Las limitaciones del accionar clandestino

 

Acción Revolucionaria fue un grupo armado formado por compañeros y compañeras anarquistas y libertarios en el contexto de la lucha de clases en Italia, que se articuló de manera radical y generalizada a finales de la década del setenta. Por aquellos años, el ataque general del proletariado puso en tela de juicio todos los aspectos del sistema de dominación, desde la economía hasta la enseñanza, del militarismo a las diferencias sociales, pasando por los intrínsecos lazos Iglesia-Estado, encontrando su equivalente respuesta en la extensión de las acciones armadas en perjuicio de todas las instituciones, sus edificaciones y sus personeros.

Un movimiento revolucionario de tan largo alcance, apoyado por todas las franjas subalternas, sí requería de estímulos cotidianos que elevaran aún más el nivel de la confrontación; desde luego, no tenía necesidad de un dispositivo profesional totalmente separado que se levantara como vanguardia armada con la ilusión de golpear un inexistente «corazón» del Estado. Solo desde una concepción del Estado-Capital, centrada en la lectura de las relaciones sociales determinadas por un único centro de Poder y, no por toda la dinámica que determina las relaciones sociales en todos los niveles de la vida: económico, político, cultural-ideológico, etc. –o sea, solo desde una concepción unilateral y monolítica del Poder que, presuponiendo un «centro» prefigura su control, puede auto-nombrarse vanguardia de la revolución y preparase para la pretendida toma del poder. No es por casualidad que las primeras formaciones armadas clandestinas –verdaderas estructuras partidistas– fueron constituidas por núcleos marxistas-leninistas (las Brigadas Rojas, por ejemplo).

La tensión (documentada en varios análisis que quedaron registrados en diferentes documentos) que inspiró a los compañeros que dieron vida a Acción Revolucionaria, no puede entenderse si no se inscribe en el contexto social de la época que le fue propicia […], marcada por un singular entusiasmo muy extendido, fundamento en las presuntas condiciones insurreccionales generalizadas del momento como consecuencia de evaluaciones incorrectas sobre la función de la lucha armada, forzosamente equiparadas a la creación de grupos operativos que pretendían garantizar una mayor contribución a la evolución de la lucha y potenciar el enfrentamiento desde la clandestinidad; concibiendo con esto también el contraste y el desafío que suponía al supuesto monopolio del ataque armado/violento de las franjas autoritarias del movimiento revolucionario.

Y aquí, surge una contrariedad de considerable importancia, a menudo pasada por alto en las discusiones o no abordada con la debida atención en los análisis de los compañeros. La fascinación por el ataque armado especializado y, por las acciones militarmente impecables que, por supuesto, conquistan siempre las primeras planas de los medios de comunicación, a menudo, también afecta a algunos compañeros anarquistas y/o anti-autoritarios. En la situación general por la que atravesaba Italia en la época en que se originaron los partidos armados y que también cobró vida el grupo Acción Revolucionara, se creyó (y algunos todavía lo creen) que mediante la clandestinidad voluntaria o sea, a través de la distorsión permanente de la realidad, de su propia identidad y de su experiencia, se alcanzaría una fase superior del desarrollo de las acciones destructivas contra el poder establecido, mucho más fructífera de acuerdo al desarrollo de la insurrección generalizada. Esto, sin dudas, puede llegar a ser cierto, pero sólo puede sostenerse desde el punto de vista técnico-militar especializado. Sin embargo, justo por eso, es una visión limitada y en definitiva, desviada de nuestros principios y fines, para nosotros los anarquistas insurreccionalistas.

En primer lugar, porque la clandestinidad impone límites naturales a las relaciones, ya sean con el resto del movimiento o con el ámbito social en el que debemos trabajar en simbiosis cotidiana, con el fin de conocer sus tensiones, sus debates, su nivel de preparación, sus proyectos en curso, sus proyectos en elaboración, etc.; con el fin de participar activamente en todos estos planes y no cavar –nosotros mismos– un surco profundo que nos aísle del enfrentamiento real. En segundo lugar, porque aún cuando lográramos alcanzar niveles especializados en un momento dado, el uso de las armas y más genéricamente, el ataque destructivo en contra del poder establecido, hace a un lado –debido a la incapacidad de practicarlo en todas sus dimensiones–, otros momentos no menos importantes para el insurreccionalista que lo puramente militar: la participación activa en lo que yo definiría –por cuestiones prácticas de sencillez en el lenguaje y no por abstracciones ideológicas– como «intervención de masas» (es decir, el desarrollo y la difusión de herramientas editoriales, participación e intervención en asambleas públicas, etc.). En tercer lugar, porque el alto grado de especialización (en técnicas operativas y uso de materiales específicos) en el terreno militar marca una distancia considerable, cuando no crea un abismo insalvable, entre el especialista y las masas que, en las circunstancias aquí descritas, se ve obligada a asistir pasivamente –o, a lo sumo a actuar como espectador– frente al enfrentamiento entre las dos entidades envueltas en una lucha feroz, ante lo que se limita a tomar partido por uno u otro bando en conflicto, no pudiendo tener un rol activo por la falta total de conocimiento en técnicas y materiales –ignorancia que contribuye a exagerar tanto los riesgos como el alcance real de la lucha, originando la representación generalizada.

La adquisición de especialistas, como podemos apreciar, por regla general supone momentos carentes de análisis y debates: la necesaria representación de todos los otros aspectos que en conjunto dotan de contenido al proyecto anárquico con miras a marchar junto a la mayor parte de los excluidos en los intentos por asaltar el cielo; aún siendo portadores de la representación justo en aquel sector para el que se convierten en especialistas.

La elección de la clandestinidad voluntaria –en el marco de un análisis que tenga en cuenta todos los aspectos de la intervención insurreccional–, se encuentra mucho más limitada de lo que se cree y, a veces, también puede resultar engañosa.

Lo cierto es que todo (o casi todo) lo que se hace cuando elegimos pasar a la clandestinidad, se puede realizar en la normalidad de nuestras vidas, solo que, en ambos casos, se está actuando de manera ilegal. Lo único es que, al eliminar las restricciones y limitaciones inherentes a la clandestinidad, se participa en primera persona en cualquier momento del enfrentamiento de clases y, por lo tanto, se construye día a día –al interior del entorno social que queremos que madure hacia la insurrección y las rupturas necesarias para incrementar el choque y transformarlo en acto capaz de concretar la destrucción de todos los ganglios que componen el poder del Estado-capital: cultural, material, psicológico, y también técnico/militar.

Durante el período de formación y en el transcurso del accionar de Acción Revolucionaria, se puede decir que al interior del movimiento anarquista surgieron y se manifestaron todas o, casi todas, estas consideraciones. Definitivamente, cada quién tomó el camino que mejor se adaptaba a sus posiciones teórico-prácticas y de contribución a la lucha social en curso y, de igual forma, los compañeros de Acción Revolucionaria, tomaron su camino, marcando una experiencia más (quizás más trágica que otras, si la evaluamos considerando ciertos aspectos, pero no por eso más o menos anárquica) de las tantas que han cobrado vida en nuestro movimiento en su conjunto.

El uso de las armas y de la violencia en general –y aquí preciso que por «armas» me refiero a cualquier prótesis, material o técnica, de la que echemos mano en apoyo al desarrollo de la lucha anarquista en su aspecto concretamente destructivo– es un momento indispensable del accionar anarquista. Sin embargo, no considero que este momento sea en sí mismo un aspecto que debamos de privilegiar, en detrimento de todos los otros momentos que constituyen el conjunto del accionar anarquista. Ciertamente, considero que el uso de las armas es un “momento” de apoyo y de integración de todos los otros momentos, ya que se encuentra particularmente aislado del contexto de la lucha total y, aunque pueda ser positivo y desafiante (esto también depende de las condiciones sociales en general) no expresa el máximo potencial de las luchas y se corre el riesgo de caer en ciertos aspectos regresivos (la especialización, la auto-complacencia y por ende, la satisfacción por el nivel de profesionalidad alcanzado), que pueden hacer a un lado o, incluso, hacer desaparecer completamente la evaluación real del enfrentamiento en su conjunto y de las tareas que el movimiento anarquista debe realizar para involucrar en sí tramos más o menos sustanciales del entorno social subalterno. La dominación y la opresión no se basan exclusivamente en el uso de la violencia y el empleo de las armas. El sistema de dominación, el Estado-Capital, justo porque es un sistema, está integrado por el entrecruzamiento simbiótico de una infinidad de momentos –materiales y espirituales–, que contribuyen en mayor o menor medida, a determinar también los aspectos generales que rigen a la servidumbre voluntaria: mecanismos mentales, manipulación psicológica que, asimilados en múltiples niveles de la vida social e individual, cimentan las bases de un consenso generalizado indispensable para la existencia misma del sistema de dominación y la sociedad actual.

Costantino Cavalleri.

Sardegna, Noviembre 2011

 

El movimiento anárquico en su especifidad

A mediados del año 1800, el anarquismo adquiere su fisionomía precisa que lo distinguirá de todas las otras corrientes del socialismo y del recién nacido marxismo.

El proceso de adquisición de su especifidad se articula aproximadamente en una década, se da dentro del ámbito de la “competición” entre los diversos posicionamientos del socialismo, pero también en el ámbito de la lucha de clases, tras adoptar organizaciones proletarias internacionales, anteriormente esporádicas y locales (en 1864, si no me equivoco, se constituye la Asociación Internacional de Trabajadores —en francés AIT— mejor conocida como Primera Internacional).

Un paréntesis teorético que abrirá perspectivas de acción a gran escala para comienzos del año 1900, pero hasta entonces limitará su influencia tan solo a algunos revolucionarios (Bakunin, uno de ellos), entre los años 1840 y 1850, debido al posicionamiento de Max Stirner, filósofo alemán de la izquierda hegeliana y profundo conocedor del socialismo elaborado por Feuerbach, Marx, etcétera.

El libro de Stirner, El Único y su propiedad (solo escribió ese libro, siendo sus otros trabajos artículos para publicaciones o revistas), es una crítica radical y precisa a los fundamentos desde los que se posiciona el materialismo socialista.

Lo que Stirner evidencia es la pérdida total de la unicidad, es decir del individuo concreto, de la auténtica subjetividad humana específica e irrepetible, en los meandros de lo absolutamente ajeno a cada persona.

Cuando los socialistas hablan de humanidad, de pueblo, de clase, y de los intereses de los unos y de los otros, cambian los términos de la problemática real para conseguir la liberación: hacen desaparecer al individuo al constituir causas ajenas y enemigas de los mismos.

La unión de individuos, con similares condiciones, que luchan por reafirmar su libertad propia, termina por ser una causa ajena a ellos mismos, si es que no se reconocen las peculiaridades de cada uno, que son, al menos en parte, diferentes a las de los demás, por tanto sustancialmente únicas.

Según Stirner, existe siempre la posibilidad de encontrarse con alguien al cual unirse, sin que eso implique abrazar una sola bandera. Descubre en la obra de Feuerbach (que pretendía alcanzar la “verdadera humanización” del hombre superando la alienación en Dios, y edificando otra humanidad) un nuevo proceso alienante —que aleja de sí mismos a los individuos y representa la base de las tendencias socialistas y comunistas— Stirner entrevé en ello la aspiración a homogeneizar a las personas.

El posicionamiento stirneriano probablemente influyo en el desarrollo del pensamiento de Bakunin, que lo ha insertado, despojado de sus elementos hegelianos exteriores, en una síntesis anárquica global atenta en no perder de vista la centralidad del individuo.

Pero será solo a finales del siglo XIX, y a los comienzos del XX, que la obra de Stirner, tendrá de nuevo amplia circulación, retomando la importancia que le corresponde en el movimiento anárquico, privada de los daños que mientras tanto habían hecho sus detractores.

La particular atención que el anarquismo pone en el individuo, en específico el posicionamiento acerca del Poder, marcará el camino que llevará al movimiento a distinguirse claramente de las otras corrientes del socialismo y del marxismo.

El enfrentamiento más evidente y determinante se dará en el seno de la Primera Internacional.

La Asociación Internacional de Trabajadores se constituye en Londres, en el ámbito de los movimientos obreros europeos, de aquí que el momento organizador y el plan de las luchas que se organizan a nivel internacional no pueden sino reflejar, en su genericidad, todas las variantes del mismo socialismo.

Cada grupo, cada traducción de los Estatutos de la AIT, entendía a su manera tal genericidad, aunque en realidad los Estatutos mismos subrayaban el reconocimiento a la diversidad.

De todos modos, el enfrentamiento se da porque:

  • Mientras que para los anarquistas la organización no podía sino reflejar las exigencias y las tensiones de diversos grupos adherentes —por lo cual sus órganos, decimos institucionales, no podían tener funciones directivas ni tampoco sustituir a la asamblea general de delegados, ni adherentes— los marxistas, ligados sobre todo a componentes de la socialdemocracia alemana, sostenían lo contrario;
  • Por otra parte, la AIT tenía pleno sentido solo para los anarquistas en tanto concernía a las luchas económicas del proletariado, para su contraparte debía al contrario ocuparse de las batallas más propiamente político-electorales.

Las divergencias, una vez afloradas, no eran conciliables, así que mientras Marx con un golpe de mano trasladó desde Londres a Nueva York el Consejo General de la AIT con el fin de desviar la influencia de los bakuninistas, los anarquistas reunidos en una primera Conferencia en Rimini en 1871, y luego en otros sitios, mantuvieron los estatutos originales establecidos por la Asociación e intentaron mantener viva la Internacional Antiautoritaria, distinguiéndola de aquella que, en breve tiempo, moriría en los Estados Unidos y que identificarían como Autoritaria.

Constantino Cavalleri

Fragmento de El anarquismo en la sociedad postindustrial