El mazo del iconoclasta

 

“Dad rienda suelta a las pasiones inmorales”

Mijaíl Bakunin

 

Aunque el fatalismo impenitente que se ha instalado en nuestras mentes nos impida verlo, somos, en realidad, una numerosa pléyade de “desafectos al sistema”. Ideologizados o intelectualmente “vírgenes”, ductos o instintivos, necesitarios de autonomía o carentes de pan, pocos son los crédulos o satisfechos, que se atreven a afirmar que el mundo está constituido tal y como debería.

Para quienes pongan en duda tal aserto solo tienen que sacar a colación, en una conversación cualquiera y con cualquiera de sus semejantes, el tema -que a fuerza de ser recurrente se ha pretendido convertir en demagógico- del hambre o la guerra, y serán solo una minoría los que acepten con agrado tales cosas.

No hace falta mirar las tripas de esta “máquina mal engrasada” para saber que sus engranajes están ajados y casi completamente obstruidos, con unas válvulas silbantes que señalan una rápida y alarmante subida de la temperatura… todos los indicios de que el “artefacto social” está al borde del colapso.

Pero, ¿Quién le dará el último empujoncito?

Quizás algunos aprecien esta valoración como exagerada y excesivamente optimista, no obstante, mientras se dirime esta cuestión, la máquina sigue funcionando, a trancas y barrancas, forzando al máximo su capacidad, mostrándole a los ojos menos exigentes una carcasa flamante y reluciente, aunque chorreando sangre ajena como si fuera aceite… sin embargo, no podemos obviar que lo más curioso del caso es que haya sido en semejantes condiciones, precisamente en ese estado de declive y agonía, como ha conseguido mantenerse activa durante las más hondas simas de tiempo, a través de milenios e, incluso, hasta nuestros días, ¿peca ahora mi análisis de “triunfalismo”?

El sistema está “muriendo” desde que nació, existiendo a marchas forzadas, lleva marcado a fuego el signo de la desaparición. Y si aún no se ha logrado no es por los peregrinos motivos que se nos suele aducir.

Dejando de lado las intrincadas “fórmulas materialistas”, las mismas que determinan que un hombre debe renunciar a coger una manzana de un árbol si antes no se ha equipado con la correspondiente escalera, aún a pesar de que pudiera acceder a ella con un simple palo; las mismas que posponen la Revolución, aunque sea tan vital como la lluvia en el desierto, a los lugares que hayan sido “obsequiados” con los galardones capitalistas, y a unos tiempos más “propicios”. Hay otras muchas “incongruencias” que hasta la cabeza del corazón más ardiente está dispuesta a dar por sentado.

Se nos dice con voz quejosa: “Es que nuestro número es ínfimo, comparados con otros periodos históricos somos menos que una minoría”. Dígansele tales pequeñeces a Fanelli cuando se encontró en España con un grupo que llegaba con dificultades a la veintena, díganselo a Anselmo Lorenzo y a Morago, y al que a la postre sería el movimiento obrero más fecundo y vigoroso de la estúpidamente llamada “Europa occidental”. ¿Quién se atreverá a replicar tales cosas a los oídos de los “apóstoles” errantes que, a lomos de jumentos, iban difundiendo “la Idea” por sierras, cortijos y aldeas, sin más calor que el de las hogueras, sin más medios que la vehemencia y cuatro palabras grabadas a fuego en el alma?

Llegan entonces otros llantos: “Es que hoy estamos menos instruidos, y “revolucionariamente” menos preparados, que nunca”. Retumbarían aún, en los montes y cerros, las risas de aquellos campesinos de Jerez, en 1892, o la de los peones de la Patagonia, en 1921, si alguien hallara el valor de espetarles tales cosas. Qué le digan a un cantero o a un jornalero, orgullosamente analfabetos, la falta que les hacían las teorías y los libros, para sacudir de sus espinazos el yugo del patrón y del cacique.

Gastan entonces el último cartucho: “Es que hoy la gente es mucho más “comodona”, la vida hoy es más fácil, y las “mejoras sociales” mitigan las causas por las que rebelarse”. He ahí el argumento de la renuncia; reunid los arrestos para alargar vuestra voz hasta el mal llamado “Tercer Mundo”, decidles que su hambre es fingida, que su sed es una ilusión y que su mortalidad es una “quimera” de sus mentes. Convencedles de que el “maná” les caerá de sus cielos ennegrecidos -previa intoxicación de las chimeneas capitalistas- y de que sus tierras -explotadas por la globalización- serán fértiles, y de que sus ríos insalubres -gracias al “savoir-faire” industrialista- rebosarán de peces. Levantad la voz hasta África y habladles a sus habitantes de esas “mejoras sociales” que deshincharán los estómagos de sus hijos, de cómo los avances capitalistas han acabado con las muertes por inanición, también con el raquitismo o con las enfermedades más cruentas; decidles eso y posiblemente os escupan a la cara. ¿Pero por qué marchar tan lejos? ¡Abrid de una vez la ventana!, os conmino a ello, y si no sois insensibles, o rematadamente imbéciles, veréis desfilar antes vuestros ojos verdaderas legiones de “hambrientos y desamparados”, mesnadas de nómadas sin domicilio, de personas embargadas y desalojadas por impago, de obreros asfixiados ante el ocaso mensual, observareis, con vuestros propios ojos, ejércitos de adultos y niños, nacidos aquí y allá, que abordan las basuras con el digno e imperante fin de alimentarse… son “ejércitos del hambre”, a los que les sobran motivos para convertirse en “ejércitos del odio”.

La situación no ha cambiado nada con respecto al decimonónico inicio de las luchas sociales “explícitas”, el número no ha variado, la “ilustración” sigue sin ser imprescindible, y la miseria no ha dado un solo paso hacia atrás… los motivos para Rebelarse siguen siendo los mismos, lo único que ha cambiado es la disposición para ello; tan solo se ha modificado nuestra Voluntad.

Para quienes hayan llegado hasta aquí, compartiendo tal razonamiento, el dilema se exhibe diáfano: “si eso es así, ¿qué hacer?”.

Parecen que todas las medidas están ya agotadas, toda la propaganda hecha, todas las “asociaciones” formadas, todos los métodos puestos en práctica… pues si es realmente así, quizás lo que haya que cambiar es el carácter de los mismos.

La gente habla de renunciar a los métodos “específicamente violentos”, arguyen tanto la mala aceptación popular como toda una suerte de, respetabilísimos, motivos morales; pues perfecto. Nada hay que objetar al respecto, ya sea por motivos “pragmáticos” o “éticos”, se considera que la “violencia” no es el camino a seguir; compartimos, absolutamente, este planteamiento en cuanto a vidas humanas se refiere, pues no hay Revolución que se haya cimentado sobre la fuerza y la sangre, que no haya tenido necesidad de recurrir posteriormente a ambas para poder perpetuarse sobre el propio pueblo que lucho para erigirla. Nosotros como Bakunin, “no queremos destruir hombres sino instituciones”.

Es verdad que sobre este asunto algunas actitudes se nos antojan decididamente hipócritas, las mismas que apoyan cualquier acción violenta mientras esta esté respaldada por las “masas armadas”, y que, sin embargo, condenarían inexorablemente a cualquiera que realizara semejantes actos en solitario o con un escogido número de colaboradores… es como si la verdad fuera más “verdad” cuando es ratificada por el número, como si el asesinato dejara de serlo en cuanto el “pueblo” diera su consentimiento. Son estas las opiniones de quienes condenarían al Durruti ilegalista, expropiador y “propagandista por los hechos” de los años 20, si no hubiera sido eclipsado por la mítica del luchador miliciano de los años 30.

Pero estas “dobleces faciales” no consiguen desalentarnos de nuestros propósitos, nuestra meta no es inmolar la voluntad, ni la dignidad ni la vida de nadie, la única voluntad que queremos deponer, la única dignidad que queremos escarnecer y la única vida que queremos aniquilar es la del Estado y el Capital, solo de ellos aceptaremos un acto de genuflexión. Obviamente esto pasa por derrotar a los sujetos que utilizan tan “formidables herramientas”, no siendo estos Molochs unos “entes” dotados de vida propia, es contra quienes dirigen sus riendas contra los que cargamos las escopetas, pero no es la destrucción sistemática de estos mequetrefes y pusilánimes lo que buscamos, lo que pretendemos es reducir a cenizas los instrumentos que les han permitido auparse sobre el resto.

Las fórmulas para crear un ambiente propicio para que el descontento popular pueda estallar en una Revolución a “gran escala”, son variadas, y ante la anterior pregunta, ese sempiterno “¿qué hacer”?, solo hallamos una respuesta válida: “Haced todo lo que esté en vuestra mano, mientras no entre en los cursos de la legalidad”.

Algunos optan por adscribirse al sindicalismo; muy bien, pero que no os toque la larga e infecciosa mano de la legalidad, que esta sea una condición que quiera adjudicaros el Estado, y no una que reclaméis vosotros. No legalicéis vuestras manifestaciones, que no concurran vuestras huelgas por las vías legales, dejad de circunscribir vuestros actos al “marco de la ley”, retomad el sabotaje que antaño os hizo grandes, olvidad a vuestras huestes de abogados, y encaraos, frente a frente, con el enemigo mortal que supone toda Autoridad… de lo contrario esa arma letal, que un día infundió terror a la burguesía, hoy yacerá muerta, tal y como muchos prevén.

Quizás vuestras pulsiones os escoren hacia la “propaganda escrita”; muy bien, pero que cada una de vuestras palabras sea merecedora del más profundo odio gubernamental, que cada uno de vuestros panfletos provoquen la más recalcitrante iracundia en los estómagos “bien alimentados”, que cada una de vuestras letras sea un delito, que cada una de vuestras frases sea un crimen, escribid cada grafía esperando recibir por ella la más dura de las condenas judiciales, que cada gota de tinta que emane de vuestra pluma sea digna de acabar en prisión.

Para aquellos que estén sedientos de actos es para los que ofrecemos nuestra propia alternativa, si alguien vuelve a interrogaros sobre “¿qué hacer?” ya no os quedareis mudos de respuestas… es hora de dar el penúltimo Mazazo del Iconoclasta.

Como sujetos dotados de sensibilidad os repugna la violencia física contra las personas; muy bien, ¿pero qué os impide lanzar toda esa violencia contra la “materia inerte”?, los iconoclastas originales levantaban sus mazos contra todas las imágenes que eran merecedoras de culto entre la población; hoy la cosa no ha cambiado en demasía, también se trata de canalizar nuestra furia contra todos los nuevos fetiches de esta civilización. Armemos nuestro odio y carguémoslo contra todos los símbolos existentes hasta convertirlos en meras ruinas, ¿los métodos? Desde los más sencillos a los más complejos, ¿qué importa el “cómo” mientras no se ponga en peligro la existencia de nadie? Tan solo hemos de elegir el objetivo, y destruir, de una vez para siempre, todas las efigies y deidades que sean dignas de idolatría y admiración en esta corrompida sociedad actual. Acabemos con los objetos que exigen su pleitesía y así no tendrán a quién regalarle sus reverencias, obediencia y sumisión, acabemos con el receptáculo de sus alabanzas y pondremos fin a su superchería y humilde constricción, y si los reconstruyen, volvamos a volatilizarlos, hasta que no les quede nada ni nadie a los que venerar.

Es la vieja máxima proudhoniana: “Demoliendo, edificaremos”.

Destruyamos de manera compulsiva, liberados al fin de la moral burguesa y sus idearios; eso si, sin arriesgarnos, sin comprometernos, pues es mucho más cómodo ir la cárcel por escribir estas andanadas que por llevarlas a la práctica, pero que nada nos limite, que no tengamos ni un solo reparo en destruir todos y cada uno de los iconos que se han convertido en el ornamento del sistema, destruyamos sin paliativos; y que solo nuestros sentimientos sean capaces de derretir la cera que mantiene unidas nuestras alas.

Será entonces cuando podremos reproducir lo que nos auspiciaba Bakunin, pues: “Algún día el yunque, cansado de ser yunque, pasará a ser martillo”.

 

El Hombre Guillotina

 

Apología del ilegalismo

 

Si la furia del pueblo igualara a su paciencia, nadie se atrevería a convertirse en gobernante
R.F.R.

Abúlicos y decepcionados; cínicos y arrogantes; melancólicos e introvertidos, incluso confiados y, aparentemente, satisfechos; vivimos todos nosotros sumidos en el más profundo de los temores. Hay miedo al futuro, al porvenir, a lo que nos deparará un inexistente “destino”, al ensañamiento con que podría tratarnos la vida. También hay miedo al pasado, a lo pretérito, a los “esqueletos del armario”, a la descodificación de nuestros “demonios”… y en cada uno de esos casos se repite una constante: Miedo al Castigo.

La ingenuidad -que no perdemos ni en nuestra vejez- consiste, precisamente, en el supuesto desconocimiento de dicho fenómeno.

Tenemos miedo a que nos reprueben por lo que “podemos” llegar a hacer, y miedo a que nos fustiguen por lo que “hemos” hecho. No nos importa comprender “por qué” se nos castiga, ni descubrir “quién” lo hace, ni cuestionar la “superioridad” de quién se arroga el derecho de aplicarnos la férula. Si se nos castiga: “algo habremos hecho para merecerlo”, quién nos castiga: “es siempre un organismo que vela por el orden y la seguridad”, su “superioridad” reside: “en que los individuos que lo componen son un dechado de virtudes, con una solvente y elevada catadura moral”… sí, a estas mamarrachadas llega la dialéctica jerárquica.

No queremos cuestionar la dudosa belleza de estos eufemismos; nos atreveremos, sin embargo, a remover su fondo. Si se nos castiga: “es únicamente porque alguien obtiene un rédito de ello”, quién nos castiga: “es siempre un organismo represor que fomenta el abotargamiento y el miedo”, y su “superioridad” reside: “únicamente en la fuerza bruta”, es esta, y no otra, la “virtud augusta” sobre la que reposa su cetro.

Sin temor a caer en “dogmatismos” hacemos nuestras las palabras de Albert Libertad: “Todas las leyes son malvadas, todos los juicios son inicuos, todos los jueces son malos, todos los condenados son inocentes”.

Interroguémonos detenidamente ¿Acaso quienes nos castigan son mejores que nosotros? No; sencillamente sus intereses -por cierto, nada altruistas- son distintos que los nuestros: nuestra igualdad material mermaría radicalmente sus ganancias, nuestra expansión creativa aboliría su mecanicismo industrial, nuestra voluntad paralizaría la rueca que hace girar su sistema, nuestra felicidad consciente y autosuficiente invalidaría su tutela, y en definitiva, nuestra Libertad erradicaría su Poder.

Insalvablemente estas antinomias deberían de emplazarnos al conflicto, sin embargo, el hecho de que el Estado haya sabido ceñirse como una correa al cuello de la Sociedad, y que esta correa haya sido “sabiamente” manejada, tanto por los “prohombres” del capital “blanco”, como por los “próceres” de la política “roja”, es lo que ha determinado que sus intereses hayan prevalecido sobre los nuestros. Es esta dinámica la que establece, tal y como decía Stirner, “que nuestra violencia sea un crimen y la suya un derecho”, que nuestros atentados contra la propiedad sean un “robo” y que su habilidad para esquilar a los “rebaños humanos” sea considerada “iniciativa empresarial”.

Ya Sade les conminaba a “abrir las cárceles o a suministrar la prueba, imposible, de su virtud”, hace más de 200 años de aquello y aún no han pasado ninguna de las dos cosas… será menester entonces empezar a “tomar”; y tildar de imbéciles a todos aquellos que sigan esperando “recibir”.

No queremos encubrir nuestro llamamiento: convocamos a todo Individuo a violar todas y cada una de las leyes y preceptos que se le impongan y que no estén en plena concordancia con su propia sensibilidad. Nosotros no queremos teorizar, ni resignarnos, ni aguantar los latigazos con la esperanza futura de que nos cubra una “Gran Noche”. Nosotros queremos Vivir. No hace falta cultivarse, ni fortalecerse, ni “reflexionar fríamente”; llevamos siglos de “reflexión”, de “aprendizajes” y “gimnasias”, lo que queremos es, llanamente, Existir, con toda la fuerza de la palabra. Si esto incluye todas las demás cosas, hagámoslas sin más, pero que no sean estas un prerrequisito para la vida, lo que pretendemos es todo lo contrario: queremos que todas esas cosan sirvan como un medio para facilitar y hacer más gozosa la vida; y no que la vida sea un medio para lograr alcanzar todas esas cosas.

Queremos aullar allí donde nos apetezca, queremos pensar en todo aquello que deseemos, y queremos poder expresarlo de la forma que mas gustemos; queremos escribir, cantar, pintar, y danzar tal y como se nos antoje; queremos comer, beber, dormir y vivir tal y como decidamos, y queremos que todas estas cosas puedan estar al alcance de todos y cada uno de nosotros.

Tal y como decía Kropotkin: 

“Nuestra acción debe ser la rebelión permanente con la palabra, con la letra impresa, con el puñal, con el fusil, con la dinamita. Como rebeldes que somos, actuamos consecuentemente y nos servimos de todas las armas para golpear. Todo es bueno para nosotros, excepto la legalidad”.

Este planteamiento adquiere sus tintes más prácticos en estos días de hambres y censuras. Queremos que el nómada tome posesión de un techo, sin más prescripción que su Voluntad. Queremos que el famélico asalte los insultantes expositores de abundancia, y que el sediento satisfaga sus pulsiones biológicas allá donde le plazca. Queremos poder maldecir, una y mil veces, a quienes negocien con la cultura, queremos poder llamar ladrones a todos esos hijos de la gran S.G.A.E, ladrones y cien mil veces ladrones, que no contentos con vaciarnos el estómago pugnan por vaciar nuestras cabezas. Queremos poder condenar al tártaro a todos los abortos cortesanos que día tras día sigue vomitando la Monarquía, queremos poder recomendar la guillotina para una institución que ya nació bajo el signo de la caducidad y la decadencia, queremos poder gritar que Juan Carlos I debe también ser el último, y que su cabeza debería descansar dentro de una cesta; y no debajo de una corona.

¿Os suenan fuertes estas palabras? Pues he aquí, ante vuestros ojos, una prueba fehaciente de ese miedo “invisible” del que antes os hablaba.

¿Os da miedo el Ilegalismo? sí, a todos vosotros, esos que clamáis por la “Revolución y la Redención Humana”, entonces desterrad de vuestros labios esos términos, pues, parafraseando a Mauricius, “¿Qué es la Revolución más que un acto de Ilegalismo en masa?”.

El Hombre Guillotina

 

La polémica praxis ilegalista

“El Estado sólo puede ser vencido por la audacia enemiga de toda norma y de toda disciplina”.

“Por el crimen es como el egoísta se ha afirmado siempre y ha derribado con mano sacrílega los santos ídolos de sus pedestales. Romper con lo sagrado, o mejor aún, romper lo sagrado, puede hacerse general. No es una nueva revolución que se acerca; ¿pero no retumba un crimen potente, orgulloso, sin respeto, sin vergüenza, sin conciencia, con el trueno en el horizonte, y no ves que el cielo, henchido de presentimientos, se oscurece y se calla?”

Max Stirner

 

El Ilegalismo no goza en nuestros días, ni aún en los medios anarquistas más aparentemente “radicales”, de mucha popularidad ni predicamento. Esto supone una inevitable paradoja. Los “simpatizantes”, “militantes”, “activistas” o “afines” a cualquier corriente libertaria hablan, más o menos, en un lenguaje que podemos llamar “Anarquista”; el desprecio hacia determinadas “vacas sagradas”, y en especial a la Ley, es notable. Sin embargo, y he aquí lo paradójico, las actividades “ilegales” son pasto del estigma, el desprestigio, la condena general, e incluso el vilipendio y la calumnia, cuando no de la más clara delación.

Es como cuando piquetean en nuestros oídos toda una serie de cacofónicas contradicciones, esas que los más “informados” suelen espetarnos: “Libertad sí, pero bien controlada”, “La Anarquía no significa que uno pueda hacer lo que le de la gana”, “La autoridad es innecesaria si hay disciplina”, “En el Libertarismo no puede caber la Libertad Absoluta”… quizás algunos hayan identificado estos trinos, son imperativos que suelen salir de diversas bocas, en algunos casos son gente con “buen fondo” aunque repletos de miedo a la libertad; libertos que encuentran el camino pero no visualizan la meta. En el otro, es la gente que desconfía del “pueblo” al que, “vanguardistamente”, se han propuesto liberar, los que dicen que con una Anarquía ilimitada la gente sería ilimitadamente dañina, y con un Comunismo absoluto la gente sería absolutamente acaparadora… ¿No es esta la teoría de Hobbes?, ¿Si el pueblo es tan “malo” por qué hemos de desear su libertad? Quizás quienes hablen así prefieran vernos cargados de cadenas porque ellos mismos deben sentir terror ante lo que harían si fueran libres. Quienes no han erradicado de sus aspiraciones el “afán de poder” saben de lo que serían capaces si se les pusiera al alcance; los que aborrecemos mandar porque nunca hemos consentido ser mandados, no nos vemos acuciados por tales preocupaciones, y tan solo planteamos ¿Acaso existe alguna forma de Anarquía que no sea Ilimitada?

Si damos por sentado la multitud de problemas futuros, si aceptamos la sed autoritaria que poseerá a muchos individuos, y simplemente nos concentramos en intentar que esa serie de problemas puedan ser algún día resueltos por los propios interesados, e intentar quitar toda la serie de herramientas que convierten esa mera pulsión en un arma todopoderosa, estaremos siendo “realistas” sin empezar a tener miedo de marcarle el ritmo a nuestros propios pasos. Es decir, si barremos el poder económico, político y estatal, todo acto de autoridad que tengamos que repeler se circunscribirá a fenómenos en los que nadie se verá obligado a obedecer… el presidente no será nada sin su gobierno, ni el militar sin su ejército, ni el capitalista sin su industria; y nosotros lo seremos todo, si nuestra vida no se ve condicionada por sus decretos, ni nuestra existencia peligra por sus armas, ni nuestro estómago se ve vacío por su dinero. Que se limiten al garrote o la astucia, y en ese campo, cualquiera podrá detenerlos.

Si un mundo sin obediencia y sin órdenes es factible ¿Por qué confinarnos a actos que reproducen esa misma dinámica de “ley-acatamiento”?

Quizás no lo hayamos pensado, pero aún pesan sobre nosotros los más variopintos prejuicios. Muchos compañeros y compañeras me han dicho: “No te das cuenta que, por esos mismos métodos, el Anarquismo carga, aún a día de hoy, con mala fama”. Aquí suele ser muy socorrida una sandia frase de Bernard Thomas: “Todavía la bandera del Anarquismo lleva el luto por lo crímenes de la Banda Bonnot”… y ahora me atrevo a lanzar una pregunta que en muchos círculos se tildará de blasfema ¿Qué es lo que separa a un Bonnot de un Durruti?, la respuesta se me antoja solo una, la lente burguesa con que miramos al personaje.

Muchos, incluyendo Anarquistas, vociferan hoy contra los “propagandistas por el hecho” e “ilegalistas” de final del siglo XIX y principio del XX. Los Moncasí, Duval, Ravachol, Vaillant, o Callemin son llamados “sanguinarios”, “inmoladores de la Idea” y “oportunistas” entre otras lindezas, solo reciben elogios de los “folkloristas” o de los “morbosos”, mientras que, sin embargo, los “profesionales de esa misma Idea” (vendan libros o no) solo pueden ofrecerle los máximos parabienes a personajes como Bakunin, Malatesta, Eliseo Reclús, Ascaso o Quico Sabaté… paradoja sobre paradoja ¿Son acaso, quienes así hablan, pacifistas? En modo alguno, mucho de estos señores claman como el que más por una “Revolución armada e Integral”, lo cual demuestra que ni siquiera tienen la generosidad de los pacifistas de antaño.

Algunos como Tolstoi, Hem Day o Armand renegaban de cualquier forma de violencia, y sin embargo, nunca tuvieron para con los “propagandistas”, una vez vencidos, palabras duras o de reproche, todos ellos se destacaron en su defensa pública. Los críticos de hoy tienen otra “catadura”, no aducen motivos morales o de similar estilo; sin escrúpulos hacen gala de la más cruda arbitrariedad.

Es este el desproporcionado peso que inclina el platillo de nuestra moderna pero desequilibrada balanza.

El mismo Bakunin que es hoy despreciado por la burguesía, el que estaba dispuesto a empapelar con los cuadros “más artísticos y emblemáticos” cualquier fortaleza si eso suponía mantener viva la llama de la Insurrección. El que planteaba que, una vez perdida la Revolución de Dresde, y puesto que jamás había: “Podido llegar a comprender que hubieran mayores lamentaciones por las casas y las cosas inanimadas que por los hombres”, debía volarse la ciudad por los aires, y junto a ella el Ayuntamiento, con tal de que no cayeran en manos de las tropas prusianas. Es el mismo que hoy, obviamente, es aceptado por los Anarquistas como un “paradigma” del “revolucionario integral”.

Sin embargo, este Bakunin, reconocido tanto por su actividad revolucionaria como por el calado de sus análisis, era también quién abroncaba a su amigo Herzen por condenar a Karakozov por su fallido atentado contra el Zar, era quién consideraba que uno de los brotes de los que a la postre serían llamados “propagandistas por el hecho” (término acuñado por el propio Bakunin aunque popularizado por Paul Brousse) era un individuo a quien: “A pesar de sus errores teóricos, no podemos rehusarle nuestro respeto y reconocerlo, ante la abyecta muchedumbre de cortesanos serviles del zar, como uno de los nuestros”. Y suya era también la boca de la que brotaba una explícita invectiva Ilegalista, una que aspiraba a convertirse en auspicio, su llamada “Revolución de Bandoleros y Campesinos”, pues según él: “El Bandolero es el único y auténtico Revolucionario en toda Rusia… En los difíciles tiempos intermedios, cuando todo el mundo trabajador campesino semejaba dormir en un sueño que parecía no poder ser interrumpido por nada, oprimido por todo el peso del Estado, los Bandoleros, los salteadores de caminos, continuaron su lucha en los bosques hasta que las aldeas rusas despertaron de nuevo. Cuando esas dos formas de sedición, la de los Bandoleros y la de los Campesinos se unan, en ese momento surgirá la Revolución del Pueblo”.

¿No cumplieron los Duval, Pini y Jacob la parte que les correspondía?, ¿No se convirtieron en la palabra de Bakunin hecha “carne”? Es irónico contemplar cómo el mismo odio que las clases pudientes tienen por Bakunin, encuentra su distorsionado reflejo en el que muchos “revolucionarios” tienen por los Ilegalistas, a los que, por otra parte, Bakunin amparaba con su verbo.

En 1877, el grupo que componían Malatesta, Cafiero y Ceccarelli llegó a ser conocido como “La Banda del Matese”, pues extendían por dicha región una actividad netamente guerrillera (muy similar a la que los grupos Anarquistas antifranquistas realizarían en periodo de post guerra), ¿Y acaso “Las Panteras de Batignolles”, “Los Intransigentes” o “Los Trabajadores de la Noche”, todos ellos grupos ilegalistas consagrados a atacar al Capital, por medio de la Propiedad, y al Estado por medio de la violación sistemática de la Ley, no se hallaban en el mismo lado de la barricada?.

Mencionemos, incluso, a Eliseo Reclús. Él, quintaesencia del “pensador reflexivo”, del “teórico comprometido” pero supuestamente “sosegado”, no era solo el que defendía con su compresiva pluma a esos “expropiadores” a los que otros condenaban, en ocasiones, hasta con cierta acritud y ensañamiento; era además quién tomó el fusil en la Comuna de París y quién -como Luisa Michel- derrochaba tolerancia con aquellos que experimentaban la “lucha social” como una transcendente cuestión de “supervivencia”, ¿No eran estas las difíciles circunstancias de los Ravachol o Garnier?, ¿No eran personas que tomaban el puñal o la browning tal y como el animal acorralado hace uso de sus dientes y garras?.

Quizás se nos aduzcan las prosaicas razones “porcentuales o numéricas”, pero como ya hemos dicho -en multitud de ocasiones- ni la verdad es más “verdad” cuando solo sale por una garganta en vez de por la de mil, ni la Revolución es más lícita cuando es un único individuo el que se arriesga a encender su personal mecha, que cuando es todo un pueblo el que se dispone a combustionar la pólvora.

¿Hablamos acaso del algún extraño y ridículo “vanguardismo”? Por supuesto que no, simplemente no creemos que una persona deba de apagar el fuego revolucionario que consume su paciencia y arde en sus entrañas, simplemente porque este no haya conseguido prender en el resto de la población. ¿Qué intentar iniciar una “Revolución de francotiradores” puede ser menos efectivo que una gran marea “colectiva”? Posiblemente, ¿Qué la “Rebelión unipersonal” y el “acto individual” están abocados al “fracaso”? Todas las Revoluciones, fugaces o más o menos duraderas, no son más que la consecución de innumerables “actos individuales”, de una cuasi infinidad de “Rebeliones unipersonales”, son estas las que provocan una verdadera ruptura en el vértice histórico, son estas las que preparan el caldo de cultivo para un nuevo y desconocido período; y ante la más o menos pretérita escalada de Rebeldía que debería posibilitar el advenimiento de una “Revolución Global”, debemos prepararnos para hacer nuestro “pequeño” y personal aporte, es por ello por lo que nos acogemos a estas palabras de Louis Lecoin: “Cierto, los actos individuales no pondrán fin a todos los déspotas y a todos los despotismos, y será necesaria una revolución; pero esos actos son un símbolo, pues indican dónde hace falta golpear”. Vaillant y su acto, su alegórico atentado contra el Parlamento, nos proporciona, por ejemplo, una inigualable “diana”.

Algunos pretenderán excusarse de otras formas, quizás nos digan: “Lo que diferencia a unos de otros, lo que hace que los Bakunin, Malatesta y Reclús sean ‘bien vistos’ y destaquen en detrimento de los ‘ilegalistas integrales’, es su capacidad ‘intelectual’, es decir, se legado teórico”… este planteamiento ni siquiera tiene la belleza de otras muchas mentiras, pues ¿Tal vez los Durruti, Ascaso, Facerias, Celes, Quico Sabaté, o Ramón Vila Capdevila han hecho algún aporte netamente teórico al pretendido “corpus” Anarquista? Y, aún quedando algunos más oscurecidos que otros por la sombra del tiempo, pocas palabras “críticas”, y aún menos “despectivas”, se atrevería nadie lanzar contra quienes, sin libros y escritorios, supieron dar un ejemplo vivo de Anarquismo en acción, contra los representantes genuinos del “Maquis Libertario”. Sin embargo, ¿No se encaminaban cada uno de sus pasos contra la carcasa estatal?, ¿No apuntaban sus armas contra los propietarios?, ¿No se incrustaban sus balas en el cuerpo decrépito de la Autoridad? Exactamente igual que los ilegalistas de antaño. No es, por tanto, la “prolijidad teórica” la que ha limpiado el nombre de unos y ensuciado el de otros.

Entonces ¿porqué se nos antoja la imagen del “ilegalista” y del “propagandista por el hecho” como algo “anacrónico” o incluso “caduco”? La respuesta, como ya dijimos, proviene del aburguesamiento de nuestra propia mirada, esa que se ve distorsionada por un cristal excesivamente ahumado cuando no, directamente, por un caleidoscopio.

El caso se nos muestra de forma diáfana cuando observamos a los personajes más “emblemáticos” del anarcosindicalismo “español”. En los Durruti y Ascaso ¿No nos encontramos con los incontestables herederos de los Caserio, Pardiñas, Angiolillo, Bresci, o Czolgosz?, ¿No aspiraban ambos a seguir los pasos de los mencionados y a convertirse, como mínimo, en “regicidas”?, ¿No fue su atentado contra Alfonso XIII la consecución lógica de la obra que inició Moncasí cuando atentó, precisamente, contra el padre de ese engendro coronado?, ¿No les presentan sus fallidos o certeros atentados como epígonos directos, cuando no como condiscípulos, de los Cyvoct, Gallo, Pauwels, Reinsdorf, Radowitzky, Wilckens, o Di Giovanni? Y sus atracos a bancos y demás “expropiaciones” ¿En algo se separan de las actividades de los ya mencionados “recuperadores individuales”? Sus grupos (a los que el propio García Oliver reconocía como los “mejores terroristas de la clase trabajadora” y los “reyes de la pistola obrera”) ¿Guardan alguna diferencia con los que despuntaban en el ocaso del siglo XIX, y sobretodo, con el establecido por Jules Bonnot, Raymond Callemin y compañía a finales de 1911?, ¿No era acaso el propósito de todos ellos, simpatizaran más con una corriente ácrata que con otra, realizar actos prácticos de Sedición? Bonnot y la banda, a la que la prensa burguesa quiso concederle su nombre, no se dedicaron a ninguna actividad distinta que la realizada por Durruti y Ascaso en Gijón… fuera bajo el nombre de “Los Justicieros”, “Los Solidarios” o “Nosotros”, todos esos grupos tuvieron la insignia nítida de la ilegalidad y el “cuadro de defensa”, y nadie puede negarle a los archiconocidos “Bandidos Trágicos” su dedicación a ambos menesteres… por el primero fueron perseguidos y por el segundo fueron asesinados.

Las paradojas suelen ser sangrantes… Miguel Arcángel Roscigno no solo atracó junto a Durruti, Acaso y Gregorio Jover el Banco de San Martín, sino que en cuanto a “peripecias Revolucionarias” (ese rico “anecdotario” que a veces termina por ser lo único recordado en la sufriente vida de los militantes) no le va a la saga a los anteriores, ya que podría satisfacer con las mismas incluso a los “frívolos” más exigentes. Y sin embargo, los primeros se harían a la postre populares como “Los Tres Mosqueteros” (a veces en la ecuación entra Oliver para sustituir a Jover), convirtiéndose en un “mito” del movimiento obrero internacional; mientras que Roscigno, aun como colaborador de Di Giovanni, no pudo compartir ni las migajas de su “halo”, pues ni siquiera conserva su nombre en los labios de los compañeros… quedando su recuerdo barrido por el viento. Haciendo las delicias, tan solo, de los que le rinden culto a la “fuerza” o de los que solo se “excitan” con cierta clase de morbosidad.

En sus tiempos Durruti despertaba el calificativo de “gánster internacional” entre la reacción (incluso Montseny lo calificaba así cariñosamente), mientras que “el Quico” era considerado “el criminal más peligroso de España”; hoy, ni los más timoratos de la mesocracia les darían semejantes epítetos. No obstante, pléyades de “nombres propios” siguen siendo objeto de los prejuicios burgueses más pávidos y acomplejados, cuando no, sencillamente deleznables… pero, ¿Qué se les puede reprochar?, ¿Ir contra el todopoderoso Sistema?, ¿Impugnar toda Ley?, ¿Tomar donde prevalece la insultante abundancia y el homicida excedente?, ¿Entregar sus jóvenes vidas en aras de un mundo que se ha demostrado inmerecedero de ellas?

Los anarquistas llevamos más de 160 años proclamando, junto con Proudhon que: “La Propiedad es un robo”, ¿Podemos acaso culpar a aquellos que no se conformaron con teorizar y se decidieron a llevarlo a la práctica?, ¿Quién se atreve?

Desde luego, son ellos, los hambrientos de hechos y no de fórmulas, los que tendrían el coraje y la rabia -pues como anarquistas toda potestad les es ajena- de reprocharnos este medio siglo de sopor aún rodeados de tempestad.

El Hombre Guillotina