Una cuestión de privilegios

En estos días, entre los círculos anarquistas se habla mucho de privilegios. El “privilegio masculino”, el “privilegio de la piel blanca”, el “privilegio del primer mundo” y frases similares aparecen regularmente en las discusiones, pero sin un análisis real que las respalde, como si todos entendieran exactamente lo que significan. De hecho, no es tan difícil entender el significado de estas frases. Su clara implicación es que si la opresión y explotación que se experimenta en esta sociedad no es tan intensa como la que otra persona sufre, entonces se tiene un privilegio en relación con esa otra persona. Pero tal concepción de privilegio es inútil desde una perspectiva anarquista y revolucionaria. Solo tiene significado en relación con el concepto reformista de igualdad ante la ley, que es siempre igualdad de explotación y opresión. Para quienes no tenemos ningún interés en los derechos, sino que queremos la libertad de determinar nuestras propias vidas y, por lo tanto, encontrar la única igualdad que merece la pena perseguir -que es la igualdad de acceso a todo lo que es necesario para determinar las condiciones de nuestra existencia- es decir, para quienes la destrucción del orden social y la transformación revolucionaria de la realidad son los primeros pasos esenciales para apropiarnos de nuestras vidas, debe desarrollarse un concepto de privilegio muy diferente.

Vivimos en una sociedad de clases. Esto ha sido así porque la acumulación de riqueza y poder en unas cuantas manos ha dado lugar al Estado y al Capital. Los pocos que gobiernan determinan las condiciones bajo las cuales todo existe, institucionalizando relaciones sociales que mantienen y expanden su control sobre la riqueza y el poder. La clase gobernante estructura estas relaciones de tal manera que la supervivencia de las clases explotadas depende de que continúen participando en la reproducción de estas relaciones, garantizando así la continuidad de la sociedad de clases. Por lo tanto, se puede decir que la clase gobernante estructura las relaciones sociales de tal manera que la reproducción continua de la sociedad siempre privilegiará a la clase dominante y a sus necesidades. En cualquier sociedad de clases, es decir, en cualquier sociedad en la que existan el Estado y la economía, realmente solo la clase dominante tiene privilegios.

Pero la clase dominante no se impone a una población pasiva. La historia de la sociedad de clases es siempre la historia de la lucha entre clases, la historia de los explotados que intentan ganar su vida y las condiciones sociales para determinarse a sí mismos. Por lo tanto, está en el interés de la clase dominante el estructurar las relaciones sociales de tal manera que se creen divisiones dentro de la clase explotada nublando su comprensión de la naturaleza de su lucha y de su enemigo. La clase dominante logra esto a través de varias instituciones, identidades e ideologías como nación, raza, género, ocupación, sexo, etc. No es difícil ver cómo la clase dominante usa estas estructuras para sus propios fines. Impone a la gente categorías sociales específicas, determinando “privilegios” definidos en términos de tales categorías. Quienes otorgan una categoría definen sus vidas en sus términos, que no es lo mismo a tener privilegios. Esto se vuelve especialmente claro cuando alguien que no pertenece a la clase dominante rebasa sus límites. Sus supuestos privilegios pueden desaparecer instantáneamente. Además, estos “privilegios” otorgados por el orden imperante, a través de categorías sociales, a las personas explotadas en realidad no son más que la disminución en la intensidad de explotación y opresión experimentadas por estas personas. Por ello, es menos probable que los hombres sean acosados sexualmente que las mujeres, además tienden a recibir mayor compensación monetaria por el mismo nivel de explotación laboral. Los blancos son menos propensos a ser acosados por la policía, también es menos probable que se les apliquen largas condenas en prisión como a las personas no blancas, incuso les resulta más fácil conseguir un empleo. Los heterosexuales generalmente no tienen que preocuparse por golpizas, o ser excluidos, a causa de su atracción sexual. La lista podría continuar, pero creo que el punto está claro. Todos estos supuestos privilegios no son más que una relajación mínima de las condiciones de explotación experimentadas en estas categorías sociales específicas. Su intención es convencer a las personas que tienen más en común con los explotadores que con aquellos que no poseen sus mismos privilegios, o sea, persuadir que el verdadero enemigo no es la clase dominante, sino quien tiene un nivel de explotación menos intenso.

Bajo esta luz, que los moralistas reconozcan el privilegio propio y renuncien a él no tiene sentido. No sirve para nada en la implementación de un proyecto revolucionario dirigido a destruir toda norma. Como hemos visto, los denominados privilegios, enumerados por radicales en su mea culpa, no son más que medios para construir identidades sociales que sirven a la clase hegemónica para producir divisiones artificiales entre quienes explota. Entonces, si deseamos echar a andar un proyecto revolucionario que destruya toda norma y privilegio, nuestra tarea no será renunciar a algún privilegio fantasma que nunca ha sido realmente nuestro, sino exponer y accionar más allá de las identidades artificiales que sofocan nuestra individualidad y nos paralizan en la batalla contra el orden establecido. Como en realidad la clase dominante es la única que tiene privilegios, la destrucción de privilegios solo ocurrirá cuando destruyamos toda norma.

Wolfi Landstreicher

 

La maquinaria del control: una mirada crítica hacia la tecnología

“Criticar la tecnología (…) significa componer el cuadro general, mirarla no como un simple conjunto de máquinas, sino antes como una relación social, como sistema; significa comprender que un instrumento tecnológico refleja la sociedad que lo ha producido y que su introducción modifica las relaciones entre los individuos. Criticar la tecnología significa rechazar la subordinación de cada actividad humana a los tiempos de la ganancia”.

Ai Ferri Corti

La tecnología no se desarrolla en el vacío, independientemente de las relaciones sociales del orden. Es el producto de un contexto, e inevitablemente, refleja este contexto. Por lo tanto, decir que la tecnología es neutral, no tiene fundamento. No puede ser más o menos neutral que los otros sistemas diseñados para garantizar la reproducción del orden social existente —el gobierno, el intercambio de mercancías, el matrimonio y la familia, la propiedad privada…— por lo tanto, un análisis revolucionario serio debe necesariamente incluir una aproximación crítica sobre tecnología.

Por tecnología no me refiero simplemente a herramientas, máquinas, o incluso “un conjunto de máquinas” como entidades individuales, sino más bien a un sistema integrado de técnicas, máquinas, personas y materiales, diseñado para reproducir las relaciones sociales que se prolongan y hacer avanzar su existencia. Para que quede claro desde el principio, no estoy diciendo que la tecnología produzca relaciones sociales, sino más bien que está diseñada para reproducirlas de acuerdo a las necesidades del sistema dominante.

Antes de que el capitalismo llegara a dominar las relaciones sociales, las herramientas, las técnicas e incluso algunas máquinas habían sido creadas y aplicadas a tareas específicas. Hubo incluso algunas aplicaciones sistemáticas de técnicas y de maquinaria que podrían ser consideradas tecnológicas en el completo sentido de la palabra. Es interesante señalar que estas posteriormente fueron aplicadas más completamente en donde el poder necesitaba un estricto orden — en monasterios, en las cámaras de tortura de la Inquisición, en los barcos de esclavos, en la creación de monumentos al poder, en las estructuras burocráticas, militares y policiales de los imperios poderosos como la China dinástica. Pero estas permanecieron en gran parte como elementos aislados a la gran mayoría de la gente común, quienes tendían a utilizar las herramientas y técnicas que ellas/os crearon por sí mismas/os, de forma individual o dentro de su comunidad.

Con el surgimiento del capitalismo, a la necesidad de la extracción y la explotación de recursos a gran escala, le siguió la expropiación sangrienta y despiadada de todo lo que antes fue compartido en comunidad, por la nueva clase dominante capitalista en desarrollo (un proceso que fue extendido internacionalmente a través de la construcción de imperios coloniales) y el desarrollo de un sistema tecnológico cada vez más integrado, que permitió la máxima eficiencia en el uso de los recursos incluyendo la mano de obra. Los objetivos de este sistema fueron el incremento de la eficiencia en la extracción y aprovechamiento de los recursos y el aumento del control sobre las/os explotadas/os.

Las primeras aplicaciones de las técnicas industriales fueron en barcos mercantes y de guerra, y en las plantaciones. El último caso fue, de hecho, un nuevo sistema de cultivo a gran escala con fines de lucro, que se pudo desarrollar en el tiempo debido a la expropiación de los campesinos en Europa —especialmente en Gran Bretaña— que proporciona un conjunto de sirvientes y criminales condenados a trabajos forzados, en conjunto con la expansión del comercio de los esclavos africanos, a los cuales se les sacó de sus hogares y se les forzó a la servidumbre. El primer caso, fue también en gran parte basado en la expropiación de las clases explotadas — muchas/os de los cuales se encontraron a sí mismo secuestradas/os y obligadas/os a trabajar en los barcos. El sistema industrial impuesto en estos contextos no se basaba en un ensamblado de máquinas de manufacturación como método para coordinar del trabajo en el que las/os trabajadoras/os eran los engranajes de la máquina y si uno fallaba en su parte, ponía en riesgo a toda la estructura del trabajo.

Pero habían aspectos específicos de este sistema que lo amenazaban. El sistema de plantación, al reunir varios grupos de desposeídos con diferentes conocimientos y experiencias, permitió interacciones que podrían servir de base para asociaciones ilegales y para compartir la revuelta. Los marineros que vivían como esclavos en los barcos también proporcionaban un medio de comunicación entre los diferentes lugares, creando una especie de internacionalismo entre desposeídos. Informes sobre asociaciones ilegales e insurrecciones en las costas del Atlántico Norte en los siglos XVII y XVIII, involucrando a desposeídos de todas las razas y con poca evidencia de racismo, son fuente de inspiración, pero esto también obligó al capitalismo a desarrollar aún más sus técnicas. Una mezcla de ideología racial y de división del trabajo fue usada para crear divisiones entre los esclavos negros y sirvientes de la vieja Europa. Además, aunque el Capital no podría existir sin el transporte de mercancías y recursos, este comenzó a poner énfasis en la transformación de recursos en mercancías para la venta a gran escala, tanto por razones económicas como sociales.

La dependencia de las/os artesanas/os para manufacturar en pequeña escala era de varias formas peligroso para el Capital. Económicamente, era lento e ineficiente, y no dejaba suficientes ganancias en las manos de la clase dominante. Pero más importante, la relativa independencia de los artesanos les hizo ser más difíciles de controlar. Ellas/os determinaban su tiempo, su ritmo de trabajo y así sucesivamente. Por lo tanto, el sistema de fábricas, que ya había demostrado su eficacia en los barcos y en las plantaciones, se aplicó, asimismo, en la producción de bienes.

Así, el sistema industrial no fue desarrollado solo (o al menos primeramente) porque era la manera más eficiente para producir bienes. Los capitalistas no están particularmente interesados en la producción de bienes como tales. Por el contrario, ellas/os producen bienes simplemente como una parte necesaria del proceso de expansión del Capital, generando ganancias y manteniendo su control sobre la riqueza y el poder. Por lo tanto, el sistema fabril —esta integración de técnicas, máquinas, herramientas, personas y recursos, que es la tecnología tal como la conocemos— fue desarrollado como medio de control hacia la parte más impredecible del proceso de producción — el trabajador humano. La fábrica es, de hecho, establecida como una enorme máquina, con cada parte —incluyendo las partes humanas— totalmente interconectada con cada acción de las demás partes. A pesar de que el perfeccionamiento de este proceso tuvo lugar a lo largo del tiempo, a medida que la lucha de clases mostró las debilidades en el sistema, este objetivo central fue desde el principio inherente a la tecnología industrial, porque esta era la razón que estaba detrás de esta tecnología. Los ludditas percibieron esto y esta fue la fuente de su lucha.

Si reconocemos que la tecnología desarrollada en el capitalismo lo fue precisamente para mantener y aumentar el control de la clase dominante capitalista sobre nuestras vidas, no hay nada sorprendente en el hecho de que los avances técnicos, que no fueron respuestas específicas a la lucha de clases en el lugar de trabajo, hayan ocurrido por sobre todo en el campo de la técnica militar y policial. La cibernética y la electrónica proporcionan los medios de acopio y almacenamiento de información, llegando a niveles nunca antes conocidos, permitiendo una vigilancia mucho mayor hacia una población mundial cada vez más empobrecida y potencialmente rebelde. También permiten la descentralización del poder sin ningún tipo de pérdida de control por parte de los amos — el control se encuentra precisamente en los sistemas tecnológicos desarrollados. Obviamente, la extensión de la red de control sobre el cuerpo social completo también significa que es muy frágil. Los puntos débiles están en todas partes, las/os rebeldes son creativos y los encontrarán. Pero la necesidad de un mayor control posible lleva a los líderes a aceptar estos riesgos, esperando ser capaces de corregir los puntos débiles lo más pronto posible.

Así, la tecnología, tal como la conocemos, este sistema industrial de técnicas, maquinaria, personas y recursos integrados, no es neutral. Se trata de una herramienta específica, creada según los intereses de la clase dominante, que nunca fue destinada para satisfacer nuestras necesidades y deseos, sino más bien para mantener y ampliar el control del orden dominante.

La mayoría de los anarquistas reconocen que el Estado, la propiedad privada, el sistema de mercado, la familia patriarcal y la religión organizada son instituciones inherentemente dominantes, sistemas que deben ser destruidos si queremos crear un mundo en el que todos seamos libres de determinar nuestras vidas como se nos plazca. Por tanto, es extraño que el mismo razonamiento no sea aplicado con el sistema tecnológico industrial. Incluso en esta época, cuando las fábricas no dejan lugar a ningún tipo de iniciativa individual, en la que las comunicaciones son dominadas por gigantescos sistemas y redes accesibles de cualquier agencia policial, los cuales determinan cómo se pueden utilizar, en que el sistema tecnológico como un todo necesita de gente con un poco más que manos y ojos, trabajadores de mantenimiento y de inspectores de control de calidad, aun hay anarquistas que quieren “tomar el control sobre los medios de producción”. Pero el sistema tecnológico que conocemos es en sí mismo parte de las estructuras de dominación. Fue creado para controlar con mayor eficacia a las/os explotadas/os por el Capital. Con el fin de recuperar nuestras vidas, al igual que el Estado, como con el Capital mismo, es necesario que este sistema tecnológico sea destruido con el fin de recuperar nuestras vidas. Lo que esto significa, con respecto a las herramientas y técnicas específicas, serán determinadas en el curso de nuestra lucha contra el mundo de la dominación. Pero, precisamente con el objeto de abrir el camino para la posibilidad de crear lo que deseamos en libertad, la maquinaria de control tendrá que ser destruida.

Wolfi Landstreicher

El Poder del Estado

Hoy no es raro, incluso en los círculos anarquistas, oír descrito al Estado como un mero sirviente de las multinacionales, el FMI [Fondo Monetario Internacional], el Banco Mundial y otras instituciones económicas internacionales. Según esta perspectiva, el Estado no es tanto el sostenedor y árbitro del Poder, sino solo un coordinador de las instituciones de control social, a través de las cuales los dueños del poder económico mantienen su Poder. A partir de esta afirmación, es posible extraer conclusiones que son completamente perjudiciales para el desarrollo de un proyecto revolucionario anarquista. Si el Estado es solamente una estructura política para asegurar la estabilidad que está actualmente al servicio de los grandes poderes económicos, más que un Poder con su propio derecho y con sus propios intereses, manteniéndose a sí mismo a través de la dominación y la represión, entonces podría ser reformado democráticamente, convertido en una oposición institucional al Poder de las multinacionales. Sería simplemente un asunto de “el pueblo”, volverse un Poder contrario y tomar el control del Estado. Tal idea parece sostenerse detrás de la absurda creencia de ciertas/os anti-capitalistas contemporáneos, de que deberíamos apoyar los intereses de los Estados-nación en contra de las instituciones económicas internacionales. Para contraatacar esta tendencia es necesaria una compresión más clara del Estado.

El Estado no podría existir si nuestra capacidad para determinar las condiciones de nuestra propia existencia, como individuos en libre asociación con las/os demás, no se nos hubiese quitado. Esta desposesión es la fundamental alienación social que provee las bases para toda dominación y explotación. Esta alienación puede ser correctamente rastreada en el surgimiento de la propiedad (y digo propiedad como tal, no propiedad privada, ya que desde muy temprano gran parte de la propiedad era institucional, perteneciente al Estado). La propiedad puede ser definida como la demanda exclusiva de ciertos individuos e instituciones sobre herramientas, espacios y materiales necesarios para la existencia, haciéndolos inaccesibles a los demás. Este reclamo es reforzado por medio de la violencia explícita o implícita. Sin libertad para tomar lo necesario para crear sus vidas, las/os desposeídas/os están forzados a ajustarse a las condiciones determinadas por las/os auto-proclamadas/os dueñas/os de la propiedad, con la intención de asegurar su existencia, que se vuelve así una existencia en servidumbre. El Estado es la institucionalización de este proceso, que transforma la alienación de la capacidad de los individuos para determinar su propia existencia en acumulación de Poder en las manos de unos pocos.

Es innecesario e inútil intentar precisar si la acumulación de Poder o la de riqueza tuvieron prioridad cuando aparecieron por primera vez la propiedad y el Estado. Ciertamente estos ahora se encuentran profundamente integrados. Parece como si el Estado fuese la primera institución en acumular propiedades con el propósito de crear un excedente bajo su control, un excedente que le dio Poder real sobre las condiciones sociales bajo las cuales sus súbditos tuvieron que existir. Este excedente les permitió desarrollar las variadas instituciones a través de la cuales imponía su Poder: instituciones militares, religiosas/ideológicas, burocráticas, policiales y así. Por lo tanto, el Estado, desde sus orígenes, puede ser concebido como un capitalista por sí mismo y con intereses económicos propios que sirven precisamente para mantener su Poder sobre las condiciones sociales de existencia.

Como cualquier capitalista, el Estado entrega un servicio a cambio de un determinado precio. O más precisamente, el Estado provee dos servicios completamente relacionados: protección de la propiedad y paz social. Ofrece protección a la propiedad privada mediante un sistema de leyes que la precisan y limitan, y por medio de la fuerza de las armas, por las cuales tales leyes son impuestas.

De hecho, solo se puede decir que existe propiedad privada cuando las instituciones del Estado están ahí para protegerlas de aquellas/os que simplemente tomarían lo que quisieran. Sin esta protección institucional, existe solamente un conflicto de intereses entre individuos. Esta es la razón por la que Stirner describió la propiedad privada como una forma de propiedad social o estatal sostenida con desprecio por individualidades únicas. El Estado también entrega protección a los «bienes públicos» de invasores externos y de aquellas/os que el Estado considera ser abusados por sus súbditos, mediante la ley y las fuerzas armadas. Como único protector de la propiedad entre sus fronteras —un rol mantenido por el monopolio del Estado sobre la violencia— el Estado establece un control concreto (relativo, por supuesto, en relación con la capacidad real que tiene de ejercer tal control) sobre toda esta propiedad. Así, el costo de esta protección consiste no solo en impuestos y varias formas de servicio obligatorio, sino también de resignación hacia los roles necesarios para el aparato social que mantiene el Estado, y la aceptación, en el mejor de los casos, de una relación de vasallaje con el Estado, el cual puede reclamar cualquier propiedad o enrejar cualquier espacio público “por el interés común” en cualquier momento. La existencia de la propiedad necesita al Estado para su protección y la existencia del Estado sostiene a la propiedad, pero siempre, en última instancia, como propiedad estatal, a pesar de lo “privado” que esta supuestamente sea.

La violencia implícita de la ley y la violencia explícita de los ejércitos y la policía, mediante las cuales el Estado protege la propiedad, son los mismos mecanismos por los cuales este asegura la paz social. La violencia por la que la personas son desposeídas de su capacidad para crear su vida a su manera es nada menos que la guerra social que se manifiesta a diario en el, por lo general, continuo (pero tan rápido a veces como una bala policial) asesinato de las/os que son explotadas/os, excluidas/os y marginalizadas/os por el orden social. Cuando la gente bajo ataque empieza a reconocer a su enemigo, frecuentemente actúa contraatacando. La tarea del Estado, asegurando la paz social, es así un acto de guerra social, por parte de las/os amos en contra de las/os dominadas/os, la supresión y prevención de cualquier tipo de contra-ataque. La violencia de aquellas/os que gobiernan contra los gobernadas/os es inherente a la paz social. Pero una paz social basada solo en la fuerza bruta es siempre frágil. Es necesario para el Estado implantar en las cabezas de la gente la idea que ellas/os dependen de la continua existencia del Estado y del orden social que este mantiene. Esto puede ocurrir como en el antiguo Egipto en donde la propaganda religiosa, asegurando la divinidad del Faraón, justificaba la extorsión en la que él tomó posesión de todo el excedente de grano, haciendo a la población absolutamente dependiente de su voluntad divina en tiempos de hambre. O puede tomar la forma de instituciones con participación democrática la cual crea una forma más sutil de chantaje, en la que somos obligadas/os a participar si queremos reclamar, pero donde estamos igualmente obligadas/os a aceptar “la voluntad del pueblo” si lo hacemos. Pero, detrás de estas formas implícitas o explícitas de chantaje, las armas, las cárceles, los policías y los soldados están siempre ahí, y esta es la base del Estado y la paz social. El resto es solo barniz.

Aunque el Estado puede ser visto como un capitalista (en el sentido de que este acumuló poder gracias a la acumulación de riqueza excedente en un proceso dialéctico), el capitalismo como lo conocemos, con sus instituciones económicas “privadas”, es un desarrollo relativamente reciente, cuyos orígenes están en el comienzo de la era moderna. Ciertamente este desarrollo ha producido cambios significativos en las dinámicas del poder, desde que una parte de la clase dominante no es directamente parte del aparato del Estado sino excepto como ciudadanos, como cualquiera esas/os que ellas/os explotan. Pero estos cambios no significan que el Estado haya sido subyugado a las instituciones económicas globales o que este se haya vuelto secundario en el funcionamiento del poder.

Si el Estado es, por sí mismo, un capitalista, con intereses económicos propios por perseguir y mantener, entonces la razón por la cual trabaja para mantener al capitalismo no es que se haya subordinado a otras instituciones capitalistas, sino porque para mantener su poder debe mantener su fuerza económica como un capitalista entre capitalistas. Los Estados débiles terminan siendo subyugados a los intereses económicos globales por la misma razón que las empresas pequeñas, porque no tienen la fuerza para mantener sus propios intereses. Como las grandes corporaciones, los Estados grandes juegan un papel de igual o mayor importancia que las grandes corporaciones en determinar las políticas económicas globales. En realidad, son las armas del propio Estado las que harán cumplir tales políticas.

El Poder del Estado tiene sus raíces en su monopolio legal e institucional sobre la violencia. Esto le da al Estado un Poder material concreto del cual dependen las instituciones económicas globales. Instituciones tales como el Banco Mundial y el FMI no incluyen solamente delegados de todos los mayores poderes del Estado en el proceso de toma de decisión. Para imponer sus políticas también dependen de la fuerza militar de los Estados más poderosos, la amenaza de la violencia física que siempre debe situarse detrás de la extorsión económica, para que esta funcione. Con el Poder real de la violencia en sus manos, los grandes Estados difícilmente funcionarán como simples servidores de las instituciones económicas globales. Por el contrario, de un modo típicamente capitalista, su relación es una de extorsión mutua, en beneficio de toda la clase dominante.

Además del monopolio de la violencia, el Estado también controla muchas de las redes e instituciones necesarias para el comercio y la producción. Autopistas, trenes, puertos, aeropuertos, satélites y sistemas de fibra óptica necesarios para las comunicaciones y redes de información, son generalmente estatales y siempre sujetos al control del Estado. Investigaciones científicas y tecnológicas necesarias para nuevos desarrollos de la producción, están en buena parte dependiendo de complejos estatales como universidades y el ejército.

De este modo, el Poder capitalista depende del Poder del Estado para mantenerse a sí mismo. No es un asunto de subyugación de una parte del Poder sobre otra, sino del desarrollo integral de un sistema de Poder que se manifiesta a sí mismo como una hidra de dos cabezas, el Estado y el Capital, un sistema que funciona como un todo para asegurar la dominación y la explotación, las condiciones impuestas por la clase dominante para la continuidad de nuestra existencia. En este contexto, instituciones como el FMI y el Banco Mundial son mejor entendidas como medios por los cuales los Estados y las corporaciones coordinan sus actividades con la intención de mantener la unidad de la dominación sobre las clases explotadas, en medio de la competencia económica e intereses políticos. Por tanto, el Estado no sirve a estas instituciones sino que estas sirven a los intereses de los Estados poderosos y a los capitalistas.

No es posible, por tanto, para aquellas/os de nosotras/os que buscamos la destrucción del orden social, el alinearnos a los «Estados nación en contra de los capitalistas» y no ganamos nada con esto. Su más grande interés es el mismo, el mantener el orden actual de las cosas. Por nuestra parte es necesario atacar al Estado y al capitalismo con toda nuestra fuerza, reconociéndoles como una hidra de dos cabezas de dominación y explotación, que debemos destruir si queremos recuperar, algún día, nuestra capacidad para crear las condiciones de nuestra existencia.

Wolfi Landstreicher