Violencia y organización

 

Conferencia de Agustín García Calvo en el salón de la CNT de Barcelona. 1978

Respecto a la violencia no voy a añadir gran cosa en general. Que conste que cuando uno está hablando, está hablando contra las ideas y no se puede hablar contra ninguna otra cosa. Pero uno habla contra la idea de los puños, sí. Y uno habla contra la idea de violencia, sí. Y contra la violencia misma, ¿Qué tengo yo que decir? ¿Qué sé yo? Ya lo dije al principio. ¿Cuál es la guía de los que no tenemos guía? El enemigo. No hacer lo que él hace. ¿Cómo es la violencia del Estado, cómo es la violencia establecida? Ahí, fijad los ojos en ese sentido. Si alguna vez se hace algo, que no esté cargado de los rasgos que despide la violencia del Estado.

¿Qué caracteriza la violencia del Estado? La caracteriza la premeditación, el dominio del Futuro, la justificación… entre otras cosas. Cuando la violencia de los llamados, por la prensa, terroristas, va tomando esas características, es cuando el ánimo de uno tiende a caer en la desolación. Es decir, cuando el planeamiento, los medios empleados, se parecen cada vez más a los del enemigo, cuando se hacen juicios por parte de pretendidos revolucionarios, imitando literalmente el aparato de justicia estatal, cuando se condena como si fuera otro Juez (que no pueden ser sino los mismos Jueces), todos son los mismos; cuando se cumplen las sentencias, cuando se dispone del Futuro, cuando se aprieta a alguien exactamente igual que lo hace el Estado, se le mantiene en la misma incertidumbre que hasta hace poco, sólo el Estado podía permitirse.

Porque el horror principal de la violencia estatal era que se pudiera someter a la expectativa de la muerte, en un Futuro por un lado determinado -por ley- y, por otro lado siempre impreciso, siempre encima; cuando se llega a imitar esto, cuando se llega a imitar sobre todo la justificación del Estado, la acción así, sea cualquiera, respaldando la violencia… los medios empleados, que son los mismos que los usados por el Estado, producirán efectos que en definitiva serán los mismos que los del Estado.

En la organización, en general; no digo una manera de organización, sino la organización en general, la historia realmente no enseña nada. Y bien se ve porque se sigue cayendo una y otra vez en este error. Se demuestra que la aceptación misma de la idea de organización tiene consecuencias tan graves que acarrean la ruina, el propósito de ir en contra del principio que podía haber promovido esa organización. No hay organización que pueda ir en contra de la organización. Ninguna. La organización está inventada necesariamente por el Poder, y la opresión. Cualquier organización está condenada a copiar, más o menos, los medios de organización del Poder. Y en esa copia de los medios, está la condena de las acciones, que con esa organización se pretende.

Lo mismo que os decía antes de las armas, y establecía diferencias entre un hacha y una ametralladora, podría establecerla entre el puchero de metralla de Ravachol y las últimas técnicas de algunos terroristas actuales. De la misma manera también, respecto a la organización tendría que decir lo mismo: no todas están totalmente condenadas. Pero no hace falta andar preguntando mucho para saber cuál es la menos dañosa. La menos dañosa es la que lo sea menos, hasta el punto que sea posible llegar, porque ningún absoluto puede pretender llegar hasta la desnudez total (quién puede pretender tal cosa: ningún absoluto se debe pretender; dejemos tal cosa para los teólogos), pero por lo menos, cada vez menos, siempre menos. Es decir, lo contrario de ellos, que como sabéis se caracteriza por aspirar a un todo. Es decir, a la organización perfecta, al Estado definitivo y cerrado y de aproximarse a él de más en más. La táctica contraria sería siempre la menos dañosa. Si la historia de los viejos anarquistas es ejemplar en algo, es en que sentían este daño de la organización, y querían defenderse de ella. Cómo llegaban a sacrificios inmensos incluso para producir asambleas, para producir reuniones para no tener organización. Ninguna.

No quiero particularizar. Si queréis, en la discusión nos detendremos en alguna de las diferentes organizaciones que ha habido. Por ahora, me parece que el sentido de la condena de este medio está bastante claro. La organización viene desde arriba. No hay otra organización más que la piramidal, más o menos. Los hombres no sabemos organizamos de otra manera. No hay democracia. Es mentira. La organización es piramidal. Hay jefe o jefes. Hay súbditos. Y si no hay diferencia entre jefes y súbditos, no hay organización. Cualquiera que pretenda hacer una organización copiará el esquema del Estado. Cualquier cosa en la que no haya diferencias entre jefes y súbditos vendrá desde abajo, desde eso inocente, indefinido y no organizado a lo que se suele llamar gente, pueblo. Desde Arriba, nada .

[Diálogo con los asistentes]

Voz.- Cuando dices que el enemigo está organizado, yo digo: es cierto. Cuando dices que no debemos hacer lo que él hace, yo digo: es cierto. Pero pienso que cuando usas la palabra ‘organizado’, no es una palabra suficiente. Pienso que el enemigo no está organizado simplemente. Está organizado de una manera jerárquica, autoritaria, y respecto a esto, yo digo, no hagamos lo que hace el enemigo, no nos organicemos de forma autoritaria ni jerárquica. Pero esto no implica en absoluto el término ‘no’ o el término ‘organizamos’. Yo pienso, por el contrario, que sí hemos de organizarnos. Para mí el problema es plantear cómo vamos a organizamos. No como ellos evidentemente. Organicémonos de forma libertaria, de forma antiautoritaria.

Al igual que esto, me planteo el término ‘violencia’. El enemigo emplea una violencia de opresión a todos los niveles. Yo pienso que sí hemos de emplear la violencia contra ellos, contra el enemigo. No voy a emplear una violencia totalmente sectaria, alienante; pero sí que voy a emplear la violencia.

Lo que yo quisiera que me aclararas, porque no lo he visto claro, es que una palabra en sí misma no tiene ningún valor. La palabra organización es una palabra astracta, y, a mí no me dice nada. Para mí está muy claro que hemos de organizarnos y hemos de ser violentos. No del mismo modo que ellos. No hagamos lo que hace el enemigo, pero no renunciemos a cosas que para mí son necesarias.

AGC.- Bueno, esto quiere decir que no te he convencido de una cuestión esencial. He dicho que organización no hay más que una; no hay más que un tipo, es ilusorio pensar que hay otro. Y respecto a la violencia del enemigo, he pasado largo rato caracterizándola. Y he dicho cómo me dolía en la medida de que acciones pretendidamente revolucionarias llegaban a parecerse a ella, en cuanto a programación, en cuanto a condena , en cuanto a disposición de Futuro, en cuanto a juicio, en cuanto a justificación ideológica.

Porque he dicho que en el extremo de más abajo, la violencia, que no es ninguna idea de violencia: esa qué sabemos tú y yo; esa se produce en el momento que se produce, nada más. Pero violencia ¿qué?: ¿organizada? ¡Ah! Ahí entramos en otro terreno de discusión. Y respecto a organización ya te he dicho que no me ando con contemplaciones. Este término abstracto, tienes razón, tan abstracto como los términos Estado, familia, individuo… Este término es realísimo, en el sentido que es el que nos oprime. Estamos precisamente muertos, matados por las abstracciones. Por eso hay que luchar contra ellas. Por eso, si fueras congruente, tú no podrías adoptar este término abstracto con la salvedad de decir: depende de cómo, depende de cual. Tal vez te sentirías más inclinado, como yo, a negar el término abstracto. Ahí, decir: todas son malas. Pero voy a ir a los ejemplos. ¿Qué tipos de organizaciones que no sean piramidales, que no sean como las de ellos, hay en este mundo? He dicho: las que son lo menos posible de organización. Pienso en lo que nos cuentan de los movimientos anarquistas andaluces de comienzo de siglo y fines del pasado. Allí hay un ejemplo de mínima, poquísima organización. Pienso, en un terreno más humilde y más cercano, en el año 65, entre los estudiantes, en Madrid, cuando surgieron las grandes asambleas. Allí toda la organización consistía más o menos en que había que reunirse al día siguiente, porque no había ningún aparato que pudiera representarles. No estaban más que todos los miles que estábamos allí juntos. Y la Organización consistía en decir: mañana otra vez aquí. Era un hilo. Por ejemplo estos son los mínimos, ¿verdad? Pues mientras más vayamos subiendo desde aquí, más iremos acercándonos al modo de organización piramidal. ¡Que no hay otro! Una organización en que hay representantes ¡Que son jefes, administradores! ¡Que son jefes!: no hay administración, no hay representación sin la imposición del tipo único de organización que se conoce. No hay ninguna administración y representación que no sea peligrosa. De ahí siempre mi recomendación de luchar por menos organización, puesto que siempre hay organización, como siempre hay violencia, Estado, Sistemas, individuos …

Agustín García Calvo

[Fragmento]

 

Deseo amigos, no una comunidad

“Comunidades… se definen mejor en términos de relaciones de comida, nos preguntamos ¿quién se come a quién?”

Marston Bates

Allá, por donde quiera que voy escucho hablar de la “comunidad”. Parece ser algo que todos necesitan, algo a lo que todo el mundo debe estar dispuesto a someterse. En las grandes ciudades es sencillo ignorar esos llamados a integrarse a la comunidad, pues para los defensores desarmados [1] de la comunidad es difícil entrometerse directamente en la vida de las demás personas. Ahora vivo en una zona rural. Tiene muchas ventajas, pero su población humana incluye muchos izquierdistas, activistas y optimistas, en definitiva, entrometidos para los cuales la comunidad es sagrada, una especie de deidad impersonal a la que estos creyentes quieren que todo el mundo conozca. Los comunitaristas locales definen lo que entienden por “comunidad” muy claramente con sus reproches hacia quienes no se ajustan a los estándares de la comunidad y sus intentos por sumar gente que esté en contra de dichos elementos antisociales. De hecho, es una cuestión de “quién se come a quién”, gastando su tiempo en carcomer la reputación de aquellos que no encajan en sus códigos. La comunidad, como un ideal, está en oposición a la individualidad, ya que requiere de la contención de las individualidades en pos de una supuesta importancia mayor del todo/conjunto. Yo no reconozco tal importancia mayor del todo/conjunto, al cual debería darle poder, por lo  que no me interesa la comunidad. ¿Quiere decir esto que deseo estar aislado? Bueno, a veces, yo valoro mi soledad. Pero a veces me gusta divertirme junto a los demás. Simplemente no quiero entregarme a ningún “todo/conjunto mayor”. Y  el término “comunidad”, como sus defensores lo utilizan, es solo un “todo/conjunto mayor” impuesto. Sus defensores lo usan para cumplir con los roles aceptados que tú y yo desempeñamos, esto nos convierte en meros bits  electrónicos que viajan a través de la máquina social cibernética, suprimiendo  las particularidades que nos hacen interesantes a ti y a mi, el uno para el otro.
Esto aumenta el aislamiento, ya que se vuelve cada vez más difícil para cualquier persona conocer a los demás, excepto que nos comportemos  mediante conforme a esas funciones sociales. En realidad, la función que tengas no me interesa. Tus particularidades, esas propiedades únicas a través de las cuales te creas a ti mismo, son la razón por la que deseo conocerte,  para interactuar contigo, ya que las normas de la comunidad sirven para reprimir esas particularidades. Así las cosas, no quiero una comunidad. Deseo amigos, compañeros, camaradas, cómplices y amantes. En otras palabras,  deseo crear intencional, y apasionadamente, relaciones con individuos específicos, porque veo un potencial para el disfrute mutuo y el beneficio mutuo. Amistades, compañerismo, amantes, camaradería y complicidades  no son cosas a las que pertenezco, sino interacciones que voluntariamente creo con los demás. Los orígenes etimológicos de algunas de estas palabras dejan esto claro.

• Un amigo es alguien con quien se prefiere pasar tiempo, sin sentir amor por esa persona.

• Un compañero es alguien con quien se está dispuesto a compartir la comida.

• Un camarada es alguien con el que se desea compartir una habitación.

• Un cómplice es alguien con el que se desea unir fuerzas para algún propósito.

• Y un amante es alguien con quien se es capaz de disfrutar mutuamente y compartir placeres.[2]

En cada uno de estos casos, no hay un “todo/conjunto”, no hay un poder superior que fuerce a cumplir unas obligaciones, simplemente dos o más individuos que eligen entretejer sus particularidades únicas con el fin de disfrutar mejor sus vidas o lograr un esfuerzo mutuamente beneficioso para ellos. La individualidad, la singularidad incomparable y absoluta de cada uno de los involucrados, proporciona la base para la reciprocidad de este tipo de relaciones –relaciones que nunca son “más importantes que la suma de sus partes”, sino más bien aumentan la grandeza de cada uno de los individuos que participan en ella–.

Hay otras dos formas de relacionarme que puedo no desear o valorar tanto como las que acabo de describir, pero que aún así prefiero antes que la tolerancia mutua y el consentimiento tan necesarios para la comunidad: la enemistad y el desprecio. Limitarme a tolerar a los demás, es intolerable para mí. Si tus proyectos, objetivos o deseos están en conflicto con los míos, vamos a ser enemigos. Si tú no eres un enemigo digno, te despreciaré. Hacerlo de otra manera –en nombre de la comunidad o de “llevarse bien”–sería un insulto  a tu individualidad y a tu singularidad, y reforzaría la mentira de la comunidad.

Apio Ludd

Publicado en el N° 18 de la revista My Own. 6 de febrero de 2016.


1. Por supuesto, las fuerzas armadas de la comunidad, los  policías, tienen la capacidad de imponer estándares para la comunidad.

2. Por supuesto, existen “camaraderías” impuestas, por ejemplo: el prisionero con un compañero de celda o el recluta en el cuartel.

Insurrección contra el destino

«Imagina a un número de hombres encadenados y condenados todos a muerte. Unos cuantos de ellos son asesinados todos los días a la vista de los demás, los que permanecen vivos aún, ven su propia condición en la de sus semejantes y, mirándose unos a otros con dolor y sin esperanza, esperan su turno. Esta es la imagen de la condición humana.»

Blaise Pascal

Algunos dicen que la principal y triste pasión de esta época es el sentimiento generalizado de impotencia ante el final cada vez más evidente de las ideas nobles, la desaparición de un horizonte extraordinario, el impedimento de realizar cualquier acción atrevida. Ante las  masacres y devastaciones diarias, tanto del mundo exterior como del mundo interior, parece que no merezca la pena hacer ningún esfuerzo para intentar hacer algo. Todo parece estar vacío, mortificado en la reproducción de un eterno presente. Después de haber golpeado durante tanto tiempo el fatal iceberg, a nuestra sociedad titánica le ha llegado la hora de hundirse. ¿Entonces, es inútil movernos?

Esa es una pregunta interesante. ¿Qué puede hacer alguien que ya no cultiva ilusiones sobre la posibilidad de un cambio social antes de que llegue el destino fatal de la humanidad (que terminará por ser eliminada –como se  esperaba un  siglo atrás con la Gran Guerra– el mundo de una infinidad de  hombres que  viven solo porque han nacido)? Algunos dicen que debemos dedicarnos al  hedonismo, a la búsqueda de placeres materiales que nos puedan dar, aunque sea por un momento, una intensidad al vivir.  Ya que no podremos disfrutar algún día del comunismo («a cada cual según sus necesidades y deseos»), el placer efímero emerge para constituirse como la última línea de defensa de lo que  todavía es humano. Otros dicen que debemos dedicarnos a inventarnos y aprender técnicas de supervivencia; a hacer fuego con dos palos de madera, a reconocer y cultivar plantas comestibles y medicinales. Ya que no podremos disfrutar algún día de la anarquía («mi libertad se expande con la  libertad de  los  demás»), será la inteligencia histórica la que constituirá la última línea de defensa de lo que todavía es humano. Debemos dedicarnos a aprender a usar armas, repiten otros, para atacar en cualquier oportunidad a los responsables del inminente apocalipsis, porque no merecen ni el olvido ni el perdón. Ya que no podremos disfrutar algún día de la revolución («la destrucción de todas las estructuras opresivas y la supresión de toda autoridad»), la venganza despiadada constituirá la última línea de defensa de lo que todavía es humano.

Evidentemente, no todos están de acuerdo en asumir el triste destino final del mundo. Los funcionarios del Estado no lo están: para combatir la angustia y vencer la depresión, llevan a cabo inyecciones masivas de optimismo desenfrenado. «La devastación del medio ambiente será mitigada por las nuevas tecnologías; la desigualdad desaparecerá con el uso generalizado, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana, de las tecnologías de comunicación y colaboración». Los académicos –que son los nuevos cultivadores del poder– cuando no niegan completamente el nuevo analfabetismo intelectual y emocional generado por el mundo virtual, hacen un llamado a la accesibilidad de datos para todos, información para todos, conexiones para todos. Los científicos, que condenan a la humanidad al triste destino que  tenemos frente a nosotros, están creando nuevos paraísos en los que –a través de la manipulación genética– el hambre desaparecerá del mundo, en los que la contaminación industrial será erradicada por los nuevos inventos: biocombustibles, paneles solares, nuevos materiales fabricados sintéticamente en laboratorios. Y muchos de los que se “oponen a este mundo” no quieren asumir el destino al cual el Poder ha condenado al mundo, manteniendo su esperanza. con algunas actividades de buena voluntad, humanitarias, doblegándose ante las órdenes de los que están en el poder, quienes ven esta oposición como una buena manera para evitar que se desestabilice todo y explote la marmita.

«Cuando actuamos, no debemos dejarnos guiar por la desesperación de  nuestras convicciones», dijo un filósofo que afirmó abiertamente la necesidad de combinar la desesperación teórica con la firmeza práctica. La clara visión del destino de la humanidad no debería, por lo tanto, conducir al estancamiento o la resignación, sino más bien debería ser un impulso hacia la acción. Atrevámonos a basar nuestra acción en la revuelta contra el destino, a  seguir soñando con los ojos abiertos, a permanecer abiertos a la aventura, a mantener la mirada entusiasta buscando las posibilidades de adelantar el hundimiento de esta sociedad titánica. Porque nada acaba nunca, ningún destino es insuperable, nada desaparece para siempre y todo puede colapsar hoy. En las tormentas que se aproximan, que nuestras brújulas sean la acción audaz, la convicción individual y el sueño de un mundo que rechaza su destino.

Fawda N°1

La acción sometida a la crítica

Algunas consideraciones viejas y nuevas sobre anarquistas, revolucionarios y otros.

Decididamente no soy no-violento. Puedo comprender a alguien que odie la violencia hasta el punto de querer hacerla desaparecer de su vida; alguien que nunca mataría, que nunca usaría la fuerza para ser escuchado; que, por su personalidad y tendencia, prefiere no recurrir a ella. Pero, puedo entender todo esto, si se trata de una elección personal. Cuando la no-violencia se presenta como un método de lucha, un camino a seguir, cuando la ética individual se transforma en moral y en proyecto colectivo, me parece absurda, entonces solo sirve para justificar la inactividad y se convierte en un obstáculo para quienes se rebelan, un valor absoluto para imponer a los débiles que permitirá a los fuertes olvidarse de ellos desde su comodidad. Al borde del abismo, con la tierra cada vez más bajo el fuego enemigo, la invitación a usar solo métodos educados puede solo mostrar esto. Haz lo que quieras pero no me sermonees.

Todo esto teniendo en cuenta que tampoco soy un fanático de la violencia. No me gustan quienes alardean de sus hazañas en ése contexto, no justifico su apología como fin en sí misma, desprecio a quienes la consideran la única solución posible. La considero una necesidad en la lucha contra el poder, nada más.

Como Malatesta, tampoco creo en “ocasos plácidos”. No creo que el cemento armado con que el poder ha cubierto nuestra existencia se deshaga ante el florecimiento de la planta de la libertad cariñosamente germinada gracias a la difusión de nuestras ideas. Precisamente porque no soy no-violento me niego a soportar la condena moral de actos de violencia. La hipocresía me pone enfermo. Pero precisamente porque no soy un fanático de la violencia, tampoco puedo soportar la exaltación acrítica de estos actos. La estupidez de esta actitud me saca de mis casillas.

Recientemente ha habido un resurgimiento de ataques llevados a cabo por compañeros desconocidos, primero contra la comisaría de Génova, luego contra el sistema carcelario español. Teniendo en cuenta la reacción histérica de los medios de comunicación, la respuesta de la policía era previsible. Pero ¿Cuál es la reacción de los compañeros? Aparte de los idiotas habituales acostumbrados a señalar, la reacción más común es el silencio. Un silencio necesario, para evitar hacer distinciones entre quienes están a favor y quienes están en contra de dichas acciones, lo cual sería útil para las investigaciones policiales. Pero durante demasiado tiempo este silencio no se ha limitado a reinar en los días posteriores a los ataques, se impone mucho mas allá. Ya no es silencio ante un enemigo que querría saber, también es silencio ante compañeros que querrían estar de acuerdo. Se ha pasado de la presencia de una forma de solidaridad mínima a la ausencia de toda discusión crítica. Pero ¿Por qué debería una acción, la que sea, no ser sometida a reflexión crítica? ¿Por qué un debate hipotético sobre estas cuestiones debería verse como un obstáculo, algo dirigido a impedir otras acciones? ¿Por qué no sería mas bien un apoyo, una manera de clarificar el sentido de lo que se hace, para fortalecer y mejorar la acción?

Para mí, tomando como punto de partida los acontecimientos recientes he decidido escribir y hacer circular este texto. Su forma anónima no es por temor a asumir la responsabilidad de mis palabras, es solo una forma de no diferenciarme de los otros compañeros a los ojos de la represión.

Reivindicación Sí, Reivindicación No

Hasta donde yo sé, al no ser un experto en el tema podría equivocarme, para encontrar el primer documento reivindicando un ataque por una organización revolucionaria debemos retroceder hasta 1878 en Rusia. Fue el panfleto “Smet ‘za smert” (Muerte por muerte) hecho circular por el grupo Narodnaja Volja (Voluntad del Pueblo) después del asesinato del general Mezenkov jefe de la policía secreta rusa. Trece días después del asesinato el texto reivindicativo llegó a un diario de Petersburgo y los días siguientes fue reproducido en otras ciudades y enviado a funcionarios públicos. En aquel momento la acción causó un gran impacto y, por supuesto, no faltaron críticas de aquellos que pensaban que dichos medios no podían sustituir a la propagación de ideas y la rebelión de las masas, que eran más importantes.

Desde entonces esta escena se ha repetido cientos de veces. Los detalles, obviamente, cambian con el tiempo pero la esencia permanece. Se podría afirmar que la experiencia de los revolucionarios rusos se convirtió en una especie de arquetipo, un modelo original cuyas futuras manifestaciones no son mas que reproducciones o imitaciones. La única variación en este esquema ha sido la de los anarquistas que nunca han visto necesario reivindicar políticamente sus acciones de ataque contra el poder. El grupo ruso “Voluntad del Pueblo”, de hecho, aunque incluía “militantes” de ideas muy diversas, se situaba en cualquier caso como una vanguardia centralizada. En esta organización, como recordó una militante en sus memorias, se desarrolló un debate sobre si el programa a seguir debía ser el de “obligar al gobierno a permitir al pueblo expresar sus deseos de reconstruir la vida política y económica sin obstáculos… o si la organización debía primero tomar el poder en sus manos, para luego decretar una constitución desde arriba que fuera beneficiosa para el pueblo”. Con tales principios uno puede comprender su necesidad de reivindicación, de comunicar las razones de sus actos a las masas sobre las que pretenden elevarse y a los enemigos de los que pretenden ser oposición. Después de todo, ése grupo quiso aclarar al pueblo que casi todos sus miembros venían de las clases más acomodadas, y quiso negociar con el poder constituido en su nombre, hasta el punto de mandar una carta al heredero del zar para aconsejarle que política debía seguir. Pero cuando uno no quiere representar a nadie, ni se coloca como oposición de nadie ¿por qué remitir comunicados? Si uno piensa que la acción de ataque contra el poder debe, en cualquier caso, tener como horizonte la revolución social, y no ser una parodia de la misma en forma de lucha armada contra el Estado ¿Cuál puede ser el objetivo de una organización armada concreta?

Me parece que los anarquistas del pasado no se distinguían por reivindicar sus acciones. Los narquistas que se sacrificaban llevando a cabo acciones individuales como Bresci y Caserio no lo hicieron por razones obvias. Tampoco lo hicieron aquellos que pretendían llevar adelante una actividad más continua como Ravachol o Henry, ni tampoco esos que se unían a ellos y a otros en la acción armada: Di Giovanni no lo hizo, ni tampoco Durruti o Ascaso. Y la razón parece obvia. Preferían que las razones para sus acciones viniesen de la base, que fuese el movimiento mismo quien las expresase, antes que aprovechar la ventaja del alboroto surgido para difundirlas desde arriba, como el mensaje oficial de quienes han desarrollado una revuelta hacia quienes no lo han hecho. El significado de una acción, si no aparece claro por el contexto social podría encontrarse en panfletos, periódicos, revistas y en el seno de los debates teóricos desarrollados por el movimiento en su conjunto, no en el comunicado de una sola organización. Daré un ejemplo: si el movimiento es capaz de expresar su crítica teórica de la prisión, cuando alguien pasa a una crítica práctica no hay necesidad de escribir un comunicado explicando las razones por las que se ha llevado a cabo. Las razones de la acción son claras y comprensibles. Cuando alguien quiere reivindicar su acción es solo porque quiere introducirse en el show. El ataque contra la comisaría de Génova, por ejemplo, fue tan significativo (por la elección del objetivo y el momento) como para hacer superfluas todas las palabras. ¿Por qué se difundió un comunicado que solo decía banalidades? Es verdad que la Angy Brigade constituye una especie de excepción, incluso siendo un asunto de anarquistas reivindicando acciones. No por causalidad, esta experiencia parece constituir un modelo para muchos compañeros que atacan al poder hoy. Pero, a no ser que uno quiera lanzarse a actitudes de imitación, el ejemplo no me parece repetible. Por un lado es imposible no tener en cuenta que la Angry Brigade debería insertarse en el contexto histórico en que maduró, los `70. Una época en la que muchos grupos estalinistas difundían terribles ladrillos ideológicos para publicitar su propio proyecto político y tenían tendencia apropiarse del ataque armado, no me parece raro que algunos anarquistas quisiesen marcar las distancias para no arriesgarse a trabajar involuntariamente para otros. Desde la elección del nombre a los objetivos, al estilo de los comunicados, todo tendía a diferenciarse de la confusión reinante. Pero una vez superada en conjunto la ideología estalinista, ¿por qué señalarse en el sentido anarquista? ¿Cuál es el sentido de seguir con esta auto-representación? Puede que en sitios como España [1], donde todas las acciones, incluidas las anónimas son atribuidas a E.T.A. , pero ciertamente no aquí en Italia. De hecho, durante años acciones de ataque no produjeron reivindicaciones, excepto alguna vez algo muy breve y simple, y que rechazaba el uso de siglas. Las razones son evidentes; una acción solo puede pertenecer a todos si nadie se la atribuye. Tan pronto como es reivindicada y se le da una identidad, se crea una especie de separación entre quienes la llevaron a cabo y los demás. Mas aún, no debería ser necesario recordar el riesgo inherente a toda reivindicación. Es peligroso enviarla, y sobre todo es peligroso escribirla porque cuanto más escriba uno más indicaciones da a la policía (y no se trata de un peligro hipotético, ya hay un caso al menos que golpeó a compañeros anarquistas). Un ataque anónimo no permite emerger a nadie y no facilita la labor represiva de la policía. Si las razones para el anonimato se han expresado mas de una vez, las razones en contra del mismo no.

De unos años acá las cosas han cambiado sin que se haya debatido el tema. Es difícil encontrar hoy una acción que no vaya acompañada por un bonito comunicado, seguido de eslóganes y firmas ¿por qué? Silencio… Y entonces, siguiendo con esto ¿no acaba uno en el vanguardismo? El riesgo es tan evidente que entre muchos autores de comunicados los hay que se proclaman en contra del vanguardismo, con la esperanza de que será suficiente decirlo para serlo. Pero “excusarse es acusarse”. Es el método mismo que es vanguardista y, algunas veces, también los contenidos explícitos declarados (como se demostró en el triste comunicado de A.R.A. -Acción Revolucionaria Anarquista- posterior al ataque al Palazzo Marino [2] ). Importa poco si los eslóganes incitan a la guerra social y no a la dictadura del proletariado. Importa poco si las siglas cambian continuamente. Eso solo demuestra que las “vanguardias” anarquistas son más elásticas que las estalinistas. Pero que, aun así, necesitan diferenciarse del resto del movimiento. No es suficiente tomar como punto de partida la Angry Brigade para resolver el problema. Sé muy bien que la Angry Brigade dijo: “No estamos en disposición de afirmar si alguien es o no de la Angry Brigade. Todo lo que decimos es: la Brigada está en todas partes. Sin comité central ni jerarquía para clasificar a sus miembros, solo podemos reconocer caras extrañas como amigas por sus acciones”. Y también sé que sus participantes no se consideraban una organización o un grupo “sino una expresión de rabia y descontento…”. Pero eso solo demuestra la buena fe de estos compañeros, su preocupación en no presentarse como vanguardia, pero no demuestra que consiguiesen su objetivo. Una firma que quiera ser un símbolo se rabia generalizada no tiene sentido. Para que todo el mundo se pueda reconocer en ella los actos y las palabras explicativas deben ser comprendidas y compartidas por todos. No se puede ofrecer una identidad colectiva y pretender que cada uno renuncie a su individualidad. Eso solo puede hacerse si las acciones realizadas y las palabras habladas se mantienen en un nivel tan bajo como para limitar las disensiones tanto como sea posible: acciones muy simples y ejemplares acompañadas por eslóganes maximalistas. Todo eso (suponiendo que mereciera la pena) puede funcionar solo por un período breve de tiempo, después intervienen otros factores que son la parte de todo proceso que hace imposible la continuación del experimento: hay quienes quieren usar herramientas mas poderosas, que quieren golpear objetivos mas selectivos, que quieren expresar conceptos mas precisos… Hasta el F.L.A. (Frente de Liberación Animal), que lucha por una motivación que es básicamente simple y unívoca como la liberación animal, vivió sus primeras deserciones cuando empezó a extenderse. Se formaron otros grupos de liberación animal cansados de la confusión del proyecto, los objetivos minimalistas las declaraciones de los portavoces. No es el único, pero es el peor aspecto, todos estos grupos se vieron forzados a darse un nuevo nombre para evitar ser incluidos automáticamente en el caldero principal. Por que, reivindicar, es un instrumento estrictamente político, con todo el daño que eso implica, mientras uno permanece en el anonimato puede hacer lo que quiera, sin incluir o explotar a otros. Peor, tan pronto como alguien aparece, fuerza al resto a mostrarse para no ser consideradas simples columnas militares. Este mecanismo de identificación/asimilación solo se puede evitar con el anonimato, la diversificación de los medios y la imaginación en la elección de objetivos. De otro modo, no importan las precauciones que se tomen, es inevitable que los medios de comunicación lo pongan en marcha (mas aun si uno les envía los comunicados directamente a ellos).

Repito, con esto no pienso que uno pueda dudar de la buena fe de estos compañeros, aun así, creo que son víctimas de un error: creer que un método se puede convertir en anarquista en función de quien lo use. No es así. Una organización específica, con sus siglas y comunicados, es vanguardista mas allá de las personas que la formen. ¿Qué sentido tiene enviar un comunicado a la policía? ¿Qué sentido tiene explicar aquello que no necesita ser explicado? Aparte de la mitología revolucionaria, eso solo significa algo para una vanguardia que se ve como distinta y mejor respecto al movimiento en su conjunto.

¿Qué Objetivos?

La lógica vanguardista es rígida, una vez que uno la adopta, se aplica en todo. Es suficiente pensar en la elección de objetivos, el camino cada vez mas estrecho ha llevado en estos años de tumbar anónimamente torres de alta tensión a la carta-bomba (con carta incluida) enviada a la televisión. En el primer caso se quiere sabotear a un enemigo, golpeando el funcionamiento de su sistema, inutilizando una estructura periférica del mismo. Se trata de una acción práctica de ataque, puede que un poco incómoda de llevar a cabo, pero que no pone a nadie en peligro. En el segundo caso uno solo quiere que se hable de él, hacer publicidad de la propia marca, y eso cuando llegan directamente a las puertas de la R.A.I. (televisión pública italiana)… Solo es una acción simbólica, fácil de llevar a cabo, y si el riesgo de ser herido cae sobre algún cartero desafortunado o un empleado de televisión… a quién le importa. Parece que no solo los jesuitas piensan que el fin justifica los medios, también algunos anarquistas. Y sobre las cartas-bomba…

No he sido justo. Dije que quienes las envían solo quieren que se hable de ellos. Olvidé añadir que, dejado a un lado la auto-satisfacción, quieren que se hable de algo mas. Por ejemplo las condiciones carcelarias que viven algunos anarquistas y rebeldes en España. Los revolucionarios socialistas rusos de 1878 tenían el mismo interés. En uno de sus famosos documentos escribieron: “Si la prensa no defiende a los presos, nosotros lo haremos”. Hoy existen los grupos de las 5Cs [3]Anarquistas , no socialistas revolucionarios. Anarquistas como May Picqueray quien en 1921 envió un paquete bomba al embajador americano en París para protestar por el silencio que pesaba sobre la encarcelación de Sacco y Vanzetti. La acción fue exitosa porque el abuso cometido por el gobierno americano finalmente se hizo público, impulsándose así una lucha que tuvo dificultades para despegar.

Pero, después de tener en cuenta las similitudes entre pasado y presente, uno debe tener dificultades de visión si no ve grandes diferencias. Los socialistas rusos mataron al jefe de la policía secreta después de la muerte en prisión de uno de sus compañeros: muerte por muerte, tal cual. El anarquista francés, para hacer pública la infamia de la justicia americana, golpeó al representante máximo del gobierno americano en Francia. Hoy, los anarquistas de las 5Cs envían sus regalos nada menos que a los trabajadores de la R.A.I. o las secretarias de las agencias de viajes españolas. La diferencia debería saltar a la vista. Es evidente que los responsables del régimen penitenciario que se impone a los compañeros están lejos y, probablemente, demasiado protegidos para alcanzarles, sin embargo los intereses del Estado español están por todas partes y pueden ser golpeados. Pero ¿representan los trabajadores de una agencia de viajes estos intereses? Y, por que uno se empeñe en provocar un impacto en los medios ¿puede ignorar el hecho de que éstos solo amplifican la voz de los rebeldes si pueden tergiversar su sentido? Y ¿cómo no darse cuenta que dichas acciones hacen demasiado fácil esta operación de deformación? Enviando cartas incendiarias a diestro y siniestro no sin duda conseguirá que se hable en los medios de los compañeros presos en España, todo el mundo hablará de ellos. Pero ¿en qué términos? En los términos impuestos por los medios de comunicación, claro, que se lanzarán a reforzar la idea ya implantada en muchos de que, después de todo, si estos presos tienen defensores tan desalmados, a lo mejor merecen regímenes severos.

El problema es que aquellos que piensan que están por delante, más radicales que nadie, lo creen por una razón muy concreta. Consiste en el uso de determinadas herramientas: los que hablan solo parlotean, los que atacan con armas están actuando. Quienes apoyan la lucha armada están enamorados de sus herramientas, las aman hasta el punto de que cesan de verlas como tales y empiezan a verlas como un fin en si mismas, su razón de ser. No eligen el medio más adecuado para el fin que se desea conseguir, convierten el medio en un fin en si mismo. Si quiero matar una mosca en la pared uso un periódico enrollado, si quiero matar un ratón uso un palo, si quiero matar una persona uso un revólver, si quiero demoler un edificio uso dinamita. De acuerdo con lo que quiero hacer, elijo el medio que mejor se adapta de los que tengo a mi alcance. El “lucharmadista”, no. No piensa así. Quiere usar su instrumento favorito, el que le da mas satisfacción. El que le hace sentir más radical, el que le permite permanecer al calor en su popularidad mediática, y lo usa independientemente del objetivo que se ha dado: dispara sobre moscas, ametralla al ratón, dinamita al hombre y, si pudiese, usaría una bomba nuclear para demoler un edificio. Para el “lucharmadista”, la radicalidad es una cuestión de potencia de fuego: un arma del calibre 22 es menos radical que una del 38, que es menos radical que un kalashnikov, que es menos radical que los explosivos plásticos. Es por esto que, sediento de fama y torpe por su adoración técnica, envía cartas incendiarias a simples empleados para combatir el régimen F.I.E.S. Lo hace porque es lo único que sabe hacer; la técnica no acompaña a la inteligencia sino que la sustituye, y así uno no se para a pensar un momento si el medio se adapta al objetivo que se busca. En lo que atañe a escrúpulos, no tiene por la simple razón de que en su cabeza todo se divide en blanco y negro, sin gradaciones de color. En una parte esta el Estado, en la otra los anarquistas. No hay nadie en medio. Si uno no es anarquista pertenece al Estado, así que es un enemigo. Los explotados son responsables de las condiciones que soportan tanto como los explotadores de las que imponen: todos son enemigos, así que es su problema.

Extrañamente esa lógica típicamente militarista gana terreno entre ciertos anarquistas, entre los que hay incluso quienes apoyan al kamikaze palestino. Increíble si uno piensa que tales niveles de vileza están muy lejos incluso de los revolucionarios rusos al final del siglo XIX: vanguardistas autoritarios si, pero con una ética rigurosa dispuestos a matar a un explotador pero sin tocar un pelo a ningún explotado. Y si los autoritarios tenían ese cuidado ¡Pensemos en los anarquistas! Los ejemplos en este sentido son numerosos: hasta Schicchi, conocido también por su lenguaje feroz, fue capaz de volver donde había dejado la bomba para desactivarla cuando se dio cuenta que algún paseante podía resultar herido.

Pero la imagen del anarquista del pasado, perfecto caballero, es hoy demasiado benévola, no muy gratificante para algunos anarquistas de hoy. Hay anarquistas que solo pueden dar sentido a sus vidas si sienten que han sido golpeados por el desprecio público. Cuanto mas se condene algo, mal les atrae. Cuanto mas pintan los periódicos y jueces a los anarquistas como gente sin escrúpulos, mas se lanzan a asumir éste rol. Vacíos de cualquier perspectiva propia, dejan que el enemigo sea el que les indique quiénes son y qué tienen que hacer.

Otra consecuencia de lo que está pasando es la deformación total del concepto de “insurreccionalista”, que hoy se usa como sinónimo de “violento” o incluso solo del que va mas allá del dialogo con las instituciones. Anarquistas que ponen bombas son insurreccionalistas, anarquistas que rompen ventanas son insurreccionalistas, anarquistas que se enfrentan a la policía son insurreccionalistas, insurreccionalistas son los anarquistas que compiten con las manifestaciones de los partidos políticos y, así, sucesivamente. Ni una palabra sobre ideas. En cierto sentido se repite exactamente lo que ocurrió a principios de siglo con el adjetivo “individualista”. Una vez que se tenía la seguridad de que alguien apoyaba actos de violencia individual era un individualista, después este término se aplicó mas o menos para todo y, a menudo, fuera de lugar. En el frenesí de los acontecimientos ¿quién se paró a clarificar la confusión que se extendía? El recurso a la violencia individual no es una característica típica del individualismo, hasta el punto de que hubo también anarquistas individualistas pacifistas (como Tucker) o no-violentos (como Mackay). Y, una vez mas, ¿era Galleani un individualista? Si apoyaba acciones individuales… como Malatesta en determinadas circunstancias. Y también ha habido comunistas a favor de actos individuales. Desafortunadamente la equivocación arraigó tanto que hubo quienes se declararon individualistas a un no siéndolo (como Schicchi en el juicio de Pisa). Confusión, incomprensión… es mejor no agregarse a esa confusión. Que lo hagan los medios de comunicación es obvio y comprensible. Pero ¿por qué deberíamos hacerlo nosotros?

La insurrección es un acontecimiento social. No es un reto, ni un duelo individual contra el Estado lanzado por aquellos que creen que la masa solo la componen borregos esperando ser esquilados. El recurso a la violencia es inevitable y necesario en un proyecto insurreccional, tanto como lo es antes del mismo (porque el aspecto social de la insurrección nunca puede ser utilizado para justificar la espera). Por lo tanto también lo es ahora. Pero esta violencia no puede separarse del resto del proyecto, no puede sustituirle. Es la violencia la que es un instrumento al servicio del proyecto, no el proyecto el que está al servicio de la violencia. Quien quiera que piense que la insurrección es imposible, habiendo perdido (o nunca habiendo tenido) fe en la posibilidad de que los explotados se rebelen, debería darse cuenta de la distancia que le separa del proyecto insurreccional. Si quiere insertarse en la historia por sus acciones, porque esta es una cuestión de auto-satisfacción, entonces déjenlo sentarse bajo los focos del los medios de comunicación, pero sin decir que tiene a todo el movimiento tras de si.

Es evidente que cada uno el libre de hacer lo que quiera. Quien se crea por encima de la crítica y crea que se le debería aplaudir, comprender y seguir sin preocuparse siquiera de explicar las razones que hay tras sus métodos, lo es mucho menos.

 

REVISTA ELEPHANT

 


 

1 N. de. trad. En realidad no ha sido siempre así, aunque el autor, seguramente italiano, no esté del todo al tanto.

2 El 25 de abril del 97 estalló un artefacto en el Palazzo Marino, sede del ayuntamiento de Milán.

3 Las siglas “5C” significan “Células contra el Capital, las Cárceles, sus Carceleros y sus Celdas”.

 

Oprobio de toda Fe (La religión del “obrerismo”)

Para poder “esperar” algo de la clase trabajadora, se la idealizó hasta extremos de grotesco fideísmo, convirtiendo al obrero en una abstracción, depósito vacío colmado con destilaciones entusiásticas de romanticismo y metafísica.

Quienes así procedían, hallábanse asimismo poseídos por la esperanza, y muy pocas veces pertenecían a esa órbita del trabajo físico magnificada como redentora casi profética de la humanidad.

Por extraño que parezca, la mitificación de la Clase Trabajadora como Sujeto de la Historia, agente de la Revolución definitiva, verdugo de la necesidad y de la opresión, se sirvió desde el principio de conceptos religiosos, sutilmente desplazados. Había heredado del Cristianismo, al que sólo superficialmente combatía, una misma formulación de la esperanza. Predilectos los miserables, los pobres, los últimos de la fila, tanto del Cristianismo como del Marxismo, en ellos había que depositar toda la fe: estos últimos que serán los primeros, Clase Elegida, Salvadores de una especie humana hundida para unos en el Pecado y para otros en el Error y el Interés, se hallarían, lo sepan o no, en el verdadero camino liberador, generosos, solidarios, incorruptos, bienintencionados.

De su mano, por su lucha, el hombre arribaría a un Paraíso que la ideología comunista bajó de los Cielos casi intacto. Los hombres serían allí como ángeles, felices y satisfechos. En la base de esta esperanza de un Paraíso, que cuenta ya con su orfebre, se halla siempre la identificación (en el “aquí-y-ahora”) de un Valle de Lágrimas odioso e insoportable, hecho para el Marxismo de fábricas inmundas, patrones despiadados, estómagos vacíos, cerebros confundidos…

Si para el Cristianismo eran las tentaciones, el vicio, las seducciones de la carne, la obra de Satanás, lo que alejaba al hombre de Dios y de su salvación; para el Marxismo serían las falsas conciencias, las ideologías, las mistificaciones, la obra de la Burguesía y de su Estado, lo que distraería al obrero de su misión histórica, obstruyendo la progresión hacia ese Reino de la Libertad sito al final de los tiempos. Embotados de esperanza, los sentidos de estos profetas no percibían el mundo tal y como era, no captaban al hombre de carne y hueso, nada atisbaban de una realidad más ramplona, más ligera, más sencilla.

Como el obrero que asomaba por las calles cada mañana no coincidía con el diseñado para sostener su esperanza de Otro Mundo, considerábanle mixtificado, manipulado, embrutecido, alienado. Cabía esperarlo todo de él, pero cuando llegara a ser él mismo. Se requería así un trabajo de educación, de casi evangelización, de adoctrinamiento, encargado a una “minoría consciente” detentadora de la Verdad y experta en “deshacer” ideologías, espejismos, patéticas ilusiones, arterías de “Satán-El Capital”.

Sindicalistas lo mismo que sacerdotes, dirigentes de partido como jerarcas de la Iglesia, afiliados tal misioneros, simpatizantes-creyentes, se esforzaron entonces en que el Obrero volviera a ser el que de hecho, y a pesar de las apariencias, siempre había sido, y siguiera el camino que no seguía pero que, en el fondo de sí mismo, sabía que debía seguir. En su desnudez, sin mistificaciones, consciente de sí mismo y de cuanto lo erigía en miembro de una clase, el obrero era “bueno” y deseaba Lo Mejor para sí y para los demás. La “bondad’, concepto cristiano, se instalaba de ese modo en el corazón del pensamiento comunista, si bien de forma no-declarada. Y también se enquistaba allí la patraña del “amor”, llamado ahora “solidaridad’. “Amando al prójimo tanto como a sí mismo”, hermano de todos los que, como él, sufrían y eran explotados (es decir, habiendo adquirido “consciencia de clase”), el obrero bondadoso destruiría todo lo que convierte el mundo de los hombres en un Valle de Lágrimas…¡Menuda embriaguez de esperanza! ¡Qué hartazgo de religiosidad! ¡Vaya un derroche de fe!

Mi amigo Basilio, pastor analfabeto, sabe que, mirados de cerca, los obreros ya no son el polo opuesto de los empresarios: el sueño de muchos de ellos radica precisamente en montar un negocio, con empleados bajo sus órdenes. Sabe que, dentro de la esfera reducida de su poder, llegan a ser terribles, tiranos y explotadores -de sus mujeres, de sus hijos, de sus compañeros más débiles. Con sus votos (esto lo ignoraba el pastor, aunque me dice que “puede que sí, qué me sé yo”) los obreros entronizaron el fascismo. Desearon a Hitler como caudillo.

Basta con haber sido obrero para reconocer que la subjetividad proletaria no cobija, ni en el corazón ni en el cerebro, el ideal abstruso de la Emancipación; que le es extraña, ajena, odiosa, la ética de la Solidaridad -descubre más bien una amenaza, algo parecido a un enemigo, en las víctimas de la pobreza profunda y de la marginación: gentes del Sur, razas oprimidas, minorías discriminadas,… Basta con haber trabajado entre trabajadores para admitir que éstos no desean destruir el Capitalismo, sino instalarse mejor en su seno, individualmente, luchando sin clemencia unos contra otros. Y saben muy bien lo que quieren, sin necesidad de que nadie se lo diga; sólo que no anhelan nada sublime.

No están engañados, mixtificados, alienados: son, simplemente, así. La mixtificación y el engaño residen, por el contrario, en la óptica de quienes los imaginan de otra manera. La esperanza que los atenaza es más concreta, terrenal de lado a lado, y múltiple: poseer más cosas, estar más arriba, llegar más lejos… Ni uno solo de ellos cree de verdad que le incumbe, como miembro de una clase, contribuir a una gigantesca tarea histórica liberadora. No cabe esperar nada de los trabajadores, salvo lo que cada uno de ellos espera de sí mismo. Si la desesperación no lleva a ninguna parte, las esperanzas materiales de los asalariados de este mundo tampoco. Y las esperanzas altruistas de esas minorías inebriadas de idealismo encierran a sus esclarecidos sustentadores en las galeras sin destino de una existencia estrictamente religiosa, monjil o pastoral.

El Valle de Lágrimas no es un valle, sino un desierto. Desierto de arena, polvo que arrastra el viento. Cada día de un hombre está hecho de cientos de paraísos y cientos de infiernos, unos dentro de otros, astillados éstos de aquellos, perdidos todos en la selva de las horas… La mixtificación o no existe, o es total y afecta también al campo del denunciante. La lucha contra la tiranía, contra la explotación, no augura el fin del horror, sino su remodelación, nuevas maneras de atar y usar a los hombres.

Y, hoy por hoy, no halla sus agentes mejor armados en el mundo del salario. Podría defender que el Comunismo es preferible al Capitalismo, y que allí donde arraigó dignificó inmediatamente la vida de las poblaciones, pero al precio de apuntar sin demora que se trata también de un sistema opresivo, execrable. ¡Y claro que lo prefiero al Capitalismo! Militaría en todas las insurrecciones sin esperar nada de ninguna. “No simpatizo con la clase trabajadora porque no lucha”: al decir esto me dejo capturar por alguna forma de esperanza, lo sé.

Pero no simpatizo con los obreros. De familia trabajadora, los conozco. Habiéndolo sido, los temo. Me dan miedo los obreros, menos que los funcionarios pero casi tanto como sus patronos. Como privilegio, la desesperación absoluta sitúa al hombre fuera del mundo laboral, extirpa el quiste de obrerismo que llevamos dentro. Desesperado, no se trabaja. Hay un deje aristocrático, elitista, en mi escritura; soy consciente de ello. No temo a Basilio, el más noble, verdadero aristócrata.

Si un hombre se sitúa al margen del burdel de los empleos y, habiendo escapado del salario, vive sin afectar a los demás, ese hombre es más que un rey, reina sobre sí mismo. Nadie depositará en él la menor esperanza, pues sólo sirve a la causa de su persona -una causa muy sencilla, que todos los reyes envidiarían si no los hubiera coronado la necedad y la violencia: comer, beber, hacer cosas con las manos, fornicar a menudo, no soñar jamás despierto, dormir sin sobresaltos…

Pedro García Olivo