Hoy no es raro, incluso en los círculos anarquistas, oír descrito al Estado como un mero sirviente de las multinacionales, el FMI [Fondo Monetario Internacional], el Banco Mundial y otras instituciones económicas internacionales. Según esta perspectiva, el Estado no es tanto el sostenedor y árbitro del Poder, sino solo un coordinador de las instituciones de control social, a través de las cuales los dueños del poder económico mantienen su Poder. A partir de esta afirmación, es posible extraer conclusiones que son completamente perjudiciales para el desarrollo de un proyecto revolucionario anarquista. Si el Estado es solamente una estructura política para asegurar la estabilidad que está actualmente al servicio de los grandes poderes económicos, más que un Poder con su propio derecho y con sus propios intereses, manteniéndose a sí mismo a través de la dominación y la represión, entonces podría ser reformado democráticamente, convertido en una oposición institucional al Poder de las multinacionales. Sería simplemente un asunto de “el pueblo”, volverse un Poder contrario y tomar el control del Estado. Tal idea parece sostenerse detrás de la absurda creencia de ciertas/os anti-capitalistas contemporáneos, de que deberíamos apoyar los intereses de los Estados-nación en contra de las instituciones económicas internacionales. Para contraatacar esta tendencia es necesaria una compresión más clara del Estado.
El Estado no podría existir si nuestra capacidad para determinar las condiciones de nuestra propia existencia, como individuos en libre asociación con las/os demás, no se nos hubiese quitado. Esta desposesión es la fundamental alienación social que provee las bases para toda dominación y explotación. Esta alienación puede ser correctamente rastreada en el surgimiento de la propiedad (y digo propiedad como tal, no propiedad privada, ya que desde muy temprano gran parte de la propiedad era institucional, perteneciente al Estado). La propiedad puede ser definida como la demanda exclusiva de ciertos individuos e instituciones sobre herramientas, espacios y materiales necesarios para la existencia, haciéndolos inaccesibles a los demás. Este reclamo es reforzado por medio de la violencia explícita o implícita. Sin libertad para tomar lo necesario para crear sus vidas, las/os desposeídas/os están forzados a ajustarse a las condiciones determinadas por las/os auto-proclamadas/os dueñas/os de la propiedad, con la intención de asegurar su existencia, que se vuelve así una existencia en servidumbre. El Estado es la institucionalización de este proceso, que transforma la alienación de la capacidad de los individuos para determinar su propia existencia en acumulación de Poder en las manos de unos pocos.
Es innecesario e inútil intentar precisar si la acumulación de Poder o la de riqueza tuvieron prioridad cuando aparecieron por primera vez la propiedad y el Estado. Ciertamente estos ahora se encuentran profundamente integrados. Parece como si el Estado fuese la primera institución en acumular propiedades con el propósito de crear un excedente bajo su control, un excedente que le dio Poder real sobre las condiciones sociales bajo las cuales sus súbditos tuvieron que existir. Este excedente les permitió desarrollar las variadas instituciones a través de la cuales imponía su Poder: instituciones militares, religiosas/ideológicas, burocráticas, policiales y así. Por lo tanto, el Estado, desde sus orígenes, puede ser concebido como un capitalista por sí mismo y con intereses económicos propios que sirven precisamente para mantener su Poder sobre las condiciones sociales de existencia.
Como cualquier capitalista, el Estado entrega un servicio a cambio de un determinado precio. O más precisamente, el Estado provee dos servicios completamente relacionados: protección de la propiedad y paz social. Ofrece protección a la propiedad privada mediante un sistema de leyes que la precisan y limitan, y por medio de la fuerza de las armas, por las cuales tales leyes son impuestas.
De hecho, solo se puede decir que existe propiedad privada cuando las instituciones del Estado están ahí para protegerlas de aquellas/os que simplemente tomarían lo que quisieran. Sin esta protección institucional, existe solamente un conflicto de intereses entre individuos. Esta es la razón por la que Stirner describió la propiedad privada como una forma de propiedad social o estatal sostenida con desprecio por individualidades únicas. El Estado también entrega protección a los «bienes públicos» de invasores externos y de aquellas/os que el Estado considera ser abusados por sus súbditos, mediante la ley y las fuerzas armadas. Como único protector de la propiedad entre sus fronteras —un rol mantenido por el monopolio del Estado sobre la violencia— el Estado establece un control concreto (relativo, por supuesto, en relación con la capacidad real que tiene de ejercer tal control) sobre toda esta propiedad. Así, el costo de esta protección consiste no solo en impuestos y varias formas de servicio obligatorio, sino también de resignación hacia los roles necesarios para el aparato social que mantiene el Estado, y la aceptación, en el mejor de los casos, de una relación de vasallaje con el Estado, el cual puede reclamar cualquier propiedad o enrejar cualquier espacio público “por el interés común” en cualquier momento. La existencia de la propiedad necesita al Estado para su protección y la existencia del Estado sostiene a la propiedad, pero siempre, en última instancia, como propiedad estatal, a pesar de lo “privado” que esta supuestamente sea.
La violencia implícita de la ley y la violencia explícita de los ejércitos y la policía, mediante las cuales el Estado protege la propiedad, son los mismos mecanismos por los cuales este asegura la paz social. La violencia por la que la personas son desposeídas de su capacidad para crear su vida a su manera es nada menos que la guerra social que se manifiesta a diario en el, por lo general, continuo (pero tan rápido a veces como una bala policial) asesinato de las/os que son explotadas/os, excluidas/os y marginalizadas/os por el orden social. Cuando la gente bajo ataque empieza a reconocer a su enemigo, frecuentemente actúa contraatacando. La tarea del Estado, asegurando la paz social, es así un acto de guerra social, por parte de las/os amos en contra de las/os dominadas/os, la supresión y prevención de cualquier tipo de contra-ataque. La violencia de aquellas/os que gobiernan contra los gobernadas/os es inherente a la paz social. Pero una paz social basada solo en la fuerza bruta es siempre frágil. Es necesario para el Estado implantar en las cabezas de la gente la idea que ellas/os dependen de la continua existencia del Estado y del orden social que este mantiene. Esto puede ocurrir como en el antiguo Egipto en donde la propaganda religiosa, asegurando la divinidad del Faraón, justificaba la extorsión en la que él tomó posesión de todo el excedente de grano, haciendo a la población absolutamente dependiente de su voluntad divina en tiempos de hambre. O puede tomar la forma de instituciones con participación democrática la cual crea una forma más sutil de chantaje, en la que somos obligadas/os a participar si queremos reclamar, pero donde estamos igualmente obligadas/os a aceptar “la voluntad del pueblo” si lo hacemos. Pero, detrás de estas formas implícitas o explícitas de chantaje, las armas, las cárceles, los policías y los soldados están siempre ahí, y esta es la base del Estado y la paz social. El resto es solo barniz.
Aunque el Estado puede ser visto como un capitalista (en el sentido de que este acumuló poder gracias a la acumulación de riqueza excedente en un proceso dialéctico), el capitalismo como lo conocemos, con sus instituciones económicas “privadas”, es un desarrollo relativamente reciente, cuyos orígenes están en el comienzo de la era moderna. Ciertamente este desarrollo ha producido cambios significativos en las dinámicas del poder, desde que una parte de la clase dominante no es directamente parte del aparato del Estado sino excepto como ciudadanos, como cualquiera esas/os que ellas/os explotan. Pero estos cambios no significan que el Estado haya sido subyugado a las instituciones económicas globales o que este se haya vuelto secundario en el funcionamiento del poder.
Si el Estado es, por sí mismo, un capitalista, con intereses económicos propios por perseguir y mantener, entonces la razón por la cual trabaja para mantener al capitalismo no es que se haya subordinado a otras instituciones capitalistas, sino porque para mantener su poder debe mantener su fuerza económica como un capitalista entre capitalistas. Los Estados débiles terminan siendo subyugados a los intereses económicos globales por la misma razón que las empresas pequeñas, porque no tienen la fuerza para mantener sus propios intereses. Como las grandes corporaciones, los Estados grandes juegan un papel de igual o mayor importancia que las grandes corporaciones en determinar las políticas económicas globales. En realidad, son las armas del propio Estado las que harán cumplir tales políticas.
El Poder del Estado tiene sus raíces en su monopolio legal e institucional sobre la violencia. Esto le da al Estado un Poder material concreto del cual dependen las instituciones económicas globales. Instituciones tales como el Banco Mundial y el FMI no incluyen solamente delegados de todos los mayores poderes del Estado en el proceso de toma de decisión. Para imponer sus políticas también dependen de la fuerza militar de los Estados más poderosos, la amenaza de la violencia física que siempre debe situarse detrás de la extorsión económica, para que esta funcione. Con el Poder real de la violencia en sus manos, los grandes Estados difícilmente funcionarán como simples servidores de las instituciones económicas globales. Por el contrario, de un modo típicamente capitalista, su relación es una de extorsión mutua, en beneficio de toda la clase dominante.
Además del monopolio de la violencia, el Estado también controla muchas de las redes e instituciones necesarias para el comercio y la producción. Autopistas, trenes, puertos, aeropuertos, satélites y sistemas de fibra óptica necesarios para las comunicaciones y redes de información, son generalmente estatales y siempre sujetos al control del Estado. Investigaciones científicas y tecnológicas necesarias para nuevos desarrollos de la producción, están en buena parte dependiendo de complejos estatales como universidades y el ejército.
De este modo, el Poder capitalista depende del Poder del Estado para mantenerse a sí mismo. No es un asunto de subyugación de una parte del Poder sobre otra, sino del desarrollo integral de un sistema de Poder que se manifiesta a sí mismo como una hidra de dos cabezas, el Estado y el Capital, un sistema que funciona como un todo para asegurar la dominación y la explotación, las condiciones impuestas por la clase dominante para la continuidad de nuestra existencia. En este contexto, instituciones como el FMI y el Banco Mundial son mejor entendidas como medios por los cuales los Estados y las corporaciones coordinan sus actividades con la intención de mantener la unidad de la dominación sobre las clases explotadas, en medio de la competencia económica e intereses políticos. Por tanto, el Estado no sirve a estas instituciones sino que estas sirven a los intereses de los Estados poderosos y a los capitalistas.
No es posible, por tanto, para aquellas/os de nosotras/os que buscamos la destrucción del orden social, el alinearnos a los «Estados nación en contra de los capitalistas» y no ganamos nada con esto. Su más grande interés es el mismo, el mantener el orden actual de las cosas. Por nuestra parte es necesario atacar al Estado y al capitalismo con toda nuestra fuerza, reconociéndoles como una hidra de dos cabezas de dominación y explotación, que debemos destruir si queremos recuperar, algún día, nuestra capacidad para crear las condiciones de nuestra existencia.
Wolfi Landstreicher