APOLOGÍA A LA ESPECIFICIDAD ASOCIATIVA

A propósito del «sectarismo» (intrínsecamente) anárquico

«[…] La Internacional fue fundada para remplazar las sectas socialistas o semisocialistas por una organización real de la clase obrera con vistas a la lucha […], la Internacional no hubiera podido afirmarse si el espíritu de secta no hubiese sido ya aplastado por la marcha de la historia […] Las sectas están justificadas (históricamente) mientras la clase obrera aún no ha madurado para un movimiento histórico independiente. Pero en cuanto ha alcanzado esa madurez, todas las sectas se hacen esencialmente reaccionarias. […] La historia de la Internacional también ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas […] A fines de 1868 ingresó en la Internacional el ruso Bakunin con el fin de crear en el seno de ella y bajo su propia dirección una segunda Internacional titulada “Alianza de la Democracia Socialista”. Bakunin, hombre sin ningún conocimiento teórico, exigió que esta secta particular dirigiese la propaganda científica de la Internacional, propaganda que quería hacer especialidad de esta segunda Internacional en el seno de la Internacional. Su programa estaba compuesto de retazos superficialmente hilvanados de ideas pequeñoburguesas arrebañadas de acá y de allá: […] el ateísmo como dogma obligatorio para los miembros de la Internacional, etc., y en calidad de dogma principal la abstención (proudhonista) del movimiento político. Esta fábula infantil fue acogida con simpatía (y hasta cierto punto es apoyada aún hoy) en Italia y en España […] y también entre algunos fatuos, ambiciosos y hueros doctrinarios en la Suiza Latina y en Bélgica […] Las resoluciones 1, 2, 3 y IX dan ahora al Comité de Nueva York armas legales para terminar con todo sectarismo y con todos los grupos diletantes, expulsándolos si llega el caso […]»

K. Marx, Carta a Friedrich Bolte, 23 de noviembre de 1871(1)

Desde la derrota del anarcosindicalismo español, la reiteración es un hecho frecuente en el contexto babélico en que penosamente acontece la vida del denominado «movimiento anarquista».(2) Como si se tratara de El Día de la marmota(3) , estamos condenados a repetir la misma experiencia de forma indefinida. Una y otra vez, los desplazamientos ideológicos y las conceptualizaciones ajenas cobran presencia en nuestras tiendas. Así —de nueva cuenta—, emergen en el debate las nociones de «secta», «sectarismo» y «sectario». No tenemos la menor oportunidad de escapar de este círculo vicioso. Al igual que a Phil Connors (Bill Murray) en la célebre comedia, todos los días nos remachan la misma canción (¡a las seis de la mañana!), obligados a repetirnos en un ciclo infinito del que no nos salva ni el suicidio.

Quizá, para quienes provienen de las llamadas «izquierdas» —que felizmente ya han evolucionado a posicionamientos «libertarios»— y hoy comparten codo a codo la misma barricada, estas imprecaciones siempre han estado ahí, al alcance de la mano. Listas para esgrimirse a la menor provocación. Por lo que asumen que tales palabrotas son parte de nuestro léxico o que se inscriben en una suerte de vocabulario universal del que tenemos que servirnos por obligación.

Para las y los compañeros que llevamos algunos años en la lucha, es inevitable la sensación de déjà vécu que provoca la remasterización de esta opereta bufa. En efecto, no es la primera ocasión que tenemos que enfrentar estos epítetos y, definitivamente, no será la última. Se repiten como mantra invocando la «aplastante marcha de la historia» (san Charlie de Tréveris, dixit). La triste constatación, es que esta liturgia ocurre, incluso, en los entresijos de la praxis —viva y actuante hoy mismo—, de la Tendencia Informal Anárquica (TIA). Una tendencia donde no caben las prácticas uniformadoras como tampoco tiene cabida la repetición; es decir, las intentonas frentistas ni las tentativas de «unidad táctica» y «responsabilidad colectiva».

La TIA se reafirma en la crítica y el conflicto permanente con todas y cada una de las formas y estrategias del poder; en la experimentación constante y la búsqueda incasable de la liberación total; en el marco de la guerra contra todo lo existente a través de la práctica continuada de la insurrección individual. Todo lo cual, debería entenderse como una tensión constante —no una realización—, incitada por quienes no alojan esperanzas en Revoluciones salvadoras ni regímenes porvenir y, hacen a un lado TODA la mitografía. Conscientes que la Anarquía no puede reducirse al decimonónico «asalto al cielo» ni a la trasnochada «trasformación» de ciertas estructuras; mucho menos, a la instauración de un sistema de (auto)gobierno ni al modo de (auto)gestión de la producción. Léase: las prácticas onanistas en torno al Comunismo libertario.

Sin embargo, estas anotaciones no deben concebirse como un pontificado que se ejerce desde el confort de la neutralidad y/o la abstracción ideológica, sino que aspiran ser una reafirmación de principios profundamente autocrítica. Yo también (en algún momento de mi vida) caí en la trampa de la «unidad táctica» y renegué de nuestro «sectarismo» en aras de «la unidad de las luchas revolucionarias», cuya concreción resultaba ser el desiderátum de las reflexiones de época. Basta una lectura rápida de los desvaríos frentistas de Guillén(4) , para aquilatar el tamaño monumental de las desvirtuaciones sesenteras, setenteras y, hasta ochenteras, del recién bautizado «anarquismo revolucionario», fuertemente influenciado por la Autonomía leninista.(5)

Pero aquellos experimentos que hoy nos resultan enteramente absurdos —a cuatro décadas de distancia—, no eran producto de la repetición. Muy al contrario, pretendían reorganizar el campo de entendimientos y significaciones de una cosmovisión anárquica que enfrentaba desplazamientos y reubicaciones conceptuales en busca de condiciones favorables que le permitieran abandonar el inmovilismo al que había sido condenado el «movimiento». Se enfrentaba, entonces, una transformación societaria con profundos cambios en la configuración de clases, actores y potenciales «sujetos revolucionarios»; en un contexto donde el trabajo comenzaba a perder su condición central.(6) El propio Estado se alejaba de aquél papel vigoroso que sustentaba el principio de autoridad, atravesando un proceso de redefinición de su rol histórico.

A la luz de estos eventos, el resurgir de la desfachatez anárquica animó un conjunto de prácticas transgresoras impregnadas de hedonismo —con su inocultable afición por la libertad intransigente, su pertinaz aliento insurreccional y su talente parricida—, que sustituyeron de inmediato y sin demasiados cargos de conciencia, los modelos acéticos y sacrificiales de los recipientes organizativos tradicionales (ya fuesen sindicatos libertarios, federaciones de síntesis o partidos especificistas), animados por la informalidad y el placer de la acción anárquica. A la vez que dejaba constancia del imperioso esfuerzo de contrastación, refutación e incluso secesión de la hegemonía revolucionaria de la época (definida por la ortodoxia marxiana-leninoide), remarcando los elementos de distinción teórico-práctica que nos convierten, desde tiempos inmemoriales, en una «secta»; o sea, en una especie distinta y en una expresión radical de ruptura; lo que nos ha permitido siempre reconocer y desarrollar nuestra singularidad.

Aquella herejía nos hizo acreedores entonces, como nos había hecho antes y nos vuelve a hacer ahora, del apelativo «sectarios». Es decir, quienes alimentan la «doctrina que se aparta de la ortodoxia» o se «secciona».

Esta acusación, no solo se nos imputaba desde la visión eclesiástica totalizadora del fascismo rojo que sometía las luchas por aquellos años, sino se esgrimía también desde las desvirtuaciones pragmáticas del anarcoleninismo, en impúdica armonía con la gramática del frentismo anti-imperialista. Lamentablemente, muchos compañeros y compañeras huyeron de nuestra «secta» enarbolando banderas ajenas y se sumaron al redil de la «Iglesia». Algunos ofrendaron sus vidas, impregnados de fe, consolidando dictaduras; otrxs, hoy militan en partidos electoreros como el Partido por la Victoria del Pueblo.(7) Desde luego, más allá de sus pretensiones hegemónicas, estas «opciones» ideológicas y organizativas —trazadas en cada uno de estos ámbitos—, estaban demasiado emparentadas con la especialización vanguardista, el reformismo socialdemócrata y la demagogia populista (según los casos), como para que los «sectarios» de ayer, de hoy y de siempre las consideráramos atractivas.

Consultando el tumbaburros: conceptos y definiciones en torno al «sectarismo»(8)

Según el Diccionario de uso del español María Moliner,(9) se denomina:

Secta: Doctrina enseñada por un maestro y seguida por sus adeptos. Particularmente, la doctrina y el conjunto de sus adeptos. Doctrina considerada errónea, o que se aparta de la tradicional u oficial, y, especialmente, la que se considera perniciosa para sus adeptos: “Secta destructiva”. Conjunto de los adeptos de una secta.

Sectario: -a (adv. sectariamente) 1 adj. y n. (de) Seguidor de cierta secta. 2 Se aplica al que sigue fanáticamente una doctrina, y su actitud, opiniones, etc. → *Intransigente, * partidario.

Sectarismo: m. Cualidad o actitud de sectario.

Si consultamos el Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española, éste nos revela que el sustantivo «secta» (sectam) es el femenino de un participio obsoleto del latín sequor («seguir») que proviene de la raíz indoeuropea *sek.(10) También coincide con esta acepción el Oxford Latin Dictionary.(11) Y, en la misma tesitura, se inscribe el Diccionario Teológico Enciclopédico; por lo que se infiere que «la secta tiene como primer punto de referencia, no ya una doctrina particular, sino […] la pertenencia a un grupo con una identidad bien definida y distinta del ambiente social más amplio […] La oposición se manifiesta entonces en el plano de la doctrina, de la moral, del ritual y de la disciplina y estructuración del grupo».(12)

Empero, en torno a esta elucidación existen fuertes discrepancias, ya que la raíz indoeuropea sek en realidad tiene tres significaciones que dan lugar a tres verbos latinos: 1. secare (cegar/cortar), 2. sequor (seguir), 3. siccare (secar). Este último, viene del vocablo latín siccus («seco») que tiene una raíz indoeuropea muy diferente (*seik). No obstante, secare o sectum («cortar»), de donde deriva el vocablo latín sectio (sector/sección/segmento) sí parece estar relacionada con la voz latina y castellana «secta», al igual que los verbos sequor, sequi, sequire («seguir», «proseguir», «secuencia»). En este sentido, el Dictionnaire étymologique de la langue Latine. Histoire des mots de Alfred Ernout y Antoine Meillet, nos brinda cierta «solución» al combinar los verbos sequor (seguir) y siccus («seco»), concluyendo que secta podría derivar más bien del frecuentativo verbal sector. (13) Al respecto, no deja de ser curioso —sin incurrir en una paronomasia— que el sustantivo femenino «sedición», que procede del latín seditio, seditionis («alejamiento», «desunión», «ida lejos», «apartamiento de un poder establecido o una marcha común», de donde también proviene «sublevación»), aunque derivado de una raíz indoeuropea completamente diferente (*ei, que significa «ir»), guarde una estrecha relación conceptual con la noción de «secta» entendida como la «doctrina que se aparta de la ortodoxia» o se «secciona de lo establecido».

En el contexto religioso, estos nominativos («secta», «sectario» y «sectarismo») están ampliamente documentados en la religión judaica. Concretamente, a su regreso del exilio (en el siglo VI a. N.E.) se popularizó entre los israelitas la idea de un Dios único y, de la mano de esta concepción monoteísta, comenzó a adjetivarse como «secta» o «facción» a todo grupo que se alejara de la hegemonía religiosa, considerándola una «práctica desleal». En este tenor, en la Biblia se menciona como facciones del judaísmo a los saduceos, fariseos, nazarenos y cristianos. Al apartarse de las ideas ortodoxas y las prácticas del judaísmo se les denominó «sectarios».

Este epíteto cobró aún más fuerza en el ámbito del monopolio del catolicismo integrista. La Iglesia católica se considera «la única sociedad universal instituida por Jesucristo que tiene un derecho legítimo a la lealtad de todos los hombres», por lo que se ostenta como «la única guardiana de toda la enseñanza de Jesucristo, que debe ser aceptada en su totalidad por toda la humanidad».(14) Al asumirse poseedora de la «verdad universal», toda disidencia era concebida como un posicionamiento «sectario» y condenada por «herejía». De esta manera, el gnosticismo, el maniqueísmo, el arrianismo, los albigenses, los husitas y el protestantismo de fecha posterior, quedarían inscriptos como «sectas herejes» en las Epístolas del Nuevo Testamento. Particularmente, la Epístola a los Gálatas (5,20), menciona «las peleas, disensiones (y), sectas», como «obras de la carne» y, Simeón Pedro (alias san Pedro), en su Segunda Epístola(2,1) advierte sobre los «falsos maestros que introducirán sectas perniciosas».(15)

Entre las denominaciones «protestantes», particularmente en Alemania y el Reino Unido, donde existen iglesias estatales o iglesias nacionales (también es el caso de la Iglesia Nacional de Islandia y la Iglesia del Pueblo Danés), igualmente se califica como «secta» a toda disidencia. La obediencia a la autoridad civil en materia religiosa es un prerrequisito necesario, llegando a afirmar que solo «la prédica de la Palabra de Dios pura y sin mezcla, la administración legítima de los Sacramentos y la identificación histórica con la vida nacional de un pueblo, le da derecho a una denominación a considerarse como Iglesia; en ausencia de estos requisitos, no es más que una secta».(16)

Incluso los anabaptistas, uno de los movimientos milenaristas cristianos que más han rechazado la catalogación de «secta» y que, paradójicamente, ha sido tachado como tal —por las iglesias católica, luterana, anglicana y ortodoxa rusa, entre otras—; al imponer el comunismo en Münster,(17) endurecieron la persecución de los «sectarios» demonizando a los exogrupos; o sea, a toda disidencia al régimen. Aquella ciudad-Estado teocrático-comunista —tan defendida por Tolstoi desde su delirante concepción del anarquismo—, se transformó en infierno y purgatorio para los «sectarios» en nombre de «las fantasías de una lucha final y destructora contra ‘los poderosos’ y de un mundo perfecto en que el interés egoísta sería abolido para siempre».(18)

Si revisamos algunos glosarios de terminología socio-política, podemos constatar que las nociones «secta», «sectario» y «sectarismo» siempre se han inscrito en el ánimo peyorativo sin importar las filiaciones conceptuales de sus autores. Surgidos en el terreno de las confrontaciones religiosas, estos vocablos se volvieron «modulares» y se trasplantaron —con toda la connotación axiológicamente negativa— a una amplia diversidad de terrenos ideológicos. Así, se introdujeron al léxico político, cobrando significativa presencia en el vocabulario marxiano en el siglo XIX. Sin embargo, existe evidencia de su uso (y abuso) en el siglo XVIII. De ello da cuenta el rabioso antisemitismo de los más destacados philosophes de la Ilustración. En su Essai sur les mœurs et l’ esprit del nations(19) (1756), Voltaire se descose dotando de autoridad «intelectual» al racismo y arremete con odio contra la «secta judía».

Para el autor de La envidia y la sociedad, el sociólogo Helmut Schoeck, los términos «secta» y «sectarismo», poseen «un significado peyorativo, debido a que las sectas han estado siempre en oposición a los grupos mayoritarios» (cursivas mías).(20) Su homólogo Karl-Heinz Hillman, no objeta en lo más mínimo esta definición al especificar que la «secta» es una «comunidad religiosa o política que, oponiéndose a una organización social mayor (confesión religiosa, partido) se separa de ella» (cursivas mías).(21) Mientras que el Vocabulario técnico y científico de la política de Arlotti, confirma la exégesis denominando «secta» (en su primera acepción) al «Conjunto de personas que profesan una misma doctrina». Y, «B. En un s. especial, más usual y siempre peyorativo, se dice de un grupo de hombres que adhieren estrictamente a una doctrina muy definida, y a quienes esta adhesión une fuertemente entre sí, al mismo tiempo que los separa de los demás» (cursivas mías).(22)

En el ámbito de la sociología de la religión se distinguen varios tipos de organización religiosa (iglesia, denominación, culto y secta), aunque se presentan dificultades en cuanto a su definición y delimitación. De tal suerte, no solo nos topamos con distintos significados de la palabra «secta», sino que también encontramos diferentes usos del término. Max Weber, en su edición revisada de La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1920), profundizó en la oposición binaria entre «Iglesia» y «secta». A la «Iglesia», la definió como «un instituto de gracia que administra bienes religiosos de salvación como una fundación fideicomisaria y la pertenencia a la cual es (idealmente) obligatoria»(cursivas en el original).(23) Mientras que describió a la «secta» como «una asociación voluntaria integrada exclusivamente por personas (idealmente) cualificadas en sentido ético-religioso, en la que se ingresa voluntariamente si se es aceptado en virtud de la confirmación religiosa» (cursivas en el original).(24) O, lo que es lo mismo, a la «Iglesia» como una institución de salvación que privilegia la extensión de su influencia y, a la «secta», como un grupo contractual que hace hincapié en la intensidad de vida de sus miembros. Por ello, «por su sentido y esencia ha de renunciar necesariamente a la universalidad y basarse en el acuerdo libre de sus miembros.» (cursivas en el original).(25)

Weber, dejaba manifiesto de este modo la oposición entre el ideal ortodoxo y heterodoxo; entendida la ortodoxia como una estructura organizativa y doctrinal monopólica que privilegia su hegemonía («Iglesia») y, la perspectiva heterodoxa de quienes, desde múltiples y variadas interpretaciones, no quieren ser parte de un todo y se asocian libremente («secta»). En este sentido, se refiere a la «ecclesia pura» que busca la «secta» en contraste con la «Iglesia». Según esta reflexión weberiana: «La secta tiene el ideal de la ‘ecclesia pura’ (de ahí el nombre de ‘puritanos’), […] de cuyo seno son excluidos los carneros sarnosos con el fin de que no ofendan la mirada de Dios». Razón por la que «rechaza las indulgencias eclesiásticas y el carisma oficial».(26)

El sociólogo y teólogo protestante Ernst Troeltsch —quien fue discípulo de Weber—, en sus esfuerzos por perfeccionar la tipología weberiana, distinguió las discrepancias (entre «secta» e «Iglesia») de los objetivos. Con este fin, señaló la habilidad de la Iglesia para adaptarse a la sociedad, estableciendo lazos de «compromiso con los Estados». De manera contraria, identificó que la «secta» se distancia de la sociedad y rechaza la adaptación y el diálogo, reafirmando «su cuestionamiento al orden social». Troeltsch, concuerda plenamente con las reflexiones de su maestro y colega que aseveran que «La iglesia es una institución»; de la misma manera que coincide en la valoración de la «secta» como «una sociedad voluntaria».(27) Empero, añade a su análisis la categoría del «misticismo». Lo que para Troeltsch «conduce a la formación de grupos sobre una base puramente personal, con forma no permanente, que también tiende a debilitar tanto el significado de las formas de culto y doctrina como del elemento histórico» (cursivas mías).(28)

En dirección análoga, se revalidan los objetivos de la Iglesia marxiana. No es casual que don Friedrich Engels, remate su introducción a La lucha de clases en Francia, con una analogía entre el desarrollo de la ideología marxiana y el ascenso de los cristianos en el Imperio romano (de ser una secta a ser la religión de Estado).(29) Tales consideraciones, nos muestran claramente como don Friedrich (principal inversionista y fundador de la Iglesia marxiana), imaginó la hegemonía en el Estado y la sociedad. De este modo, la ideología marxiana triunfaría porque sus ideas, valores y objetivos, serían las ideas, valores y objetivos dominantes, impuestos mediante la religión de Estado. Una vez alcanzada «esa madurez, todas las sectas se hacen esencialmente reaccionarias» (san Charlie, dixit). En otras palabras, la herejía anárquica (equivocista) tendría la merecida condena eclesiástica. De tal suerte, se extirparía toda su radicalidad, se esterilizará su pasión y se castrarán sus prácticas; remitiendo al «sectario» al ostracismo, a la hoguera o al manicomio.

La iglesia marxiana contra el «sectarismo» anárquico

La gramática anti-sectaria alcanzó preeminencia en medio de los entuertos de la Primera Internacional entre 1864 y 1872. Si bien durante sus primeros años las discrepancias conceptuales entre proudhonianos, blanquistas, lassalleanos y marxistas se habían solventado sin mayores berrinches en el seno de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT); en 1868 las tensiones se incrementaron con la incorporación de Bakunin y un nutrido grupo de afines. Los anarquistas llegaban a echar por tierra todo el onanismo economicista de san Charlie y sus acólitos, colocando en la mira el «mal más grave». Es decir, al Estado (en particular) y, a toda autoridad (en general). Así, erigieron su más fuerte especificidad teórica en el supuesto de que la propiedad o, genéricamente, la relación con los medios de producción, no era el único y excluyente factor de dominación de «clases», sino que las propias instancias de dominación —y el Estado muy particularmente— eran también mecanismos generadores de grupos sociales a los que cabria reputar de privilegiados.

Por si fuera poco todo lo anterior, los anarquistas defendían con uñas y dientes la plena autonomía de las diferentes secciones de la AIT frente al centralismo estatutario del Consejo General. Este posicionamiento, provocó la ruptura definitiva con los marxistas durante la celebración del V Congreso de la Asociación en 1872. Las posturas teórico-prácticas eran irreconciliables y marcadamente antagónicas. Para san Charlie, la Internacional debía ser el órgano centralizador y rector del «movimiento»; mientras que para el anarquista ruso y sus afines, tenía que ser una conspiración planetaria carente de órgano de dirección, centrada en el individuo concreto y su libertad; capaz de erradicar de la faz de la tierra toda autoridad, aún aquella que se instituyera en nombre del proletariado. Al anteponer la libertad individual y, la asociación voluntaria y autónoma «al desarrollo histórico de la sociedad», recibieron la condena eterna de la Iglesia marxiana y fueron acusados de «sectarios»; convirtiéndose en blanco de la ira de san Charlie y sus fervientes sacristanes.

Sin embargo, el manejo del apelativo «sectario», como sinónimo de anarquista, ya contaba con larga data entre la nomenclatura marxiana. En las páginas del Manifiesto comunista (1848), tanto san Charlie como don Friedrich, dan prueba fehaciente de su condena a las «sectas reaccionarias». Durante los días de la Comuna de París, el léxico anti-sectario se acrecienta contra «Herr Bakunin» y sus afines, por objetar la formación de un «partido obrero», la toma del poder por la «clase trabajadora» y el establecimiento de un «gobierno proletario». Precisamente, esa estrategia autoritaria fue la que adoptó la nueva alianza entre blanquistas y marxianos, dejando constancia de ello en la Conferencia de Londres de septiembre de 1871.(30) Aquel equinoccio de otoño (boreal), Édouard Villant y Constant Martin, junto a otros connotados exponentes del partido blanquista exilados en Londres, incriminaron el «sectarismo bakunista» con la misma saña que san Charlie. Ese ambiente propició los ánimos de la sexta sección de la Conferencia, para arremeter contra la Alianza anarquista(31) , culpándolos de actuar en detrimento del desarrollo de la Internacional, con la intención sectaria de «promover la abstención política y el ateísmo», como principios fundamentales de la Asociación.(32)

En una carta dirigida a Theodor Cuno, fechada en Londres el 24 de enero de 1872, don Friedrich embestía, en tono burlón, contra el «intrigante» Bakunin y su círculo de «sectarios».(33) En la misma misiva, se mostraba optimista y convencido de que un proceso evolutivo estaba propiciando el avance del capitalismo en la mayor parte del mundo, lo que incrementaba el antagonismo entre los capitalistas y los obreros asalariados y, con ello, la emergencia inevitable de una conciencia de clase cada vez más homogénea, dando por sentado que esta incidencia pondría fin al capitalismo, provocando que «el Estado se derrumbará por sí solo» como parte del desarrollo inexorable de la historia. Pero, ni las tesis de san Charlie ni los pronósticos de su mecenas don Friedrich, se han verificado con el devenir de los acontecimientos; corroborando que el «progreso» y la «evolución social» son una pésima invención de la Iglesia marxiana, una fantasía que se metamorfosea y multiplica, adoptando nuevas maneras de reproducir más de lo mismo.

En efecto, la expansión ilimitada de un proceso de «evolución social» y el «desarrollo inexorable de la historia»,(34) son el dogma central de la religión marxiana. Su fe irreflexiva en el progreso humano no tiene límites. Para el eterno inquilino de Highgate, el animal humano ensancharía su poder mediante la fuerza motriz del progreso científico-técnico —de la mano de la evolución ético-política—, transformando a la Humanidad en el auténtico ser supremo a venerar por los siglos de los siglos. Esta concepción positivista y evolucionista de la historia es la peculiaridad de fondo de la religión marxiana, lo que requiere un acto de fe mucho mayor que la fe que exige cualquier otra religión. De ahí sus predicciones sobre la sustitución del «gobierno de los hombres» por la «administración de las cosas» una vez alcanzado el paraíso terrenal, o sea, el comunismo: «la solución al enigma resuelto de la historia».(35)

Claro está, cualquier concepción que se aparte de esta visión monoteísta(36) es un acto sacrílego que debilita tanto el significado de la estructura organizativa, como las formas monopólicas de culto y doctrina, haciéndose acreedora de la condena de la Iglesia marxiana por su «esencia reaccionaria». Esto sitúa en automático a todas las posturas críticas, discrepantes y/o escisionarias en la categoría de «sectas». De tal suerte, se colocan fuera de tiempo y lugar, en un movimiento asincrónico con «la tendencia histórica a la unidad del movimiento proletario» y, por ende, ajeno al «mundo real».

Llama particularmente la atención una contradicción que se presenta en la doctrina marxiana, a manera de constante, en torno a la crítica de la historia y la tentación teleológica sobre la realización inexorable del desarrollo objetivo. En su modo de concebir la historia —como un movimiento encaminado hacia un objetivo universal—subyace la idea de un desarrollo teleológico que le asigna un propósito predeterminado a la historia. Lo que evidencia la reencarnación de la teodicea cristiana en el mito de la Humanidad con mayúscula. Así, se sustituyó la narrativa de la redención divina por la del progreso mediante los esfuerzos del animal humano transmutado en agente moral colectivo; confirmándonos que la historieta marxiana de la «autorrealización humana», descansa en el mito apocalíptico y embona con la verborrea de Jesús anunciando el fin del viejo mundo y la llegada de uno nuevo que se establecería en su lugar.

En su excelente libro En pos del milenio, Cohn resume los rasgos definitorios de la religión marxiana: «lo que Marx aportó al movimiento comunista no fue el fruto de sus largos años de estudio en los campos de la economía y la sociología, sino una fantasía casi apocalíptica […]».(37) Ciertamente, san Charlie recicló las concepciones apocalípticas en términos científicos, transformándolas en metáforas de las esperanzas racionales que inspiraron a los fascismos rojo, pardo y negro. Un enfoque del que cierto anarquismo —heredero del racionalismo— es deudor en demasía.

En defensa del «sectarismo» anárquico

La religión marxiana se impuso en Rusia a sangre y fuego con el golpe de Estado bolchevique. Vladímir Ilich Uliánov (alias Lenin) se encargaría de canonizar el dogma —glorificando su carácter metafísico con pretensiones ontológicas y metahistóricas— e implementarlo como instrumento disciplinario y herramienta de dominación. Como no podía ser de otra manera, la fe institucional produjo sus sumos sacerdotes que, a la postre, resultarían «más papistas que el Papa»; alcanzando el paroxismo dogmático con el ascenso de la ortodoxia soviética posterior a 1930 y, el desarrollo de las escuelas adscritas al estalinismo (léase: la mayoría de las corrientes marxianas que se implantaron en el llamado Tercer Mundo). Ciertamente, en este contexto, se exacerbó en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) la «lucha contra el sectarismo».(38)

Los juicios-circos, los encarcelamientos masivos, la vigilancia estatal y las ejecuciones extrajudiciales —Cheká mediante—,(39) fueron la respuesta al «sectarismo» en la tierra de los «soviets» durante 70 años de fascismo rojo. Miles de anarquistas, marxianos críticos, mencheviques, social-revolucionarios y, otros «sicofantes» fueron a dar con sus huesos a los campos de concentración creados por Trotsky, acusados de «sectarismo». En esos mismos campos de exterminio, cumplirían condena los sobrevivientes de la masacre de Kronstadt, bajo la misma acusación. En Alemania del Este, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania, China, Corea del Norte, Mongolia, Cuba, Camboya y Etiopia, los «sectarios» fueron objeto de persecución e igualmente terminaron asesinados a manos de sus respectivos Estados/iglesias.

El destino de los «sectarios» no ha sido (ni es) diferente en los diversos ejércitos guerrilleros y/o partidos armados. En África, Asia y América Latina, sobran ejemplos fehacientes que lo corroboran. El «sectarismo» y sus equivalentes («faccionalismo», «divisionismo», «diversionismo» y, «fraccionalismo») —equiparados siempre con «traición» a la dogmática marxiana—, son «delitos tipificados» expiados con la muerte. El rito profuso de la pena capital contra sus militantes, por haber incurrido en tales «faltas», generalmente es justificado por estas organizaciones autoritarias como «penalidad disciplinaria encaminada a educar y organizar a las masas». De hecho, estos «argumentos» cuentan con el apoyo de la pedagogía marxiana contemporánea; el propio Paolo Freire —haciendo gala de su apego a la doctrina de san Charlie—, refiere que el sectarismo «tiene una matriz preponderantemente emocional y acrítica; es arrogante, antidialogal y por eso anticomunicativa. Es reaccionaria […] el sectario nada crea, porque no ama».(40)

Este «delito», susceptible del último suplicio al interior de las organizaciones guerrilleras, frecuentemente es la «causa» que se esgrime para condenar las discrepancias teórico-prácticas en los «juicios revolucionarios». A lo largo de los años, se han acumulado en tiendas guerrilleras incontables asesinatos (no siempre por fusilamiento), bajo la acusación de conductas «faccionalistas», «divisionistas», «diversionistas», «fraccionalistas» o, «sectarias»; como el ocurrido en 1967 en Colombia contra algunos militantes del Ejercito de Liberación Nacional (ELN)(41) o; el vil asesinato en 1975 del poeta Roque Dalton al interior del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) —señalado primero por «actuaciones sectarias» y, calumniado después, como «agente de la CIA»— y; la matanza de 164 guerrilleros en Tacueyó, ejecutada por ordenes de los comandante de uno de los Frentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), tristemente célebre por su espectacularidad.(42)

La «lucha contra el sectarismo» tampoco se detiene al interior de las cárceles. La cacería de «sectarios» continua tras muros y barrotes, teniendo que cuidar nuestras espaldas no sólo de la represión de los esbirros de la dominación sino también de la puñalada «compañera». Por regla general, quien piensa diferente a la dogmática marxiana (casi siempre dominante entre los denominados «presos y presas políticas») está sujeto a acoso si no se adhiere a la Iglesia predominante. Esta persecución no aplica únicamente para individualidades que se reivindiquen abiertamente anárquicas sino incluye a los propios miembros de esos partidos armados quienes son vigilados constantemente con el fin de detectar en ellos comportamientos «faccionalistas», «divisionistas», «diversionistas», «fraccionalistas» o, «sectarios». En estos menesteres, el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) puso especial esmero aplicando sus «instrumentos disciplinarios» al interior de las prisiones. La intitulada «inspección jerárquica», el «examen ideológico», las «sanciones normalizadoras» y los «castigos», son algunas de las herramientas más frecuentes empleadas para corregir el «sectarismo».

Si bien el horror fascista del PCP-SL merece ser incluido en los records Guinness, el uso de estas «dinámicas» no se limita a la bazofia maoísta-indigenista ni se circunscribe a la región latinoamericana; en el viejo continente también se amontonan ejemplos de orgánicas autoritarias con idéntica actuación. Lo que nos confirma —una vez más— que el «sectarismo» solo se persigue desde la gramática del poder. Es decir, desde la lógica dogmática y aplanadora del pensamiento hegemónico que siempre hemos confrontado desde la perspectiva anárquica.

Por eso sorprende que haya quienes se asuman anarquistas y recurran a la condena al “sectarismo” como medio evasor del debate con las compañeras y compañeros que discrepan (sincera y públicamente) de sus maromas y acomodos teórico-prácticos. Pero aún causa más asombro que haya quienes se angustien al compartir tiendas con «sectarios» y no les moleste la presencia de connotados violadores en nuestros entornos. Llama la atención que incomoden las posturas «puristas» mientras se rinde culto a la «práctica por la práctica» sin hacer mayores distinciones entre fascistas y compañeros. Resulta inverosímil que quienes alguna vez fueron capaces de identificar el «autismo» en ciertos insurgentes —incapaces de reaccionar ante los acontecimientos y abandonar la parálisis—, hoy sufran «bipolaridad» severa, al grado de olvidar todo lo que fueron, renunciando a la pasión y a su veneno en aras de alianzas políticas y frentes unitarios.

Es lamentable que en lugar de refutar determinada teoría o una práctica específica con argumentos, se tienda a descalificar a priori empleando una sarta de clichés izquierdistas que daba por desterrados de nuestros círculos. Es la vieja falacia del «espantapájaros». Aparentan refutar mediante la imposición de una idea que no corresponde con la línea de argumentación del debate, así evitan abordar el tema de fondo atacando al muñeco de paja. Aflige el desprecio por el debate y la negativa a reflexionar. Apena el uso de patrones morales y sentimentales. Preocupa ver que sobreviven tantos lastres. Lo paradójico es que se presenten como el «nuevo anarquismo» teniendo tantas semejanzas con lo viejo.

Espero que todo se reduzca a sensaciones momentáneas frente a las constantes presiones del entorno y los altibajos de la guerra anárquica. Lapsos propios de las transformaciones individuales; una suerte de tropezón fugaz que se desvanece una vez que retomamos el camino negro de la Anarquía y atizamos nuestros principios.

Identificar la «práctica» como un lugar de encuentro «con otrxs (no necesariamente anarquistas)»,(43) donde se han venido «enriqueciendo y potenciando nuestras visiones y capacidades»(44) y; priorizando los «vínculos a partir de prácticas comunes antes de hacerlo por etiquetas vacías o consignas repetidas»(45) , es reducir la guerra anárquica a la política. Buscar alianzas que brinden «posibilidades de crecer»(46) , solo contribuye a enaltecer la «ley del número». En efecto «el papel aguanta absolutamente todo»(47) : nos podrán afirmar que esas alianzas no se establecen de «manera indiscriminada» o que se contempla algún «tipo de filtro» a la hora de forjarlas pero, en lo concreto, quienes nos hemos «aventurado a transitar los caminos del conflicto» y no vivimos de «ensoñaciones frente al computador»(48) , aprendimos en el transcurso de la lucha que las «alianzas prácticas» —ciertamente, «alianzas tácticas» en los hechos— requieren la más absoluta candidez o, el acomodo político más desvergonzado de los implicados. Consciente que la «revolución política» solo produce nuevos dirigentes, nuevos pactos sociales y nuevos Estados, Bakunin siempre apostó por prescindir de la política.

Quedarnos varados en el plano «práctico» exhibe la carencia de pensamiento propio y, sobre todo, la ausencia de praxis. Abandonar el campo de la elaboración teórica en favor de la «práctica», es entregarse de antemano —como marionetas— a los movimientos del poder. Es ponernos a merced del enemigo; es darle la victoria anticipada al fascismo (negro, pardo o rojo). La práctica y la teoría, desde la perspectiva anárquica, son inherentes. Una alimenta a la otra. Justo en esas dos dimensiones se sustenta nuestra especificidad. No existe un «anarquismo práctico» como tampoco existe un «anarquismo teórico». Quien se asuma exclusivamente en uno de estos bandos, podrá ser cualquier cosa menos anarquista.

Invariablemente, cada vez que la «práctica» se separa de la teoría o, viceversa, la guerra anárquica se sumerge en una fase decadente y se agota. Como nos recuerda el compañero Alfredo Bonanno, cada vez que se renuncia a la práctica y se abandona la acción, prolifera la producción teórica y se multiplican las conferencias académicas y la charlatanería de café. Empero, de manera inversamente proporcional, cada vez que se abandona la elaboración teórica, abunda el activismo insulso, se centuplica el quehacerismo y, la guerra anárquica degenera en vanguardia armada y se diluye en las aguas negras de las prácticas limitadas a los especialistas.

Si bien es cierto que la Anarquía es insurreccional por naturaleza, no todos los insurrectos ni todas las insurrecciones son anárquicas. Las diversas tonalidades del fascismo también le apuestan a la insurrección mediante la disforia de las «masas». La miseria, la desesperación y la ansiedad de la multitud, son los vehículos del resentimiento que, inevitablemente, desembocan en fascismos. No es casual que el Frente Nacional en Francia llame a dirimir diferencias y a superar el «sectarismo», como tampoco es fortuito que coincidamos en muchos de los objetivos. Hoy la lucha contra la nocividad posindustrial, la lucha contra la quinta revolución tecno-industrial, la defensa de la biodiversidad, la lucha contra la precariedad, incluso la lucha contra la dictadura sanitaria impuesta de forma global a raíz de la pandemia de la Covid-19 y, la propia revuelta anticapitalista, tiene variados puntos de encuentros con los fascismos.

Si forjamos nuestra afinidad priorizando los «vínculos a partir de prácticas comunes» podemos estar allanando nuestro camino al cadalso y/o aceitando la guillotina con la que nos cortarán la cabeza. Sin duda, cuesta andar en un suelo tan resbaladizo pero, las condiciones del pavimento siempre han sido las mismas desde tiempos inmemoriales.

En el siglo XIX, coincidimos en los objetivos con blanquistas, populistas (mal llamados nihilistas), nacionalistas y, marxianos; también en el siglo XX, incontables contingencias nos pusieron los mismos objetivos en la mira que a los fascismos de ocasión. Solo quienes forjaron «vínculos a partir de prácticas comunes» sin mayores reflexiones, terminaron sus días en las filas blanquistas, populistas, nacionalistas, marxianas, fascistas, bolcheviques y nacionalsocialistas. Sobran ejemplos de «conversos» que abandonaron la «secta» anárquica y se sumaron al blanquismo, al populismo, al nacionalismo, al marxismo, motivados por la «práctica». Ya ni mencionar las defecciones durante el fascismo italiano y los alistamientos en filas bolcheviques durante los primeros días de la Revolución rusa. Mención de honor merecen los vínculos en nombre de la «práctica» de ciertos sectores del anarcosindicalismo español con el falangismo. Se trata entonces, de afirmar las diferencias o, más bien, afirmarse en las diferencias; de ahí nuestra vocación intrínsecamente «sectaria» y nuestra propensión al «purismo».

La teoría y la práctica anárquica se oponen a toda lógica utilitaria e instrumental, lo que imposibilita tejer «vínculos a partir de prácticas comunes». Nuestros vínculos se bordan —no se tejen— a través de la ética que, en verdad, es una etiología; es decir, un motivo, una causa, un exceso de principios comprometido única y exclusivamente con la Libertad. Por eso, para quienes nos reivindicamos anarquistas con premeditación y alevosía, no existen «medios» sino «fines»; fines concretos e inmediatos que dotan de vida a la Anarquía y nos regalan esos instantes efímeros de ausencia de autoridad y alimentan nuestras pasiones y deseos de liberación total en cada ataque a la dominación, a sus infraestructuras y sus personeros. Por eso asumo —consciente y decididamente— nuestro carácter «sectario» y, me dispongo a defenderlo como intransigencia anárquica hasta las últimas consecuencias.

Gustavo Rodríguez, Planeta Tierra, 19 de octubre de 2021.

(Extraído del folleto «Apología a la especificidad asociativa».)

NOTAS:

1. «Briefe und Auszüge aus Briefen von Joh. Phil. Becker, Jos». Traducido del alemán. Dietzgen, Friedrich Engels, Karl Marx und A. an F. A. Sorge und Andere, Stuttgart, 1906; disponible en ruso en Marx, K. y Engels, F.; Obras Escogidas, 1ª ed., t. XXVI, Moscú, 1935. En español se encuentra recogido en C. Marx y, F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II. Se puede consultar una versión íntegra de esta carta en la edición digitalizada de KCL, Bakunin, Mijail; La Libertad: https://circulosemiotico.files.wordpress.com/2012/10/bakunin-la-libertad.pdf (consultado: 18/10/2021).

2. Un ente extremadamente heterogéneo, incapaz de producir las modificaciones críticas, metodológicas y organizativas que permitan la reaparición protagónica de la Anarquía en nuestro tiempo y el desarrollo de su potencia negativa.

3. Groundhog Day (El día de la marmota en Argentina, Chile, México y Venezuela; Hechizo del tiempo en el resto de Latinoamérica y, Atrapado en el tiempo en el Estado español), es una comedia de ciencia ficción estadounidense, realizada en 1993 bajo el sello Columbia Pictures. Fue dirigida por Harold Ramis, con libreto del propio Ramis en coautoría con Danny Rubin y, protagonizada por Bill Murray (Phill) y Andie MacDowell (Rita). 4. Vid., Guillén, Abraham; Desafío al Pentágono. La guerrilla latinoamericana, Editorial Andes, Montevideo, 1969; Estrategia de la guerrilla urbana, Ediciones Liberación, Montevideo, 1970 y; Lecciones de la guerrilla latinoamericana, en: Hodges Donald C. y Guillén, Abraham, Revaloración de la guerrilla urbana, Ediciones El Caballito, México, D.F., 1977.

5. No olvidemos que la hegemonía marxista-leninista tiene más de siete décadas; durante este prolongado período ha impuesto sus expresiones modélicas en nombre de la «unidad revolucionaria» produciendo descomunales desvirtuaciones en nuestras tiendas. Tales desvirtuaciones, llevaron al Movimiento 2 de Junio a diluirse en la Fracción del Ejército Rojo (RAF) y las Revolutionäre Zellen (Células Revolucionarias) huyendo del «sectarismo» en el marco del frentismo revolucionario— y a operar con apoyo de la Stassi y la KGB, hasta concluir sus días como mercenarios a las órdenes de Saddam Hussein y Al-Fatah, presumiendo el más pedestre antisemitismo. Indudablemente, para estas agrupaciones anti-imperialistas no había contradicción en colaborar y coordinarse con los esbirros de la policía secreta alemana y soviética. Desde su perspectiva frentista, en contra del «sectarismo», todas estas agencias represivas eran aliados «tácticos». Como diría Joaquín Sabina: “Siempre que luchan la KGB contra la CIA, gana al final, la policía”.

6. Esto fue así, al menos en aquellas sociedades que poseían una extraordinaria acumulación de bienes disponibles y habían alcanzado «un sorprendente desarrollo tecnológico» (para expresarlo dentro de las aspiraciones de época) .

7. Un bochornoso ejemplo es la otrora Federación Anarquista Uruguaya (FAU) y su degeneración —huyendo del «sectarismo»— en partido electorero (Partido de la Victoria del Pueblo). Para mayor información Vid., https://es.wikipedia.org/wiki/Partido_por_la_Victoria_del_Pueblo (consultado: 18/10/2021).

8. Seguramente, este segmento explicativo les resulte aburrido (y hasta petulante a muchos compañeros y compañeras), por lo que me disculpo de antemano. Confieso mi ignorancia supina; así que no me queda más recurso que ir discurriendo a través de los libros el tema que nos ocupa.

9. Moliner, María, Diccionario del uso del español, Editorial Gredos, Madrid, 2007, p. 2674.

10. Roberts, Edward A., (trad.) Bárbara Pastor, Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española. Colección Alianza Diccionarios, Alianza Ed., Madrid, 2013, p. 152.

11. Oxford Latin Dictionary; ed. P. G. W. Glare (2nd Edn.), Oxford University Press, Oxford, 2012.

12. Pacomio, Luciano, Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995.

13. Ernout, Alfred y Meillet, Antoine, Dictionnaire étymologique de la langue Latine. Histoire des mots, Klincksieck, Paris, 1951, p. 608.

14. Weber, Nichola; Sect and Sects. The Catholic Encyclopedia, Vol. 13., Robert Appleton Company, New York, 1912. Disponible en: http://www.newadvent.org/cathen/13674a.htm (consultado: 18/10/2021).

15. Ibídem.

16. Kalb, Ernst Kirchen und Sekten der Gegenwart (Iglesias y sectas de la actualidad), Verlag der Buchhandlung der Evang. Gesellschaft, Stuttgart, 1905.

17. Desde los primeros días del año 1533, los anabaptistas liderados por el «propheta» Jan Matthys, decretaron el «comunismo cristiano» en Münster. Con este fin, ordenaron a los habitantes de la ciudad poner su dinero en un fondo comunal destinado a la compra de víveres, la distribución de propaganda y, el reclutamiento de mercenarios para la defensa del régimen y la erradicación de cualquier subvención. Para asegurar el nuevo orden social y la vida en comunidad, se quemó la biblioteca y se crearon comedores comunitarios, donde se alimentaba a la población mientras les leían la Biblia; también ordenaron que puertas y ventanas de todas las casas permanecieran abiertas las 24 horas del día y, se decretó la pena capital contra los «sectarios». En la primavera de 1534, tras la captura y ejecución de Matthys por fuerzas leales a la Iglesia, su discípulo Jan Bockelson (Juan de Leyden) se autoproclamaría rey de Münster, dando continuidad a la teocracia comunista. Bajo su mando el terror alcanzó su punto máximo, haciendo de las ejecuciones un espectáculo cotidiano, mientras consolidaba el comunismo de «bienes y mujeres». Así, los comunistas cristianos liderados por Jan Bockelson, llegarían a ejecutar a toda persona que intentara huir de la ciudad, ocultase alimentos en su domicilio y a todas las mujeres adolecentes que se negaran a desposarse en el régimen de poligamia forzada implementado por el rey-profeta.

18. Cohn, Norman; En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, Pepitas de calabaza ed., Logroño, 2015, p. 401.

19. Existe edición en español: Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, Biblioteca Hachette de Filosofía, Buenos Aires, 1959. Para aquilatar el racismo racionalista de Voltaire en su justa dimensión, es muy recomendable echarle un ojo a su Diccionario filosófico, Akal, Madrid, 2007.

20. Schoeck, Helmut; Diccionario de sociología, Herder Editorial, Barcelona, 1985.

21. Hillmann, Karl-Heinz; Diccionario enciclopédico de sociología, Herder Editorial, Barcelona, 2001.

22. Arlotti, Raúl; Vocabulario técnico y científico de la política, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2003.

23. Weber, Max; La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Navarro Pérez, Jorge. ed., Villacañas, José Luis. pról., Ediciones Istmo, Colección Fundamentos Nº 135, Madrid, 1998, p. 268.

24. Idid.

25. Ibid., p. 312.

26. Weber, Max.; Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, Fondo de Cultura Económica, México, 2005. p. 932.

27. Troeltsch, E.; The Social Teaching of the Christian Churches, George Allen & Unwin Ltd-The Macmillan Company, London-N.Y, 1950. p. 993.

28. Ibid.

29. Engels, Friedrich; Introducción [a Karl Marx, Klassenkämpfe in Frankreich 1848 bis 1850], en: Marx-Engels-Werke (MEW) Band. XXII, p.p. 526-527.

30. El posicionamiento marxiano sobre el «partido obrero» y el «gobierno proletario» quedó plasmado en la Resolución IX, sobre la «Acción política de la clase trabajadora», acordada el 25 de julio de 1871 —misma que se realizó a puerta cerrada por ordenes de Engels— y, «ratificada» por «22 delegados con plenos derechos y 10 con voz pero sin voto», en base a la moción blanquista durante la Conferencia de Londres. Vid. Dommanget, Maurice, «La Première Internationale», Revue d’histoire économique et sociale, 1962, Vol. 40. No. 4, pp. 553-556.

31. La Alianza Internacional de la Democracia Socialista, fue una sociedad secreta anarquista, fundada por Bakunin y sus afines en Ginebra, en septiembre de 1868, con el fin de coordinar una conspiración global a través de la Primera Internacional.

32. F. Engels, «Bericht über die Allianz der Sozialistischen Demokratie, vorgelegt dem Haager Kongreß im Namen des Generalrats», 1872, en Marx-Engels-Werke (MEW), Band. XVIII, pp. 138 y ss.

33. Publicado por vez primera de manera parcial en el libro: Engels, F.; Politisches Vermächtnis. Aus unveröffentlichten Briefen, Berlín, 1920; en forma completa en la revista Die Geselschaft, núm. 11, Berlín, 1925. Recogido en: C. Marx, C. y Engels, F.; Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. II. Disponible en línea: https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e24-1-72.htm (consultado: 18/10/2021).

34. No deja de ser una flagrante contradicción que san Charlie argumentara sus sistemáticos ataques al «sectarismo» a partir de esta concepción del desarrollo inexorable de la historia, echando mano de la visión evolucionista, mientras que en múltiples artículos de prensa, al igual que en los Grundrisse de 1857-1858, cuestionó efusivamente todo evolucionismo de la historia. Curiosamente, sus acólitos pocas veces reflexionan al respecto.

35. Marx, K, Tercer Manuscrito (Propiedad privada y comunismo), en Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, disponible en línea: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man3.htm (consultado: 18/10/2021).

36. Haciendo honor a la verdad, debo reconocer que los marxianos han rechazado siempre las creencias monoteístas pero jamás han superado el modo monoteísta de pensar. Ciertamente, tras estas concepciones se oculta la fe ciega en el «dios Humanidad» y la creencia en la historia como un movimiento encaminado hacia un propósito universal: «el progreso de la humanidad». El mito del progreso es un claro vestigio del cambio radical en los asuntos humanos anunciado y esperado por el cristianismo. De ahí las similitudes entre la religión que don Friedrich se inventó a partir de la vida y los sermones de san Charlie y, la que se inventó san Pablo, a partir de la vida y los sermones de Jesús.

37. Op. cit., Cohn, Norman, p. 404.

38. La gran paradoja del dogma marxiano es haber impulsado el desarrollo «sectario» entre sus adeptos, engendrando infinidad de «sectas» que se reclaman entre sí ser los auténticos herederos de la vida y obra de san Charlie.

39. «Comisión Extraordinaria» concebida por Lenin tras la Revolución de Octubre e instaurada en diciembre de 1917, bajo la dirección de Félix Dzerzhinski, como organismo derepresión encargado de la seguridad del nuevo Estado socialista. Con el tiempo esta agencia de policía secreta cambió de nombre, hasta convertirse en 1954 en el KGB (Comité para la Seguridad del Estado).

40. Freire, P., La educación como práctica de la libertad, ICIRA, Santiago de Chile, 1969, p.51.

41. Este hecho ha quedado recogido en diferentes textos, para mayor información vale consultar: Correa, Medardo; Sueño inconcluso, Artes Gráficas Caviher Ltda., Bogotá, 1997, p. 67 y ss. y; Medina Gallego, Carlos; ELN. Una historia de los orígenes, Rodríguez Quito Editores, Bogotá, 2001, p. 231-247.

42. Entre noviembre de 1985 y enero de 1986 fueron asesinados 164 guerrilleros pertenecientes al Comando Ricardo Franco Frente-Sur (CRF-FS) de la Coordinadora Nacional Guerrillera (CNG), por órdenes de sus comandantes tras juicio sumario acusados de «traición» y «faccionalismo». Vid., Cuesta Novoa, José, Vergüenzas históricas, Tacueyó, el comienzo del desencanto, Intermedio Editores, Bogotá, 2002.

43. Chile: Comunicado de Mónica Caballero y Francisco Solar. Disponible en línea: https://anarquia.info/chile-comunicado-de-monica-caballero-y-francisco-solar/ (consultado: 18/10/2021).

44. Id.

45. Id.

46. Id.

47. Id.

48. Id.

La irradiación pornográfica del neozapatismo

A la memoria del compañero Joël Fieux, y tantas otras víctimas del porno revolucionario.

 

Lo bello no es ni la envoltura ni el objeto encubierto, sino el objeto en su velo. Desvelado se mostraría infinitamente insignificante.

—Walter Benjamin

 

A finales del siglo pasado la imposición del neoliberalismo a sangre y fuego nos anunciaba el “fin de la historia” y nos auguraba el destino manifiesto de la humanidad con el arribo de una irrefutable cosmogonía fundada en la libertad de empresas y mercados, en la democracia parlamentaria y en la “globalización” capitalista. Sólo nos quedaba esperar —sin mayores sobresaltos— la arrolladora expansión de su definitivo imperio. En medio de esta trama adversa la insurrección de los sinrostro, señalando todo lo que había de podrido al interior de esta nueva panacea, fue un recordatorio necesario desde la recóndita Selva Lacandona que advertía, sin cortapisas y a todo pulmón, que nada había detenido el curso de la historia y que los excluidos continuaban en pie de guerra contra la dominación y lo atestiguaban con contundencia histórica, excediendo con creces el efímero “fin de la historia”.

La irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) causó gran fascinación entre los filántropos de todos los colores desde los primeros momentos de aquella madrugada inaugural del año 1994. La irradiación pornográfica del neozapatismo pronto provocó una suerte de coacción icónica que comenzó a propagarse por contagio desatando una epidemia viral que inundó las redes telemáticas de hipercomunicación anestésica. El denominado “movimiento anarquista” no quedó exento de su alcance, entregándose en cuerpo y alma a cultivar admiración y solidaridad. Ese “movimiento anarquista”, precario e incoloro, aún no se recuperaba por esos eneros de la tamaña embriaguez producida por la estrepitosa implosión de su archienemigo histórico: el “socialismo realmente existente” o capitalismo de Estado. Las precariedades de este “movimiento” imposibilitaron el aprovechamiento de condiciones favorables ante el campo particularmente fértil que dejaba a su paso la hecatombe soviética y la anhelada confirmación de todas las tesis anárquicas ancestrales. La ausencia de color, además, le había impedido apropiarse de la historicidad concreta de la que formaba parte, soslayando la necesaria renovación teórico–práctica y la correspondiente innovación de un modelo de organización y acción consecuente con los tiempos.

El “movimiento anarquista”, carente de paradigma, caía rendido a los brazos del EZLN dejando que los efectos narcóticos de la hipercomunicación anestésica, acompañados de una generosa porción de vaselina, cumplieran su objetivo. Sin embargo, sería injusto no matizar esta afirmación y continuar ocultando las honrosas excepciones que alzaron sus voces críticas desde los primeros intentos de penetración. Ése fue el caso de Charles Reeve, Sylvie Deneuve, Marc Geoffroy y de nuestro compañero Massimo Passamani, entre otros. De tal suerte, de paso por Montpellier a mediados de 1995, llegaba a mis manos Au–dela des passes–montagnes. Para mi sorpresa, ése no sería el único manuscrito crítico que me harían llegar los compañeros europeos.

En Brescia también me entregarían un documento de autoría anónima y, al finalizar mi charla en el Politécnico de Tesalónica, otro. Éste estaba en inglés y me lo otorgarían los propios autores: una joven pareja que no dejó de denunciar los desvaríos nacionalistas del EZLN, la clara intención socialdemócrata de sus discursos y la fuerte alineación jerárquica que caracterizaba su estructura. De regreso en Barcelona, en el acogedor departamento de Diego Camacho (Abel Paz), el veterano luchador anarcosindicalista me cuestionaría de nueva cuenta en torno a los mismos tópicos, haciendo énfasis en el tremendo desatino que estábamos cometiendo al alimentar estos desvaríos leninistas en lugar de renovar nuestro andamiaje teórico–práctico y reconstruir al “movimiento”. Al despedirnos, tras despotricar contra los remanentes del exilio cenetista en México, retomaría el tema neozapatista sentenciando sonriente: «Chaval, te digo lo mismo que le he dicho a Iñaki que se ha convertido en su embajador en Barcelona: lo del tal Marcos es una zarzuela y los zapatistas tienen de anarquistas lo que tienen de católicos mis cojones». Un año y dos meses después pude comprobar la veracidad de su sentencia.

Pero sería deshonesto de mi parte proseguir con este texto sin entonar el mea máxima culpa del confiteor. A estas alturas cabe darnos la licencia de un pequeño paréntesis y hacer pública mi “grande culpa”: Si bien es cierto que a lo largo y ancho de aquella tourné encontré incontables críticas, el motivo de nuestra encomienda era cimentar las bases del “apoyo crítico” al neozapatismo al interior de nuestras tiendas y fundamentar los nexos históricos entre anarquismo y zapatismo. Bastaba con desempolvar a Ricardo Flores Magón y el guión del nuevo culebrón revolucionario estaría listo para escena.

La solidaridad libertaria —cada vez menos crítica— comenzó a fluir por tuberías. Las recaudaciones de fondos eran copiosas y llegaban directamente a las cuentas destinadas a este fin, lo que aunado a las fuertes donaciones de partidos políticos, fundaciones, asociaciones de ayuda humanitaria, ministerios, gobiernos municipales, eurodiputados y una que otra exprimera dama socialdemócrata, sumaban un nutrido botín solidario. Por nuestra parte, y con apoyos exclusivamente libertarios, abríamos las puertas en precarias condiciones del Campamento de Solidaridad Directa “Mártires de Chicago” en pleno corazón de la Selva Lacandona. Considerábamos que con la cooperación directa de compañeros internacionalistas podíamos darle continuidad al proyecto de la Federación Anarquista Revolucionaria Amor y Rabia/Love and Rage Revolutionary Anarchist Federation, que impulsaba una escuelita antiautoritaria (la Escuela Antiautoritaria “Primero de Mayo”, Santa Rosa El Copán, municipio de Las Margaritas) y la Casa de la Mujer “Margarita Ortega” en la misma localidad selvática.

Pronto germinarían las abismales contradicciones. Los lineamientos y objetivos del EZLN y los fundamentos teórico–prácticos de la anarquía no tenían el más mínimo punto de encuentro. Comenzábamos a constatar —aunque no todos lo quisieran ver y mucho menos aceptar— los privilegios de la jerarquía militar y el control autoritario que ejercían sobre la población, expulsando de las comunidades y despojando de sus tierras a quienes consideraban “desafectos” y, decidiendo impunemente el libre tránsito de la población, llegando incluso a impedir el acceso a los centros de salud. Asimismo, el reclutamiento forzado, el uso y abuso constante de la privación de libertad (a régimen de aguachile) y el castigo físico eran hechos cotidianos. Por esas fechas comenzaba a verificarse la inminente corrupción que hoy hace estragos en sus feudos, facilitando el enriquecimiento del sector más cercano a la élite dirigente, controlando el monopolio del transporte, los establecimientos de distribución de víveres y la crianza de ganado vacuno y porcino para su explotación comercial.

También pudimos confirmar la condición y posición de las mujeres en los territorios dominados por el EZLN, más allá de la verborrea discursiva y los escenarios montados para consumo exterior en los Caracoles y las patéticas “escuelitas zapatistas”. Las mujeres no sólo tienen una participación nula en la toma de decisiones sustanciales sino que continúan subordinadas ejerciendo los papeles de género tradicionales, ocupándose de la preparación de alimentos, el lavado de la ropa, el cuidado de los hijos y la crianza de los animales de corral, además de la doble jornada que representa el apoyo a los hombres en las labores agrícolas y la recolección y traslado de la leña. Para las llamadas “insurgentes” la condición y posición es idéntica, aunque varía en dependencia del grado de jerarquía que ostenten en la estructura político militar, gozando solamente del “privilegio” de acceso al aborto a diferencia de las mujeres en las comunidades que persisten sin poder ejercer la libre interrupción del embarazo sometidas a las estrategias de crecimiento poblacional del EZLN o como consecuencia de la imposición de la moralina católica.

Debería ser obvio que en un ambiente tan despótico las críticas son inadmisibles. Para entonces, el subcomediante Marcos barajeaba la propuesta de incursionar en la farsa electorera aprovechando la popularidad obtenida con el alzamiento y el ofrecimiento de la candidatura presidencial por parte del desaparecido Partido Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN). Ante los acontecimientos, no dudé en externar mis críticas en derredor de semejante oportunismo —propio del más facultado de los discípulos de Niccolò di Bernardo dei Machiavelli—, lo que inmediatamente resultó en mi inapelable expulsión del territorio controlado por el EZLN.

No faltó la versión jocosa que trataba de añadirle folklore a tales atropellos y corrió la voz de que la expulsión había sido motivada por mis invariables “indisciplinas”, entre las que destacaba la gota que derramó la copa: haberme hecho pasar por el propio subcomediante para gozar de los favores sexuales de una periodista pequebú de esas que llegaban a la selva hambrientas de exclusivas con el micrófono en una mano y el calzón en la otra. Lo cierto es que a la sazón no sólo me habían expulsado del “territorio zapatista” (sic) —comunicado mediante, firmado por el infraescrito— acusándome de actuar “como los demás políticos”, sino que habían encarcelado con cargos de “desacato” y “deserción” a Matt M., miembro de la Federación Anarquista Revolucionaria Amor y Rabia, contando con el silencio cómplice de los “compañeros” de organización.

Dos años más tarde, el 23 de mayo de 1998, fenecía la Federación con casi una década de esfuerzos y un gran bagaje teórico–práctico. Durante el último encuentro continental celebrado en el Hunter College en la ciudad de Nueva York, la organización se disolvería tras tres años de encontronazos irreconciliables entre sus dos principales facciones. Las posturas antípodas se reprochaban mutuamente ser los “saboteadores” del proyecto. Unos eran acusados de “antiorganizacionistas”, los otros de maoístas. El “pluralismo revolucionario”, postulado como bandera de lucha en 1995, se revelaba como una estrategia centralista que comenzaba a surtir efecto a mediano plazo.

Curiosamente, esta estrategia tuvo su origen en San Cristóbal de las Casas durante la prolongada estancia de algunos miembros del Comité Coordinador de Amor y Rabia. Se presentarían primero algunos análisis favorables sobre los desvaríos históricos del pensamiento ácrata (la Makhnovchina, la Plataforma y el anarco–bolchevismo de 1937); después continuarían las tesis sobre la importancia del “poder dual”, el “municipalismo autónomo”, el “federalismo democrático” y, por último, se avalaría la estrategia de “línea de masas” y se aplaudían las bondades del “Poder Popular”. Evidentemente, éste era el final de la Federación.

En México, los satélites de esta suerte de coup d’ État de poca monta, acto seguido de una profunda purga expulsando a toda la disidencia, intentarían darle continuidad al trabajo editorial bajo otro título poco original. Sus impulsores se diluirían en el fallido Frente Zapatista de Liberación Nacional, abandonando para siempre todo proyecto ácrata. Sin embargo, aquella nefasta maniobra blanquista quedó sepultada en la historia reciente del anarquismo continental bajo un alud de vaselina y una tenaz campaña difamatoria que aún persiste en estos días.

Como bien afirmaban las compañeras y los compañeros de la extinta Coordinadora Informal Anarquista: «El subcomediante Marcos conoce muy bien las bondades de la vaselina».1 Este grasoso artilugio soslaya el dolor y facilita la penetración. La ingrávida positividad de la vaselina evita la negatividad del desgarro. Extirpa toda resistencia de lo real y la negatividad de lo otro. Es por ello que el sistema de dominación incrementa el proceso de positividad de la sociedad y subvenciona la producción de vaselina incorporándola a la canasta básica.

Quizás este exceso de positividad, latente en todos los rincones sociales, es lo que ha impedido a muchos compañeros poder expulsar de lo más recóndito de sus entrañas —por muy enérgicamente que pujen— la larga penetración que les invade. La creciente ausencia de negatividad en nuestras tiendas ha producido las más exuberantes desvirtuaciones, alimentando propuestas “estratégicas” y alianzas “tácticas” disparatadas que comienzan a mostrarnos un desbarajuste teórico–práctico de proporciones adversas. Tal vez si estos compañeros seducidos por las doctrinas ajenas se dieran la oportunidad de detener el inútil hiperactivismo que les embarga y abandonaran, aunque fuera momentáneamente, el quéhacerismo, tendrían la ocasión de reflexionar desde una perspectiva más antiautoritaria y dar una respuesta contundente a la brutal penetración de la que están siendo objeto sin percatarse.

Baudrillard señala que

El único fantasma en juego en el porno, si es que hay uno, no es el del sexo, sino el de lo real, y su absorción, absorción en otra cosa distinta de lo real, en lo hiperreal […] La dimensión de lo real es abolida por el efecto de zoom anatómico, la distancia de la mirada deja paso a una representación instantánea y exacerbada: la del sexo en estado puro, despojada no sólo de toda seducción, sino incluso de la virtualidad de su imagen —sexo tan próximo que se confunde con su propia representación: fin del espacio perspectivo, que también es el de lo imaginario y el del fantasma— fin de la escena, fin de la ilusión.2

La falta de distancia y la exposición hiperrealista aniquila toda negatividad y anula cualquier posibilidad de accionar erótico dando paso a la exhibición pornográfica, es decir, a la lógica capitalista donde todo se reduce a mercancía. La destrucción de la transgresión erótica se consuma en el porno cotidiano de la irradiación transparente. Esa irradiación carente de luz —que no alumbra sino penetra— que hace todo transparente. Desprovista de la luminosidad que engendra la tensión negativa, esta ausencia de luz impide la representación de las acciones y la liberación de las pasiones en el teatro del mundo. Sobre el cadáver de la negatividad hoy se erige la transparencia, o sea, la exposición pornográfica.

Esa irradiación transparente ha convertido al Ejército Zapatista de Liberación Nacional en una pornoguerrilla. La guerrilla de la transparencia. Una guerrilla sin color, desprovista de toda singularidad, que se despidió de la insurrección renunciando a toda tensión negativa. En el trascurso de su Larga Marcha hacia la positivización el EZLN ha experimentado una profunda metamorfosis que concluye en la absoluta domesticación que hoy les amolda a un nuevo espacio de confort, apoltronándose en la dimensión del precio. El neozapatismo hoy puede sintetizarse como la “guerrilla” del espectáculo, por eso su apuesta por los medios telemáticos y la reciente incorporación de la farsa electorera a su amplio menú de opciones.

Sin duda, el mayor de los hermanos Marx tenía razón en aquello de la repetición de la historia: primero como tragedia, luego como farsa.3 Hoy la farsa se refleja en múltiples espejos de actos pornográficos de un leninismo posmoderno que se ha venido despojando de todos sus lastres, arrojando por la borda a tiranos y verdugos que presagiaban su inexorable destino trágico. Bajo el maquillaje de la transparencia, la tolerancia, la horizontalidad, la autonomía y el confederalismo democrático se disponen para la nueva película abusando del close up biológico. Algunos cambios imperceptibles acomodan el guión y cambia la locación del rodaje: de la Selva Lacandona se traslada a las montañas del Rojava en el legendario Kurdistán. El cartel que avisa el estreno nos muestra un nuevo protagonista. En los avances se deja ver en un privilegiado primer plano a Abdullah Öcalan posando con una ajustada tanga rojo y negra. Un intrépido zoom al pecho nos muestra a todo detalle una flamante A circulada tatuada con esmero sobre un desvanecido garabato que aparenta haber sido una hoz y un martillo. De nueva cuenta su irradiación pornográfica provoca esa suerte de coacción icónica que se propaga por contagio desatando una nueva epidemia viral que comienza a inundar las redes telemáticas de hipercomunicación anestésica. El “movimiento anarquista”, una vez más, no queda exento de su alcance.

Gustavo Rodríguez

Planeta Tierra, 19 de marzo 2017.

Prólogo a la edición en castellano de Beyond the balaclavas of South East Mexico (Au–dela des passe’montagnes du Sud–Est mexicain), de Charles Reeve, Sylvie Deneuve y Marc Geoffroy. Detrás de la máscara: más allá de los pasamontañas del sureste mexicano, Editorial Pensamiento Ilícito.


Notas

1 Véase El “Otro Circo” y su resplandor cegador —Reflexiones a propósito de la Otra Campaña y su lógica recuperadora (Anexo III de Detrás de la máscara…).

2 Jean Baudrillard, De la seducción, Madrid: Ediciones Cátedra, 2011, pp. 34 ss.

3 Vid Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Buenos Aires: Longseller, , 2005, p. 17. La frase puede leerse al comienzo del libro y reza así: “Hegel dice, en alguna parte, que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten, para decirlo de alguna manera, dos veces. Pero se olvidó de añadir: la primera, como tragedia, y la segunda, como farsa”.

La noche de los muertos vivientes o, la necesidad de que los muertos entierren a sus muertos

«La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal […] En esas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro […] La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido». [1]

Carlos Marx

Cito extensamente la más lúcida reflexión del mayor de los hermanos Marx, con la intención de señalar, no sólo la validez de tal introspección en nuestros días sino para enfatizar el talante espiritista de los marxianos contemporáneos y de esos antiautoritarios que conducen «sus luchas» con la vista fija en el espejo retrovisor. Lo verdaderamente sorprendente es que se esperen resultados diferentes siguiendo al pie de la letra las mismas instrucciones de antaño, aliándose a una visión «progresista» (positiva) que construye narrativas triunfalistas e inspira películas grotescas (al estilo «Libertarias» [2] ) y culebrones asquerosos (como «Vientos de agua» [3] ).

Hoy, el marxismo y el anarco-comunismo son tradiciones de todas las generaciones muertas que oprimen el cerebro de los vivos y provocan hipoxia, impidiendo la concreción de «algo nunca visto». Lo que nos ratifica que toda tradición se convierte fácil e invariablemente en dogma y ortodoxia. Paradójicamente, se continúa invocando a los espíritus del pasado y se toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus ropajes, para disfrazarse de vejez venerable y repetir por enésima ocasión la arenga con lenguaje prestado, recreando las mismas acciones que condujeron a TODAS las revoluciones por la senda de la «contrarrevolución», imponiendo regímenes fascistas (rojos y/o pardos), erigidos en torno al trabajo y la productividad; o sea, intrínsecamente capitalistas.

Los «comunizadores» (neocomunistas o comunistas), los neosituacionistas, los posanarquistas, e incluso los insurreccionalistas «ortodoxos» [4] , permanecen atrapados en el siglo pasado. Se agarran del pasado para seguir aferrados al «futuro». No entienden que no hay futuro porque el futuro quedó atrás. Pero tampoco se trata de «Volver al futuro» –como la trilogía de Robert Zemeckis– sino de habitar el presente. De vivir intensamente la insurrección cotidiana, de ocupar esos efímeros espacios que permiten avivar el fuego. Pero sin dotar de existencia artificial esos resquicios. Hay que evitar que se conviertan en trincheras. Es decir, en nuevas trampas: falsos agujeros que alientan la visión militarista e impiden que «algo nunca visto» se potencialice. Continuar anclados al análisis en torno a la reestructuración capitalista de las tres últimas décadas del pasado siglo, obstruye la compresión del presente e invita a prolongar el fogueo con balas de salva, frenando el accionar concreto de la subversión contemporánea.

Urge darle el tiro de gracia al siglo XX para sepultar con él todas las ilusiones novecentistas. En ese mismo ataúd, apremia enterrar «nuestra» memoria; es decir, la historia del «movimiento obrero», la historia de las revoluciones y, todas las pulsaciones utópicas que acompañaron a esas narrativas sociales propias de la forma de pensar de otro siglo. Hay que cuestionar las formas de memoria e impulsar el olvido anárquico como parte integral del proyecto de liberación total. Tenemos que inhumar a los muertos y dejar de tropezar con sus leyendas, para permitir que el espectro fluya; esa entidad intangible y sin rostro que es la potencia anárquica: ese espíritu que recorre el mundo, que inquieta, trastorna, irrumpe, violenta.

Urge desalojar la tradición, convencidos que las seguridades de lo sabido no pueden ofrecernos respuestas universales y consoladoras. En su lugar, hemos de promover nuestra capacidad de improvisación, desarrollando la insurrección permanente en entornos constantemente cambiantes dentro del flujo caótico de la vida. Olvidar, aviva la espontaneidad y nos brinda la oportunidad de explorar formas de destrucción más creativas y modos de estar anárquicos en el mundo –que liberen la indisciplina subversiva e infecten de ilegalidad todos los espacios sociales–, actuando como un desencadenante de caos que impida las sistematizaciones formales y la (nueva) normalización. Para estar anarquistas, tendremos que dejar de ser.

En junio de 1958, la Internacional Situacionista ya daba cuenta de la necesidad del olvido y así lo plasmaba en las notas editoriales del primer número de su boletín central: «Los situacionistas se ponen al servicio de la necesidad del olvido. La única fuerza de la que pueden esperar algo es del proletariado, teóricamente sin pasado, obligado permanentemente a reinventarlo todo, del que Marx dijo que “es revolucionario o no es nada”.» [5] Y, para diciembre de ese mismo año, en el editorial de su segundo número, reafirmaban «Nosotros somos partidarios del olvido. Olvidamos nuestro pasado y olvidaremos nuestro presente. No nos reconocemos contemporáneos de quienes se contentan con poco.» Sin embargo, pese al efluvio catalizador que aún conservan estas imágenes, es innegable la poca vocación de olvido que caracterizó a los situacionistas. Varados en la verborrea marxiana, se dedicaron en cuerpo y alma a evocar el pasado, exaltando las trasnochadas propuestas de los consejos obreros como mecanismo único de liberación a través de la autogestión del capital.

Halberstam nos recalca –inmerso en las contribuciones que tensionan la negatividad radical de la baja teoría queer– que, «Podemos desear olvidar la familia y olvidar el linaje, y olvidar la tradición, con el fin de empezar desde un nuevo lugar, no el lugar donde lo viejo engendra lo nuevo, donde lo viejo prepara el terreno de lo nuevo, sino donde lo nuevo empieza de cero, sin las restricciones de la memoria ni de la tradición, y sin pasados que se puedan utilizar.» [6] Hoy, la lucha anárquica – emancipada de pasado y ajena a todos los intentos resucitadores que anhelan repetir hasta el cansancio las revoluciones pasadas–, debe empezar de cero, desprendida del linaje y del lastre de la tradición. La tradición en que aún vivimos, ha buscado por todos sus medios evitar la Anarquía.

Si aspiramos a la destrucción de todo lo existente, habrá que emprender este camino desde un nuevo lugar, no desde aquél idílico paisaje de las ruinas del viejo mundo donde engendraría el nuevo que portamos en nuestros corazones, sino vislumbrando algunas concepciones originales y materializando las acciones necesarias que nos concedan la ruina de la dominación en este instante pero sin albergar esperanzas utópicas. La Anarquía no es el sendero que conduce a la Utopía, como el cristianismo secular decimonónico pretendía hacer creer, promoviendo la fe en una abstracción heredera de las antiguas esperanzas cristianas. La Anarquía da la oportunidad de vivir y concretar la destrucción en presente, a quienes no se dirigen a ninguna parte ni alojan esperanzas en soluciones mediatizadas o en regímenes por-venir en nombre de la libertad y la igualdad. En ese sentido, no puede entenderse como una práctica alternativa o antagonista a la dominación, sino como un «disruptor», un «virus» o un «contaminante». Una suerte de cáncer infiltrante que se contenta cada día con destruir lo «próximo» y no un telos lejano. Lo «próximo», es lo único que tenemos y no lo intangible universal. Pero, destruyendo lo «próximo», de manera simultánea en diferentes regiones del cuerpo social, se provoca la metástasis.

Ésta es la Anarquía realizable: efímera y terrenal, eventual e imperfecta, irregular y compleja. Justo en esa trama, yace la posibilidad de desplegar un paradigma anárquico renovado, capaz de tonificar los músculos de nuevos desarrollos teórico-prácticos con vocación de presente; es decir, conscientes que el pasado es un conjunto de hábitos del que no tenemos nada que aprender y mucho menos que imitar. Le toca entonces a este paradigma demostrar sus preeminencias en términos de actualidad, extensión y profundidad en un nuevo orden tripolar impuesto por el capitalismo hipertecnológico.

Las movilizaciones del hartazgo, la rabia de la desesperanza y, las rebeliones de la miseria, solo reafirman la continuidad de la dominación, es decir, producen más capitalismo. Sólo el fuego podrá obsequiarnos la Anarquía, detentando el peso único de esta palabra. Es decir, sin aproximaciones, sustitutos ni sinónimos que no expresan lo mismo ni se acercan –remotamente– al ímpetu de nuestras pasiones.

Gustavo Rodríguez

Planeta Tierra, 1° de septiembre 2020

Tomado de El Aroma del fuego: La rabia de la desesperanza en un mundo tripolar (Repensar la lucha desde la perspectiva informal anárquica).


[1] Marx, C., El dieciocho brumario de Luis Bonaparte; recogido en Marx, C. y, Engels, F., Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, página 404.

[2] Largometraje español, realizado en 1996, dirigido por Vicente Aranda y basada en la novela La monja libertaria (Planeta,1981) de Antonio Rabinad.

[3] Serie de televisión argentino-española, dirigida por el peronista Juan José Campanella (2006).

[4] La acción insurreccional –por muy emancipadora que parezca desde una óptica subjetiva– se satisface a sí misma pero es incapaz de trascender lo obsoleto, reincidiendo irreflexivamente en gestos caducos.

[5] La lucha por el control de las nuevas técnicas de condicionamiento, Internationale Situationniste, No 1, recogido en Internacional Situacionista. Textos íntegros en castellano de la revista Internationale Situationniste (1958-1968). Vol. 1: La realización del arte (# 1-6), Literatura Gris, Madrid, 1999, p.12.

[6] Halberstam, Jack, El arte queer del fracaso, Editorial Egales, Barcelona/Madrid, 2018. P. 80.

Ilegalismo anarquista: ¡Valga la redundancia!

El título de nuestra charla podría parecer, ante la lectura neófita, un pleonasmo. Curiosamente, muchos de los que nos asumimos partidarios de la Anarquía, también consideramos que es una reiteración hablar de “ilegalismo anarquista”; sin embargo, esta particular etiqueta toma sentido si, y sólo sí, se registra la existencia de dos posicionamientos antagónicos en torno a la concreción de la acción directa –es decir, al momento en que llevamos a la práctica toda nuestra teoría–. Este antagonismo, tan lamentable como innegable al interior de nuestras tiendas, será la causa de tan peculiares “distinciones”. Por eso, para adentrarnos en el tema que deseamos emprender, tendremos que abordar la falsa dicotomía: “anarquismo legalista” vs. “anarquismo ilegalista”. Y, lo planteamos como “falsa dicotomía”, precisamente, porque el denominado “legalismo anarquista” es una contradicción insólita. Desde el momento en que apelamos a la legalidad estamos negando el anarquismo. El anarquismo es ilegal o no es anarquismo. Esa es su esencia y su sentido. Su naturaleza. Por lo mismo, a veces nos parece algo tan obvio que olvidamos insistir puntillosamente en el carácter antiautoritario del anarquismo y, por lo tanto, consecuentemente antisistémico ¡Rabiosamente antisistémico! Estamos contra toda Autoridad. Esa es nuestra máxima. Por esa misma razón, los anarquistas, en el instante en que nos asumimos como tal, ahí mismo, estamos ubicándonos fuera de la ley. Cuando afirmamos –como anarquistas consecuentes– que estamos contra el sistema de dominación, que luchamos contra el ordenamiento social en su conjunto, estamos objetando su orden y las leyes que le socorren. Todas las leyes se han hecho y se harán para darle soporte jurídico a la opresión y a la dominación. Si estamos contra el Estado tenemos que estar forzosamente contra las leyes que lo amparan y justifican su existencia. Entonces, los anarquistas, somos ilegales porque somos anarquistas, es decir, por naturaleza. Eso, por mucha confusión que exista –producto de la intoxicación liberal que asecha nuevamente en estos tiempos–, debemos tenerlo muy claro. Y de ahí, debe quedarnos también muy en claro que, cada vez que utilizan ese eufemismo, siempre que recurren a ese terminajo de “anarquismo ilegalista”, están haciendo alusión al anarquismo insurreccional, a sus tácticas y a sus métodos y lógicamente, lo hacen de manera despectiva –con toda la mala leche–, señalándolo con el índice, desde el púlpito, desde el pretendido “anarquismo legalista”. O lo que es lo mismo, desde la negación del anarquismo. Aquí es muy oportuna esa máxima que se le atribuye a Camilo Berneri y que Bob Black popularizó en los ochenta del siglo pasado con otras palabras pero que, sin duda, evocaba la esencia de la frase original: “son esos anarquistas enemigos de la Anarquía”

Antes de profundizar en la historia del denominado “anarquismo ilegalista”, habría que comenzar por hacer algo de recuento sobre esa postura incongruente –conceptual y prácticamente hablando– que aboga por un “anarquismo legalista” y, paralelamente, menosprecia, proscribe y excluye, el accionar consecuente de los partidarios y las partidaria de la Anarquía. Para poder entender el por qué y el cómo cobró vida en nuestras filas un término tan ambiguo y explicarnos el peculiar interés que existe y persiste en la utilización de semejante rótulo, tenemos que recurrir –una vez más– a la pregunta ineludible: ¿qué es el anarquismo? Como bien señala Bonanno: siempre es necesario retomar el discurso con esta interrogante, aunque estemos entre anarquistas. –muchas veces, justamente por estar entre anarquistas es que resulta inevitable este cuestionamiento– . Alfredo (Bonanno), nos expone que el empleo reiterado de esta interrogante se debe a que el anarquismo no es una definición que, una vez alcanzada, pueda guardarse celosamente en una caja fuerte y conservarse como un patrimonio del cual tomamos argumentos a manera de insumos cada vez que los necesitamos. Y tiene razón. Paradójicamente, hay quienes se reivindican “anarquistas” y sostienen lo contrario; es decir, conciben al anarquismo como una ideología y lo guardan a buen recaudo –en esa caja de caudales que nos mencionaba Bonanno– para “protegerlo”, como si se tratara de un credo. Esos dogmáticos del anarquismo entienden el ideal como una Biblia inamovible que les otorga un abundante arsenal de argumentos a los que pueden apelar en cada circunstancia que se les presente y así, eluden la realidad repitiendo sus sagradas oraciones hasta el infinito. Lo inaudito, es que esta visión distorsionada del anarquismo –ideologizada, para ser exactos– es compartida por ambos bandos de las denominadas corrientes primigenias pese a sus divergencias irreconciliables. Es decir, tanto para la corriente “esencialista”, emparentada con el liberalismo, como para la “historicista”, descendiente directa del marxismo, el anarquismo va asimilarse como una ideología. Esto, de cierta forma, nos explica porque cada vez que el anarquismo se aleja de la realidad de las luchas concretas –ya sea a consecuencia de los períodos de repliegue o por los momentos de reflujo del movimiento real de los oprimidos– reaparecen estos viejos fantasmas y se degenera en ideología. En otras ocasiones, hemos insistido en esto y no nos cansaremos de repetirlo: el anarquismo obtiene su propia especificidad teórico-práctica en el momento en que rompe drásticamente con sus raíces; ahí es que se gesta como tal, revelando su carácter parricida.

Lamentablemente, salvo escasas y honrosas excepciones, la inmensa mayoría de la historiografía libertaria ha sido escrita por personas ajenas al anarquismo y en su defecto, se ha elaborado un producto edulcorado y atinadamente “acomodado” por connotados personajes académicos, por lo general, adscritos a esas corrientes primigenias que, lógicamente, han continuado su marcha de manera paralela. Así, encontraremos un amplio y voluminoso listado de historiografía libertaria, oportunamente confeccionada desde las buenas conciencias del humanismo liberal o desde la perspectiva historicista y pretendidamente científica de claro sello marxiano. En el caso particular de la historiografía libertaria disponible en lengua castellana, nos toparemos con un repertorio de historietas “libertarias” realmente nauseabundo, fabricado a la medida de las concepciones moralinas de personajes de la calaña de Carlos Díaz –conocido cagatintas al servicio del Vaticano–, Víctor García y, hasta de Fidel Miró; quienes manosearon y acondicionaron a su antojo, otras historietas previas, inventadas por los Abad de Santillán y compañía. No menos “acomodados” están los textos de Buenacasa y Gómez Casa, empeñados en mostrar las cosas según su conveniencia. Ya ni hablar de la historiografía “oficial” donde abundan ratas de la catadura de Ángel Herrerín López –escribano a sueldo del gobierno que esté de turno en el Estado español– o Juan Avilés. Desde luego, de este lado del charco, también se cuecen habas, aquí mismo tenemos joyitas del tamaño de Roger Bartra y Arnaldo Córdova, sólo por mencionar algunos y bueno, me viene a la mente otro personaje vomitivo, a quien el Estado cubano encomendó la “noble” tarea de borrar al anarquismo de la historia insular, Abraham Grobart (Fabio Grobart). Por eso hoy, tenemos que dedicarnos a hurgar. Hay que escarbar… Hay que nadar y zambullirse en medio de toda esa historiografía libertaria y tomar con pinzas la información y confrontarla con otras fuentes, aunque lo que encontremos provenga del enemigo, de la prensa burguesa de la época. Increíblemente, la mayoría de las veces, encontramos mucho más información en esas fuentes antagonistas –en la prensa, particularmente–, sobre todo, nombres y hechos, olvidados o, convenientemente, silenciados e ignorados. Pasa lo mismo con la historia “oficial”, con los textos de Herrerín y cía, allí a veces se encuentran datos extraídos de los archivos policiacos. En esos textos, con pretendido rigor académico y regularmente etiquetados como “Historia Social”, también podemos hallar información valiosa. Estos cagatintas se han encargado de recuperar algunos nombres y de exponer determinados hechos, con la clara intención de descalificarnos de presentarnos como bandidos y terroristas. Pero, a falta de estudios objetivos, de ahí hay que sacar nuestras conclusiones.

Y bueno, un poco adentrándonos en el tema de nuestra plática, definitivamente, tenemos que decir que, cuando se hace mención del denominado “anarquismo ilegalista”, es decir, del anarquismo insurreccional, por regla general, se están refiriendo a un conjunto de estrategias anarquistas implementadas, principalmente, en Francia, Italia, Bélgica, Suiza y Estados Unidos, en las últimas dos décadas del siglo XIX y las primeras tres del siglo pasado. Este período particular de nuestra historia –que, en realidad, abarca un poco más, porque ya desde 1874, en el Congreso de Madrid, se recogen los pronunciamientos insurreccionales y se recomiendan las llamadas “represalias”– sin duda, ese período fungió como parte aguas, dando lugar a esa falsa dicotomía de la que hablábamos con anterioridad, aquella de “anarquismo legalista” vs. “anarquismo ilegalista”. Este “parte aguas”cobró mayor fuerza a raíz de las polémicas furibundas ocasionadas en Francia a finales del siglo XIX en torno al caso Duval. La expropiación de un hotel de la calle Montceauc de Paris, realizadael 5 de octubre de 1886, por los anarquistas Duval y Turquais, integrantes del grupo “La Panthére des Batignoles”, trajo consigo, un debate irreconciliable poco después de que Clément Duval fuera detenido, no sin defenderse, hiriendo al inspector a cargo de su captura. Esta polémica pronto llegaría a las páginas del periódico La Révolte, dirigido por Kropotkin, convirtiéndose en tema de discusión obligada al interior del movimiento anarquista. Rápidamente aflorarían los juicios de valor. Así, aparecieron en escena los “legalistas” que abogaban por un anarquismo evolutivo y pedagógico que conseguiría sus aspiraciones de justicia y libertad a través de la propaganda escrita u oral y la organización de las masas, acusando de “criminales ajenos a las ideas” a quienes actuaban “fuera de la ley”. Sin embargo, Duval, dejaba en claro su postura en la carta que enviaría al juez instructor –permítanme hacer lectura de un fragmento de la misma– : “En mi hoja de prisión en Mazas, he visto escrito: Tentativa de homicidio; yo creo, muy al contrario que he obrado en legítima defensa. Verdad es que usted y yo no consideramos esto de la misma manera, teniendo en cuenta que yo soy anarquista, o mejor dicho, partidario de la anarquía, pues no se puede ser anarquista en la sociedad actual; sentado esto, yo no reconozco la ley, sabiendo por experiencia que la ley es una prostituta a quien se maneja como conviene, en ventaja o detrimento de éste o del otro, de tal o cual clase. Si yo he herido al agente Rossignol, es porque él se ha arrojado sobre mí en nombre de la ley. En nombre de la libertad yo le he herido. Soy, pues, lógico con mis principios: no hay, pues, tal tentativa de asesinato. Ya es tiempo también de que los agentes cambien de papel: antes que perseguir a los ladrones, que prendan a los robados.” Con esta carta, no caben dos opiniones al respecto: Duval, dejaba en claro que era anarquista y que, como tal, obraba consecuente fuera de la ley. Con sus palabras recalcaba lo que comentábamos al comienzo de esta charla: “los anarquistas, somos ilegales porque somos anarquistas, es decir, somos ilegales por naturaleza”.

Clément Duval, comparecería frente al juez el 11 de enero de 1887, alegando en su defensa que la propiedad, asentada en sus leyes y otorgada como derecho burgués, era el robo y que quienes acumulaban fortunas apropiándose de las riquezas producidas colectivamente eran los verdaderos ladrones, no quienes, necesitados de sustento, tomaban en su provecho, por derecho a la existencia, lo que se les había arrebatado antes. Los alegatos de Duval, reafirmaban nuevamente los principios anarquistas frente a aquellos que intentaban desprestigiarle con su moralina burguesa. Al ser condenado a muerte, quedaba, a todas luces, sentenciado por anarquista. Por eso, no faltaron las voces valientes que le defendieran en nombre de la anarquía, como Luisa Michel, quién al grito de ¡Viva la anarquía! exigiera la unidad de todos los revolucionarios conscientes en la lucha contra su condena. Finalmente, ante las fuertes presiones ejercidas, le conmutarían la pena de muerte, sentenciándolo a cadena perpetua en la Guyana. De allí, lograría fugarse y trasladarse a Estados Unidos, donde se asentaría en la ciudad de Nueva York, gracias al apoyo y la solidaridad de los anarquistas italo-americanos, con quienes trabajaría en la edición de “L’ Adunata del Refrattari”. Esta publicación “refractaria” –como bien resalta su título–, sería uno de los medios anarquistas más aguerridos de su época en territorio estadounidense y serviría de asidero para la expansión de la consciencia refractaria y la conformación de un movimiento anarquista de clara tendencia insurreccional a lo largo y ancho de la geografía norteamericana. En esa misma tesitura refractaria del anarquismo insurreccional, se editarían infinidad de periódicos a finales del siglo XIX, en varios puntos de Europa, principalmente en Italia, Francia y España. Destacarían las publicaciones impresas en Barcelona, Valencia y Zaragoza, muchas veces editadas por anarquistas italianos refugiados en España.Títulos como “El Eco del Rebelde”, “La Cuestión Social”, “Penseiero e Dinamita”–redactado por el grupo de Paolo Schichi–, “La Revancha” –editado por Paul Bernard –, “La Revancha de Ravachol”, entre otros, ilustrarían la actividad del denominado “anarquismo ilegalista” a finales del siglo XIX.

Otro de los grupos anarquistas qué destacaría, por la puesta en práctica de la expropiación, a finales de la década del ochenta del siglo XIX, en la ciudad de París, sería el núcleo conocido como “Los Intransigentes”. Fundado por dos anarquistas italianos residentes en Francia: Pini y Parmeggiani. Vittorio Pini, reivindicaría la expropiación revolucionaria –contribuyendo al debate en torno a esta práctica–, poco después de su detención “accidental” como consecuencia de una solicitud de extradición interpuesta por el gobierno italiano. Cuando las autoridades francesas registraron su casa, encontraron un arsenal y la cuantiosa suma de 500 mil francos, lo que para 1889 resultaba ser una suma elevadísima. El hallazgo policial llevaría a los tribunales a Pini y algunos de sus compañeros de grupo.

La condena de Vittorio Pini a 20 años de trabajos forzados, resucitó la polémica, llegando nuevamente a ventilarse el debate en “La Révolte”. En sus páginas quedaría registrada la opinión de sus editores al respecto –permítanme nuevamente leer unos apuntes– “Pini, jamás actuó como un ladrón profesional. Es un hombre de muy pocas necesidades, que vivía sencillamente, pobremente incluso y con austeridad. Pini robaba para destinarlo a la propaganda, eso nadie lo ha negado. En el juicio, Pini se hizo responsable único de los hechos y defendió el principio anarquista del derecho al robo o mejor a la expropiación”. Fin de la cita.

Los casos de Duval y Pini, ponían sobre el tapete el tema de la expropiación revolucionaria, situándolo en el marco de la acción directa y las tácticas insurreccionales, por lo que se retomaría el debate en la Conferencia Internacional de París de 1889, sin que se alcanzaran acuerdos a manera de conclusión al respecto. Sin embargo, existían antecedentes que mostraban lineamientos claros en relación a la acción directa que –si bien no abordaban la expropiación de manera explícita–no dejaban lugar a dudas en cuanto al empleo de una amplia gama de tácticas que iban desde las represalias a la propaganda por el hecho, justificadas desde la óptica de la insurrección permanente. El Congreso Anarquista de Londres de 1881, da buena cuenta de ello. Por cierto –quiero hacer un paréntesis como nota anecdótica–, está ampliamente documentada la participación de un anarquista mexicano en el congreso de Londres del 81. Según los registros, dejó constancia del “necesario aprendizaje de la química para la elaboración eficaz de explosivos”. También quedaría documentada la infiltración de agentes policíacos en dicho congreso y su insistente interés en desprestigiar el mismo, presentándolo como una reunión de peligrosos “terroristas” internacionales.

La polémica entre quienes, reclamándose anarquistas, justificaban la expropiación y la propaganda por los hechos y las inscribían en la amplia lista de acciones directas válidas –mismas que identificaban como medios consecuentes con el fin– y, aquellos, que, igualmente reclamándose anarquistas, las condenaban, por “amorales” y “violentas”, trajo consigo el rótulo de “anarquismo ilegalista” que hoy nos ocupa y con éste, la profundización de las diferencias en torno a la acción directa o, a la manera de como ésta se concebía según el lente con que se mirase. Dicha polémica, lamentablemente, nos ha acompañado a lo largo de la historia y ha sido aceptada o, por lo menos, asimilada, como una “ambigüedad” de base, originada en las formulaciones primigenias del anarquismo y que, por tanto, deberíamos de arrastrar por los siglos de los siglos. Sin embargo, esta pretendida “ambigüedad” es falsa y se ubica –una vez más– en el manejo acrítico, en el acomodo amañado y oportuno de los términos y en el reforzamiento de esos parentescos de los que hablábamos al comienzo, de esas familiaridades apócrifas con las que el anarquismo no puede sino reafirmar la más determinante y violenta de las rupturas. Es el reflejo de las contradicciones arrastradas a partir de esa otra falsa “ambigüedad” que pretende perpetuarse en el anarquismo justificando su origen en las corrientes de pensamiento progenitoras –que mencionábamos– y que da lugar a la tesis de “los dos anarquismos”. Esto, ya lo hemos abordado en incontables ocasiones y hemos sido rotundamente determinantes, recalcando que, para nosotros, el anarquismo es un cuerpo viviente de teoría y práctica que se gesta a partir de una configuración abierta de pensamiento y acción, encarnada en un movimiento refractario, que cobra su especificidad en el instante que concreta ese divorcio, irreconciliable, con el idealismo liberal y trasciende las limitaciones de la visión economicista del marxismo mediante la reflexión –original e intransferible– en torno al sistema de dominación y la conformación de las clases sociales.

Durante las primeras tres décadas del siglo pasado, las tácticas y los métodos del anarquismo insurreccional volvieron a tomar fuerza. En los años previos a la Revolución rusa, va a extenderse y generalizarse su práctica, cobrando nuevos bríos la expropiación y la propaganda por el hecho. Por esas fechas, alcanzaría notoriedad en Francia el grupo de “Los trabajadores de la noche”, también conocido como “La banda de Abbeville”, por el enfrentamiento armado que se suscitara en esa ciudad entre integrantes de este grupo con la policía, tras una acción fallida, resultando muerto el oficial Pruvost. Alexandre Jacob, mejor conocido como Marius Jacob, sería el eje articulador de este pequeño núcleo expropiador, en el que también participaba su madre y su esposa. Había sido detenido en posesión de explosivos tras una serie de expropiaciones menores que habrían conducido a las autoridades hasta él, siendo condenado a 6 meses de cárcel. Poco después sería detenido nuevamente pero, fingiría demencia evitando una sentencia de cinco años de prisión y le enviarían a un manicomio de donde se fugaría, refugiándose en la ciudad de Sète. Allí, comenzó a organizar su grupo con personas afines que, aunque no se reclamaran partidarios de la Anarquía, en los hechos compartirían sus principios mediante un acuerdo mínimo –otra vez, permítanme leer estas anotaciones–: “Sólo se usarán las armas para proteger nuestra vida y nuestra libertad de la policía; se robará sólo a los considerados parásitos sociales -empresarios, banqueros, jueces, militares, nobles y al clero, pero jamás a aquellos que realizan profesiones nobles y útiles –maestros, médicos, artistas, artesanos, trabajadores, etc. Y se destinará un por ciento del dinero recuperado a la propaganda de la causa anarquista”.

Acusado de más de un ciento cincuenta expropiaciones y del asesinato del oficial Pruvost, Jacob sería llevado a juicio en marzo de 1905 en la ciudad de Amiens, enfrentando la posible condena a muerte en la guillotina. Durante el proceso, dejará bien claro en los tribunales los ideales que le inspiran –aquí lo tengo–: “He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad de hombre, antes que hacerme artífice de la fortuna de un amo. En términos más crudos, sin eufemismos, he preferido robar antes que ser robado”. Logró escapar de la guillotina pero lo sentenciarían, con 26 años de edad, a trabajos forzados de por vida en Cayenne. Tras 17 intentos de fuga de la Isla del Diablo y con poco más de 20 años de condena cumplida, regresaría a Francia. En 1936, atraído por la irradiación de la Revolución española, Jacob viaja a Barcelona con el propósito de luchar junto al movimiento libertario, presentando una estrategia de acopio de armamento para las milicias anarquistas. Sin embargo, ya no estarían Ascaso ni Durruti y, se toparía de bruces con el “anarquismo legalista” en el poder. Decepcionado con la realidad española sentenciaría de manera lapidaria: “¿Dónde están los anarquistas? En las fosas comunes. Traicionados en las retaguardias, se sacrifican en el frente”. Desde luego, esto no lo registraría Gómez Casa ni Víctor García.

También habría que mencionar entre los muchos grupos anarquistas insurreccionales que alcanzarían notoriedad en Europa a comienzos del siglo XX a otro núcleo francés conocido como “La banda Bonnot”, ya que iniciaría sus actividades por iniciativa de Jules Bonnot y un grupo de anarquistas insurreccionales nucleados en torno al periódico “ilegalista” L’Anarchie. En esos primeros años del siglo XX, se teorizaría sobre la expropiación revolucionaria y la propaganda por el hecho en un montón de publicaciones anarquistas insurreccionales que le otorgaban particular validez a estos métodos dentro de la amplia gama de tácticas insurreccionales.

Y bueno, de este lado del charco, también hay tela de dónde cortar aunque mucha de la historiografía esté igualmente acomodada, manoseada y edulcorada, en el mejor de los casos porque, cuando nos ponemos a rastrear este tipo de información nos encontramos que, evidentemente, muchas cosas se han silenciado y condenado al olvido. Pero bueno, hay que ir hilvanando la historia con lo que hay.

Cuando nos ponemos a rastrear por acá, encontramos los antecedentes del anarquismo insurreccional en Julio López Chávez, quien mantendría una intensa actividad expropiadora y beligerante entre 1867 y 1868, siendo fusilado en julio del 68, por órdenes del gobierno liberal de Benito Juárez. López Chávez o Chávez López –ya que algunos historiadores invierten sus apellidos por lo que no se sabe con certeza cuál era su nombre correcto, incluso hay documentos de la época, periódicos principalmente, donde le llaman Julián López Chávez, en lugar de Julio– Pero, bueno… quedémonos con Julio López Chávez, había sido discípulo de la escuela moderna, la Escuela del Rayo y el Socialismo, que fundara en Chalco, Estado de México, Plotino Rhodakanaty, inspirado en las ideas de Fourier y de Proudhon, pero López Chávez, abandonaría rápidamente las ideas mutualistas y se convertiría en Bakuninista. Reafirmando su pensamiento diría: –permítanme leer esta pequeña cita– “Soy anarquista porque soy enemigo de todos los gobiernos y comunista, porque mis hermanos quieren trabajar la tierra en común” (fin de la cita). Rhodakanaty, se distanciaría de su discípulo por estar en desacuerdo con el anarquismo insurreccional, ya que, desde su visión idílica y evolutiva, no reconocía la acción armada consecuente con el ideal libertario. Julio López se convertiría en una verdadera pesadilla para los hacendados, flagelando incansablemente a toda la clase acaudalada del área de Chalco y Texcoco, extendiendo sus acciones a Morelos por el sur, al este hasta San Martín Texmelucan y al oeste hasta Tlalpan. Expropiaba las haciendas de la zona pero en el sentido más extenso del término, es decir, no sólo saqueaba las casas de los hacendados llevándose el dinero, los objetos de valor, las armas y todos los caballos sino que, además, repartía la tierra expropiada entre los campesinos de la región. También realizó infinidad de asaltos a diligencias en la zona, ganándose la reputación de “bandido comunista”, que era como le llamaban los periódicos de la época. Su grupo llegó a contar con más de medio centenar de integrantes, extendiendo la consciencia refractaria entre los campesinos e indígenas de la zona. Después de su fusilamiento, la actividad expropiadora e insurreccional, continúo hasta 1870, no sólo en la zona original de operaciones sino, además, se extendió a Yucatán, al ser deportados a ese estado sureño varios de sus compañeros de acción. Quince de ellos serían fusilados en la ciudad de Mérida, el 24 de febrero de 1869.

También se extendería el anarquismo insurreccional a otros estados, quedando registrada la actividad insurreccional de tres compañeros de López-Chávez, en el Estado de Chiapas, que estarían involucrados en las rebeliones indígenas de 1869 y en el asalto armado a las haciendas de la región. Ignacio Fernández Galindo, su esposa, Luisa Quevedo y, Benigno Trejo, excompañeros de Julio Chávez en la escuela de Chalco, participarían activamente en las labores de organización de la lucha y en la difusión de las ideas anarquistas y la propaganda por los hechos, entre los indígenas tzotziles. Fernández Galindo, se encargaría de brindarles entrenamiento en el uso de las armas y dotaría de tácticas combativas a la revuelta. Las autoridades estatales harían frente violentamente a la insurrección, exigiendo que los “transgresores de la Ley” que “se rindan incondicionalmente y entreguen las armas y a los cabecillas de afuera que les han engañado y manipulado”. Por esas fechas, se publicó un cartel dirigido a los Indígenas rebeldes, que apareció pegado en todos los muros de las calles de San Cristóbal de las Casas, en el que se ilustra perfectamente los sucesos –Otra vez tengo que leer aquí en mis apuntes.. a ver–: “El presidente de la República ya sabe lo que ustedes están haciendo y por eso está muy enojado y aunque aquí tenemos mucha tropa y bastantes armas, dice que va a mandar bastante gente y entonces es seguro que ustedes acaban; porque esa gente que viene no los conoce a ustedes, y por eso no los quiere como nosotros los queremos […] pidan perdón al gobierno y presenten todas las armas que tienen para que crea que es verdad lo que ustedes dicen”.

Durante la denominada “revolución mexicana”, también se registrará la acción del anarquismo insurreccional, protagonizado por los miembros radicalizados del Partido Liberal Mexicano. Las figuras de Ricardo Flores Magón y Práxedis Guerreo, serán destacadísimas en ese período revolucionario; sin embargo, muchos anarquistas insurreccionales internacionalistas, no coincidirán con esa particular apreciación que le otorga rango de “revolución” a las contiendas de la época. Específicamente, esa sería la postura de los anarquistas insurreccionales italianos que, motivados por las crónicas apasionadas que publicara el periódico Regeneración y por las fervientes arengas de sus colaboradores en la ciudad de Los Ángeles, se trasladarían en 1917 al norte de México, con la intención de unirse a la lucha insurreccional libertaria. Entre esos anarquistas insurreccionales italianos estarían Sacco y Vanzetti, quienes viajarían a la ciudad de Monterrey –donde radicaba un grupo de anarquistas italianos que habían huido del reclutamiento militar en Estados Unidos, al estallar la Primera Guerra– interesados en sumarse a la “revolución anarquista”. Pronto se decepcionarían, identificando a la “Revolución” mexicana como una lucha por el Poder entre bandos opuestos. Ese grupo particular de anarquistas italianos haría historia con sus expropiaciones y sus acciones de propaganda por los hechos, a lo largo y ancho de Estados Unidos. Era el grupo nucleado en torno al periódico anarquista insurreccional “Cronaca Sovversiva”, donde también colaboraban Sacco y Vanzetti. Esta publicación, redactada en italiano, se convertiría en el arma de difusión por excelencia del anarquismo insurreccional, entre los anarquistas italianos residentes en Estados Unidos. El grupo de los insurreccionales se ampliaría rápidamente, siendo denominado por la prensa burguesa de la época como “Los Galleanistas”, en alusión al editor del periódico, Luigi Galleani. En este grupo –que en poco tiempo se convertiría en una verdadera red con presencia en las principales ciudades estadounidenses–, destacarían por su notoriedad los conocidísimos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, Mario Buda alias Mike Boda, Nestor Dondoglio alias Jean Crones, Gabriella Segata Antolini, Lugi Bachetti, entre otros que no puedo recordar. Aquí tengo otros nombres de compañeros de este grupo anotados por aquí: Frank Abarno, Pietro Angelo, Carmine Carbone, Andrea Ciofalo, Ferrucio Coacci, Emilio Coda, Alfredo Conti, Roberto Elia, Luigi Falsini, Frank Mandese, Ricardo Orciani, Nicola Recchi,Giuseppe Sberna, Andrea Salsedo, Raffaele Schiavina y Carlo Valdinoci.

Las contundentes acciones de estos anarquistas los llevaría a convertirse en el grupo revolucionario más perseguido por las autoridades federales en los Estados Unidos. Sin embargo, otra vez el “acomodo” de la historia y no sólo de la historia “oficial” sino de la historiografía de factura libertaria, los condenaría a ser unos perfectos desconocidos, encargándose de silenciar todas sus acciones y de “desaparecer” sus textos, reflexiones y demás aportaciones teóricas. Con la excepción de Sacco y Vanzetti, a quienes el “anarquismo legalista” se ocuparía de dotar de una historia falsa que los convirtió en “mártires” del anarquismo. Como habrían hecho antes con los anarquistas de Chicago: “Los Mártires de Chicago”. Una vez más, las conocidas artimañas para ocultar la historia. En el caso de Sacco y Vanzetti sucedió igual. El argumento que se inscribía en una lógica estrategia de la defensa para que se les declarara “inocentes”, terminó convirtiéndose en la “historia oficial” de los hechos. Con la excepción del historiador libertario Paul Avirich que se ocuparía de profundizar en la actividad anarquista de esa época y un trabajo de Bonanno sobre el tema, el resto de la literatura publicada en torno al caso Sacco y Vanzetti, niega rotundamente su participación en la expropiación por la que terminarían siendo condenados. Realmente las expropiaciones eran realizadas constantemente por el grupo en el que participaban activamente Sacco y Vanzetti y los fondos recaudados mediante estas expropiaciones se usaban para continuar imprimiendo propaganda anarquista para financiar atentados, las llamadas represalias y para auxiliar a compañeros presos y desempleados o en algunos casos a sus familias. Los atentados estarán siempre enfocados contra el Estado, el Capital y el clero, siendo objeto de sus ataques banqueros, industriales, políticos, jueces, fiscales, policías y curas.

Este grupo tiene incontables anécdotas –podríamos estar aquí el resto del día contándolas– pero hay varias acciones que merecen por lo menos una breve mención, como el atentado ejecutado el 24 de noviembre de 1917 contra el Cuartel de Policía de la Ciudad de Milwaukee, donde estalló una bomba de retardo poderosísima, con varios kilos de pólvora negra. El artefacto había sido construido por Mario Buda quien era el experto en explosivos del grupo –por cierto, también haciendo uso de sus habilidades, ayudaría a Luigi Galleani, a confeccionar un manual de explosivos que circularía exitosamente entre los anarquistas insurreccionalistas y que aparentemente tradujera al inglés Emma Goldman– Y bueno, se supo que el plan fue ingeniosísimo ya que debido a la gran actividad anarquista de la época, las estaciones de policía estaban muy bien protegidas y además tenían grandes controles al momento de acceder a estos recintos; por lo que el grupo para poder introducir la bomba en el cuartel, la colocó primeramente en los cimientos de una iglesia de la ciudad y le pasaron la información a un personaje que sospechaban era informante de la policía. Rápidamente el escuadrón de explosivos se movilizó y retiró la bomba de la iglesia, trasladándola a la estación de policía, pensando que había fallado el mecanismo de activación. Minutos después de comprobar que el artefacto se encontraba en las instalaciones, lo hicieron detonar matando a nueve policías y una víctima civil. Y bueno, con el atentado lograron matar dos pájaros de un tiro porque no sólo cumplió su objetivo, sino que además, les permitió desenmascarar al soplón. Otro atentado que merece ser mencionado, es el realizado por Nestor Dondoglio en la ciudad de Chicago en 1916. Dondoglio era un cocinero de origen italiano que se hacía llamar Jean Crones, al enterarse que se planeaba realizar un gran banquete en honor del arzobispo de esa ciudad, el arzobispo Mundelein, con la asistencia de un nutrido grupo de la jerarquía católica, se presentó como voluntario diciendo que quería donar sus habilidades y obsequiar sus exquisitos platillos a los comensales, envenenando alrededor de doscientos invitados al agregarle arsénico a la sopa. Ninguna de las víctimas murió porque en su afán por eliminarlos, Dondoglio utilizó demasiado veneno lo que provocó inmediatamente vómitos en las víctimas, logrando expulsar el veneno. Sólo moriría, dos días después del envenenamiento, el cura O´Hara, párroco de la iglesia de St. Matthew en Brooklyn, Nueva York, quien había sido capellán en el patíbulo de la prisión de Raymond St. Dondoglio, inmediatamente después del atentado, se trasladó a la Costa Este, donde fue escondido por un compañero de grupo hasta su muerte en 1932.

Por esas fechas, sobran ejemplos del accionar anarquista insurreccional, con infinidad de expropiaciones y acciones de propaganda por el hecho. La condena a muerte de Sacco y Vanzetti, serviría de detonante para incrementar las acciones. En La Habana, Montevideo y Buenos Aires, también explotarían incontables bombas en protesta por el crimen de Estado. En Argentina y Uruguay, también dejarían su huella los anarquistas insurreccionales practicando la expropiación y la propaganda por el hecho. Destacarían por su notoriedad Severino Di Giovanni y sus compañeros de grupo. También el núcleo de Roscigna, Uriondo, Malvicini y Vázquez Paredes. Tanto en Argentina como en Uruguay se continuó realizando expropiaciones y acciones de propaganda por los hechos hasta nuestros días. En el pasado reciente, destacan también entre los compañeros expropiadores el negro Fiorito, Amanecer Fiorito, y nuestro Urubú, que muriera a manos de la policía en una expropiación fallida. En Chile también tienen una larga historia los anarquistas insurreccionales, con acciones de expropiación y propaganda por el hecho, que igualmente llega a nuestros días, con pérdidas lamentables como la de Mauri y este compañero que recién le estalló el artefacto en las manos –Luciano–, sí, exactamente Luciano.

Aquí en México, la expropiación ha sido y es una práctica recurrente aunque, por regla general, no se reivindique. Bueno, con la excepción de Acción Anarquista Anónima de Tijuana que sí ha reivindicado expropiaciones en sus comunicados. Tampoco podemos olvidar, a manera de homenaje y reivindicación, al compañero Mariano Sánchez Añón, de origen aragonés, exiliado primero en Francia –cuando tuvo que huir de Mas de las Matas, su pueblo natal–, tras la insurrección anarquista de diciembre de 1933 y, después, se refugiaría por acá en México, tras el triunfo del fascismo franquista. Llegaría a estas tierras a bordo del Ipanema, junto a su compañera Armonía de Vivir Pensando, entrando por el puerto de Veracruz. Inmediatamente sería reubicado en una finca en Santa Sabina, Chihuahua, donde lo enviarían a trabajar como jornalero por sus orígenes campesinos y su experiencia agropecuaria. Pero, Sánchez Añón, no renunciaría al ideal anarquista y continuaría en México con su actividad revolucionaria. Rápidamente, comienza a organizar a los peones en donde laboraba contra la explotación a la que estaban sometidos y le dispara al encargado de la finca, dándole muerte. Buscado por la policía, tendrá que trasladarse a la Ciudad de México junto al compañero Francisco de Diego Salas. Por acá, fundarán un grupo de acción, integrado por cinco compañeros españoles que se negaban a renunciar a las ideas anarquistas y a la acción revolucionaria, como les exigía el gobierno de México, como requisito para otorgarles asilo. Participarían en varias expropiaciones hasta la fallida operación de la Cervecería Modelo.

Mariano Sánchez Añón, sería cobardemente vilipendiado por la Federación Anarquista del Centro y las pretendidas “Juventudes Libertarias” de San Luis Potosí, quienes publicarían un comunicado condenando la expropiación a la Cervecería Modelo y, acusando de “gánsteres” a los compañeros españoles exiliados que participaron en dicha acción.–Aquí tengo el comunicado pero, igual si desean, pueden leerlo en línea, este comunicado se encuentra alojado en el sitio de la Biblioteca Virtual Antorcha– Desde luego, la expropiación de la Modelo, así como el propio Mariano Sánchez Añón y sus compañeros de ideas, recibirán también la condena de algunos de los libertarios españoles refugiados por acá, los denominados “bomberos” –lógicamente porque apagaban el fuego cada vez que era necesario– los connotados “santones” del exilio inmovilista, entre los que se contaba uno que otro “cincopuntista”, como Fidel Miró.

Curiosamente, cuando los compañeros nos pidieron que presentáramos este tema, que preparáramos esta plática, encontramos un archivo valiosísimo que está sin ordenar pero que tiene mucha información que bien valdría la pena sacar a la luz para que se conozcan las actitudes antagónicas de esos “dos anarquismos”. Les hablo del archivo del Comité Técnico de Ayuda a los Españoles en México(CTAE). Este “comité” tiene la peculiaridad de haber sido creado por Juan Negrín, el jefe del gobierno republicano, a modo de continuación del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, fundado en Francia, con el financiamiento del Gobierno de la República. Presidido por José Puche, el grupo se mantuvo en contacto con varias Secretarías de Estado y con el propio Lázaro Cárdenas, para coordinar la llegada de los refugiados, el arribo de los vapores Sinaia e Ipanema. Después continuaría con su particular labor, digamos… de “enlace”, con el gobierno mexicano; también se encargó de suministrar subsidios individuales, alojamiento y alimentos, préstamos para emprender negocios. El Comité fundaría, con capital del Gobierno de la República, la Financiera Industrial Agrícola, con ese financiamiento, abrirían la Empresa Vulcano, la Editorial Séneca, el Instituto Luis Vives, la Academia Hispano-Mexicana, el Colegio España y otros colegios en los estados. Se puede encontrar algo de esto en Internet a raíz de las memorias publicadas del exilio español pero el archivo existe y tiene muchísima información. Lo más sorprendente es la participación de varios anarquistas en este comité, encargados de rendir “informes” frecuentes de la actividad anarquista por estas tierras. Ahí encontrarán varios reportes de Ricardo Mestre, Fidel Miró y Adolfo Hernández, precisamente sobre Mariano y otros compañeros, en los que se les tilda de “violentos”, “tarados de la guerra”, “atracadores” y “bandoleros”. En fin…

Pues, definitivamente en nuestros días, las expropiaciones revolucionarias siguen siendo un vehículo imprescindible de financiamiento para las actividades anarquistas, tanto para la realización de acciones como para la edición de propaganda anarquista, libros, publicaciones, etc. En regiones como Grecia e Italia, donde el anarquismo insurreccional tiene gran actividad, destacan muchísimos compañeros y compañeras que, constantemente, van a parar a prisión por expropiaciones fallidas. Alfredo Bonanno, Pipo Staicy, Christos Stratigopoulos y Yiannis Dimitraki, estos últimos aún continúan en prisión, víctimas, además, del silencio y la condena del “anarquismo legalista”. También siguen tras las rejas por expropiación los compañeros Claudio Lavazza, Giovanni Barcia y Gilbert Ghislain, anarquistas insurreccionales italianos, presos en el Estado español. Además, están encarcelados por expropiación los compañeros españoles Giorgio Rodríguez, Juan José Garfia, este último está en la cárcel desde 1987. Y un montón de compañeros y compañeras que ahora no recuerdo sus nombres. También en Chile y Argentina.

Por eso, cuando abordamos el denominado “ilegalismo ácrata”, lo hacemos señalando el tamaño gigantesco de esta incongruencia pero, además, reconociendo que con ese eufemismo se están refiriendo al anarquismo insurreccional y entonces, tenemos que reafirmar la vigencia y la objetividad de la propaganda por el hecho y la expropiación, tácticas éstas que reconocemos como prácticas consecuentes con nuestros principios, apropiadas para los momentos de repliegue y retroceso del movimiento real de los oprimidos y para los períodos de reflujo, rearticulación y acumulación de fuerzas. Pero, precisamente por eso, no debe reducirse nuestro actuar a la acción por la acción misma, sin ideales ni principios que la reafirmen, sino como consecuencia directa de esos principios y esos ideales llevados a la práctica. Por ese motivo, no coincidimos con los compañeros que, como Miguel Amorós, a pesar de ser contundentemente críticos con el falso anarquismo “legalista” y la farsa de la organización ficticia sostenida exclusivamente con la propaganda oral y escrita, caen en el lugar común de aseverar que el anarquismo en general –en su totalidad– sufrió una metamorfosis en la que abandona la táctica insurreccional y se transforma en una ideología ajena a las luchas reales.

Si bien es cierto que en el período que denominamos “anarquismo en transición”, acto seguido a la derrota del anarco-sindicalismo español, se produjo una ideologización en amplios sectores del anarquismo, una degeneración ideológica –al abandonar todo contacto con la realidad y refugiarse en las ideas abstractas de las corrientes primigenias–. También es cierto, que todo el liberalismo “libertario”, inmediatamente después de la Revolución francesa, pujó incansablemente por el abandono de las prácticas insurreccionales y por la degeneración ideológica en la que hoy se encuentran sumidos, sentando las bases de ese liberalismo humanista y filantrópico que aún predican desde los sagrados templos del anarquismo “oficial”. En ese mismo costal, no se puede echar a quienes, consecuentemente y acorde con las circunstancias impuestas por un contexto de retroceso de las luchas, continuaron en pié de guerra contra la dominación, con las tácticas y los métodos correspondientes a ese período de decadencia del movimiento real y de dispersión y retroceso de las luchas. El propio Amorós, ha reconocido en sus múltiples críticas al anarquismo insurreccional, que en condiciones de repliegue y retroceso de las luchas, la organización mínima es la única posible y también, ha subrayado la imposibilidad de la ofensiva contra el sistema de dominación en pleno retroceso de las luchas. Entonces nos preguntamos ¿cómo no pueden reconocer que ha sido precisamente en esos períodos de decadencia y retroceso que, limitados por las circunstancias, se han puesto en práctica otras formas de lucha refractarias con el objetivo de no darle la menor tregua al enemigo?

Al no aceptar el reformismo ni los procesos evolutivos ni la actitud contemplativa del “anarquismo” legalista, nos situamos frente a la disyuntiva de quedarnos cruzados de brazos a espera de que estén dadas las condiciones “objetivas y subjetivas” o, articular e impulsar otras acciones refractarias que nos mantengan vivos, en pié de guerra y no den tregua al enemigo, no de un solo segundo de paz al sistema de dominación.

Consideramos que reconocer las tácticas y los métodos que corresponden a cada período de lucha es imprescindible para elaborar una crítica unitaria. Estamos convencidos que mientras no se propague la consciencia refractaria, no se logrará la recomposición del movimiento real de los oprimidos y mientras no se concrete esto, no podremos extender las luchas y alcanzar la insurrección generalizada. Esos, son los ingredientes indispensables para hacer reventar en pedazos este viejo mundo que habitamos y concretar la destrucción total del actual sistema de dominación pero no nos detendremos a esperar por la maduración del proceso revolucionario, no esperaremos ni por la Revolución y tampoco nos preocupa mucho si ésta se concreta o si jamás se verifica, porque las revoluciones conocidas –desde la francesa hasta nuestros días–, han degenerado, todas, en procesos reformistas, autoritarios y dictaduras que únicamente han ayudado al fortalecimiento del Estado. Nuestra lucha es y será por la liberación total, por la Anarquía. No nos conformamos con menos ¡Gracias!

Charla de Gustavo Rodríguez, en el Centro Social Okupado “Casa Naranja”, Tlalnepantla, Estado de México. Domingo 3 de julio de 2011.