Putas sobre ruedas

Teníamos conexiones con la mafia. Lo deben recordar, todo el mundo vendía drogas bajo su supervisión. Toda la gente enviaba las drogas, y hasta dios las compraba y revendía en otros bares, como yo misma. Yo no era ningún angelito. Podía recoger mis drogas en el Stonewall y llevarlas al Washington Square Bar, en la tercera calle de Broadway, que era el bar de drag queens tercermundistas[1]. Por aquella época nuestros pequeños clubes aún estaban separados racialmente. Había bares para gays blancos y, entonces había muy pocos bares tercermundistas y bares para drag queens.
En la noche del Stonewall, ocurrió que esa semana Judy Garland se había suicidado. Algunas personas dicen que los disturbios comenzaron por su muerte. Eso es un mito. Todas estábamos envueltas en diferentes luchas, incluyéndome a mí misma y a muchas otras trans. Pero en esas luchas, en el Movimiento por los Derechos Civiles, en el Movimiento Contra la Guerra, en la Lucha de las Mujeres, todavía estábamos marginadas. La única razón por la que se toleraba a la comunidad trans en alguno de esos movimientos era por nuestra implicación, por estar siempre en la línea del frente. No comenzamos nada desde cero. No teníamos nada que perder. Ustedes tenían derechos. Nosotras no teníamos nada que perder. Sería el primer paso dado por algún tipo de organización, ningún cable fue echado por ningún político para conseguir derechos para nuestra comunidad.
Vuelvo a la historia: estábamos todas en el bar, había buen ambiente. Luces nos alumbraron, sabíamos lo que estaba pasando: era una redada. Era la segunda vez en una semana que el bar sufría una redada. Se decía que era práctica habitual de la policía del Sexto Distrito ir a cada bar gay a recibir su dinero. La rutina era “Maricones aquí, lesbianas aquí, bichos raros allá” refiriéndose a mi bando dentro de la comunidad. Si no tenías tres piezas de ropa masculina, ibas al calabozo. Una lesbiana butch debía tener tres piezas de ropa femenina, o de lo contrario iba al calabozo. La noche continuaba, sabías que revisarían tu identificación, después de esto podías marcharte sin más. Las identificaciones falsas aumentaron después de esto; yo entonces aún no tenía 18 años, los estaba rondando. Nos sacaron del bar. La rutina era que los policías tomaban su dinero, confiscaban el licor, si eras mesero escondías tu dinero tan pronto como vieras las luces aparecer, de lo contrario no volverías a verlo nunca más. Un candado en la puerta servía para mantener el local acordonado. Al ocurrir esto, nosotras desaparecíamos hacia la cafetería en una plaza durante quince minutos. Cuando regresábamos, la mafia estaba reabriendo, reponía el licor, y el negocio volvía a la normalidad.
Bien, lo que ocurrió esa noche fue escandaloso; todo mundo comenzó a ponerse, me parece, loco; muchas de nosotras nos enredamos en riñas, por lo que advertían que nos retiráramos, entonces nos fuimos por las calles. Se olvida la parte de la historia en la que, como los policías estaban dentro del bar, la confrontación empezó fuera cuando se lanzaron objetos contra ellos. Comenzamos con las monedas de un centavo, cinco centavos, diez, un cuarto de dólar. “¡Aquí está su dinero, puercos! ¡Cerdos de mierda! ¡Fuera de nuestros espacios!”. Esto lo comenzaron las drag queens callejeras de aquella época, de las que formábamos parte yo, Marsha P. Johnson y muchísimas otras que ya no están aquí. Debíamos ser unas 50 por entonces, de las cuales yo sigo aquí.
Una cosa más. La disputa se puso tan tensa, que el Comandante Pine, quien estaba al mando de la redada, tuvo que atrincherarse junto a sus hombres dentro del bar, porque no podían salir. Tuvieron que meter a la gente arrestada dentro del bar junto a ellos, usándola como escudos humanos. Hablando en serio, como lo cuenta la historia, hasta el día de hoy, ¡no sabemos quién cortó las líneas telefónicas! Así que no pudieron llamar al Departamento de Policía. Lo que pasaba es que el Comandante Pine no era bienvenido en el Sexto Distrito porque hacía poco tiempo se le asignó para detener la corrupción y, como saben, cuando intentaba usar el teléfono, del otro lado de la línea había una tropa de desviadas y pervertidas. Así que él estaba ahí para tal propósito, y quién sabe si no fue uno de sus propios hombres quien tomó el dinero para él solito.
La policía junto a la gente detenida se atrincheraron dentro del bar, con un reportero del The Village Voice, quien más tardé contó su historia en el periódico, en la que dijo que llevaban un arma en la mano. Los policías estaban tan asustados de nosotras, esa noche, que si hubiéramos tirado la puerta del bar, hubieran abierto fuego. Tenían orden de disparar si la puerta era destrozada. Alguien arrancó un parquímetro del suelo. Estaba suelto, yo no entiendo cómo pudo estar suelto. Y comenzó a estrellarlo contra la puerta.
Había gente que me preguntaba “¿Cuál es el plan para los disturbios?” porque de la nada habían aparecido bombas molotov. Me ha sido dada la autoría del lanzamiento del primer cóctel molotov por muchos historiadores, pero yo siempre he querido corregirlo; ¡Yo lancé el segundo, no el primero! Y no sabía qué era un cóctel molotov, a mí me hicieron sostener esa cosa que estaba encendida y pregunté “¿Qué demonios se supone que tengo que hacer con esto?” “¡Lánzalo en frente, carajo!” “¡De acuerdo!
Los disturbios se nos fueron de las manos, porque allí estaba el ‘Cookie’s’ al final de la calle, estaba ‘The Haven’, estaba el ‘Christopher’s End’. Una vez que corrió la voz de que en el Stonewall había sucedido una redada y que aún seguía, la gente vino desde los clubes. Pero también tenemos que recordar una cosa: no fueron solamente la comunidad gay y las drag queens callejeras quienes intensificaron estos disturbios; fue la ayuda de muchos hombres y mujeres heterosexuales radicales que vivían en el barrio entonces, que conocían los problemas de las comunidades gay y trans.
La muchedumbre aumentó de tamaño. Como saben, fue una larga noche de disturbios. Ahora mismo me causa una gran excitación el recuerdo del aullido que se extendía por todas las calles, “¡La revolución está aquí!”. Se volcaron autos, se rompieron ventanas, se prendió fuego por toda la zona. Se derramó sangre. Cuando finalmente los policías abandonaron el lugar, cuarenta y cinco minutos más tarde llegaron los refuerzos, nos montamos una línea de baile de drag queens levantando sus tacones mientras cantaban su himno, que hoy todavía escuchamos: “Somos las chicas del Stonewall / llevamos nuestro pelo rizado / llevamos nuestros vestidos / por encima de las rodillas / mostramos nuestro vello púbico” y así sucesivamente.
Tras esto, comenzó la batalla. La policía se lanzó contra nosotras. No sé cómo lo recuerda la mayoría de la gente, o lo que leyeron sobre el enfrentamiento a lo largo del país. La violenta táctica policial consistió en dar de garrotazos, a dos manos, en la cabeza. Pero lo impresionante esa noche fue que la mayoría de quienes fueron golpeadas, regresaban. Habíamos determinado que esa noche íbamos a conseguir la liberación, que nosotras liberaríamos a nuestra comunidad. Actualmente, yo cambiaría el “nosotras”: Tú has adquirido tu liberación, tu libertad, desde esa noche. Yo misma: yo no he conseguido una mierda, simplemente es lo que he tenido desde entonces. Pero yo sigo luchando, sigo continuando la lucha. Lucharé hasta el día en que muera y mi principal lucha actual es que mi comunidad consiga los derechos que por justicia son nuestros.
Estoy cansada de ver a mis hijas – llamo así a todo el mundo, incluyendo a quienes están en esta sala –, estoy cansada de ver a mis hijas transgénero sin hogar. Estoy cansada de ver la falta de interés de el sector adinerado de la comunidad. Ésta es una comunidad muy acaudalada. Cómo puede inaugurarse, para este aniversario, un edificio que necesita millones y millones de dólares y comprar otro edificio en esta misma calle, y todavía no preocuparse de las hijas sin hogar de su comunidad, y lo sé por un simple hecho, porque la razón de llevar acreditación todo el tiempo, para moverme por este edificio, es porque antes de llegar a este rehabilitado edificio he visto a muchas de esas niñas en la calle, muchas de nuestras hijas durmiendo en los escalones de esa iglesia. Vine aquí con una actitud. He subido desde el infierno. Sí, quizás intente destruir la recepción de ahí enfrente, pero no atacaría a nadie. ¿Qué hizo este centro comunitario por mí? ¿Me han dado las gracias por todo lo que he hecho por esta comunidad rarita? ¡Me han arrestado y dejado en Bellevue![2] ¿Así que supongo tengo que besarle las nalgas? No, yo por ninguna causa le beso el culo a nadie. No he llegado tan lejos para besarle el culo a nadie.
Esa noche, recuerdo haber cantado el “Venceremos” muchas veces, en diferentes manifestaciones, sobre la tribuna de Albany, cuando hicimos nuestra primera marcha, cuando hablé a la muchedumbre en Albany. Recuerdo cantarlo, pero no hemos ganado ninguna maldita cosa. No estoy al mismo nivel, estoy en la parte de atrás del autobús[3]. Mi comunidad está siendo arrastrada por una cuerda alrededor de nuestro cuello atada a la defensa del maldito autobús que tenemos enfrente. Liberación Gay, ¡pero nunca transgénero! Sí, guardo un montón de rabia. Pero tengo el derecho. Tengo el derecho de estar encolerizada. He luchado demasiado duro como para tolerar esta falta de respeto que he recibido y que mi comunidad ha recibido en los últimos treinta y dos años.
Puntualizando la historia, todas sabemos de la Ordenanza de Derechos Gay de hace diecisiete años [Aprobada en 1986]. Pero vayamos de nuevo al comienzo. Mientras hacíamos peticiones para la Ordenanza, sólo hubo una persona que fue arrestada. Ésa fui yo. Porque tuve el valor de entrar al recinto del Times Square en la Calle 42 y pedir a la gente que firmara esta petición. Y la única razón por la que lo hice fue porque este proyecto de ley incluía a la comunidad transgénero. Dos o tres años dentro del movimiento y la ley está siendo presentada y yendo de aquí para allá en el ayuntamiento. Tenían un pequeño pacto secreto para no invitar a la señora Sylvia y a otras activistas trans a ese pequeño pacto junto a otros políticos. La letra pequeña decía: “Échalas fuera y aprobamos la Ordenanza”. Así que, ¿qué simpático gay blanco conservador lo hizo? Enviaron a la comunidad que les había liberado de bajo del río, ¡y esto todavía lo vemos diecisiete años después de conseguir la maldita aprobación de la Ordenanza! Y odio decirlo, pero fue muy divertido. Algunas de las infinitas veces en que la Ordenanza ha sido sometida a votación, he dicho: “Espero que no sea aprobada”, a causa de lo que ellos me hicieron. Tan pronto como supe que esta comunidad necesitaba de esa Ordenanza, no sentí que se justificara hacerla sobre mi sudor y lágrimas, ni sobre mis hombros.
Así que Stonewall es una gran, gran fundación. Fue el comienzo del moderno día de la liberación del movimiento, como dije antes de las Daughters of Bilitis y de la Mattachine Society[4]. Sí, hubo otros muchos pequeños grupos, pero tienen que saber que se llamaban a sí mismos “homosexuales normales”. Vestían trajes y corbatas. En las primeras manifestaciones que ellos hacían, lesbianas que nunca habían usado vestido llevaban vestido y medias altas para mostrar al mundo que ellas eran normales. ¿Normal? Estupendo.
Uno de mis actuales mejores amigos, quien me ha empleado en los últimos siete años antes de cambiar de trabajo, es Randy Wicker[5]. Él era un muy conocido activista gay masculino en 1963. Fue el primer gay masculino – antes de que ningún movimiento real lo hiciera – en llegar a hablar, mostrar y afirmar al mundo que él era un homosexual normal. Le reconocí el mérito por ello. Ha hecho muchas y diferentes cosas, pero también él, en 1969 y durante muchísimos años, mandó al bote de la basura a la comunidad transgénero. Tardó muchos años en levantarse y darse cuenta de que nosotras no somos diferentes a cualquier otra persona; que sangramos, lloramos, y que sufrimos.
Pero esto ha seguido ocurriendo durante muchísimo tiempo. Quiero decir que antes de la liberación gay, ocurría lo mismo: “drag queens allá, nosotros estamos aquí”. El mundo vino a caer en la cuenta en 1969 y en el cuarto aniversario del Movimiento de Stonewall, de los disturbios de Stonewall, que la comunidad trans fue silenciada a causa de una lesbiana radical llamada Jean O’Leary, que sintió que la comunidad trans era ofensiva para la mujer porque nos gusta llevar maquillaje y ponernos minifalda. ¡Perdóneme! ¡Es que convinaban con los acuerdos que hacíamos en ese momento! Lo que pasa es que la gente falla en darse cuenta – no intento alejarme de la historia – de que todo el mundo piensa que queremos estar en las esquinas de las calles lejos de la gente. No lo queremos. No queremos estar en las calles chupando vergas y poniendo el culo para que nos la metan. Pero es la única alternativa que tenemos para sobrevivir porque las leyes no nos dan el derecho a ir y conseguir un trabajo con el que nos sintamos más seguras. No quiero ir a trabajar pareciendo un hombre cuando yo sé que no soy un hombre. He estado de esta forma desde antes de que dejara el hogar y he vivido en el mío propio desde los diez años.
De todas formas, Jean O’Leary comenzó esa gran confusión en esta jornada [Día de la Liberación en Christopher Street, 1973]. Fue el año en que Bette Midler hizo un performance para nosotras. Me habían solicitado ser ponente en el discurso de ese día. Pero teniendo en cuenta que las mujeres sentían que éramos ofensivas, se les impidió hacer su performance a las drag queens Tiffany y Billy. Tuve que luchar por acceder al estrado y literalmente, gente a la que había considerado camaradas en el movimiento, literalmente me echaron a golpes como a una mierda. Ahí fue donde todo comenzó, donde se empezó realmente a silenciarnos. Ellas me pegaron, yo les pateé el culo. Llegué a hablar, conseguí mis propósitos atravesando su barrera.
Fue otra oradora de ese día, Lee Brewster[6] (ella pasó a mejor vida hace un año), muy conocedora de la comunidad trans y de la forma de vestir de la comunidad. Ella subió al estrado, lanzó su tiara a la multitud y dijo “Que se joda la liberación gay”[7]. Pero la gente no se enteró de que Lee Brewster puso la mayor parte del dinero necesario para organizar la Marcha del Orgullo Gay de 1970, que fue la primera. Había otra vez, cerca de dos o tres mil de nosotras, empezando desde el barrio, subiendo por la Sexta Avenida, subiendo los dos pequeños carriles vehiculares. Haciéndonos visibles de nuevo, como comunidad trans. Y al día de hoy, si se observa dónde nos colocan todos los años, estamos una y otra vez hasta el final. Todavía tengo el placer de marchar junto a mi comunidad, por el simple hecho de que yo comencé el grupo de Veteranas Vivas de Stonewall, y yo marcho al frente.
Pero hasta que a mi comunidad le sea permitido el respeto de marchar al frente, marcharé con mi comunidad porque aquí es donde soy necesaria y este es el lugar donde comencé. Y sí, vestiré mi gran faja que dice “Stonewall”. La gente me preguntará. Les diré por qué: porque aquí es donde la Herencia del Orgullo [el grupo que organiza la marcha] quiere que permanezcamos. Ya ven, yo no me ando con bromas. Yo no estoy de acuerdo con gritar los nombres. Se joden con la comunidad transgénero, van a encontrar a la organización Street Transgender Action Revolutionaries hasta en el escalón de su puerta. Al igual que desechamos la HRC[8] por no aprobar las acciones de Amanda Milan[9], y cuando nos ofrecieron unas migajas, nos negamos a aceptarlas. ¿Cómo se atreven a preguntar la validez de un grupo transgénero preguntando quién les apoyo, cuando esta mujer trans ha sido asesinada? No. La comunidad trans ha permitido, nosotras hemos permitido que las comunidades gay y lesbiana hablen por nosotras. Los tiempos están cambiando. Nuestros ejércitos se están levantando y nos encontramos más fuertes. Y cuando vengamos a atacar (ya sea aquí, en Albany, o en Washington) van a ser conscientes de que no se fastidia a la comunidad transgénero.
Lo corriente, la normalidad, ser normal. Entiendo por qué mucha gente prefiere estar dentro de las ordinarias comunidades gay y lesbiana. Ya saben, pertenecer a algo maravilloso para ser vanguardia, para ser diferente del resto del mundo. Nos veo volviendo dentro del así llamado armario liberado, porque nosotras, no nosotras, ustedes de la comunidad normal, desean contraer matrimonio, desean cierto status. Eso es todo. Pero están olvidando sus raíces, están olvidando su propia identidad individual. Nunca podrán ser como ellos. Sí, podemos adoptar hijos, qué bien, qué bonito, es excelente. Me encantaría tener hijos. Me encantaría casarme con mi amor e irme lejos [Julia Murray], pero por razones políticas no lo haré porque no siento que tenga que encerrarme dentro del armario de la normal y heterosexual sociedad hacia la que los gays normalizados están siempre intentando ir.
Esto ocurre porque no quieren que la gente transgénero tenga derechos. Porque siempre nos dicen “Oh, déjenos conseguir los nuestros primero y luego les ayudamos con los suyos”. Si vuelvo a escuchar eso una vez más, creo que me tiraré del Empire State Builiding. Estoy segura de que a mucha gente le gustaría eso, especialmente si lo hubiera hecho en los viejos tiempos, ahora me he ido ablandando con el paso de los años. Solía ser una puta sobre ruedas[10].
Pero esos fueron días sobre los que he reflexionado. Este es un mes muy importante. Es posible que esté muy furiosa, pero es porque esto significa algo para mí, porque después de ser el Orgullo Mundial el año pasado en Italia, el ver a 500 000 hermosas y liberadas gays, lesbianas y personas transgénero y que me llamaran la madre del movimiento transgénero mundial y del movimiento de liberación gay, me produce un gran orgullo ver a mis hijas de celebración. Es lo único que espero – y he escuchado muchas cosas positivas en esta sala esta noche, tan positivas como gente dándose cuenta de que la comunidad trans es su benefactora, o ver gente abriendo sus ojos. Tienen que recordarlo, no lo digan simplemente porque estamos aquí; muestra tu apoyo cuando llamemos a la acción para apoyar nuestras acciones, las cosas que hemos planeado hacer.
O sea, me duele recordar que el 4 de mayo de 2001 tuvimos una histórica violación de derechos civiles por parte del cuerpo municipal. Nuestra Ordenanza fue finalmente introducida. ¡Guau! ¡Lo esperamos desde hacía tanto tiempo! ¿Pero dónde estaban mis hermanas y hermanos? ¿Dónde estaban las hijas que liberé? Muy pocas aliadas aparecieron. Pero lo que me llenó de orgullo fue que la comunidad trans apareciera en buen número, que las chicas que trabajan en esas esquinas se hicieran con el valor suficiente como para estar entre el público y continuar algo que ellas nunca hubieran pensado que fuera posible, como fue marchar hacia el Ayuntamiento, porque ellas tenían miedo a la policía, pero estaban ahí. Así que eso vino a mostrar al resto de la comunidad que, en la práctica, cuando preguntamos por su apoyo, queremos su apoyo. Y si en nuestro largo camino no lo tenemos, lograremos el que necesitemos.
Pero no lo olvidemos: las acciones por Amanda Milan continúan. Espero ver a muchas de ustedes en ellas. Y recuerden una cosa: cuando sean arrestadas, incluyéndome a mí misma, por Matthew Shepard[11], y muchas de nosotras vayamos a la cárcel, yo sólo iré a verlos cinco minutos, porque por ser la persona que soy, una luchadora de primera línea, según me siente en el suelo de la calle, uno de los camisas blancas[12] que me conoce desde hace años dirá “Cuando llegue la orden, agarra a esa puta de ahí, sácala a la calle y métela en el auto”. Así que ésa será la forma en que nos veamos.
Parece como si todo el mundo y hasta sus respectivas madres salieran por Matthew Shepard. ¡Un gay blanco de clase media que era afeminado! Amanda Milan apareció asesinada el año pasado, cinco días antes del Orgullo Gay. Esperamos un mes a tener una vigilia por ella. Tres mil personas se manifestaron. ¿Qué tipo de comunidad carece de sentimientos? ¡Somos parte de la comunidad gay y lesbiana! Lo que realmente me dolió es ver que sólo tres mil personas se manifestaran. Y no fue como suele ser una larga vigilia, sino que fuimos desde la Calle 36 a la Calle 42. Así que, cuando llamamos a la gente, no era sólo para patrocinar nuestras acciones, sino que esperábamos verla involucrada en ellas. Como dije, somos capaces de hacerlo por nuestra propia cuenta porque lo que hemos ido aprendiendo hasta ahora, después de treinta y dos años, es que no podemos depender de nadie, excepto de nuestra propia comunidad trans, para continuar empujando hacia delante.
Pero recuerdo lo liberadas que se mostraban en las celebraciones de ese mismo mes. Y siento pena por aquellas que no son capaces de leer la historia de Stonewall a lo largo del mundo. Y tenemos que culpar una vez más a todos los editores y a los que no lo son. Intenté incitar a la editorial de Martin Duberman [Plume/Penguin] a tener el libro de Stonewall traducido al castellano. Pero ellos sospecharon que el libro no se vendería en países del Tercer Mundo, en países latinos. ¡Qué montón de mierda! Porque la única manera por la que van a aprender la historia, especialmente si están lejos o simplemente apartadas, es siendo capaces de comprar un libro y leer la historia de Stonewall y de cómo fueron liberadas. Sé que muchos países, en lo concerniente a los gays, no están tan liberados como en Estados Unidos, especialmente en países latinoamericanos, pero recuerden una vez más que si tenemos que jugar al rol de macho fuerte, ya saben, muchachos, ¡tenemos que hacer un montón de bebés! Pero es una vergüenza que la gente haya tardado treinta y dos años en darse cuenta finalmente de todo lo mucho que hemos dado, del papel trans en la historia de este movimiento. Y otra cosa, espero verles cuando envíe los correos, y espero que los tengan en cuenta. Espero verles a muchas de ustedes aquí para hacer acciones por Amanda Milan, y una vez más les deseo a todas un feliz día del Orgullo Gay, pero que también reflexionen en esto.

Sylvia Rivera

Junio de 2001

 

[1] Literalmente “the drag queens third world bar”. Lo remarco por lo controvertido que puede ser usar este término en castellano. (NdT).

[2] Ciudad cercana a Seattle, Washington. Es práctica habitual de la policía estadounidense arrestar y dejar a las arrestadas a kilómetros de sus casas. (NdT).

[3] Referencia a Rosa Parks, negra que en 1955 se sentó en la parte de un autobús reservada para blancos y fue inmediáticamente detenida por ello. (NdT).

[4] “Sociedad Mattachine”. Grupo gay creado en 1950 en Los Ángeles, disuelto en la década de los 70′ y 80′ tras su declive ante nuevas formas de organización gay. (NdT

[5] Nacido en 1938, “Randy” Wicker perteneció a la Mattachine Society y tras Stnewall se unió a la Gay Activists Alliance, grupo aparte del Gay Liberation Front, al que consideraban muy radical. Hasta la actualidad, ha seguido en un ámbito LGTB institucional.

[6] Lee Brewster (1943-2000) fue una activista radical transgénero. Estrecha colaboradora de Sylvia Rivera, en 1970 fundó Queens Liberation Front, separándose del Gay Liberation Front y de buena parte de las drag queens de entonces. Murió diagnosticada de cáncer.

[7] En el texto no queda del todo claro, así que lo explico mejor: Jean O’Leary acaba de dar su citado discurso transfóbico cuando éstas dos trans subieron al estrado. Sylvia Rivera también se encontraba en el estrado entonces, y junto a ellas dijo “¡Van a bares gracias a lo que las drag queens hicieron por ustedes y estas putas nos dicen que dejemos de ser nosotras mismas!” Lesbianas transfóbicas y drag queens abandonaron el espacio tras esto. (NdT).

[8] Human Rights Campaing (Campaña de Derechos Humanos). Lobby LGBT creado en 1980 en EEUU, con tácticas de presión política y discurso asimilacionista. Una visión de Liberación Trans acusa a la HRC de apagafuegos, recuperadora, recaudadora de subvenciones, colaboracionista con el Estado

[9] Trans asesinada en el año 2000, a sus 25 años, a la salida del tren neoyorquino en la periferia de la ciudad por dos hombres que la golpearon y le dispararon. Al ser pocos días antes del Orgullo Gay de 2001 (el día 20), el impacto y la respuesta militante fue mucho mayor, llevándose a cabo acciones de protesta, sabotajes… Sylvia Rivera aprovechó este hecho para refundar STAR. Sus asesinos fueron detenidos y condenados a prisión. (NdT).

[10] “Bitch on wheels” Expresión coloquial estadounidense que hace referencia positiva a alguien que no se calla ni deja de hacer algo nunca. En este caso Sylvia Rivera utiliza el “bitch” teniendo en cuenta que a ella se lo han dicho muchas veces. (NdT).

[11] Matthew Shepard fue asesinado a sus 22 años en Laramie, Wyoming, por dos hombres que se ofrecieron a llevarlo a su casa. Lo golpearon y torturaron antes de asesinarlo. Comenzó una campaña política inmensa, en buena parte incitada por la cómoda extracción social de Mathew y su raza blanca, que culminó con la aprobación en 1999, bajo presidencia de Bill Clinton, de la Ley de Prevención de Crímenes de Odio, que incrementaba la pena de cárcel en caso de móvil homófobo. Sus asesinos fueron encarcelados. En torno a este asesinato multitud de entidades, lobbies, políticos gays, fundaciones y organismos parecidos obtuvieron una mayor cantidad de subvenciones, y peso político (NdT).

[12] En alusión a la seguridad privada de Nueva York, Atlas Securty, en cuyo uniforme destaca la camisa blanca. (NdT).

Apología del ilegalismo

 

Si la furia del pueblo igualara a su paciencia, nadie se atrevería a convertirse en gobernante
R.F.R.

Abúlicos y decepcionados; cínicos y arrogantes; melancólicos e introvertidos, incluso confiados y, aparentemente, satisfechos; vivimos todos nosotros sumidos en el más profundo de los temores. Hay miedo al futuro, al porvenir, a lo que nos deparará un inexistente “destino”, al ensañamiento con que podría tratarnos la vida. También hay miedo al pasado, a lo pretérito, a los “esqueletos del armario”, a la descodificación de nuestros “demonios”… y en cada uno de esos casos se repite una constante: Miedo al Castigo.

La ingenuidad -que no perdemos ni en nuestra vejez- consiste, precisamente, en el supuesto desconocimiento de dicho fenómeno.

Tenemos miedo a que nos reprueben por lo que “podemos” llegar a hacer, y miedo a que nos fustiguen por lo que “hemos” hecho. No nos importa comprender “por qué” se nos castiga, ni descubrir “quién” lo hace, ni cuestionar la “superioridad” de quién se arroga el derecho de aplicarnos la férula. Si se nos castiga: “algo habremos hecho para merecerlo”, quién nos castiga: “es siempre un organismo que vela por el orden y la seguridad”, su “superioridad” reside: “en que los individuos que lo componen son un dechado de virtudes, con una solvente y elevada catadura moral”… sí, a estas mamarrachadas llega la dialéctica jerárquica.

No queremos cuestionar la dudosa belleza de estos eufemismos; nos atreveremos, sin embargo, a remover su fondo. Si se nos castiga: “es únicamente porque alguien obtiene un rédito de ello”, quién nos castiga: “es siempre un organismo represor que fomenta el abotargamiento y el miedo”, y su “superioridad” reside: “únicamente en la fuerza bruta”, es esta, y no otra, la “virtud augusta” sobre la que reposa su cetro.

Sin temor a caer en “dogmatismos” hacemos nuestras las palabras de Albert Libertad: “Todas las leyes son malvadas, todos los juicios son inicuos, todos los jueces son malos, todos los condenados son inocentes”.

Interroguémonos detenidamente ¿Acaso quienes nos castigan son mejores que nosotros? No; sencillamente sus intereses -por cierto, nada altruistas- son distintos que los nuestros: nuestra igualdad material mermaría radicalmente sus ganancias, nuestra expansión creativa aboliría su mecanicismo industrial, nuestra voluntad paralizaría la rueca que hace girar su sistema, nuestra felicidad consciente y autosuficiente invalidaría su tutela, y en definitiva, nuestra Libertad erradicaría su Poder.

Insalvablemente estas antinomias deberían de emplazarnos al conflicto, sin embargo, el hecho de que el Estado haya sabido ceñirse como una correa al cuello de la Sociedad, y que esta correa haya sido “sabiamente” manejada, tanto por los “prohombres” del capital “blanco”, como por los “próceres” de la política “roja”, es lo que ha determinado que sus intereses hayan prevalecido sobre los nuestros. Es esta dinámica la que establece, tal y como decía Stirner, “que nuestra violencia sea un crimen y la suya un derecho”, que nuestros atentados contra la propiedad sean un “robo” y que su habilidad para esquilar a los “rebaños humanos” sea considerada “iniciativa empresarial”.

Ya Sade les conminaba a “abrir las cárceles o a suministrar la prueba, imposible, de su virtud”, hace más de 200 años de aquello y aún no han pasado ninguna de las dos cosas… será menester entonces empezar a “tomar”; y tildar de imbéciles a todos aquellos que sigan esperando “recibir”.

No queremos encubrir nuestro llamamiento: convocamos a todo Individuo a violar todas y cada una de las leyes y preceptos que se le impongan y que no estén en plena concordancia con su propia sensibilidad. Nosotros no queremos teorizar, ni resignarnos, ni aguantar los latigazos con la esperanza futura de que nos cubra una “Gran Noche”. Nosotros queremos Vivir. No hace falta cultivarse, ni fortalecerse, ni “reflexionar fríamente”; llevamos siglos de “reflexión”, de “aprendizajes” y “gimnasias”, lo que queremos es, llanamente, Existir, con toda la fuerza de la palabra. Si esto incluye todas las demás cosas, hagámoslas sin más, pero que no sean estas un prerrequisito para la vida, lo que pretendemos es todo lo contrario: queremos que todas esas cosan sirvan como un medio para facilitar y hacer más gozosa la vida; y no que la vida sea un medio para lograr alcanzar todas esas cosas.

Queremos aullar allí donde nos apetezca, queremos pensar en todo aquello que deseemos, y queremos poder expresarlo de la forma que mas gustemos; queremos escribir, cantar, pintar, y danzar tal y como se nos antoje; queremos comer, beber, dormir y vivir tal y como decidamos, y queremos que todas estas cosas puedan estar al alcance de todos y cada uno de nosotros.

Tal y como decía Kropotkin: 

“Nuestra acción debe ser la rebelión permanente con la palabra, con la letra impresa, con el puñal, con el fusil, con la dinamita. Como rebeldes que somos, actuamos consecuentemente y nos servimos de todas las armas para golpear. Todo es bueno para nosotros, excepto la legalidad”.

Este planteamiento adquiere sus tintes más prácticos en estos días de hambres y censuras. Queremos que el nómada tome posesión de un techo, sin más prescripción que su Voluntad. Queremos que el famélico asalte los insultantes expositores de abundancia, y que el sediento satisfaga sus pulsiones biológicas allá donde le plazca. Queremos poder maldecir, una y mil veces, a quienes negocien con la cultura, queremos poder llamar ladrones a todos esos hijos de la gran S.G.A.E, ladrones y cien mil veces ladrones, que no contentos con vaciarnos el estómago pugnan por vaciar nuestras cabezas. Queremos poder condenar al tártaro a todos los abortos cortesanos que día tras día sigue vomitando la Monarquía, queremos poder recomendar la guillotina para una institución que ya nació bajo el signo de la caducidad y la decadencia, queremos poder gritar que Juan Carlos I debe también ser el último, y que su cabeza debería descansar dentro de una cesta; y no debajo de una corona.

¿Os suenan fuertes estas palabras? Pues he aquí, ante vuestros ojos, una prueba fehaciente de ese miedo “invisible” del que antes os hablaba.

¿Os da miedo el Ilegalismo? sí, a todos vosotros, esos que clamáis por la “Revolución y la Redención Humana”, entonces desterrad de vuestros labios esos términos, pues, parafraseando a Mauricius, “¿Qué es la Revolución más que un acto de Ilegalismo en masa?”.

El Hombre Guillotina

 

¡Despierta!

No es poco frecuente, en ciertos círculos anarquistas, escuchar llamados para actuar en base a los instintos. Por supuesto que muy pocas personas realmente piensan en lo que hacen, ¿no podría argumentarse que la mayoría de las personas están actuando ya instintivamente? Tal vez –asumiendo que usamos los instintos en todo lo que hacemos– nuestro mayor instinto sea hacer lo más fácil, aquello que implica el menor desafío, por tanto, en la sociedad actual sería adaptarse.

Sin embargo, lo que los defensores del instinto en realidad están pidiendo es que las personas descubran sus deseos y actúen en base a ellos. Pero esto también es demasiado pasivo. Cada sociedad crea en los individuos los deseos –y el modo de desear– apropiados para esa sociedad. Si uno solo descubre los deseos individuales, bien podrían ser únicamente aquellos creados internamente por la formación social, y no sus propios deseos.

Por lo tanto, algún anarquista expresa que conforme a su libertad cumple el deseo de beberse una coca-cola, como si tal deseo no fuera acorde con el consumo mercantilista.

Nosotros, los que deseamos la destrucción de esta sociedad y la creación de nuevas formas de relacionarnos, debemos tomar acciones conscientes y premeditadas, y no seguir pasivamente nada. Tenemos que llegar a ser los creadores de nuestros deseos, crearlos deliberadamente fuera de los moldes del consumo de mercancías. En este sentido, también los límites del automatismo como insurgencia de la vida se hacen evidentes. Sólo hay que observar a los autómatas en las autopistas, en las oficinas y fábricas, o en los centros comerciales, con sus expresiones de acristalamiento, para ver que el automatismo no es suficiente mientras exista esta sociedad. Se crea con demasiada facilidad la banalidad de la costumbre, la repetición de patrones. Lo anterior no implica rechazar el potencial del azar (ni el uso del automatismo como cualquier otra herramienta), sino reconocer la necesidad de apoderarse de ese azar con la conciencia plena que es capaz de captar la inteligencia espontánea del momento y el método, para así actuar en el instante. Hemos sido sonámbulos durante demasiado tiempo… vamos a despertar a la alegría de la aventura, la aventura de la vida insurgente.

Willful Disobedience

Contra la lógica de la guillotina

El 6 de abril de 1871, hace 148 años, participantes en armas de la revolucionaria Comuna de París “incautaron” la guillotina instalada junto a la prisión de París. Después de llevarla a la base de la estatua de Voltaire, la despedazaron y fue quemada en una hoguera ante la ovación de una inmensa multitud[1]. Esta acción popular surgió de las bases, no fue un espectáculo organizado por la administración política. En aquellos tiempos, la Comuna controlaba París, en dónde aún habitaban personas pertenecientes a todas las clases sociales; el ejército francés y el prusiano, después de haberla rodeado, se preparaban para invadirla con el objetivo de imponer el gobierno republicano conservador de Adolphe Thiers. En esas circunstancias, quemar la guillotina fue un gesto de repudio tanto al Reino del Terror como a la idea de que un cambio social positivo pudiera lograrse masacrando a la gente.

“¿¡Qué!?” se podría exclamar con escándalo, “¿communards quemando la guillotina? ¿Por qué demonios harían eso? ¡Pensaba que la guillotina era un símbolo de liberación!”

¿Por qué? De hecho, la guillotina no es símbolo de liberación, entonces ¿por qué se ha convertido en una motivación recurrente para la izquierda radical, en años recientes? ¿Por qué internet está repleto con memes de guillotina? ¿Por qué The Coup cantan “We got the guillotine, you better run”? (“Tenemos la guillotina, mejor corre”). El periódico socialista más afamado se llama Jacobin, en honor a las primeras personas que tomaron partido por la guillotina. Ciertamente, todo esto no puede ser sólo una parodia irónica de las persistentes ansias de la derecha por la Revolución Francesa.

La guillotina ha entrado a formar parte de nuestro imaginario colectivo. En un período en el que las fisuras internas de la sociedad se expanden hacia la guerra civil, la guillotina es la encarnación de la venganza sangrienta sin compromiso alguno. Representa la idea de que la violencia del Estado puede ser aceptable a condición de que la gente justa esté en el Poder.

Quienes dan por hecho su propia impotencia, o falta de poder, asumen que pueden promoverse terribles fantasías de venganza sin ninguna consecuencia. Pero si de verdad tenemos la intención de cambiar el mundo, nuestro deber es asegurarnos que nuestras propuestas no serán igual de terribles.

No sorprende que hoy la gente quiera venganzas sanguinarias. El negocio capitalista está haciendo el planeta inhabitable rápidamente. La policía de la Patrulla Fronteriza de EEUU está secuestrando, drogando y apresando a niñas y niños. Constantemente se producen actos de violencia racista y machista. Para muchas personas la vida cotidiana es cada vez más humillante y empobrecedora.

Aquellas personas que no desean venganza porque no son suficientemente compasivas o solidarias para indignarse con la injusticia; o porque simplemente no están enteradas, no merecen ningún crédito. Hay menos virtud en la indiferencia que en los peores excesos de venganza.

¿Me quiero vengar de la policía que asesina impunemente, de los millonarios que se enriquecen a costa de la explotación y la gentrificación, de intolerantes que acosan y ciber-acosan? Pues sí que quiero. Han asesinado a persona conocidas, y están intentando destrozar todo lo que me gusta. Cuando pienso en el daño que están causando, tengo ganas de romperles los huesos y matarles con mis propias manos.

Pero ese deseo es contrario a mis postulados políticos. Puedo desear algo sin necesidad de tener que realizar ingeniería inversa de una justificación política para ello. Puedo desear algo y elegir no cumplir ese deseo si aspiro a algo que está por encima—en este caso una revolución anarquista no basada en la venganza. No juzgo a otras personas por desear venganza, especialmente si han vivido, o viven, cosas peores de las que yo he vivido. Sin embargo, no confundo este deseo con una propuesta emancipadora.

Si el tipo de sed de sangre que describo asusta, o simplemente parece indecoroso, entonces no debería tomarse a la ligera que otra gente cometa homicidios industrializados en nuestro nombre.

Porque esto es lo que distingue a la fantasía de la guillotina: se trata de eficiencia y distancia.Quienes fetichizan la guillotina no quieren matar a otras personas con sus propias manos; no están preparados para desgarrar la carne de otros con sus propios dientes. Quieren que su venganza esté automatizada y se la proporcionen otrxs. Son como quienes comen McNuggets despreocupadamente, pero serían incapaces de destazar a una vaca o de talar la selva. Prefieren que el derramamiento de sangre se lleve a cabo de una manera reglamentada, con el papeleo burocrático formalmente rellenado, de la misma manera que hicieron jacobinos y bolcheviques, a imitación del funcionamiento impersonal del Estado capitalista.

Y una cosa más: no quieren asumir ninguna responsabilidad sobre ello. Prefieren expresar su fantasía irónicamente, pudiendo negarla cuando les resulte conveniente. No obstante, cualquiera que haya participado alguna vez en revueltas políticas es consciente de la delgada línea que hay entre fantasía y realidad. Echemos una mirada al papel “revolucionario” que ha jugado la guillotina en el pasado.

“¡La venganza es impropia de anarquistas! El mañana, nuestro mañana, no quiere rencillas, crímenes, mentiras; sino que afirma la vida, el amor y el conocimiento; trabajamos para precipitar ese día.”

Kurt Gustav Wilckens—anarquista, pacifista y asesino del coronel Héctor Varela, el oficial argentino que comandó la masacre de alrededor de 1500 trabajadores en la Patagonia.

La guillotina se asocia a la políticas radical, porque se empleó en la Revolución Francesa para decapitar a Luis XVI, unos meses después de su arresto, el 21 de enero de 1773. Sin embargo, una vez abierta la caja de Pandora de la fuerza exterminadora fue difícil volverla a cerrar.

Habiéndose empezado a usar la guillotina como un instrumento de cambio social, Maximilien de Robespierre, presidente del club de los jacobinos, continuó empleándola para consolidar el poder de su facción política en el gobierno republicano. Como es común entre gente demagógica, Robespierre, Georges Danton, y otros radicales se sirvieron de los y las san-culottes, la enfadada gente empobrecida, para expulsar a los girondinos, la facción más moderada, en junio de 1793. (Los girondinos también eran jacobinos; si quieres a un jacobino, lo mejor que puedes hacer por él es evitar que su facción llegue al poder, pues lo más probable es que sea el siguiente en ir paredón después de ti).

Tras guillotinar en masa a los girondinos, Robespierre consolidó su poder a expensas de Danton, y lxs sans-culottes.

“El gobierno revolucionario no tiene nada que ver con la anarquía. Al contrario, su meta es suprimirla para asegurar y consolidar el reino de la ley”

Maximilien de Robespierre, distinguiendo su gobierno autocrático de aquellos movimientos radicales de base que contribuyeron a la Revolución Francesa.[2]

A inicios de 1794, Robespierre y sus alianzas mandaron a la guillotina a un gran número de gente que era tan radical como ellos, incluyendo a Anaxagoras Chaumette y a los llamados Enragés, a Jacques Hébert y a quienes se denominaban Hébertistas, a la proto-feminista y abolicionista Olympe de Gouges, o a Camille Desmoulins (que tuvo la osadía de sugerir a Robespierre, amigo de su infancia, que “el amor era más fuerte y duradero que el terror”) y a su esposa, ejecutada por precaución, a pesar de que su hermana fue novia de Robespierre. Los jacobinos también promovieron el aguillotinamiento de Georges Danton y sus seguidores, junto a otras antiguas aliadas. Para celebrar este derramamiento de sangre, Robespierre organizó el Culto del Ser Supremo, una ceremonia pública obligatoria que inauguraba la religión de Estado.[3]

Tras esto, sólo pasó un mes y medio hasta que el mismo Robespierre fue asesinado, habiendo exterminado a muchas de las personas que lucharon a su lado en posición a la contrarrevolucion. Esto allanó el terreno a un período de reacción que culminó con Napoleón Bonaparte conquistando el Poder y autocoronándose Emperador. De acuerdo al calendario republicano francés (una innovación que no arraigó pero que estuvo brevemente en funcionamiento durante la Comuna), la ejecución de Robespierre tuvo lugar durante el mes de Termidor. Consecuentemente, desde entonces el nombre Termidor se asocia al comienzo de la contrarrevolución.

“Robespierre terminó con la Revolución en tres embestidas: la ejecución de Hébert, la ejecución de Danton, y el Culto del Ser Supremo… La victoria de Robespierre, lejos de salvarla, simplemente significó una caída más profunda e irreparable.”

Louis-Auguste Blanqui, él mismo opositor a duras penas de la violencia autoritaria.

Pero es un error centrarse únicamente en Robespierre. El mismo Robespierre no era un tirano sobrehumano. Una excelente teoría señala que era un ferviente servidor que desempeñó el papel por el que innumerables revolucionarias lucharon, un papel que habría asumido cualquier otra persona si él no lo hubiese hecho. El problema es sistémico —la lucha por el Poder dictatorial centralizado— no una equivocada actuación individual o personal.

La tragedia de 1793-1795 confirma que cualquiera que sea el instrumento empleado para llevar a cabo la revolución, éste se volverá contra uno mismo, posteriormente. Pero el problema no es sólo el instrumento, es la lógica que se halla tras de él. Más que demonizar a Robespierre —o a Lenin, Stalin o a Pol Pot— hemos de analizar la lógica de la guillotina.

En cierta manera, podemos entender por qué Robespierre y sus contemporáneos terminaron dependiendo de una herramienta política de asesinato en masa. Estaba la amenaza de una invasión militar extranjera, conspiraciones internas y levantamientos contrarrevolucionarios; tomaban decisiones en un ambiente altamente tenso. Pero si es posible entender cómo llegaron a adoptar la guillotina, es imposible argumentar a favor de que todos los asesinatos fueron necesarios para asegurarse su posición. Sus propias ejecuciones refutan este argumento de forma suficientemente elocuente.

Asimismo, es erróneo pensar que la guillotina fue principalmente empleada contra las clases dirigentes, incluso en el clímax del gobierno jacobino. Al ser burócratas consumados, los jacobinos mantenían registros detallados. Entre junio de 1793 y finales de julio de 1794, 16.594 personas fueron oficialmente sentenciadas a muerte en Francia, incluyendo a 2.639 en París. De todas las sentencias de muerte formalizadas bajo el Terror, sólo el 8 por ciento afectó a la aristocracia y el 6 por ciento a miembros del clero; el resto se dividen entre las clases medias y las pobres, procediendo de las clases bajas la gran mayoría de las víctimas.

Lo sucedido en la Revolución Francesa no fue una mera coincidencia. Medio siglo después, la revolución de 1848 siguió una trayectoria semejante. En febrero, una revolución protagonizada por gente pobre enfurecida entregó el poder del Estado a políticos republicanos; en junio, cuando la vida bajo el nuevo gobierno mejoró un poco con respecto a la vida previa bajo la monarquía, la gente de París se rebeló una vez más y los políticos ordenaron al ejército masacrarles en nombre de la revolución. Esto favoreció el escenario para que el sobrino de Napoleón ganara las elecciones presidenciales de diciembre de 1848, prometiendo “restaurar el orden”. Tres años después, tras haberse exiliado todos los políticos republicanos, Napoleón tercero abolió la República y se coronó Emperador —inspirando la famosa frase de Marx de que “la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”.

Asimismo, Adolphe Thiers masacró despiadadamente la Comuna de París después de que la revolución de 1870 lo colocara en el Poder, y esto favoreció que políticos todavía más reaccionarios lo suplantaran en 1873. En cada uno de estos tres casos vemos cómo las personas revolucionarias que aspiraron a hacerse con el Poder del Estado debieron abrazar la lógica de la guillotina para hacerlo, y después, tras haber acabado brutalmente con otras revolucionarias, en la lógica por consolidar su control, fueron a su vez inevitablemente derrotadas por fuerzas más reaccionarias.

En el siglo XX, Lenin describió a Robespierre como un bolchevique avant la lettre, afirmando que el Terror fue el antecedente inspirador del proyecto bolchevique. De hecho, no fue el único en traer a colación esta analogía.

Seremos nuestro propio Termidor”, afirmó el apologista bolchevique Victor Serge evocando a Lenin preparándose para masacrar a los rebeldes de Kronsdtadt. En otras palabras, habiendo aplastado anarquistas y a toda persona posicionada más a su izquierda, los bolcheviques sobrevivirían a la reacción convirtiéndose ellos mismos en la contrarrevolución. Ya habían introducido jerarquías fijas en el ejército rojo para reclutar ex-oficiales zaristas; junto a su victoria frente a los insurgentes de Kronsdtadt, reintrodujeron el libre mercado y el capitalismo bajo control del Estado. Eventualmente, Stalin asumió la posición que Napoleón había ocupado previamente.

Por tanto, la guillotina no es un instrumento de emancipación. Esto ya estaba bien claro en 1795, un siglo antes de que lxs bolcheviques iniciaran su propio Terror, y cerca de dos siglos antes de que los jemeres rojos exterminasran a casi un cuarto de la población de Camboya.

Entonces, ¿por qué la guillotina se ha vuelto a poner de moda como un símbolo de resistencia a la tiranía? La respuesta nos enseñará sobre la psicología de nuestro tiempo.

Es escandaloso que todavía hoy haya radicales que se asocien con los jacobinos, una tendencia que reaccionaria de finales de 1793. Pero no es fácil ofrecer una explicación de esto. Por aquel entonces, como ahora, había personas que se pensaban radicales sin realmente hacer una ruptura radical con las instituciones y sus prácticas familiares. Como dijo Marx, “la tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla en los cerebros de los vivos”.

Usando la famosa definición de Weber, El Estado

“Es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el ‘territorio’ es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del ‘derecho’ a la violencia.”

Entonces una de las formas más persuasivas de demostrar su soberanía es ejercer fuerza letal con impunidad. Esto explica los relatos que dan cuenta de que las decapitaciones públicas fueran observadas como acontecimientos festivos e incluso religiosos, durante la Revolución Francesa. Antes de la Revolución, las decapitaciones eran afirmaciones de la autoridad sagrada del monarca; durante la Revolución, esto confirmaba la soberanía de los representantes de la República al presidir las ejecuciones —en nombre del Pueblo, por supuesto. Robespierre proclamó: “Luis debe morir para que la nación pueda vivir”, buscando de esta manera santificar el nacimiento del nacionalismo burgués por medio de bautizarlo literalmente con la sangre del orden social previo. Una vez que la República fue inaugurada sobre este fundamento, la República requirió continuamente de sacrificios para afirmar su autoridad.

Aquí vemos la esencia del Estado: se puede matar, pero no puede dar vida. En tanto concentración de legitimidad política y fuerza coercitiva, puede causar daño, pero no puede establecer el tipo de libertad positiva que experimentan las individualdades cuando se fundan en comunidades que se apoyan mutuamente. No es capaz de crear el tipo de solidaridad que origina armonía entre personas. Lo que hagamos contra los demás al usar al Estado, nos lo pueden hacer a nosotrxs usando al Estado —como le pasó a Robespierre— pero nadie puede usar el aparato coercitivo del Estado para una causa emancipatoria.

Para las radicales, fetichizar la guillotina es como fetichizar el Estado: significa celebrar un instrumento homicida que siempre será usado principalmente contra nosotras.

Aquellas que han sido privadas de una relación positiva con su propia capacidad frecuentemente buscan algo que la sustituya para poder identificarse: un líder cuya violencia pueda proporcionar la venganza deseada, como consecuencia de la propia impotencia o decadencia. En la era de Trump, sabemos lo que significa entre simpatizantes de la extrema derecha. Pero también hay gente en la izquierda que siente impotencia y enfado, gente con deseos de venganza, gente que quiere ver que el Estado que les ha aplastado se vuelva contra sus enemigos.

Recordarle a los “tankies” (estalinistas de “línea dura”) las atrocidades cometidas por socialistas estatistas, a partir de 1917, es como llamar racista y sexista a Trump. Divulgar que Trump es un agresor sexual en serie sólo lo ha hecho más popular entre su base misógina. Asimismo, la historia bañada en sangre del socialismo autoritario únicamente lo hace más atractivo para quienes se sienten motivados por el deseo de identificarse con algo poderoso.

Anarquistas en la Era de Trump

Ahora que la Unión Soviética lleva extinta casi treinta años —y ante la dificultad de obtener opiniones, de primera mano, sobre la clase trabajadora explotada en China— muchas personas en Estados Unidos consideran al socialismo autoritario como un concepto totalmente abstracto, tan distante de su experiencia vital como de las ejecuciones en masa con la guillotina. Al desear no sólo venganza sino también un deus ex machina, para ser rescatados tanto de la pesadilla del capitalismo como de la responsabilidad de crear por sí mismos una alternativa a éste, imaginan al Estado autoritario como a un héroe que podría luchar en su nombre. Recordemos lo que dijo George Orwell en su ensayo “Dentro de la Ballena” sobre los acomodados escritores estalinistas británicos de la década de 1930:

Para la gente de ese tipo, cosas como las purgas, la policía secreta, las ejecuciones sumarias, los encarcelamientos sin juicio, etc., suenan demasiado lejanas como para ser terroríficas. Pueden tragarse el totalitarismo porque no tienen experiencia sobre ninguna otra cosa que no sea el liberalismo”.

 

Confía en aquellas visiones en las que no haya baños de sangre

​ Jenny Holzer

 

En general, tendemos a ser más conscientes de las injusticias cometidas contra nosotras, que aquellas que cometemos en contra de los demás. Somos más peligrosas cuando más sufrimos la injusticia, porque nos sentimos con más derecho de juzgar, de ser crueles. Cuanto más justificadas nos sentimos, más cuidado hemos de tener en no replicar los patrones de la máquina de la justicia, las asunciones del Estado carcelario, la lógica de la guillotina. Nuevamente, eso no justifica la falta de acción; simplemente significa que debemos de proceder de modo más crítico, precisamente cuando más justificación sentimos, para no acabar asumiendo el papel de nuestros opresores.

Se hace más complicado reconocer las formas en como participamos de esos fenómenos, cuando nos vemos a nosotros mismos luchando contra seres humanos específicos, más que contra fenómenos sociales. Expresamos la problemática como algo fuera de nuestro alcance, representándola como un enemigo a ser sacrificado para purificarnos simbólicamente. Por eso, lo que hagamos a la gente más despreciable, lo acabaremos por sufrir nosotras mismas.

La guillotina como un símbolo de venganza nos tienta a imaginarnos en medio de un juicio, ungidas con la sangre de los malvados. La economía cristiana de la justicia y la condena es esencial para éste cuadro. Por el contrario, si la usamos para simbolizar algo, la guillotina debería prevenirnos del peligro de convertirnos en lo que más odiamos. Lo mejor sería ser capaces de luchar sin odio, a partir de una creencia optimista en el gran potencial de la humanidad.

Muchas veces, todo lo que se necesita para dejar de odiar a una persona es lograr que sea imposible que suponga te una amenaza. Es despreciable asesinar a quien tienes sometido a tu poder. Ese el momento crucial de cualquier revolución, cuando las revolucionarias tienen la oportunidad de ejercer la violencia gratuita para exterminar, más allá de solo vencer. Si no se pasa dicha prueba, la victoria será más deshonrosa que cualquier fracaso.

El peor castigo que puede aplicarse a quienes hoy gobiernan, y controlan, sería hacerles vivir en una sociedad en la que todo aquello que han hecho sea considerado vergonzoso —participar en asambleas donde nadie les escucha, continuar una vida sin privilegios especiales, con plena conciencia del daño que han causado. Si queremos fantasear sobre algo, hagámoslo sobre la creación de movimientos tan fuertes que apenas tengamos que matar a nadie para derribar al Estado y abolir el capitalismo. Esto es mucho más valioso para nuestra dignidad como partidarias de la liberación y emancipación de todas las personas.

Es posible comprometerse plenamente con la lucha revolucionaria sin devaluar el precio de la vida. Es posible romper con el moralismo santurrón del pacifismo y no por ello tener que desarrollar una sed de sangre sin escrúpulos. Necesitamos desarrollar la habilidad de ejercer la fuerza sin confundir el poder sobre los demás con nuestro verdadero objetivo, lo que implica crear colectivamente condiciones para la libertad de todxs.

“Que la humanidad pueda ser redimida de la venganza: ése es, para mí, el puente hacia la esperanza suprema y la calma después de la tempestad”.

Friedrich Nietzsche (no es particularmente un partidario de la emancipación pero sí uno de los principales teóricos de los peligros de la venganza).

Evidentemente, no tiene sentido apelar por una naturaleza más amable de nuestros opresores, hasta que no hayamos logrado que les sea imposible beneficiarse de oprimirnos. La cuestión es cómo lo logramos.

Lxs apologistas de los jacobinos reclamarán que bajo sus circunstancias era necesario el derramamiento de sangre para el progreso de la causa revolucionaria. Prácticamente todas las masacres revolucionarias de la historia han sido justificadas en base a su necesidad —así es cómo la gente siempre justifica las masacres. Aún si fuese necesario un mínimo de derramamiento de sangre, esto no debe de ser una excusa para considerar como valores revolucionarios el cultivar las masacres y arrogarse privilegios. Si deseamos ejercer la fuerza coercitiva de manera responsable, cuando no queda otra opción, hemos de cultivar al mismo tiempo la repulsión hacia ella.

¿Alguna vez las masacres han ayudado al avance de nuestra causa? Ciertamente, las (comparativamente) pocas ejecuciones realizadas por anarquistas —como el ajusticiamiento de clérigos pro-fascista durante la guerra civil española— han permitido al enemigo retratarnos de la peor manera, incluso siendo ellos responsables de un número diez mil veces mayor de asesinatos. A lo largo de la historia, los reaccionarios siempre han juzgado, hipócritamente, a revolucionarias con una doble vara de medir: perdonando por un lado al Estado por asesinar a millones de civiles, mientras por el otro condenan a insurgentes por poco más que romper una ventana. El punto no es relativo a si nos han hecho populares, si no cuestionar si tal gente tiene lugar en un proyecto emancipador. Si lo que buscamos es una transformación más que una conquista, debemos evaluar nuestras victorias bajo una lógica distinta a la de la policía y de los militares a los que nos enfrentamos.

Esto no es un argumento contra el uso de la fuerza. Se trata más bien de cuestionar cómo emplear la fuerza sin crear nuevas jerarquías, nuevas formas de opresión sistemática.

Taxonomía de la violencia revolucionaria

La imagen de la guillotina es utilizada como propaganda por la típica organización autoritaria que se sirve de esta particular herramienta. Cada herramienta implica formas de organización social necesarias para su empleo. En sus memorias, Bash the Rich, Ian Bone, veterano del periódico Class War, cita a John Barker, miembro de Angry Brigade, al afirmar que “los cocteles molotovs son mucho más democráticos que la dinamita”, sugiriendo que debe analizarse cada herramienta de resistencia en función a cómo estructura el Poder. Criticando el modelo de lucha armada, adoptado por grupos jerarquizados y autoritarios en la Italia de los 70, Alfredo Bonanno y otras insurreccionalistas enfatizan que la emancipación sólo será alcanzada a través de métodos de resistencia horizontales, descentralizados y participativos.

Es imposible hacer la revolución sólo con la guillotina. La venganza es la antecámara del Poder. Quien quiera venganza necesitará de un líder. Un líder que le conduzca a la victoria y que restablezca la justicia herida”

Alfredo Bonanno, El Goce Armado

Una multitud que se rebela puede defender una zona autónoma o ejercer presión sobre las autoridades sin necesidad de algún liderazgo jerárquico y centralizado. Cuando esto no puede ser posible —cuando la sociedad se ha dividido en dos bandos dispuestos a eliminarse el uno al otro a través de medios militares— no puede hablarse ya de revolución, sino únicamente de guerra. La premisa de la revolución es que la subversión se puede extender dentro de las líneas enemigas desestabilizando posiciones fijas, debilitando las alianzas y asunciones que apuntalan la autoridad. Nunca deberíamos tener prisa por iniciarla transición de la iniciativa revolucionaria a la guerra. Hacerlo reduce las posibilidades más que expandirlas.

Como herramienta, la guillotina da por hecho que es imposible transformar las relaciones con el enemigo y que sólo es posible abolirlas. Es más, la guillotina asume que la víctima se halla plenamente subyugada al Poder de quienes la emplean. La guillotina es un arma diseñada para los cobardes, si la contrastamos con los actos de valentía colectiva experimentados en levantamientos populares, pese a todas las adversidades.

Al rechazar la matanza al por mayor de nuestros enemigos, dejamos abierta la posibilidad de que algún día se unan a nuestro proyecto de transformar el mundo. La autodefensa es necesaria, pero siempre que podamos debemos asumir el riesgo de dejar con vida a nuestros enemigos. El no hacerlo garantiza que no seremos mejores que los peores que existan entre ellos. Desde una perspectiva militar, esto es una desventaja; pero es el único camino si de verdad aspiramos a la revolución.

Infundir esperanza a la mayoría oprimida y temor a la minoría opresora, este es nuestro cometido. Si hacemos lo primero e infundimos esperanza a la mayoría, la minoría habrá de temer esa esperanza; no queremos asustarles de otro modo: no es venganza lo que queremos para los pobres, sino felicidad; porque en efecto, ¿qué venganza podría tomarse por tantos miles de años de sufrimientos de la gente empobrecida?”

William Morris, “Cómo vivimos y cómo podríamos vivir”

Por tanto, repudiamos la lógica de la guillotina. No queremos exterminar a nuestros enemigos. No creemos que la manera de crear armonía sea eliminar a toda persona que no comparta nuestra ideología. Nuestra visión es un mundo en el que quepan muchos mundos. Como dijo el subcomandante Marcos: un mundo en el cual la única cosa que no sea posible sea dominar y oprimir.

El anarquismo es una propuesta para quien se interese en cómo mejorar nuestras vidas: trabajadores y desempleadas, gente de todas las etnias, géneros y nacionalidades —o carentes de ellas—, ya sean pobres o millonarias. La propuesta anarquista no trata de proteger los intereses de un grupo frente a los de otro: ni se trata de una forma de enriquecer a la gente pobre a expensas de los ricos, o de hacer poderosa un grupo étnico, nacionalidad o religión en detrimento de otras. Esta forma de pensar es de la que estamos intentando escapar. Todos los “intereses” que supuestamente caracterizan a las diferentes categorías de gente son producto del orden prevaleciente, y deben ser transformados junto a éste, y no preservados o consentidos.

Desde nuestra perspectiva, incluso las posiciones más altas de riqueza y de Poder disponibles en el orden existente no tienen ningún valor. Nada de lo que nos ofrece el Estado y el capitalismo tiene valor alguno. Proponemos una revolución anarquista en base a que se satisfagan los anhelos que el orden existente no puede satisfacer: el deseo de aportar a nosotras y a nuestros seres queridos, sin que sea a expensas de otras personas, el deseo de ser valoradas en base a nuestra creatividad y carácter, y no en base a cuánto lucro podemos generar, el anhelo de estructurar nuestras vidas alrededor de lo que es profundamente alegre y gozoso en lugar de en torno a imperativos de competitividad.

Proponemos que todas las personas que habitamos el planeta hoy, podríamos vivir —si no bien, al menos mejor— en armonía y progresar, si no fuéramos forzadas a competir por el Poder y los recursos en las maniobras de suma cero de la política y la economía.

Que sean antisemitas y otros intolerantes quienes describan al enemigo como un tipo de gente, personificando como el Otro al que todos temen. Nuestro adversario no es un tipo de ser humano, si no la forma de relaciones sociales que imponen el antagonismo entre pueblos como modelo fundamental para la política y la economía. Abolir la clase dirigente no significa guillotinar a toda persona que posea un yate o un penthouse; significa hacer imposible que cualquier persona pueda ejercer de forma sistemática un Poder coercitivo sobre otra. Cuando eso ocurra, ningún yate o penthouse quedará vacío por mucho tiempo.

En relación a nuestros adversarios inmediatos —aquellos seres humanos que están determinados a mantener el orden existente a cualquier precio— aspiramos a derrotarlos, no a exterminarlos. No obstante, por muy egoístas y rapaces que puedan parecer, al menos algunos de sus valores son similares a los nuestros, y la mayoría de sus errores —como los nuestros— derivan de sus miedos y debilidades. En muchos casos se oponen a las propuestas de izquierda precisamente por medio de lo que es intrínsecamente incoherente en ellos, como, por ejemplo, la idea de promover la comunión de toda la humanidad por medio de la coerción violenta.

Incluso cuando estamos en medio de un enfrentamiento físico con nuestras adversarias, debemos mantener una profunda fe en su potencial, ya que algún día esperamos relacionarnos con ellas de una forma diversa. Como aspirantes a la revolución, esta esperanza es nuestro recurso más valioso, el fundamento de todo lo que hacemos. Si el cambio revolucionario debe extenderse a toda la sociedad y a todo el mundo, aquellas contra las que luchamos hoy tendrán que luchar junto a nosotras mañana. No predicamos la conversión a golpe de pistola, ni pensamos que persuadiremos a nuestras adversarias en un mercado abstracto de ideas. Más bien, aspiramos a interrumpir las formas con las que el capitalismo y el Estado se reproducen actualmente, mientras manifestamos las virtudes de nuestra alternativa de forma inclusiva y contagiosa. No existen atajos cuando se trata de cambios duraderos.

Precisamente porque a veces es necesario emplear la fuerza en nuestras luchas con los defensores del orden existente, es especialmente importante que nunca perdamos la perspectiva de nuestras aspiraciones, nuestra compasión y nuestro optimismo. Cuando nos vemos compelidas a usar la fuerza coercitiva, la única justificación posible es que sea un paso necesario de cara a crear un mundo mejor para todas —incluyendo a nuestras enemigas, o al menos a sus hijxs. De otra manera, corremos el riesgo de convertirnos en los próximos jacobinos, en los próximos corruptores de la revolución.

“La única venganza real que podríamos tener sería la realizada a través de nuestros propios esfuerzos para dirigirnos hacia la felicidad”

William Morris, en respuesta a los llamamientos de venganza por las agresiones policiales a las manifestantes en Trafalgar Square.

La guillotina no acabó su recorrido al concluir la Revolución Francesa, ni cuando fue quemada en la Comuna de París. De hecho, hasta 1977, en Francia ha sido empleada como un medio del Estado para ejecutar la pena capital. Una de las últimas mujeres guillotinadas en Francia fue ejecutada por realizar abortos. Los nazis guillotinaron alrededor de 16.500 personas entre 1933 y 1945 —una cifra similar a las personas asesinadas durante el culminación del Terror en Francia.

Algunas de las víctimas de la guillotina:

Ravachol (François Claudius Koenigstein), anarquista.

Auguste Vaillant, anarquista.

Emile Henry, anarquista.

Sante Geronimo Caserio, anarquista.

Raymond Caillemin, Étienne Monier y André Soudy, todos anarquistas participantes en la Banda Bonnot.

Mécislas Charrier, anarquista.

Felice Orsini, quién intentó matar a Napoleón III.

Hans y Sophie Scholl y Christoph Probst —miembros de la Rosa Blanca, una organización juvenil antifascista clandestina activa en Munich en 1942-1943.

“Soy anarquista. Nos han colgado en Chicago, electrocutado en Nueva York, guillotinado en París y estrangulado en Italia, yo iré con mis compañeros. Rechazo su gobierno y su autoridad. Abajo con ellos. Hacer lo peor. Larga vida a la anarquía”

 

Crimethinc

[1]Como viene relatado en el periódico de la Comuna de París:

El jueves, a las nueve de la mañana, el 137º batallón perteneciente al undécimo distrito, se presentó en la calle Folie-Mericourt; incautaron y tomaron la guillotina, hicieron trizas la horrorosa máquina, y la quemaron ante el aplauso de una inmensa multitud. La quemaron al pie de la estatua del defensor de Sirven y Calas, el apóstol de la humanidad, el precursor de la Revolución Francesa, al pie de la estatua de Voltaire.”

Esto fue anunciado más tarde mediante la siguiente proclama:

Ciudadanos;

Nos han informado de la construcción de un nuevo tipo de guillotina encargada por el odioso gobierno [el gobierno republicano de Adolphe Thiers], una que es más rápida y más fácil de transportar. El Sub-Comité del distrito undécimo ha ordenado el decomiso de estos instrumentos serviles de la dominación monárquica y ha votado que la destruyan para siempre. Por lo tanto, serán quemados a las diez en punto del 6 de abril de 1871, en la Plaza de la Mairies, para la purificación del distrito y la consagración de nuestra nueva libertad”.

[2]Como hemos argumentado en otros lugares, fetichizar “el gobierno de la ley” sirve con frecuencia para legitimar atrocidades que de otra manera serían percibidas como abominables e injustas. La historia muestra una y otra vez cómo el gobierno centralizado puede perpetrar la violencia en una escala mucho más grande que cualquier cosa que se levante en el “caos desorganizado”.

[3]De forma nauseabunda, al menos un contribuyente a la publicación Jacobin ha incluso intentado rehabilitar a este precursor de los excesos del estalinismo, con la pretensión de que una religión oficiada desde el Estado podría ser preferible al ateísmo autoritario. La alternativa tanto a las religiones autoritarias como a las ideologías autoritarias que promueven la islamofobia y cosas similares, no es la imposición de una religión por un Estado autoritario, si no la construcción de solidaridad de base en torno a las líneas políticas y religiosas de defensa de la libertad de pensamiento.

El movimiento anárquico en su especifidad

A mediados del año 1800, el anarquismo adquiere su fisionomía precisa que lo distinguirá de todas las otras corrientes del socialismo y del recién nacido marxismo.

El proceso de adquisición de su especifidad se articula aproximadamente en una década, se da dentro del ámbito de la “competición” entre los diversos posicionamientos del socialismo, pero también en el ámbito de la lucha de clases, tras adoptar organizaciones proletarias internacionales, anteriormente esporádicas y locales (en 1864, si no me equivoco, se constituye la Asociación Internacional de Trabajadores —en francés AIT— mejor conocida como Primera Internacional).

Un paréntesis teorético que abrirá perspectivas de acción a gran escala para comienzos del año 1900, pero hasta entonces limitará su influencia tan solo a algunos revolucionarios (Bakunin, uno de ellos), entre los años 1840 y 1850, debido al posicionamiento de Max Stirner, filósofo alemán de la izquierda hegeliana y profundo conocedor del socialismo elaborado por Feuerbach, Marx, etcétera.

El libro de Stirner, El Único y su propiedad (solo escribió ese libro, siendo sus otros trabajos artículos para publicaciones o revistas), es una crítica radical y precisa a los fundamentos desde los que se posiciona el materialismo socialista.

Lo que Stirner evidencia es la pérdida total de la unicidad, es decir del individuo concreto, de la auténtica subjetividad humana específica e irrepetible, en los meandros de lo absolutamente ajeno a cada persona.

Cuando los socialistas hablan de humanidad, de pueblo, de clase, y de los intereses de los unos y de los otros, cambian los términos de la problemática real para conseguir la liberación: hacen desaparecer al individuo al constituir causas ajenas y enemigas de los mismos.

La unión de individuos, con similares condiciones, que luchan por reafirmar su libertad propia, termina por ser una causa ajena a ellos mismos, si es que no se reconocen las peculiaridades de cada uno, que son, al menos en parte, diferentes a las de los demás, por tanto sustancialmente únicas.

Según Stirner, existe siempre la posibilidad de encontrarse con alguien al cual unirse, sin que eso implique abrazar una sola bandera. Descubre en la obra de Feuerbach (que pretendía alcanzar la “verdadera humanización” del hombre superando la alienación en Dios, y edificando otra humanidad) un nuevo proceso alienante —que aleja de sí mismos a los individuos y representa la base de las tendencias socialistas y comunistas— Stirner entrevé en ello la aspiración a homogeneizar a las personas.

El posicionamiento stirneriano probablemente influyo en el desarrollo del pensamiento de Bakunin, que lo ha insertado, despojado de sus elementos hegelianos exteriores, en una síntesis anárquica global atenta en no perder de vista la centralidad del individuo.

Pero será solo a finales del siglo XIX, y a los comienzos del XX, que la obra de Stirner, tendrá de nuevo amplia circulación, retomando la importancia que le corresponde en el movimiento anárquico, privada de los daños que mientras tanto habían hecho sus detractores.

La particular atención que el anarquismo pone en el individuo, en específico el posicionamiento acerca del Poder, marcará el camino que llevará al movimiento a distinguirse claramente de las otras corrientes del socialismo y del marxismo.

El enfrentamiento más evidente y determinante se dará en el seno de la Primera Internacional.

La Asociación Internacional de Trabajadores se constituye en Londres, en el ámbito de los movimientos obreros europeos, de aquí que el momento organizador y el plan de las luchas que se organizan a nivel internacional no pueden sino reflejar, en su genericidad, todas las variantes del mismo socialismo.

Cada grupo, cada traducción de los Estatutos de la AIT, entendía a su manera tal genericidad, aunque en realidad los Estatutos mismos subrayaban el reconocimiento a la diversidad.

De todos modos, el enfrentamiento se da porque:

  • Mientras que para los anarquistas la organización no podía sino reflejar las exigencias y las tensiones de diversos grupos adherentes —por lo cual sus órganos, decimos institucionales, no podían tener funciones directivas ni tampoco sustituir a la asamblea general de delegados, ni adherentes— los marxistas, ligados sobre todo a componentes de la socialdemocracia alemana, sostenían lo contrario;
  • Por otra parte, la AIT tenía pleno sentido solo para los anarquistas en tanto concernía a las luchas económicas del proletariado, para su contraparte debía al contrario ocuparse de las batallas más propiamente político-electorales.

Las divergencias, una vez afloradas, no eran conciliables, así que mientras Marx con un golpe de mano trasladó desde Londres a Nueva York el Consejo General de la AIT con el fin de desviar la influencia de los bakuninistas, los anarquistas reunidos en una primera Conferencia en Rimini en 1871, y luego en otros sitios, mantuvieron los estatutos originales establecidos por la Asociación e intentaron mantener viva la Internacional Antiautoritaria, distinguiéndola de aquella que, en breve tiempo, moriría en los Estados Unidos y que identificarían como Autoritaria.

Constantino Cavalleri

Fragmento de El anarquismo en la sociedad postindustrial