Somos el enjambre

Si piensas que eres demasiado pequeño para marcar la diferencia, prueba a dormir en una habitación cerrada con un mosquito.

Proverbio etíope

Cerramos la ventana para evitar que entraran más. Escuché atentamente durante suficiente tiempo hasta estar seguro que solo había uno en el cuarto. Llegué a la conclusión de que era imposible dormir mientras estuviera con nosotros y, por consiguiente, encendí la lampara. Espere, y escuche, el juego. Sabía que podía atraparlo. Había atrapado algunos antes. Solo era cuestión de esperar y escuchar, mantenerse quieto hasta poder verlo, y después golpear rápidamente sin compasión.

Eran las 5:45 cuando finalmente me rendí. El mosquito me había ganado – sin importar lo activo que estuve, el tiempo de espera, o cuantos de sus congéneres había atrapado y eliminado previamente – ni siquiera lo había visto, por no hablar de matarlo. Todo lo que me quedaba por hacer era apagar la lámpara, acostarme, y esperar a ser comido vivo.

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Esto es lo que debemos hacer con nuestra rabia. Ser pacientes. Ser sigilosos. Ser rápidos. Golpear duro. Sí, somos pequeños, pero eso es lo que nos hace rápidos y difíciles de golpear. Nuestro enemigo es torpe y lento. Y nosotros somos muchos. Podemos actuar juntos, en grupos, con aquellos a los que podemos confiar nuestras vidas. Podemos actuar a solas, seguros de que hay otros actuando también, y que nuestro enemigo no puede vernos a todos, por no hablar de matarnos a todos. Sí, debemos ser prudentes. Cuidadosos. Mantener la distancia cuando veamos a nuestro enemigo listo para golpear. Tener la seguridad de que está desprotegido cuando nos aproximamos, y durmiendo cuando golpeamos. Si planeamos nuestra fuga, podemos golpear tan fuerte como para despertar al enemigo rugiendo de su sueño, aullando en sangre. No estaremos ahí. En orden, para ser invisibles, no debemos ser mansos. En orden para ser efectivos, necesitamos no estar “organizados”. Vamos a ser encabronadamente salvajes. Estamos rodeando a nuestra presa, nos estamos preparando para acabar con el Leviatán, miembro a miembro. Porque sabemos que es un asunto de vida o muerte. Y no estamos dispuestos a morir.

Haz enjambre, pulula. Destruye.

 

Kevin Tucker

 

¡Es tiempo de desorganizarse!

Si hay algo en lo que ha fracasado la izquierda, particularmente los sindicatos ( desde la UAW, AFL-CIO, hasta la IWW), es que cualquier teoría “revolucionaria” que no cuestione los principales elementos de la civilización no va a hacer nada más que cambiar el orden social por una versión ligeramente “modificada”. Esto si es que funciona. 
No podemos por más tiempo recurrir a ningún tipo de reforma para poner fin a la máquina de muerte que es la civilización. Por mucho tiempo ha sido una idea arraigada en las mentes “revolucionarias” que el éxito requiere organización. El llamado de los viejos tiempos de los Wobblies, “¡Es tiempo de organizarse!”, está sonando hueco mientras la escena izquierdista es aplastada entre las páginas de los movimientos sociales muertos en la historia radical. 
¿Qué nos ha traído nuestro pasado de “organización”? Podemos decir que ha habido algunos éxitos, porque aquellos en la cima de las recién creadas jerarquías sociales así nos lo han dicho. La organización nos empuja hacia atrás dentro de las mismas jerarquías que intentamos desafiar y eliminar. ¿Qué traerá eso? Adiós viejo jefe, hola al nuevo, ¿alguna diferencia? Tal vez haya un ligero reverdecimiento (más bien enrojecimiento), pero este seguirá siendo el mismo orden social, en el cual no se cuestiona lo destructivo de las formas de la vida civilizada. Pero incluso en el corto plazo sólo ofrecen impulsar nuevos líderes que nos dirán cómo y cuándo actuar, o cómo y cuándo no actuar. Esto no nos lleva a ningún lugar. Los juegos reformistas de izquierda consisten en mucho hablar y poco actuar. Las reuniones de “consenso” mantienen a delegados, electos o impuestos, que diseñan a puerta cerrada las líneas trazadas para la reforma, y que han de soportar las masas. Nosotros no participamos en asuntos electorales, pues comprendemos la doble cara de quienes se refugian en esa retórica vacía. Esto no nos lleva, ni llevará, a ninguna parte.  
Si realmente deseamos terminar con el orden social civilizado, sólo podremos hacerlo propagando la insurgencia y la revuelta, de modo que no se mantenga ningún aspecto del orden social vigente, o empujar hacia un sistema en el que se refleje esto. La única esperanza es que los actos espontáneos de revuelta nazcan de las pasiones y la rabia de los individuos. Ni las órdenes de arriba o de abajo, ni los “planes de acción” pueden despertar la insurgencia, tampoco ahogarán la totalidad del pensamiento civilizado.  
La verdadera revolución no se producirá por juegos predeterminados de “dar y prestar”, marchas silenciosas con pancartas, o con nuevas jerarquías. Ésta vendrá desde los corazones de quienes quieren reventar la civilización (que somos muchos, incluidos los no-humanos). Aquellos con sueños de destrucción, quienes nunca han vivido la autonomía total desenfrenada desde las civilizadas celdas de concreto donde han nacido. Quienes desde el nacimiento fueron despojados de su derecho a florecer como individuos en comunidad con la Naturaleza, que le hubiese ofrecido más amor del que podemos concebir en nuestra condición actual. 
Las consecuencias de toda esta jerarquía se vuelven más claras día a día. El constante colapso del orden social bajo una despótica opresión ocasionará revueltas. La insurgencia está creciendo, y la civilización por caer. Dale el último empujón con tus propias palabras y tus acciones. Romper el hechizo del orden civilizado es la única manera de acabar con el Leviatán, y cada día esto se acerca más. 
 

Kevin Tucker