Nietzsche fue un gran filósofo y un fino poeta. Su individualismo y el mío tienen mucho en común. Su exaltación del individuo, su evaluación sobre el egoísmo, su rechazo a todas las ataduras religiosas, morales y sociales que oprimen la personalidad, su reconocimiento de que el impulso legitima todas nuestras acciones puesto que solo a través de él el ego puede obtener todo lo que desea. Todas estas ideas constituyen lugares comunes entre ambos.
Incluso la idea de que “el hombre es el puente entre el bruto y el superhombre, un puente sobre un abismo profundo” es también común para ambos- incluso si para Nietzsche el puente conduce a personalidades como Alejandro Magno, César o Napoleón, mientras que para mí a personalidades como Corrado Brando o Jules Bonnot. Tanto el anarquismo como el imperialismo son hijos del individualismo, en la medida que nacen de la necesidad del individuo de ser libre, de no someterse a nada ni a nadie, de expandir su propia vida a su más plena expansión, incluso oprimiendo a otros si el individuo llegase a creerlo necesario, y tuviera la fuerza para hacerlo.
Partiendo como Corrado Brando, el individuo bien puede acabar siendo como César, el tirano. Mas el egoísmo puede germinar dentro de cualquiera. Si los sentimientos individualistas son generalizados, si la humanidad se disuelve en personalidades separadas, libres, resueltas e independientes, todas y cada una negándose a ser sometidas por otros, entonces se vuelve prácticamente imposible para el imperialismo ser una forma de dominación. Cada individuo resistiría a cualquiera que intentase dominarlo. Si cayese derrotado en batalla, no se volvería un esclavo, y si lograra ganar en combate, sería para mantener su libertad y vivir una vida sin amos.
Así es como haríamos emerger una anarquía que nunca podría transformares en una “egorquía” [1] debido al equilibrio oscilante que existiría entre los mismos individuos consientes que hayan desarrollado al máximo sus habilidades para resistir a los agresores y contraatacarlos con decisión. Alcanzaríamos así un estado natural, una post historia conquistada por individuos distintos de aquellos que han conquistado la historia – caracterizada por el sometimiento de las masas gregarias a la voluntad de unos cuantos líderes que las usaron como carne de cañón. Esta post historia – la cual creo tiene posibilidades de suceder en el futuro- es ajena para Nietzsche. El creía que todo debía eternamente repetirse en sí mismo, deslizándose siempre a lo largo de los rieles de la historia. De esta idea emerge la posibilidad de triunfo del imperialismo, de la dominación de unos cuantos hombres superiores sobre la multitud de débiles y cobardes, los cuales continuarán siéndolo puesto que su gregarismo está tan enraizado en ellos y ellas, que sienten la necesidad profunda de una comunidad y de sus respectivos amos.
Despertar sentimientos individualistas en las almas de estos esclavos es imposible. Aunque son sentimientos dados a los humanos por naturaleza, solo unos cuantos los poseen hoy, debido al condicionamiento de manada que somete al resto. Desde que comenzó el hombre [escribió Nietzsche] ha habido hordas (asociaciones de familias, comunidades, pueblos, Estados, iglesias) y siempre los que obedecen son muchos comparados con el pequeño número que los comanda. Considerando, entonces, que el hombre ha sido largamente entrenado para obedecer, es fácil suponer que el hombre promedio actual tiene una necesidad innata de obedecer y toma forma de una conciencia que sigue órdenes: debo absolutamente hacer esto, no debes en lo absoluto hacer eso – en una palabra, “él debe”. El hombre busca satisfacer esa necesidad y le otorga un motivo.
Desde esto Nietzsche deduce lo siguiente: Según sea la fuerza, la impaciencia y la energía de esta necesidad, las hordas humanas hambrientas y sin elección aceptarán todo lo que aquellos quienes los comandan les susurren a los oídos, ya sean padres o maestros, condicionamientos de clases u opinión pública. En Europa hoy, el resultado se traduce en que los hombres con conducta de ganado se dan aires de ser gente cabal y glorifican aquellas cualidades que los hacen útiles a la manada como si fueran las únicas cualidades virtuosas. Todo esto es perfectamente cierto y lo ha sido a lo largo de la historia. Mas los humanos fueron naturalmente individualistas al comienzo y solo después se volvieron gregarios – o con pensamiento de ganado- por mero accidente, desarrollando su sociabilidad original, de relaciones libres y casuales, en una con nuevas necesidades. Si el egoísmo fundamental y el particularismo, que aún se manifiestan en algunos individuos, duermen aún en el subconsciente de todos nosotros y pueden ser despertados por un estímulo de circunstancias excepcionales (como la destrucción de la civilización), ¿quién podría asegurar que ese individualismo subconsciente no emergería a la superficie del hombre y lo conduciría, una vez más, hacia una forma de vida libre y espontánea?
La teoría de Nietzsche sobre el Eterno Retorno no ha sido probada, ni lo será. Esta teoría sugiere que cada elemento se repetirá en el futuro como fue en el pasado y que incluso si retrocedemos al principio de todo, esto comenzará y se reproducirá de la misma forma y con la misma substancia con la que sucedió antes. Se sugiere entonces que no existe posibilidad de nada novedoso y que la única alegría y nota heroica en este mecanismo frío y ciego es la revuelta espontánea de un superhombre que rompa con la monotonía de la vida ordinaria, brille en su rareza y genialidad para luego desaparecer, destruido por la máquina que continuará su trabajo eterno y absurdo.
Pero esta concepción de Nietzsche, inspirada en gran parte por otros seguidores del pensamiento Pitagórico, no está probada y por lo tanto podemos aun suponer que la vida conocerá eventualmente la novedad y que el cosmos expresará el caos original. Y que este mismo caos de energía perpetua producirá combinaciones infinitas que serán variadas y opuestas. Dejados llevar por esta intuición podemos librarnos de la opresión causada por el determinismo frío y árido que sugiere Nietzsche y cobijarnos en el calor de la energía creativa que por su exuberancia, no puede subordinarse a ningún plan preestablecido como aquél del Padre Eterno cristiano, si no que se desarrollaría espontáneamente en las infinitas variables de la existencia. Así y de este modo, el superhombre no estaría condenado a manifestarse en efímeras excepciones. La vida puede dar un giro en nuestro mundo. Con mayor o menor éxito, todos quienes se liberen de la mentalidad de las hordas pueden conducirse a si mismos a la figura ideal del superhombre. ¿Vivirán estos liberados en una amoralidad espontánea, o en la moral inmoral sugerida por Nietzsche, que revierte la ética para reivindicar como virtud todo aquello que la cristiandad ha degradado como pecado?
El deber es siempre una ley que oprime al individuo. El deber de ser duro, cruel y dominante cuando no quiere serlo es tan opresivo como el deber de ser misericordioso cuando uno no halla en sí mismo misericordia. Conquistar y ganar – sí. Pero si no es nuestra inclinación la de conquistar y ganar podemos renunciar a ello, incluso si al hacerlo tengamos que pagar con nuestras vidas o de alguna otra forma.
La existencia es espontaneidad.
Nietzsche ha creado una nueva disciplina. Yo, que rechazo toda las disciplinas, reniego incluso de esta. Incluso así, lo considero muy cercano a mi mismo.
Enzo Martucci
Nota:
1. El concepto, inusual cuando menos, no resulta claro si intenta referirse a un gobierno personalista (con un “ego” a la cabeza) o a una sociedad “dominada por el ego”, o bien una tercera y completamente distinta aceptación. Dejemos que “egorquía (traducido del inglés “egorchy”) cause en los lectores la ambigüedad que por descuido o provocación parece querer causar. (N. del T.).
Traducción Arnaldo Jiménez.