«Imagina a un número de hombres encadenados y condenados todos a muerte. Unos cuantos de ellos son asesinados todos los días a la vista de los demás, los que permanecen vivos aún, ven su propia condición en la de sus semejantes y, mirándose unos a otros con dolor y sin esperanza, esperan su turno. Esta es la imagen de la condición humana.»
Blaise Pascal
Algunos dicen que la principal y triste pasión de esta época es el sentimiento generalizado de impotencia ante el final cada vez más evidente de las ideas nobles, la desaparición de un horizonte extraordinario, el impedimento de realizar cualquier acción atrevida. Ante las masacres y devastaciones diarias, tanto del mundo exterior como del mundo interior, parece que no merezca la pena hacer ningún esfuerzo para intentar hacer algo. Todo parece estar vacío, mortificado en la reproducción de un eterno presente. Después de haber golpeado durante tanto tiempo el fatal iceberg, a nuestra sociedad titánica le ha llegado la hora de hundirse. ¿Entonces, es inútil movernos?
Esa es una pregunta interesante. ¿Qué puede hacer alguien que ya no cultiva ilusiones sobre la posibilidad de un cambio social antes de que llegue el destino fatal de la humanidad (que terminará por ser eliminada –como se esperaba un siglo atrás con la Gran Guerra– el mundo de una infinidad de hombres que viven solo porque han nacido)? Algunos dicen que debemos dedicarnos al hedonismo, a la búsqueda de placeres materiales que nos puedan dar, aunque sea por un momento, una intensidad al vivir. Ya que no podremos disfrutar algún día del comunismo («a cada cual según sus necesidades y deseos»), el placer efímero emerge para constituirse como la última línea de defensa de lo que todavía es humano. Otros dicen que debemos dedicarnos a inventarnos y aprender técnicas de supervivencia; a hacer fuego con dos palos de madera, a reconocer y cultivar plantas comestibles y medicinales. Ya que no podremos disfrutar algún día de la anarquía («mi libertad se expande con la libertad de los demás»), será la inteligencia histórica la que constituirá la última línea de defensa de lo que todavía es humano. Debemos dedicarnos a aprender a usar armas, repiten otros, para atacar en cualquier oportunidad a los responsables del inminente apocalipsis, porque no merecen ni el olvido ni el perdón. Ya que no podremos disfrutar algún día de la revolución («la destrucción de todas las estructuras opresivas y la supresión de toda autoridad»), la venganza despiadada constituirá la última línea de defensa de lo que todavía es humano.
Evidentemente, no todos están de acuerdo en asumir el triste destino final del mundo. Los funcionarios del Estado no lo están: para combatir la angustia y vencer la depresión, llevan a cabo inyecciones masivas de optimismo desenfrenado. «La devastación del medio ambiente será mitigada por las nuevas tecnologías; la desigualdad desaparecerá con el uso generalizado, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana, de las tecnologías de comunicación y colaboración». Los académicos –que son los nuevos cultivadores del poder– cuando no niegan completamente el nuevo analfabetismo intelectual y emocional generado por el mundo virtual, hacen un llamado a la accesibilidad de datos para todos, información para todos, conexiones para todos. Los científicos, que condenan a la humanidad al triste destino que tenemos frente a nosotros, están creando nuevos paraísos en los que –a través de la manipulación genética– el hambre desaparecerá del mundo, en los que la contaminación industrial será erradicada por los nuevos inventos: biocombustibles, paneles solares, nuevos materiales fabricados sintéticamente en laboratorios. Y muchos de los que se “oponen a este mundo” no quieren asumir el destino al cual el Poder ha condenado al mundo, manteniendo su esperanza. con algunas actividades de buena voluntad, humanitarias, doblegándose ante las órdenes de los que están en el poder, quienes ven esta oposición como una buena manera para evitar que se desestabilice todo y explote la marmita.
«Cuando actuamos, no debemos dejarnos guiar por la desesperación de nuestras convicciones», dijo un filósofo que afirmó abiertamente la necesidad de combinar la desesperación teórica con la firmeza práctica. La clara visión del destino de la humanidad no debería, por lo tanto, conducir al estancamiento o la resignación, sino más bien debería ser un impulso hacia la acción. Atrevámonos a basar nuestra acción en la revuelta contra el destino, a seguir soñando con los ojos abiertos, a permanecer abiertos a la aventura, a mantener la mirada entusiasta buscando las posibilidades de adelantar el hundimiento de esta sociedad titánica. Porque nada acaba nunca, ningún destino es insuperable, nada desaparece para siempre y todo puede colapsar hoy. En las tormentas que se aproximan, que nuestras brújulas sean la acción audaz, la convicción individual y el sueño de un mundo que rechaza su destino.
Fawda N°1