Crónica de la fallida expropiación bancaria efectuada por un grupo de acción anarquista en la ciudad de Córdoba, Andalucía, en el año de 1996.
Son las cinco de la mañana de un día lluvioso, ya lleva diez días sin parar de llover en esta ciudad de Córdoba, en Andalucía. Los días de lluvia son los más indicados para atracar. La gente por lo general, no presta demasiada atención al atracador que espera nervioso, en la esquina del banco, la llegada del encargado que abrirá la puerta de acceso. La lluvia y el frío encogen la mirada de los transeúntes preocupados en no mojarse y no pisar los charcos de agua en el suelo.
Todo está preparado, lentamente me despierto, oigo rumores en las otras habitaciones. Los demás compañeros al igual que yo, empiezan a preparase. Con dificultad me pongo el chaleco antibalas de placas de titanio que pesa 4 kilos. En la funda pongo la pistola semi automática de 9 milímetros Parabellum Sig Sauber P 210. Esparcidos entre los bolsillos del chaleco de cazador que llevo encima del antibalas, pongo ocho cargadores de ocho balas cada uno, el noveno ya está puesto en la recámara. En total 73 cartuchos contando el de la recámara. En otro bolsillo del abrigo llevo un revólver S.W. del calibre 32 largo con 30 cartuchos de reserva. En el pequeño bolso una metralleta Madsen de 9 milímetros Parabellum, con 2 cargadores de 30 balas cada uno. Con todo llevo encima tres armas con 163 cartuchos, un verdadero arsenal ambulante. Enciendo el escáner… todo normal en la ciudad, a parte de algún que otro accidente de tráfico debido a la lluvia. Me doy cita con uno de los compañeros a la salida de un bar desde donde se puede divisar la calle donde está ubicada la oficina central del Banco Santander.
El empleado que abrirá la puerta de entrada no tardará en llegar…lo tengo controlado desde hace varias semanas. Los minutos pasan, el estómago encoje…me gusta esta sensación, la puedo controlar, es la adrenalina que sube, los sentidos se agudizan, los músculos de la cara se estiran, el color de la piel se vuelve pálido. Allí los dos a la espera damos miedo al vernos, siempre que alguien se fije en nosotros…pero llueve y la gente sigue pasando a nuestro lado sin hacernos el menor caso. Las 7:10, el empleado se está retrasando, veo que ya ha llegado el coche que robé la noche anterior, un Fiat 1. Dentro están los dos compañeros del grupo encargados de aparcarlo en el lugar indicado, pero no hay sitio allí, la calle está repleta de coches. No queda otra solución que aparcarlo más a la vista, justo a pocos metros de donde estamos esperando nosotros. Mal asunto, no me gusta verlo aparcado ahí, pero no hay otra elección.
Las 7:12 de la mañana, ahí viene el empleado, me pasa muy cerca, lo reconozco. Él no se da cuenta de que lo estoy observando fijamente. Trato de entender si con su forma de andar esconde bajo el abrigo algún arma de fuego. Pero me tranquilicé enseguida. Este hombre no tiene pinta de llevar un arma. Estas certezas son el fruto de muchos años de experiencia en la observación, nunca me equivoqué, espero que esta vez tampoco. Lo sigo a pocos metros de distancia, no se da cuenta de mi presencia. Detrás de mí el segundo compañero sigue mis pasos, dispuesto a intervenir ante la eventualidad de que lo necesitase, aunque estando en la calle, cualquier problema que surja con el empleado sería fatal para el éxito del asalto. Pero todo va bien, el encargado cruza la calle, espero a que abra la puerta acristalada del banco. Unos segundos más y me abalanzo sobre él empujándolo dentro, es el momento más peligroso, nadie tiene que percatarse. La calle está desierta y mi compi me cubre las espaldas controlando por si alguien se entera de algo. El empleado sorprendido, no entiende lo que está pasando, le digo “es un atraco, desconecta rápido las alarmas” sé que tengo menos de un minuto para que se activen si el encargado no desconecta rápido utilizando el código numérico de acceso puesto justo en la parte interior de la antesala. El tío sigue sin entender, está asustado y no quiere moverse “oye” le digo “despierta, desconecta la alarma o te pego un tiro” pero nada, sigue paralizado, le golpeo levemente con la culata de la pistola y me contesta al fin “la alarma ya está desconectada”no lo entiendo, tiene que ser un sistema que desconecta la alarma al abrir la puerta con sus llaves y eventualmente utiliza el código numérico, no se…no me preocupo demasiado, si salta la alarma darán aviso a la Policía Nacional y lo captaré con mi escáner. Llegan los demás compañeros, ya somos cuatro, cada cual en su sitio a la espera de la llegada de los/as empleados/as. Éstos, desconocedores de lo que les espera, llegan solos o en grupos de dos y tres. No hay problema con ellos/as, se dan cuenta del peligro una vez dentro del banco. Están atrapados/as. No tienen escapatoria. Lo único que pueden hacer es obedecer mis órdenes, sentarse en su lugar de trabajo sin tocar ninguna alarma (les advierto con las habituales amenazas). Todo sigue bien, llega el tercero, le ordeno que abra en segundo lugar la caja fuerte, que tardará en abrirse entre 5 y 10 minutos. No importa, tenemos tiempo, el banco ahora es nuestro, es como si fuera nuestra propia casa, nos movemos con tranquilidad. Siguen llegando más empleados/as. Ya tenemos más de veinte rehenes, y faltan uno/as cuantos/as más. Ordeno que enciendan las luces, para que desde fuera parezca un día normal de faena. La caja fuerte se abre, hay más de ochenta millones de pesetas allí depositados. Una vez vaciada, los compañeros dirigen la atención a las cajas de seguridad particulares. Hay que romperlas utilizando un mazo, un cortafríos, una palanca (pie de cabra). Los compas consiguen romper unas cuantas cajas particulares, sacando unos veinte millones más en piezas de oro.
8:25 de la mañana, llega el furgón blindado, un imprevisto. El guarda jurado entra en el banco por la puerta principal… va armado, no se da cuenta de nada, le apunto con la metralleta y le ordeno tirarse al suelo mientras que el cuarto compañero le desarma de su revolver calibre 38 Special. La operación, aunque rápidamente efectuada, no ha pasado desapercibida para el segundo guarda jurado que está esperando fuera del banco. Éste, corre a alertar a los Policías Locales que están poniendo multas a los coches mal aparcados en la plaza cercana al banco, entre los coches mal aparcados y multados está también el nuestro que es llevado por la grúa al depósito. No me entero del levantamiento de nuestro Fiat 1, mi frecuencia radio está sintonizada con la Policía Nacional. Los policías locales rodean rápidamente el banco, son muchos, los veo correr para arriba y para debajo de la calle, lanzando órdenes a los transeúntes para que se aparten.
¡Maldición! Tenemos que salir con algún rehén para evitar que nos tiroteen justo a la salida del banco. Ordeno a un compañero que tome como rehén al guarda jurado. Una vez encañonado a la cabeza, salimos todos del banco. Tres de nosotros con el guarda como rehén, vamos en la justa dirección en la que estaba aparcado el coche robado (supimos luego que la grúa se lo había llevado). El cuarto compañero va en dirección contraria. Yo, con el sub-fusil en la mano, el obturador abierto listo para disparar, avanzo seguido por mis compañeros. Veo delante de mi, llegar a una mujer policía con el revólver en la mano, le apunto con mi arma, chillándole que se vaya de ahí si no quiere que la mate. No me lo hace repetir dos veces, me da la espalda y se aleja asustada por la misma dirección por la que llegó.
Al llegar al final de la callejuela, nos damos cuenta de que el Fiat 1 no está, estamos atrapados. Por un lado de la calle está un policía que se esconde detrás de unos barriles de cerveza que un camionero está descargando de un camión. Desde la callejuela por la que acabamos de bajar se ven más policías avanzando hacia nosotros y, por fin, en la plaza veo el blindado con el guarda apostado detrás arma en mano. El policía escondido dispara en nuestra dirección pero falla el tiro, le apunto, sólo entreveo sus piernas en la línea de mira, tengo ganas de apretar el gatillo, el muy cabrón disparó aún sabiendo que teníamos un rehén. Segunda oportunidad que concedo hoy a la Policía Local. No disparo, bajo mi arma y apunto amenazante al primer coche que llega. Es un concejal del partido Socialista de Córdoba, que lleva a su hijo a la escuela. Se asusta, me pide que no le haga daño, le digo ¡sólo quiero tu coche, vete!
Ahora tenemos el coche que faltaba para la fuga, tenemos el rehén, pero aún falta uno de los nuestros, chillo- ¿dónde está? ¿Dónde se ha metido? Pasan los segundos, demasiados, a la espera de que aparezca, un compañero me dice que se ha ido por otra dirección, que no está. Un instante de indecisión bajo la atenta mirada de un montón de policías apostados a la espera quizá de una orden. Nada, confío en que el compi se ha dado a la fuga. Nosotros no podemos esperar más, subimos al coche y emprendemos la fuga, perseguidos por la Policía Local a pie. Rápidamente les perdemos de vista. Al llegar a una plaza cercana veo un coche de Policía parado, al pasar nosotros, a un ceda el paso, nos embiste chocando contra la parte izquierda de nuestro coche, nada grave, el impacto es mínimo, no hay demasiado daños, el coche puede seguir la marcha. Por el escáner está sintonizada ahora la frecuencia de los Locales. Todo el mundo chilla, nos señalan continuamente, sigue la persecución… no veo a la Policía, pero desde las ondas radio escucho que están detrás de nosotros, mal asunto, no podemos desengancharnos… de repente aparece un coche policial conducido por dos figuras que no consigo distinguir. Se pegan detrás nuestro, son unas mujeres de la Policía Local. Éstas señalan a la central cada movimiento o cambio de dirección que tomamos. Con estas dos detrás pegadas a nuestro coche, nos va ser imposible fugarnos. Ordeno al compañero que conduce que pare el coche. Bajo y zigzagueo hacia el coche perseguidor en plan comando, arma en mano. Al ver nuestro coche parado, las dos policías frenan en seco. Llego a pocos metros de su coche. Veo de repente que una policía saca su revólver y me apunta amenazante desde su ventanilla bajada… le chillo varias veces que tire el arma, pero sigue apuntándome siguiendo mis movimientos. Comprendo que va a disparar y abro fuego yo primero con una ráfaga corta seguida por otra más larga. En menos de un segundo y medio, la Madsen escupe 17 balas, ninguna de ellas falla el objetivo, todas han alcanzado el cuerpo de las dos policías que mueren al instante. Veo con impresionante rapidez que el color de su cara se vuelve amarillo pálido, el color de la muerte. Esta vez, no le di una tercera oportunidad al cuerpo de la Policía Local de Córdoba.
Rápidamente subo al coche, arrancamos de un tirón, perseguidos por más coches policiales que al ver un coche de los suyos parado en medio de la calzada paran para ver lo que ha pasado. Oigo el escáner “¡están muertas, les han disparado!” algunos de ellos siguen la persecución. Llegados a la altura de la Avenida de los Omeyas, justo al doblar la esquina, los coches particulares de los ciudadanos que circulaban en aquel momento, paran bruscamente. Veo las luces de frenos encenderse, veo un control policial justo a nuestra izquierda, parado al lado de la carretera. Hay otro delante, a unos 100 metros, bloqueando la calle. Son varias furgonetas de la Policía Nacional. De repente llegan un montón de balas que impactan en el parabrisas y en la carrocería del coche, llegan de frente y de lado. Son más de catorce policías que disparan todos a la vez, a descarga de tiros nos sorprende a todos. Trato de abrir fuego a mi izquierda pero el compañero que conduce está en la línea de tiro. No puedo disparar, lo alcanzaría de lleno. Imposibilitada la defensa en al parte izquierda, apunto con la metralleta a la línea de policías que tengo delante. Abro fuego a través del cristal del parabrisas, la ráfaga sale rabiosa, vacío el cargador (nuestro coche está parado, hemos chocado con un coche que tenemos delante). Los componentes de la patrulla de Policía Nacional que tenía en frente, nueve en total, me confiesan días después, cuando estaba atado a una camilla del hospital, que diez centímetros más abajo y la ráfaga les abría volado la cabeza a todos. Las balas no paran de impactar en el coche, serán más de doscientos los impactos que recibimos, (según el abogado de oficio que nos visitó, y que vio el coche en el cual viajábamos, no había un espacio de más de 10 centímetros donde no hubiera un agujero de bala) estamos entre tres fuegos: de lado, por delante y por detrás.
Calló herido de gravedad el compañero que viaja en el asiento de atrás junto al guarda jurado, también alcanzado de gravedad. El conductor recibe ocho impactos en una pierna, yo recibo cuatro impactos, dos en la mano izquierda, uno en la barriga y otro a la altura del corazón, estos dos últimos habrían sido mortales sino llevase puesto el chaleco antibalas. Consigo a pesar de las heridas, abrir la puerta del coche y tirarme al suelo, mientras las balas no paran de silbar peligrosamente a mí alrededor. Ruedo por el suelo…un policía avanza hacia mí disparando…no tengo tiempo de cambiar el cargador vacío de la metralleta, así que saco la pistola, abro fuego a la vez hacia él. Se tira al suelo echándose de lado, sigo disparando con calma y precisión a las furgonetas policiales detrás de las cuales se esconden unos cuantos maderos. Nadie se asoma, uno de ellos, para evitar ser alcanzado, se tira al suelo desde el asiento del conductor, destrozándose la rodilla (según lo que declaró en el juicio, la caída le provocó una baja de 505 días y una cojera permanente). Ahora trato de ayudar a salir del coche al compañero herido que estaba detrás. En la mano derecha sujeto la pistola, la izquierda es inservible… sale mucha sangre… chillo “¡vámonos de aquí rápido!” él me mira “vete tú, estoy paralizado, no puedo moverme” dos balas le han alcanzado detrás del cuello, tiene la sexta y séptima vértebra cervical rota. El chaleco que llevaba puesto no ha resistido, las balas han conseguido atravesarlo, pero sin él, estaría muerto. A los pies del compañero está el guarda jurado agachado en posición fetal, también a él le han herido de gravedad (sufrirá una tetraplegia permanente), su cara y la de mi compañero son del mismo color que pocos instantes antes había visto en la cara de las dos policías muertas.
Veo el saco del dinero, ni siquiera pienso en llevármelo. Un par de balazos pasan muy cerca de mi cabeza… me agacho parapetándome lo más posible “hijos de puta” reemplazo el cargador vacío de mi 9 milímetros, pongo otro y abro fuego en rápida sucesión. Ahora los polis desaparecen de mi vista, escondiéndose detrás de sus coches, solo veo el relámpago de sus disparos, sus armas están puestas por encima del capó del motor, y ellos parapetados detrás. Asustados, disparan sin mirar (uno de ellos dirá en una entrevista de la tele, que no entendía como podía estar yo de pie después de haberme vaciado su cargador de 16 balas). Veo salir al compañero conductor con dificultad. Decido avanzar hacia los policías abriéndome paso, estaba rodeado, disparo a cada cabrón que asoma el morro, ellos se esconden, es lo que busco. Llamo al compi que anda cojeando, le digo de seguir mis pasaos hacia la derecha donde entreveo una vía libre, él me mira triste, lo veo caer de bruces… también para él se acabó.
Un silencio de muerte envuelve la calle. No se oyen más disparos ni ruidos (dicen que a los policías se les había acabado la munición). Consigo abrirme paso hacia la derecha, corro agachado mirando si alguien me sigue, no hay nadie… cruzo un inmueble, salgo por el lado opuesto, veo un taxi monovolumen parado, hay una chica sentada en la parte trasera, está en silla de ruedas. Ordeno al propietario que la baje del coche. Subo al vehículo y espero para arrancar hasta que bajen a la chica con su silla de ruedas. Pongo la primera, por el camino que acababa de hacer vienen dos policías nacionales que siguen mis pasos. Me ven sentado en el taxi, me miran… los miro fríamente. En la mano guardo mi semi-automática, listo para abrir fuego si éstos intentan detenerme. No hacen nada, yo tampoco. Me alejo del lugar a toda velocidad, me pierdo en la ciudad, trato de llegar lo antes posible al piso alquilado, pierdo abundante sangre, estoy empapado. Un taxi me persigue, con la prisa se quedó la puerta trasera abierta y esto llama la atención, la emisora de los taxistas ha dado la alarma. Trato de perderme por las calles de Córdoba, pero el conductor del taxi insiste en la persecución. Me cabreo. Pego una repentina frenada, el taxi me adelanta y para delante de mí. Bajo del mono volumen con la pistola en la mano, le apunto en la cabeza con el gatillo levantado “para de seguirme porque ya maté a dos policías y cargarme a un taxista cabrón como tú no cambiaría nada mi situación… ¿vale? Dame la llave de tu coche y vete a tomar por culo” se queda con la boca abierta, vuelvo al coche y me pierdo definitivamente.
Una vez abandonado el taxi sustraído, me dirijo al piso alquilado, allí intento curarme como puedo las dos heridas de la mano. Ahora con un poco de calma puedo analizar con detalle la gravedad de las heridas, son feas, una bala después de atravesarme la mano rompiendo todos los huesos que encontró a su paso, ahora asoma justo bajo la piel. Yo mismo con un simple corte de cuchilla de afeitar la podría extraer. La otra bala entró y salió mucho mejor…el problema es el hueso de la muñeca roto, tendré que inmovilizarlo con una tablilla y vendarlo. El dolor es intenso, sigo perdiendo mucha sangre, aplico un torniquete justo por encima de las heridas. Consigo con muchas dificultad cambiarme de ropa cuando oigo por el escáner que han localizado el piso franco. Vienen a por mí. Salgo rápidamente del domicilio tratando de esconderme en los bares cercanos. Para que no se note la mano herida chorreando aún sangre, la envuelvo en una bolsa de la basura y la meto en el bolso donde llevaba la metralleta, pero a pesar de esta solución, no consigo pasar desapercibido. Los clientes y los camareros se dan cuenta, y me delatan. Lo sabía porque a cada rato señalaban en mi dirección telefoneando a la policía. Tuve que cambiar de estrategia. Decido esconderme en un inmueble cerca del piso refugio ya caído. Subo por unas escaleras hacia el último piso y me escondo en la terraza. Ahí tumbado esperé una hora. Al escuchar por el escáner que los policías subían a mirar por todas las terrazas colindantes decido bajar…y menudo espectáculo me encuentro, alrededor del inmueble donde estaba escondido había más de doscientos policías… -¿cómo voy a salir de aquí ahora?… maderos que llegan desde arriba y maderos abajo que esperan… estoy atrapado- de repente veo llegar a tres chicas que salen de un inmueble contiguo. No me lo pienso dos veces, aprovechando que llueve y llevan un paraguas abierto en las manos, me meto por debajo cogiendo a una de las chicas por el brazo como si fuera una conocida“ vamos, que está lloviendo, no tengo ganas de mojarme. ¿No os acordáis de mí? Nos conocimos en la universidad” se miran entre ellas preguntándose quien de las tres me conocía, mientras seguimos avanzando hacia el cordón policial puesto delante de la salida del inmueble. Alguien por la ventana, un amigo suyo, les chilla desde lejos que tengan cuidado que andan por allí un montón de policías… nadie le hace caso, es más, se ponen a reír. El alegre grupo avanza, tengo el corazón que parece que me va a estallar. De repente nos vemos rodeados por un montón de maderos. No sé por donde empezar a correr, no lo hago, consigo guardar mi sangre fría hasta que uno de los maderos nos ordena quitarnos del medio porque es peligroso. No hago que me lo repitan dos veces, se lo agradezco al policía y me marcho hacia el lugar donde tenía aparcado otro coche, con el cual abandono la ciudad dirigiéndome hacia Bujalance, un pueblo de la provincia de Córdoba. A la salida de Córdoba topo con un control de la Guardia Civil, no me paran, luego me encuentro con otro cerca de Bujalance. No queriendo aprovecharme otra vez de mi suerte, tomo un camino de campo y me quedo encallado a causa de la lluvia. Tengo que abandonar el vehículo, no consigo sacarlo del barro. Hago auto-stop, un coche para y le pido que me lleve al pueblo cercano porque mi coche está averiado. En el bar del pueblo Siete Puertas tomo algo caliente a la espera del autobús para Sevilla, pero otra vez me delatan y un grupo de guardias civiles me rodea. Herido y sin fuerzas no reacciono y me detienen. Todo se había acabado, mi buena estrella, esta vez, me había abandonado para siempre. No fue mala suerte la nuestra, sino el haber hecho mal las cosas. Yo me considero el único responsable de este desastre.
Se abalanzaron sobre mí lo guardias civiles y dos policías locales del pueblo. Empezaron a pegarme bajo las miradas curiosas de los clientes, me esposaron y me llevaron al cuartel. Me dieron de hostias un buen rato, no puedo decir que me torturaron, no utilizaron los métodos típicos de interrogatorio, las bolsas, colgarte por los brazo, descargas eléctricas, etc. Pero utilizaron la heridas en la mano izquierda para provocarme dolor, al ponerme las esposas me rompieron el segundo hueso del antebrazo, sabían que el más ligero apretón, me producía un intenso dolor y no ahorraron esfuerzos. No se cuanto tiempo pasó…a cada pregunta que me hacían, seguía un silencio como repuesta por mi parte. Al final se cansaron ellos. Les di el nombre de mi carné falso y cuando vi llegar al oficial al mando del cuartel con un fax en la mano, le di mi verdadero nombre. Cuando te pegan, el dolor se nota los primeros minutos, luego ya no sientes nada. En mi caso cuando dirigían su atención a las heridas, el dolor me llegaba directamente al cerebro, a pesar de esta ventaja, visto que no cantaba, decidieron llevarme al hospital de Córdoba.
Al salir del cuartel, la noticia de mi detención se había difundido y todo el pueblo vino a verme. Al salir, escoltado por un grupo de guardias civiles, el populacho me llamó “¡asesino, asesino!” Un viejo intentó golpearme con su paraguas pero falló y le dio a la cabeza de un picoleto que se interpuso entre él y yo para protegerme “¡me cago en la leche!” le dije al viejo. En el hospital los picoletos me ofrecieron cigarrillos y me preguntaron si quería comer algo. Uno de ellos me dijo “¡increíble, estás herido, lleno de golpes y estás tan tranquilo, eres un tío frío y con cojones!, ¡palabra! Has tenido suerte de que te pilláramos nosotros, porque si te pillan los compañeros de las policías muertas, te matan a golpes” yo le contesté “de eso no tengo la menor duda”.
Me quedé en el hospital con un brazo escayolado y el otro atado con una esposa a la cama. A pesar de la imposibilidad de movimiento, a cada cambio de guardia de la Policía Nacional, me revisaban las esposas por si las conseguía abrir…el nivel de paranoia de los policías que me custodiaban era increíble. Igual suerte les tocó a los demás compañeros heridos que estaban en otras habitaciones del departamento de seguridad del hospital de Córdoba. Según los médicos del centro, tuve suerte. Las dos balas me atravesaron la mano izquierda rompiendo unos cuantos huesos y un tendón del dedo meñique, todas las demás articulaciones, estaban intactas, los huesos del antebrazo estaban rotos, pero se habían puesto bien al cabo de unos pocos meses. Peor suerte tuvo el compañero alcanzado en el cuello, tenía la sexta y séptima vértebras cervicales rotas y se temía que pudiera quedarse parapléjico. El tercer compañero, a pesar de las muchas balas que recibió en la pierna, no tuvo huesos rotos. Él también, al igual que todos, debe la vida al chaleco antibalas, un policía le disparó por la espalda cuando estaba tendido en el suelo. Este disparo lo efectuaron contra el compañero que se temía que quedase parapléjico.
Claudio Lavazza
Tomado del libro Autobiografía de un irreductible.