que su determinación impulsa a ser como debe, y como puede ser –nada más, ni nada menos, que su fuerza o potencia de ser–. Pero la persona que nosotros conocemos, ¿es lo que su determinación quería? En otros términos: ¿es lo que debía y lo que podía ser? Esa persona con quien tropezamos en los lugares de placer o de trabajo, ¿es un producto natural o una confección artificial, es voluntariamente el ejecutor del contrato social o no se aviene a él más que por educación, prejuicios y convenciones de toda especie que le atiborran el cráneo? Es este problema el que el stirnerismo va a tratar de resolver.

Primer tiempo. Para volver a poner al individuo en su determinismo natural, el stirnerismo empieza a remover todos los pilares sobre los que la gente de nuestro tiempo ha edificado su casita como miembro de la Sociedad: Dios, Estado, Iglesia, religión, causa, moral, moralidad, libertad, justicia, bien público, abnegación, sacrificio, ley, derecho divino, derecho del pueblo, piedad, honor, patriotismo, justicia, jerarquía, verdad, en una palabra, toda clase de ideales. Esos ideales, los del pasado como los del presente, son fantasmas ocultos por “todos los rincones” de su mentalidad, que se han apoderado de su cerebro, que se han instalado en él y que impiden al hombre seguir su determinación egoísta.

Batiéndose en retirada unos tras otros los prejuicios-fantasmas y derrumbándose sucesivamente las columnas de su fe y de sus creencias, el individuo vuelve a hallarse solo. Al fin, es él, su Yo queda libre de toda la insignificancia que lo comprimía y que le impedía mostrarse tal cual es. Ha quedado hecha la tabla rasa, los nubarrones que oscurecían el horizonte han desaparecido, el sol brilla con todo su esplendor y el camino está libre. El individuo no conoce más que una causa: la suya, y esta causa no se basa sobre nada exterior, sobre ninguno de esos valores fantasmales de los cuales estaba antes atiborrado su cerebro. Es el egoísta en el sentido absoluto de la palabra: su potencia es en lo sucesivo su único recurso. Todas las reglas exteriores se han derrumbado; ha quedado libre de la opresión interior, mucho peor que el imperativo exterior; forzoso le es ahora buscar en sí solo su regla y su ley. Es el único y se pertenece, en toda propiedad. No hay para él más que un derecho superior a todos los derechos: el derecho a su bienestar. “La aflicción debe desaparecer para dejar lugar a la satisfacción.”

Pensar a dónde ha llegado el único. Ni una verdad existe fuera de él. No hace nada por el amor de Dios ni de los hombres, sino por el amor de sí. No existe entre su prójimo y él más que una relación: la de utilidad o la de beneficio. De él solo se derivan todo derecho y toda justicia. Lo que quiere es lo que es justo. Lejos, pues, de toda causa que no sea la suya. Es él mismo su causa y no es ni “bueno” ni “malo” (esas son solo palabras). Se declara enemigo mortal del Estado y adversario insolente de la propiedad legal.

Algunas citas sacadas de El único y su propiedad harán comprender que Stirner no ha perdonado nada y que ningún ídolo halló gracia ante sus ojos:

“Siempre se pone un nuevo amo en el lugar del antiguo, no se demuele sino para reconstruir y toda revolución es una restauración. Ésta es siempre la diferencia entre el joven y el viejo filisteo. La revolución comenzó como pequeña burguesa por la elevación del Tercer Estado, de la clase media, y sube como simiente sin haber salido de su trastienda.”

“Si sucediera, aunque no fuera más que una vez, el ver claramente que Dios, la ley, etcétera, no hacen sino importunarnos, que nos rebajan y nos corrompen, es cierto que los arrojaríamos lejos de nosotros, como los cristianos derribaron, en otro tiempo, las imágenes de Apolo y de Minerva y de la moral pagana.”

“En tanto quede en pie una sola institución que no tenga permitido abolir el individuo, el Yo estará aún muy lejos de ser su propiedad y de ser autónomo.”

“La cultura me ha hecho PODEROSO, esto no admite tampoco duda alguna. Ella me ha dado un poder sobre todo lo que es fuerza, así también sobre los impulsos de mi naturaleza como sobre los asaltos y las violencias del mundo exterior. Sé que nada me obliga a dejarme determinar por mis deseos, por mis apetitos y mis pasiones, y la cultura me ha dado con qué vencerlos: soy su dueño.”

“Aquel que derriba una de sus BARRERAS puede haber mostrado con esto a los demás el camino y el procedimiento a seguir; pero el derribar sus BARRERAS sigue siendo misión de los otros.”

“Nos contentamos durante mucho tiempo con la ilusión de poseer la verdad, sin que se le ocurriera al espíritu preguntarse seriamente si no sería necesario, antes de poseer la verdad, el ser uno mismo verdadero.”

“Aquel que para existir tiene que contar con la falta de voluntad de los demás, es efectivamente un producto de aquellos otros, como el amo es un producto del siervo. Si cesara la sumisión se acabaría la dominación.”

“Para el individuo pensante, la familia no es una potencia natural, y debe hacer abstracción de los padres, de los hermanos, de las hermanas, etc.”

¿A qué lugares empujará su determinismo al egoísta que hizo tabla rasa de los prejuicios-fantasmas? Y he aquí el segundo tiempo del stirnerismo.

Ciertamente, hacia las riberas de la unión, de la asociación… Pero una unión contraída voluntariamente, una asociación de egoístas que no cultivarán el trato con los fantasmas del desinterés, del sacrificio, del desvelo, de la abnegación, etc. Una asociación de egoístas donde nuestra fuerza individual se acrecentará con todas las fuerzas individuales de nuestros coasociados, donde uno consumirá y se servirán mutuamente alimentos. Una unión de la cual se servirá cada uno para sus propios fines, sin que les importune la obsesión “de los deberes sociales”. Una asociación considerada como de su propiedad, como arma y herramienta, y que abandonarán cuando ya no les sea útil.

Pero no se imaginen que la asociación, si persiste el individuo en realizarse por medio de ella, no exige nada a cambio.

Evidentemente, la asociación stirneriana no se presenta como una potencia espiritual superior al espíritu del asociado –la asociación no existe sino por los asociados, pues es su creación–; pero he aquí: para que ella realice sus fines y para que cada cual se sustraiga “a la opresión inseparable de la vida en el Estado o en la sociedad” es preciso comprender bien que no faltarán en ella “las restricciones a la libertad y los obstáculos a la voluntad”. “Dando, dando.” Egoísta, amigo mío, tú consumirás de los demás egoístas, pero a condición de aceptar el servirles alimentos. En la asociación stirneriana se puede también sacrificar a otros, pero no invocando el carácter sagrado de la asociación; sencillamente porque puede ser agradable y natural el sacrificio.

El stirnerismo reconoce que el Estado descansa sobre la esclavitud del trabajo; si el trabajo fuera libre, entonces el Estado quedaría destruido en seguida. Der Staat beruht auf der Sklaverei der Arbeit. Wird der Arbeit frei, so ist der Staat verloren: he aquí porque el esfuerzo del trabajador debe tender a destruir al Estado o a estar sin él, que viene a ser lo mismo.

Tercer tiempo. Queda la forma en que el egoísta o la Asociación de los egoístas luchará contra los hábiles y los astutos que hacen uso de los fines de dominación y de explotación de los fantasmas que han tomado posesión de los cerebros de los hombres. El stirnerismo no pretende desempeñar el papel del Estado después de haberlo destruido o de haber proclamado su inutilidad y forzar a los que no lo quieren, o no pueden, a formar asociaciones de egoístas. El stirnerismo no preconiza la revolución. El stirnerismo no es sinónimo de mesianismo. Contra los que poseen y explotan hasta el punto de no dejar a los explotados ni pan que comer, ni lugar donde reposar su cabeza, ni de pagar el salario íntegro de su esfuerzo, la insurrección es natural y conveniente la rebelión. Hay bienes improductivos al sol y cajas de caudales llenas hasta desbordarse. ¡Qué demonios! Y nada de sentimentalismo cuando se trata de afirmar su derecho individual o asociado al bienestar. El ego, guiado por la propia conciencia, no podría desembarazarse de escrúpulos que podían obsesionar a los hombres de cerebros habitados por fantasmas.

“La revolución ordena instituir e instaurar y la insurrección quiere que uno se subleve o que se eleve.”

“Doy vueltas a una peña que obstaculiza mi camino hasta que tenga bastante pólvora para hacerla volar; doy la vuelta a las leyes del Estado en tanto no tenga la fuerza para destruirlas.”

“Un pueblo no podría ser libre sino a costa del individuo, pues su libertad no afecta más que a él y no es la emancipación del individuo; cuanto más libre es el pueblo, más sujeto está el individuo. Fue en la época de la mayor libertad cuando el pueblo griego estableció el ostracismo, expulsó a los ateos e hizo beber la cicuta al más probo de sus pensadores.”

“Dirígete hacia ti mismo antes que a tus dioses o a tus ídolos: descubre en ti lo que está oculto, llévalo a la luz y revélalo.”

Tal es la esencia del mensaje que Max Stirner, entregándolo a la gente de su tiempo, lo dirige a personas de todos los tiempos.

Hemos dicho que en Stirner había el hombre y la obra. Después de haber hablado de la teoría, hablemos de su fundador. Stirner no es más que el nombre literario de Johann Caspar Schmidt, ese sobrenombre no es más que el seudónimo inspirado en la desarrollada frente (stirn en alemán) del autor de El único y su propiedad, y que él conservó para sus escritos. Uno de los episodios de la vida de Stirner que más llama la atención es que frecuentó, durante diez años, el club de los “Emancipados” (“Los Libres”), agrupación de intelectuales animados por ideas liberales de los espíritus avanzados de antes de 1848. Se reunían en una cervecería con atmósfera inundada del humo de las largas pipas de porcelana, discutían sobre toda clase de temas: teología (el libro de Strauss sobre Jesús acababa de aparecer entonces), literatura, política (la revolución del 48 estaba próxima). Fue en 1843 cuando Max Stirner, el hombre de aspecto impasible, de un carácter fuerte y concentrado en sí mismo, se casó en segundas nupcias con una pequeña burguesa, soñadora y sentimental, asidua también al club de los “Emancipados”, María Daehnhardt. Sin embargo, su emparejamiento no fue feliz. La incomprensión mutua y las calumnias que insinuaban que Stirner buscaba una utilidad con ese casamiento, por la dote de su mujer, ocasionaron la ruptura en 1845.

Stirner continuó creando. El único y su propiedad data de fines de 1844. Publicó sucesivamente de 1845 al 47 una traducción alemana de las obras maestras de J. B. Say y de Adam Smith con notas y observaciones en ocho volúmenes; en 1852, una historia de la reacción en dos volúmenes, todo de su pluma; en 1852 también, la traducción de un ensayo de J. B. Say sobre el capital y el interés, con observaciones… Después, ya no publicó nada. Sus últimos años fueron míseros. Reducido a ganar el pan como podía, aislado, encarcelado dos veces por deudas, sucumbió en 1856 a una infección de carbunco, en una pensión. Nuevas indagaciones de mi amigo John Henry Mackay, muerto en mayo de 1933, parecen atestiguar que el fin de su existencia no fue tan miserable ni estuvo tan desprovisto de amistad como se creyó en un principio.

Volvamos a la obra de Stirner. Uno de los pasajes más notables de El único y su propiedad es aquel donde define a la burguesía con relación a los individuos sin posición social. Esta cita es la mejor respuesta que puede darse a los que ven en Stirner y sus continuadores a individualistas burgueses:

“La burguesía se reconoce en que practica una moral estrechamente ligada a su esencia. Lo que exige ante todo es que se tenga una ocupación seria, una profesión honorable y una conducta moral. La prostituta, el ladrón, el bandido y el asesino, el jugador y el bohemio son inmorales, y el buen burgués experimenta con respecto a esas ‘gentes sin costumbres’ la más viva repulsión. Lo que les falta a todos es esa especie de derecho de residencia en la vida que proporcionan un comercio sólido, medios de existencia asegurados, rentas estables, etc.; como su vida no descansa sobre una base segura, pertenecen al clan de los ‘individuos’ peligrosos, al peligroso proletariado: son ‘particulares’ que no ofrecen ninguna garantía y que no tienen ‘nada que perder’ ni nada que arriesgar”.

“Toda vagancia desagrada al burgués, y existen vagabundos del espíritu que, ahogándose bajo el techo que abrigaba a sus padres, se van a buscar a lo lejos más aire y más espacio. En lugar de permanecer en el hogar familiar removiendo las cenizas de una opinión moderada, en lugar de tener por verdades indiscutibles lo que consoló y calmó a tantas generaciones anteriores a ellos, franquean la barrera que cierra el campo paterno y se van por los caminos audaces de la crítica, donde los lleva su indomable curiosidad de dudar. Esos extravagantes vagabundos entran también en la clase de las personas inquietas, inestables y sin reposo que son los proletarios, y cuando dejan sospechar su falta de residencia moral se les llama ‘perturbados’, ‘cabezas calientes’ o ‘exaltados’.”

“Podrían reunirse con el nombre de vagabundos conscientes a todos los que la burguesía considera sospechosos, hostiles o peligrosos.”

Stirner no ha descendido hacia el pueblo como los Bakunin, los Kropotkin y los Tolstoi, por ejemplo. No es un productor sólido, como Proudhon, con prejuicios de burgueses medios y generosos; no es un sabio como Reclus, doblado de un espíritu de bondad evangelista; ni un aristócrata como Nietzsche; es uno de nosotros. Es un hombre que jamás gozó de una posición segura y provechosa o desahogada. Conoció la necesidad de practicar los oficios más diversos para vivir. La gloria que circunda a los proscritos célebres, a los militantes revolucionarios o a los jefes de escuela, le fue desconocida. Tuvo que arreglárselas como podía y en lugar de las señales de consideración que la burguesía otorga, a pesar de todo, a ciertos ilustres revolucionarios, no recibió más que las repulsas con que ella agobia a los individuos sin situación y sin garantía.

Instruido por sus propias experiencias, Stirner trazó un retrato del burgués mucho más sorprendente que el que hizo más tarde Flaubert, que se situaba únicamente en el punto de vista estético. Para Stirner, la característica del mundo burgués es el poseer una ocupación seria, una profesión honorable, moral, en una palabra, lo que constituye el derecho de residencia en la vida. El burgués puede ser obrero o rentista, llamarse republicano, radical, socialista, sindicalista, comunista, hasta anarquista; puede pertenecer a una logia, a la Liga de los Derechos del Hombre, a un comité electoral socialista o a una célula comunista; puede incluso pagar su cotización a un partido revolucionario. En tanto que su vida descanse sobre una base segura y en tanto que ofrezca garantías morales, burgués es y burgués seguirá siendo.

En la misma Alemania, sólo al cabo de cincuenta años apareció una segunda edición de El único y su propiedad (1882). En 1893, la gran casa editorial Reklam, de Leipzig, editaba este libro en su Biblioteca Popular. Esto era hacerlo accesible a todos. En 1897, John Henry Mackay, que tanto trabajó para hallar huellas de Stirner y disipar el misterio que envuelve su vida, publicaba la primera edición de Max Stirner, Sein Leben und sein Werk. En Francia, El único y su propiedad aparecía en 1900 en dos traducciones, la de Robert L. Reclaire, en casa de Stock, y la de Henri Lasvigne en La Revue Blanche. (En 1894, Henri Albert había traducido una parte de la obra en el Mercure de France; un poco más tarde, Teodoro Randal había hecho lo mismo en las Charlas Políticas y Literarias y en el Magazine Internacional.) En 1902, era traducida al danés (con prefacio de Jorge Brandes) y al italiano (con prefacio de Ettore Zoccoli); en 1911 apareció una segunda edición italiana, que fue reimpresa en 1920. En 1907, precedida de un prefacio del autor de La filosofía del egoísmo, James Walker, aparecía una traducción inglesa por Steven T. Byintong, editada por Benjamin R. Tucker, con el título The Ego and his own. En 1912, El único y su propiedad había sido además traducido al ruso (se cuentan ocho ediciones de esta obra en esta lengua, la séptima traducida por Leo Kasarnowski y la última data de 1920), al español, al holandés y al sueco. En 1930, aparecieron dos traducciones japonesas, una de las cuales en edición económica, por J. Tsuji. Creo que existen traducciones de El único en otras lenguas. (He oído hablar de la traducción en diez y ocho lenguas, pero no pude comprobarlo.) Con el título de Kleinere Schriften (‘pequeños escritos’) John Henry Mackay reunió los estudios, artículos, informaciones y respuestas de Stirner a sus críticos aparecidos de 1842 a 1848. Conozco una edición italiana de esta obra titulada Scritti minori. Traduje en L’en dehors la crítica muy interesante que Stirner hizo de Los misterios de París, de Eugenio Sue, y un extracto de El falso principio de nuestra educación.

 

Emilie Armand

 

INTIMIDAD CRIMINAL

 

Porque la noche pertenece a los amantes. Porque la noche nos pertenece.

Patti Smith

 

SOBRE LO MUERTO

Para vivir en esta cultura unx tiene que permanecer muertx, vacíx. El estar sin vida es el afecto y la aspiración de la membresía social dominante. Una relación social en que la vida se reduce al intercambio del capital. No hay escape, se encuentra en cada persona caminando por la calle esquivando la mirada de la otra, en los intercambios de servicios, en las naves del gran almacén y en las bancas de la iglesia. En el capital, en la heteronorma, en las leyes, en la moralidad. La lógica de la muerte es la totalidad.

El tabú de nuestros deseos se reitera una y otra vez. El poder y el control están escritos en nuestros cuerpos. ¿Qué es la pasión, el deseo, la aventura, el goce? Qué, sino solamente frases pegadizas para anunciantes. Nuestro amor, nuestros deseos y hasta nuestros propios cuerpos están inscritos en esta cultura. El capital está tatuado en nuestros cuerpos. No nos atrevemos a soñar. Honestamente, cómo podríamos querer otra cosa.

Son agentes y fuerzas del biopoder; las botas de quienes nos golpean, las cámaras de vigilancia en el panóptico con sus malditas luces azules, las sirenas y pistolas de la policía, las campañas a favor del matrimonio gay y por los derechos de los soldados homosexuales, los persistentes horrores de la monogamia, y los maniquíes de figuras tan perfectas, ad nauseam (rectos, de pie como en retenes) garantizando la imposibilidad de cualquier alternativa. La vida, reventada, no es nada más que la supervivencia pura, banal, fría, y paralizada. No hay un hecho más claro: el hetero-capitalismo, esta cultura, esta totalidad quiere acabar con nosotros.

TOMANDO Y COMPARTIENDO: OBTENIENDO LO NUESTRO

La maquinaria de control ha ilegalizado hasta nuestras propias existencias. Hemos aguantado la criminalización y crucifixión de nuestros cuerpos, nuestro sexo, nuestros géneros rebeldes. Nos han detenido en redadas, y quemado por ser brujxs. Hemos ocupado el lugar de los desviados, de las putas, de los pervertidos, y las repugnantes. Esta cultura nos ha vuelto criminales, y por supuesto, hemos dedicado nuestras vidas al crimen. Descubrimos los placeres de la vida criminal criminalizando nuestros placeres ¡Cuando nos ilegalizaron por ser quienes somos descubrimos que somos unos pinches bandidxs!

Muchos culpan a lxs queers por la decadencia de esta sociedad (eso nos llena de orgullo). Otros piensan que deseamos destrozar la civilización y su tejido moral, tienen toda la razón. ¡A menudo nos llaman depravadxs, decadentes y asquerosxs, pero ni siquiera hemos empezado!

Seamos explícitos: Somos criminales queer-anarquistas, y este mundo no es suficiente para nosotrxs y nunca lo será. Queremos aniquilar la moralidad burguesa y dejar este mundo en ruinas. Venimos para destruir lo que nos destruye.

Debemos hablar de la revuelta. Estamos averiguando las raíces de nuestra criminalidad queer y trazando el deceso de la orden social. ¡Ahhh! que sabrosos alimentos. Lesbianas piratas navegando como tormentas por la mar, amotinadxs queer quemando coches policiales, orgías en la decadencia del industrialismo, ladronxs luciendo triángulos rosas, redes de apoyo mutuo entre putxs, ladrones, y pandillas de maricas que madrean agresores. Nos han asegurado que cada día podría ser el último, así que hemos decidido vivir como si cada uno fuera el final. Entonces, comprendimos que los días de esta existencia están contados.

Desarrollamos una manera de jugar con la revuelta. Experimentamos con la autonomía, el poder, y la fuerza. No hemos comprado nada de lo que llevamos puesto, y rara vez pagamos por nuestra comida. Robamos en el trabajo y taloneamos para seguir viviendo. Compartimos consejos de estafas mientras chismeamos y nos acariciamos sensualmente. Saqueamos las tiendas hasta cansarnos, pero nos gusta compartir el botín. Por la noche echamos desmadre en la calle y llegamos saltando a la casa. Siempre estamos desarrollando estructuras informales de apoyo, y siempre apoyaremos a nuestrxs amigxs. En orgías, en disturbios, y en atracos, intentamos articular la colectividad de estas rupturas, a la vez que las profundizamos.

SOBRE LA INTIMIDAD CRIMINAL. CREANDO UN MUNDO POR VENIR.

La sensaciones eléctricas y extáticas que causa el crimen son innegables. Hemos sentido el dulce torrente de adrenalina al escapar de un guardia de seguridad, o cuando cogemos en el autobús. La única oportunidad de vivir aparece al golpear las estructuras del capital. De hecho, el crimen nos motiva a levantarnos de la cama cada mañana.

Nosotras, la gente queer y lxs insurgentes hemos desarrollado lo que se llamaría una intimidad criminal. Estamos explorando la solidaridad material y afectiva fomentada entre rebeldes y bandidxs. Con cada ley que quebramos juntxs, descubrimos ilegalmente la belleza entre nosotros mismos. Al revelar nuestros deseos a nuestrxs compañerxs criminales, llegamos a conocernos el uno al otro de una manera tan íntima que jamás podría ofrecernos la legalidad. Nuestros deseos producen el conflicto con el capital. Quizá el conflicto sea un escape al debilitamiento de nuestras vidas. El discurso de nuestra pandilla es el conflicto.

La potencia que manifiestan nuestros delitos no se encuentra en el daño causado a nuestros enemigos, ni en el mejoramiento de nuestras condiciones materiales (aunque, claro que nos agradan ambos). Nuestro fuerza se encuentra en las relaciones y la resolución que ejercemos. Las posibilidades de nuestras afinidades amplían el goce y el ataque, cuando nos quitamos las máscaras y compartimos nuestros proyectiles. En estas posibilidades aprendemos cómo podríamos hacer escombros este mundo.

Debemos ser cuerpos sin órganos. Cada persona está llena de potencialidades; nuestros deseos, el afecto, la fuerza, y las costumbres tienen posibilidades infinitas. Debemos de experimentar cómo es que nuestros cuerpos interactúan con otros para encarnar y activar estas posibilidades. Juntos cometemos delitos para nuestro devenir criminal. Nuestra intención no es ofrecer lo ‘criminal’ y lo ‘queer’ como identidades o categorías. La criminalidad y lo queer son instrumentos para luchar contra la identidad y las categorías, son nuestras líneas de fuga. Estamos en conflicto con todo lo que intenta limitar cada uno de nuestros deseos. Podemos ser cualquiera y lo único que tenemos en común es el odio hacia todo lo existente. Nuestros deseos rebeldes nunca podrán ser asimiladas por el Estado.

Los conservadores invocan la imagen de una ‘guerra cultural’ entre la sociedad por un lado y lxs queers por el otro. Nosotrxs rechazamos este tipo de guerra. Nuestra guerra es una guerra social. Sí, el nexo de la dominación y el sistema de clases se encuentra por todos lados, pero nuestro entorno también está lleno de rupturas y puntos de conflicto contra esta sociedad. Nuestro hablar sucio y nuestros susurros nocturnos son una lengua propia y secreta. Este lenguaje de ladronxs y amantes es ajeno a la sociedad, sin embargo es el sonido más bello para lxs rebeldes. Nos revela nuestro potencial para construir mundos. Porque el conflicto es un espacio en donde nuestras posibilidades pueden florecer. Estamos construyendo un mundo nuevo, amotinado, orgiástico, y quebrantado mediante la organización de un universo secreto de abundancia compartida y posibilidad explosiva.

Queer Ultraviolence.

Bash Back!

 

 

Paolo Schicchi, un ‘vagamundo’ que quiso matar a Malatesta

Entre los vagamundos que nutrieron los orígenes del anarquismo comunista, me gustaría focalizar la atención en la figura de uno de ellos, el siciliano Paolo Schicchi. Un personaje con una vida fascinante y apasionada.[…]

Tras su paso por la universidad fue alistado en el ejército, del cual desertaría en 1889, abandonando el cuerpo de artillería de montaña (Turín) en el cual estaba destinado. Cruzando los Alpes hasta alcanzar la ciudad de Saint Imier, en Suiza, logró escapar de Italia y entró en el mundo de los vagamundos y perseguidos por las leyes de sus países de origen. Tras una breve estancia en Suiza se asentó en París en el contexto de la Exposición Universal. Allí abandonó sus posicionamientos republicanos y aceptó el anarcocomunismo como ideal de lucha. Formó parte de un grupo de estudiantes libertarios y se relacionó con anarquistas destacados como Saverio Merlino, un amigo personal de Malatesta, o el anarcocomunista e ilegalista Luigi Galleani, quien en el siglo XX se haría famoso en Estados Unidos por las acciones y atentados promocionados por su entorno, como el que ocasionó 38 víctimas mortales en la Bolsa de Nueva York en 1920.

Por su notoria implicación en el anarquismo parisino, fue puesto en busca y captura por las fuerzas policiales, lo que provocó un nuevo cambio de aires para nuestro protagonista. Inició tras este momento un fugaz periplo por Malta y Sicilia, en donde publicaría en Catania Il Picconiere. Posteriormente se encontrará su rastro en la ciudad de Marsella, en donde se relacionará con el anarquismo local y dejará fuertes lazos de afinidad. Ante la proximidad del 1º de mayo de 1891 regresó a Sicilia, concretamente la ciudad de Palermo, en donde aprovechó para poner una bomba en un cuartel militar y huir posteriormente a Ginebra, Suiza, uno de los nexos internacionales del anarquismo.

Éste fue su destino inmediatamente anterior a su llegada al llano barcelonés, en donde tenía ya bastantes contactos, especialmente con otros apátridas y vagamundos como él, como fueron los franceses Octavio Jahn y Paul Bernard, con quienes había coincidido antes de que éstos entrasen en territorio español, el primero en València y el segundo en el llano barcelonés.

En Suiza editó los periódicos Pensiero e Dinamite! y La Croce di Savoia, en los cuales Schicchi hizo alegatos en pro de la insurrección, el uso de la dinamita, el genocidio de burgueses y, especialmente, una crítica rotunda contra los planteamientos malatestianos aparecidos en el Congreso de Capolago de enero de 1891, en el cual Schicchi participó, siendo uno de los principales partidarios de la informalidad organizativa. Desde entonces su odio y repulsa por Malatesta llegó hasta el extremo de la obsesión, aunque era un hecho que no chocaba con el carácter apasionado e incendiario de Schicchi.

Perseguido por sus actividades en Suiza, a finales de 1891 se asentó en Barcelona. Su paso por Barcelona fue breve, pero su huella perduró en el tiempo fruto de su fuerte personalidad.[…]

 


 

El conocido anarquista Errico Malatesta llegó a Europa en el verano de 1889 y, al poco de establecerse, puso sobre la mesa unas propuestas encaminadas a la creación de un partido anárquico internacional. Un partido insurreccional y no parlamentario, aunque veladamente público, que sirviese de nexo unificador de la praxis anarquista, al tiempo que dejaba las discusiones sobre los modelos de sociedad futura aparcadas de lado.

A desagrado de los posicionamientos más informalistas del anarcocomunismo, lo cierto fue que a partir de entonces un sector del anarcocomunismo defendió posicionamientos organizativos diferentes. Este hecho fue bastante rompedor en la realidad europea, hasta entonces predominantemente informalista. […]

El punto álgido de las disputas entre anarcocomunistas, a nivel internacional, coincidió con el encuentro en el llano barcelonés de Malatesta y uno de sus más acérrimos contrincantes, Paolo Schicchi. Éste último en el pasado Congreso de Capolago (enero de 1891), se mostró muy crítico con la creación de la sección italiana del partido anarquista internacional, preconizado por Malatesta en 1889. Schicchi llevaba poco tiempo en Barcelona, al parecer huyendo de la represión desencadenada por sus aportaciones propagandísticas y otro tipo de acciones en Suiza. Buscaba en ella refugio, no en vano históricamente se había considerado dicha plaza un sitio en donde el perseguido era poco molestado. Malatesta llegó a Barcelona invitado por el entorno antiadjetivista, con quienes tenía buenas relaciones.

En el contexto de su gira estatal, Malatesta tenía previsto visitar varias localidades como Barcelona, Zaragoza, varias de Euskadi, Valladolid, Madrid o Sevilla. Desgraciadamente, el alzamiento jerezano de enero de 1892 y la consiguiente represión antianarquista que se desató, aconsejó el cancelarla y que Malatesta y algunos de sus promotores, como Pere Esteve o Adrián del Valle, optasen por huir de España. Sin embargo, gran parte de la gira se produjo y los posicionamientos malatestianos se escucharon en Catalunya, Aragón, Euskadi y otras localidades del estado. […]

Parece ser que Schicchi durante su residencia en Barcelona sí que encontró contactos afines entre los anarquistas locales. La radicalidad de sus planteamientos encontraron sinergias entre otros grupos de migrantes, como el originado alrededor del francés Paul Bernard, quien por entonces recientemente también residía en Barcelona. De igual modo encontró apoyo entre italianos partidarios de la informalidad y anarquistas autóctonos, especialmente entre quienes integraron El Revolucionario, precursor inmediato de El Porvenir Anarquista, en donde Schicchi y los suyos protagonizaron uno de los episodios más recordado de la polémica entre malatestianos y antiorganicistas, como fue la serie de descalificaciones mostradas contra Malatesta, y el reto a muerte que el siciliano propuso al insigne padre del anarcocomunismo, ya que en mitad del debate acalorado surgido tras Capolago, de Schicchi se había afirmado que era un provocador o un agente infiltrado.

Su paso por el llano barcelonés fue breve y acabó trágicamente tras ser detenido como un posible autor del atentado de la Plaça Reial en febrero de 1892. Pese a encontrarse con numerosos compañeros anarquistas en una conocida taberna de la calle Gran de Gràcia la noche del atentado, él y los suyos fueron detenidos. La Policía le seguía el rastro desde su llegada al llano, mediante informes de algunos chivatos y por el secuestro de su correspondencia.

Schicchi declaró en un posterior juicio celebrado en Viterbo en el año 1893 que su detención en Barcelona no se sustentaba en ninguna prueba, que fue duramente torturado junto a sus compañeros y que, tras conocer la suerte de la compañera de Paul Bernard, quien murió a consecuencia del trato recibido, decidió vengarse poniendo una bomba contra un edificio relacionado con el gobierno español.

Sobre el aspecto de su compra de la libertad, Renato Souvarine afirmaría que en Barcelona tenía una compañera, Maria Margales, quien mediante colectas y las aportaciones del padre de Schicchi, consiguió sobornar a los carceleros que le custodiaban.

Como Paulí Pallàs o el madrileño Francisco Ruiz, revistió su acto contra el consulado en Génova de un cierto heroísmo que, por ejemplo, faltó en el atentado de la Plaça Reial de 1892, el cual nunca en su vida asumió como propio 227. Cuando intentó poner la bomba en el consulado español, se percató que debajo del inmueble existía una vivienda obrera, con lo que mientras la mecha estaba encendida, el siciliano consiguió antes de que se produjese la explosión retirar varios cartuchos de dinamita, así como las cápsulas de fulminato de mercurio del aparato, produciéndose así únicamente la explosión de la pólvora pírica y algún cartucho que aún quedó montado. Para el código de honor entre anarquistas, su acción en Génova fue muy loable, porque ante su derecho innegable a la venganza, lo rechazó por no hacer daño a una familia trabajadora. Un acto que recordaba mucho al caso que se producirá ese mismo 1893 en Madrid, con el atentado de Francisco Ruiz contra la residencia de Cánovas del Castillo.

Schicchi fue condenado en Viterbo a doce años de presidio por la bomba de Génova y por el atentado contra la caserna militar de 1891. En esos años, apartado de la realidad anarquista, el movimiento no le olvidó, aunque no siempre acorde con lo que supuestamente el italiano pensaba. A las habituales colectas en favor suya, se llegaron a producir intentos de colocarlo en listas electorales de candidaturas fantasma, con el objetivo de lograr su inmunidad parlamentaria. Su reclusión finalizó en 1904, cuando quedó bajo libertad vigilada. Durante esos años perdidos conoció la dura realidad de las cárceles italianas de Oneglia, Alessandria, Pallanza y Orbetello. Tras su liberación, se estableció primero en Collesano hasta que en 1908 se trasladó a Milán, en donde fue director del periódico La Protesta Umana, del grupo anárquico alrededor de Nell Giacomelli y Ettore Molinari.

Pese haber conservado el reconocimiento y la popularidad a inicios del siglo XX, esos años de encierro, originados en gran parte por su activismo en Barcelona, le apartaron de la primera linea anarquista, perdiendo así el entorno más informal del anarcocomunismo a una de sus figuras más carismáticas. Sin embargo, una vez recuperada la libertad, el espíritu optimista y revolucionario de Schicchi volvió a resurgir. Participó en diferentes grupos y periódicos italianos y norteamericanos, en donde sus seguidores se encontraban entre el entorno de los galleanistas.

Más allá de sus labores propagandísticas y participación en acciones, destacó también por fomentar su vertiente artística, siendo el escritor de varias obras literarias de carácter dramático. Por ello logró recibir incluso algún premio literario, demostrando que Schicchi era ante todo una persona sensible y apasionada.

Con el auge del fascismo en Italia fue activo en la lucha antifascista, teniendo contacto con otros conocidos activistas del exilio, como fue la figura del mítico anarquista y expropiador Severino Di Giovanni, un migrante italiano que nutrirá las filas del anarquismo bonaerense […]

En ese contexto antifascista, en el verano de 1930 intentó organizar junto a otros compañeros como Salvatore Renda, de Trapani, y Filippo Gramignano, de Borgo Scita, un movimiento insurreccional antifascista en Sicilia, con el objetivo que fuese la primera piedra de toque de una lucha insurreccional destinada a destruir el fascismo. Otros anarquistas que colaboraron y participaron en los preparativos fueron Paolo Caponetto, el socialista Ignazio Soresi, un tal Francofonte, Vicenzo Mazzone y Lucia Caponetto. Como nota curiosa, tanto Vicenzo Mazzone como Paolo Caponetto lucharon como brigadistas en la Guerra Civil Española.

Tras el fracaso de su plan insurreccional, Schicchi fue juzgado y condenado a prisión. En las cárceles italianas de aquel tiempo conoció a figuras como Gramsci o Sandro Pertini y, al igual que en el encierro originado en 1893, renunció a cualquier medida de gracia o campaña en favor de su libertad. En 1937 pasó a vivir bajo arresto domiciliario, el mismo destino que Malatesta vivió en sus últimos días bajo el influjo del fascismo.

Recobrará la libertad coincidiendo con la liberación aliada de Sicilia en 1943, mientras permanecía ingresado en la clínica de su amigo y compañero el doctor Pasqualino, de Palermo. Ya en un contexto con la guerra en el recuerdo, seguirá colaborando en sus últimos años de vida en nuevos periódicos libertarios o trabajando con Renato Souvarine en estudios históricos, lo que le comportó en su cénit vital, no sin olvidarse del todo algunas de sus controvertidas polémicas pasadas, un gran reconocimiento en la memoria de los anarquistas italianos. Murió el 12 de diciembre de 1950, aunque su rastro sigue presente gracias a los espacios que en Sicilia aún recuerdan su compromiso con la Libertad.

Francisco Fernández Gómez

 

Tomado de «Anarcocomunismo en España (1882-1896). El grupo de “Gràcia” y sus relaciones internacionales. Tesis Doctoral. Francisco de Paula Fernández Gómez. Septiembre 2014»

 

 

 

Los Errantes visitan México

“Viendo [Ascaso y Durruti] que era imposible mantenerse por más tiempo en Cuba, decidieron salir para México. Con el fin de lograr con éxito su propósito, alquilaron una pequeña lancha para dar un paseo fuera del puerto, pero ya surcando la bahía exigieron de los lancheros que les llevaran a bordo de cualquiera de los barcos que aparejaban para hacerse a la mar.

Temerosos, los lancheros les llevaron a uno de los barcos pesqueros, al que abordaron, obligando al patrón del mismo a levantar anclas, llevándose también a los dos patronos de la lancha.

Ya en altamar, pistola en mano, exigieron que el patrón del pesquero pusiera proa hacia costa mexicana.

Así navegaron hasta alcanzar la costa de Yucatán, en la que desembarcaron después de gratificar espléndidamente a los marineros cubanos.

La acción de desembarque no fue fácil. Dos o tres vigilantes del fisco mexicano se dieron cuenta de su llegada. Estos supusieron que eran contrabandistas, y como tales decidieron conducirlos al puerto de Progreso, para entregarlos a las autoridades. Camino andando, Durruti ofreció determinada cantidad a cambio de la libertad (…). La suma ofrecida interesó más a los agentes del fisco que la comprobación de si eran o no contrabandistas. Orientados por los propios agentes del fisco, nuestros amigos llegaron a Mérida, y de ahí a Progreso, en donde embarcaron rumbo a Veracruz” (140).

Llegados a Veracruz, en el puerto les aguardaba un anarquista mexicano llamado Miño -de lo que puede deducirse que Durruti o Ascaso habían escrito a México, previniendo que llegarían a Veracruz-. Miño les condujo a la capital mexicana y, una vez allí, a casa de Rafael Quintero, uno de los dirigentes de la CGT mexicana, quien había intervenido directamente en la revolución con Emiliano Zapata. Entonces, Rafael Quintero tenía una imprenta instalada en la plaza Miralle, 13, y en este local les dio cobijo provisional (141).

Pocos días después. Quintero les llevó al domicilio de la CGT , que por aquel entonces estaba instalada en la plaza de las Vizcaínas, 3. Aquella noche de su visita se discutía en una reunión sobre las dificultades económicas que atravesaba el órgano periodístico de la CGT. Sin mediar palabra, Los Errantes hicieron un donativo de cuarenta pesos para el periódico (142).

La citada reunión dejó deprimidos a los dos “Errantes”, no sólo por la pobreza de medios económicos, sino también por la falta de dinamismo que mostraba la organización anarcosindicalista local.

Se notaba que se vivía del crédito de la revolución mexicana, pero de la revolución no quedaba nada más que el recuerdo. Los mejores habían caído, y los sobrevivientes se habían adaptado a la nueva situación, haciendo valer algunos de ellos su pasado militante ante el nuevo “poder revolucionario”. Y el poder, por su parte, les gratificaba facilitándoles algunos cargos burocráticos. De tal forma que, por ejemplo, algunos ex-anarquistas habían llegado a ser gobernadores. Todo parecía ajustarse a las nuevas condiciones. Solamente los ex-compañeros de Flores Magón, muerto hacía tres años en una cárcel yanqui, mantenían realmente vivo el espíritu del anarquismo, acordándose del principio ideológico de “que la revolución no se puede conjugar con la ley, y que la verdadera revolución es Ilegal por excelencia”, como escribía en uno de sus póstumos escritos el mismo Flores Magón (143). Es evidente que los perseguidos de siempre eran estos continuadores de Magón… Sería, pues, entre éstos, entre los que Durruti y Ascaso encontrarían vivienda y colaboración.

La estancia en casa de Rafael Quintero se prolongó unas semanas en espera de la llegada de Alejandro Ascaso y Gregorio Jover, los cuales entraron a la ciudad de México a finales de marzo de 1925. Reunidos los cuatro, se decidió salir de la capital, y Quintero les propuso como lugar de residencia una pequeña granja situada en Ticomán. El propietario de la granja, Román Delgado, recibió a los cuatro españoles y los presentó al grupo anarquista de la localidad; Nicolás Bernal, el mentado Delgado, Herminia Cortés, y otros (144).

En abril de 1925 se produjo un asalto a las oficinas de una fábrica de hilados y tejidos llamada “La Carolina”. A partir de aquel momento, los testimonios que consultamos coinciden en afirmar una entrega de dinero para el sostenimiento de la publicación de la CGT y para la instalación de una Escuela Racionalista, del tipo de las que creó Francisco Ferrer i Guardia en España en 1901.

“Unas semanas pasaron sin dar fe de vida. Insospechadamente, aparecen con un automóvil “Buick” algo viejo y elegantemente vestidos. Durruti preguntó: “¿Ha salido el periódico?”. Al contestarle que sí, quiso leer los números publicados. “¿Siguen aún las dificultades económicas?” “¡Cómo quieres que no sigan!” La respuesta de Durruti fue hacer entrega de una fuerte cantidad de dinero. En esto, notó Durruti que se le miraba con recelo; para desvanecer las dudas que flotaban entre los compañeros mexicanos, mostró una carta de Sebastian Faure que llevaba en el bolsillo, acusándole recibo de una fuerte cantidad destinada a la biblioteca social” (145).

Y otro testigo escribe sobre la misma época; “Una sorpresa -así empezaba los renglones el compañero C. V., al explicarnos la vida azarosa de Durruti-, invitome a almorzar, no sin pedirme que vistiera mi mejor traje, porque íbamos a uno de los principales restaurantes porteños. Rehusé aceptar la invitación, teniendo, no un escrúpulo, pero sí una aversión a todo aquello que contrariaba mi vida y pensamiento de militante. Insistió, explicándome que era indispensable que le acompañase, que tenía que hablar conmigo; que no podía invitarme a un modesto restaurante, debido a que había llegado a Tampico en plan de hombre acaudalado. Acepté, al fin, intrigado, ¿por qué no he de decirlo?, tanto por la curiosidad, como por saborear platillos que no había probado desde hacía largo tiempo. Ya de sobremesa, Durruti me dijo:

“-¿Qué os parecería si pudiéramos tener miles y miles de pesos para establecer un centenar de escuelas como la que ha fundado el Sindicato Petrolero?

– Eso es un sueño, Miguel – respondí. (Miguel era el nombre que Durruti utilizó en México.)

– Pues no será un sueño; quizá yo pueda entregar a vuestra Confederación cien mil pesos.

Durruti sentía un verdadero cariño por los niños, por eso ofrecía su vida sacando dinero de los bancos para fomentar la cultura.

Despidiéndonos, díjome:

– Vamos, chico. Sé que sois hombres, que sois capaces de todo por vuestras ideas. Mirad, Los Errantes somos aquellos que trabajamos en silencio, que exponemos nuestras vidas con tal de servir a las ideas que profesamos. Vosotros sois de otra manera; peleáis contra el Estado en la legalidad; nosotros lo combatimos o lo desafiamos en la ilegalidad” (146)

Y otro testimonio más concreto aún, por lo que respecta al asalto de las oficinas de “La Carolina’’, lo tomamos de la revista “Ruta”, de Venezuela, numero 38:

“Viejos compañeros mexicanos recuerdan aún el paso de Durruti por la capital azteca, y ello por dos razones: la primera, porque Durruti fue uno de los más fervientes propulsores de la CGT mexicana, animada por aquel entonces por Jacinto Huitrón, Rafael Quintero y un puñado mas de libertarios mexicanos, y la segunda, porque supo imponerse como persona por su natural modestia y su acendrado amor al ideario”.

El articulista Víctor García cuenta con qué dificultades se encontraba la CGT para montar una escuela racionalista, y escribe:

“Durruti, que tenía la virtud de captar los problemas, muchas veces por intuición, comprendió el estado de ánimo de esos entusiastas compañeros y solicitó, en conversación reservada al Consejo de la CGT, que se le permitiera solucionar ese problema. A la pregunta de ¿qué se proponía?, respondió que lo diría en ulterior ocasión. Dos días más tarde Durruti entrega una suma considerable a esa Comisión Pro-Escuela, diciéndoles: “Esos pesos los tomé de la burguesía… No era lógico pensar que me los diera por simple demanda”. Al día siguiente, los rotativos de la capital mexicana señalaban con títulos a ocho columnas la noticia del atraco a la fábrica de “La Carolina”. Daban, en números exactos, la cantidad sustraída. Esa era, sin un centavo menos, la suma que Buenaventura Durruti había entregado el día anterior a los amigos de la Escuela Racionalista” (147).

Naturalmente, cuando se va a buscar dinero de la manera en que iban Los Errantes, no siempre era todo fácil. En el asunto de “La Carolina”, el cajero descolgó el teléfono para prevenir a la policía, hubo un forcejeo, se escapó un tiro, y este terminó con la vida del empleado. El caso apuntaba feo, pues ya se habían producido varios hechos de asalto -unos con suerte y otros sin ella- , por lo que se pensó que era mejor salir de México lo antes posible; y no por temor a las redadas de la policía, ya que éstas se orientaban hacía los barrios pobres, mientras Durruti y Ascaso habitaban un lujoso hotel, cubriéndose bajo el nombre de “Mendoza”, de profesión “propietario de minas en Perú”, y su acompañante. Y así, “un día, ligeros de equipaje, con pasaportes falsos y con muy pocos pesos en los bolsillos, abandonaron el hotel, dejando a “Mendoza” la obligación de liquidar la cuenta, alejándose de México para retornar a Cuba” (148).

 

Abel Paz

Fragmento del libro “Durruti en la Revolución española” Capítulo XI, “Guerrilleros en Sudamérica”.


Notas:

140. Estos detalles se encuentran en un artículo del periódico “El Amigo del Pueblo”, portavoz de la agrupación “Los Amigos de Durruti”, titulado “Durruti en tierras de América”, número 11, 20 de noviembre de 1937.

141. Testimonio de Atanasia Rojas, viuda del compañero Román Delgado. Atanasia vive aún en México y cuenta ochenta años.

142. Idem.

143. Flores Magón. Artículo reproducido por “Regeneración”, en su número de abril de 1970. “Regeneración” es el órgano de la Federación Anarquista Mexicana.

144. Hasta aquí seguimos el testimonio de Atanasia Rojas, pero a partir de este momento las cosas se complican a causa de los nombres falsos y las fechas. Durruti se hacia llamar “Carlos”, y a “el Toto” se le denomina con el apelativo de “el Chino” o con el nombre de “Antonio Rodríguez”. Por otra parte, aparece un peruano llamado Víctor Recoba, que llega circunstancialmente a México, pero a quien se le pierde la pista después. Este capítulo es de los más intrincados sobre las vidas de Durruti y de Ascaso. Nuestras investigaciones han ido lo mas lejos posible; pero, quizá, un día puedan aclararse todavía más si aparece un escrito de Gregorio Jover, en el que narra estas aventuras a petición de Santillán, quien declara que ese testimonio de Gregorio Jover quedó en Barcelona entre sus papeles cuando esta ciudad cayó en manos de “los nacionales” el 26 de enero de 1939.

145. “El Amigo del Pueblo”, número citado, y en “Ruta”, de Caracas, Venezuela, num. 38, artículo de Víctor García hablando sobre Durruti a su paso por México: Otro relato ilustrativo de esta permanencia en el país de Flores Magón, Emiliano Zapata y Francisco Villa, nos la brinda Jose Peirats: “Yo pude conocer a Ascaso más de cerca. De sus labios escuché una anécdota sobre su aventura en América. Ocurrió cuando con los pies en polvorosa abandonaron Cuba por Yucatán. Desembarcados en el país maya, corrió pronto el viento de su fama. Alguien preparó un mitin en un rancho ante un centenar de campesinos. Durruti se vio obligado a pronunciar un discurso incendiario con mención constante a la revolución. Pero el público permanecía impasible. Durruti hacía subir el tono obteniendo idéntico resultado. Ascaso le susurró: “Termina ya, esta visto que tienen sangre de horchata”. Durruti encontró por fin el difícil final y naturalmente, no hubo aplausos ni vivas. Pero uno de los oyentes salió de su mutismo y, acercándose al orador, le dijo cadenciosamente: “Manito, vamos ahorita mismo a hacer la revolución. Toditos estamos puestos…” En “Frente Libertario”, de la CNT -en el exilio-, París, noviembre de 1972, artículo titulado: “Hipoteca sobre el heroísmo”.

146. “El Amigo del Pueblo”, número citado.

147. “Ruta”, ejemplar ya citado.

148. “El Amigo del Pueblo”, ya citado.

 

El Esfuerzo

La vida es un arma. ¿Dónde herir, sobre qué obstáculo crispar nuestros músculos, de qué cumbre colgar nuestros deseos?¿Será mejor gastarnos de un golpe y morir la muerte ardiente de la bala aplastada contra el muro o envejecer en el camino sin término y sobrevivir a la esperanza?

Las fuerzas que el destino olvidó un instante en nuestras manos son fuerzas de tempestad. Para el que tiene los ojos abiertos y el oído en guardia, para el que se ha incorporado una vez sobre la carne, la realidad es angustia. Gemidos de agonía y clamores de triunfo nos llaman en la noche. Nuestras pasiones, como una jauría impaciente, olfatean el peligro y la gloria. Nos adivinamos dueños de lo imposible y nuestro espíritu ávido se desgarra.

Poner pie en la playa virgen, agitar lo maravilloso que duerme, sentir el soplo de lo desconocido, el estremecimiento de una forma nueva: he aquí lo necesario. Más vale lo horrible que lo viejo. Más vale deformar que repetir. Antes destruir que copiar. Vengan los monstruos si son jóvenes. El mal es lo que vamos dejando a nuestras espaldas. La belleza es el misterio que nace. Y ese hecho sublime, el advenimiento de lo que jamás existió, debe verificarse en las profundidades de nuestro ser. Dioses de un minuto, qué nos importan los martirios de la jornada, qué importa el desenlace negro si podemos contestar a la naturaleza: -¡No me creaste en vano!

Es preciso que el hombre se mire y se diga: -Soy una herramienta. Traigamos a nuestra alma el sentimiento familiar del trabajo silencioso, y admiremos en ella la hermosura del mundo. Somos un medio, sí, pero el fin es grande. Somos chispas fugitivas de una prodigiosa hoguera. La majestad del Universo brilla sobre nosotros, y vuelve sagrado nuestro esfuerzo humilde. Por poco que seamos, lo seremos todo si nos entregamos por entero. Hemos salido de las sombras para abrasarnos en la llama; hemos aparecido para distribuir nuestra sustancia y ennoblecer las cosas. Nuestra misión es sembrar los pedazos de nuestro cuerpo y de nuestra inteligencia; abrir nuestras entrañas para que nuestro genio y nuestra sangre circulen por la tierra. Existimos en cuanto nos damos; negarnos es desvanecernos ignominiosamente. Somos una promesa; el vehículo de intenciones insondables. Vivimos por nuestros frutos; el único crimen es la esterilidad.

Nuestro esfuerzo se enlaza a los innumerables esfuerzos del espacio y del tiempo, y se identifica con el esfuerzo universal. Nuestro grito resuena por los ámbitos sin límite. Al movemos hacemos temblar a los astros. Ni un átomo, ni una idea se pierde en la eternidad. Somos hermanos de las piedras de nuestra choza, de los árboles sensibles y de los insectos veloces. Somos hermanos hasta de los imbéciles y de los criminales, ensayos sin éxito, hijos fracasados de la madre común. Somos hermanos hasta de la fatalidad que nos aplasta. Al luchar y al vencer colaboramos en la obra enorme, y también colaboramos al ser vencidos. El dolor y el aniquilamiento son también útiles. Bajo la guerra interminable y feroz canta una inmensa armonía. Lentamente se prolongan nuestros nervios, uniéndonos a lo ignoto. Lentamente nuestra razón extiende sus leyes a regiones remotas. Lentamente la ciencia integra los fenómenos en una unidad superior, cuya intuición es esencialmente religiosa, porque no es la religión la que la ciencia destruye, sino las religiones. Extraños pensamientos cruzan las mentes. Sobre la humanidad se cierne un sueño confuso y grandioso. El horizonte está cargado de tinieblas, y en nuestro corazón sonríe la aurora.

No comprendemos todavía. Solamente nos es concedido amar. Empujados por voluntades supremas que en nosotros se levantan, caemos hacia el enigma sin fondo. Escuchamos la voz sin palabras que sube en nuestra conciencia, y a tientas trabajamos y combatimos. Nuestro heroísmo está hecho de nuestra ignorancia. Estamos en marcha, no sabemos a dónde, y no queremos detenemos. El trágico aliento de lo irreparable acaricia nuestras sienes sudorosas.

Rafael Barret